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cuadernos de la escuela
Temático No.1
CORRECCIÓN DE ESTILO:
María José Díaz Granados M.
COORDINACIÓN EDITORIAL:
Catalina Martínez
DISEÑO GRÁFICO:
Rocío Gutiérrez Gómez
FOTOGRAFÍA DE CARÁTULA:
Aníbal Díaz
IMPRESIÓN:
Ediciones Amaranta
COORDINACIÓN PED
OORDINACIÓN PEDAAGÓGICA NA CIONAL
NACIONAL
Presentación .............................................................................................................. 9
E l presente documento tiene como fin proponer una orientación política para la
Red de Justicia Comunitaria en términos de género, concretada en un plan de
acción para el nodo temático de género y justicia comunitaria de dicha entidad.
[ 9 ]
implique una orientación política, el presente documento indaga en una serie de
fuentes que facilitan tal propósito y que cunfluyen en la exposición de la perspecti-
va de género como aproximación específica al problema de relación entre los sexos.
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I La perspectiva
de género
Introducción
Introducción
1.1 El género fr
género ente al sexismo y el patriar
frente calismo
patriarcalismo
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El cuerpo como realidad física deja de operar como el referente directo para
entender la realidad sexuada y se convierte en el depositario de una significación
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[La perspectiva de género]]
sexual que lo remite a una serie de reglas para la construcción en cada sujeto de su
masculinidad y feminidad, reglas que perduran como norma en el desarrollo de su
historia personal (Lagarde, 1997: 26). Dicha significación y dicha normativa remi-
ten precisamente a su construcción simbólica, de manera tal que el género aparece
como “... una categoría social impuesta sobre el cuerpo sexuado” (Scott, 1996:
271).
... la definición social de los órganos sexuales, lejos de ser una simple
verificación de las propiedades naturales, directamente ofrecidas a la
percepción, es el producto de una construcción operada a cambio de
una serie de opciones orientadas o, mejor dicho, a través de la acentua-
ción de algunas diferencias o de la escotomización de algunas similitu-
des (2000: 27).
Baste, por tanto, con enfatizar en esta instancia la calidad mutable y cons-
truida del cuerpo, la sexualidad y sus atributos condensados en el género. Ahora
bien, en tanto dichas construcciones determinan relaciones asimétricas entre los
extremos de las distinciones que elabora, el género denota específicos dispositivos
y relaciones de poder.
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1. Esta definición es muy básica y su razón de ser es meramente operativa. Los debates por la
definición del género y de sus elementos son bastante numerosos y profundos, remitiendo
a discusiones éticas y filosóficas que escapan al alcance e interés del presente documento.
Posiciones importantes en tales discusiones pueden encontrarse en Elizabeth Spelman
(1989) y Judith Butler (1990). Para un recorrido breve por los ejes principales de debate,
ver Rossi Braidotti (2000: 207-240).
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... quienes se han interesado por deconstruir los procesos sociales y cul-
turales del género deben también comprender las mediaciones psíquicas
y profundizar en el análisis sobre la construcción del sujeto. Para esclare-
cer hasta dónde cuestiones consideradas problemas de la identidad sexual
(que) tienen un origen en la cultura (que sólo sanciona la heterosexualidad)
derivan de lo psíquico o son el resultado de la confluencia de ambos
ámbitos, se necesita comprender la diferencia entre el ámbito de lo psí-
quico y el de lo social (2000: 83).
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Toda vez que la distribución de recursos entre los géneros sirve a funciones
políticas, económicas y sociales, dicho sistema no está exento de una serie de
ambigüedades, vacíos e incoherencias, producto de la disputa institucional por
determinar las concepciones de un discurso de género privilegiado.
