Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Por Favor, Dejame Odiarte PDF
Por Favor, Dejame Odiarte PDF
ANNA PREMOLI
3
Sttefanye Isa_Peti
Cleta Vickyra
4
Julieta 9768 MaryJane♥
Basarab_Coutness MaraD
Francatemartu Laumoon
Maniarlb Yanii
Eneritz Gabymart
Yayitaalen Angie
Sarii MaraD
LadyPandora
MaryJane♥
Vericity Carmen15
A mi marido Alessandro,
6 de lo incomible.
Oscar Wilde.
Dedicatoria------------------------------------------------------------------------------ 4
Dedicatoria 2---------------------------------------------------------------------------- 5
Sinopsis---------------------------------------------------------------------------------- 7
Capítulo 1-------------------------------------------------------------------------------- 10
Capítulo 2------------------------------------------------------------------------------- 16
Capítulo 3------------------------------------------------------------------------------- 27
Capítulo 4------------------------------------------------------------------------------- 33
Capítulo 5------------------------------------------------------------------------------- 38
7
Capítulo 6------------------------------------------------------------------------------- 52
Capítulo 7------------------------------------------------------------------------------- 55
Capítulo 8------------------------------------------------------------------------------- 59
Capítulo 9------------------------------------------------------------------------------- 69
Capítulo 10------------------------------------------------------------------------------ 83
Capítulo 11------------------------------------------------------------------------------ 91
Capítulo 12------------------------------------------------------------------------------ 96
Epílogo----------------------------------------------------------------------------------- 237
Agradecimientos----------------------------------------------------------------------- 239
Jennifer e Ian se conocen desde hace siete años y los últimos cinco se la
han pasado haciéndose la guerra. A la cabeza de dos equipos en el mismo
banco de inversión londinense, está siempre el enfrentamiento abierto y
9 declarado entre ellos. Se detestan, no se soportan, y no hacen más que
poner los palos entre las ruedas. Hasta que un día por casualidad son
forzados a trabajar en un mismo proyecto: Administrar los fondos de un
noble y rico cliente. Y así se encuentran teniendo que pasar mucho de su
tiempo juntos, incluso fuera del horario de oficina.
L Pero después cometo un error: miro el reloj. Dios mío, no lo puedo hacer…
Estoy corriendo como una loca por la calle de Londres porque es la primera vez,
en casi nueve años de honrada carrera que estoy en un clamoroso retardo. Yo,
perfecta independiente y jefa del mejor equipo de asesores de impuestos fiscales de
todos los bancos, estoy retrasada el día de una presentación importante. Apenas llego
delante de los torniquetes, y sin perder tiempo vacío todo el contenido de la cartera en
el suelo. Jadeo por la carrera y por los nervios, sin contar que tengo que encontrar
10 aquella condenada tarjeta de identificación y debo apresurarme, sino de otro modo mi
cabeza rodará.
Me tiro en el suelo y busco desesperadamente entre los miles de objetos, hasta que no
recupere eso que me interesa. Sin esperar un instante más, devuelvo todo o casi todo
a la cartera, pero eso poco importa. Tanto es así que el brillo de labios que está
rodando fuera no es nada especial.
Bien, aquí estoy, ¡con un retraso de dos horas sobre la hora acordada!
—Que escena tan divertida. ¿Estoy en cámara indiscreta? —pregunta una pérfida y
profunda voz detrás de mí.
Mi mano queda suspendida en el aire y aprieto la tarjeta de identificación que estaba
por insertar en la máquina. No tengo ni que voltearme para saber a quién le pertenece
esa voz.
Bueno, ahora era oficial: no lo podré hacer…
****
Una parte de mí está tentada en pasar la identificación y continuar con mi camino sin
ni siquiera voltearme, pero eso podría parecer una fuga y el día en el que huya delante
de Ian St John será el día en que se haya proclamado el fin del mundo. Y a pesar de
todas las maldiciones y profecías tan queridas de los mayas y las películas de
Hollywood, parece que aún no nos llega ese destino.
—Hago lo posible por entretener a mis compañeros —le respondo apenas girándome.
Por el rabillo del ojo observo que su alta y amenazadora figura se acerca
peligrosamente. Paso con un movimiento rápido la tarjeta magnética y atravieso
corriendo el vestíbulo. Después presiono con furia el botón del ascensor delante de mí.
Tengo mucha prisa en caso de que no lo hubiera entendido.
—Nunca pensé presenciar una escena similar —me dice la voz que antes estaba detrás
de mí y ahora en cambio está… a mi lado, maldición. Al parecer, estamos todavía
parados delante de un ascensor que no termina por llegar. Tanta tecnología para
después encontrarse uno en este punto: no poder ni siquiera evitar a aquel colega con
el que no hubiera querido encontrarse nunca. Me pregunto, sin embargo, ¿no han
inventado todavía alguna app que eviten escenas de mierda como aquella que acabo
de hacer?
Incluso sin verlo, siento que me está mirando con evidente curiosidad. Si estuviera en
su lugar lo haría también.
Levanto un poco la mirada y quedo incinerada por los ojos más azules que nunca
hayan sido creados. Bajo rápidamente la cabeza, molesta de tanto resplandor. Qué
11 desperdicio inútil, dos ojos así de intensos sobre una criatura tan llena de sí misma, tan
altanera y tan odiosa.
Pero al parecer la curiosidad es más fuerte que yo, por lo tanto, mientras le lanzo un
último vistazo, sin darme cuenta se me escapa una risita.
Sus cejas negrísimas se fruncen en un signo de desconfianza. Es una expresión que de
hecho lo he visto asumir muy a menudo. Incluso realizo ejercicios frente al espejo para
parecer en lo posible más inquietante cuando nos enfrentamos. No es que logre en el
intento, estamos claros.
—Soy feliz de hacerte sonreír en un día tan difícil para ti. No tenías una presentación
digamos… ¿hace una hora, Jenny? —me pregunta sabiendo como molestarme
—Bastardo —susurro entrando finalmente al ascensor.
Ups, creí que sólo lo había pensado, pero evidentemente no fue así.
Ian me sigue y se ríe.
—Estaré también en un dramático retraso pero, ¿tú como que nunca entras a esta
hora? Un fiel deber que generalmente no pierdes oportunidad de hacer notar —le digo
áspera como una mora recogida muy prematuramente.
—Un desayuno con una cliente —dice con voz neutra, para nada molesto por mi
acusación.
Por supuesto, Ian saca a todas las clientes. Se dice que incluso se desmayan delante de
él. Para ser sincera, es probable que se desmaye toda la población femenina de este
edificio. Incluso aquel de al frente. Y ese de la vía siguiente…
Me da mucho gusto ser la única que no lo hace.
Una mano aparece detrás de mí y presiona el botón del quinto piso.
—Puesto que estás tan retrasada, al menos podrías pulsar el botón del ascensor —
señala con sarcasmo.
La verdad es que me he distraído, maldita sea y esta mañana no necesito de otro
problema más.
La cabina comienza a subir con una leve sacudida.
—Vamos Jenny —pregunta otra vez—. Dime qué cosa sucede. Tú nunca has llegado
retrasada…
Y es así como al final me doy la vuelta hacia Ian, quien me mira como un cazador que
está a punto de dispararle a su presa. Un mechón rebelde de cabello negro cae
travieso sobre su frente. Lo aleja con un gesto bien estudiado de esos ojos tan
intensos. Si fuera una mujer imparcial, tendría que admitir que un contraste similar es
bastante notable, pero por suerte soy muy consciente cuando se trata de Ian, por lo
tanto puedo pasar de su aspecto físico. Con la idolatría de mis compañeras, es más
que suficiente.
12
—Aclaremos una cosa —le digo molesta—. Primero que todo no es asunto tuyo por
qué he llegado tarde esta mañana y segundo, no pretendas que te importa algo,
porque sé muy bien que no te importa un comino.
Al principio mi frase parece no provocar ninguna reacción. Pero entonces, en sus
labios bien esculpidos, se asoma una descarada sonrisa de burla.
—Jenny, Jenny, como puedes pensar una cosa semejante de mí —me dice como si se
dirigiera a un niño pequeño mientras el ascensor se detiene en nuestro piso. Me volteo
para salir de esta trampa mortal, cuando oigo detrás de mí un cambio en su voz. Ahora
se escucha más bien aburrida. Con cierta satisfacción me doy cuenta que me tomó
cerca de dos minutos y medio hacerle perder los estribos. Impresionante, pero
siempre puedo mejorar.
—Sin embargo, me concierne a mí, puesto que me han llamado para calmar la ira de
Lord Beverly, que esperaba a su asesora fiscal exactamente hace una hora.
Y con esta frase se encamina rápidamente a la sala de reuniones. Me quedo pasmada
por un momento, luego inicio mi camino para alcanzarlo.
Pero cuando por fin logro alcanzarlo él se encuentra abriendo la puerta de la sala de
reuniones con decisión; por lo que no puedo hacer otra cosa más que seguirlo adentro.
Delante de nosotros mientras tanto, habían preparado una especie de sala de té y la
escena sería realmente de cabaret, si no supiera que era la única culpable de este
espectáculo fuera del programa.
El temido Lord Beverly estaba en efecto bebiendo té, entretenido por nuestro jefe,
Colin, que se encontraba con el rostro rojo y claramente nervioso. Y Colin nunca se
ponía nervioso.
Pero hoy había una excusa más que valida, porque se sabía que todos siempre se
ponían nerviosos frente a Lord Beverly, un hombre de aspecto ostentoso y
amenazante. Que contaba con toda la presunción que se podría esperar de un noble
inglés que piensa que todavía vive en el siglo XVIII, junto con la arrogancia que
proviene de las montañas de dinero que poseía.
Generalmente los nobles de hoy en día se habían jugado todo lo que poseían por
generaciones y nosotros los simples mortales por lo menos podíamos mirar cómo se
iban reduciendo. Pero Lord Beverly no, se creía superior por nacimiento y también por
dinero. Lo que su familia había poseído desde siempre lo había sabido invertir muy
bien gracias a unas minas en Nueva Zelanda.
—Ian, muchacho mío —le dice Beverly cortésmente y se levanta para saludarlo.
Por un momento sacudo la cabeza creyendo estar soñando. ¿Beverly cortés? ¿Qué
13 demonios le habrá puesto Colin en su té?
Ian le aprieta con firmeza la mano y sonríe naturalmente. Sí, natural, como no…
—¡Lord Beverly! ¡Qué placer volverlo a ver! —exclama Ian relajado. Claro, él no es el
que llega con retraso, por lo que puede permitírselo.
—¡El placer es todo mío! ¿Tu abuelo está bien? Desde hace tiempo que no lo veo por el
club, espero que esté todo bien —le informa educadamente Beverly, como si casi
fuera un ser humano como todos nosotros.
Colin y yo nos echamos una mirada preocupada. ¿Y si nos vamos y los dejamos con
sus bromas aristócratas?
Pero justo cuando estoy por dar mi escapada, Lord Beverly se da cuenta de mi
presencia. Tenía que ser más rápida.
—Ah, Señorita Percy… ha llegado… finalmente. —Su contestación me suena como a
condena de muerte. Su tono de voz cambió al instante y se tornó tan fría como el Polo
Norte.
—No sé cómo disculparme con usted por el retraso. —intento justificarme, pero me
interrumpe al instante con un gesto de la mano y una mirada dura. Alguien le debería
recordar que no soy su perro.
Y creo que está a punto de decirme algunas cosas, cuando Ian interviene.
—Se ha tratado de un grave problema familiar, Lord Beverly. Espero que acepte la
disculpa de mi compañera.
Y Beverly, quien estaba por mandarme hace un segundo al mismísimo infierno antes,
se para y me observa fijamente. Se le puede ver en el rostro la lucha interna que está
teniendo. Es claro que mi problema no le interesa un pepino. En lugar de eso, le
importa más congraciarse con St John. Eso sí que es lo más curioso, nunca me imaginé
que Beverly tuviera necesidad de congraciarse con algún alma viviente en toda su
existencia.
—Bueno, imagino que a todos le ocurren de vez en cuando problemas familiares. —
termina por ceder. Se entiende que lo dice de mala gana, pero le toca.
Es chocante, y por un momento me quedo literalmente con la boca abierta. St John 1
vs. Beverly 0.
Una parte de mí está casi decepcionada, pero la otra parte, la más racional, está de
verdad más tranquila. Vuelvo de nuevo a respirar. Y pensar que tampoco me di cuenta
de estar en apnea1.
—Le agradezco por la compresión —le digo teatralmente.
Encontrándonos en este punto Colin decide intervenir. —Visto que hemos arreglado
14
todo, propongo que Lord Beverly confiara en su asesora fiscal. Por lo que Ian y yo los
dejamos trabajar en paz.
Y dicho esto, se encamina hacia la puerta. Sin embargo Lord Beverly parece tener
otras intenciones.
—Colin, estaba pensando, ¿qué me dices si también Ian estuviera presente en la
reunión?
Mi mandíbula cede, mientras mi boca se abre. ¿Ian en una reunión conmigo? Beverly
no se da cuenta de la cosa que está pidiendo.
Pero Colin recuerda demasiado bien los tiempos tormentosos en los cuales Ian y yo,
trabajando juntos, nos hemos enfrentado, y vuelto a enfrentar un sinfín de veces. El
pánico ahora le inunda el rostro tan blanco como el papel. Pobre hombre, esta
mañana entró directo en el top ten de las personas más perdedoras de su existencia.
—Señor Beverly, creo que Ian tiene una cita... —tartamudea Colin, tratando de salvar
la situación.
Pero Beverly no es del tipo de dejarse intimidar por las citas ajenas, y al final terminó
sentado en esta sala de reuniones hace una hora, intentando beber de a sorbitos el té
y comer galletas de mantequilla, y sabe bien que todo lo que pida será concedido.
—Tengo que insistir, Colin. —se limita a decir, maldición, sabe muy bien que eso es
todo lo que necesita para que se cumpla su orden.
1
Apnea: Se denomina apnea a una enfermedad del aparato respiratorio cuyo síntoma es la interrupción
de la respiración por, al menos, diez segundos.
Nuestro jefe asiente resignado. —¿Crees poder estar libre, Ian? —le pregunta.
—Solo necesito alrededor de dos minutos para desocuparme de mis asuntos. Si me
disculpan, me retiro por un momento —dice el hombre más solicitado del día, y luego
desaparece.
****
****
****
Me reúno enseguida con Colin, que se encuentra parado frente a la máquina de café.
—Te has librado por un pelo hoy —me dice el jefe. Pero su tono no es de reproche.
—Lo sé, Colin, no pienses que no sé lo que he arriesgado. Ha sido un error, uno de esos
que no tengo la más mínima intención de volver a cometer.
Colin introduce dos monedas en la máquina, y luego pulsa rápidamente una fila de
botones, poco después me da un café hirviendo. Lo pruebo y está muy dulce.
—¿Extra de azúcar? —le pregunto.
—La necesitarás… —me dice en tono misterioso.
—Entonces será mejor que me siente.
—Eres una mujer fuerte, estoy seguro de que lo conseguirás incluso si es incómodo. —
Y me guiña el ojo.
—Venga, Colin, sabes que consigo encajar las malas noticias —le digo estoicamente.
Realmente, empiezo a intuir a dónde quiere ir a parar y no me gusta nada.
—Y tú, Jenny, sabes bien de que se trata o no tendrías esa cara agria después de beber
el café más dulce de tu vida.
Parece que tengo un jefe sabio.
—Sé de qué se trata pero no quiero quitarte la incomodidad de tener que decírmelo.
—Chica mala… Entonces, si no estás dispuesta a facilitarme la tarea, quiero que sepas
que Lord Beverly insiste en que lo respalden tú y Ian, juntos.
—Ah… —No consigo decir otra cosa. Desgraciadamente había acertado con las malas
vibraciones.
—Es obvio que nuestro cliente no sabe de sus problemas, y sinceramente, después de
hoy, preferiría que no lo supiese nunca —precisa.
—Escucha Colin —le digo seria—. Soy una persona que asume sus responsabilidades.
Entiendo que he fallado y que debo pagarlo de alguna forma, pero esto… esto es
mucho. Lord Beverly puede no saberlo, pero tú sabes lo que sucedió y también sabes
cuales son los riesgos.
19 Colin gira nerviosamente su café sin mirarme. —Han pasado cuatro años, Jenny,
esperaba que dos personas inteligentes y adultas pudiesen haber superado sus
diferencias en todo este tiempo.
—Cierto, si Ian fuese ligeramente adulto o inteligente. Pero de momento creo que le
hacen falta ambas características.
Mientras lo digo mi cara es como la de un ángel, quizás uno irrespetuoso, pero
siempre un ángel.
Pero en los ojos de Colin se nota cierto nerviosismo. —Jenny… —me reprende.
No dejo ni que termine la frase, se lo que va a decir. —Tienes razón, he hecho algo
estúpido hoy y debo asumir las consecuencias.
Colin intenta cambiar de táctica. —Intenta verlo de esta forma. Estás pagando por un
error que tú has cometido, pero Ian… él se ha visto envuelto en esta situación sin
quererlo. En este momento no creo que él esté precisamente saltando de alegría.
Visto así, la situación se vuelve más interesante. En el fondo, ¿quién soy yo para
negarle a Ian la alegría de tener que trabajar conmigo?
—¿Él ya lo sabe? —preguntó cargada de nueva energía. Nunca hay que infravalorar el
efecto de hacer imposible la vida del otro.
Colin sonríe resignado. —Veo que algunos trucos siempre funcionan. Ustedes dos son
como niños, Jenny. —me reprende con naturalidad.
—Perdona, pero en vista de que soy dos años mayor, el niño es él.
—Cierto, esos famosos dos años de diferencia…
—Esos fundamentales dos años de diferencia —le recuerdo muy seria.
La verdad es que hace cinco años todo empezó por una cuestión de edad, cuando
fundaron el primer equipo mixto de consulta fiscal, compuesto por economistas y
asesores, estuvieron obligados a una difícil e incómoda decisión. ¿A quién pondrían al
mando?
En ese entonces yo tenía veintiocho años, y una carrera increíble sobre mis hombros, e
Ian tenía veintiséis años y era una reciente adquisición, aunque a su favor se contaban
ya cosas increíbles. Decían que era un economista genial y brillante y que los clientes
hacían todo lo que salían de sus labios.
Bien, después de haber barajado varios candidatos, el banco debía elegir a quien
nombrar responsable entre nosotros dos. Los dos esperábamos obtener tal
reconocimiento.
La decisión fue muy difícil, pero al final el consejo, viendo la incapacidad para elegir,
decidió premiar a la persona más adulta. Necesitaban alguien con un mínimo de
madurez.
20
Dentro de mí sabía que aquel motivo era una excusa y que yo tenía todas las
condiciones para el puesto. Ser responsable de un equipo nuevo no quiere decir ser
solamente el mejor, aunque sin duda lo soy, sino también saber guiar y alentar al
grupo. Para mí Ian siempre ha sabido guiarse solamente a sí mismo.
De cualquier manera él tomó mal esa decisión. En un primer momento todos
pensamos que se despediría para irse a otro sitio, sin embargo adoptó una estrategia
más sutil. Decidió quedarse, pero desde ese momento sus días de trabajo tenían como
único objetivo: meterme en problemas.
Los primeros meses su hostilidad fue disfrazada, para desembocar en una guerra real.
Nuestras reuniones de equipo se volvieron legendarias e interminables.
Si yo decía A él decía B. Yo blanco él negro. Y así con todo.
Después de un año de lucha la situación se volvió insoportable, al principio intenté ser
superior a las provocaciones y seguir mi camino, pero tras el enésimo desprecio, volvió
a desacreditarme frente a un cliente, y perdí los estribos. Nos enfrentamos en su
oficina y le dejé bien claro lo que pensaba y él me insultó a más no poder.
Terminó fatal. Dejé que toda la rabia que tenía reprimida durante un año de continuas
peleas saliese a flote y al final terminé por darle un puñetazo en toda la nariz. Al
parecer lo hice bien porque Ian acabó con el tabique nasal roto y yo con una mano
lastimada toda una semana.
Antes de eso yo no había dañado ni a una mosca.
El episodio causó un gran revuelo, y para intentar salvar la situación, la empresa
decidió sabiamente que no debíamos trabajar juntos nunca más. Se nos asignó a cada
uno un equipo, y desde ese momento la guerra pasó a ser solo profesional. Cada uno
de nuestros grupos obtenía resultados extraordinarios intentando superar al otro,
aunque siempre en medio estaba conseguir el cetro del «mejor». Por el momento
estábamos bloqueados en un constante empate.
—Entonces, ¿crees que conseguirán no asesinarse en cualquier reunión en las que
estén juntos? —La voz de Colin me devolvió a la realidad.
—Han pasado cinco años, podemos intentar ser civilizados —le respondo asombrada
de mi misma.
Colin se sorprende satisfactoriamente, la vena diplomática nunca ha estado entre mis
mejores característica. Por lo que vuelve a sonreír. Por lo menos hay alguien que
todavía puede hacerlo.
—Me has hecho muy feliz. De verdad, Jenny, no tienes ni idea…
Pero sí que lo sé. Sé lo que significaba para él poder contar con personas dispuestas.
Admito que en los últimos cinco años no se ha visto muy a menudo un poco de sentido
común entre estas paredes. Quizá por una vez pueda intentar hacer algo por él, ya que
21
siempre me ha defendido tras aquel famoso incidente, además de haber salvado mi
puesto.
Al final, yo era la que lo había golpeado, y técnicamente era la mala ante los ojos de
los demás. Pero Colin sabía que si había reaccionado de aquella manera era porque Ian
había sobrepasado los límites.
—¿Prefieres que hable yo con Ian? —me pregunta el jefe.
En fin, tengo treinta y tres años y no necesito un escudo. Estaría bien, pero, por
desgracia, cada uno debía hacerse cargo de sus responsabilidades.
—No, te lo agradezco. Yo hablaré con Ian —le digo resignada—. Es mi asunto después
de todo.
Colin me da una palmadita en la espalda. —Suerte.
Algo me dice que la necesitaré.
****
La idea no me había resultado tan mala cuando Colin me lo había propuesto, pero una
vez que vuelvo a mi oficina me parece algo imposible. Y así acabo pegada a mi silla
toda la jornada.
Soy una cobarde, lo sé… y no es lo mío. El solo pensamiento es suficiente para
recomponerme del entumecimiento y enviarme a la acción.
La oficina está casi vacía y afuera esta oscuro. La hora de la cena ya había pasado hace
tiempo. Gracias a Dios mañana es sábado, así que los que pueden salen temprano
para disfrutar de su fin de semana fuera o para tener citas.
George, mi asistente, asoma la cabeza en mi oficina. —¿Todavía estás aquí? —me
pregunta como si no pudiese ser verdad.
—Eso parece…
Me lanza una mirada rápida, en su gesto veo compasión.
—Suerte —me dice.
Y sé a lo que se refiere. Probablemente toda la oficina ya lo sabía.
—Gracias, George. Ten un buen fin de semana. Diviértete —le respondo.
Una parte de mi quería que Ian ya se hubiese ido, así podría pasar los próximos dos
días tranquila y esperar hasta el lunes para afrontarlo, pero hoy la suerte huye de mí,
como polvo al viento.
26
A
umento la velocidad mientras mi auto hace ruidos en el camino a través de los
campos a las afueras de Londres. Estoy en el campo, cerca de la finca de mis
padres.
Aquí todo es orgánico, todo lo que es políticamente correcto.
Mis padres son criaturas extrañas, por lo menos para una persona como yo.
Son ingleses, pero anti-monárquicos, vegetarianos, veganos para ser más precisos,
antirreligiosos, o al menos están lo más cerca al budismo que a cualquier otra religión,
no están casados pero en realidad son una pareja, y apoyan a todas las organizaciones
27 no gubernamentales que puedan existir. Han dado a luz a tres hijos: Michael, mi
hermano médico quien trabaja para Amnistía Internacional y otros grupos que ayudan
a los refugiados en todo el mundo, y mi hermana Stacey, quien en cambio, es una
abogada que ofrecía asistencia jurídica gratuita a quienes no podían pagar los
servicios de un abogado.
Así que es fácil entender por qué me siento como un pez fuera del agua dentro de mi
familia. ¡Yo soy una asesora especializada en impuestos! Ante sus ojos ayudo a los
ricos a hacerse más ricos y por lo tanto automáticamente soy la encarnación de las
malas compañías, casi una especie de satanás con falda.
Pero también soy su pequeña y por ello se esfuerzan por tolerarme. Si yo hubiera sido
la primogénita, sin duda hubiera sido repudiada con el paso del tiempo. Sin mencionar
que cuando Charles entró a formar parte de mi vida, mi familia me vio con ojos más
magnánimos.
Pero ahora sin él, sin duda regresaré al final de la clasificación familiar.
****
32
—E
stoy en casa —grito decidida mientras cruzo el umbral de mi
apartamento. Tres habitaciones preciosas más cocina y sala, que
comparto con Vera y Laura, en una zona a las afueras de la ruidosa
ciudad. En los últimos años mi sueldo se ha elevado considerablemente y podría vivir
en una zona más céntrica y segura, pero mis amigas no se lo pueden permitir, así que
hace años decidí quedarme con ellas hasta irme a una eventual convivencia o
matrimonio. No hay duda que me quedaré aquí para siempre.
—Hola Jenny —me saluda Vera, tirada sobre el sofá del salón intentando leer un libro.
33 Vera siempre lee un libro, mientras cocina, mientras limpia o mientras hace la compra.
Trabaja en una biblioteca y decidió inconscientemente leer todo lo que está escrito.
Así que no pierde el tiempo. Nunca.
—Hola, ¿algo interesante? —le pregunto agachándome en el sofá delante de ella.
Asiente sin apartar la mirada de la página.
—¿Todo bien con tu familia?
—Como siempre —digo dejando las sobras sobre la mesa.
—¿Que hay en ese paquete? —pregunta curiosa.
No sé cómo lo ha visto sin haber levantado los ojos del libro. Evidentemente tiene
capacidades extrasensoriales. Me rió antes de decir—: Minestrone de mi madre para
Charles. —Esto le hace dejar el libro sobre la mesa instantáneamente. Me lanza una
mirada preocupada con sus preciosos ojos verdes.
—Bromeas, ¿no?
—Ojalá —le respondo resignada.
—Entonces tus padres no lo saben…
—Hoy no era el día, además estaba demasiado cansada para enfrentarme a ellos —
intento justificarme.
—Necesitas unas vacaciones —me dice Vera injustamente—. Necesitas mandar al
diablo a todos y todo por una semana. Puede que ir a cualquier sitio exótico que te
ayude, que tal las Mauricio o las Seychelles.
—¿Sabes que si me fuera tendría que decirles a mis padres que he estado en
Afganistán para ayudar a los necesitados?
Vera me mira resignada. —¿Te das cuenta que, en comparación con tu familia, la mía
parece casi normal?
Y escuchar eso de una persona cuya madre se ha casado cinco veces y su padre ha
tenido tres hijos con distintas mujeres, resulta bastante significativo.
—De todas formas se lo diré. No quiero mentir para siempre. Solo debo superar esta
tensión en el trabajo y volver a la normalidad —le respondo cansada.
—Siento por lo que estás pasando —me consuela mi amiga.
—Lo sé, y estoy muy agradecida a ti y a Laura por ser mi apoyo moral. De verdad, sin
ustedes dos las próximas semanas serían inaguantables hasta para una mujer dura
como yo.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —me pregunta preocupada.
—Trabajaré en un equipo maravilloso —le digo fingiendo alegría. Pero ella no se lo
34 traga.
—¿Con quién? —me pregunta con desconfianza. Mi expresión basta para hacerla salir
de las dudas—. Oh Dios, no con…
Deja la frase sin terminar para obtener un efecto más teatral.
—Claro que sí. Señorita Percy, tenemos una gran oportunidad: usted y el conde de
Langley son perfectos para esta misión suicida. —Al final la hago reír, no creo que me
quede de otra.
—¡Oh, cielos! Lo siento tanto, Jenny —dice seria.
—Vera, no te preocupes por mí. Sé defenderme, en serio.
Ella lo piensa un segundo y después ríe sin parar. —Sí, ¿pero quién defenderá a la
nobleza inglesa de ti? —pregunta irónica.
—Por favor, no me digas que ahora tenemos que tratarlos como una especie en vía de
extinción —le digo preocupada.
—¿Sabes que esta vez no puedes romperle la nariz aunque se lo merezca? —me
recuerda Vera—. Y no lo digo por su nariz, que no me importa mucho, lo digo por tu
carrera.
—Lo sé, lo sé —le aseguro—. De todas formas, no debería haberle roto la nariz la
primera vez. Y yo tampoco lo digo por su nariz, solo por la no violencia. Gandhi no
estaría muy orgulloso de mí. Y tampoco mi madre. Años y años de no violencia ¿y que
es la primera cosa que hago en un momento de dificultad? ¿respondo con un
puñetazo? Qué banal…
—Bueno, no es un hombre cualquiera —me hace ver mi amiga.
El problema es que tiene razón, en el fondo sé que Ian es la única persona que me hace
perder los modales. Y para una persona racional como yo no es una gran satisfacción
admitirlo.
—No, realmente no es uno cualquiera. Es mi némesis en la vida, parece ser —admito
suspirando.
—Más que nada, tu antítesis —me hace notar.
—Cariño, quisiera enserio que lo fuese, pero soy lo suficientemente realista para
entender que es mi némesis y no mi antítesis. Porque en nuestras diferencias
extremas, en realidad sus características son como las mías. Y por eso me hace perder
la paciencia, porque razona de una forma similar a la mía y logra tocar los botones
justos.
Vera está afectada por mi análisis. —Preciosa, deberías ser psicóloga.
—Pensaba que lo sabías, los asesores son de hecho psicólogos. Deberían darnos un
35 título honorario.
Ella me tira un cojín, mientras continua riendo. —¡Eres asesora fiscal, no un juez de
paz!
—Es por eso que conozco la vida, muerte y milagros de mis clientes.
En ese momento entra Laura en escena. Tiene una cara larga.
—¿Qué pasa? —le preguntamos ambas a la vez.
—He roto con David —responde entre seria y desesperada.
Para que entiendan, Laura rompe con David una vez a la semana y siempre es un
drama.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Porque es un idiota, ¡no se quiere comprometer! ¡No se quiere casar tras siete años
de relaciones! Siete años, ¿os dais cuenta? —nos dice y se tira en el sofá al lado de
Vera.
Para ser sinceras, lo sabemos muy bien, porque David lleva siete años repitiéndole a
Laura que no se quiere casar y que no es un tipo de casarse, pero sí de vivir juntos. Y
aquí está el problema: David quieren que vivan juntos mientras que Laura no quiere
hacerlo si no es con un vestido blanco. Parece que son dos posiciones irreconciliables.
Sin embargo a pesar de todo eso se quieren de veras mucho y por lo tanto, después de
algunos días hacen las paces. Para volver a pelear enseguida después. Y así vuelve a
empezar todo de nuevo.
—¿Y si en vez de casarte pruebas primero a vivir con él? —me atrevo a preguntar.
Ella me fulmina con la mirada.
—Nunca —me dice—. Tengo valores y convicciones y nunca en la vida lo haré, o tengo
una boda como Dios manda o no tendré nada.
Quisiera decirle que vivir juntos es distinto que nada, que es como un matrimonio en
todos los aspectos y que mis padres conviven felizmente desde hace cuarenta años
así, pero sé que sería inútil. Cuando está enfadada es mejor dejarlo pasar hasta que se
calme.
Se crea un silencio incomodo en la habitación hasta que Vera exclama: —¡Sé lo que
necesitamos ahora mismo las tres! —Laura y yo la miramos consternadas—. ¡Un
nuevo corte de cabello! —dice convincente.
Vera ha cambiado tantas veces el color de su cabello como para haber batido un
record. Es una experta en tintes, solo saben más que ella los peluqueros profesionales.
Quizá por una vez tenga razón.
—Me apuntó —le digo—. Creo que necesitó un cambio radical en mi vida.
36 Intento alejar de mi cabeza esa molesta voz que me sugiere que intento cambiar
porque cierta persona me lo sugirió. Está claro que es ridículo, si quiero hacer algo con
mi cabello es porque quiero, no porque lo haya dicho Ian.
De repente Laura también parece estar interesada. —Siempre he creído que Jenny
sería una perfecta rubia.
—¿Rubia yo? —le digo en shock.
Vera se muestra de acuerdo. —Absolutamente, un rubio con mechas de sol evidentes
y muy claras.
—¿Pero, se han vuelto locas?
Vera ya se ha levantado del sofá y esta yendo al baño. —Creo que tengo todo lo
necesario —nos dice al minuto siguiente.
—¡Adelante, empecemos!
—Chicas, ¿pero están bien? ¿Rubia? Y, no es por poner en duda tus habilidades Vera,
¿pero me vas a hacer las mechas? —le pregunto preocupada.
Por un momento Vera pone una expresión ofendida y cruza los brazos sobre el pecho
retándome. Después ve mis ojos aterrados. —Necesitas un cambio drástico, ¿por qué
no hacerlo? Y sabes perfectamente que soy buena y que no tienes que preocuparte
por nada.
No dudo de sus capacidades, solo del efecto final… bueno, para ser honesta, también
tengo algo de miedo de lo primero.
—Venga, siéntate en esta preciosa silla y cierra los ojos. Si quieres ciérralos hasta el
final. Mi asistente Laura y yo lo haremos todo.
Y es así, como al final me dejo convencer, y por primera vez en mi vida me tiño el pelo.
37
E
s lunes, son las siete y media de la mañana y en la oficina no hay casi un alma.
Menos mal, me digo a mí misma serena cuando salgo del ascensor y escudriño
el horizonte.
Diría que mi enemigo no ha llegado todavía, también porque, efectivamente, la hora
es poco apta para cualquier lunes por la mañana. Pero para mí no es un lunes como
cualquier otro. Hoy es el lunes que marca el principio de mi colaboración con Ian. ¡Qué
pensamiento tan molesto!
Tamara aparece de repente delante de mí cuando estoy a punto de entrar a mi oficina.
—Hola Jennifer —me saluda afable.
38
Ella siempre es agradable y amable con todo el mundo, es así por naturaleza. Lástima
que su jefe sea un hijo de puta de primer orden. Espero que al menos le sirva para
fortalecerle un poco el carácter.
—Hola Tamara —le respondo cortés, pero luego me doy cuenta de que está como
petrificada frente a mi puerta y me mira con la boca abierta, en el rostro se le puede
ver plasmado el asombró más completo.
—¿Es algo malo? —le pregunto inocentemente. Sé bien por qué me está mirando tan
absorta.
—Nada —dice distraída y me sigue escudriñando—. Es porque estás tan... tan
diferente... —se aventura a decir finalmente.
—Puedes decir eso otra vez —le respondo sonriendo.
Estoy completamente diferente, lo que realmente me gusta. Vera es un genio.
