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Durante los siglos XIX y XX, buena parte de las personas tuvimos una ilusión:
la de que la realidad podía mejorar gracias a las enseñanzas dejadas por Marx
y Engels que denunciaron al sistema capitalista como el gran expoliador y
explotador de las masas proletarias a la par que se había instalado como el
generador de lo que llamaron la "falsa conciencia". Fue una espera con
esperanza de que algo cambiara, no para que todo siguiese igual como en la
metáfora lampedusiana, sino para tener la posibilidad de alcanzar lo mínimo
que puede exigir todo ser humano: ser libres.
Sin embargo, el Siglo XXI no cambió la situación como por arte de magia, por
el solo hecho de dar vuelta una página del almanaque. Me atrevo a afirmar que
las cosas han empeorado. Las guerras están a la orden del día y cada vez con
mayor intensidad la más afectada es la población civil; las hambrunas crecen
hasta alcanzar cifras siderales, incluyendo a los países que se consideran
desarrollados y ni que decir de lo que ocurre con los subdesarrollados o a los
que eufemísticamente se les denomina en "vías de desarrollo"; la pobreza y su
concomitante la exclusión social señorean por doquier en un mundo en que
paradójicamente dice ser capaz de producir alimentos para el doble de sus
habitantes gracias a los avances tecnológicos en la producción de los mismos;
las expresiones xenófobas y racistas aumentan a pasos agigantados, no
solamente como hechos individuales de enfermos mentales, sino también en
las contiendas electorales donde a diario ganan adeptos -Francia, Austria, Ale
mania, Noruega, Holanda, Dinamarca, Bélgica, etc-. Y de la libertad: bien,
gracias. Se mantiene escondida, como si estuviese temerosa de asomar su
nariz en medio de tanta iniquidad, ya que seguramente se la volarán con un
misil atómico.
c) Me hago el indiferente y miro para otro lado, total este partido no es mío y
nunca lo jugué;
Obviamente que salvo que algún lector me considere un idiota galopante (4),
me queda como única opción válida la cuarta posibilidad, la cual es -con
seguridad- sobre la que voy a trabajar de aquí hasta finalizar la nota.
Sin embargo, esas diferencias más que separar deben unir. Esto es algo así
como la metáfora del Archipiélago, tan cara a los compañeros anarquistas, que
dice que son un conjunto de islas que están separadas por aquello que las
une. Un elemento común, el agua, es lo que separa y a la vez une a las islas
en ese conjunto que geográficamente se define como Archipiélago.
Pero hoy, la izquierda vive sin utopías, las ha perdido por el camino de la
derrota, perseguida por los fantasmas de los fracasos del socialismo real y de
las escisiones, tensiones, descomposiciones y disputas entre los socialistas de
distintos lugares que han llevado a que el sector político más progresista -y
motor de los grandes cambios sociales- esté desorientado en cuanto a la
interpretación de la teoría y, lo que es peor, en la práctica de la política como
acción revolucionaria.
Para tomar un caso que conozco de cerca, voy a hacer referencia a lo ocurrido
durante los últimos treinta años en mi país. En la Argentina, la gran crisis
definitiva -y hasta hoy prácticamente terminal- la vivió el socialismo cuando
desde algunos sectores político oportunistas se pretendió hacer la Patria
Socialista con la camiseta prestada por el peronismo. Y así nos fue, no
solamente a los socialistas, sino también al resto de los argentinos. Eso fue
como juntar el agua con el aceite, no era factible mezclarlos. Más aún, el
socialismo muchas veces se había mofado del carácter eminentemente
emocional con que se rodeaba el peronismo en sus discursos mitológicos, con
su culto a la personalidad del líder y en sus prácticas políticas ritualizadas por
la chabacanería. Para la intelectualidad socialista vernácula eso era algo así
como reducirse a una conducta política ingenua, infantil y vacía de contenido.
Sin dudas que tenían razón. Pero ¡cuidado!. La intelectualidad alejada de lo
compartidamente humano, que es lo afectivo, da como resultado un neutro.