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II Una aproximación al problema
de género y justicia comunitaria
en Colombia
El interés que poseen los diversos estudios sobre género y justicia para el
presente documento se deriva de múltiples aspectos. Las investigaciones sobre el
tratamiento que en instancias judiciales recibe el género como concepto, y las
mujeres en concreto, se originan en una preocupación constante ampliamente di-
fundida que les aporta en profundidad y diversidad. Adicionalmente, tales estu-
dios llaman la atención sobre áreas y problemas propios de una forma específica -
estatal- de resolver conflictos, que pueden ser implementados en el análisis de
formas de justicia diversas -no estatales o comunitarias en este caso.
Los análisis sobre género y justicia comunitaria, por su parte, aunque menos
extensos y difundidos, presentan cuestiones más específicas del problema aquí
planteado, configurándose así como una fuente complementaria disponible a par-
tir de contextos nacionales diversos.
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[Una aproximación al problema de género y justicia comunitaria en Colombia]]
A partir de una consideración del derecho como un campo que “... interpone
problemas políticos e intelectuales muy específicos para la teoría feminista que no
pueden ser encontrados en otros campos2” (Smart, 1992: 29), la relación entre
mujer y justicia ha sido planteada desde tres perspectivas que reproducen los hitos
de la evolución del pensamiento feminista ya reseñados (sexismo, patriarcalismo y
perspectiva de género).
El carácter masculino del derecho es exaltado como eje de una segunda pers-
pectiva, la cual resalta la exclusión de la cuestión femenina en un sistema jurídico
cimentado en valores creados por y para hombres. La objetividad y neutralidad del
derecho son evidenciadas como construcciones que ocultan su masculinidad y ter-
2. Escrita en inglés en su versión original, esta cita, al igual que las que siguen dentro del
texto, corresponden a traducciones libres realizadas por la autora.
3. La principal debilidad de esta perspectiva reside en obviar la diferencia entre los sexos,
considerada apenas como un factor introducido por la ley y, por ende, puramente
epifenoménico (Smart, 1992: 31-32).
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minan por imponerse como parámetros para el juzgamiento de la mujer y los pro-
blemas que le incumben. El derecho aparece, en suma, como el “paradigma de la
masculinidad”: la institución que representa el interés masculino y que asegura la
permanencia del hombre en el extremo de una relación dominante sobre la mujer
(Bodelón, 1998: 644).
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[Una aproximación al problema de género y justicia comunitaria en Colombia]]
La indulgencia para las mujeres acusadas que examina este tipo de investiga-
ciones se manifiesta en la imposición de penas más bajas, si se las compara con las
obtenidas por hombres en situaciones similares, y en la reticencia de jueces y ma-
gistrados a disponer la pena de prisión para ellas. Las diversas explicaciones de
este fenómeno remiten a hipótesis estrechamente relacionadas con la imagen de lo
femenino, de lo familiar y del bienestar social, que jueces y magistrados abrigan. A
continuación, se ofrece un recuento breve y esquemático de estas hipótesis.
1. Las mujeres son seres débiles, pasivos, sumisos y dependientes, por ende,
no ejercen un tipo de libertad conciente que las haga responsables de sus
actos y en consecuencia merecedoras de castigo.
2. Las mujeres son seres más manipulables que los hombres y, por ende,
más susceptibles de rehabilitación por medio de tratamiento y no de cas-
tigo.
Según la hipótesis de la caballerosidad, jueces y magistrados intentan de
manera consciente mantener a las acusadas, por pertenecer al sexo más débil, a
salvo del estigma que implica un récord criminal y de la dureza que significa la
pena de prisión (Daly, 1987: 269).
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En tanto revisión crítica del paternalismo sin más, una tercera hipótesis apunta
al paternalismo familiar4. Señala que la atención del agente judicial no se dirige al
acusado sino a su contexto familiar; su preocupación real reside en los efectos de
su decisión para la vida familiar y para la labor que hombres y mujeres realizan en
favor de esta institución, lo que conlleva un tratamiento diferenciado de los acusa-
dos en dos sentidos.