Tengo una cabeza rubia, mi cabello es ligeramente ondulado y suelto. Me olvidé de la
cola de caballo que he llevado los últimos veinte años de mi vida.
Por no hablar de que llevaba un traje negro con una falda de raja audaz y tacones
altos. Siempre he sido una mujer de los mil pantalones y zapatos bajos.
—Has cambiado, tú sabes... mucho... —dice—. Pero estás muy bien —se apresura a
decir.
—Te lo agradezco. —Sé que tiene razón.
El cambio estético en teoría debería también ser un cambio interior. Esperemos que
sea verdad. Esperemos haber cerrado las fallas y lo de presa fácil.
Unos segundos más tarde llega también George, que no hace nada por ocultar su
apreciación.
—¿Qué demonios te ha pasado? —pregunta—. No es que no me guste, pero es un
cambio bastante drástico.
—Rompí con Charles —me limito a contestar. No conseguiré nada dando tantas
vueltas al asunto.
Él asiente con la cabeza. —Eso es algo, por lo que puedo estar feliz. Realmente Jenny,
¿dónde consigues a un profesor de filosofía hoy en día? —bromea.
Tengo que admitir que tiene razón y sonrío ante su pregunta. —Qué quieres que te
diga, tengo un don especial.
—Deberías elegir la próxima vez a alguien con espina dorsal. No tanto como la tuya,
porque sería imposible, pero al menos la mitad —me sugiere con las mejores
intenciones.
—A decir verdad, por ahora nada de citas. Quiero aprovechar para respirar y
39 concentrarme en mi trabajo. El caso Beverly me mantendrá bastante ocupada por las
próximas semanas.
—Incluso Ian ha incluido su nombre en la agenda —dice Tamara perpleja.
—Lo sé —confirmo como si la cosa me fuera totalmente indiferente. Y cielos,
realmente me gustaría que lo fuera, porque realmente me molesta a muerte. Ese
hombre me provocara ulceras antes de los cuarenta—. Es un caso que vamos a seguir
juntos, como solicitó específicamente el cliente —le explico a los dos.
Y ambos abren la boca como si fueran peces fuera del agua.
—¿Ustedes dos van a trabajar juntos realmente? —pregunta George—. Quiero decir...
había oído algo al respecto el viernes pasado, pero pensé que ustedes habrían
encontrado una manera de evitarlo.
—Sí, esa era la idea inicial, pero muy difícil de lograr —admito.
George y Tamara me miran asombrados. En general, nada es imposible para dos
personas como nosotros.
—Buena suerte —dice George riendo.
—Últimamente me lo repites a menudo. Gracias, de todos modos, voy a necesitarla.
****
Pocas horas después Colin se asoma por la puerta de mi oficina. Él también, parece un
poco consternado por mi nuevo look.
—Hola Jenny —me saluda mirando mi cabello. Como si fuera tan extraño en una mujer
cambiarse el color. Su secretaria se lo cambia al menos una vez al mes y nadie se da
cuenta.
—Buenos días —le contesto, concentrada en los datos sobre mi pantalla.
—Hay una sala de reunión libre —me comunica. Y sé inmediatamente a que se refiere.
—Gracias, has tenido una buena idea. Mejor un terreno neutral.
Colin sonríe con satisfacción. —Me lo imaginaba. Así que la reservé por dos horas. La
sala no está insonorizada, sin embargo —señala.
—Lo sé, tengo años de experiencia detrás de nosotros, ¿recuerdas?
Mi jefe levanta los ojos al cielo. —Digamos que habéis dado una gran cantidad de
espectáculos dentro de estas paredes. Las secretarias se quejan que desde que no
trabajan juntos, todo se vuelve extremadamente aburrido y predecible.
—Por lo que nuestra nueva colaboración está causando gran curiosidad... —le digo
cuándo termina la frase—. ¿Pero aburrido es una buena cosa en nuestro caso, no es
40 así?
—No me sorprendería si alguien tratara de colocar algunos bichos en la sala de
reuniones sólo para escucharte. Tienes una manera de... hacer las cosas… ya sabes...
ardientes —confirma mi jefe.
Miro a Colin perpleja. —Bueno, no es exactamente la palabra que yo usaría, pero me
imaginó que algunas personas podrían pensar así —admito.
Colin está a punto de salir, cuando se vuelve una última vez y me dice. —De todos
modos, estás genial, rubia. —Y me hace un guiño desapareciendo.
****
La sala de reuniones está desnuda y con lo esencial. Se dice que está desprovista de
cualquier cosa en el momento de mis querellas con Ian, porque temían que pudiera
lanzarle algún objeto contundente. Visto como terminaron las cosas, tenían un punto.
Cuando más tarde me decidí a entrar, veo que Ian ya está sentado cómodamente
hablando por teléfono. Si hubiera sido cualquier otra persona, le daría un poco de
privacidad, pero Ian no merece ninguna amabilidad, entonces que se vaya al infierno.
Sin parar de hablar me mira de una manera inquisitiva. Tiene una expresión
indescifrable en el rostro, aun así sigue mirándome.
—Tengo que decir adiós —dice finalmente al teléfono—. No sé muy bien qué planes
tenga para esa fecha. No puedo prometer nada, pero si tuviera que ir ocasionalmente
a la zona, sin duda haría un alto. Adiós mamá —dice antes de colgar. Rápidamente
pone el teléfono en el bolsillo y está listo para atacar.
—Tamara me dijo que te habías hecho un cambio de look drástico —bromea—. Pero
ciertamente no imaginé hasta qué punto.
Yo estaba realmente esperando ver su cara de sorpresa, o por lo menos tener la
ventaja psicológica sobre él, pero su asistente se había ido de la lengua, por lo tanto
adiós efecto sorpresa.
—Las mujeres suelen cambiarse el peinado, ¿qué tiene eso de raro?
—Tú nunca lo haces —responde simplemente, cerrando la boca después del discurso.
—Bueno, ahora lo he hecho y quien dice que no lo haré en el futuro. —En ese
momento pensé que tal vez el rojo me quedaría bien—. ¿O es que acaso existe alguna
norma que requiera que siempre me quede igual? —le pregunto con sarcasmo.
—Tu problema es que a pesar del cambio exterior, de hecho sigues siendo la misma de
siempre. Es éste tu drama del que no puedes escapar —me dice en tono de
41 sabelotodo.
Esto es realmente agradable.
—¿Se te ha pasado por la mente que nunca he querido cambiar o huir lejos de lo que
soy? —le pregunto irritada.
—Quizás tú no lo quieras, pero, evidentemente, tus novios quieren escapar, sin duda
alguna —replica dejando caer su as bajo la manga.
Antes del final del día iba a tener la cabeza de Tamara en mi escritorio, pequeña
serpiente traicionera.
Ahora bien, ¿si le doy por segunda vez un puñetazo en la nariz, quien dice que pueda
condenarme? ¿Sus puños verbales no son quizás tan insidiosos?
—Ah, ah, esas palabras viniendo del hombre que no recuerda el nombre de la mujer
con la que estaba ayer por la noche, es como un elogio —le respondo en el mismo
tono—. Pensé sin embargo en una solución: te aconsejaría que las llamaras a todas
por un nombre genérico, que tal “cariño” así no correrías el riesgo de confundirlas.
Equivocar el nombre en la mejor parte, es tan de plebeyo, y en cambio a ti te importa
tanto ser un lord, ¿no es cierto? —lo provoco.
La expresión de Ian de repente se vuelve intensa. Intensamente enojado, diría yo.
Golpeado y hundido.
Durante unos segundos nos observamos con evidente antipatía. Luego, decido dejar
atrás las bromas. —Si hemos acabado con el intermedio, ¿qué dices de pasar al
trabajo? —le pregunto.
Me siento a su lado y abrí el archivo de la presentación del viernes. Pero ni siquiera
tengo tiempo para sacar una hoja cuando lo siento acercarse.
—Antes de empezar, hay algo que quiero decir —dice Ian serio.
Mi silencio es una clara invitación a continuar
—La gente como Beverly está acostumbrada a hacer negocios de la manera
tradicional. Es más una cuestión de relaciones y no de soluciones. Puedes tener la idea
más brillante del mundo, pero lo que cuenta es como se lo sirves en el plato. Él es un
hombre acostumbrado a ganar, siempre, y espera continuar siendo así. Si propone
algo es porque quiere que sea realizado, y no debido a que otro se lo sugiriera. No
vuelvas a dudar de que él sea quien tenga las ideas más eficaces.
Lo miro a ver si realmente cree en lo que está diciendo. Sus ojos azules me dicen que
esta vez va en serio.
—No entiendo por qué tiene que pagarnos. Si ya es capaz solo... —siseo cantando las
palabras.
42 Ian siempre se pone nervioso fácilmente. —No seas estúpida, ¿sabes que es así como
funcionan las cosas? El secreto está en sugerir algunas ideas que luego se presentarán
como propias. Sólo tenemos que meterle una pulga en la oreja.
—Estás bromeando, ¿verdad? No voy a tratar con tamañas manías de algún viejo snob
de pacotilla —exclamo nerviosa.
Ian resopla. —Siempre caemos de nuevo en este punto, ¿no? ¡Para ti sólo es una
guerra de clases! —me acusa.
Desplazo con violencia un mechón rebelde que sigue cayéndome sobre el rostro.
—No es una cuestión de clases, es una cuestión de mera inteligencia. Si se le paga a un
experto es para obtener su opinión. ¡Si usted es capaz de resolver el problema por sí
mismo, entonces ni siquiera busque ayuda! —explico con vehemencia.
—Muy bien, entonces lo haremos así. Sugiero un período de observación, un período
pre-decisional, durante el cual se evaluará cuidadosamente a Beverly y su forma de
pensar y rediscutiremos esta cuestión fundamental. Porque todas las soluciones que
tenemos que tomar, no serán nada si no somos capaces de encontrar el camino
correcto.
—¡No te atrevas a insinuar que yo no puedo hacer mi trabajo! —le digo molesta.
—Yo no insinúo nada, es un hecho que tienes la sensibilidad de un rinoceronte.
—¿Yo? ¿Y qué me dices de ti? ¡Guau, la inteligencia y la sensibilidad personificada! —le
digo a mi vez avanzando amenazadoramente en su dirección.
—¡Bueno, seré mejor que tú! Has sido tallada en granito desde el día en que naciste.
—¿Celoso de mi carácter Ian? Bastaba decir lo...
Y quién sabe por cuánto tiempo más hubiéramos seguido insultándonos, si Colin no
irrumpe en la sala de reuniones. Justo a tiempo, como parecía.
—Por cierto, llamé antes de entrar. Pero entonces, ¿cómo podrían oír si gritan así?
Colin está muy enojado, se podía decir por el movimiento frenético de sus fosas
nasales. En el aire hay electricidad y tensión, y no proviene todo de mí y Ian.
—Tienen dos minutos para recuperarse y presentarse feliz y sonriente a mi oficina. Y
cuando digo sonriendo quiere decir que quiero ver incluso las muelas del juicio a
medida que avanzan a lo largo de ese corredor —nos dice amenazador.
Y con eso, se va golpeando la puerta detrás de él.
—Oops... esta vez hemos metido la pata hasta el fondo.
—Sí... —asiente Ian.
Rápidamente recogemos nuestras cosas y nos apresuramos a salir. En el pasillo están
43 todos esperando, es claro que han estado escuchando y sentido todo.
Tratando de sonreír aceleramos el paso para llegar a la oficina de Colin. Ian abre la
puerta y me invita a entrar, y por primera vez me encuentro haciéndolo sin discutir. Él
me sigue por detrás.
En silencio, nos sentamos en las dos sillas frente a Colin, que golpea sobre su teclado,
todavía enojado. Tras un minuto de silencio fúnebre, por fin se decide a levantar sus
ojos a nosotros.
—Pensé que estaba lidiando con personas adultas, pero al parecer todavía estamos en
un jardín de infantes, así que voy a tratarlos como tal. De ahora en adelante se
encontrarán fuera de aquí. Saldrán a las seis, y se tomarán un delicioso aperitivo
mientras trabajan en algún lugar, muy lejos de esta oficina. Lejos, ¿entienden? ¡No
deben ver a nadie! Les sugiero un lugar desconocido y donde no los conozcan. Les
propondría encontrarse por la noche en la casa de uno de los dos, pero luego pensé,
que sin testigos alrededor, me temo que la reunión se convierta en un baño de sangre,
por lo que por el momento me abstengo de hacer tales sugerencias.
Voy a decir algo cuando Colin me detiene con un fuerte gesto de la mano.
—Mi paciencia se acabó con ustedes dos. Después de este año, absurdamente pensé
que ustedes serían capaces de mostrarse más adultos y superar algunos conflictos
pasados, pero parece que me engañé. Los dos son idiotas, y créanme, estoy
haciéndoles un cumplido. Sin embargo, si ustedes desean enviar a la mierda sus putas
carreras, son libres de hacerlo. Pero no me arrastren con ustedes. ¿He sido lo
suficientemente claro?
Nunca he oído hablar de esta manera a Colin. Me avergüenzo como una ladrona.
—Has sido muy claro —le digo con la cara roja.
—Perfectamente claro —afirma Ian con gravedad.
—Bueno, entonces programen una maldita cita para mañana en la tarde y degollense
cuanto quieran pero fuera de esta oficina. Cuando hayan terminado, me gustaría que
hablen de su trabajo. De una manera seria y constructiva. Beverly les espera el sábado
por la mañana en su finca de Escocia para pasar un fin de semana maravilloso con sus
dos asesores favoritos de activos. Y honestamente, no los envidio para nada.
Después de la última oración continúa escribiendo con fuerza en el teclado.
Hemos sido rebajados en un minuto, una lección que duele. La expresión de ambos no
es de alivio una vez que salimos de la oficina de Colin. No es de extrañar entonces que
cada uno de nosotros regrese a su oficina sin decir una sola palabra.
****
44
Cuando abro la puerta de la casa, al día siguiente, Laura y Vera parecen casi asustadas.
De hecho, tienen razón, sólo son las seis, y yo nunca llegó a casa tan temprano desde
el día en que fui ascendida.
—¿Te sientes mal? —me pregunta Laura preocupada, no sólo por cortesía.
—Hola chicas, tranquilas, estoy bien, pero tengo una cita de negocios en media hora y
tengo que cambiarme, por algo informal. —Mientras lo digo, entro a mi habitación
para encontrar algo adecuado.
Cielos, ¿qué se puede usar en tales ocasiones? Ian me había enviado un e-mail esta
misma tarde con una dirección y hora. No sabía nada del lugar, pero había oído hablar
de él. Cuando le pregunto a Laura, que me había seguido a la habitación, ella rueda los
ojos.
—¿Y con quién debes reunirte en un lugar como ese? —pregunta sospechosa.
—Es sólo trabajo —me defiendo mientras agarro un par de pantalones vaqueros y una
camiseta negra.
—Esa camiseta es bastante escotada —señala Vera que entra en mi habitación—. No
trates de eludir el tema, ¿con quién te vas a ver?
Me detengo un momento antes de responder. —Si me juran que no se harán ideas
extrañas... —asienten cada vez más curiosas—. Está bien, tengo que encontrarme con
Ian. Pero es estrictamente una reunión de negocios. En la oficina nos peleamos
demasiado, por lo que el jefe ha sugerido, de hecho, nos ha ordenado que nos
encontremos en un terreno neutral. Y después de que casi nos matamos en la oficina
finalmente hemos decidido hacerlo afuera.
—¡Creí haberte enseñado algo! ¡No hay que tener testigos, Jenny! —se burla Vera.
—¡Es trabajo…! Eso es todo —preciso exasperada.
—Claro, cómo no... —hace eco Laura—, y el hecho de que estés tan tensa como una
cuerda de violín, es solo porque se trata de trabajo.
—¡No estoy nerviosa! —le digo con firmeza.
Pero en verdad sí lo estoy, maldita sea. Esta lucha con Ian me está cansando, mental y
físicamente.
En pocos segundos estoy lista, no me apliqué maquillaje ni me solté el cabello. En
cambio he reconstruido deliberadamente mi cola de cabello con la esperanza de
volver a la normalidad. No quiero correr el riesgo de que Ian se haga ideas extrañas.
También llevo zapatos bajos, ya que no tengo que impresionar en absoluto a nadie.
Me despido de las chicas y en poco tiempo estoy en el metro. Por supuesto, Ian ha
elegido un lugar poco visitado, reflexiono con ironía. Supongo que el tipo no conoce ni
siquiera un pub poco conocido o un barrio que no sea de lujo. Todo en él parece serlo,
45 desde el pelo demasiado largo, pero hábilmente esculpido por su estilista de
confianza, a su caros trajes a medida.
Fácilmente llego al lugar, que está lleno de gente de moda. Odio como son tan snobs.
Una chica que sirve en las mesas inmediatamente se da cuenta de mi mirada y trata de
ayudarme. —¿Estás buscando a alguien? —pregunta mientras me observa escudriñar
el lugar.
—Bueno sí, un hombre alto, moreno, ojos claros... —describo vagamente.
—Oh, ya veo —dice enseguida—. ¡Eres Jennifer! —confirma segura.
La miro con asombro.
—Sígueme, detrás hay una habitación más tranquila.
No me queda más opción que obedecer mientras ella hace su camino a través de las
mesas. En efecto, me lleva a una habitación mucho más íntima, donde se ven pocas
personas. En una mesa en la esquina que se encuentra escasamente iluminada está
Ian, leyendo la avalancha de correos electrónicos que siguen llegando a nuestro
BlackBerry, por lo que no me ha notado todavía.
—¿Es él? —me pregunta la chica.
—Desafortunadamente es él —confirmo. Parece sonreírme, como si me entendiera.
Le doy las gracias y me acerco a la mesa. Ian está al parecer trabajando, se ha quitado
la chaqueta y la corbata, también se ha arremangado las mangas de la camisa, pero el
resto sigue igual. Baja el teléfono y me mira con sorpresa. —Muy deportiva, por lo que
veo.
—Mi versión cómoda de incógnito —explico.
—Nada de vestido de vampiresa —dice casi sorprendido.
—¿Yo, como una vampiresa? Ian cielo, ¿ya has estado bebiendo? —pregunto
preocupada sentándome.
—Ni una gota de alcohol —vuelve a contestar—. El alcohol retarda los reflejos, y
contigo no puedo correr riesgos.
—Gracias, lo considerare como un cumplido —murmuro.
Por un momento permanecemos en silencio y nos miramos con hostilidad.
—Tenemos que darle vuelta a la página —me dice luego de una manera inesperada,
pero sin mucho entusiasmo.
—Lo sé —le confirmo con el mismo tono monótono, como cuando visito al dentista.
—Ayer las cosas dieron un giro para peor, otra vez.
—Lo sé —asiento. Yo también estaba allí.
46 —¡Y corremos el riesgo de arruinar nuestras carreras...!
—¿Ian, puedes omitir lo obvio? Estamos aquí porque ambos decidimos cambiar. Lo
entiendo, de verdad.
—¿Y estás lista para comprometerte? —pregunta fijando su mirada sobre mí.
—Si lo estás tú. —le respondo.
—Yo lo estoy, de verdad. —Hay un brillo peligroso en ese azul intenso.
—Entonces yo también lo estoy.
—Bueno, porque la secretaria de Beverly me acaba de enviar un memorándum para el
próximo fin de semana, y será muy difícil salir con vida de allí, si no estamos de
acuerdo.
—Lo imagino —confirmo. Quiero decir, está claro que las cosas debían cambiar.
—Bueno, yo diría que esta aclaración ha ido mejor de lo que pensé —dice él aliviado.
Lo miro con disgusto. —Escucha, soy una mujer extremadamente razonable, con los
que quieren razonar.
—Tú no eres para nada razonable —me acusa Ian mientras hace seña a la camarera
para que se acercara—. ¿Qué quieres tomar, Jenny? —pregunta casi galante, como si
no me hubiera ofendido un segundo antes.
—Me gustaría un capuchino —murmuro con rencor.
—Bueno, un capuchino para la señorita y un vaso de vino blanco para mí —ordena a la
chica.
—Tenemos que trabajar. ¿Vas a beber alcohol? —bromeo.
—Espero que ahora me pueda relajar. Por lo menos lo peor debería haber pasado.
—Mantén la esperanza —le digo mientras saco de la bolsa un pesado fascículo con
todo el conocimiento que tenemos sobre Beverly, sus subsidiarias y su familia—. Es
mejor no saber lo que vas a encontrar.
****
Dos horas más tarde, todavía estamos inclinados sobre los papeles, yo estoy mucho
más nerviosa porque he tomado una dosis masiva de cafeína y Ian más relajado,
porque ha tomado varios vasos de vino blanco. Incluso parece estar más cómodo, ya
que lanza algunas cuantas sonrisas y de vez en cuando trata de ser simpático. Con el
único resultado de ser capaz de irritarme.
Veo que se está esforzando, y eso me enfurece, porque realmente no puedo dar vuelta
47 a la página con la misma facilidad. Lo haría realmente, pero es más fuerte que yo. Su
proximidad es peligrosa, ya que sé cómo actúa: siempre trata de hacer que te relajes y
luego te golpea cuando menos te lo esperas. Lo ha hecho tantas veces en el pasado,
cuando lo conocí lo consideré como un muchacho brillante e inteligente. Pero luego
descubrí que era vengativo y prepotente.
Era mejor que no olvidara ese hecho y no bajara la guardia.
Pero toda esta tensión me estaba agotando, por lo que al final termino por tirar la
toalla.
—Yo diría que deberíamos continuar mañana, siento que la cabeza me va a estallar —
le digo levantando los ojos de un plan de titularización sobre una deuda corporativa.
Ian me mira con cuidado. —De hecho, no te ves muy bien. Demasiado estrés.
Y con un rápido movimiento de sus manos coloca sus dos dedos pulgares en mis
sienes y comienza a masajearme.
Mi estupor solo dura unos segundos, antes de que me retire. —¿Qué demonios estás
haciendo? —le pregunto brusca, tal vez más de lo que era mi intención.
—Trato de quitarte el estrés —dice como si fuera algo completamente normal.
Alejo sus manos, como si su toque quemara. —¡Por el amor del cielo, no invadas mi
espacio, no te acerques a mí, y especialmente no me toques! Tú eres la causa de una
buena parte de mi actual estrés, entonces quédate fuera de mi espacio vital —le digo
amenazante.
Ian se ríe de mis palabras. Debes pensar que estoy loca, pero no me importa.
—Ok, vamos a irnos —dice poniéndose de pie y haciendo seña nuevamente a la
camarera para pagar.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto mientras lo veo sacar su tarjeta de crédito
platino.
—¿Pagar? —responde sarcástico.
—¡Ah no, la que va a pagar soy yo! —le digo agresiva.
—De ninguna manera —afirma Ian decidido.
—Sí, Beverly es mi cliente. —le hago notar.
—Beverly es uno de nuestros clientes —explica y toma la factura de la cuenta.
Pero se lo arrebato de las manos y la coloco sobre la mesa. Luego saco un par de
billetes de mi cartera y se los doy a la chica que nos mira riendo.
—Ninguna mujer paga la cuenta cuando está conmigo —dice enfadado.
—De hecho, yo no soy una chica para ti, pero sí una colega. Me han hablado de tus
48 salidas nocturnas, y viendo que la noche todavía es joven, tienes tiempo suficiente
para llamar a una de tus bellezas llamativa de costumbre, así que definitivamente no
tendrás ningún problema para pagar la cuenta.
La cara de Ian era la viva imagen de la consternación, parecía haberse tragado un
limón. Tal vez y sólo tal vez, había exagerado un poco.
La camarera reconociendo la situación, toma la tarjeta de Ian, pero también mis
billetes. Después de unos pocos minutos de espera, le entrega a Ian la tarjeta y a mí el
cambio.
Nos levantamos y nos ponemos en marcha hacia la entrada. Ian en un silencio
ofendido. Antes de irme me vuelvo hacia él y lo cojo del brazo para llamar su atención.
—Quería disculparme, dije algunas cosas que no debería.
Él ni lo confirma, ni lo niega.
—Quiero decir, ¿qué sé yo de modelos o de relacionistas públicas? A lo mejor
comportarse así en ese ambiente es normal...
Ian agarra mi brazo, a su vez, y me impide seguir hablando. La escena es bastante
cómica.
—No empeores la situación —dice finalmente—. La manera en la que te disculpas es
bastante desagradable.
—Poca experiencia —confieso—. Por lo general siempre tengo la razón.
Este comentario extrañamente parece relajarlo y sonríe.
—De un modo bastante perverso eres también irónica, hay que reconocerlo.
—Por supuesto que sí. Ironía devastadora, pero ironía al fin y al cabo, ¿no?
Ian reflexiona. —Bueno, ya que salimos con vida de este aperitivo, ¿qué dices si
aumentamos la apuesta y cenamos mañana por la noche? Tengo una necesidad
desesperada de alimentarme de una manera decente.
Y yo estoy a dieta. Pero siempre puedo pedir una ensalada.
—Podríamos intentarlo. Pero esta vez nada de lugares llamativos, por favor. Y como
sé que no conoce nada de ello, mañana la elección será mía.
—¿Me veo como una persona de lugares llamativos? —preguntó irónicamente.
Mi mirada es bastante elocuente.
—Está bien, está bien, puedes escoger el lugar, incluso también puedes pagar la
cuenta y si no es suficiente incluso puedes elegir el vino —dice levantando las manos
en señal de rendición.
—Nada de vino, sólo agua. No te ofendas, pero el vino te pone raro. Luego cada uno
paga su parte. O dividimos la cuenta en partes iguales —le concedo.
49
—Que magnánimo de tu parte —dice él, levantando las cejas.
—Ahora me voy —me despido, tomando la dirección al metro.
—Me ofrecería a acompañarte, pero me gustaría señalar que ciertamente no necesitas
una escolta y sé que eres perfectamente capaz de conseguir llegar sola al metro,
entonces, como ves, me abstengo.
—Aprecio tu no ofrecimiento —le confirmo.
—Buenas noches —me dice.
—Y yo no te auguro nada, porque para ti la noche aún es larga. ¡Adiós! —Y
despidiéndome con la mano, me voy.
****
Vera y Laura están atentas mirando fijamente la puerta en el momento en que la abro,
y es así como comienzan a bombardearme con preguntas.
—¿Entonces? —me preguntan al unísono.
—¿Entonces que cosa? No nos hemos matado, si eso es lo que quieren saber —le digo
un poco a la defensiva. Me hago espacio en el sofá, entre ellas dos.
—No puedes decirnos solo eso. Después de que llevamos horas imaginándonos
escenas truculentas. Tú tirándole la bebida, él respondiendo lanzándote los
cacahuetes... quiero decir, ese tipo de cosas —dice Laura riendo.
—Fue una noche extraña —confieso, remarcando la última palabra—. Si soy honesta,
no sé de qué otra manera describirla.
—¿Extraña en qué sentido? —me pregunta inmediatamente Vera.
—Bueno, yo habría esperado más animosidad, ha habido claro, pero hemos sido
capaces de contenernos de alguna manera. Y hemos trabajado mucho, así que yo diría
que todo ha ido bien.
—Me alegro por ti. Entonces propongo una noche de solo mujeres mañana en la
noche, así celebramos tu soltería, porque seamos sinceros, perder a Charles es mucho
mejor que haberlo encontrado. ¡Y luego brindaremos también porque hice las paces
con David! —dice Laura con alegría.
Todos estos acontecimientos han tenido al menos el mérito indudable de no dejarme
pensar demasiado en Charles y no tener tiempo para compadecerme. Por lo general
siempre estoy de acuerdo en encontrar un motivo para festejar, pero esta vez tengo
que negarme. —¿Y si lo hacemos pasado mañana? —le sugiero—. Mañana por la
noche tengo que trabajar.
50
—Con Ian —dice Vera. No pregunta, simplemente lo afirma, riéndose.
—Sí, Ian, pero conozco ese tono... mi querida —la amenazo.
—¿Quién iba a pensar que nuestra amiga nos iba a desairar por un conde? —bromeó
Laura.
—Sí, y creer que fue educada para tener ciertos valores... ves a lo que la ha reducido la
ciudad... —hace eco Vera.
—¡Hey, ustedes dos, quiero que terminen! —digo indignada.
Pero se ríen a carcajadas.
—Hay que decir que el tema es interesante —continúa diciendo Laura—. ¿Has visto el
periódico sobre la mesa?
Vera lo recoge y comienza a hojearlo rápidamente.
—¡Aquí está! —exclama triunfante, mostrando unas fotografías que muestran a Ian
con su habitual belleza todas piernas y sin cerebro.
—Pero —dice un poco más adelante—. El chico tiene potencial.
—Oh no querida, el niño ya ha desarrollado suficiente potencial, así como arrogancia y
antipatía —la corrijo mientras mi mirada cae sobre una de las fotos. Tengo que admitir
justamente.
—¿Dices que es culpa del título, el dinero o de la apariencia? —pregunta Laura seria.
—Probablemente, una buena mezcla de los tres ingredientes. Ya sabes, si te crías de
cierta manera, asumes que todo te lo deben.
—Es una lástima. —dice Vera después de un tiempo.
—Sí —afirma Laura.
En cambio me quedo con el mando a distancia para cambiar de canal, porque
realmente estoy cansada de hablar de Ian. Mejor pensar en otra cosa.
51
E
stoy sentada en la mesa de un restaurante repleto de gente. Nada exagerado,
una normalísima pizzería en un barrio no particularmente especial. Estoy
segura de que Ian odiará el sitio y esto me produce un pequeño escalofrío de
satisfacción. Pequeño, pero, siempre políticamente correcto.
Aprovechando que llega tarde llamo a mi madre.
—Hola mamá —la saludo cuando responde al primer tono.
—Jenny cariño, estábamos hablando de ti —me informa solemnemente.
****
Unas horas más tarde estoy sentada en un majestuoso sofá de imitación estilo Luis
XVIII, decidida a beber un aperitivo, en espera de la llegada de la tan esperada hija de
Beverly. La cual, por cierto, está escandalosamente retrasada. Y es demasiado incluso
para una belleza tan rara.
Lo que tengo en la mano es mi tercer Martini, y si sigo bebiendo con el estómago
vacío, de mi lucidez quedara bien poco. Ian también debe de pensar lo mismo, porque,
sentado al lado mío, en un segundo sofá igualmente horrendo, me lanza una mirada
tensa.
Levanto una ceja, tratando de comunicarle que tenía que estar tranquilo, pero el
mensaje parece no llegar a su destino.
Beverly nos está deleitando con un monólogo acerca de la caza y sus logros. Ya que
estoy totalmente en contra de la caza, trato de concentrarme en Ian para no escuchar
los detalles sangrientos.
¡Sigo siendo la hija de ecologistas y pacifistas, que creen!
Ian se da cuenta de mi expresión de alarma y me mira tenso como una cuerda de
58
violín. Yo no le envidio en absoluto: por un lado, Beverly, por el otro, la odiosa señorita
Percy. Probablemente habría pasado mejores fines de semanas que este.
Finalmente, cuando ya hemos agotado todos los temas posibles y no somos capaces
de “hablar de negocios con el estómago vacío”, por citar al dueño de casa, entra la
estrella de la noche, o mejor dicho Elizabeth Beverly.
Me basto mirla un instante para entender por qué Beverly había insistido mucho para
tener a Ian como consultor.
No se trataba para nada de la falta de confianza hacia mí o de mis capacidades. En su
corazón, Beverly tenía que saber muy bien que puedo hacer bien mi trabajo. No, él ha
pretendido también tener a Ian porque lo que realmente quiere es tener a un futuro
duque como yerno.
Sobre mi rostro, por primera vez en muchos días, se pinta una verdadera sonrisa
profunda y sincera. Chicos, aquí la cosa comienza a ponerse divertida.
E
lizabeth es de una belleza bastante llamativa. Lo admito, muy llamativa.
Cabello esponjoso rojo fuego (no natural), ojos azules enmarcados por un
montón de rímel, que probablemente necesita emplear dos horas en la noche
para desmaquillarse. Siempre y cuando lo logre. Aunque el resto del maquillaje es
pesado, de verdad es demasiado, hasta para una cena elegante, y no creo que esta lo
sea…
Pero lo que aturde más que todo eso es el vestido: lleva uno de leopardo con vuelo,
que deja al descubierto kilómetros de piernas tonificadas y bronceadas. Está medio
59 desnuda y lleva sandalias de gran efecto, pero veraniegas. No puedo definirla como
idónea para el bendito mausoleo de Escocia. En esta habitación habrá más o menos
dieciocho grados. Afuera máximo cinco.
Por lo menos, llevo pantalones, camisa y un jersey negro amplio y caliente.
Ian ha palidecido en un batir de pestañas. Bien hecho.
—Elizabeth, querida, ven a conocer a nuestros huéspedes. Te presento al conde de
Langley —le dice su padre. Y finalmente entiendo quién es que decide en esta familia.
La hija mayor, creo que es más que evidente.
Elizabeth se acerca a Ian, que se ha levantado mientras tanto del sofá, y haciéndose la
diva le aprieta la mano. La toma poco decidida, reflexiono maligna, observándolos.
—Estoy honrada, Lord Langley, he oído mucho hablar de usted —dice con falso pudor.
Porque, una que se ha ensuciado de manera parecida puede ser púdica? No bromees.
—Imagino que basta abrir las páginas de cualquier revista de chisme —comento
levantándome y ofreciéndole la mano—. Jennifer Percy —digo decidida, mientras me
da la suya. Se la sujeto fuerte con mucho énfasis.
—¿Disculpa? —pregunta pasmada, y no sé si es por la frase o por el apretón.
Ian resopla a mi lado. —A Jenny le gusta bromear —dice a regañadientes, y me lanza
una mirada fulminante.
Cielos, como si fuera mi culpa que se dejara fotografiar por ahí con ciertos
esperpentos.
—Qué bonito debe ser tener una relación tan graciosa y genuina con el propio colega
—nos dice.
—Oh, Jenny es la franqueza hecha persona —confirma Ian. El tono es cortante como
una hoja.
—Incluso Ian no es de menos —le digo.
—Ah, ¡y no usas ni siquiera su título! —refleja maravillada en voz alta Elizabeth.
—No —confirmo segura. ¿Qué cosa debería hacer según ella? ¿Llamarlo lord e
inclinarme a su paso?
—No lo uso nunca —asegura Ian. De este modo parece más una concesión, que mi
propia decisión.
—Sí, pero no lo haría aunque tú lo usaras —insisto puntillosa.
—Jenny es… como lo digo… —se bloquea nuestro pequeño lord.
—¿Soy…? —le pregunto curiosa.
—Un poco irreverente —me dice por fin, luciendo una falsa sonrisa para el público.
—Eso y mucho más —respondo segura, mientras Elizabeth nos mira sospechosa.
60 Beverly está bastante desinteresado de nuestro discurso.
—¿Qué opinan si nos acomodamos en la mesa? —sugiere.
—Claro —le digo rápido. Finalmente nos sirven algo que no sea alcohol.
Beverly me ofrece su brazo e Ian lo hace igualmente con Elizabeth.