Algo que quiere ser pero no puede llegar a serlo. De ahí en más es como si el
socialismo, desde la Argentina, anunciara al mundo que ya no tenían más
espacio sus discursos y sus luchas. Los tristes acontecimientos que se
sucedieron en el país a lo largo de estas tres décadas, ya se podían anticipar
en sus consecuencias nefastas (15) desde esta pequeña historia.
El socialismo significó -y así espero que siga significando- una alta cuota de
honestidad política. Esto no está dicho en los términos de los clásicos
discursos de barricada para lograr votos o tontos que a uno lo síganme (16).
Está dicho con todo el significado y significante que pueda estar puesto en
ellas. El socialismo es y fue no sólo el de Carlos Marx, sino que también fue y
es el de la Luxemburgo. El socialismo no es ni fue ni será un fin en si mismo
que justificase cualquier medio empleado para llegar a la meta propuesta. El
socialismo era una forma de vida que servía para alcanzar objetivos. Nada
más, lo que no es poco. Era, y continúa siéndolo, un medio y nunca un fin. Era
una herramienta de trabajo político, ya que quienes en su momento adherimos
a él lo hicimos convencidos de que por ahí pasaba el tren de la historia (17).
Pero era una historia pensada e imaginada en los términos del progreso, del
bienestar; la lucha de clases fue un instrumento para lograr una sociedad
enteramente justa, no sometida, libre y democrática. Pero no fue así, desde el
comienzo Moscú comenzó a hegemonizar autoritariamente la vida democrática
de los diferentes partidos comunistas nacionales, a la par que intentaba
terminar con las formas -quizás algo ingenuas- de las socialdemocracias. El
Partido Comunista no fue capaz de ofrecer a los jóvenes aquello que
buscábamos, en tanto que otras formas de expresiones socialistas a veces se
quedaban cortas en sus pretensiones o declaraciones revolucionarias, para lo
que eran nuestras demandas. Pero lo peor, es que aquellas otras estructuras
políticas solo se preocupaban de hablarnos mal del comunismo, con un
discurso semejante al que podía vender el Selecciones del Reader's Digest.
En realidad -lo que actualmente estoy pretendido analizar- nos dice que el
malo de la película -por entonces- no era el tradicional imperiocapitalismo que
se devoraba a sus hijos y a los hijos de los Otros, sino que el malo era el
Partido de Stalin que gobernaba desde Moscú. Nos cambiaron la cara a los
tantos con que se jugaba. Algunos optamos por seguir en la lucha como
francotiradores aislados y aparentemente delirantes. Otros se fueron. Algunos
otros se quedaron en las estructuras. Me olvidaba, otros -y no fueron pocos-
cayeron asesinados por las balas de las dictaduras, siempre proclives a hacer
blanco certero entre los socialistas, comunistas y personas librepensantes de
cualquier fracción que se tratare.
Hoy, como ayer, el socialismo sigue siendo un polo convocante para los que
aún creen que se pueden hacer cosas diferentes a las que el establishment
nos ha habituado. Tal creencia no es semejante a la que postula el
posmodernismo tanta veces proclamado y bien sistematizado por la filosofía de
Lyotard o la política de Fukuyama. Obviamente que tampoco coincide con la
creencia de la Iglesia (18), por más tercermundista que ésta se defina como
una estrategia del discurso hierofánico por captar tontos en el mar que fuese.
Sigue siendo la creencia que definió y describió hace más de un siglo Carlos
Marx. La misma que algunos discípulos (19) e intérpretes la comprendieron en
su sentido humanista y otros la desviaron en su favor personal, para -de esa
forma- satisfacer íntimas inclinaciones autoritarias y autocráticas que venían a
imponer el terror a sangre y fuego -como lo hiciera el stalinismo- en quienes
habían depositado su confianza y dejado -a lo largo de la lucha revolucion aria-
objetos y sentimientos irrecuperables, valiosos y queridos.
El socialismo, en estos primeros años del Siglo XXI, y por mucho tiempo más
hasta que no se logren los objetivos propuestos más arriba, significa todavía
una esperanza de vida en dignidad. Para que esa esperanza tenga
posibilidades de tomar una forma y contenido (21), es preciso que empecemos
a limpiarle la cara y llamar a las cosas por su nombre, sin eufemismos.