En primer lugar, existe un trato diferenciado para acusados con y sin familia
en la medida en que la imposición de la pena de prisión a los primeros incrementa
el desorden social, relaja los vínculos económicos y afectivos establecidos entre
estos y sus congéneres y confluye en la imposición de castigos para quienes, como
los menores, se convierten en víctimas de una decisión tal (Daly, 1987: 275-276).
De otro lado, las mujeres con familia obtienen un tratamiento especial que
las privilegia frente a hombres en iguales circunstancias, pues se considera que
ellas tienden a ser más responsables y que su labor de cuidado de los hijos es más
importante para la vida en familia, si se la compara con la labor de sustento econó-
mico adelantada por padres y hermanos (Daly, 1987: 277).
Lo anterior indica, entre otras cosas, que los agentes judiciales gratifican a
los acusados que se adaptan a las convenciones sociales de comportamiento del
individuo adulto, y de esta manera reproducen las concepciones tradicionales so-
bre los roles de género, el trabajo y la familia.
Estudios diversos refuerzan esta última hipótesis. A primera vista, los fun-
cionarios judiciales exhiben una fuerte reticencia a considerar la pena de prisión
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Toda vez que pertenecer a una familia convencional esta fuertemente asocia-
do con una menor propensión al crimen, una importante proporción de las mujeres
que terminan encarceladas son precisamente aquellas que bajo el criterio de los
agentes judiciales han malogrado su papel de madres y esposas.
Este segundo grupo de estudios tienen como objeto dar cuenta de una serie
de prejuicios de género presentes en el sistema de justicia, entendiendo como tales
las tendencias a pensar o comportarse frente a determinado individuo teniendo
como parámetro principal su sexo (Ruble, 1998). Muchos de estos comportamien-
tos, no obstante, son muy sutiles o están expresados en formas que han adquirido
cierta aceptación social por concordar con estereotipos generalizados, los cuales
convierten actitudes prejuiciosas en normales (1998: 2193).
5. Desde perspectivas similares, autoras como Mary Eaton (1986: 41) muestran cómo
hombres y mujeres que se ajustan a su rol tradicional obtienen un trato privilegiado. Por el
contrario, mujeres que no permiten la atribución de su comportamiento a causas de tipo
doméstico, sexual o patológico e insisten en aceptar responsabilidad por sus acciones,
tienden a crear incomodidades al sistema judicial (Worral, 1990).
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y aquellos que crean una percepción generalizada de inequidad, aun cuando son
difícilmente detectables.
Las mujeres, como los niños, son proclives a la exageración; en general tie-
nen una memoria pobre y presta a elucubraciones y exageraciones. También son
tercas. Usted encontrará serias dificultades al tratar de inducirlas para que califi-
quen su testimonio. En cambio, puede ser más fácil inducirlas a exagerar y encau-
sar su testimonio de manera tal que parezca increíble (1998: 2210).
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Siendo víctima la mujer, se entiende que una actitud infiel o rebelde se cons-
tituye en comportamiento ilegítimo, ajeno a su rol de género y, por ende, constitu-
tivo de provocación. El comportamiento violento, como caso excepcional del hom-
bre, por su parte se determina según su desempeño familiar y la adopción del estilo
de vida convencional.
7. Se trata de una investigación de procesos adelantados por los delitos de violación sexual y
homicidio en Estados Unidos, Lees (1994).
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A juicio de Lees: “Lo que es tachado de comportamiento ‘irracional´ por los jueces
no es más que su falla en reconocer la realidad de la violencia masculina como un
medio de control social y dominación sobre la mujer” (1994: 134).
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Así mismo, es notoria una cierta actitud negligente de los agentes judiciales
que se expresa, entre otros, en la no impugnación de los fallos absolutorios y en la
errónea tipificación de los delitos. En tercer lugar, denuncia una desvaloración
generalizada de la versión de los hechos de la agraviada, que suele ser modificada
de manera arbitraria y cuestionada con la descalificación de su conducta (Siles,
1995: 259).