De este modo ostentoso llegamos hasta el comedor, donde nos sentamos, frente a un
derroche de plata y platos antiguos que brillan a la luz del imponente candelabro.
Espero realmente que Beverly haya hecho reforzar el techo antes de colgar semejante
cosa. Debe pesar una tonelada. Y tengo muchas cosas que hacer antes de morir
aturdida por el exceso de opulencia.
—Entonces, Ian —se informa Beverly—. ¿Cómo está tu abuelo?
—Bastante bien, la edad se hace sentir pero siempre es el hombre que todos temen.
—Por fuerza, es un duque —le hace notar Elizabeth riendo.
Lo juro, no entiendo que es tan divertido.
—En efecto —insisto—. Es un duque y no una divinidad egipcia.
Por un momento todos me miran levemente pasmados. Bien.
—No, mi abuelo ciertamente no le gustaría ser comparado con las momias. —
confirma Ian riendo de mi observación. Los otros también se relajan frente a su
broma.
Mientras tanto en la mesa aparecen una serie de bandejas, una detrás de otra. De
manera bastante dificultosa intento encontrar algo apto para una vegetariana como
yo.
Elizabeth nota rápidamente mi titubear con respecto a la comida. —¿Todo bien,
señorita Percy? —pregunta la perfecta dueña de casa.
—Absolutamente, solo tengo poca hambre —le aseguro. Falso, me estoy muriendo de
hambre, pero no es educado decirle al propio huésped que en su mesa no hay nada
adecuado que pueda comer—. Sin embargo, por favor llámame Jenny, todos lo hacen
—le digo sonriendo para desviar el discurso de la comida.
—Con mucho gusto, Jenny —me dice sinceramente contenta.
Impresionante. Esta muchacha tan llamativa en realidad es una criatura insegura y
común. Ninguna gracia, ninguna ironía cortante. Peor. Ausencia completa de ironía.
¿Pero está muy segura de querer a un tipo cínico y despiadado como Ian?
—¿En qué trabajas? —le pregunto tratando de hacer conversación.
61 —¡Soy relacionista pública! —exclama toda eufórica.
—¿En serio? —le lanzo una mirada muy significativa a Ian—. ¿En qué sector?
—Me ocupo de la organización de eventos y fiesta, ya sabes, en fin, ese tipo de cosas.
—me explica de manera muy apresurada, como si no lo supiera bien ni siquiera ella.
O bien no hace nada, pienso malvadamente. Ciertamente lo sé sin duda.
—¿Y el trabajo te deja mucho tiempo libre? —pregunto curiosa.
—¡Pero por supuesto! Un montón de tiempo libre para dedicar a comprar, por suerte.
—me confirma encantada.
Cielos, es hasta demasiado fácil, juro que no tiene gusto.
—Y en todo caso no trabajaré seguro toda la vida, una vez casada lo dejaré —se
apresura en precisar. Y le lanza una mirada elocuente a Ian.
—Por supuesto. ¿Y cuántos años tienes? —me muestro interesada mientras agarro un
pedazo de pan. He aquí, finalmente algo sin carne.
—¡Tengo veinticuatro años y trabajo hace nueve meses! —suspira como si ya estuviera
enferma y aburrida de esa rutina.
Ian queda por un instante con el tenedor suspendido en el aire. Los ojos azules están
bastante temblorosos.
—¿Y tú Jenny, desde hace cuánto tiempo te ocupas de cuestiones patrimoniales? —
pregunta para corresponder, no porque esté interesada.
—Desde hace nueve años —le respondo inocente.
—¡Caramba! ¡Nueve años es mucho tiempo! Si puedo permitírmelo, ¿cuántos años
tienes? —pregunta, preocupada de herirme de algún modo.
—Claro que puedes preguntarlo. Tengo treinta y tres años —le digo calmada. No
tengo en absoluto problemas en revelar mi edad.
—¿Y no te has casado nunca? —pregunta. El tono es levemente alarmado.
Apenas escucha esta frase, Ian quiere estallar en risas y para no hacerse descubrir
comienza a toser. Le lanzo una mirada amenazante mientras lo veo secarse las
lágrimas debido al esfuerzo.
—No, nunca me he casado —confirmo.
—Yo espero verdaderamente estar casada a tu edad. O al menos haberlo sido —aclara
la chica.
—Nunca he sido del tipo de casarse —le digo tranquilamente.
Elizabeth está visiblemente sorprendida por lo que digo, tanto que su padre se
apresura enseguida alentarla.
62
—Pero claro que estarás casada —le dice, logrando solo en parte hacerle volver la
sonrisa vacía de antes.
El contacto con una treintañera soltera con una carrera debe tenerla bastante agitada.
Pobrecita.
Pero luego recuerda de prisa su misión y vuelve a lanzar miradas seductoras en
dirección a su conde, futuro marqués y futuro duque. Porque ese es su objetivo, es
claro para todos.
Ian trata de simular, pero se trata de un deseo tan evidente que no podrá decir
realmente no haberlo entendido.
La cena transcurre tranquila y sin más tensiones, hasta que no nos queda otra cosa
que afrontar el tema de los negocios. Al menos, nosotros tratamos de hacerlo, porque
en realidad Beverly no tiene muchas intenciones de hacerlo.
—Este fin de semana debe servir, sobre todo, para conocernos —nos dice mientras
regresamos al salón—. De los negocios nos ocuparemos cuando regresemos a
Londres.
¿Qué? ¿Y nosotros qué demonios hemos venido a hacer en esta fría y remota parte de
Escocia? Le lanzo una mirada bastante preocupada a Ian, que evidentemente debe de
haber pensado la misma cosa.
—Los dejó jóvenes para que conversen —nos dice por fin, despidiéndose. Y mientras
se va, me lanza una mirada elocuente. Es claro para mí, quería que dejara solos a los
dos tortolitos.
También Ian lo ha entendido, porque de repente me agarra la mano mientras nos
hemos sentado en el sofá y se inclina hacia mí.
—Déjame aquí solo y te la hago pagar —me susurra amenazante, el pánico en su
mirada.
Por un segundo estoy casi tentada a quedarme para ayudarlo. Desafortunadamente
para él, aquel casi no basta para retenerme.
Me libero de su agarre y me levanto decidida. Después me acerco y con la excusa de
darle un beso en la mejilla, murmullo—: La próxima vez te aconsejaría no
amenazarme, prueba en cambio a suplicar. A lo mejor funciona.
Y con una sonrisa maliciosa me encamino hacia mi triste habitación.
****
63 Estoy sentada sola frente a la enorme mesa del comedor, deseosa de deleitarme con
mi desayuno. Pero lo único que me atrevo a comer es el pan con mantequilla: la
tortilla tiene bacon y de las salchichas con lentejas mejor no hablar. Hay magdalenas,
pero están saladas, y con jamón de york en lugar de los arándanos habituales. Es una
lástima, me hubiera comido con gusto un simple huevo.
Estoy tan inmersa en mis pensamientos que no escucho entrar a Ian a hurtadillas en la
habitación. Me toca un hombro para saludarme, haciéndome dar un brinco del susto.
—Oye, no quise asustarte —me dice sentándose a mi lado.
—Estaba perdida en mis pensamientos —me justifico mientras observo su cara de
cansancio—. ¿Has dormido mal? —le pregunto.
—Digamos que sí… —no hace sino confirmar estirándose.
—Y yo que pensaba que habrías encontrado compañía —bromeo irónica.
—Por favor. Y para que conste, esta me la pagas —dice sirviéndose una tortilla.
Lo miro con total inocencia. —¿Qué quieres decir? No te entiendo…
—Por favor, apenas pude liberarme de ella. Y luego temí que pudiese meterse en mi
cama. Es evidente que la habitación estuvo sin llave, así que dormí toda la noche con
una oreja tensa. Digamos que no fue un sueño muy reparador —se queja temblando
ante la sola idea de recibir visita.
—No está mal, ¿pero qué es una noche en vela para alguien como tú...?
Me lanza una mirada exasperada, entonces se centra en mi plato medio vacío.
—¿Quieres explicarme por qué no estás comiendo nada desde que llegamos? —
pregunta serio.
—Porque soy vegetariana, y aquí solo se habla de caza y se come sólo carne —le
contesto molesta.
—Ah... —dice sorprendido—. No me di cuenta.
–No es tu culpa, la perspicacia nunca ha sido el fuerte de ustedes los hombres.
Seguimos comiendo con tranquilidad, comentando lo bonita que es la campiña
escocesa, cuando de repente suena mi móvil.
Lo sacó del bolsillo y veo que es Vera.
—Hola querida —la saludo—. ¿Cómo va todo en Londres?
—¿Dónde dijiste que te encuentras? —me pregunta nerviosa.
—En algún lugar de Escocia, ¿Por qué?
—Es obvio que no viste la edición de hoy de The Sun —exclama.
64 —Hmm, no, será porque nunca leo periódicos de ese tipo. —le recuerdo. Sólo los
periódicos financieros, pensaba que era evidente para todos.
—Tienes suerte de que el resto la leamos —me comunica Vera.
Pongo el trozo de pan en el plato, un poco harta. —Quisiera seguir hablando de nada
contigo, pero ya sabes, me gustaría llegar a algún punto...
—Hay fotos tuyas en la sección de cotilleo —exclama.
Cieeerto, cómo noooo...
—¿Cuánto bebiste anoche? —le pregunto con preocupación. Generalmente Vera
siempre se las arregla para recuperarse para el domingo por la mañana, pero
evidentemente hoy es una excepción.
—No he bebido nada —exclama ofendida—. Me quedé en casa porque me dolía el
estómago.
Aquí hay algo raro.
—Bueno, está claro que no puedo ser yo. Debe ser alguien que se parece a mí —le digo
convencida.
—Jennifer, créeme, eres tú la de las fotos. Has sido fotografiada con Ian.
Tan pronto como lo dice alzo la mirada hacia el sujeto al que nos referimos. Este me
mira a su vez con aire interrogante.
—De acuerdo, conseguiré un periódico y te llamo después —respondo comenzando a
sentir pánico.
—Está bien. Y no te pongas nerviosa —me recomienda Vera. Eso me hace temblar aún
más.
Ian me mira preocupado. —¿Malas noticias? —pregunta.
—No lo sé, mi amiga dice que estamos en la sección de chismes del “The Sun”. Pero
está claro que debe haberse confundido.
—Sí, por supuesto...
Me pregunto por qué mientras me lo dice no parece particularmente convencido.
Me levanto rápidamente de la mesa en busca del ama de llaves. La encuentro en el
pasillo junto con Elizabeth. La pobrecita tiene una expresión turbada, y en la mano
sostiene el periódico. ¡Dios mío!
—Buenos días —les digo a las dos.
El ama de llaves gruñe a modo de respuesta, mientras que Elizabeth parece perdida.
—Buenos días —dice con una voz apenas audible.
65 —¿Vienen a desayunar con nosotros? Ian está ahí esperando por ustedes. —Pero ella
no muerde el anzuelo. Esto es serio.
Termino de bajar las escaleras y le entrega el periódico a la ama de llaves. Ahora me
tocará arrancárselo de las manos a esa Rottweiler que me mira como si fuera a
morderme. Algo me dice que no será fácil.
Ian aparece de repente en la puerta. —¡Oh, el periódico! Justo lo que estaba buscando
—dice socarronamente.
Y la señora no puede hacer otra cosa más que entregárselo. Aunque le molesta, y no
hace nada para ocultarlo.
Ian agarra la edición dominical y empieza a subir la escalera directo a su habitación. Y
lo sigo, a pesar de las caras agrias de las otras dos.
Lo alcanzo rápidamente y agarro el periódico.
—Si me permites, me gustaría verlo —le digo agitada.
—No te permito, porque quiero verlo antes yo —dice recuperando el periódico.
Llegamos peleándonos hasta su habitación. Ian se desliza en el interior, y yo le sigo.
—Y yo que pensaba que no tendría que temer un ataque por su parte, señorita Percy
—se burla de mí.
Le arranco de las manos el periódico. —No digas pavadas.
Extrañamente Ian me sonríe mientras trata de defenderse de mis ataques.
—Vamos, encontremos esas páginas incriminatorias —dice y se sienta a la mesa.
Debido a que su habitación es básicamente un apartamento de lujo, es algo
sobrecogedor. La mesa en la que está sentado en esta ocasión es una verdadera obra
de Luis XVI.
—¿Dónde está la sección de cotilleo? —me pregunta mientras empieza a hojear las
páginas.
—¿Y cómo diablos voy a saberlo? —le digo. Quiero decir, ¡esto no es precisamente el
tipo de cosas que leo!
Ian resopla. —En teoría eres un ejemplar para el género femenino. ¿Qué clase de
mujer eres tú, si no lees las páginas de cotilleo? —me acusa.
—Soy una mujer que no lee los chismes, es obvio. Hay de más tipos, ¿sabes?
—Sorprendente —se dice a sí mismo.
—Sí, supongo.
Después de un rato llegamos a la sección codiciada, y aquí, allí, está un poco
desenfocado pero es evidente que somos nosotros. El título del artículo es “La nueva
flama del heredero del duque de Revington” y nos muestra en el local mientras nos
66 despedimos. Estoy agarrando su brazo y él tiene mi mano cogida.
—Cielos... —estoy respirando con dificultad.
Ian prefiere no hacer comentarios.
A continuación, empiezo a leer en voz alta el texto.
—La muchacha misteriosa, que es desconocida para nosotros, es evidente que no debe
pertenecer al círculo habitual de amigos del conde... —digo en voz alta—. Dios no lo
quiera —comento y prosigo— …extrañamente no es una llamativa belleza pero es
evidente que el joven noble se preocupa por ella…
Y aquí me echo a reír. Una risa fuerte y realmente muy poco elegante.
—¿Qué? —exclama Ian molesto.
—Aquí dice que me miraste con aire soñador… —Y rompo de nuevo a reír a carcajadas.
Supongo que por lo general, en su presencia, las chicas no se atreven a disfrutar de
una manera tan torpe.
Ian continúa leyendo el artículo tratando de no distraerse. —De todos modos nada
comprometedor —dice una vez llegado al final.
—Está claro, la única cosa comprometedora a la que podrían asistir es una pelea —le
recuerdo tratando de ponerme seria.
—Nunca pensé que diría esto, pero afortunadamente... —está de acuerdo de forma
críptica.
—Aunque hubiera preferido no acabar en el periódico. Sabes, tengo una carrera y
credibilidad que defender, a diferencia de las damas que sueles frecuentar —me siento
obligada a señalar.
—No las frecuento —se defiende Ian—. Se trata de una cena de vez en cuando. Estoy
soltero en el fondo....
Alzo la mano para interrumpirlo. —No me importa con quien y lo que haces. Es tu vida.
Lo único que lamento es que incluso reunirse contigo es una maldición con el
resultado de que acabará en las noticias.
—¿Entiendes ahora a lo que me enfrento cada vez? —me pregunta.
Lo miro seria. —¿Entiendes que eres tú el que te metes en esta clase de situaciones? A
fuerza de gritar que viene el lobo, que viene el lobo, después de un tiempo nadie te
cree de nuevo.
—Por supuesto, señorita prometida perfecta y señorita convivencia seria —me dice
molesto.
67 —Nunca vivimos juntos —preciso.
—Exactamente —dice cruzando los brazos sobre su pecho.
—Sin embargo, esta vez no ocurrió nada grave. Sólo un periodicucho dominical —digo
en voz alta para convencerme.
—¿The Sun, un periodicucho? Esta fotografía a color ocupa la mitad de la página, si no
lo has visto —insiste mostrándomela de nuevo. ¿Pero de qué lado está?
—Cierra el maldito periódico —exclamo con voz ligeramente aburrida—. De hecho,
¿por qué no lo tiras?
Se lo arrebato y lo arrugo hasta hacerlo una bola antes de lanzarlo a la basura. Y le
doy justo en el centro.
—De todos modos, hay algo positivo —dice serio.
—¿El qué?
—Elizabeth probablemente se lo haya creído, y por lo tanto habrá decidido dejarme
en paz. —Este hallazgo le ilumina el rostro, maldita sea.
—Por supuesto, después de todo, haber ofendido a la hija de nuestro cliente ha sido
un movimiento genial... ¿Me pregunto por qué no pensé en eso antes? —le digo cínica.
Elizabeth es insoportable, pero Ian no tiene que saber nunca que pienso como él.
—Sí, debería haber pensado en esto antes —exclama el joven caballero ignorando
toda mi obvia ironía.
—Pero, por favor... —le digo, tratando de traerlo de vuelta a la realidad. Me levanto de
la silla decidida a abandonar—. Y ahora que todo esto está aclarado, me gustaría
hablar sobre el trabajo con Beverly. Ya hemos perdido demasiado tiempo —le digo
solemnemente.
Ian decide seguirme. —Nunca pensé que diría esto, pero estoy de acuerdo contigo.
Y diciendo esto abre la puerta.
****
Varias horas más tarde Beverly nos está saludando satisfecho, mientras entramos en
el coche listo para llegar a Edimburgo primero, y luego a Londres. Fuimos
extrañamente capaces de trabajar durante unas dos horas, antes de vernos una vez
más arrastrados a una conversación mundana y hueca, hábilmente dirigida por
Elizabeth.
Beverly estaba contento con nuestras propuestas y tal vez una vez que vuelva
esbozaremos un plan de acción convincente.
68
Estoy por volver a entrar en el coche, cuando oigo a Elizabeth dirigirse con tristeza a
su padre—: Y no me lo podía creer. Porque papi, ¡Ella es tan vieja!
Ehm, ¿vieja quién?
E
staba claro que todos en nuestra oficina habían leído el periódico del domingo,
aunque ninguno se atrevía a admitirlo abiertamente. Ninguno aparte de
George, que tenía una notable cara de circunstancias. Y así, el lunes por la
mañana, mientras estamos encerrados en mi oficina para trabajar sobre un caso, de
improvisto deja caer el tema.
—Entre otras cosas, todavía no he tenido tiempo para decírtelo, pero estoy contento
de que tú e Ian se hayan arreglado… —me dice sin conseguir reprimir una pequeña
sonrisa burlona.
69 Su tono debería ser serio, pero no lo es. Le lanzo una mirada fulminante.
—No nos hemos arreglado para nada —preciso intentando no dejarme distraer.
—¿Y entonces las fotos? —pregunta insistiendo y soltando esta vez una sonora
carcajada. Probablemente se estaba acordando de nuestra enorme foto.
—Ríete, venga, ríete —le digo resoplando—. De verdad, tienes que ser tan cruel con tu
jefe…
—Perdona, pero encontrarme un artículo así... ¡casi me quemo con el café ayer por la
mañana! —me informa, como si fuese mi culpa.
—Me resulta difícil de creer —le digo sincera—. Entonces, ¿qué se dice por ahí de las
fotos? —pregunto decidiendo cambiar de táctica. Si hay alguien que tiene el controlar
de la situación, ese es George, y merece la pena saber cómo están en realidad las
cosas.
Él se relaja en su silla. —Así que, ¿estás preocupada? —me dice extrañamente
satisfecho.
—No, querido, solo estoy un poco fastidiada. Esto es ridículo, ya que fue Colin el que
nos obligó a trabajar juntos fuera de la oficina para no molestar los ánimos con
nuestras peleas. ¿Nosotros los turbamos a propósito?
—No sabes cuánto —responde con su habitual ironía—. Entonces ¿solo es trabajo? —
pregunta de forma desilusionada.
—¡George! —exclamo enfadada—. ¡Pues claro! ¿Qué diablos quieres que haga con
alguien como St John?
George comienza a sonreírme de una forma que no me gusta nada.
—¡Está bien, está bien! —dice levantando las manos—. No te enfades, tenía que
preguntarlo. Porque querida mía, este será el tema de cotilleo del mes entre estas
paredes. Sin contar que tú estás soltera, él está soltero… sabes cómo son estas cosas
—trata de insinuar.
—¿En serio no hay nada mejor de lo que hablar en esta maldita oficina? —Sé que
debería reírme, y fingir desinterés, pero por algún motivo no lo consigo.
—No, es un mes muy aburrido. Y ustedes son noticia —me dice.
A esa conclusión también habría llegado yo.
—Claro que somos noticia, y desde hace cinco años, pero no en el sentido que ustedes
creen. ¡Podemos matarnos a fuerza de competencia y discutir! —me quejo
gesticulando quizás demasiado nerviosa.
—Sí, pero donde se discute tanto también hay mucha pasión… —sentencia George
imperturbable, hoy parece que se ha levantado convencido de ser psicólogo en vez de
economista.
70 La mirada que le devuelvo podría helar a los pingüinos del polo sur.
Mi asistente capta que es el momento de cambiar de tema. —Lastima —me dice
levantándose—. Las secretarias estaban deseando que hubiera algún verdadero
movimiento, ya entiendes lo que quiero decir…. —hace un gesto muy refinado.
Lo miro incrédula—. Si no tuvieras una mente tan brillante, George, ya me hubiese
buscado otro asistente. ¡Eres de veras un gran cotilla!
Él se ríe para nada atemorizado con mi pequeña amenaza. —¡Pero ese es mi encanto!
—contesta convencido.
—¿Encanto? ¡Eres cualquier cosa menos encanto!
George se está yendo cuando se encuentra en la puerta con Ian. Los dos se saludan de
forma un poco avergonzada. Luego George sale haciendo un guiño.
—Pero ¿qué les pasa hoy a todos? —me lamento con Ian, que está de pie al lado de mi
escritorio.
—¿Todo bien? —me pregunta. Debo de parecer una loca, con el pelo todo desgreñado
y la cara roja.
—Sí, gracias. ¿Por qué preguntas? —Mi tono debería ser más profesional, espero que
no se dé cuenta de mi extraña conducta.
Negar, negar, siempre negar. Sin tener en cuenta que Ian nunca me ha preguntado algo
así desde que me conoce. Esto es muy inquietante.
—¿No te puedo preguntar? —pregunta.
—No es que no puedas. Es que nunca lo has hecho. ¿Por qué empezar ahora? —le digo
un poco enfadada.
Ian decide sabiamente no dejarse llevar por mi mal humor. —Mejor tarde que nunca,
¿no?
—No, contigo no es así. Ahora lo que me pregunto es ¿por qué ahora? —le repito
dudosa.
De su gesto intuyo que no sabe qué decir. Le he puesto en claras dificultades.
—¿Puedo invitarte a un café? Tengo algo que preguntarte —me dice como si fuese
algo normal.
Todo esto no promete nada bueno.
—Por favor, Ian, este ya está siendo un día difícil. Necesito de verdad la seguridad en
mí misma, ¿entiendes? —imploro sabiendo que corro el riesgo de parecer una
verdadera loca.
—Te entiendo —me dice con el rostro de quien en verdad no consigue entender el
71 motivo de mi extraño comportamiento.
—Y ahora, por favor, quítate esa expresión culpable porque no te pega —le suplico.
Ian me mira casi ofendido y lucho con las ganas de lanzar el bolígrafo contra la mesa y
levantarme de la silla.
—Ok, ok, un café, pero de la máquina. Después de esta historia del periódico no voy
contigo ni al Starbucks.
Mientras vamos por el pasillo no dejo de darme cuenta que todas las cabezas se giran
en nuestra dirección. La sala, normalmente repleta de voces y gente, está ahora en
silencio. Perfecto, precisamente lo que necesito hoy.
Ian y yo nos acercamos a la máquina, donde él mete mecánicamente las monedas y
selecciona nuestros cafés, sin preguntarme lo que quiero. El hecho de que ya lo sepa
me enferma más todavía, si es posible.
—Venga, soy toda oídos —le digo con el vaso humeante en la mano—. Como todo el
mundo en la oficina —le hago notar un poco amargada.
—Así es, esa es la cosa. Quisiera poder hablar a solas —susurra bajando el tono de voz.
Detrás de nosotros se oye un estruendo. Creo que la secretaria de Colin se ha
desmayado.
—No me parece que sea una buena idea —respondo cortante. Veo a todo el mundo
alargar sus orejas, y no solo metafóricamente.
—Podría hablar aquí, pero después todo Londres lo sabría —insiste Ian. Se inclina
hacia delante y me dice con voz persuasiva—: Venga, Percy, te reto a aceptar mi
invitación.
Bastardo, sabe que no abandono nunca un desafío.
Reflexiono un segundo. ¿Qué podría ser peor? ¿Dar más que hablar a las serpientes de
la oficina, o encontrarme con el señorito en cualquier sitio fuera?
—Podría pensarlo, pero esta vez en ningún sitio de moda —respondo segura.
Parece de acuerdo. —Absolutamente. Elige tú, un sitio anónimo, uno de esos que solo
tú conoces.
La idea de que me esté ofendiendo ni siquiera le roza. ¡Faltaría más!
—De acuerdo, estoy pensando en un pub perfecto para nosotros —le digo razonando
cuidadosamente.
Le doy la dirección y la zona. Debo darle a favor, que mientras se lo digo ni siquiera
pestañea ante la mención de una parte de la ciudad que está muy lejos del centro y ni
72 siquiera es conocida.
—Bien —me dice alzando los hombros—. Allí estaré, a las ocho.
Luego me deja sola y vuelve a su oficina, mientras todas las cabezas curiosas se
vuelven en su dirección.
****
Sentada en la barra del pub bebo un whisky intentando relajarme. Siento que esta
tarde necesitaré toda la ayuda posible e imaginable.
Estoy cansada, estresada y sinceramente la última persona que quisiera ver es Ian. De
verdad la última persona. Creo que preferiría hasta ver a mi madre, lo que ya es decir.
Paul, el camarero, me entretiene con sus historias habituales, probando a distraerme
de mi evidente mal humor.
—¿A qué viene esa cara larga? —me pregunta sin resistir la curiosidad.
Paul nos conoce muy bien a Vera, Laura y a mí. Vivimos cerca del pub y venimos
mucho. Se trata de un sitio oscuro, anónimo, por lo cual es perfecto para relajarse.
Perfecto para nosotras tres.
—Estrés, estrés y más estrés —le digo resignada, mirando ensimismada el vaso ahora
medio vacío que tengo en la mano.
—Entonces ¡toma más alcohol! —me dice rellenándolo. ¿Parezco tan desesperada?
—Gracias. —Levanto el vaso a su salud mientras hago bajar otra gota de líquido ámbar
por la garganta.
—¿Las chicas vienen más tarde? —pregunta intentando que la pregunta suene casual.
—Hmm, no. Lo siento.
A Paul siempre le ha gustado Vera, pero todavía no ha tenido el valor de invitarla a
salir.
—Esta tarde vengo para encontrarme con un colega. Es una especie de cita de trabajo.
—le explico intentando justificar la ausencia de su preferida.
Paul me mira como alguien que se las sabe todas.
—Bien, querida, si tu “cita” es ese que acaba de entrar, no entiendo el por qué de esa
cara tan larga.
Me giro en dirección a la entrada y veo a Ian cruzar el umbral. Está mirando alrededor
intentando encontrarme, pero la oscuridad debe crearle alguna dificultad.
90
H
e dormido muy mal anoche. Todo culpa de la alta sociedad londinense y la
noche de gala. Por no hablar de que pasé una hora intentando
desmaquillarme antes de que pudiera caer en la cama. Y el día delante de mí
no prometía nada mejor.
Laura y Vera observaban preocupadas mi expresión perdida enfrente de la taza.
—¿Así que has hecho tu tarea anoche? —trata de informarse Vera deslizando una
sabrosa galleta en su boca.
—Más o menos. —confirmo con sueño. Estoy demasiado cansada para conversar esta
91 mañana.
—De todos modos, tengo que preguntártelo, ¿cómo haces para resistir a un tipo como
ese? —pregunta todavía mi amiga—. Porque te juro que yo no sé las cosas que haría....
La verdad es que aquel inesperado beso me tenía un poco preocupaba. Anoche estaba
tan nerviosa que cuando llegamos delante del portón de mi casa, literalmente me
escapé del auto saludándolo a duras penas.
Que figura. Pero en el fondo, para un hombre que probablemente besa quien sabe
cuántas mujeres cada mes, una más o menos no tiene que hacer ninguna diferencia.
Apoyo la cabeza desesperada sobre la mesa.
—¿Así que quieres decirnos todo antes de que abramos el periódico o tenemos que
llegar a conocer los detalles por la prensa? —me pregunta amenazadora Laura,
sacando el periódico de hoy.
—Ábrelo —murmure con la cabeza todavía en la mesa. En realidad no tengo muchos
deseos de contar mi noche.
Laura lo despliega en frente de ella y Vera. En la sección de eventos del mundo hay
una foto de nosotros, seguido de otra, más pequeña, de la semana pasada, con una
inscripción.
—Anoche se celebró la velada para recoger fondos para la investigación del cáncer —leyó
Vera—. Y el Conde de Langley concurrió elegante en compañía de la misma chica con la
que había sido fotografiado la semana pasada, en un conocido pub de Londres. La
identidad de la chica es aún desconocida, pero algunos testigos dijeron que el heredero
del duque de Revington no se separó de su novia y que incluso la besó durante el evento.
—¿Qué? —dijo Laura—. ¿Te ha besado?
Miro hacia arriba y veo su expresión desconcertada.
—Un beso de escena —contesto con voz cansada.
—¡Pero qué beso de escena! ¡Él te ha besado! —respondió Vera segura.
—¿Entonces? —preguntó Laura, tratando de llegar al punto—. ¿Cómo ha estado?
—No sé, la verdad... —le digo sinceramente—. No me lo esperaba. Así que entonces
no fue exactamente un beso-beso...
—¿Y qué sería un beso-beso? —pregunta Vera molesta.
—Bueno, sería un beso con la lengua... —explico.
—Jennifer —prosiguió Laura—. ¡No es propio de ti! ¿La única cosa en que piensas es en
su lengua?
—Por supuesto que no —digo fuerte, pero la verdad es que realmente he pensado
demasiado en su lengua en las últimos diez a doce horas, y no está bien. ¡Tengo que
92 empezar a pensar en otra cosa! Yo soy una mujer joven, serena, tranquila y… debo
admitirlo, un poco reprimida sexualmente. Lo cual no es de sorprender si tenemos en
cuenta que he estado junto a un profesor de filosofía, que estaba por encima de
ciertos impulsos tan banales. ¿Pero, por qué demonios he esperado tanto tiempo para
plantarlo? Y lo más deprimente ahora que lo pienso, es que él me ha plantado a mí...
Grotesco.
—Bien, aparte de la lengua ¿cómo ha sido? —todavía sigue insistiendo Laura.
Y en este punto no tengo mucho que inventar, o al menos yo no tengo la fuerza de la
mentira. —Besa malditamente bien. ¡Y no diré más! —me apresuro añadir agitada.
—No te lo había preguntado nunca antes porque no quería ensañarme, pero ahora, al
verte tan nerviosa, me siento obligado a preguntártelo. El punto de este asunto ¿no
será que este chico te gusta? —me pregunta Vera a quemarropa, levantando la vista
del periódico.
—¿Qué? ¡Nooooo! —trato de convencerla, mientras que la cara se me transforma en
una máscara de terror.
—Es realmente extraño —reflexiona Laura—. Tú dices que lo detestas mucho, pero
luego estás de acuerdo en fingir ser su novia. ¿No ves que hay algo ilógico en todo
esto?
El tema me recobra de mi estado comatoso. Me levanto con fuerza de la silla. —¡Pero
qué es eso de ilógico e irrazonable! Hicimos un trato, que es muy beneficioso para mí.
Quiero decir, nosotros salimos en dos ocasiones y a cambio lo mantengo fuera de mi
camino en la oficina. ¡Sinceramente, me parece muy, muy razonable! Es justo porque
no puedo soportarlo que he aceptado una cosa parecida —le digo enfáticamente con
la vana esperanza de persuadir a alguien. Por lo menos yo, no pido más.
Vera me mira casi con compasión. —Si tú lo dices...
Tomo un sorbo de mi café. Tal vez esta mañana habría sido más prudente optar por la
manzanilla.
—¿Así que, van a almorzar hoy? —todavía me pregunta, aceptando con
magnanimidad cambiar de tema.
—Desafortunadamente —confirmo tristemente.
—¿Y si tu familia ha visto el periódico? —se atrevió a preguntar Laura de repente,
apuntando la foto en el periódico.
Por un momento trato de imaginar la escena, pero por suerte la alejó rápidamente de
la mente. —Imposible, la última vez que un periódico socialmente inútil, entró en mi
casa estaban en medio de la Segunda Guerra Mundial. E imagino que lo habían
permitido sólo por la búsqueda de mensajes codificados.
93
****
****
*****
Esta será una noche interesante, siempre que lleguemos vivos al final, cosa no muy
fácil visto como hemos empezado.
Ian y yo habíamos aprovechado la ocasión y habíamos trabajado con Beverly bien, y
habíamos acordado vernos con él a mitad de la próxima semana en la oficina, para
cerrar el negocio de una vez por todas.
Katie ha desaparecido del mapa, me imagino que se habrá encerrado en su habitación
intentando arreglarse para la gran gala. En el fondo, esta noche se juega el todo por el
todo y tendrá que estar en su máximo esplendor.
Por lo demás, el castillo está lleno de gente, aunque la gente joven es escasa. Aquí son
115 todos de alguna manera amigos del duque de Revington y la edad media es un signo
claro.
Sin embargo yo he tenido poco tiempo para dedicarme a la preparación de la noche,
así que he debido conformarme con una ducha rápida. Me he aplicado la crema
hidratante que Vera me ha obligado a traer y me he puesto un vestido, como siempre
de Laura, que, lo admito, me queda bien. Es negro, porque soy una mujer “de negro”,
largo y escotado por delante, con la espalda desnuda. El cabello recogido en un moño
que milagrosamente parece estar bien hecho (no se hagan ilusiones, se ha tratado de
pura casualidad), mientras que el maquillaje está iluminando mis facciones junto al
pintalabios rojo fuego.
Entonces, en otras palabras esta no soy yo. La chica que me devuelve la mirada en el
espejo no se me parece ni un poco.
Evidentemente Ian piensa lo mismo, porque cuando salgo del baño su expresión es de
total sorpresa. Él lleva un smoking que le queda perfecto y al mirarme me pregunto si
es real.
—Estás…bien… —es lo único que consigue decirme, con la boca abierta.
—Tú también —le digo un poco avergonzada. No somos demasiado buenos con los
piropos recíprocos. Continuamos mirándonos algún momento de más.
—¿Vamos? —me pregunta por fin.
Asiento y me acerco. Él me ofrece el brazo, y yo me apoyo en él intentando no
reflexionar demasiado sobre el significado del gesto.
Esta noche tengo necesidad de que me sostengan, moral y físicamente, porque estoy
en un ambiente que no es el mío, en un vestido que no es mío y del brazo de un
hombre que con toda seguridad no es mío. No estoy precisamente bien.
Atravesamos una serie de pasillos antes de llegar al que debe de ser la joya de este
castillo, es decir, la sala de baile. Nada que objetar, todo es maravilloso y la gente
elegantísima. Pero esto no me sorprende.