Esto significa volver a recorrer los viejos textos donde está el abecedario en el
cual alguna vez se abrevó con pasión y deleite pero, simultáneamente, es
necesario actualizar a aquel abecedario. Actualización, aggiornamiento, no son
términos que significan necesariamente el pragmatismo a que nos tienen
acostumbrados los filósofos y ¿pensadores? neoconservadores que tan bien
representan al capitalismo contemporáneo. Ya en otro lugar hice la diferencia
entre oportunidad y oportunismo, por tal razón no voy a dedicar espacio a
considerarlo. En la actualidad se trata de tener en cuenta la oportunidad
histórica de ajustar el discurso a una juventud que no está preparada -ni
tampoco le interesa- la mojigatería casi moralinesca que muchas veces tuvo el
discurso socialista. Pero esto es una cuestión de tácticas y estrategias
políticas, que tendrán que considerar y tener en cuenta los que actúan como
políticos profesionales en cada uno de los ámbitos culturales donde actúen. Sin
em bargo, al respecto, es preciso que señale un tema que me inquieta con
respecto al discurso pretendidamente progresista de amplios sectores políticos
socialistas. Es el que se refiere a no tener en cuenta algunas de las demandas
hechas por la población, tanto cuando son gobierno como cuando son
oposición o minoría con escasa representación parlamentaria.
Estimo que la falta de políticas claras al respecto, son las que condenan día a
día a que los políticos socialistas se vean relegados del favor electoral. La
represión no es la única forma de combatir el auge de la delincuencia que se
produce como consecuencia ineludible de las perversas políticas económicas y
sociales en que se haya sumida la mayoría poblacional. Existen otras formas,
pero no viene al caso tratarlas aquí, simplemente dejo expuesta una falencia
grave que es llenada en su requisitoria por las organizaciones de la derecha
reaccionaria que hacen del "gatillo fácil" -disparar primero y preguntar después-
la venta de una panacea peor que la enfermedad que pretenden curar, un
síntoma que aflige a vastos sectores de la población mundial. Inclusive, no es
extraño ver al robo y el homicidio entre pobres como un fenómeno cotidiano,
no se trata solamente de una demanda de los "chanchos burgueses".
Pese a todo, a mí, hoy con más de sesenta años a cuestas, todavía el
socialismo me sigue siendo útil, no solo como instrumento de especulación
intelectual, sino fundamentalmente como una forma de vida. Me continúa
sirviendo para tener vigente la pulsión de vida, el deseo de estar en este
mundo, pese a las miserias del mismo. Y esto obedece a que todavía creo que
se pueden hacer muchas cosas por lograr la justicia, la paz, la dignidad, en fin,
todo aquello que le falta a la condición de lo humano para pretender ser algo
más que un bípedo, es decir, un Hombre.
Pero, sin lugar a dudas que si solamente para esto sirviera el socialismo,
entonces no sería otra cosa que una masturbación intelectual de individuos
tomados de a uno. El socialismo tiene vigencia para satisfacer las pulsiones
individuales de manera orgánica y estructurada con la de los otros, no sólo de
manera aislada, sino asociados de una manera solidaria en un proyecto
compartido con otros, común, de esfuerzos por satisfacer las necesidades
-legítimas- de cada uno de los que aporten su grano de arena al bienestar de
todos los habitantes del planeta. En la actualidad, más que nunca, estimo que
es el socialismo la única oferta válida para superar el individualismo esquizoide
que está anestesiando y embargando el sentir y el pensar contemporáneos. El
socialismo sigue siendo la única barrera efectiva para evitar el retorno a un
estado de cosas reaccionarias y ofensivas para la dignidad humana.
Para finalizar. Como se habrá podido observar, no quise utilizar cita
bibliográfica alguna, esto ha sido así para ser coherente con lo sentimental que
me ha llevado a ser socialista. Podían haberse hecho una y mil citas
bibliográficas, pero se hubiera desmerecido el sentido que he pretendido darle
a este artículo.