En este sentido, los análisis del derecho sexista y patriarcal tienen razón al
afirmar que hombres y mujeres son considerados de manera distinta y que las
mujeres son tratadas injustamente al ser juzgadas como hombres. Sin embargo, la
naturaleza de esta diferencia es un aspecto problemático, pues no se trata de un
carácter inmanente de la realidad sexual que simplemente repercute en el razona-
miento jurídico. Lo femenino y lo masculino se encuentran definidos por aspectos
distintivos asociados a reglas y expectativas de comportamiento (estereotipos) que
se asumen y se reproducen en las instancias judiciales.
En un espacio así definido los roles de género y las imágenes que de ellos se
derivan pasan a ser recursos estratégicos que dan lugar a elaboraciones argu-
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De otro lado, el sesgo patriarcal del derecho termina por reforzarse en tanto
los caracteres asociados a lo masculino se erigen como reglas dentro de procesos,
juicios e instancias que imprimen a lo femenino una valoración negativa como
vicio o desviación.
En suma, los hombres y mujeres son procesados ante la justicia como seres
biológicos. Tal como lo expresa Gerlinda Smauss:
En primer lugar, y con esta lógica, el presente aparte aborda algunos estudios
que implican lecturas de la justicia comunitaria desde el problema de la discrimi-
nación, el carácter masculino o patriarcal de la realidad y el sistema de género. En
segundo lugar, y como aproximación específica, se ofrece una lectura de las diver-
sas figuras de la justicia comunitaria en términos de género. Tales objetivos
explicitan una serie de cuestiones y objetos específicos de análisis que comple-
mentan los reseñados en el aparte anterior.
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Tal sería el caso de los foros de justicia comunitaria expuestos por Anne Griffith
en su análisis del caso Molepolole en Botswana, Suráfrica (1996). En efecto, Griffiths
muestra cómo en tal experiencia se impide a las mujeres elevar ante la Corte Comu-
nitaria (The Chiefs Kglota) peticiones relacionadas con formas específicas de pro-
piedad; a su vez, aparece una concepción tradicional de transmisión exclusiva de
la misma por la línea masculina (1996: 206).
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Desde esta perspectiva, Kate McCabe (2001) hace una lectura de la justicia
comunitaria. La autora define su posición feminista como un desafío al carácter
masculino de las estructuras sociales y el derecho, desde una perspectiva femeni-
na apoyada en un método de amplio reconocimiento: el logro de conciencia
(consciousness raising)8. Tal método proviene de una epistemología de un punto
de vista centrado en la identificación de la mujer como víctima y en el privilegio de
dicho estatus para el entendimiento de la opresión. “... estas feministas arguyen
que la privación material de los oprimidos les ofrece una perspectiva -un acceso al
conocimiento- que los opresores no pueden tener” (Bartlett, 1990: 845).
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En concreto, la mediación identifica sus formas propias con una “ética del
cuidado”9 considerada propia del razonamiento moral femenino. En esos términos,
corresponde a un modo femenino de abordar conflictos, en tanto relega una fija-
ción por la ponderación de derechos individuales en tanto evita ponderar derechos
individuales, optando en cambio por una serie de consideraciones contextuales
relativas al ejercicio de tales derechos y confluyendo en una satisfacción de las
necesidades de todos los sujetos implicados.
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Las nuevas formas de gobierno, por su parte, fueron puestas bajo la dirección
exclusiva de hombres, mientras se imponía una doctrina eurocristiana que deni-
graba los mitos fundacionales asociados a lo femenino: “Sin una deidad femenina,
los rituales que previamente honraban la potencia y poder femeninos devinieron
sin sentido. Las mujeres indígenas fueron dejadas sin voz y sin el estatus que
previamente les fuera asignado en las esferas espiritual, personal y política” (Goel,
2000: 126).