Por un momento pienso como se debió sentir Kate Middleton, que realmente no me
cae muy bien, cuando llegó a la corte. Imagino el pánico y la incomodidad. Mi estado
de ánimo no es muy distinto.
Para intentar darme fuerza continúo tomando champán mientras Ian me presenta a
toda la nobleza inglesa; tengo la sensación de que no falta ninguno, ni siquiera el más
simple de los barones.
—Ahora agárrate fuerte, falta el peso fuerte —me advierte indicándome a un hombre
anciano, un poco lejos de nosotros. El parecido es tan evidente que no pregunto de
quien se trata.
116
—Abuelo, querría presentarte a Jennifer Percy. —le dice solemne. Espero de verdad
que nadie me esté mirando y espere una reverencia de mi parte.
—Buenas noches duque —le saludo en tono formal.
Él me observa por un rato y después me ofrece la mano derecha. La aprieto decidida
con la esperanza de no tener mi mano demasiado sudada.
Ahora sé de donde vienen los ojos de Ian, porque su abuelo me escruta con el mismo
azul intenso con el que me mira su nieto.
—No es necesario ser tan formales señorita Percy —me dice, pero realmente no lo
piensa—. Todos leemos los periódicos y en el fondo, para usted sólo soy el abuelo de
su conquista actual.
Es demasiado evidente que le pongo de mal humor. Si sólo supiese cuanto enfado a su
nieto también, pienso divertida.
—Cada ocasión requiere sus modales, ¿no cree? —respondo sonriendo, para nada
intimidada.
—Probablemente. Mi nuera me ha dicho que es una abogada —intenta cambiar de
tema.
—Una asesora fiscal, así que no es lo mismo que un abogado de verdad —especifico.
No tengo nada que ocultarle.
—Bien, Ian no es un economista de verdad y usted no es una abogada de verdad. Una
pareja perfecta —comenta irónico.
—Es verdad, una buena pareja —le digo ignorando su sarcasmo. Ian me mira
fascinado, como si no hubiese visto nunca a nadie estar a la altura de su abuelo.
—Perdone la franqueza, pero ¿por qué piensa usted que durará? —me pregunta el
duque. ¡Qué grosero!, pienso para mí. Pero a los duques se les perdona todo desde
hace tantas generaciones que no podemos echarle la culpa a este sujeto
específicamente.
—Ya, siempre podría encontrar un vástago más interesante —afirmo astuta.
Revington se ríe nerviosamente. —No sea loca. No tendrá una ocasión mejor.
He logrado hacerlo caer en mi trampa en poco tiempo.
—Nadie está poniendo en tela de juicio el valor de Ian —le digo, aunque si hay alguien
que lo hace esta noche es él.
—Claramente, ya que un día será duque.
—Es un error juzgar a una persona en base a lo que podría ser algún día. Prefiero
concentrarme mejor en lo que es ahora.
117
Revington me observa un segundo, casi alterado. —Le aseguro que su opinión es
distinta a todas las demás —me dice—. Porque normalmente Ian no es más que mi
heredero a los ojos de todos.
—Entonces estoy contenta de no ser “todos”. Le conozco desde hace mucho tiempo,
así que sé lo que digo.
Veo que Ian está ruborizándose, algo bastante inusual. Espero que su ego
normalmente desmesurado consiga entender todavía algo de esta extraña
conversación.
—Ya, me han dicho que son colegas —dice casi con desprecio.
—¿Y eso no le agrada? —pregunto ahora un poco enfadada. Sinceramente he
terminado con las cosas agradables por hoy.
—Es el puesto de trabajo el que no me gusta. Espero con ilusión el día en que Ian se
despida para trabajar en una de las tantas propiedades de la familia. Podría tener la
incomodidad en la elección.
Si alguien me hubiera planteado hace tiempo la hipótesis de que Ian se pudiese
despedir, hubiese saltado de alegría, pero ahora, frente a este hombre presuntuoso,
de repente no estoy segura de nada.
—Basta abuelo —nos interrumpe Ian—. Jennifer es mi invitada y agradecería que la
tratases con respeto.
La advertencia está clara y va en serio. —Claro, no sé cómo he hablado de ciertos
temas. Le pido perdón señorita Percy. Pero el tema de la carrera de trabajo de mi
nieto siempre me pone nervioso.
Pienso que en realidad es el conocimiento de saber que sus órdenes no se siguen
ciegamente lo que le fastidia, pero decido guardármelo para mí. —No se preocupe, he
encontrado muy interesante nuestro intercambio de opiniones —le aseguro. Ian y yo
nos despedimos y nos alejamos, hacia el alcohol.
—No se puede decir que seas una persona que habla a la ligera —me confiesa riendo y
ofreciéndome un vaso de vino.
—Como si no me conocieras —le digo bebiendo todo de un trago. Puedo haber
parecido fuerte pero en el fondo me siento un poco alterada—. Empiezo seriamente a
pensar que me has pedido que viniese no tanto para mantener alejadas a tus
seguidoras, porque eso lo consigues tú solo, sino para demostrar algo a tu familia.
Algo como “o respetan mis elecciones sin entrometerse o me casaré con alguien a
quien no puedan controlar”. Así que, para entendernos, estoy aquí como una especie
118 de amenaza. O sería mejor decir, como una advertencia.
Ian me mira por un instante y estalla a reír. —No había pensado en esa posibilidad,
pero ahora que lo pienso, podría ser interesante…
—Está claro que inconscientemente lo has pensado, estoy aquí. Entiendo que este
ambiente pueda haber nublado tu cerebro, pero no te infravalores, querido —le digo
burlona.
—¿Podemos beber para subir nuestra autoestima? —propone.
—Claro, pero ¿no lo llevamos haciendo un rato? —Levanto mi copa vacía demostrando
lo comprometida que estoy con ello.
—Deja que te confíe un secreto: en estas ocasiones pomposas beber nunca es
demasiado. Siempre es poco.
—Pero temo estar perdiendo un poco la lucidez —le hago notar con un poco de miedo.
Su comportamiento en cambio empieza a parecer el típico de quien ya está
definitivamente borracho.
—Todavía no estás mal, cuando estemos borrachos nos escaparemos —me responde
alzando los hombros para nada preocupado.
En efecto la idea de escaparme de esta farsa me tienta mucho.
—¿Qué dices si comenzamos tomando un poco de aire fresco? —me propone
indicando una puerta al fondo de la sala.
—Vamos. ¡Quiero dar una vuelta por el jardín como una verdadera protagonista de un
romance de la regencia! —exclamo entusiasmada. Parece que mi límite personal de
alcohol ya está superado desde hace rato.
Ian me ofrece de nuevo el brazo y se encamina hacia el jardín, que está iluminado y
precioso, aunque frio.
Debo de haber temblado un poco, porque Ian se da cuenta y se está quitando la
chaqueta para cubrirme la espalda.
—No lo necesito —protesto poco convencida.
—Estás prácticamente desnuda —me hace notar mi acompañante. En efecto se está
mucho mejor envuelto en una chaqueta todavía cálida, así que decido no quejarme
mucho.
—Ok, si insistes. Pero lo hago solo por no llevarte la contraria.
—Y yo que pensaba que llevarme la contraria era tu misión. —Ian está mucho más
relajado ahora que nos hemos alejado de la vista de su familia.
—Tienes razón, últimamente pasan cosas extrañas. Bancos americanos que explotan,
países desarrollados que casi desaparecen, el rating de EEUU está en peligro y, para
terminar con las cosas buenas, yo no quiero llevarte la contraria. Hay sin duda algo
119 extraño en el aire.
Ian se ríe mientras paseamos por el parque.
—Katie, a las doce —me dice en voz baja.
Efectivamente la señorita se ha puesto un vestido rojo fuego que no pasa
desapercibido, ni siquiera en la oscuridad. ¿Pero es que esta chica sólo tiene vestidos
rojos?
—¿Quieres hablarle? —le pregunto pensando en cómo cambiar rápidamente de
dirección.
—Ni siquiera me lo planteo —afirma Ian. Debo admitir que estoy de acuerdo.
—Nos ha visto —le señalo, observando el modo decidido en el que se dirige en nuestra
dirección.
—Tengo un plan —me susurra al oído acercándome a él. Tengo la impresión de que
este plan no me gustará mucho—. Agradecería un poco más de colaboración que la
vez pasada —me dice serio. Cuando baja decidido su boca sobre la mía, no tengo ni
tiempo de hacerme la sorprendida.
Está claro que he bebido demasiado, porque realmente noto mi cabeza girar. Me
aprieto contra él para no caerme y cerrando los ojos me dejo llevar. Mi conciencia se
calla en la idea de que la cercanía de Katie necesita que este sea un beso convincente.
Así que, cuando su boca se aprieta sobre la mía y su lengua me invade, no puedo hacer
otra cosa que dejarle hacer. Hay un breve momento de indecisión por parte de ambos,
pero que superamos rápidamente, yo abro la boca con una valentía desconocida y me
abandono completamente.
Probablemente pasan los minutos, porque una vez que volvemos a abrir los ojos no
hay rastro de Katie. Volatilizada. En vista de nuestro espectáculo debe de haber
optado por marcharse.
Al menos este beso ha tenido un sentido, reflexiono resignada, sintiendo como mi
cuerpo se despierta de un larguísimo sueño. Ha sido un beso bastante escandaloso,
pienso sonrojándome. Normalmente no soy del tipo de besar a la gente así, y estoy
casi segura que mi último beso largo se remonte al tiempo del instituto.
Creo que también Ian está reflexionando porque por algunos minutos ninguno se
atreve a decir nada.
—Hmm… —es mi único comentario. No es muy original, pero mi cerebro parece
haberme abandonado por falta de oxígeno.
—Ya —responde Ian, como si entre nosotros hubiese habido una extraña conversación
no verbal.
—Creo que hemos bebido demasiado —intento comentar con la esperanza de
amortiguar el efecto del beso.
120
Pero en mi cabeza se mezcla el peligrosísimo pensamiento de que quisiera otra vez
besarle así. ¿Qué me pasa?
—Evidentemente —me dice metiendo las manos en los bolsillos, quizás para resistirse
a la tentación de tocarme otra vez.
—¿Qué hora es? —pregunto en voz alta—. Seguramente será tarde y será mejor que
nos vayamos a dormir —sugiero pensando en un plan de fuga.
—Si quieres vete tú —responde sin mirarme a la cara—. Yo prefiero quedarme un poco
más.
Es evidente que separarnos me parece una idea excelente, así que aprovecho antes de
que cualquier cosa le haga cambiar de idea. —Bien, entonces buenas noches —le digo
devolviéndole la chaqueta encaminándome por el camino por el que hemos llegado.
—Buenas noches —oigo que dice detrás de mí. Quisiera volverme una vez más, pero
es mejor irse. Decididamente mejor.
—J
eeennyyyy…
Me despierto de repente del sueño tratando de entender la
procedencia del ruido. La puerta de la habitación se cierra con un golpe
que levantaría hasta un muerto. En la oscuridad de la habitación siento un estruendo,
alguien tuvo que por lo menos haberse caído al suelo.
Ya bien despierta y más bien alarmada, enciendo la luz junto a la cama y veo a Ian
tumbado boca abajo sobre el muy precioso tapete antiguo. El estado alcohólico debe
haberse llevado lo mejor de él ya que lo había dejado en el jardín hace pocas horas.
121 Me levanto para ayudarlo. —Vamos Ian, dame la mano, te ayudo a levantarte. —No
parece para nada escucharme. Pruebo entonces a sacudirlo, pero del cuerpo solo sale
un gemido de dolor.
—Bien hecho —lo regaño para nada conmovida por la escena—. Beber hasta el
aturdimiento… felicitaciones… muy maduro de tu parte.
Ian logra levantarse solo en la parte de la alfombra. —También habrías bebido en mi
lugar —murmura—. Si tu abuelo siempre repite las mismas cosas.
—Es por eso por lo que vienes poco a ver a tu familia. Morirás de cirrosis hepática
antes de los cuarenta años con este ritmo —comento seca.
Ian logra reír. Pero se trata de una de esas feas risotadas de borrachos que no depone
a su favor.
—No seas malvada —me implora, sentándose.
—Te lo mereces —le hago notar. Pero viendo el rostro doliente le ofrezco mi mano.
Esta vez la agarra, pero se detiene para observar el escote de mi pijama.
—¿Has terminado de fijarte? —le pregunto con voz aguda.
—Me siento mejor de este modo. —Y finalmente decide levantarse del suelo. Pero el
equilibrio encontrado dura poco.
De manera realmente poco elegante logro arrastrar a ambos hasta la cama, donde
aterrizamos con un golpe seco.
—Estás realmente borracho como una cuba —digo extrañada.
Él masculla algo incompresible.
—Ian, estás todavía con traje, no puedes quedarte a dormir así —le hago notar.
—Sí que puedo… —suspira cerrando los ojos.
—Vamos, te ayudo —le digo empezando a quitarle la chaqueta. Él trata de colaborar
como puede, pero el trabajo es igual de arduo. Pruebo a ignorar la extraña sensación
sobre mis dedos mientras le desato y le saco la camisa. Tiene un cuerpo perfecto, pero
ya lo sabía: la ropa no te encaja perfectamente, si no tienes un apoyo notable.
—Los pantalones —me recuerda Ian.
No, me niego hacer eso también. —Sólo si te lo desatas solo —le digo alzando la voz.
Ahí no pongo la mano. Ante el solo pensamiento soy invadida de repente por un calor
anormal.
—Púdica —me dice el medio muerto acusatoriamente, pero luego de algún modo
logra desatárselos. Poniendo fuera de la cama una pierna y luego la otra, logra
sacárselos.
Sé que no debería mirar, pero no logro apartar completamente los ojos: tiene encima
122 un par de bóxer adherentes. Oh mi Dios. Prefiero no comentar.
—Vamos, métete a la cama —le digo buscando cubrirlo de algún modo. Agarro luego
mi almohada decidida a dormir en el sofá, cuando una mano muy firme me agarra. En
un momento caigo sobre el pecho desnudo de Ian emitiendo un sonido de puro
estupor.
—¡¿Qué haces?! —pregunto horrorizada por mi reacción a su proximidad.
—Pshhh… —se limita a decir y me acerca a él.
—Ian, debes de haberme confundido con alguien más —le digo tratando de forcejear,
pero para estar en estado comatoso tiene un agarre realmente fuerte—. ¡Ian! —grito
ahora, de verdad muy agitada.
—¿Quieres estarte quieta? —me dice al oído. Tengo la piel de gallina, y es de verdad
vergonzoso.
Y allí, perdida completamente en su abrazo, me doy cuenta que no tengo la fuerza
física ni psicológica para irme, por lo tanto me relajo y cierro los ojos.
—Muy bien, así está mejor —debe haber percibido mi rendición.
En pocos minutos su respiración se vuelve regular y ligera. Debe haberse quedado
dormido. A pesar del alcohol, la piel de este hombre perfuma maravillosamente, y mis
sentidos están todos despiertos. Siento cada célula de mi cuerpo increíblemente viva.
Esto no va realmente muy bien.
Me esfuerzo en pensar en otro, pero es tan difícil.
—Esta me la pagas caro —digo en voz baja a la momia que duerme abrazado a mí.
Y al final, después de un tiempo que me parece interminable, logro también relajarme
lo suficiente hasta dormirme.
****
Este fin de semana realmente es un asco, reflexiono mientras el ruido de alguien que
golpea con ímpetu la puerta me levanta bruscamente.
—¡Ian! —se escucha la llamada al otra lado de la puerta.
Solo la he conocido ayer, pero la voz de la madre de Ian es ya inconfundible. En
cambio él no parece haberla escuchado, y duerme todavía profundamente, pegado a
mí. La escena es nada menos que grotesca.
—Ian —trato de despertarlo y también de liberarme—. ¡Ian allí está tu madre! —le
hago notar, pero no recibo respuesta.
131 —Sí, sí, continúas diciendo eso, pero no haces más que besarlo —exhala mi amiga.
Con esta afirmación me siento seria, cruzando los brazos.
—¿Puedo seguir? —pregunto enfadada.
Asiente generosamente.
—Entonces, donde me quedé… ah, sí, en la escena del beso y después Ian ha tenido
una fea pelea con su abuelo y se ha emborrachado tanto que estuvo desmayado todo
el día. Luego he tenido que participar en su lugar en la caza y salvar a esos pobres
animales.
—Menos mal que estabas tú —susurra Laura.
—Todavía hay algo que no les he dicho —confieso—. Hay un Porsche aparcado abajo
de nuestra casa.
—¿Qué? —pregunta estupefacta.
—El imbécil todavía se encontraba mal a mi regreso de la guerra, así que también he
tenido que conducir su auto hasta Londres.
—¿Y te ha dejado hacerlo?
Me río con una pizca de satisfacción. —No es que tuviera mucha elección, ni siquiera
lograba ponerse de pie. Diría que estaba de verdad demasiado mal para cualquier
discusión o queja. Ha sido un viaje casi agradable, por lo menos muuuy silencioso.
Aparte que alguno que otro gruñido de sufrimiento.
—Pobre Ian… —me dice Laura compasiblemente.
—¡Pobre un comino! ¡Es un cretino! Beber hasta emborracharse de aquel modo…
¡espero que esté malísimo! —me enfado levantando la voz. De verdad, Ian tendrá que
hacer un milagro para que le pueda perdonar este fin de semana desastroso.
—De cualquier modo, a mí me lo puedes decir, ¿cómo fueron los besos? —me
pregunta con aire soñador, volviendo al único punto que realmente le interesa.
—¡Laura Durrel! ¡Deja inmediatamente de hacer preguntas parecidas! —Mi tono de
reprobación es bastante drástico, pero no puedo permitir que mis amigas se imaginen
cosas que no existen.
—¿Qué no debería preguntar? —pregunta de repente la voz de Vera desde la entrada.
—¡No quiere decirme nada sobre los besos! —se queja Laura con un mohín adorable.
—¿Ya hablamos en plural? —Vera sonríe picaronamente—. ¡Querida, sabes cuales son
las reglas! Fuera todo lo de los besos.
Es nuestra costumbre analizar con detalle los primeros besos de cada una de nosotras.
Estamos convencidas de que con los primeros besos puede entenderse el éxito de una
132 relación. De hecho nunca tendría que haber salido con Charles después de la primera
cita, su primer beso fue horrible, demasiada saliva y demasiada lengua.
—Pero no vale, ¡no salgo con Ian! —puntualizo tratando de convencerlas—. ¡Son besos
casi de escena! ¡No cuentan!
—No importa, siguen cayendo en la categoría —me dice Vera seria.
—¡De verdad que son fastidiosas! —me quejo, pero cedo—. Entonces, digamos que a
pesar de que fueran fingidos, los besos no han estado nada mal —admito
ruborizándome.
Laura comienza a reírse. —¿Nada mal? ¡Qué va, estás rojo fuego sólo con nombrarlos!
—¿Duración? —interroga Vera formalmente.
—¿De los besos en total? Un cuarto de hora quizás…
Y con esta palabra ambas abren la boca consternadas. Quizás no tenía que haberlo
dicho. Está bien, sin duda no tendría que haberlo admitido.
—Nos hemos dejado ir un poco —admito a regañadientes apretando la almohada
sobre el pecho.
—Imagino que besa bien de verdad… Quiero decir, para quedarte pegada a él todo ese
tiempo… —comenta irónicamente Vera.
—¿Realmente tengo que contestar? —pregunto resignada.
Me miran como dos buitres.
—Está bien, ¡besa muy, muy, muy bien! ¿Satisfechas? —pregunto fastidiada.
Era claro que besaba bien, no había en absoluto necesidad de mi confirmación, debe
haber besado a todo Londres, en realidad no le ha faltado entrenamiento.
—Alguien tenía que hacértelo admitir —me informa Laura—. La verdad ante todo.
—Si ustedes dos han terminado de analizarme, iré a darme una ducha —refunfuño
levantándome a duras penas del sofá. Mi adorado culo cada vez duele más y mi salida
de escena no es particularmente decorosa.
—Y ahora, ¿por qué cojea? —pregunta Vera a Laura.
—Se ha caído de un caballo tratando de salvar un faisán —escucho cuando la otra le
contesta.
Y a ese punto estallan en una risotada sonora. Si no me sintiera tan mal ya habría
vuelto para matarlas.
133
C
asi estoy comenzando a detestar los lunes por la mañana. En definitiva, casi
tanto como el fin de semana que los preceden, dada mi última representación.
Pero entre todo, éste es de verdad el peor. Después de haber dormido toda la
noche como un lirón, feliz de haber encontrado finalmente mi privacidad y de no tener
que compartir la habitación con nadie, me he despertado tan entumecida que he
empleado media hora para levantarme de la cama. Mis músculos gritan venganza
después de la cabalgata de ayer y mi trasero está completamente morado por la
caída. Lo admito, no podría estar peor curtida.
Cada paso para mí es un dolor, y tratar de sentarme en el metro ha sido un gran error:
134
mi trasero no puede soportar ninguna silla en este momento.
Cuando llego a la oficina estoy retrasada alrededor de cuarenta minutos a mi habitual
horario de entrada.
¡Buenos días! me saluda Colin alegre, apenas salgo del ascensor. No es el día
idóneo para ser feliz delante de mí.
Estoy realmente contenta que este día sea bueno para alguien me quejo
cojeando vistosamente.
La sonrisa sobre el rostro de Colin se apaga enseguida. ¿Te sientes bien? me
pregunta ofreciéndome un brazo para acompañarme a mi oficina.
También podría decirte que sí, ¿pero por qué mentir? afirmo adolorida aceptando
su ayuda. Si me ofrecieran una muleta también la aceptaría.
En cuanto Colin entra, cierra velozmente la puerta y me detiene con la mano. ¿Qué
demonios ha sucedido este fin de semana? pregunta preocupado.
Nada, me he caído de un caballo le digo tranquila.
El rostro de Colin se hace más oscuro.
No me ha empujado Ian, si es eso lo que estás pensando me siento en el deber de
defenderlo. He tenido la impresión de que sus pensamientos estarían yendo a esa
dirección.
Me deja ir levantando. Menos mal… Después, sin embargo, recuerda algo. ¿Y
por qué Ian no ha llegado todavía? pregunta.
Qué sé yo… ¡no soy su maldita niñera! me quejo. Ya se lo he dicho a él pero
tendré también que repetirlo contigo. No me pagan bastante para también desarrollar
esta tarea le hago notar.
Probablemente tampoco Ian debe haberse sentido como una flor al despertar, visto
como estuvo ayer. Pero se trata de una información confidencial que no tengo la más
mínima intención de divulgar.
Me acerco al escritorio indecisa. ¿Sentarme o no sentarme? Esto sí que es un dilema.
La expresión de Colin es tan cómica que me hace casi sonreír, a pesar del fuerte dolor.
Según parece, su preocupación hacia Ian es sincera.
¡No lo he matado! ¡Lo juro! Antes o después aparecerá vivo, a lo mejor con la cara
un poco verde, pero vivo. Al menos lo estaba ayer cuando lo he dejado en su casa.
¿Lo has envenenado? pregunta serio.
Me echo a reír. ¿Mi jefe piensa realmente que soy una clase de psicópata?
Lo juro, no lo he hecho le digo entre una risa y otra.
135
Colin finalmente se relaja. Está bien. ¿Podemos fingir que no te lo he preguntado
nunca? me pregunta casi avergonzando.
Podemos, podemos le confirmo generosa.
Estoy cansada de estar de pie así que comienzo muy lentamente a sentarme. Pero en
el instante en que mi espalda baja toca la silla, no logro retener un gemido de dolor.
En ese momento, también llega de carrera George.
¡Hola jefe! saluda a Colin. Veo que estamos todos aquí.
Parece que he convocado una reunión esta mañana comento.
¡Ian apenas ha llegado! me informa alegre. Tiene una cara… ¡nunca he visto
nada parecido! Porque no lo ha visto ayer, pienso.
George ha sido muy dulce, ha corrido por mí esperando darme una buena noticia.
Quiero decir, en otras circunstancias ver entrar a Ian en esas condiciones habría sido
de verdad un gran evento, pero hoy me siento generosa. Estamos unidos por un
profundo sufrimiento.
Colin se pone alerta tan pronto como se entera. Voy a ver como está. ¡Adiós! Nos
deja desapareciendo de prisa.
¿Qué tiene Colin? me pregunta George acercándose a mi escritorio.
Nada. Temió que hubiera matado a Ian y escondido el cadáver en alguna parte de la
finca de su abuelo.
Viendo la cara con la que se ha presentado en la oficina esta mañana, diría que te
has acercado.
Lo fulmino con la mirada. Como ya le he explicado a Colin, Ian ha hecho todo solo.
Más bien, si queremos justo entrar en detalles, es su culpa que esté cojeando. A
propósito, ¿tenemos alguna almohada para hacer más suave esta bendita silla? le
pregunto con expresión doliente.
Puedo ayudarte me dice galante.
Gracias susurro mientras lo veo salir.
Otra cosa, Jenny me dice apoyándose a la columna. ¿Sabes que comenzarán a
inventar las historias más absurdas sobre la causa de sus malestares de hoy?
Nada podría superar nunca la realidad. Pero te estaría agradecida si no fomentaras
apuestas al respecto le reprocho decidida.
¿Quién, yo? me pregunta con la expresión más inocente del mundo, antes de
desaparecer definitivamente.
136
Bien, ahora puedo ponerme a trabajar. Claro, siempre que logre pensar en otra cosa
que no sea el insoportable dolor que siento en todas partes. No subiré nunca más
sobre un caballo, lo juro.
Me pongo a leer los correos llegados en el fin de semana cuando mi teléfono suena. Es
un número interno, para ser más precisos el de Ian. No es que me haya llamado nunca
por teléfono en tiempos recientes, pero es un número que de todos modos lo tengo
bien grabado en mi mente. “Conoces a tu enemigo”, una sugerencia muy inteligente.
¿Sí? contesto tratando de parecer indiferente.
Hola Jenny me saludas una voz que parece llegar de ultratumba,
¿Te sientes bien? le pregunto enseguida.
Mejor que ayer admite. Y parece ya un gran suceso. ¿Tú como estas?
pregunta de vuelta.
Mi trasero ha tenido mejores días le confirmo abatida.
Siguen instantes de embarazoso silencio. Intuyo que Ian está buscando un modo para
disculparse, pero está tan poco acostumbrado a hacerlo que no sabe tampoco por
donde iniciar. Del otro lado del auricular escucho un suspiro.
¿Algo más? pregunto casi brusca después de una considerable espera.
¿Quieres venir a cenar conmigo una noche? me pregunta.
He aquí una pregunta a la que no estoy preparada.
¿Puedes repetir lo que acabas de decir? Estoy convencida de haber escuchado
mal.
Sí, me gustaría disculparme me dice. Admito que de algún modo soy el
responsable de buena parte de lo que ha ocurrido en estos últimos días.
¿De verdad? No es todavía una real admisión de culpa, pero comienza a parecerse.
No es necesario que me invites. Acepto las disculpas. Digamos que este fin de
semana ha sido bastante pesado para ambos.
Pero en cuanto a Ian, no parece querer rendirse así tan rápido.
Insisto, de verdad me dice. Me haría sentir mucho mejor si lograra disculparme
de manera decorosa. Y me gustaría que fuera lejos de los ojos indiscretos.
Sobre este punto no parece equivocarse mucho, esta oficina parece haberse
transformada en un episodio de Gossip Girl.
Está bien le digo de mala gana. Pero nada muy laborioso por favor. He tenido
suficiente de ustedes señores de la alta sociedad y de sus formalidades.
137
Tengo que haberme ablandado, pienso enfadada. Una vez le habría arrojado el teléfono
en la cara sin pensarlo. Ahora acepto su invitación para no hacerlo sentir culpable…
debe de haber en el aire algún extraño virus que inspira bondad y compasión hacia
quien no lo merece de verdad.
Está bien contesta riendo. Y otra cosa, ¿mi auto todavía está entero?
pregunta preocupado.
Comienzo realmente a sospechar que ese auto es la cosa más importante para él en
todo el mundo, pero aprecio de todas maneras que haya dejado pasar más de dos
buenos minutos antes de nombrarlo. En el fondo no podemos pedirles demasiado a
los hombres.
Esta mañana todavía estaba aparcada bajo mi casa. Deduzco que ninguno ha
pensado en robarlo en la noche. ¿Satisfecho?
Una leve risotada de la otra parte. Inmensamente. ¿Puedo llegar a buscarlo cuando
salgas del trabajo?
Debes. De otro modo mis vecinos terminarán pensando mal de mí.
Entonces paso esta noche, así no molesto. Su voz está todavía demasiada
apagada para mis gustos.
Molestas, pero tu auto lo hace todavía más, por lo tanto ve a recogerlo le digo
para provocarlo.
Otra risotada. ¿Quién lo habría dicho nunca?
¿Qué cosa? pregunto sinceramente curiosa.
Que hablar contigo fuera casi terapéutico me dice demasiado serio.
Querrá decir que abriré una línea de chat con orden de pago contesto tratando de
mantener el tono bromista.
Te llamaré entonces. Adiós.
Y luego, ambos bajamos el auricular, y me siento invadir por una extraña sensación.
Para ser una persona que tiene el trasero morado, esta mariposa revoleteando en el
estómago no es para nada normal. Y la cosa no me gusta para nada.
138
S
on las diez de la noche cuando Ian se decide presentar en mi puerta para
recoger su querido coche. En el momento en el que suena el intercomunicador
me despierto de golpe de la siesta que me estaba tomando. Cojo fuerzas y me
arrastro hasta la puerta. Ian no tarda mucho en darse cuenta de mis pies descalzos y
mi cara arrugada.
¿Te he despertado? pregunta entrando.
No importa, de todos modos tenía que despertar antes o después. No puedo dormir
en el sofá vestida, maquillada y arriesgándome a coger una buena tortícolis. Ya tengo
139 bastantes dolores sin eso le digo llevándolo a la sala.
Ian lleva puestos unos pantalones vaqueros oscuros, un jersey negro y una cazadora
negra de cuero. Tengo que admitir que está muy bien. No tiene el habitual estilo
formal al que estoy acostumbrada. Sus ojos están todavía un poco apagados, pero veo
que se está recuperando de su mega-resaca. Mañana estará como nuevo. Qué suerte,
algo me dice que mis dolores me acompañarán más tiempo.
¿Estabas viendo una película? finge interesarse sentándose en el sofá e
ignorando completamente las llaves del coche que le estoy dando.
Fingía ver una peli respondo sentándome en el sofá de al lado. No tengo ganas de
charlar o entretenerle, pero ni siquiera yo puedo ser tan maleducada. Ian me está
mirando de forma rara, con una expresión en los ojos distinta a la de siempre.
Te ofrecería alguna bebida, pero después del sábado no creo que quieras.
Por Dios, no quiero comer ni beber nada después de ayer.
¿Por qué te pusiste así el sábado? le pregunto sin pensar, decidiendo profundizar
en el por qué. Ian continúa mirándome, y es probable que se esperase esa pregunta
antes o después.
Los motivos de siempre. Se bebe para ahogar las penas, ¿no? El tono de su voz es
sincero, muy distinto del que me tiene acostumbrada.
Quizás es mejor enfrentar los problemas intento proponerle. Su hígado se lo
agradecería mucho.
No es que no los enfrente, pero estoy harto de oír durante años las mismas cosas.
Tuve un momento de debilidad el sábado por la noche confiesa. Y me sucede
muy pocas veces.
Esto lo puedo entender. Es algo que al parecer tenemos en común: siempre tenemos
que aparentar ser fuertes porque es lo que nos han enseñado a hacer. Venimos de dos
familias totalmente distintas pero de alguna forma llevamos el mismo peso sobre la
espalda.
¿Ahora está todo mejor? pregunto. Y ambos sabemos que no estamos hablando
de la forma física.
Oh, sí, sólo necesitaba un poco de autoayuda me dice en tono cínico. Nunca lo
hubiese creído posible, pero realmente sé lo que siente, sé lo agotador que es no
sentir la aprobación de tu propia familia. Tanto él como yo hemos trabajado mucho
todos estos años intentando ser nosotros mismos. Pero nada de lo que hemos
conseguido significa mucho para nuestras familias.
Ellos soñaban con otras cosas para nosotros. No sé por qué, pero por instinto pongo
140 una mano sobre él, para demostrarle mi apoyo. Él la mira un poco asombrado, pero
después baja su mano sobre la mía. Su toque es ligero, apenas apretando, pero yo lo
siento de nuevo como un choque.
Sé lo que piensas, pero no debes dudar de ti por tu familia. Tenemos razón
nosotros, pero somos humanos, y tener que enfrentarse a ciertas elecciones nos
vuelven locos le digo pensando en todos los años de luchas y recriminaciones.
Ian levanta el rostro y me observa de una forma casi dulce. Sin soltar mi mano, muy
lentamente comienza a acercar su cara a la mía.
Ian le interrumpo a medio camino. Me parece una mala idea le digo muerta
de pánico.
¿Por qué? pregunta ignorando del todo mis objeciones.
Ian… mi voz es casi una súplica, porque una parte de mí sabe perfectamente que
no conseguiré apartarle si se acerca demasiado.
Me gusta como dices mi nombre, Jenny dice besándome dulcemente.
Estamos quietos un momento, nuestros labios apenas se tocan. Antes de que yo
pueda volver a razonar, Ian me acerca a él, y después de aprisionarme en un abrazo,
empieza a besarme de verdad, dejándose ir del todo. Mis brazos le aprietan de
manera casi automática, una de mis mano acaba entre su pelo negro, revuelto y
suave.
El tiempo pasa y ni me doy cuenta, al menos hasta que sus labios empiezan a
descender y pasearse sobre mi cuello. Para mi asombro, un escalofrío me recorre. No
consigo recordar un solo motivo por el que debería alejarme de este hombre. Un
momento después Ian vuelve a concentrarse en mi boca, besándome
apasionadamente. He perdido totalmente el control de mi cuerpo, por no hablar de mi
lengua que se mueve con si tuviera vida propia, aferrándose a la suya en un extraño
baile. Su mano empieza a hacer un camino bajo mi camiseta justo en el momento en
el que oímos cerrarse la puerta de la casa.
Solo conseguimos separar nuestros labios antes de que Laura y Vera hagan su
entrada. Su expresión al vernos enredados sobre el sofá es casi cómica. ¿Alguien
puede hacernos una foto para inmortalizar el momento?
Hola nos saluda una incrédula Vera. Se le salen los ojos mirando insistentemente
la mano bajo mi camiseta. Una mano que está estática, soldada a mí, y que no
consigue romper el contacto con mi estómago. Intuyendo la dirección de su mirada
decido deshacerme del abrazo incriminatorio e intento ponerme en pie. Ian me deja ir,
también él sin saber cómo comportarse. Admito que es un poco vergonzoso dejarse
besar de esta forma cuando se tienen más de treinta años, especialmente si no te has
dejado llevar de esta forma ni a los dieciocho.