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Ahora bien, aun cuando las experiencias de justicia indígena parezcan con-
servadoras en cuanto a las construcciones de género de las comunidades, pueden
develar su carácter innovador e incluso emancipador de las imágenes y símbolos
de género reproducidos por el mercado y el Estado. Ello muestra la importancia de
integrar los debates sobre relativismo cultural, y de considerar los problemas deri-
vados de la imposición de una visión externa de un sistema de género que se
expresa en una forma de justicia y responde a un entorno cultural amplio.
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Ello puede indicar indiferencia ante las relaciones inequitativas que se dan
en casos como la violencia intrafamiliar, y, por lo mismo, la reproducción de la
relación abusiva. Desde un punto de vista más amplio, no obstante, los foros de
conciliación y mediación comunitarias resultan buenos ejemplos de la incidencia
de las experiencias de justicia comunitaria en su entorno, en términos de transfor-
mación o reproducción de las relaciones establecidas entre hombres y mujeres y
del empoderamiento de uno u otro género.
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2.2.1 LLa
a ola sufragista o feminismo temprano
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lado, el dominio ejercido por sus esposos, padres y hermanos, les impedía cual-
quier manifestación independiente” (Velásquez, 1995: 194).
Los primeros años de la década del treinta estuvieron marcados por un con-
texto político en el que el grupo gobernante se veía amenazado por posiciones
conservadoras enfrentadas a todo tipo de manifestación reformista o de moderni-
zación. En un contexto de afianzamiento del fascismo y el nazismo en Occidente,
la idea del voto femenino estaba asociada ineludiblemente a la influencia de la
Iglesia Católica en la mujer y, en consecuencia, al posible ascenso de sectores con-
servadores cercanos al clero. En tales circunstancias, “Los argumentos en contra
de los derechos políticos de las mujeres eran esgrimidos tanto por la derecha como
por el centro y la izquierda liberales...” (Velásquez, 1995: 206).
12. En 1940 y 1947 son nombradas mujeres en los cargos de tesorera municipal y juez penal
del circuito, respectivamente.
13. El primero de ellos concedía ciudadanía plena a la mujer mientras que el segundo le
otorgaba el derecho a ser elegida, y condicionaba su derecho a elegir la reglamentación
por parte del Congreso.
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taban con una cierta documentación y conciencia de sus propios derechos. Las
manifestaciones en contra, por su parte, venían de figuras radicales que considera-
ban al feminismo “una invención de mujeres feas propensas ordinariamente a las
complicaciones de la inteligencia” y que entendían lo femenino como una catego-
ría inevitablemente asociada a la “animalidad, la torpeza y la falta de razón”14.
14. Manifestación de José Mejía y Mejía citada por Velásquez (1995: 201).
15. Velásquez cita como ejemplos de tales manifestaciones, respectivamente, a la Unión
Femenina de Colombia formada por profesionales y empleadas de altos cargos, las
revistas Agitación Femenina y Letras y Encajes de Medellín, el espacio radial La Hora
Feminista, la editorial del periódico El Liberal, y la Alianza Femenina de Colombia,
conformada por mujeres obreras e impulsada por el Partido Socialista Democrático (1995:
211 y ss.).
16. Tales compromisos remiten a la participación de Colombia en la VI Conferencia
Internacional Americana de 1928, la Conferencia Interamericana sobre Problemas de
Guerra y Paz de 1945 y la Conferencia de San Francisco que expide la Carta de las
Naciones Unidas (Velásquez y Reyes, 1995: 232).
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17. Téngase en cuenta que el proceso sufragista en América Latina tuvo propósitos y medios
ampliamente dispares que van desde la ampliación del electorado para reforzar el apoyo
a un partido, tal como sucedió en México en 1953, hasta la coalición de mujeres de clase
alta y media que utilizaban su influencia en el gobierno, tal como sucedió en Brasil en
1932. A este respecto, ver Francesca Miller (1994).
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a segunda ola
2.2.2 LLa
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18. En algunos textos de consulta, esta segunda ola aparece como el surgimiento mismo del
feminismo en Colombia (Sánchez O., 1995; Londoño, 2002; Álvarez, 1998). No obstante,
tal como se ha afirmado con anterioridad, definiciones amplias de feminismo y
movimiento feminista permiten considerar las manifestaciones sufragistas como un
movimiento feminista temprano y, en consecuencia, identificar el auge de los años setenta
como una “segunda ola”.
19. Consignas como “lo personal es político” y “la democracia empieza por casa” se
convierten en lugares comunes de las nacientes organizaciones (Londoño, 2002: 132-
140).
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20. Este rompimiento del feminismo y el sindicalismo tiene antecedentes históricos importantes
durante las décadas del cincuenta y sesenta, que remiten a la reducción de la militancia
femenina a su mínima expresión y a la configuración de una cultura sindical masculina.
Hasta la década del setenta la actividad sindical de los sectores textil y de confección que
aunaban la mayor fuerza de trabajo femenina, se caracterizó por la aceptación de las
políticas de discriminación hacia la mujer y la nula defensa de sus asociadas frente a las
arbitrariedades de la empresa. A este respecto, ver Arango (1995).
21. Con este propósito, se enfatizan metodologías alternativas, como permitir hablar a las
mujeres por sí mismas y no en representación de otros, y la realización de encuentros
informales de circulación de pensamiento y sentimientos. De esta manera nacen los
Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe, que han contado con un
protagonismo fundamental en la integración del feminismo latinoamericano como sujeto
político.
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... vino a significar centrarse en una política propia, en una serie de asun-
tos de específica preocupación para la mujer, adherirse a normas
organizativas particulares (tales como la participación directa, la informa-
lidad procedimental y la ausencia de especialización funcional), y actuar
en espacios públicos particulares (como organizaciones femeninas autó-
nomas) a fin de profundizar el análisis de la opresión de género y promo-
ver una conciencia generalizada de esa opresión en el movimiento am-
plio de mujeres (Álvarez, 1998: 297-298).
22. A finales de la década del setenta, y como manifestación del debate en torno a la doble
militancia, durante el Primer Encuentro Nacional de Mujeres en Medellín se decide
impedir la participación de militantes partidistas. Tal situación provoca el enfrentamiento
de estas últimas, que consideran legítima su inclusión en el evento y efectivamente
presionan su participación. A este respecto, ver Londoño (2002: 138).
23. La autonomía denota la búsqueda de una identidad global de transformación a partir de
la cual las mujeres puedan identificarse entre sí como sujetos subordinados. En este
sentido, “el grupo de las mujeres que conforman el movimiento autónomo lo constituyen
las feministas que consideran que la subordinación de género atraviesa todas las clases y
sectores de clase y que, por tanto, las reivindicaciones en torno a la condición y posición
de género no pueden ser negociables, son prioritarias y deben ser asumidas íntegramente
con posición política propia” (Villarreal, 1995: 382).
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La intensidad de los cambios que se perfilan durante los años ochentas prefi-
gura en la década siguiente una nueva fase feminista de tipo expansivo,
multicéntrico y heterogéneo. En suma, se trata de tres transformaciones funda-
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25. Convocadas por la Organización de las Naciones Unidas, las Conferencias de Beijing
tienen como propósito comprometer a los gobiernos nacionales, con reivindicaciones en
pro de la mujer.
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El vínculo cercano de las ONG con los proyectos estatales, por su parte, ha
implicado su identificación simbólica como entidades neogubernamentales: “En
otras palabras, algunas ONG son identificadas como proveedoras de servicios que
anteriormente se encontraban y (aún deben encontrarse) a cargo del Estado”
(Álvarez, 1998: 307).