141 Hmm… suelta Laura imitando la expresión consternada de su amiga. Es evidente
que Ian es el que tiene más experiencia en estas situaciones, porque retoma su
autocontrol en un momento y decide que lo mejor es darse a la fuga.
Bien, ahora que he recuperado mis llaves ya puedo irme nos informa
levantándose del sofá y cogiendo deprisa las llaves de la mesita. Ya, si las hubiese
cogido cuando se las di, nada de esto hubiese pasado, pienso un poco enfadada.
En realidad, estaba enfadada conmigo misma, pero en este momento es más fácil
descargar mi nerviosismo con Ian, que ha sido el destinatario de toda mi ira durante al
menos cinco años. Por lo que a mí respecta, puede continuar siéndolo por al menos
durante los próximos cinco minutos. Con el rabillo del ojo debe de haber intuido mi
cambio de humor porque se queda estático, indeciso sobre lo que tiene que hacer.
¿Me acompañas a la puerta? pregunta con un gesto que dice más que mil
palabras. Estoy casi tentada a decirle que no, pero Vera me anima con la mirada.
Vale respondo, solo para no crear más tensión. El saluda a mis amigas y se dirige
a la salida.
Entonces… comienza vagamente pero se para de pronto no sabiendo bien que
decir.
Te aconsejaría no decir nada le sugiero rápidamente, decidiendo ahorrarle la
vergüenza. Creo que le sorprende lo que dije, porque probablemente esperaba que le
dijera otra cosa.
Bien se limita a decir no muy convencido.
Todavía estamos bajo el efecto de esta locura de fin de semana agrego. Sin
contar que todavía estás un poco borracho
¿En serio? pregunta perplejo. ¿después de cuarenta y ocho horas?
A veces creo que Ian no se entera de nada.
¿Acaso te encuentras bien? le pregunto en un tono desafiante.
Bueno, no, pero esto…. —comienza a decir. Lo detengo con un gesto de la mano.
Ian, ¿de verdad quieres hablar de ello? le pregunto seria.
Su expresión es como si estuviera una lucha interna. No admite entre dientes.
Pero normalmente son las mujeres las que siempre quieren analizar cosas como la que
acaba de pasar.
Bravo, mejor no decir la palabra “beso”.
Entonces, hoy es tu noche de suerte, porque, primero, todavía no te han robado el
coche y segundo, no quiero hablar. Más claro que esto no puede estar.
142 Entonces, buenas noches. Se gira para despedirse. Antes de que pueda alejarme
se acerca y me da un beso en la mejilla. El gesto es ciertamente inocente, pero su
cercanía me hace perder de nuevo la cabeza. Debo de ir al médico, podría tener
alguna enfermedad extraña.
Buenas noches le respondo apurada, abriendo la puerta para que se vaya. En
unos segundos, por suerte ya no hay ningún rastro de su presencia. En mi nariz
todavía permanece su olor, pero lo aparto inspirando profundamente.
Mientras cierro la puerta me doy cuenta de que en la sala me espera la Santa
Inquisición. No es que las juzgue, en la misma situación que ellas yo hubiese
reaccionado peor. Por lo menos ellas han conseguido no preguntar delante de Ian.
Volviendo al salón me siento en la misma butaca y las veo listas para la batalla.
¿Desde cuándo pasa esto? pregunta Laura cruzando los brazos sobre el pecho.
Desde nunca respondo fuerte, porque es la verdad.
No nos tomes el pelo dice Vera. Lo hemos visto a las dos con nuestros propios
ojos.
Sé lo que han visto, queridas. Lo juro, nunca antes había pasado, sé que no es
ninguna explicación, pero no tengo nada más que decir.
Parecía que los dos lo estaban pasando muy a gusto insiste Laura
Era solo un beso puntualizo, porque en el fondo, no es que me hayan encontrado
desnuda en el sillón de la casa
No era solo un beso responde Vera rápidamente. Era uno de esos besos que te
ponen la piel de gallina, uno de esos besos que te llevan derechito a la cama.
En vista de cómo estaban las cosas, no hubiesen tenido tiempo de llegar a la cama…
agrega Laura.
¡Qué exageradas! respondo con tono ofendido.
Laura me mira con determinación. Tengo pareja desde hace tiempo, pero hay cosas
que todavía recuerdo, querida. Punto para ella. Decido no decir más a su
afirmación.
Ok, no nos apartemos del objetivo de esta conversación dice Vera. Estamos
aquí para ayudar a Jenny a entender algunas cosas.
¿En serio? Pensaba que estaban para hacerme la vida imposible. Mi tono
sarcástico no las afecta, saben que es mi principal arma de defensa.
¿Te gusta, Jenny? pregunta Vera. A nosotras nos lo puedes decir. No somos tu
madre.
143
Tienen razón, lo sé. Pero admitirme a mí misma la atracción con Ian es una debilidad a
la que he jurado no ceder nunca en mi vida. Nunca, nunca, nunca.
No me gusta, ¡en serio! respondo chillando. Lo que habéis visto es claramente
un error. Ian está todavía un poco confundido por el fin de semana, y yo me he dejado
llevar un poco. ¡Solo eso, lo juro! Me ha despertado de pronto… no estaba preparada
mentalmente… ha sido un momento.
Laura me mira con ojos tristes. ¿Normalmente te preparas mentalmente antes de
verle? ¿Qué haces, te repites varias veces que no te gusta y cosas así?
¡Sí! ¡No! Dios mío, no lo sé…respondo entrando en pánico. Sé a dónde quieren ir a
parar y no me gusta. Chicas, escuchen, sé que piensan que me ayudan obligándome
a hablar de ello, pero les aseguro que lo único que necesito ahora es un buen
descanso. Mañana estaré descansada, será otro día y las cosas me parecerán menos
preocupantes. Así que no me ayuden, en serio.
Vera y Laura se miran por un momento antes de asentir.
Está bien, por el momento no hablaremos del tema me asegura Vera. Pero
sabes que esperamos que nos aclares lo antes posible lo que está pasando. No eres de
las que no afrontan los problemas. Lo hacemos por tu bien.
Me levanto del sillón decidida a dormir de una vez por todas. Cuando lo entienda yo
misma serán las primeras en saberlo.
H
e dormido malísimo, luché hasta dormirme y como si no bastara me he
despertado al alba. Para evitar cualquier tentación de “hacerme razonar” he
decido sabiamente venir a la oficina antes de lo usual. Una real y justa “idea”.
Estoy aquí desde las 6:30 de la mañana y no tengo para nada la mirada feliz y serena
que generalmente acompaña mi llegada.
En la máquina del café también está George, pero para mí se trata del tercero de esta
mañana.
—Buenos días —me dice serio—. Siempre que para ti lo sea de verdad. Tienes un
144 aspecto inquietante —añade confirmando mis sospechas.
—Recuérdame ¿por qué generalmente aprecio tu sinceridad? —le pregunto agarrando
mi vaso apenas salido de la máquina.
—Porque tú amas la sinceridad —me contesta para nada desconcertado por mi humor
negro.
—No esta mañana —admito cansada. Pensé que el chico era más receptivo.
—Deberías salir más querida. Divertirte, conocer chicos, ¿estás soltera o no?
Asiento resignada. —Lo soy, lo soy…
—Aunque los periódicos dicen otra cosa —afirma riendo y sobreentendiendo muchas
cosas.
—Dicen pura mierda —corto seca, probando el café humeante. Pésimo, pero hoy
tengo otra cosa de que lamentarme.
—Sabes, en este despacho generalmente giran muchos chismes totalmente
inventados, pero esta cosa entre Ian y tú… —se para con aire teatral—. Es como si
debajo fuera… auténtico.
Empalidezco visiblemente.
—No es que nunca me lo dirías —prosigue George tanteando el terreno—. En todo
caso, si quieres confiar en alguien, sabes que se guardar un secreto. Y si me dices que
no hable de ello, bueno, entonces me coso la boca.
—Gracias —le digo sincera.
—Sé que vives con tus mejores amigas, pero a veces el punto de vista de un hombre
puede ser de alguna ayuda —me dice gentil.
Debo parecer desesperada si todos se ofrecen a darme una ayuda psicológica.
—Sin contar que también me harías un favor —me dice guiñándome un ojo.
—¿En qué modo? —pregunto sorprendida.
—Simple. Estoy viendo a Tamara —me explica—. Se que sólo tiene ojos para Ian.
Entonces, si tú gentilmente lo sacaras de la plaza, te ganarías mi más profunda
gratitud.
—¡George! —exclamo indignada—. ¿Qué demonios estás diciendo? ¡No tengo la más
mínima intención de sacar a Ian de ninguna parte!
Sino de mi mente, que parece haber invadido contra mí propia voluntad.
A veces no entiendo a George, se necesita una cara dura para proponer ciertas cosas.
—¡No habría nada de malo! —se apresura en precisar.
145 —¡Pero no digas estupideces! —le contesto enfadada—. En vez de perder el tiempo
conmigo, ¿por qué no controlas cortésmente los últimos balances que los clientes te
han llegado?
Me lanza una mirada de súplica. —¡Pero son un montón!
—Exactamente. Mejor comenzar lo antes posible —le contesto, para nada conmovida
por su expresión.
—¿Solo? Necesito de alguien que me eche una mano —pregunta suplicante.
—Sabes que los demás ya están trabajando sobre lo que tú le has mandado —le hago
notar—. Pero si deseas una mano puedo preguntarle a Ian si Tamara puede ayudarte.
Y después que no me vengan a decir que no soy la mejor jefe del mundo.
La expresión de George es de pura alegría.
—¿Lo harías? —pregunta esperanzado.
—Con tal de no escuchar nunca más salir de tu boca deducciones sobre mi vida
privada.
—¡Trato hecho! —contesta alegre.
—Pero no cantes victoria demasiado pronto. Ian podría no estar de acuerdo —le
recuerdo. En el pasado habría apostado cualquier cosa de que St John no habría dicho
nunca sí a una petición mía, pero últimamente las cosas están bastante extrañas. Por
eso nunca debo decir nunca.
—Y espero que desenfundes tus mejores armas —me dice riendo.
—¿Qué acabas de decir? —lo amenazo—. Además, de verdad no entiendo cómo una
cosa parecida pueda ser mínimamente creíble. ¿Ian y yo? ¿Pero están todos locos?
¡Soy hasta más vieja que él! ¡Probablemente sale sólo con jovencitas que a duras
penas superan los veinte y que no tienen ni una sola neurona funcionando en el
cerebro!
Quitemos incluso el «probablemente», pienso malvadamente.
—En realidad no es para nada así —me dice una voz profunda y enfadada a mi espalda.
Mi usual mala suerte.
—Hola Ian —lo saluda George culpable.
Ian levanta una mano en señal de saludo y se acerca.
—¿Tienes un momento? —me pregunta sombrío.
Tiene una expresión enfadada, aunque extrañamente más vulnerable de lo usual.
Cómo me gustaría decirle que no.
—Sí —respondo en cambio y no sé tampoco por qué.
146
—Los dejo entonces —nos dice George yendo fuera—. ¡Y no te olvides de
preguntárselo! —me dice antes de esfumarse.
—¿Preguntarme qué cosa? —pregunta Ian, poniéndose frente a mí.
—Ah ya, ¿puedes preguntarle a Tamara de trabajar con George sobre una serie de
balances que nos han llegado? Dice que solo no podrá terminar.
La expresión inicial es de evidente desilusión pero, desde que Ian es el maestro de la
ficción, se recompone de prisa, mirándome impasible. —Está bien, se lo preguntaré.
—Gracias —contesto—. ¿Querías hablar conmigo? ¿Se trata de Beverly? —pregunto
tratando de mantener un tono profesional.
La expresión de Ian es indescifrable. —Beverly efectivamente ha aparecido y nos
pregunta si podemos encontrarlo para el almuerzo la próxima semana.
—Ningún problema —le aseguro, feliz de poder desplazar la conversación a cuestiones
de trabajo.
—Pero no quiero hablar de eso —me dice bajando la voz—. ¿Tienes tiempo para una
copa después del trabajo? —me pregunta mirándome fijamente con esos ojos azules
que sabe ciertamente como explotar. Sólo falta que comience a batir las pestañas y
luego estamos listos.
—No —contesto seca, aterrorizada.
—¿No? —pregunta dudoso.
—No. —Esta vez mi tono es aún más definitivo. También podría inventarme alguna
excusa, pero no le debo ninguna explicación.
—¿Entonces una cena? —pregunta casi irritado.
—No —le digo con el mismo tono decidido.
Me mira incrédulo. —¿Sólo no? —pregunta ahora casi resentido.
—Exacto. —He dormido demasiado poco para tener grandes conversaciones hoy con
él.
—¿Por qué no? —pregunta agarrándome por el brazo. No lo sujeta fuerte, pero no
tiene intención de dejarme ir.
Pero me libero de su agarre. —¿Has perdido la luz de la razón? —le pregunto echando
un vistazo preocupado sobre sus hombros, donde la secretaria de Colin está tratando
de espiar cada movimiento de nosotros. ¿Pero esa mujer realmente no tiene nada
mejor que hacer? ¿No tiene un trabajo?
Ian vuelve a la vida como si hubiera estado en shock.
—Discúlpame —me dice—. Pero me estás haciendo perder la paciencia.
147 ¿Ahora también es mi culpa? Me gustaría decirle cuatro cosas, pero no sé cómo logro
contenerme. Temo que nuestras relaciones permanezcan tensas hasta que
encontremos el modo de manejar nuestra problemática atracción.
—Tengo que hablar contigo, de verdad tengo que hacerlo. Y después no te molestaré
más. —Tiene una expresión determinada y que no logro disuadir.
—Está bien —cedo—. A cenar. —Me estoy dando cuenta de que básicamente es el
menor de los males.
—El viernes en la noche en mi casa —me propone—. Visto que te debo en todo caso
una invitación.
—Pero que quede claro —le digo decidida—. Primera y última cena.
Asiente.
—Bien, excelente —digo nerviosa, tratando de inventarme un motivo para huir.
—¡Jenny, una llamada para ti! —me advierte una chica de la recepción.
—¡Pásamela a la oficina! ¡Ahora voy!
¡Nunca había sido más feliz de tener una excusa para poderme escabullir!
E
sto no es una cita, me digo nerviosa a medida que observo mi imagen en el
espejo, esta es una simple cena con un amigo. Aunque la verdad Ian no es un
amigo, me inquieto.
De acuerdo, entonces esta es una simple cena con un colega. Eso suena más
tranquilizador, me gusta.
—¿Quieres ir tan cubierta? —pregunta Vera viéndome desde la puerta con reproche.
—¿Qué tiene de malo? —le pregunto a mi reflejo, inocentemente.
****
150
Para llegar al centro demoré una media hora. Saliendo del metro me estrello con una
marea de turistas que deambulan por Piccadilly.
Me encamino con mucho frío hacia Hyde Park, acercándome cada vez más a Trafalgar
Square. Este es el poder del dinero, reflexiono divertida, un apartamento en el centro de
la ciudad.
La entrada principal es majestuosa, exactamente lo que se espera de un edificio en
esta zona.
Ian me envió un correo electrónico con la dirección esta tarde, y el número exacto del
intercomunicador. Pulso el número 17 no muy convencida, y suena. Unos segundos
después, la puerta se abre instantáneamente. Entro en un vestíbulo de mármol pulido
brillante y limpio, subo algunos escalones y espero pacientemente la llegada del
ascensor. Me encuentro en el quinto piso demasiado rápido.
Esta velada por el momento sólo me está causando un fuerte dolor de estómago y
nada más.
La hipótesis de una posible fuga en el último momento, se ve frustrada por la
presencia de Ian, quien abrió la puerta de su apartamento y me está observándome
salir del ascensor.
—Bien llegaste —me saluda calurosamente, como si mi presencia fuera la cosa más
natural del mundo. Al parecer, a gusto, lo que logra que casi me enoje.
—Gracias —contesto acercándome. Se desplaza para dejarme entrar.
Trae un par de pantalones vaqueros y una camisa azul que le sientan de maravilla con
las mangas arremangadas. El cuadro se completa con un cinturón de cuero y
mocasines que parecen costar una pequeña fortuna.
Menos mal que Vera me obligó a cambiarme, venir aquí vestida totalmente de manera
inapropiada no me habría ayudado a sentirme mejor.
Lo primero que llama mi atención es que su apartamento es muy luminoso, moderno
y quizás más pequeño de lo que esperaba. La sala de estar está amueblada con lo
esencial, con un juego de blancos y negro, los muebles de estilo minimalista, son de un
negros brillantes, mientras los sofás son blanco. ¡Si yo hubiera tenido algo de eso, en
menos de una semana ya habría quedado lleno de manchas!
En esta sala sólo la alfombra es vieja, pero no arruina el efecto en general. De hecho, si
es posible, lo resalta.
Al final de la sala la mesa se encuentra preparada de forma muy elegante: mantel
blanco, platos cuadrados del mismo color y vasos de cristal.
Ian me lleva al sofá y me hace sentar. —Siéntate ¿Deseas algo de beber? —pregunta
151
inmediatamente como era de esperarse de un perfecto anfitrión.
—Mejor no —murmuró relajándome—. El alcohol puede no ser una sabia elección.
—Vamos Jenny, hazme compañía —dice sonriendo—. No querrás dejarme bebiendo
solo.
Una de las razones por las que odio a este hombre es que con su expresión puede
conseguir casi todo lo que quiere. Y él lo sabe.
—Sólo un sorbo —estoy de acuerdo de mala gana, dando vueltas nerviosamente en su
inmaculado sofá. ¿Me pedirá que pague la cuenta de la tintorería si una gota de vino
tinto se atreve a caer del vaso?
Acaricio con la mano el tejido sobre el que estoy sentada: tiene que tratarse de algún
raro lino, pienso inquieta.
A los segundos vuelve a aparecer Ian a mi lado con un vaso de vino blanco. Gracias por
el blanco. Le doy las gracias con una inclinación de cabeza y degusto el vino espumoso
y seco, exactamente como me gusta. Por supuesto que no es una coincidencia.
Si algo he aprendido en las últimas semanas es que nada con Ian se deja al azar. Te lo
deja creer, pero sólo para tener una ventaja sobre ti.
—Delicioso vino. Y bonito apartamento —le dije sinceramente—. Aunque esperaba
algo mucho más grande de alguien como tú.
—¿Alguien como yo? —pregunta sentándose y mirándome.
—Sí, alta nobleza, casas de familia... en fin, lo de siempre.
—Esta casa tiene una sala de estar, una cocina, un dormitorio y un baño. No necesito
nada más, dado el tiempo que pasamos trabajando —dice—. Sin mencionar que esta
casa es de alquiler.
Estoy realmente sorprendida. —¿Tú pagas alquiler?
—Sí, incluso si es de mi abuelo —admite sonrojándose ligeramente.
Lo miro dudosa. —Entonces vivir en alquilar es una manera de decir que es un
contrato de arrendamiento gratis.
—Si pudiera, mi abuelo me haría pagar el doble —dice serio—. Por lo que es bueno ser
capaz de pagar la misma cantidad que los otros.
—¿Quiénes son los otros?
—Los inquilinos de los otros apartamentos
—¿Quieres decir que todo el edificio es suyo? —pregunto impresionada.
Ian parece que tuviera un poco de dificultad para hablar. —Bueno, sí —admite—. Uno
152 de muchos.
—Entonces también podría regalarte un apartamento —señalo.
Honestamente, si yo tuviera un nieto y un millar de apartamentos, podría regalarle al
menos uno.
—Trató, después de mi graduación, pero sus regalos nunca son desinteresados. Tarde
o temprano siempre te pasa factura. Y he preferido pagar el alquiler en lugar de
deberle algo.
Esto no me lo esperaba. Por supuesto, Ian gana lo suficiente para poder pagar el
alquiler, pero sigue siendo una anomalía. Pocos, me digo a mí misma, lo habrían hecho
en su lugar.
—De todos modos, no voy a estar aquí mucho tiempo —revela, dejando el vaso sobre
la mesa—. Estoy mirando en los alrededores para comprar un apartamento con lo que
he ahorrado a lo largo de los años. Y tú, ¿por qué vives de alquiler? —me pregunta.
—También estaba pensando en comprar algo, pero lo cierto es que no me gusta vivir
sola. Y no puedo comprar una casa con tres dormitorios en el centro para dar cabida a
mis amigas. Luego pensé en comprar una cuando estuve a punto de convivir con mi ex
novio, pero luego todo se desvaneció y por el momento he dejado de lado ese
proyecto.
—Entiendo —dice Ian, aunque dudo que entienda lo que significa tener que
preocuparse de tener un techo sobre su cabeza. La verdad es que en cualquier
momento puede decidir revocar su decisión y se le asignará una vivienda digna de su
nombre.
—¿Así que lo de tu novio está definitivamente cerrado? —pregunta.
Su pregunta es extraña, tiene muy poco que ver con esta noche.
—Absolutamente —le confirmo mirándolo cuidadosa—. Pero tú ya sabías eso.
—A veces uno se lo piensa mejor —dice enigmáticamente.
—Sí, pero si yo lo hubiera repensado debería informarte. Quiero decir, porque soy tu
novia falsa... —le recuerdo.
—Tal vez eres una novia falsa que sostiene el mismo pie en dos zapatos... —dice.
—Te lo hubiera dicho. Y de todos modos, casi nunca vuelvo sobre mis propios pasos.
Charles realmente no era el hombre adecuado para mí. He demorado un poco en
resolverlo, pero el tiempo que paso en el trabajo es tanto que termino cansada de
razonar con claridad una vez que salgo.
Mi frase le hace sonreír. —Entiendo.
El sonido de un temporizador en la cocina nos interrumpe.
153 —Supongo que está listo —dice poniéndose de pie—. ¿quieres sentarte a la mesa? —
me pregunta.
Me encuentro perpleja. —¿Has cocinado tú? —le preguntó.
—Por supuesto ¿Qué pensaste? —responde desapareciendo en la cocina.
Al parecer, esta noche Vera tiene la razón en todo.
—El aperitivo —dice sentándose frente a mí, poniendo sobre la mesa un plato con una
rica selección de quesos y mermeladas—. Por favor, dime que comes todo tipo de
queso —me suplica con los ojos alegres.
—Sí, todo. —confirmo riéndome de su expresión.
—Menos mal. Casi te llamaba en un momento determinado, pero no quería revelarte
todo el menú. Pero aquí también hay algo de tofu...
Estoy muy impresionada de que se acordara de que soy vegetariana y también de que
se haya tomado tantas molestias para encontrar el menú perfecto. Este pensamiento
es tan inquietante que tomo el vaso para llenarlo nuevamente.
—¿Por qué brindamos? —pregunta, levantando su copa.
—Realmente no lo sé... —tartamudeo tratando de pensar en algo—. ¿Por un trabajo
bien hecho?—pregunto refiriéndome a Beverly.
La cara de Ian se oscurece ligeramente. —No siempre tienes que pensar en el trabajo,
—continúa—. Podemos brindar por las nuevas posibilidades.
Esa frase puede tener varios significados, pero, de alguna manera, la posibilidad que
se me ocurre ahora, es que el hombre frente a mí, decida darme un beso de nuevo
esta noche. La imagen es tan impactante que trato de quitármela de encima
inmediatamente. Ian no puede dejar de notar que estoy estrujando los ojos.
—¿Estás bien? —pregunta intuyendo algo.
—Más o menos —contesto—. Aunque la verdad es que me estoy poniendo nerviosa. —
He aquí una confesión que se me escapa sin que me dé cuenta.
Ian no parece apreciar mi respuesta. —Lo siento, porque realmente traté por todos los
medios para que te sintieras a gusto.
Sé bien que lo ha hecho. Es tan gentil esta noche conmigo que estoy a punto de
sentirme mal. Es tan malditamente diferente a lo habitual que no entiendo cuál es su
plan.
—Es todo esto lo que me pone nerviosa —trato de explicar—. Por lo general no eres así
de accesible.
—Parece que tengo que corregirte: lo soy, pero solo con aquellos que me lo permiten
serlo. —contesta a tono.
154 —¿Por qué esta cena? —le pregunto, yendo directamente al grano.
Ian alza los ojos al cielo tratando de no perder la paciencia.
—Es sólo una cena, relájate —dice tratando de tranquilizarme—. Sin embargo, me
parecía una buena manera de hablar de todo lo de la caza, y de lo que te ha dicho... mi
abuelo.
—¿Qué crees que me ha dicho? No fue gran cosa —le digo a la defensiva. Algo que no
lo amedrenta.
—Conozco muy bien a mi abuelo. Definitivamente estuvo más presente en mi vida de
lo que lo hicieron mis padres, ya que siempre estaban por allí trabajando o
divirtiéndose, así que no me digas tonterías.
Admito que no era mi intención decirle a nadie sobre el cambio de puntos de vista con
el duque de Revington.
—No dijimos nada importante. Hablamos de cómo soy diferente a tus usuales
“elecciones” —dije genéricamente.
Ian mastica nerviosamente su bocado.
—¿Te ha ofendido de alguna manera? —pregunta escrutándome con atención
maníaca.
Ahora soy yo la que tengo que mirar hacia el cielo. —¿De verdad crees que yo no sé
cómo defenderme? —Y pensar que me conoce, que sabe cómo soy, especialmente si
me provocan.
Mi frase parece calmarlo. —Entre las personas que conozco tú eres la que mejor sabe
defenderse —confirma admitiendo una verdad bastante obvia.
—¡Así que no temas! sabía qué esperar y también sabía cómo responder. Nada
sucedió, al menos hasta que hice escapar el faisán —agrego con un toque de ironía.
Ian ríe. —Eso me dijeron. —Sus ojos se han levantados más.
—¿Y es que lo dudabas? En fin, haz enviado a un animalista a una batida de caza,
¿entonces qué era lo que esperabas? —contesto masticando.
—Nada. Yo sólo esperaba que eligieras no apuntar con el arma a un cazador —dice
riendo, mientras cortaba un pedazo brie.
—Bueno, pues te habrás sorprendido que no lo hubiera hecho —murmuro agarrando
un pedazo de pan integral.
****
155
—¿Has terminado? —me pregunta poco después apuntando a mi plato.
—Sí, y fue muy delicioso —le aseguro ayudándole a recoger los platos.
—Ok, ahora viene el plato fuerte —me revela asomándose desde la puerta de la
cocina.
—¿Y qué es eso? —le pregunto con curiosidad.
Vuelve a aparecer un minuto después con una bandeja humeante. —Cocina italiana,
berenjena a la parmesana —dice apoyando el plato sobre la mesa.
El aspecto es impresionante. —¿Estás seguro de que no compraste todo listo? —le
pregunto sospechosa.
Ian finge sentirse indignado. —¿Qué quieres decir?
—No puedes haberlo cocinado tu... —le digo, pensando en el tiempo en que se tarda
en preparar un plato así. Y en lo tarde que hemos salido de la oficina.
—Lo hice anoche ayudado al teléfono por mi sirvienta. ¡Pero lo hice yo! —dice con
orgulloso.
—¿Estás seguro que no nos envenenaremos? —le tomo el pelo mientras me sirvo una
abundante porción.
Él agarra el tenedor y come directamente de mi plato. Mastica y luego traga.
—¿Ves? Todavía estoy vivo —dice haciéndome un guiño.
Yo retiro su mano de mi plato y lo pruebo. Esta cosa esta absolutamente divina. —Está
bien —admito a mi pesar un poco después.
—¿Sólo está bien? —pregunta casi ofendido.
—¡Muy bien, muy bien! ¿Qué más quieres?
—Por lo menos excepcional, ¡en parte porque aquellos “como yo” nunca cocinan! —se
burla de mí—. Así que me gustaría tener puntos extra por mi empeño. Y por un
discreto éxito.
—¿Cómo vas a saber si digo esas cosas? —le pregunto molesta.
—¿Me equivoco, quizás? —pregunta para nada molesto con mi tono.
—La verdad es que eres muy previsible en tu opinión sobre los ricos.
Lo miro por un momento con una mirada amenazante.
—Estamos divagando —dice—. No hemos terminado de hablar de lo que te ha dicho
mi abuelo.
Al parecer, no se da por vencido con ese tema. No es que sea inesperado, en el fondo
ha tenido siempre algo de determinación.
156 —Si realmente quieres saber —le digo, bebiendo mi vino—, ¿por qué no se lo
preguntas directamente? —le propongo.
—Lo he hecho, querida “lo sé todo” y no me contesta —se queja. El duque si que es un
hombre sabio.
—Ian, de verdad, que no dijo nada. Quería saber un poco de mí y yo he sido sincera.
Discutimos un poco de ti. Y al final me aconsejó que te soltara tan pronto como fuera
posible.
Quería decírselo en la forma más casual, pero sin duda esto no ha sido de lo mejor.
—¿Por qué? —pregunta con el ceño casi fruncido.
—¿Por qué ignora completamente de que estamos fingiendo? —le hago notar como si
fuera un niño pequeño.
—No juegues con las palabras —dice, dándome una mirada torva.
—¿Sabes lo que quiero decir?
—A decir verdad, no lo sé, no lo tengo claro del todo.
—Y no haces ningún esfuerzo para entender. Yo no vengo de una familia noble,
tampoco provengo de una familia rica; mi sueño en la vida es cualquier cosa menos
casarme y jugar a la esposa, y no soy lo suficientemente atractiva para retener a una
persona como tú.
No tengo ningún complejo en particular, sé muy bien lo que valgo y el aspecto que
tengo, pero una comparación entre los dos es impensable. Adivino que en su familia
se eligen las mujeres más bellas del país, con un resultado en el engendramiento de
intereses “estéticos” como resultado, mientras que en mi generación, la pareja se
eligen por el cerebro, ignorando completamente el aspecto físico. No me quejo en
absoluto, sólo estoy hablando de hechos. Estoy muy feliz con mi cerebro y no lo
cambiaría nunca por un aspecto hermoso.
—¿No te gustas? —pregunta Ian sorprendido.
—¡Claro que ciertamente me gusto! —me defiendo—. Pero soy una mujer normal, de
altura normal, constitución normal.
—Eres normal, lo entiendo ¿Y yo en cambio no lo soy? —pregunta acosándome.
Pero me pregunto ¿realmente tenemos que hacer este juego estúpido en el que fingimos
que no sabemos que es objetivamente muy atractivo?
—Digamos que eres un poco “menos de lo normal” —le respondí.
Ian levanta una ceja, como si no hubiera entendido muy bien mi frase. —¿Qué tengo
de poco normal? —pregunta mirándome con mucha atención que no puedo evitar
sonrojarme.
157 —Los ojos —le digo sin pensar, porque está claro que una mujer en su sano juicio no
diría lo que yo estoy diciendo. Es hora de que deje completamente de beber, si no es
ya demasiado tarde.
La cara de Ian, sin embargo, reclama una explicación.
—Tus ojos son los más azules que he visto nunca —admito a regañadientes y bajo los
ojos. ¿Qué demonios me pasa? ¿me bebí el suero la verdad?
Su expresión se suaviza, y me sonríe sorprendido. —¿En serio? —pregunta asombrado.
Está claro que no esperaba esa respuesta. Como si todas las mujeres del planeta no
compitieran por repetirla.
—Bueno, sí, pero los ojos marrones son trivialmente impresionables —trato de
defenderme claramente avergonzada.
Yo sola me metí en esto, ahora tengo que encontrar una manera indolora de salir de esta.
—Tú tienes unos hermosos ojos marrones —dice mirando mis ojos—. Es como si
tuvieran verde en los exteriores —indica con una mano.
—Dejemos de perder el tiempo con el tema de los ojos —propongo molesta, bajando
de nuevo la mirada. Esta velada está tomando realmente un giro raro. ¡Y menos mal
que no he nombrado su boca!
—Así que, en resumen, te siente menos atractiva que yo —dice Ian tratando de buscar
una confirmación.
¡Vaya! Cuando se aplica incluso se las arregla para entender...
—¿Podemos cambiar de tema? —pregunto con dificultad—. No me siento menos
atractiva que tú, me siento diferente a ti, eso es... diferente —balbuceo mal.
Ian se ríe por lo bajo. —Está bien, somos diferentes. Muy bien ¿Más vino? —pregunta,
y sin esperar mi respuesta me llena el vaso.
—¿Estás tratando de emborracharme? —le pregunto preocupada.
—No, sólo estoy tratando de que te relajes. Estabas un poco tensa cuando llegaste.
—Si se trata de eso, bueno, todavía lo estoy. —Aún estoy un poco nublada por el
alcohol y la lengua de repente dice todo lo que pienso. Aterrador.
—¿Haz terminado? —me pregunta Ian apuntando a mi plato vacío.
Es obvio que cuando estoy nerviosa, como y bebo sin siquiera darme cuenta.
—Sí, gracias. Todo estaba muy bueno —confirmo dándole el plato.
—¿Te ayudo a lavar? —pregunto, levantándome y siguiéndolo hasta la cocina.
Veo que pone los platos en el fregadero.
158 —Oh no, ya lo hará mañana alguien más —dice tan sorprendido por mi propuesta.
Claro, su señoría no lava ¿Cómo se me pudo olvidar? Pienso molesta. Aunque, para ser
honesta, no puedo echarle la culpa, su familia está acostumbrada a ser servida desde
hace mil años, Ian no puede de ninguna manera ser diferente.
Es probable que también piense que ser revolucionario, es tener sólo una sirvienta y
no diez como su familia.
—El dulce lo compré —admite sacando de la nevera una tarta Sacher maravillosa con
crema batida.
—Creo que te voy a perdonar por esta vez. Aunque Ian... la crema spray... —le tomo el
pelo mientras volvemos a la mesa. Si esto hubiera sido una invitación a cenar normal
claramente me hubiera ofrecido a traer el postre. Pero estoy tan comprometida a
luchar contra el pánico que incluso me olvidé de la etiqueta. Menos mal que ha
pensado en todo.
—Lo sé, lo sé, no es mi estilo —admite elevando los hombros.
—Tienes que hacerte perdonar —le digo rociando divertida una montaña de crema
batida en las rodajas de la torta que acaba de cortar.
Voy a ir a sentarme, pero cuando me vuelvo observo que la expresión de Ian ha
cambiado. —Tienes crema batida en la nariz —dice, tocando mi cara con los ojos
brillantes.
—Déjalo, ya lo hago yo. —Estoy nerviosa. El más mínimo contacto con él es tan
desestabilizador que no puedo esperar para deshacerme de él.
Pero Ian no me hace caso en absoluto, y con un leve gesto me pasa el dedo por la nariz
acercándose peligrosamente. En sus ojos puedo ver algún tipo de determinación.
—Ian —le llamo en tono de reproche.
—Ya te había dicho que me encanta cuando dices mi nombre.
¡Dios! Esto no era lo que esperaba oír.
—¿Has terminado? —le pregunto, viendo que no hace nada por retirar la mano de mi
rostro. Su mano en cambio se desliza por mi mejilla. Las miles de pequeñas descargas
que estoy ya acostumbrada a recibir por su toque recorren todo mi cuerpo.
—Ni siquiera he comenzado —dice enigmáticamente, acercándose aún más.
El hecho de que un segundo después, su boca se encuentra con la mía no es una
sorpresa para nadie. Debería haberme echado para atrás, reflexiono enojada
abandonando mis labios a los de él. Debería haber hecho algo, aunque fuera huir.
Este hombre besa divinamente, y estoy tan aturdida por el vino y por el beso. Me
siento sexy como nunca antes, mientras acaricio con mi brazo su cuello. Ian incluso me
159 acerca más a él y me besa aún más intensamente, si eso es posible.
Cuando siento su mano acercarse a mi pecho me despierto como en shock, y me retiro
abruptamente.
—No creo que... —le digo tratando de recuperar el control de mis facultades mentales,
esperando que no hubieran abandonado por completo mi cuerpo.
Ian todavía me mira con esos ojos tan intensos.
—Détente —le digo con el ceño fruncido agarrando mi plato y encaminándome en
dirección al diván. Era mejor poner unos metros de distancia entre nosotros. Me
siento hundiéndome y muerdo un pedazo de la torta.
Puedo tratar de equilibrar mi nivel de azúcar en la sangre, puesto a prueba por el beso
de antes.
Ian me mira comer durante unos minutos, luego toma su plato y se sienta a mi lado. El
hijo de puta se ríe mientras me mira de reojo. Está claro, creo que esta situación es
más para llorar que provocar risa.
—Sé que me estás mirando —señalo enojada.
—¿Está prohibido mirarte? —pregunta con astucia—. Tú eres la única persona aquí
adentro, así que no puedo mirar a nadie más —dice como si eso lo explicara todo.
—Bueno, deberíamos invitar a otras personas —le digo exasperada.
—La próxima vez saldremos en una cita doble entonces, pero tendremos que esperar
primero que George y Tamara decidan convertirse en pareja.
—¿Así que tú también lo has notado? —le pregunto, feliz de ser capaz de cambiar de
tema.
—Es bastante obvio —está de acuerdo conmigo mientras sigue comiendo—. George
tiene debilidad por ella.
—Sí, pero ella está enamorada de ti —le hago notar.
Ian se encoge de hombros. —Pero no es verdad...
—Es evidente —insisto mordiendo la corteza de chocolate.
—Ella cree tenerlo, pero yo no le gusto de verdad —dice seguro, tan seguro que dudo
de mi propia convicción—. Pero a ti te gusto en serio —afirma enseguida como si fuera
la cosa más natural que decir.
—¿Perdón? —pregunto, convencida que oí mal.
—¿Quieres decir que no es verdad?
—¡Es completamente falso! —replicó con enojo—. Pero, ¿cómo haces para pensar esas
160 cosas?
—Así que pensé... —dice en voz baja, dándose cuenta de que su método de actuar fue
el equivocado.
—¡Qué tonterías se pueden decir a veces ...! —le digo aburrida.
—Te lo puedo probar —dice animándose. Tiene el aspecto de quien decidió algo y no
quiere reflexionar demasiado sobre su elección.
—¿De qué modo? —le pregunto con asombro. Esa era una pregunta que no debería
haber hecho, así que la culpa es mía.
—Deja ese plato —ordena señalando mi dulce. Pero yo en cambio lo aprieto aún más
como si fuera mi última defensa contra el enemigo—. Ni siquiera pienses en ello.
—Vamos, no seas cobarde —me provoca, arrancándome literalmente el plato de las
manos y colocándolo a su lado. Sin él, me siento expuesta.
—Ok, ahora debes relajarte —dice pensativo acercándose. Como si fuera fácil.
—Voy a estar relajada cuando salga de este apartamento —le revelo en un inesperado
estallido de sinceridad.
—Apóyate de espalda —dice tirando de mí de nuevo con él y ciñéndome los hombros
con el brazo.
—¿Qué estás tratando de probar? —pregunto seriamente preocupada.
Esta noche Ian parece un poco loco, no lo reconozco en absoluto, y no puedo predecir
sus intenciones. Con una mano toca mi mejilla. Así, me siento perdida.
—¿Lo sientes? —pregunta. Por supuesto que sí, probablemente lo sentiría aunque
estuviera muerta.
—¿Qué se supone que debo sentir? —pregunto como si no hubiera pasado nada,
tratando de escapar de su contacto.
—Tus palpitaciones del corazón —responde como si fuera la cosa más normal del
mundo. Mi corazón tiene que ir a mil por hora, y ambos lo sentimos.
—Yo tengo el pulso acelerado. ¿Entonces, qué con eso? —le pregunto con arrogancia.
—Debiste pensar en hacerte payaso en vez de asesora —expone su punto de vista
personal, riendo y mirándome—. ¿Has acabado con esta tontería?
Mi cara debe ser respuesta suficiente porque un momento después me está besando
de nuevo y si es posible, está poniendo aún más entusiasmo que antes. Está claro que
quiere demostrar que estoy completamente en su poder. Y maldita sea, realmente lo
estoy.
Unos minutos más tarde, estoy tumbada en el sofá, y él está encima de mí. Es difícil
161 irse cuando tienes un peso similar aplastándote, trato de justificarme.
Sin dejar nunca de besarme Ian comienza a levantar mi camiseta. Luego me toca el
vientre. Yo emito un sonido incomprensible cuando me toca. Su mano continúa ahora
más decidida rozando suavemente el sujetador.
—¿Podemos sacar esta camisa? —pide retirando por un momento sus labios de los
míos.
—No podemos. Por supuesto que no —le digo preocupada mientras jadeo. No puede
desnudarme, cueste lo que cueste. Aún no puedo renunciar.
Ian entonces comienza a besarme el cuello, y luego más arriba, hasta el oído.
—Tenemos que hacerlo —dice en voz baja, y empiezo a perder de nuevo la razón.
Unos minutos más tarde, cuando me trata de quitar la camisa no pongo más
resistencia. Hmm, realmente es considerable mi fuerza de voluntad.
Para que lo sepan, si me hubiera dejado puesta la fea camisa marrón, nada de esto
estuviera sucediendo. Nadie en su sano juicio se habría atrevido a quitármela. Mis
manos están luchando con la camisa de Ian, a quien parece gustarle un montón el
toque de mi mano sobre su piel.
Entonces su boca llega a mi vientre y comienza a subir, pero no antes de haber
explorado cada centímetro de piel. La visión de su boca en mi piel es demasiado para
mí, así que cierro los ojos, con la esperanza de disipar la imagen. Pero sus labios y sus
manos son mágicas, no puedo pensar en nada más.
—Por favor, basta. —le imploro retorciéndome.
Ian se levanta sobre un codo y me sonríe casi alegre. —Sólo estoy comenzado —me
dice con una expresión que nunca había visto antes: es sensual, juguetón, me atrevería
a decir que casi feliz.
—Oh, Dios —exclamo con desesperación. Tengo la impresión de que estoy realmente
en un gran aprieto.
—¿Qué tal si nos movemos a otro lugar? —me pregunta él con esos ojos
fastidiosamente tan azules.
Cierro los ojos para mirar a otro lado. —¡Olvídalo! —grito con determinación—. Nunca
pondré un pie en tu habitación.
—Siempre la misma exagerada —dice sin preocuparse. Y me levanta del sofá como si
fuera una pluma y me toma entre sus brazos.
Ahora, algo que hay que recordar y que además las chicas modernas saben muy bien:
los hombres del siglo XXI no te llevan en brazos, ¡nunca lo hacen! Es por eso que
encontrarme así de repente, cargada como una cosa preciosa me reduce al nivel de
una albóndiga.
162
—No es justo... —sólo puedo murmurar mientras que Ian me lleva a la habitación.
Me posa elegantemente sobre la cama tendiéndose junto a mí. Me observa divertido,
para nada molesto por el pánico que sin duda está leyendo en mi rostro.
—Sería bueno que por una vez empieces tú a besarme —me dice sonriendo—. Por lo
menos para conseguir una confirmación de que después de todo el placer es mutuo —
dice con una sonrisa, pero la frase esconde una inseguridad que nunca hubiera
esperado de él.
Me acerco muy despacio, mirando sus ojos, mirando todos los puntos de su rostro.
—Me haces hacer locuras —le hago notar con un tono de acusación.
Ian baja sus defensas mientras me mira. —Eso es algo bueno, alguien tenía que
enseñarte a ser un poco loca.
Un beso más o menos no va a cambiar el balance de esta noche ya tan embarazosa,
pienso acercándome cada vez más a él.
Cuando finalmente decido darle un beso, lo veo cerrar los ojos con un aire casi
soñador. Observo sus pestañas negras, hasta que la presión de su boca me obliga a
cerrar mis ojos a la vez.
Me abraza y me hace rodar sobre su pecho, con una mano comienza a acariciarme la
espalda. Cuando llega al sujetador se detiene indeciso.
—¿Puedo? —pide a medida que continúa besándome el cuello.
—Preferiría que no —le contesto, sonrojándome.
—En cambio yo prefiero que digas que sí... —suspira comenzando a desabrochar el
gancho.
—Por favor, no... —lo detengo, aterrada de entregarme por completo.
Ian vuelve a mirarme sonriendo. —Podemos hacer un compromiso: mantener por el
momento tu sujetador a cambio de estos pantalones vaqueros tan aburridos.
—¿Cómo? —pregunto con los ojos abiertos del asombro.
Ian acaricia mi mejilla. —Deberías haberte puesto una falda —me dice serio—. Estos
jeans son tan apretados que son un infierno para quitar —se queja.
—Es realmente una lástima que yo no tenga a otros más apretados —respondo
tratando de no quedar hipnotizada por su mirada.
—Llevas pantalones casi siempre a la oficina —dice.
—No pensé que estuvieras al pendiente de mi vestuario. Con eso estoy mucho más
cómoda —replico irritada—. ¿Qué mujer en su sano juicio preferiría una falda a un par
de pantalones cómodos?
163
Tomándome por sorpresa Ian me gira quedando en una posición de dominación. Que
visión, chicas: un hombre hermoso con el torso desnudo, con el cabello despeinado y
con los labios rojos por demasiados besos. Es realmente una pena que esta sea la
primera y última vez que vea a este hombre en una posición similar.
Entonces comienza a desabotonar el botón de mis pantalones vaqueros y de repente,
lo que un momento antes era una mala idea rápidamente se convierte en una idea
ingeniosa. Me dejo quitar mis pantalones y me quedo con mis bragas blancas.
Ops. Simple, blanco, horrible, normal. Y por supuesto el sujetador es de color negro...
Cierro los ojos por un momento de desesperación, porque estoy dispuesta a apostar
todo mi bono de este año que este hombre nunca ha visto a una mujer con las bragas
y el sujetador de diferentes colores.
—Bueno, yo diría que ahora es el momento de ir a casa. —le digo, tratando de
liberarme de sus manos y tratando en vano de levantarme de la cama.
—¿Ahora? —pregunta Ian sorprendido.
—En realidad, tendría que haberme ido hace mucho tiempo atrás —preciso
mortificada—. Ahora es un poco tarde, pero mejor ahora que nunca.
Estoy segura de que siempre seré recordada como la persona que se atrevió a usar
ropa interior de colores, pero a quién le importa, por lo menos no voy a ser una de
muchas.
Ian me detiene con firmeza. —¿He hecho algo mal? —pregunta preocupado.
—¿Tú? —le pregunto con asombro—. Tú no tienes nada que ver, soy yo. En realidad,
creo que me estoy humillado ya bastante con este embarazoso conjunto de ropa
interior.
Ian me mira como si estuviera hablando en árabe y no entendiera ni jota de lo que dijo.
—Pero en mi defensa sólo puedo decir que nunca me hubiera creído, y digo nunca,
esperaba que lo pudieras ver. Te lo juro, yo pensaba que el mundo tendría que hacer
implosión antes de que esto ocurriera.
Ian no sabe si reír o llorar. —¿Ese es solamente el problema? —me pregunta perplejo.
—¿Ah, solamente? Tú lo haces parecer tan fácil.
—Pero eso es algo que se puede resolver rápidamente —dice tocando mi espalda y
quitándome el sujetador, aun encontrándome desconcertada, no tengo ni tiempo de
evitarlo.
—¡Ian! —exclamó casi indignada, sin éxito, trato de cubrirme lo más que puedo.
—Yo sólo quería ayudar... —se justifica, desplazando su mirada por mis senos—. Tu
164 parecías realmente tener un grave problema ¿Qué clase de caballero seria yo, si no
ayudara a una chica en apuros? Y ahora que hemos resuelto este problema, ¿dónde
nos habíamos quedado? —pregunta con una voz mucho más profunda y seductora.
—¿En el que yo me estaba yendo? —pregunto insegura, porque no hallo realmente
fuerzas para levantarme de esta cama.
Ian se levanta y comienza a desabrochar sus pantalones, que caen al suelo. Si de
improvisto me viene una enfermedad ahora, al menos moriré feliz, pienso nerviosa.
—Me parece una idea realmente mala... —trato de persuadirlo en voz baja—. Todavía
estamos a tiempo...
Pero Ian se sienta en la cama y empieza a besarme, casi sin dejarme respirar y me dejo
llevar por completo por esta ola que se lleva toda mi fuerza de voluntad.
Unos minutos más tarde el resto de mi ropa se evapora, sólo puedo pensar en que lo
que estoy haciendo es definitivamente la mayor mierda de mi vida.
Pero por primera vez pienso ¿Y a quién le importa?
E
n algún lugar lejos, muy lejos de mí, mi teléfono está sonando imperioso. Por
un momento, evalúo la posibilidad de que sea un sueño, pero yo realmente no
recuerdo nunca haber oído sonar un teléfono con tanta insistencia en un sueño.
Cuando finalmente puedo levantar los párpados, trato de concentrarme en la
habitación donde estoy.
Una cierta ansiedad comienza a invadirme, cuando observo en la penumbra la
habitación que no había visto nunca antes de ayer. También podría hacerme la de la
vista gorda, si no fuera por el cuerpo tendido a mi lado. Y esta mañana realmente
necesito nervios de acero al darme cuenta de que estoy en la cama con Ian.
165 Anoche estaba tan lejos de allí que podía haberse tratado de un sueño. Pero por
desgracia todo es cierto. Bueno, realmente no... por desgracia, ya que ni yo misma se
lo que pensar.
Pero el teléfono continua sonando insistentemente. El comienzo de una mañana que
no es realmente prometedora.
La figura al lado mío duerme profundamente. Realmente envidio esa tranquilidad, en
realidad no sé cómo puede dormir sabiendo que estoy acostada a su lado. O tal vez
sea que esta tan acostumbrado a dormir con gente diferente cada noche que para él
eso no es un problema.
Yo, que nunca he dormido con un hombre en la primera cita, me resulta difícil pensar
con lucidez acerca de las últimas horas de mi vida. Al final, me encuentro en la cama
de una persona con la que no he salido nunca. Con excepción de esta primera cita,
esto es mucho peor.
Por supuesto, fue la noche más increíble de mi vida ¿Pero tenía precisamente que
suceder con Ian? Parece que ahí afuera no hubiera tres mil millones de hombres para
elegir.
Tratando de no hacer ruido, salgo de puntillas de la cama y empiezo a recoger mi ropa
del suelo. Estoy buscando desesperadamente la camisa cuando recuerdo realmente
haberla perdido en el pasillo, antes de entrar en el dormitorio. Dios mío, qué
vergüenza.
Antes de colocarme toda la ropa decido responder mi maldito teléfono que comienza
a sonar de nuevo.
—¿Hola? —susurro tratando de mantener la voz baja. Ian se voltea en la cama, pero
afortunadamente sigue durmiendo.
—¡Entonces estás viva! —dice Vera como si se le hubiera caído un gran peñasco del
corazón.
—Estoy viva —le confirmo casi sonriendo.
—¡Laura y yo estábamos muertas de miedo cuando vimos tu cama vacía esta mañana!
¡No puedes hacer eso, tienes que avisar! —continúa regañándome como mi madre
nunca lo ha hecho en su vida.
—Lo siento —le susurro—. Pero no estaba en mis planes pasar aquí la noche. —Era la
última cosa en el mundo que yo quería hacer. Al menos conscientemente. Sobre mis
deseos inconscientes preferiría no expresarlos hoy.
—¿Aquí donde? —pregunta, aunque sabe muy bien dónde estoy.
—A casa de Ian. Y aprecio mucho el hecho de que estés haciéndomelo decir en voz
alta —contesto discutiendo.
166 —No hay de qué. ¿Supongo que no han pasado la noche jugando...? —pregunta con
una risita.
—Scrabble, querida —le contesto.
Entonces estalla en una carcajada sonora. —Si piensas que alguien te va a creer... —
continua hablando.
—Me estoy yendo de todos modos —le informo intentando terminar con la angustiosa
llamada.
—Mira, ahora que sabemos que estás viva, puedes quedarte —me sugiere Vera.
—Prefiero volver. —Lo más rápido posible.
—Como quieras. Pero si vienes tienes que venir preparada para decirlo todo, hermosa.
Suspiro resignada. —¿Me quieren así de mal?
—No, pero ya sabes, somos chismosas ¡Adiós! —dice Vera despidiéndose.
Yo hago lo mismo y cuelgo.
Solucionado el tema de la amenaza telefónica empiezo a vestirme: me pongo mis
jeans, recupero mi camisa escondida entre los cojines del sofá y estoy lista para salir.
En teoría debería ir al baño, pero me arriesgaría a despertar a Ian, con quien no tengo
ganas de hablar esta mañana, así que voy a tratar de llegar así hasta mi casa.
¿Después de todo qué es una vejiga que estalla en comparación con la conversación
más embarazosa de mi vida?
Quizás también porque él está acostumbrado a tener sexo casual, pero yo me he
acostado con cinco hombres en todos mis treinta y tres años de vida, incluyendo a Ian,
y me cuesta un poco considerar esto como “normal”.
Abro la puerta con un ligero ruido y colocándome el abrigo salgo sin volver la vista
hacia atrás.
Me doy cuenta que es una cobardía lo que estoy haciendo y me avergüenzo un poco
de eso, pero necesito algunas horas de reflexión solitaria, antes de que pueda hacer
frente a lo sucedido esta noche. También porque es evidente que no se puede quitar
quirúrgicamente de la memoria.
Mientras vuelvo a casa, en el metro, no puedo dejar de sentirme molesta ante la idea
de lo que paso anoche. Ian era tan diferente de cómo me hubiera esperado y,
realmente es algo inquietante, parecía literalmente enamorado de mí. Lo cual no es
cierto, lo sé, pero la ilusión de ayer está impresa en mi piel y es difícil de borrar. Siento
en mí su olor e incluso la más pequeña parte de mi cuerpo aún recuerda muy bien que
ha sido durante mucho tiempo acariciada y besada por él. Mis antiguos novios nunca
167 han sido especialmente memorables, entonces no me sorprende que esta mañana no
esté bien.
Cuando llego a casa me dan la bienvenida, dos caras muy impacientes. Y hay que
entenderlas.
—¿Vamos a ir a desayunar? —sugiere Laura al ver mi cara pálida.
La idea es excelente, por lo que poco tiempo después nos pusimos en marcha a una
pastelería cerca de la casa. Desesperadamente necesito endulzar esta mañana.
Después de estar sentadas y hacer el pedido, espero pacientemente las preguntas que
no tardaron en llegar. Aprecio el hecho de que se hayan retenido durante todo el
trayecto.
—Entonces ¿qué ha pasado? —pide Laura decidiendo inclinarse en el respaldo.
Me agito sobre la silla. —¿Puedo evitar los detalles? —imploro con ojos de cervatillo.
—No nos ataques a nosotras. Prueba con tu hombre —dice Vera en tono grave y un
poco enojada.
—No tengo hombre —señalo meticulosa.
Ella me mira. —Cualquiera que sea el término en el que lo llame...
—¡Yo no lo llamo de ninguna manera! ¡Ese es el punto! —respondo golpeando con la
mano la mesa. Realmente estaba esperando que al menos mis amigas entendieran la
situación.
—Vale —dice Vera—, no nos calentemos demasiado. Y tratemos de retroceder. Jenny,
tienes que entender que hemos atravesado una mala mañana por causa tuya. ¡Tú no
estabas en tu cama, en serio que nos preocupamos! Estábamos convencidas de que no
tenías la más mínima intención de pasar la noche con Ian y temíamos que algún
chiflado te hubiera secuestrado de regreso a casa.
Tengo que admitir que lo que dijo suena hasta razonable.
—Lo siento —me disculpo sinceramente—. Realmente no tenía ninguna intención de
permanecer fuera de la casa. Solo fue un accidente que no se calculó. Me siento
abrumada —trato de justificarme suspirando.
Mis amigas se ablandan ante mi desconcierto.
—¿Abrumada? —me pregunta Laura, perpleja—. ¿Abrumada por qué exactamente?
¿De su aspecto físico? Cielos chica, pensé que después de tantos años lo habías
notado...
—No creo que uno deba pensar enseguida en esas cosas obscenas —le digo nerviosa y
agarro el croissant que acaba de materializarse en el plato delante de mí.
—¿Qué cosa debería pensar? —pregunta riéndose. Odio su risa insinuante.
—Escucha, querida —se entromete Vera—. Vamos a ir al grano ¿Te fuiste a la cama
168 con él o no?
Muy directo al grano, pienso pero sigo comiendo.
—Sí —admito masticando ruidosamente.
—¿Y ha sido loco? —ahora pregunta Laura.
Me quedo atónita por un momento. —¿Cómo lo sabes? —demando genuinamente
sorprendida.
—Tienes ese aire —me revela Vera—. Ya sabes, esa cara, “He tenido el mejor sexo de mi
vida y no sé qué hacer ahora...”
Suspiro. — Al parecer, también soy transparente... —me quejo molesta.
—Vamos, no tienes por qué abatirte —me consuela Vera—. Nos ha pasado a todas.
Claro, a ti te ha tomado más tiempo...
Laura asiente con la cabeza tristemente. Parece que cada mujer tiene su esqueleto en
el armario.
—¿Y ahora? —pregunto con los ojos un poco nublados.
—¿De qué han hablado esta mañana? —me pregunta Laura.
Me aclaro la garganta antes de contestar, porque sé que no van a apreciar mi
confesión. —Hmm, realmente no hemos hablado esta mañana.
Vera me mira dubitativa. —¿En qué sentido? —pregunta animándome.
—Ian seguía durmiendo cuando me fui —le digo en voz baja.
—¡¿Qué?! —explota Laura de una forma totalmente inesperada.
—Sí, ¿qué? —hace eco Vera que me miraba con los ojos muy abiertos.
—Ian estaba dormido y me desagradaba despertarlo. Y yo tenía que salir... —trato de
justificarme.
—¡No tenías que irte, en absoluto! —me interrumpe Laura bruscamente.
—Créeme, me tenía que ir —le digo enfáticamente.
Ellas dos no estaban allí esta mañana y no saben lo que sentí al despertarme.
—Estará muy molesto, Jenny —me dice Vera—. Y tiene todas las razones del mundo
para estarlo.
Qué exageración. —No lo creo. Probablemente en este momento también me esté
dando las gracias por no haberlo molestado...
Vera y Laura me miran para nada convencidas. —¿En serio? —pregunta la primera.
Naturalmente en ese preciso momento mi celular empieza a sonar. Tengo miedo de
saber quién me está llamando.
169 —Vamos —me intimida Laura.
—Debe ser mi madre —les digo, sin mostrar seña de querer abrir el bolso.
—¡No es tu madre! Vamos, toma el maldito teléfono.
Con un gesto visiblemente molesto, busco el teléfono.
No es mi madre. Maldita sea, la única vez en la historia en que la que estoy realmente
esperando que hubiera sido ella.
—¿Hola? —contesto con una voz débil.
—¿A dónde diablos te has ido? —grita a través del teléfono Ian. En lo que al parecer,
no es su despertar más dulce.
—¿Hola? ¿Hola? No puedo escucharte bien... —digo, mintiendo. Entonces corto la
llamada.
—¿Qué demonios estás haciendo? —pregunta Laura sorprendida.
La fulmino con una mirada decidida. —¡Colgando si no lo sabes! También porque
nunca he debido contestar.
El teléfono comienza a sonar de nuevo amenazante. Sin pensarlo demasiado lo tomo
y lo apago por completo. Estoy demasiado débil para hacer frente a una cosa
semejante a las diez de la mañana.
Dos segundos después, mi BlackBerry empresarial se pone a sonar imperioso. Se
puede decir que es un hombre decidido. Lo agarro nerviosa y también lo apago con un
gesto bastante teatral. —Eso es todo, ahora vamos a ver si puede hacer sonar otra
maldita cosa —exclamo fastidiada.
—¿Crees que es una buena idea negarte? —me pregunta preocupada Vera.
—Es una idea fantástica, si no te importa. —Hay que decir que la ira del último minuto
me hizo recuperar al menos un poco de lucidez.
—¿Así que el plan simplemente genial es... negarlo? —me pregunta sarcástica.
—¡No tengo un plan! por lo que por el momento negarse es una gran necesidad
¡Tengo la cabeza a punto de estallar! Cielos, por lo menos ustedes deberían
ayudarme... —me quejo hundiéndome sobre la silla.
—Está bien, está bien. No le contestes. Estamos de tu parte, pero nos gustaría saber
¿por qué? —pregunta Laura más bondadosa.
En mi cara se debe pintar toda mi incomodidad. —¿Por qué, qué? —Trato de
calmarme al menos un poco.
—Bueno, puedes comenzar por qué pasó lo que pasó... —propone Laura suavemente.
Realmente aprecio mucho que lo esté sugiriendo con cierto tacto.
Miro hacia el cielo tratando de encontrar una respuesta sensata. —Si sólo lo supiera.
170 Fue una combinación letal de mucho vino con el estómago vacío y un cortejo que
definiría casi como apretado... Pero, ¿es ridículo? ¿No es así? Ian ciertamente no
puede haberlo hecho, quiero decir, cortejarme.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué es absurdo que tú puedas gustarle? A mí me pareció muy
clara la forma en la que te tenía cautiva en el sofá de nuestra casa —dice francamente
Vera.
—Sí, realmente no puedes decir que esta cosa haya sido completamente inesperada.
Al final estamos hablando de un hombre que va por ahí besándote y presentándote
como su novia... —Laura me habla como si yo fuera muy lenta de entendederas.
—¡Su novia falsa! —digo precisa.
—Fingida o no fingida, ¡ no creo que él estuviera actuando mucho esa noche en
nuestro sofá! —siguió reprochándome Vera.
—¿Podemos no hablar de la escena del sofá? —suplico con sufrimiento—. De verdad,
me fatiga de solo pensar en cosas como esas.
—Está bien, ¿porque el problema es lo que sucedió anoche, no? —pregunta Vera.
Laura, a su lado, asiente de acuerdo.
—Oh, Dios mío, anoche... —digo desesperada—. Bueno, ayer por la noche caí como
una tonta. Aunque no entiendo ¿por qué? Ian es desagradable, molesto, insoportable,
competitivo y snob, pero cuando quiere, sabe absolutamente cómo tomarme.
—Entonces, ¿cuál es el problema? Ustedes pueden frecuentarse como dos personas
adultas —sugiere Laura con la mejor de las intenciones.
Mi respuesta es una cara de horror. —¿Estás loca? Ninguna mujer cuerda podría
enfrentar una experiencia similar. También porque Ian nunca se pone serio con nadie,
por no hablar de que cambia de mujer como cambia de zapatos. Créeme, tengo
demasiado respeto por mí misma como para caer en eso. No lo he hecho nunca antes
y no estoy segura de que vaya a empezar ahora.
Mientras lo digo, en mi cabeza, veo la imagen de Ian mirándome como si fuera la cosa
más importante del mundo. Trato de quitarme la imagen de encima sacudiendo mi
cabeza.
Laura me mira no muy convencida. Es evidente que cree que he perdido la cabeza.
—Así que dime bien, ¿cuál es tu plan? —pregunta Vera.
—Simple. Por el día de hoy, me ayudarán a no pensar en lo que ha ocurrido. Vamos de
compras, vamos al cine, nos relajamos en el bar. Mañana voy al almuerzo con mis
padres y el lunes cuando este de vuelta en el trabajo, voy a tratar de hablar
brevemente con él y decirle que todo ha sido un terrible error y que lo mejor es fingir
que nada pasó.
171
—¿Has valorado la hipótesis de que puede que no esté de acuerdo? —pregunta Laura.
—Créanme, lo estará —afirmo convencida.
Nos levantamos de la mesa, decididas a dirigirnos hacia Oxford Street. Yo nunca he
sido una mujer que se haga cargo de sus problemas por medio de las compras, pero al
parecer este fin de semana se están produciendo una gran cantidad de cosas nuevas.
Así que tratemos de tomar las cosas de una manera positiva. Una tarjeta de crédito
aligera hasta el menor de los males.
E
stoy sentada en la cocina de mi madre pelando patatas desde las diez de la
mañana. No es exactamente mi pasatiempo favorito.
Mi hermana Stacey me observa preocupada, y ni siquiera trata de ocultarlo.
—¿Por qué has venido tan pronto hoy? —pregunta con suspicacia—. Odias
permanecer mucho tiempo aquí.
Su observación es correcta por lo que me es difícil negarlo. —Estoy un poco estresada
en este momento, más que de costumbre, y necesitaba hacer algo diferente —admito
decidiendo no apartarme mucho de la verdad. Mientras menos mentiras invente
172 menores son las posibilidades de ser sorprendida mintiendo.
—¿Y por qué es el estrés adicional? —pregunta mi madre polémica, mientras limpia las
zanahorias.
—El trabajo —le digo de manera genérica. Bien, Ian es trabajo después de todo.
—Cariño, estamos todos muy preocupados por ti —comienza mi madre a decir—.
Primero dejas arruinar una relación que esperábamos fuera por fin la correcta, luego
empiezas a trabajar como loca. Estás muy pálida, incluso tienes ojeras.
La noche no ha estado muy tranquila, tengo que admitir, e incluso la treta con el
celular no ha logrado hacer milagros. Ayer me atreví a encender el teléfono de la
empresa para comprobar mis mensajes y me encontré sumergida en un e-mail de Ian
quien exigió que me pusiera en contacto.
Ah, exigir... cree que puede darme órdenes como lo hace con todos sus criados.
No le contesté el mensaje y apagué inmediatamente el teléfono. La gente ha vivido
siglos sin teléfonos celulares, creo que puedo hacerlo muy bien por dos días más.
Mañana tendrá un montón de tiempo para decirme que soy la enésima demente que
ha caído a sus pies.
¡Pero sucedió una vez y no volverá a suceder! Nunca, nunca jamás, lo prometo
solemnemente.
—Mamá, Charles y yo realmente no coincidíamos —trato de explicarle por enésima
vez—. Y en lo que respecta al trabajo, llevo haciendo el mismo horario desde hace
nueve años, no creo que vaya a morir aunque tenga que seguir haciéndolo durante los
próximos noventa y nueve.
—¿Pero no quieres una familia? ¿Niños? —pregunta preocupada Stacey. ¡Dios mío,
todo este discurso viejo y aburrido!
—No los quiero a toda costa. Si pudiera encontrar a la persona correcta entonces creo
que sí, pero no los quiero a toda costa, para resumir... —trato de explicar, sabiendo
muy bien que mis palabras son al viento.
—Sé que los hombres como mi Tom son raros, pero tal vez podría presentarte a
algunos de nuestros amigos —dice mi hermana.
—No lo creo —contesto prudentemente. Algo me dice que tendemos a apreciar al
género masculino muy diferente.
—¿Por qué no? —pregunta ahora mi madre. Estaba segura de lo que diría—. ¿Estás
saliendo con alguien? —pregunta con recelo.
—Por supuesto que no —le digo con sinceridad. De hecho, no estoy viendo a nadie.
—Entonces puedes llegar a conocer a Eliott, el mejor amigo de Tom. Él, también,
recientemente ha dejado a su novia. ¡Puedo darle tu número! —ofrece feliz de haber
173 tenido la idea—. Claro, a Eliott no le gustan las chicas con el pelo teñido, pero espero
que contigo haga una excepción. Todavía no he entendido por qué te has hecho rubia.
Decido no caer en provocaciones. Me gusta ser rubia y no me importa para nada si
Eliott ama a las mujeres naturales. Después de más de treinta años de naturaleza
decidí ser artificial, al menos lo suficiente para sentirme atractiva.
—Estoy muy contenta de que tu hermana te encuentre una buena persona —aprueba
mi madre sonriendo—. Trata de no estar siempre con tu habitual mal humor cuando te
llame.
¡Oh Dios! ¿Pero cómo he podido pensar que venir aquí a pelar papas era una buena idea?
Mi desesperación se ve interrumpida por una nube de polvo, me levanto para mirar a
la calle, por la ventana de la cocina. Al parecer, un coche se acerca a gran velocidad
hacia nuestro hogar.
—¿Estamos esperando a alguien? —pregunto estupefacta a mi madre, que ha notado
el coche y está mirando por la ventana.
—No que yo sepa —dice dubitativa—. Pero tal vez tu padre invitó algunos amigos a
pasar.
Pero los amigos de mi padre no conducirían por un camino de tierra que conduce a
nuestro hogar a tan alta velocidad. De repente, un mal sentimiento se apodera de mí.
Y la visión de un Porsche negro desafortunadamente confirma mi sensación. No puede
ser. Mi corazón comienza a latir salvajemente.
Una patata se desliza de mi mano y cae con un ruido sordo.
—¿Un Porsche? —dice en voz alta mi hermana, levantándose y acercándose a mi
madre. En ese momento no puedo llegar a observar la escena, aunque trato de
mantenerme la distancia. Temo realmente que mi cara me traicione.
Veo el asombro con el que miran a Ian salir de la cabina de su coche. Lleva un par de
pantalones vaqueros y una camisa polo de color azul con cuello elevado y el jersey
anudado alrededor de la cintura.
Ian se levanta las gafas de sol para verificar el número de la casa, a continuación, cierra
el coche con el mando a distancia y se dirige decidido hacia la puerta.
Algunos instantes después oímos el timbre de la puerta. Mi cuñado debe haberse
levantado para ir a abrir.
¿Y ahora, qué coño hago?
La pregunta comienza a tomar forma en mi mente cuando Stacey se vuelve para
mirarme. —¿Alguien que conoces? —me pregunta a quemarropa, con voz sospechosa.
Un rubor difuso comienza a subirme por el rostro. —Un colega —le respondo, porque
174 no sé qué más inventar.
Poco después, Tom entra en la cocina. —Hay un colega de Jenny —anuncia
asombrado—. Él dice que tiene que hablar contigo urgentemente.
—¿No podía usar el teléfono de la empresa? —me pregunta mi hermana, cruzando los
brazos sobre su pecho. Es algo irónico viniendo de alguien que odia los teléfonos
celulares.
—Me temo que se ha descargado —balbuceo roja como un pimiento a la parrilla.
—Bueno, podría tratar de hablarte al personal —sugiere.
—Hmm, me temo que ese también esta descargado —le digo bajando
considerablemente la voz.