Con visiones más positivas del nuevo protagonismo de las ONG o la denomi-
nada “oenegeización” del movimiento, tales organizaciones surgen como los pun-
tos de comunicación de coaliciones globales, regionales y locales. Se entiende así
que la conformación de redes relativamente estructuradas entre los feminismos
locales permite la apropiación de nuevos espacios de influencia, facilitando la pro-
yección de la lucha en sectores populares y garantizando la permanencia de la
preocupación feminista en el espacio público (Villarreal, 1994). Se considera, en
síntesis, que las ONG: “… han jugado un papel central en la formación y sustentación
de variadas formas de articulación formal e informal. Han funcionado como pun-
tos nodales a través de los cuales el disperso y fragmentado campo feminista per-
manece articulado discursivamente” (Álvarez, 1998b: 5).
Una tercera transformación producto del giro de los años noventa se centra
en la implementación de la categoría género como llave para el ingreso del feminis-
mo en el “saber institucionalizado”: “Pronto las sociólogas defendieron la catego-
ría de género como una herramienta de análisis que permitía un rigor científico
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La identidad está dada por una vivencia particular del cuerpo y un ejerci-
cio de la sexualidad por fuera de los parámetros establecidos por la so-
ciedad. Razón por la cual las personas LGBT han sido históricamente
discriminadas, marginadas, estigmatizadas, excluidas por barreras cultu-
rales que están presentes en la mente de los seres humanos, en su modo
de entender y comprender cómo “deben ser” las personas29.
La adopción de una identidad genérica diversa, tal como sucede con los
transgeneristas, va más allá de una alteración de las expectativas sociales en torno
al género y rompimiento la lógica del sistema hegemónico que postula lo femenino
y lo masculino como categorías únicas que dividen simbólicamente lo existente. El
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Los movimientos de LGTB restantes aparecen en las fuentes con una trayec-
toria de menor duración. El movimiento de mujeres lesbianas, de un lado, surge
dentro del movimiento gay y se desenvuelve autónomamente a partir de una sepa-
ración del mismo. Tal separación se debió a la poca participación de las mujeres en
el movimiento ampliamente considerado, lo cual las llevó a buscar formas orga-
nizativas propias que para mediados de los años noventa se concretan en grupos
de socialización y reflexión.
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Por último, el género revela una dimensión importante del papel de las expe-
riencias de justicia comunitaria en la reproducción o transformación de su entor-
no, al ofrecer un parámetro fundamental para evaluarlas desde su potencial
democratizador y su carácter emancipador.
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Ahora bien, teniendo en cuenta el punto de vista inverso, ¿cuáles son las
potencialidades de la justicia comunitaria para el género?
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3.1.1 P
Prroyecto de autor
autorrreflexión
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Una vez realizado este primer diagnóstico e identificadas las formas de am-
pliarlo o mejorarlo, una segunda fase del proyecto remite a la promoción de lectu-
ras similares en las entidades adscritas a la Red. La idea consiste en generar un
proceso de retroalimentación que permita determinar cómo se ven estas institucio-
nes en términos de género, entre ellas y frente a la Red, y confluya en el diseño y
aplicación de políticas de género para la Red y para las instituciones que la inte-
gran.
3.1.2 P
Prroyecto de interlocución con el movimiento
de géner
género o
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3.1.3 P
Prroyecto de investigación
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3.1.4 P
Prroyecto pedagógico
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3. De manera similar, se asume que cada uno de los sectores que inciden en
la justicia comunitaria -operadores, usuarios, promotores, agentes de po-
líticas públicas- cuenta con punto de vista relevante para los otros. En
consecuencia, los espacios pedagógicos deben incluir agentes de todos
los sectores, de ser posible.
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3.2.1 Actores
Actores
Los actores llamados a hacerse partícipes del nodo de género y justicia comu-
nitaria responden a la lógica de las cuatro estrategias propuestas.