¿Piensa acaso que es la nueva reina de las telecomunicaciones?
Stacey me fulmina con la mirada. —¿Sabes que hay algo podrido en Dinamarca, y
todavía estoy tratando de averiguar qué ese?
—Voy a ver —le digo, levantándome de la silla. No sé cómo no aumentar aún más la
curiosidad de mi familia.
Cuando entro en la sala, Ian está sentado en el sofá como si su presencia en la casa de
mis padres no le provocara ningún tipo de vergüenza. Su rostro esta quizás un poco
tenso pero en general parece tranquilo. Al verme entrar su cara de repente se vuelve
más oscura.
—¿No te pudiste escapar por la ventana? —me pregunta irónicamente cruzándose con
mi mirada en un aire de desafío.
—¿Qué demonios estás haciendo en la casa de mis padres? —le pregunto furiosa,
acercándome al sofá. La escena es bastante grotesca, porque un personaje semejante
no cuadra para nada con la vida rural de mis padres.
Me sonríe cínico. —Puesto que desconectaste todos los teléfonos y no estabas en
casa, me decidí a pasar por aquí —me dice con enojo. Como si fuera una cosa normal
desafiarme de esta manera.
—¿Cómo sabías dónde estaba?
—Fui esta mañana a tu casa y vi que no estabas allí, así que extorsioné a tus amigas.
Vera y Laura me las pagarán.
—Bien, ahora que estás aquí y has llamado la atención de toda mi familia, ¿qué vas a
hacer?
Pero antes de que pueda obtener una respuesta, mi madre decide hacer su entrada en
la sala, seguida de mi padre.
Tengo que darle el crédito de que al menos esperó dos minutos antes de entrar a
175 curiosear. Habría apostado que no hubiera sobrevivido más de treinta segundos.
Apenas Ian ve a mis padres cambia su forma de actuar. Se levanta y extiende su mano
a mi madre.
—Ian St John —dice desenfundando su habitual sonrisa.
Mi madre coge la mano y permanece como encantada, porque es también mujer, y
semejantes ojos pueden noquear a cualquiera. Esa camisa, del mismo color de sus
ojos, es cualquier cosa menos casualidad. Apuesto mis próximas vacaciones.
—Es un placer. Cassandra Percy —dice intimidada.
Entonces es mi padre, quien le da la mano con fuerza.
—Espero que no sea algo serio —le pregunta mi madre a Ian, que parece mirarla
tranquilizador.
—No es nada serio, es sólo una pequeña emergencia —le dice mintiendo de una
manera irreprochable.
—Por lo tanto, resuelta esta urgencia, puede quedarse a almorzar con nosotros —le
sugiere como si fuera la cosa más normal del mundo.
Yo palidezco de golpe. ¿Ian en la mesa con mis padres? No, si puedo impedirlo.
—Mamá, Ian tiene cosas que hacer —trato de excusarlo, dándole un codazo en señal
de advertencia.
—No realmente —dice lanzándome una mirada torva.
Dios del cielo, te ruego que nos ayude, porque Ian no sabe realmente lo que está
haciendo.
Mis padres pueden parecer inofensivos, pero estoy segura de que ya están
comenzando a enmarcar el tipo y no pasará mucho tiempo para que lo hagan a
pedacitos. Sin contar que si entendieran que tienen frente a un exponente de la
nobleza inglesa, sería el fin.
Mi padre no ha parado ni un momento de mirar su reloj, que debe costar una pequeña
fortuna, y papá podría no estar acostumbrado a ciertos objetos, pero si ve a alguien de
la cabeza a los pies, puede reconocer el valor de lo que está usando. Sin contar de que
éste alguien se ha presentado en su casa autoinvitado, pasando velozmente sobre un
Porsche nuevo. Dos más dos es aún capaz de hacerlo...
—¿Ves? Sí puede quedarse —me dice mi madre satisfecha—. Toma asiento Ian. Estará
listo en media hora.
Como si el espacio no estuviera lo suficientemente abarrotado de gente aquí.
Asimismo, aparece mi hermana Stacey. —No nos hemos presentado todavía. Soy la
176 hermana de Jenny, Stacey —dice ella, sacudiendo la mano y mostrando una sonrisa de
circunstancia. El intercambia la sonrisa y se presenta a sí mismo.
—¿St John? —pregunta Stacey—. ¿Igual que el famoso St John? —Maldita ella y su
amor por la historia.
—No sé qué quiere decir con famoso, pero si hablas del Ducado de Revington,
entonces sí —confirma casi orgulloso. Pobre tonto.
—¿El duque de Revington? —le pregunta mi madre con una voz de horror.
—Sí, mi abuelo —dice Ian como si se tratara de una cosa de nada.
—¿Tu abuelo? —repite mi madre palideciendo. Este día está convirtiéndose en un
verdadero drama, me digo con tristeza.
Stacey también está sorprendida. —¿Y tú qué eres? —le pregunta intuyendo algo.
—El Conde de Langley —confirma Ian, su voz menos estridente, dadas las caras de mi
familia.
Siguen minutos de vergüenza. Mi intervención es desesperadamente necesaria.
—Hmm, ahora que has mostrado todo tu árbol genealógico, ¿te gustaría ir alrededor
de la granja? —le propongo buscando una salida de escape y lo agarró del brazo.
Ian debió de darse cuenta de que su anuncio no produjo los efectos esperados, y
sabiamente decide seguirme.
—Con mucho gusto —responde imperturbable.
—Entonces vamos —lo insto, llevándolo lejos de mi familia que nos observa escapar. Y
afortunadamente no añaden nada más. Necesitarán por lo menos unos minutos antes
de comenzar con los flechazos.
Una vez que estamos fuera, doy un suspiro de alivio. —Esta es realmente la peor idea
que pudiste tener —le reprocho mientras me mira con curiosidad.
—¿Por qué? —pregunta un poco avergonzado.
—¿Y lo preguntas? ¡Te presentas un domingo, al mediodía, en la casa de mis padres!
No sólo eso, sino que también dices que eres un aristócrata... Cielos Ian, realmente
pensé que eras más inteligente.
Me mira con una cara vagamente ofendida. —Estaba un poco enfadado —admite—. Y
no he pensado mucho cuando me senté al volante. ¡Pero es tu culpa! Llevo
veinticuatro horas tratando de llamarte. —Sé que tiene razón.
Lo tomo por el brazo y lo hago girar hasta la esquina opuesta a la ventana donde
seguramente toda mi familia se ha quedado pegada con las orejas erguidas. El toque
de su brazo me pone nerviosa, después lo suelto cuando estoy segura de que estamos
177
a salvo de miradas indiscretas.
—Está bien, debemos estar seguros —le informo mientras él me mira enojado
esperando una justificación plausible.
—¿Qué quieres que te diga? Está bien, lo admito, he hecho una tontería al irme así,
ayer por la mañana, pero yo estaba en estado de pánico, ya podrías al menos haberlo
imaginado —le digo agitada.
Él parece apreciar mi “confesión”, porque su cara pierde ese aire enojado.
—Me alegro de que lo admitas —me dice.
Trato de hacer una broma. —Juro que no fue mi intención escapar para siempre. Soy
una pésima fugitiva. Mañana por la mañana iba a hablar contigo.
—Entonces parece que me he anticipado. —Se apoya contra la cerca—. Pero puedes
hablar conmigo ahora. Quiero decir, aprovecha la oportunidad.
—¡No he preparado un discurso! —le hago notar.
Ian ríe. —¡Gracias a Dios! no soy un fan de tus discursos construido por la teoría. Mejor
si vas en blanco.
—En teoría soy la Reina de los discursos improvisados —exclamo indignada.
Ian me mira como diciendo “pasemos a otra cosa más seria”.
—Está bien, entonces volviendo a nosotros, no, quiero decir... no hay absolutamente
ningún nosotros, aquí, volviendo al tema… —le digo con evidente dificultad—. Lo que
quiero decir es que lo que sucedió fue claramente un error y sería mejor olvidar todo y
no hablar de ello nunca más.
Ian observó mi vergüenza. —Sí, ya me esperaba algo como esto —dice como si yo
fuera la mujer más predecible en el mundo—. Te conozco lo suficiente para saber qué
cosas pasan por tu mente.
Me gustaría poder decir lo mismo, pero no tengo ni la más remota idea de lo que él
piensa.
—Bueno, me alegro de que estés de acuerdo —le contesto tratando de interpretar su
“saber-no-saber”.
—¿Cuándo he dicho que estoy de acuerdo? —me pregunta, mirándome de reojo.
—No dijiste nada, así que asumí...
Ian me detuvo. —Siempre tienes la mala costumbre de asumir las cosas.
—No lo haría si tú me revelaras tu punto de vista —le digo un poco irritada.
179 Ian me miró con gravedad. —No es que sea asunto tuyo, pero es la verdad, salgo
frecuentemente a cenar, casi siempre con una chica diferente. Pero luego me vuelvo a
casa. Solo. —Su rostro se muestra claramente tenso.
Sí, claro. Y yo todavía sigo creyendo en Santa Claus.
—Exactamente, no es realmente mi problema. Por mí, puedes hacer lo que te venga la
gana —le digo.
—No lo creo —insiste nuevamente—. Creo que ese es el meollo de esta cuestión.
Por algunos instantes nos miramos casi gruñendo. Entonces Ian extiende un brazo y
me aprieta de nuevo a él.
—¿Quieres parar? —demando indignada, consciente de su intención de besarme de
nuevo.
—Es muy divertido ver tu cara cuando te abrazo. Es una mezcla de ofensa y emoción.
Nunca he visto a nadie reaccionar así por un beso.
Se atreve a reírse el muy bastardo. Estoy feliz de que al menos uno de los dos tenga
razones de hilaridad.
—¿Quieres relajarte por un momento? —pregunta con un tono casi dulce.
—No —le digo seca, pero cometo el error de mirarle a los ojos, tan azules que parece
que me ahogan—. No hagas lo que estás haciendo —le aviso.
Él finge inocencia extrema. —¿Qué estoy haciendo?
—¡Tú lo sabes bien! Déjame ir, maldita sea. —Su agarre es particularmente fuerte.
—A cambio de un beso... —se arriesga a decir.
No lo puedo creer. —¿Pero tú, quién demonios eres? Porque el Ian que conozco es un
poco diferente.
—El hermano gemelo bueno que tienes frente a ti sufre de falta de cariño —dice
riendo.
—¿De verdad quieres un beso? ¿Y luego me dejas en paz? —pregunto exasperada.
—Si me lo das bien, me comprometo a liberarte —dice él con solemnidad.
Hago un esfuerzo por levantar mi rostro hacia el suyo. Él cierra los ojos, me abraza y
me besa. No se puede decir que estemos perdiendo el tiempo.
Incluso mi hermana lo puede decir cuando irrumpe la escena unos minutos después, y
se queda en shock observándonos hasta que nos separamos.
—Oh, santo cielo —dice, subrayando las palabras y mirándome como si yo fuera una
marciana.
¡Estoy a punto de decirle algo, ¡pero definitivamente no es de su incumbencia!
180 —¿Nos estás buscando? —le pregunto muy tranquila, por lo menos en mi voz. Mi
mirada es sin duda mucho menos convincente.
—Sí, el almuerzo está listo —nos informa y sigue mirándonos con ojos consternados.
¿Incluso habrá visto antes a dos personas besarse, no?
—Gracias. ¿Vamos Ian? —pregunto como si nada hubiera pasado.
Cuando adelanto a mi hermana ella todavía está inmóvil. Espero que se recupere
antes del almuerzo.
E
sta es sin duda la peor comida de mi vida. La comida es horrible, y la compañía
no es exactamente relajante. ¿A quién trato de engañar? ¡La gente aquí es la
menos relajada del mundo!
Mi hermana no hace más que lanzarme miradas torvas y mi madre se niega a mirarme
a la cara. Sospecho que se abstienen con todas sus fuerzas de expresar algún mal
comentario, porque hacerlo delante de un miembro de la nobleza es algo que sin duda
es una locura. Realmente aprecio el esfuerzo.
—Así que Ian —comienza mi hermana—. ¿a qué te dedicas?
181 La pregunta puede parecer inocente, pero visto que ha sido testigo de una escena un
tanto embarazosa, no tengo ninguna duda de que está dispuesta a llegar a otra.
—Soy el experto financiero de la división —explica paciente, perfectamente
consciente que los equilibrios son de veras precarios.
—¿Y te gusta tu trabajo? —sigue preguntando Stacey.
—Sí, mucho —afirma Ian. Stacey no parece feliz de escuchárselo decir.
—Así que en realidad si te relacionas con mi hermana....
—Sí, ella es una asesora. Somos complementarios —dice Ian. Quizás esta parte pudo
habérselo evitado.
Stacey le da una mirada torva. —Además de trabajar para el mismo banco diría que tú
y mi hermana son muy diferentes. Demasiado diferentes —sentencia.
¡Y el premio por la delicadeza va para Stacey Percy!
Decido entrometerme. —Ian es un colega, ¿estamos claro? —le dije con tono áspero.
Se le escapa una risita de burla que claramente no pasa desapercibida para mi madre.
Genial, justo lo que queríamos.
—¿Te gusta la sopa de verduras? —pregunta mi madre a Ian, que a duras penas está
tratando de tragar un poco de la cuchara. También estoy disfrutando de su esfuerzo.
—Deliciosa —le confirma con una sonrisa tan brillante que por un momento, incluso
mi madre parece ceder a su encanto.
—¿Y no te ocupas de los asuntos familiares? —preguntó Tom. Podría todavía seguir
dormitando, por lo que a mí respecta.
—Por el momento no. Mi abuelo y mi padre son más que suficiente.
—Y entonces trabajas para ganarte la vida... —añade Tom irónico.
—Al igual que todos los demás —confirma sereno Ian.
—Bueno, no como todos los demás —precisa mi hermana—. Aquí ninguno de nosotros
gana cifras similares.
Ian la mira serio. —Tú hermana, por ejemplo.
—Ian, mi familia prefiere olvidarlo —le dije tratando de divertirlo.
Pero él no se da por vencido. —¿Por qué? Eres muy buena en tu trabajo, estoy seguro
de que tu familia lo sabe y lo aprecia.
—Jenny es buena para ayudar a la gente rica a hacerse aún más ricos. ¿Dónde está el
valor añadido? —se entromete mi madre muy seria.
—¿Por qué, un trabajo solo tiene valor si se trata solo de ayudar a las personas pobres?
—pregunta irónico Ian.
182 Esto promete convertirse en una lucha de titanes.
—Indudablemente tiene un mayor valor —pronuncia mi madre, que ciertamente no se
avergüenza de exponer sus ideas.
Ian la observa dudoso. —Bueno. Me parece que esto solo es un pensamiento
discriminatorio —dice como si nada hubiera pasado.
Vaya, nadie se atreve a contradecir a mi madre. Nunca. Mi padre y todos nos
quedamos miramos.
El golpe es bastante inesperado, tanto que por un momento mi madre mira a Ian casi
choqueada, pero no tarda mucho en recuperarse. —No espero que usted pueda
comprender los problemas que afligen a las personas de clases bajas. Después de todo
eres el nieto del duque de Revington —lo dice como si se tratara de un pecado mortal.
Ian no estará en la lista de mis personas preferidas, pero siento que es mi deber
intervenir. —Mamá, te recuerdo, que Ian es un invitado y tú fuiste quien hizo la
invitación. Lo menos que podemos ofrecerle es un relajante almuerzo, tal vez sobre la
base de algún tema frívolo, ¿qué dices? —trato desdramatizar la situación. Dado que la
comida y la compañía dan asco, debo añadir, pero sabiamente me abstengo.
Mi padre me mira desconcertado. —Nunca hablamos de temas frívolos —se siente en
el deber de decir.
Le sonrío de la forma más inocente posible. —Tal vez debemos empezar a hacerlo.
—No hay absolutamente ninguna necesidad —interviene Ian—. Sé defenderme sin
problemas, además me parecen estimulantes las discusiones. Crecí de la misma
manera —dice tranquilizador.
—Sé que sabe defenderse, pero me gustaría recordarle a todos que esta es una
comida de domingo que debería ser relajante. No sé ustedes, pero yo no estoy en
absoluto relajada en estos momentos.
Mi madre por fin parece entender. —¡Propongo un tema simple! —exclama orgullosa
de sí misma—. ¿Qué piensas de los nuevos recortes del Parlamento a la educación
pública? Un total disparate...
Exactamente lo que tenía en mente, medito triste.
****
Unas dos horas más tarde, el almuerzo está concluido. Mi cabeza está a punto de
estallar. Creo que el próximo domingo me voy a saltar el almuerzo familiar. Nunca he
disfrutado demasiado de estas experiencias maravillosas.
—Por supuesto, usted sabe cómo defender sus ideas —dice casi complaciente mi
183 padre mientras Ian se levanta conmigo de la mesa. Ahora sólo nos falta que encaje en
sus simpatías. Podría unirlos a todos en mi contra.
—Gracias señor Percy. Pero también ella sabe lo que se trae entre manos —responde
Ian.
—Años de luchas civiles —se entromete orgullosa mi madre.
—Es verdad, señora —dice Ian mirándola con una sonrisa casi sincera.
Sólo mi hermana Stacey ha permanecido indiferente a su encanto y sigue al parecer
sospechando. Y como estoy segura que no me salvaría de un interrogatorio de su
parte, decido sentarme junto a Ian y salvarme.
—Vuelva incluso cuando quiera —dice mi padre a Ian. Sí, claro cómo no, también te
aconsejo que organices una caza en su honor.
—Gracias por la invitación.
Trato de cortar esta conversación absurda. —Papá, detente, no lo avergüences. Ian
siempre está ocupado. Ya sabes eventos de caridad, rondas de golf, modelos con
quien asistir. Tiene una vida muy dura que mantener adelante.
Mi tono es tan cínico que todos se dan la vuelta para mirarme sorprendidos. Ok,
podría haber evitado al menos la última declaración, suena tanto a la típica frase de
celos, y yo no lo estoy en absoluto. Me importa un comino a dónde va y con quien va
allí. Al menos eso espero.
—Bueno, si quiere, por estos lugares también se pueden hacer cosas muy buenas —
dice mi padre.
—Con mucho gusto, gracias. —Ian le da la mano y se despide de los demás.
—Yo también me voy —lo alcanzo, preocupada de que pueda escapar antes de darme
la oportunidad de hacer lo mismo.
—¿Realmente tienes que irte justo ahora? —pregunta Stacey sombría.
—Por supuesto. Las chicas están esperándome para ir al museo.
Mi hermana me mira sabiendo que es una mentira colosal pero no tiene el coraje para
desenmascararme.
—¡Adiós a todos! —me despido y agarro el abrigo siguiendo a Ian.
—¿Escapando? —dice Ian irónico en cuanto cierro la puerta principal.
—Podría decirse que sí —le confirmo—. No tengo nada que ocultarte ahora que has
conocido a mi familia. Entenderás entonces por qué escapo.
—Buen regreso. —le digo y me dirijo a mi coche con una señal de saludo.
—¡Podemos hablar una vez que lleguemos a Londres? —me pregunta deteniéndome.
184 —¿Por qué? —le pregunto preocupaba—. ¿No hemos hablado ya demasiado?
—Quiero hablar contigo. —dijo sin entrar en detalles. Cuanto me gustaría poder
evitarlo, pero he hecho una estupidez y ahora tengo que pagar las consecuencias.
—Ok, pero por lo menos déjame recuperar el aliento un poco. Con el almuerzo de hoy
fue suficiente. Tengo que digerir, y no me refiero a la comida.
Ian se ríe. —Tienes una familia interesante. Casi hace competencia con la mía.
—Deberíamos ponerlos juntos a ver qué sucede —le propongo bromeando.
—Sería divertido —admite.
—Pero habría que quitar los cuchillos de la mesa —agregó.
—Bueno, también los tenedores pueden ser un arma peligrosa —me hace notar con
una sonrisa.
—Entonces, sólo comida para picar. Ya me puedo imaginar a tu abuelo.
La escena es tan divertida, que Ian estalla en una estruendosa risotada.—Exactamente
lo que realmente se necesita.
Por unos momentos nos quedamos mirándonos, sin saber qué decir. —Entonces nos
vemos después de la cena. —le digo.
—Ok —asiente caminando hacia el coche.
A mí no me que queda más que hacer lo mismo.
****
Mi hermana me da el tiempo justo para llegar a Londres, antes de empezar a
fastidiarme con llamadas telefónicas. Hace diez minutos que mi teléfono no para de
sonar. Sin saber qué decir, decido que por el momento es mejor no responder.
—¿No tienes piedad de ese pobre hombre? —me dice Vera cuando pasa enfrente de
mi habitación, pensando que es Ian quien está al otro lado.
—En realidad, el pobre hombre se presentó en la casa de mis padres... como bien
saben, ya que fueron ustedes la que le dieron la dirección, mi querida. Que conste que
no me está bombardeando con llamadas telefónicas. Sin embargo, Ian estará aquí
después de la cena para hablar de que no sé qué —le anuncio tratando de no
mostrarme en absoluto preocupada por la perspectiva.
—¡No uses ese tono de voz! Como me iba a imaginar que él sería tan precipitado al ir a
ver a tu familia —se defiende Vera.
—Pero lo esperabas cuando le diste la dirección... —señalo ácida.
185 —Tal vez, pero no habría apostado ni un centavo —me dice práctica—. Entonces, sino
es Ian, ¿quién demonios es? —pregunta reconduciendo su atención al teléfono loco.
—Mi hermana —confirmo suspirando.
—¿Por qué? Acabas de verla.
Y espero no volverla a ver tan pronto. —Es por lo que ella ha visto, ese es el problema....
Vera me mira inquisitivamente. —¿Qué demonios ha visto? —pregunta preocupada.
—Ha visto un beso... —le digo en voz baja—. En el patio de la casa de mis padres.
Vera abre la boca. —¿Déjame ver, ha llegado a casa de tus padres después de conducir
por una hora y cuando llegó lo primero que hace es besarte?
—En realidad no, y la forma en que lo dices suena tan mal.
—Pero es cierto. Debe de haber perdido la cabeza por ti —dice entrando en la
habitación.
—No ha perdido la cabeza por mí.
—Oh, sí, uno que se comporta así, se está cocinado, querida —insiste.
—No, es sólo la novedad. ¿Encontró a una mujer que no cae a sus pies con aire de
adoración?
—A excepción del aire de adoración, que en realidad no le conviene en absoluto, me
gustaría recordarte que también estás cayendo a sus pie. —me dice Vera.
He aquí una cosa que no me gusta recordar.
—No he caído —me defiendo—. A lo sumo he tropezado con una gran equivocación.
Vera se ríe. —Ah, esto es realmente grande. Te gusta, ¿qué hay de malo en admitirlo?
La miro con horror. —¡No me gusta para nada!
Mi amiga me mira como si estuviera tratando con una demente. —¿En serio? Porque
pensé que te gustaba por lo menos un poco, cuando te fuiste a la cama con él.
—Prefiero no dar demasiada importancia a ciertos detalles. Admito que es
objetivamente atractivo, y que en el fondo, muy en el fondo, es una persona
inteligente....
—Ah —estalla Vera—. Pero mira que disparate más grande estas diciendo.
Trato de interrumpirla... —Pero el hecho es que no es mi tipo de hombre.
—¡Y debes estar agradecida! Tu tipo de hombre es una mierda, debes darte cuenta de
eso —me dice Vera con fuerza. Esta es una frase cruel pienso enojada—. De todos
modos, por favor, no dude en responder el teléfono o disminuye al menos el volumen,
la cabeza me va a explotar.
Tiene razón, no tengo derecho a molestar en absoluto. Cojo el teléfono y en un
186 momento de coraje me decido a responder.
—¿Hola? —digo desconsolada, sabiendo muy bien lo que me espera.
—¡No me lo puedo creer! —truena Stacey al otro lado del teléfono. Debería patentar
este tono de voz de veras grotesco.
—¿Qué? —respondo casi aburrida.
—¡Qué salgas con un aristócrata! —me dice incrédula—. ¿Pero estás mal de la cabeza
para estar con alguien así?
—No es que sea asunto tuyo, pero no existe nada. —Y es la pura verdad.
—¡No trates de engañarme! ¿Has botado a Charles por semejante tipo? —me
pregunta, horrorizada.
—Fue Charles quien me botó, no a la inversa. No es que no esté agradecida... Sin
embargo, si no me crees, eres libre de llamarlo.
Ahora estoy empezando a cansarme. Tengo treinta y tres años y mi hermana no
debería sentirse con derecho a meterse en mi vida.
—Pero lo que digo es, ¡cambiar alguien como Charles! —exclama de nuevo con
énfasis.
—¿Cuál es exactamente el motivo de tu llamada? —le pregunto enfadada.
—Bueno, ¡decirte que estás cometiendo un error! Tu familia lo detesta, en primer
lugar... —comienza a lamentarse.
No es del todo cierto, mis padres odian al mundo que él representa, pero por lo que he
visto hoy no lo odian a él. Si es posible, lo aprecian también.
—...Y además es demasiado rico.... —en esto puedo estar de acuerdo, pero no es su
culpa que haya nacido así— ...Por no mencionar el hecho de que te va a botar y te hará
sufrir —concluye Stacey.
—No puedo sufrir, simplemente porque no lo frecuento —le digo tranquila.
—¡Pero lo besas! Y no estoy segura de que sean solamente besos —insinúa.
—Esto no es realmente tu problema —preciso. En cuanto a mí concierne esta llamada
telefónica ha durado demasiado—. Adiós —le digo fría.
—Bien, pero por favor ten cuidado. Ya sabes cómo son estas personas. —La referencia
a la situación vivida por Michael está más que clara.
—Lo sé de verdad. No tienes por qué preocuparte.
Nos decimos adiós a toda prisa, y luego me dejo caer en la cama.
187 —Podría ser peor —me dice Vera al otro lado de la habitación.
—¿Eso crees? —le digo irónica agarrando una almohada para cubrir mi rostro.
¡Qué fin de semana para olvidar...!
****
192 Él debe de haber interpretado eso como un consentimiento, porque un segundo más
tarde me agarra y me hace descansar en la cama. Ahora soy su prisionera.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto visiblemente sonrojada.
—Lo que quería hacer ayer por la mañana —me dice y empieza a besarme haciendo
que me derrita.
Puedo ser una chica determinada, pero en este momento no tengo absolutamente
fuerza de voluntad que me ayude alejarlo.
Y
a han pasado dos semanas desde aquella famosa noche en la que Ian se fue de
mi casa alrededor de las dos de la madrugada. Han sido dos semanas bastante
inusuales, reflexiono sentada en mi oficina un aburrido lunes por la mañana.
Está más que claro que he cometido un tremendo error aceptando este tipo de
relación informal, porque en realidad nunca voy a encontrar un novio comportándome
de esta manera.
En general no me gusta pensar demasiado, pero si solo me atrevo a hacerlo, me daría
cuenta que Ian y yo estamos pasando demasiado tiempo juntos. Y no está bien,
porque él me gusta de verdad, aunque odio admitirlo.
193
En la oficina seguimos ignorándonos, pero una vez estamos fuera no somos capaces
de separarnos: aperitivos, cenas en mi casa o su casa. Este fin de semana por primera
vez Ian se ha negado a ir a dormir a su casa. Simplemente se dio la vuelta y se puso a
dormir en mi cama, como si nada hubiera pasado.
Vera y Laura también le sirvieron amablemente el desayuno, ignorando
completamente toda mi rabia.
Tenía la esperanza de establecer límites, como no pasar la noche juntos y tampoco
pasar todo nuestro tiempo libre juntos, pero en realidad el problema es que ha
sucedido todo lo contrario. Ian está invadiendo mi espacio, y no sé qué armas usar
para frenarlo.
Y puesto que el pequeño lord se niega a hablar de estas cosas y le sigue restando
importancia al riesgo que corremos no queda otra opción que actuar sola.
Estoy tan absorta en mis pensamientos que no me percato de que George se
encuentra parado en la puerta de mi despacho.
—¿Todo bien, jefa? —se interesa llamando mi atención.
—Insomnio —le respondo no muy convencida—. En cambio tú estás tan
resplandeciente como una flor —noto con placer que esta extremadamente sonriente
y relajado. A lo mejor pudiera serlo yo también.
—Excelente fin de semana —me revela guiñándome un ojo—. Tamara y yo fuimos a
cenar.
—Estoy contenta por ustedes —le digo con sinceridad, al menos uno que parece saber
lo que quiere.
—¿Tu fin de semana no fue tan feliz? —me pregunta sentándose delante de mí.
—El mío fue demasiado feliz. Pero no hagas caso a lo que digo, estoy de mal humor. —
Me doy cuenta que sueno completamente irracional. Si piensa que estoy loca, al
menos tiene el buen gusto de no dejarlo ver.
—Entonces no has peleado con Ian —se atreve a comentar como si nada hubiera
pasado.
—¿Qué pasa con Ian? —le pregunto alarmada.
—Tranquila —me dice—. Nadie sabe nada.
—También porque no hay nada que saber —le digo con firmeza.
—Si tú lo dices. Pero si quieres hablar con alguien…
No termina la frase, está claro que no dejará caer el tema. Tal vez sea mejor aclararle
194 las ideas.
—¿Qué crees que sabes? —intento sacarle un poco de la ansiedad.
—Nada. Bueno solo que están juntos —lo dice como si no hubiese nada de malo en
eso.
—¡No estamos saliendo juntos! —exclamo haciéndolo casi saltar.
George me mira perplejo.
—Nos vemos de vez en cuando —especifico. Así la noticia me parece más aceptable,
—¿De vez en cuando? —dice sonriendo.
—Bien, ¡nos vemos! ¡Pero no estamos juntos! ¡Absolutamente no! Es una relación
temporal. De hecho no es exactamente una relación.
George me escudriña. —Intentas resistirte con todas tus fuerzas, veo.
—¿De qué? —pregunto sin saber que pensar.
—De Ian. No quieres enamorarte. —El tono es casual, pero la frase no lo es.
—No tengo que resistir a nadie. Estás comenzando a hablar como un demente —le
digo con la cara roja.
Él alza los hombros. —Quizás —admite—. Pero he visto cosas más extrañas.
Personalmente siempre he creído que sus peleas eran el resultado de una atracción
reprimida. —Lo miro sin saber qué decir—. Diría que ahora lo han expresado —me dice
tratando de hacerme sonreír.
—Y ahora que lo hemos expresado yo diría que es hora de ponerlo en el desván —le
insisto sombría.
—¿Por qué? ¿No te gusta estar con él? —me pregunta interesado.
Niego con la cabeza. —Veo que no has entendido. Me gusta demasiado estar con él.
—¿Y que está mal? —preguntó confundido. Los hombres nunca podrán entender al
género femenino, no hay esperanza.
—Una chica no puede estar cómoda con alguien como Ian, porque Ian necesita ver a
una mujer diferente cada noche.
—¿Se ve con alguien más? —pregunta sin pestañear.
—No creo, pero eso…
Me interrumpe casi con desdén. —No me digas que no importa, por favor.
—Ok, no lo diré —sonrió nerviosa—. Ahora te diré que necesita ser amado de manera
incondicionalmente, y que yo no puedo hacerlo.
—Por lo que veo, volviendo a la tierra no lo estás disfrutando ni un poco. —Su
expresión era muy alusiva.
195 —George, para por favor —le digo seria.
Se muestra muy complacido. —Vamos, no te molestes. Estaban tan rígidos en los
últimos años, y ahora que veo algún signo de flexibilidad, finalmente empiezo a
divertirme —me confiesa sin nada de culpa.
—¿Qué signos de flexibilidad?—pregunto con asombro.
—Son pequeñas cosas, no te asustes, pero las hay. En los últimos tiempos él te mira
diferente cuando se cruzan por el pasillo. A menudo te mira a hurtadillas, y tú también
lo miras. Y ya saben lo que dicen, ciertas miradas dicen más que mil palabras…
Su tono es en parte irónico, pero en alguna medida eso que está diciendo es
tristemente cierto. Me doy cuenta de ello.
—Gracias, George, aprecio tu sinceridad —admito haciéndole comprender que
considero el asunto cerrado. Mi tono no admite replica.
Y en efecto él entiende de inmediato. —Me voy. Si me necesitas sabes dónde
encontrarme.
****
Unas horas más tarde todavía estoy reflexionando sobre las palabras de George.
Regreso de vuelta a tierra cuando un e-mail de Ian aparece en la pantalla haciéndome
sobresaltar. ¡Este hombre no solo está invadiendo mi vida, sino también mi mente y mi
ordenador!
—¿Almorzamos juntos? —escribió solamente.
¡No se habla de ello siquiera!
—Tengo algo que hacer. Lo siento —escribo y hago clic en responder.
Estoy libre, pero no quiero ir a almorzar con él, porque lo que George me dijo es
verdad, estoy cayendo a sus pies, estoy perdiendo la cabeza por la persona menos
adecuada en el mundo y voy a recibir el mayor golpe de mi vida si continúo en esta
dirección. Diría que ya he tomado bastante de gente menos atractiva que él. No hay
necesidad de siquiera intentar esto.
Tengo que hacer algo, cualquier cosa. ¿Pero qué?
A fuerza de exprimirme el cerebro me viene una idea genial. Agarro el teléfono celular
y llamo a mi hermana Stacey, que responde después de unos pocos timbres con un
tono de voz sorpresivo.
—Hola, Jenny —me dice—. ¿A qué debo el honor?
Nuestras relaciones han estado tensas desde la escena del famoso beso, aunque
196 desde entonces no hemos hablado de ello específicamente. Sin embargo las pullas
que me lanza de todos modos, para no hablar de esa mirada de maestra hipercrítica
que tanto ama darme.
—Pensé en esa propuesta tuya de hacerme encontrar con ese amigo de Tom.
—¿Quién, Eliott? —pregunta dudosa. Hay casi una pizca de alegría en su voz pero
intenta ocultarlo.
—Sí, ¿porque no? —pregunto como si fuera la cosa más normal del mundo.
—Claramente con Ian no ha funcionado… —murmura con aire de reproche.
—Stacey, entre Ian y yo nunca ha habido nada.
Por un momento se queda en silencio para luego decir—: ¿A quién tratas de engañar?
—Luego vuelve a retomar el tema que más le interesa en su corazón—. Pero eso no
importa ahora. ¡Pensemos en Eliott! puedo darle tu número y decirle que te llame, si
te parece bien.
—Diría que es perfecto. —Doy un suspiro de alivio. Estoy muy convencida de haber
tomado la decisión correcta.
—Me despido, así lo llamo enseguida. ¡Hermana, esta es una decisión finalmente
inteligente!
No me queda más que esperarlo de todo corazón.
****
Eliott me llama esa misma noche mientras estoy conduciendo a casa. Tiene una voz
cordial, serena, tranquila.
Charlamos unos minutos de mi hermana y su marido y luego me confiesa que vive a
las afueras de Londres y que le encantaría llevarme a un restaurante en la ciudad.
Acepto de buen agrado y quedamos en vernos el sábado por la noche.
Nos despedimos con la promesa de hablar de nuevo para confirmar el lugar.
Cuando por fin llego a casa mi teléfono suena de nuevo.
—¿Qué quieres Ian? —le pregunto un poco brusca, después de ver su nombre en la
pantalla. Tratando de vencer las mariposas que bailan en mí estómago, una reacción
casi infantil, que debo de corregir enseguida.
—Te diré, ya que hoy no pude verte —me dice para nada molesto por mi tono. En el
último periodo ha tenido el mal hábito de no dejarse desalentar de mi mal humor. Al
menos una vez era una buena excusa para pelear, ahora toma su tiempo para
197 “reflexionar”.
—Estoy un poco ocupada. —Detesto sentirme culpable, pero en este momento no
puedo hacer nada más.
—Si me hubieras esperado habríamos tomado una copa juntos —me dice.
—Tenía dolor de cabeza y no podía esperar a salir. —En cierto sentido, es verdad.
—Tengo una propuesta —me dice con voz emocionada—. ¿Qué me dices de salir este
fin de semana?
Oh cielo. —¿Y a dónde quieres ir? —pregunto preocupada.
—Mis padres tienen una casa en el campo, preciosa, y no van allí nunca. Pensé en
mostrarte el lugar —me propone.
Mejor que no. —Ya tengo un compromiso para este fin de semana —le digo. Tarde o
temprano tendría que enterarse de todos modos.
—¿Qué compromiso? —pregunta detectando algo desagradable.
—Tengo una cita el sábado por la noche.
—¿Con un hombre?—insiste molesto.
—Sí —le respondo rápidamente tratando de no dejarme intimidar.
—¿Con quién? —se atreve a preguntar.
—Con un amigo de Tom y Stacey, no lo he conocido antes.
—¿Y porque lo conocerás ahora? —me pregunta como si su razonamiento no se
inmutara.
—¿Cómo por qué? —Levanto los ojos al cielo. Estoy tentada de colgar y poner fin a
esta delirante conversación—. Por qué te recuerdo que estoy buscando un novio
adecuado para mí —Al menos tenía la esperanza de que ese punto estuviera claro.
—¿En serio? —me pregunta como si me hubiera vuelto loca.
—Muy en serio —confirmo imperturbable.
—¿Saldrás el sábado con un tipo que nunca has visto antes? —pregunta de nuevo.
¿Pero es sordo?
—Sí —le confirmo sin saber qué más añadir.
—¿Entonces no vienes conmigo?
Ok, ahora está realmente enojado.
—Exacto —confirmo.
—¿Qué demonios estás tratando de hacer? —pregunta ofendido. Probablemente solo
porque no puede soportar que prefiera a alguien más.
198 —¡Escúchame, Ian! —le digo gritando—. Te he repetido durante semanas que
deberíamos dejar de vernos, ¡con el fin de conocer gente que nos convenga! ¡Bueno, al
menos yo estoy tratando de conocer a alguien adecuado! ¿Queda claro?
—¡Clarísimo! —me dice golpeando el teléfono.
Qué mal carácter, pienso mientras me derrumbo en la cama.
Algo me dice que esta semana va a ser muy difícil.
E
stoy sentada sobre un taburete en el bar del restaurante que Eliott ha escogido
para nuestra cita, esperando para conocer a este hombre del cual he oído
hablar tanto. No puedo decir que tenga grandes expectativas, pero vengo de
una jornada tan llena de hastío que encontrar alguien completamente diferente no
puede más que hacerme bien.
Como sospeché Ian ha sido odioso toda la semana: me ha provocado de todas las
maneras posibles, ha buscado discutir incluso por la papelería. Es inútil decir que en la
oficina todos han levantado las antenas, visto que de la calma de las semanas
anteriores hemos pasado a la tempestad del siglo. Peor, mucho peor de lo normal. Y
199 para nosotros lo normal era ya de por sí exagerado.
Ian está muy enojado, y cuando lo está alguien como él, hasta los muros siempre
tiemblan.
Incluso Tamara se ha lamentado con George, al no llegar a comprender como es
posible que su jefe se haya ido a casa el lunes por la tarde casi silbando y haya vuelto el
martes por la mañana sombrío, pero tan sombrío que incluso a ella le ha costado
reconocerlo. Todos se preguntan sobre el motivo de este repentino malhumor, pero
ninguno encuentra aparentemente una respuesta.
Hace poco George me ha enviado un email suplicándome que haga las paces con Ian,
para ahorrarle a su chica otra semana de trabajo con una furia. Ah, como si fuera una
cosa tan fácil. Además no creo absolutamente haber hecho algo equivocada: Ian
siempre ha sabido como estaban las cosas, entonces ahora no puede ofenderse
porque los acontecimientos no le agraden. Una mujer menos realista que yo podría
pensar que su reacción es un claro signo de que está enamorado de mí, pero yo tengo
los pies bien plantados en la tierra y sé cómo están las cosas: Ian se ama a sí mismo,
todo lo demás es secundario, y su rabia deriva probablemente de su orgullo herido. En
cuanto a orgullo, Ian tiene para venderle al mundo entero.
****
****
Estoy aun medio tumbada en la cama, con el teléfono en la mano. Es verdad, ¡son las
once pero aun es domingo!
―No, mamá, de verdad. No puedo ir hoy ―repito por enésima vez con voz aburrida―.
No, no es a causa de tu cocina. ―Qué mujer tan perspicaz.
Junto a mí una cabeza morena se levanta de la almohada y ríe.
―No mama, es que aún estoy en la cama y estoy cansada. Creo que por una vez en mi
vida me quedaré hasta mediodía, si no te molesta.
Al otro lado del teléfono mi madre continúa lamentándose, pero yo no cedo.
―Bien, sí, será el domingo próximo. Adiós.
Cuelgo emitiendo un gemido de sufrimiento. En el momento en el que me meto bajo
las mantas, Ian me abraza contra él. Lamentablemente este hombre tiene un efecto
arrollador sobre mí, especialmente si está desnudo en mi cama.
―¿Te has escapado por esta vez? ―me pregunta besándome en el cuello.
Todos mis sentidos se reactivan al instante. ―Así parece… ―respondo suspirando.
En el momento en el cual su mano comienza a acariciarme, el sonido de un celular
rompe de nuevo la tranquilidad de la mañana.
―¿Y ahora quién diablos es? ―se lamenta Ian asomándose para agarrar el teléfono del
bolsillo de sus pantalones. Las mantas se le resbalan de encima dejando muy poco a la
imaginación.
Observa la pantalla y se vuelve de pronto más sombrío. ―Mi madre ―se lamenta―.
Por lo que parece hoy nos toca a todos.
211
―¿Diga? ―responde formal, como si estuviera en la oficina.
―Si, en efecto, no es un buen momento ―le confirma.
―No, no estoy en mi casa ―responde alzando las cejas.
―Sí, la saludaré ―dice aún―. No, no puedes hablarle…
Por un momento sigue escuchando. ―Mamá, te lo ruego…
Después de algunos minutos se resigna. ―Ok, entonces iré a cenar esta noche. Lo
prometo.
Cuando cuelga no parece feliz.
―¿Reunión de familia? ―le pregunto inocentemente.
―Oh sí. Si quieres estás invitada. ―¿Quizás se ha vuelto loco?
―Sin ofender prefiero saltármela. La cena de anoche me ha bastado. Y tu familia es
aún peor que la mía.
Él se ríe y se acerca para darme un beso ardiente. ―Tienes razón, no tiene sentido
someter a dos personas a esta tortura. Yo soy suficiente.
―Y sobras ―le confirmo.
―¿Qué dices de una colación tardía? ―me pregunta después.
―Por una vez has tenido una idea brillante.
Nos vestimos de mala gana, y solo porque estamos extremadamente hambrientos.
Ian me convence de coger el auto y me lleva a un bonito local en la ribera sur del
Támesis.
―Verdaderamente no está mal ―admito hundiéndome en un cómodo sofá. Ian se
sienta junto a mí y me abraza.
―¡Estamos en público! ―lo regaño, pero parece no importarle en absoluto. Y
entonces, si está convencido de lo que hace, puedo relajarme yo también y
abandonarme a su abrazo, mientras esperamos nuestras bebidas.
Me observa divertido ceder. ―¿Por qué ríes? ―le pregunto fingiendo estar molesta.
―Por nada, me siento solo extremamente positivo ―me confía.
―¿Con relación a qué? ―le pregunto.
—Con relación a la posibilidad de convencerte de que tienes a todos los efectos una
relación conmigo.
Esta es mucho más que una “relación” de cualquier otra cosa que haya tenido en los
212 últimos años, pero no me atrevo a confiárselo.
―Sueña querido ―le digo riendo―. No cederé nunca.
Me sonríe. ―Sabes que adoro los retos.
―Tú adoras ganar los retos, no los retos en sí. Entonces no estoy convencida que este
te gustará.
Me mira como si quisiera revelarme tal vez cual es la verdad, pero no responde
directamente a mi constatación.
Comemos charlando y leemos el periódico, agradablemente serenos. Es una
sensación extraña, porque Ian y yo no estamos acostumbrados a la tranquilidad,
cuando estamos juntos. La competición durante años ha sido tan fuerte que ahora,
mientras apoyo la cabeza sobre su hombro no me reconozco casi a mí misma. Lo más
difícil de aceptar es a éste Ian que me abraza como si fuese la cosa más valiosa del
mundo, y no es en absoluto él que yo conozco. Es una persona nueva.
Una punta de terror me invade cuando me doy cuenta de que, si me gustaba incluso el
Ian pendenciero y enojadizo de antes, éste arriesga ponerme del todo K.O. Y no es
una buena cosa.
H
an pasado ya seis meses desde aquello que yo defino como nuestra no-
relación. Porque, a pesar de todo, hay pegas. Son pocas, es verdad, pero al
menos sobre esas no tengo la intención de ceder; antes todo cada uno de
nosotros piensa en su propia familia, entonces en caso de comidas, cenas y otras citas,
se presenta solo. Una cosa era ir a la suya cuando fingía ir a la cama con él, otra sería
hacerlo ahora que a la cama voy de verdad. Eso sería verdaderamente embarazoso.
Prohibido también viajar solos, nada de fines de semana y nada de vacaciones, porque
planificar vacaciones es una actividad de pareja y nosotros no lo somos. Esto
continuaré repitiéndoselo hasta el aturdimiento. Ciertamente él no parece no estar
213 para nada convencido en absoluto, pero lo importante es que sepa lo que pienso.
Intentamos trabajar juntos lo menos posible. Después de Beverly, Colin ha intentado
juntarnos con alguna táctica, pero yo me he escaqueado; sé que no soy yo misma
cuando estoy cerca de él y prefiero estar en plena posesión de mis facultades
mentales mientras trabajo.
En los fines de semana no se convive; esto quiere decir que me rehúso a pasar la noche
en su casa. Mi intención era claramente de limitar las noches transcurridas juntos,
aunque no he tenido mucho éxito, visto que él duerme siempre conmigo. Donde se
está decididamente más incómodo, sin contar que no se está sola.
Sé que no he conseguido todos mis propósitos, pero al menos he intentado. Ian en vez
de eso se ha dejado ir, mostrándome un lado atento y casi dulce de él cual me siento
aterrorizada. Es sobreprotector como si fuese de su propiedad.
―¿Almuerzo? ―me pregunta George asomándose a la puerta.
―¿Los otros dos? ―le pregunto alzando los ojos de mi ordenador.
―Ya están abajo esperándonos ―me dice impaciente. Ahora sucede muy seguido
comer con Tamara e Ian. Siendo cuatro damos menos oportunidad a los cotilleos. O al
menos en teoría.
Por lo que me dice George es un no-secreto que entre Ian y yo hay algo poco definido
pero muy tangible. Yo misma estoy cansada de negarlo cuando los compañeros
intentan descubrir algo; si me ruborizo en cuanto alguien lo nombra, ¿cómo lo niego
de forma convincente?
Cuando salimos del edificio noto enseguida la mirada de Ian. ―Hola ―me dice
sonriendo.
―Hola ―lo saludo mirándolo desde una distancia segura. Hoy extrañamente luce el
sol y sus ojos están aún más claros.
En efecto parecemos dos idiotas.
―Venga chicos, no podéis hacer eso ―nos reprende George riendo socarronamente
mientras se acerca a Tamara para besarla. Nosotros lo miramos asombrados.
―Deberían probar también a hacerlo ustedes ―sugiere.
―Jenny me daría un puñetazo si lo intentara delante de la oficina.
―Seguro que lo haría ―confirmo―. Ellos son una pareja y pueden además besarse,
nosotros no lo somos.
Ian levanta las cejas y me mira con aire de desafío. ―¿De verdad? ―me dice
acercándose.
214 ―¡Quédate donde estás! ―le intimo alzando las manos para bloquearlo.
Me coge igualmente e intenta besarme. ―¡Ian! ―lo llamo al orden con un tono que
espero suene imperioso.
Ríe notando mi incomodidad. ―¿Quieres ser buena? ―murmura acercándose y
besándome.
Poco después se aleja satisfecho. ―¡He pasado toda mi vida siendo perseguido por las
mujeres y al final terminé contigo! ¿No te parece irónico? ―me pregunta esbozando
una sonrisa.
―La ley del contrapaso ―nos comunica su parecer George, que nos observa curioso.
―Así parece ―le confirma Ian resignado. Me coge de la mano y se encamina hacia el
restaurante.
Tamara y George nos siguen abrazados.
****
Con el estómago lleno se reflexiona mucho mejor, pienso cuando regreso del almuerzo.
Ian me hace ojitos en señal de despedida, cuando volvemos a nuestra planta. Estoy
por cruzar el umbral de mi despacho cuando me bloquea Mary, la secretaria de
recepción.
―Jenny hay un hombre en tu despacho. ―me comunica casi alterada.
―Ha pretendido esperarte dentro y no he podido disuadirlo. Tampoco se ha
presentado. Habría llamado a seguridad pero tiene un aire… importante y he pensado
que se trata de uno de tus extravagantes clientes.
La gente rica es verdaderamente extravagante, de eso debo darle crédito.
―No hay problema ―intento tranquilizarla. Por lo que parece este sujeto tiene
verdaderamente muy mal carácter.
―Sin embargo si necesitas cualquier cosa llámame ―me aconseja antes de
desaparecer.
Y ahora, ¿quién será? Entro decidida en el despacho y me encuentro delante de un
hombre alto, con cabello blanco, ojos azules, que me mira molesto por haber tenido
que esperarme. El abuelo de Ian, lo reconozco al instante.
―Buenos días, señor duque ―lo saludo cordial―. ¿está seguro de no haberse
equivocado de despacho? ―pregunto acercándome.
―Señorita Percy ―me saluda levantándose de la silla y apretándome la mano―. Estoy
215 absolutamente en el lugar justo ―dice convencido.
Lástima, esperaba verdaderamente que se hubiera equivocado de despacho.
―En ese caso, le ruego, que se ponga cómodo. ―Mientras tanto me siento enfrente
de él.
―¿A qué debo su visita? ―pregunto intentando mantener un tono formal.
Me observa pensativo. ―Tienes un aire feliz ―sentencia para nada contento.
―¿Eso es malo? ―pregunto irónica.
No responde. ―Y tienes además el aire de una persona enamorada ―añade aún más
profundo, después de haberme observado atentamente por un instante.
―Lo dudo ―replico fastidiada. ¿Adónde diablos está yendo a parar con éstas
afirmaciones?
―Noto con muy poco placer que no ha seguido en absoluto mis consejos.
Esta conversación de veras me está fastidiando. ―¿De qué estamos hablando
exactamente? ―pregunto irritada.
―De usted y Ian, de su relación ―me responde como si fuera obvio.
―No es que sea de su incumbencia, pero no hay ninguna relación.
El duque me mira con aire de desafío. ―No me tome el pelo señorita Percy. Usted es
astuta, muy astuta, le debo dar crédito, pero ahora está exagerando. ―Su tono no
admite replica. Lástima que para él que yo sea el género de persona que no se deja
intimidar, incluso, si es posible, una tentativa parecida sólo logra ponerme aún menos
disponible a escuchar consejos.
―¿Exactamente a qué se refiere? ―pregunto exasperada.
―Ian me ha pedido que le entregue el anillo de compromiso de su abuela. No se
requiere ser un genio para comprender qué intención tiene de hacer con eso ―me
comunica gélido.
¿Qué? ¿He oído bien? Debo de haber palidecido.
―Le puedo asegurar que no quiere casarse conmigo ―le respondo al contrario
titubeando, porque de repente no estoy muy segura de nada.
―¿Está de verdad segura de eso? ―me pregunta el duque con desprecio.
Prefiero quedarme en silencio.
―Dígame que no se lo ha dado ―murmuro poco después.
Mi corazón late como un loco ante la idea de que Ian pueda haber pensado en un
gesto similar, pero rechazo ese pensamiento loco e intento concentrarme en la
realidad.
216 Él me observa casi estupefacto. ―¿Y cómo no iba a dárselo? ―se lamenta―. ¡Ha
amenazado que habría ido a comprarse uno aún más grande en caso contrario! Y
estamos hablando de un diamante de cinco quilates…
Oh santo cielo.
―Estoy segura de no ser la destinataria de un regalo parecido —repito
recomponiéndome. Ian no está completamente loco.
―Su relación, resulta ser la única seria de mi nieto. Si excluimos aquella del primer
grado ―rebate sarcástico.
―¿Pero qué diablos tienen todos ustedes? ―exploto―. Ian y yo nos frecuentamos,
está bien, ¡pero no estamos juntos y no hablamos nunca de futuro o de cualquier cosa
seria! ―me defiendo.
―Porque usted no se lo permite ―me interrumpe el duque.
¿Cómo diablos hace para saberlo?
―Mi nieto piensa, con o sin razón, no lo sé, haberse enamorado, y visto que no está
acostumbrado a algo similar reacciona de manera impulsiva. Pero el matrimonio es
algo de verdad demasiado serio, señorita Percy.
Sobre eso estoy perfectamente de acuerdo.
―¿Está usted enamorada? ―me pregunta al fin, cuando intuye que estoy corta de
palabras.
He aquí la pregunta en la cual he tratado de no pensar desde hace seis meses hasta
ahora, la pregunta que me hace sudar frío.
―¿Es importante? ―pregunto a mi vez.
Él me observa derrotado. ―Desgraciadamente está enamorada ―constata
mirándome a los ojos―. Hubiera sido más fácil en caso contrario.
―¡Una no elige de quien enamorarse!
―No, imagino que no… ―me confirma pensativo.
Nos quedamos algunos instantes en silencio.
―Está claro no obstante, que no puede casarse con él ―repite.
Resoplo fastidiada. ―Lo sé muy bien. De verdad que lo sé. Y permanezco con la idea
que no me lo pedirá nunca y nunca es nunca. ¡Sería una locura!
El duque me mira seráfico. ―Tendré mi edad, pero cuando se está enamorado se está
loco, eso lo recuerdo incluso yo.
Debe de ser así, porque yo me siento como si hubiera perdido la razón desde que esta
historia comenzó.
217 ―¿Por consiguiente tengo su promesa de que no le dirá que sí? ―insiste
apremiándome.
―De verdad, que no me lo pedirá nunca…
―En cualquier caso, ¿la tengo? ―pregunta todavía.
―Si le sirve para estar mejor, está bien, la tiene ―respondo exasperada de tanta
insistencia. ¡Qué hombre tan testarudo! Casi tanto como su nieto.
El duque se levanta satisfecho después de haberme arrancado la promesa y me ofrece
la mano en señal de despedida.
―Muy bien, entonces la dejo trabajar.
―Gracias ―le contesto dudosa―. Adiós —lo despido mirándolo salir de mi despacho.
E
s viernes por la noche e Ian me ha atrapado con una cena en su casa. Cocinamos
algo juntos antes de tirarnos destruidos sobre su bello sofá, cansados después
de una semana de trabajo sin descanso.
—Quédate aquí esta noche —busca convencerme masajeándome la espalda. Estoy
tentada, pero debo resistir.
—No, conoces mis reglas —le respondo con una voz que está muy influenciada por sus
manos.
—Al diablo las reglas —me dice besándome. Él sabe que no me resisto a ciertas cosas,
218 y entonces busca siempre ganar estos encuentros haciéndome perder la cabeza.
Lastimosamente debo admitir que en general su táctica funciona. En tiempos de
guerra podría haber sido un excelente estratega.
—Juegas sucio —me quejo casi sin aliento, mucho después. Él me mira sin ninguna
culpa.
—Cada uno juega con los medios que tiene a su disposición —me dice de manera
sabia.
—Por favor, no insistas —le suplico todavía, seria. Él pone sus manos en forma de
ruego.
—Bien si no quieres dormir en la casa de tu novio, quiere decir que tu novio irá a la
tuya —me dice tranquilo.
—Ian… —busco disuadirlo con un tono de lamento. Cuando quiere sabe ser
verdaderamente testarudo.
—¿Si? —pregunta con perfecta inocencia. Suspiro sin ganas.
—Bien, entonces quiere decir que me quedare aquí. Pero te aclaro que no eres mi
novio —preciso. Tengo muy pocas armas de defensa en contra de él, y busco tenerle
entre la espada y la pared. Él se muestra satisfecho, logrando hasta no regocijarse
demasiado e ignora completamente lo último que le acabo de decir.
—¿Podemos hablar de algo serio? —le pregunto decidiendo tocar un tema bastante
espinoso.
Ian se da cuenta de mi tono de voz. —Sí —me responde tratando de no sonar
alarmado.
—Sé que no hablamos mucho de esto, pero ¿tú que sientes exactamente por mí? —le
pregunto valiente.
Ian me mira asombrado, es evidente que no se esperaba una pregunta así. —¿Es el
momento verdad? —pregunta buscando cambiar la conversación hacia la risa. Típico
de los hombre.
—Puedes verlo también así —le confirmo sonriendo.
—Te responderé sinceramente si tú también lo haces después —me dice con mucha
calma, después de una breve pausa.
—Está bien… —acepto sin saber bien como salirme.
Me agarra la mano y comienza a jugar con ella. —Pues… —comienza nervioso—. ¿Por
dónde podemos comenzar? —dice él más para sí mismo que para mí. Me quedo en un
silencio religioso con ganas de saber. Lo juro, no sé qué esperar.
—Bueno, creo que estoy enamorado de ti —confiesa después de unos momentos de
espera—. Diría que se ve… —añade, riendo nerviosamente—. ¿Tenías que escucharlo,
219 no? Porque sabes, que no soy exactamente el tipo de persona que habla de sus
propios sentimientos, aunque….
Lo interrumpo. —No, está bien —le digo con el corazón latiendo a mil. —En serio.
La vergüenza de ambos es evidente.
—¿Y tú? —pregunta mirándome por el rabillo del ojo.
Aquí está la pregunta del millón de dólares.
—Puesto que todo no hacen más que decírmelo, supongo que también yo lo estoy —
confieso. Después de todo su abuelo está convencido de ello, Laura y Vera también lo
están y hasta mi familia tiene sus sospechas. Está claro que tiene que ser así. Me he
enamorado de este hombre extravagante, aunque trato de no pensar demasiado y
evito admitirlo.
—Estaba pensando —me dice entonces—. Considerando que nos enamoramos a pesar
de tantas dudas, ¿qué te parece si nos vamos a vivir juntos, ya?
¿He oído bien?
Lo fulmino al instante con la mirada. —¿Cómo? —digo con incredulidad—. Estoy
convencida de que no me estás pidiendo que vaya a vivir contigo, a sabiendas de que,
en realidad, ni siquiera eres mi novio.
—Sí que me consideras tu novio, pero no te gusta rendirte cuando te fijas en
algo. Podríamos hacer un salto, directamente de colegas a convivientes. De esa
manera no tendrías demasiados problemas para definirme. —me propone en tono
semi-serio.
—No digas tonterías —lo regaño.
La expresión de Ian cambia por completo y me observa glacial. —Francamente estas
delimitaciones están empezando a darme un poco de nervios. He esperado seis meses
hasta que aceptaras este cambio en nuestra relación. Estoy un poco cansado de eso —
me informa con el ceño fruncido.
—¡Precisamente! ¿Y alguna vez irías a vivir con alguien como yo? —le digo con el fin de
obtener puntos a mi favor—. Tengo un temperamento terrible —añado tratando de
hacerlo entrar en razón.
Pero parece que Ian ha dejado de hacerlo desde hace seis meses, para ser honesta.
Él resopla. —Como si no lo supiera —me dice ofendido—. Pero a pesar de eso, y
conociéndote bien, seguiría queriendo vivir contigo. Y hago hincapié en el seguiría.
—Ian, sería un infierno —le digo despacio. Realmente lo pienso. La convivencia
requiere un acto de equilibrio notable, sin embargo, nosotros dos somos como
elefantes en una cristalería.
220 —No, no lo será —insiste obstinadamente.
—¿Y de qué manera podríamos suavizar nuestras diferencias?—le pregunto asustada.
—¿Cuáles diferencias? No veo grandes diferencias —me dice cruzando los brazos.
—Somos dos personas pendencieras, nuestra eventual convivencia sería muy molesta,
por decir lo menos —confieso sinceramente—. Por no hablar de que estamos
acostumbrados a movernos en diferentes ambientes sociales, tenemos diferentes
intereses, aficiones irreconciliables…
—Pero, ¡¿qué aficiones?! Siempre estamos encerrados en la oficina y no tenemos
tiempo para nada —resopla.
—En realidad…—empiezo pero me detengo de inmediato. Ian se me acerca y pone sus
manos en sus rodillas.
—¿Puedes detenerte por un momento?—pide dulcemente.
Asiento perdiéndome en sus ojos azules intensos. Pueden ser encantadores.
—Comprendo que la convivencia te asuste. Pero no somos dos niños. Y seguirás
huyendo y desconfiando de mí si no encuentro una manera de convencerte de venir a
vivir conmigo. Te advierto que no tengo ninguna intención de renunciar, voy a ser
aburrido, insistente y no te daré tregua —dice, sonriendo. Su aire es sincero pero
decidido.
Emito un sonido estrangulado. ¿Cómo diablos puedo salir de una situación como ésta?
—Eres la persona más absurda y necia que conozco.
—Lo sé —responde casi feliz. Claro, para Ian son sólo elogios.
Pero cuando un poco más tarde empieza a besarme y me arrastra a la habitación,
tengo que reconocer que gran parte de mi frustración está extrañamente calmada.
A este paso, estoy destinada a la ruina.
221
M
ichael está de vuelta en Inglaterra, volvió por su única semana de vacaciones
lejos de la zona desastrosa del mundo. Mi hermano es un héroe, el suyo sí que
es un verdadero trabajo, reflexiono mientras desplazo la pantalla que me
muestra una infinidad de archivos.
Hoy lo veré durante el almuerzo y será embarazoso, teniendo en cuenta cómo nos
despedimos hace meses. O más bien, teniendo en cuenta lo que ha ocurrido desde
entonces.
No hay ninguna esperanza de que pueda solamente aceptar vagamente sin
discusiones a lo que tengo que revelar.
222
Detesto las confesiones.
Ian se ofreció a acompañarme. Siendo clara, no es que no aprecie el gesto, pero mi
hermano sabe ser duro cuando quiere. Me temo que es un gen que se trasmite de
muchas generaciones en nuestra familia.
La cita es en un viejo pub en el centro que él adora.
—Entonces, ¿todo bien? —me saluda con un beso.
—Todo bien —respondo sonriendo. Lo veo bien, tranquilo y feliz.
Hace que nos sentemos rápidamente y toman nuestras órdenes.
—Cuéntame un poco, ¿qué has hecho en los últimos seis meses? —me pregunta
inmediatamente.
—Lo mismo de siempre. Trabajar sobre todo —le respondo con voz neutra.
Michael no muerde el anzuelo. —Mira, Stacey me llamó por teléfono, así que no seas
renuente conmigo. ¿Sales realmente con aquel tipo?
Temo que tendré que ser sincera. —Más o menos —admito no dando más detalles.
Michael toma un largo trago de cerveza y luego inicia con el número esperado de
reproches. —¡Jenny! Con todo lo que me ha pasado, ¿Cómo demonios has hecho para
estar envuelta en una situación similar? —pregunta casi sin palabras.
—No todas las personas son iguales, querido. Sé que todos ustedes en teoría quieren
lo mejor para mí, ¡pero en realidad nunca escuchan mis deseos! ¿Quién les da derecho
a juzgar sobre mi vida? No me he entrometido en sus elecciones y me gustaría que
hicieran lo mismo conmigo.
Michael me mira sorprendido. —No quise atacarte —se defiende.
Levanto una ceja con aire desconfiado. —Sí, pero es lo que hacen todos.
Honestamente, he tenido suficiente. Es mi vida.
—Lo sé, créeme, realmente lo sé —dice sonriéndome, tratando de suavizarme
Por un momento nos miramos en silencio.
—Entonces, ¿es él el indicado? —pregunta poco después.
—Lo dudo —confieso—. Pero no puedo luchar contra él. Sabe cómo llamar mi
atención, maldita sea. A este ritmo me convencerá de ir a vivir con él.
Mi hermano emite un silbido. —¿Ya están en ese punto? —me pregunta impresionado,
pero mucho más tranquilo
—Yo no lo estoy para nada, pero él parece que sí, entonces seguramente tiene
223 ventaja. Siempre tiene más ventajas —admito molesta.
—Deduzco que es un tipo determinado
—¿Es una broma? Es un tanque cuando se mete algo en la cabeza. Y por alguna razón
se ha metido en la cabeza que está enamorado de mí —lo digo como si fuese absurdo.
—Y tú no lo crees —añade mi hermano intuyendo mis pensamientos.
—No es que no le crea, pero pienso que de alguna manera quiere convencerse. Yo
sería perfecta para molestar a la familia que tanto detesta. En vez de pelear con ellos,
podría simplemente enviarme a la batalla. Imagínate que escena tan divertida…
Michael se ríe. —Oh Dios…
—¡No te rías! Lo digo en serio. Estoy tratando con el hombre más testarudo del
universo
—Bueno, por lo menos es un chico lindo —se burla de mí.
—¡Exactamente! ¿Parezco el tipo de salir con uno igual? ¿Uno de una belleza tan
fascinante y ostentosa?
—Él no alardea. Así nació, no puedes culparlo por eso —me hace notar sabiamente.
—Pero, Ian alardea. A su manera, por supuesto —le digo con una expresión de
sufrimiento.
—Bueno, ¿qué tiene de malo? Quiere conquistarte y usa todas las armas posibles que
tiene a su disposición.
—¿Hace unos segundo atrás lo odiabas y ahora eres su abogado defensor? —pregunto
enfadada.
—No lo odio, sólo estoy preocupado. Sin embargo, es sorprendente que una mujer
que pretende dar tanta importancia al cerebro, haya caído a los pies del más bello. —
bromea sabiendo bien dónde hundir el cuchillo.
Búrlate, búrlate querido hermano.
—¿Sabes qué es la cosa más dramática? —le pregunto resignada—. Es que no me
gusta por una cuestión estética, me gusta por el tipo de persona que es. Terrible
¿verdad?
—No me esperaba menos de ti —me asegura Michael—. Así que ¿iras a vivir con él? —
pregunta, degustando un plato de verduras.
—Espero de verdad encontrar la fuerza para decirle que no —reconozco sincera,
porque la convivencia es algo que no puedo contemplar.
—¿Y por qué no? —pregunta enigmático mi hermano.
—Por el simple hecho que no quiero que me rompa el corazón. Mira lo que te sucedió
a ti.
224 Él me observa casi con compasión. —Por el hecho de que me sucedió lo mismo, me
siento obligado a decirte que es definitivamente mejor romperse el corazón antes que
mantenerse siempre lejos del verdadero amor. Incluso puedo decir que tus anteriores
novios no te hacían acelerar el corazón.
—¡Eso es! ¡Eran demasiados perfectos! —le digo.
Michael me observa dulce. —Jenny, vamos, no puedes continuar así, evitando entrar
al juego. Tarde o temprano correrás el riesgo de enamorarte de verdad.
—Tengo miedo de haber llegado ya a ese punto… —me lamento.
—Menos mal. Ahora trata de no alejarlo y que no salga corriendo —me sugiere el
sabiondo de mi hermano.
—Mantener alejadas a las personas es lo que mejor sé hacer —admito, hundiéndome
en la silla.
—Exactamente, así que cambia un poco esa actitud —me recomienda.
—¿Pero qué puedo hacer con su familia? No me aceptarán nunca. No soy
exactamente de sangre azul —apunto con fastidio.
—No le des importancia, no hay nada más por hacer. No creo que esto sea un
problema para ti —dice sonriendo.
Bastardo.
Lo miro un poco desconcertada. —¿Por qué todos estos consejos? Pensé que tendrías
la misma opinión que Stacey.
Se ríe. —Ah sí. Estoy seguro que Stacey detesta a Ian. Sinceramente, tenerlo con
nosotros todos los domingos en el almuerzo sería realmente divertido.
Como me gustaría tener la misma certeza.
****
238
La escritura y yo nos hemos encontrado hace poco tiempo a causa de una presión en
lo límite de lo aceptable durante mi primer embarazo. Diría que ha sido el perfecto
anti-stress. Pero hubiese sido solo eso, si no hubiese sido por la insistencia de mi
marido Alessandro, que decidió hacer visible lo que yo había escrito, ignorando todas
mis protestas. Sepan bien que todo ha sido culpa suya.
Agradezco profundamente a mi querida amiga Rossana, entusiasta lectora, que a
medida que esta historia iba tomando forma en mi mente. Como amiga y parte de
esto, les juro, que a veces su pasión por este libro ha superado a la mía.
Agradezco a Alessandra Penna, editora de Newton Compton, que finalmente me
obligó a releer con atención esta novela, sopesando cada una de las palabras. Nadie
239
antes había conseguido tal misión imposible. También le estoy muy agradecida
porque se adaptó a mis extraños horarios; como mamá trabajadora a full-time, los
únicos momentos en lo que pude dedicar a la revisión fueron en las noches y fines de
semana.
Finalmente un agradecimiento a toda mi familia, que me ha ayudado a cultivar mi
pasión por la lectura desde pequeñita, si no hubiese agotado la selección de libros
para leer, quizás nunca hubiese empezado a escribir.
Anna Premoli: Nació en Croacia en 1980 pero
en 1987 se mudó a Milán. Es licenciada en
Economía de mercados financieros por la
Universidad Bocconi de Milán. Trabajó en J.P.
Morgan y, desde el 2004, en Private Banking un
banco privado, donde participa en la
optimización fiscal y consultoría financiera. Se
casó con 25 años. Comenzó a escribir en el 2009
durante su primer embarazo como método anti-
estrés siguiendo los consejos de una amiga. Esta novela la escribió durante su
segundo embarazo entre el otoño de 2011 y el invierno de 2012, y la última
240
corrección que hizo de ella fue durante las noches y los fines de semana del
otoño de 2012. No se considera una persona muy romántica.
241