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ESTRATEGIAS
TEGIAS,, A
ESTRATEGIAS CT
ACT ORES
ORES,, ESCENARIOS Y TRANSFORMA
CTORES CIONESEN
TRANSFORMACIONESEN
EL NODO DE GÉNERO Y JUSTICIA COMUNIT ARIA DE LA RED
COMUNITARIA
ESTRATEGIAS
ESTRATEGIAS ACTORES
CTORES ESCENARIOS TRANSFORMA CIONES
TRANSFORMACIONES
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[Hacia una perspectiva de género en la Red de Justicia Comunitaria]]
Tal como se anticipó líneas arriba, las estrategias del nodo de género y justi-
cia comunitaria resultan cruciales en lo que respecta a su consolidación y organi-
zación interna. A continuación se describe el proceso de configuración del nodo, de
ejecución de los proyectos de autorreflexión, interlocución e investigación y de
acompañamiento al proyecto pedagógico en cabeza del nodo de escuela de justicia
comunitaria. Igualmente, se mencionan los equipos y comités que hacen parte
integral del nodo, así como sus objetivos y funciones principales.
Diseñar el instrumento de
]
diagnóstico
]
Aplicar el instrumento en
]
el núcleo central de la red
Primer Interesados -
Comité Núcleo central
Nodal de la Red
Red Primera evaluación de
resultados
Optimizar el instrumento
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]
Primer
Segundo Comité nodal
Comité +
Nodal Equipos de
género
]
Socialización y
optimización instrumento
]
Diagnóstico en los nodos
Equipos
regionales y las institucio
institucio--
de
nes miembro
Género
Evaluación
de los resultados
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[Hacia una perspectiva de género en la Red de Justicia Comunitaria]]
]
Consolidación
de resultados
]
Segundo Socialización
Comité de los resultados
Nodal en la red en pleno
CCIG
CN
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]
Revisión de las organiza-
ciones del movimiento en
torno al género
]
Comité Identificación de organiza-
Nodal ciones accesibles y afines
Comunicación y diálogo
con las organizaciones
identificadas
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]
Impulso a equipos de
]
interlocución dentro de las
Comité organizaciones
Nodal
CN
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la sección 3.1.3 del presente documento, den un impulso inicial a la línea y sean la
base de futuros proyectos de investigación.
]
Convocatoria a los agentes
]
académicos de la R ed
Red
Comité
Nodal
Configuración de una base
teórica y metodológica de
investigación
]
sectores de producción de conocimiento
tradicional
]
Comité Convocatoria a los agentes identificados
Nodal
Impulso a equipos de investigación de
género y justicia comunitaria en las entida-
des y organizaciones externas
Conformación del CA
CAGG
[ 84 ]
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[Hacia una perspectiva de género en la Red de Justicia Comunitaria]]
Movimiento en
torno al género ] CIG CCIG
]
Agentes académicos
CA
CAGG y sectores de pro
pro--
ducción de conoci-
miento tradicional.
Así configurados, cada uno de los comités adquiere una cierta autonomía
funcional que permite el desarrollo de las actividades del nodo y la ejecución de las
estrategias que le son propias. A continuación se hacen explícitas las funciones
que se encargan a cada uno de los comités, los cuales esbozan el desempeño del
nodo una vez constituido.
* Funciones del comité nodal. Una vez distribuidas las tareas de interlocución,
autorreflexión e investigación, el comité nodal tiene una importancia crucial
como punto de encuentro y coordinación entre los comités. Sus funciones son
principalmente las siguientes:
Coordinar las actividades de los comités de manera que exista una comunica-
ción constante y un flujo de información y apoyo entre los proyectos. En este
sentido, al comité nodal se le encargaría la evaluación de la oportunidad y
conveniencia de fijar puntos de encuentro entre actores y estrategias, que
pueden expresarse en la participación del movimiento de género en la elabo-
ración de las políticas de la Red o en la posibilidad de generar un conocimien-
to abierto a partir de los resultados del diagnóstico; a manera de ejemplos:
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La impresión de esta obra se terminó
en el mes de octubre de 2004
en Ediciones Amaranta,
500 ejemplares
Bogotá - Colombia