Está en la página 1de 1

R E P O R TA J E S

Calvin & Hobbes: la integridad


artística de Bill Watterson

1 de julio, 2014

Por Rodrigo
Costas
Una tira cómica
con un niño
travieso y un
tigre que lo
sigue en todas
las aventuras.
Un documental
sobre su
creador: el
hombre que
defendió el
cómic como
expresión
artística. Una
reflexión sobre
el choque entre
arte y negocio
en el mundo de
las historietas.  
“El caricaturista
puede hablar a
los lectores
por...

Una tira cómica con un niño travieso y un tigre que lo sigue en


todas las aventuras. Un documental sobre su creador: el
hombre que defendió el cómic como expresión artística. Una
reflexión sobre el choque entre arte y negocio en el mundo de
las historietas.

“El caricaturista puede hablar a los lectores por años y eso


representa un increíble acceso en la mente de las personas.
Es un privilegio extraordinario que tu trabajo sea leído por las
personas cada día, año tras año”.
Bill Watterson.

Duele. Para quien recuerda los viejos seriales y especiales


navideños de Charlie Brown, duele ver a Snoopy y sus
amigos saltando de aquí para allá con la intención de
vendernos un seguro de vida MetLife. Los personajes de
Charles M. Schulz y su humor existencialista despojados de
contenido para ofrecernos un producto más. Lo siento, pero
para quien disfrutó de sus historias tristes y tiernas resulta
doloroso. Como cualquier traición.

Está bien, puedo entenderlo. Hoy


en día, los personajes de cómics
están más presentes que nunca
en la cultura popular y en cierta medida es algo que me
alegra: películas de superhéroes acumulan millones en
cartelera y sus actores son celebrados por ello (Heath Ledger
y su Joker inolvidable), series de televisión rompen la sintonía
y complacen a la crítica al dar carne a lo que antes fueron
dibujos (The walking dead), y en las tiendas de juguetes los
pasillos están llenos de personajes que saltaron del papel al
peluche o al plástico o a las toallas o a las poleras o a los
perfumes infantiles…. Y eso ya no me gusta tanto. Eso ya me
molesta. Lo entiendo, claro. Un guionista o un dibujante tiene
que vivir de lo que hace y todos queremos vivir bien. Y para
vivir bien, se necesita dinero. Así es el mundo, ya lo sé. Pero
siempre queda la esperanza de que sea de otra forma. De que
alguien se atreva a quedar al margen del negocio. Un tonto.
Un loco. Un valiente. Un artista.

De eso se trata en parte el documental Dear Mr. Watterson


(2013), dirigido por el estadounidense Joel Allen Schroeder
(1979), quien busca comprender la influencia en las personas
de Calvin & Hobbes -tira cómica aparecida en los periódicos
estadounidenses entre 1985 y 1995- para entender así a su
creador. Y lo hace a partir de su propia experiencia como
fanático de los personajes creados por el Mr. Watterson del
título.
Mr. Bill Watterson (1958), para ser más precisos.

Dear Mr. Watterson Trailer

El autor y su obra
Curiosamente, Watterson es el gran ausente del documental.
No dio entrevistas a Joel Allen Schroeder en su peregrinaje de
fan y el director tuvo que conformarse con viejas fotografías
de su héroe, comentarios de otros dibujantes y de los
editores que Watterson tuvo. Bill Watterson no ha dado
prácticamente ninguna entrevista desde que dejó de escribir y
dibujar Calvin & Hobbes, la serie que lo haría famoso y que
aparecería diariamente en más de 2000 periódicos del
mundo. Se desvaneció luego de dibujar en su última viñeta a
Calvin y su tigre Hobbes sobre un trineo, dispuestos a
explorar el mundo al que se enfrentaron junto a su creador
durante diez años. Una imagen que más que el final de una
historieta es una declaración de principios de lo que el cómic
puede ser: un lienzo blanco que hay que redescubrir.

Watterson hace de sus protagonistas los dueños


del mundo, incapaces de comprender el
razonamiento tedioso de unos padres superados
por la imaginación desbordante de su hijo.

El documental, entonces, trata de descubrir a Bill Watterson.


Pero no es una búsqueda de paparazzi tras el J.D. Salinger de
los cómics o la despiadada persecución de la Greta Garbo de
las viñetas. La admiración del director de Dear Mr.
Watterson se traduce más bien en la búsqueda amorosa y
respetuosa de quien pretende rescatar un fragmento de su
infancia, de aquel tiempo en el que el periódico traía cada día
las aventuras de un niño rebelde y su tigre de peluche/amigo
imaginario. En ese sentido, la historieta de Watterson es hija
de una tradición del cómic estadounidense: una serie diaria
cuya premisa es básicamente la misma que la de Charlie
Brown y su perro Snoopy. Un niño y su compañero se
enfrentan a las aventuras que el mundo puede ofrecerles,
regalando una mirada particular sobre nuestra realidad y la
naturaleza humana. Pero allí donde para Charles M. Schulz el
mundo implicaba una perpetua derrota, aquí Watterson hace
de sus protagonistas los dueños del mundo, incapaces de
comprender el razonamiento tedioso de unos padres
superados por la imaginación desbordante de su hijo, Calvin.

Como cualquier niño, Calvin es capaz de ver en una caja de


cartón mil aparatos maravillosos que lo duplican y lo
multiplican hasta confundirlo sobre quién es él o que lo llevan
al espacio a explorar mundos monstruosos que acaban siendo
el reflejo del nuestro; aparatos que lo hacen invisible o le
permiten viajar en el tiempo para evitar hacer una tarea
escolar. Puede también perturbar a sus padres con curiosas
observaciones sobre el papel que cada uno ocupa en el
núcleo familiar o con elaboradas representaciones de
muñecos de nieve caníbales o suicidas. Es capaz de asumir la
personalidad de un superhéroe o de un dinosaurio al tiempo
que reflexiona sobre la política y el arte moderno. Siempre con
los comentarios oportunos y realistas de Hobbes, el alargado
tigre que todos ven como un simplemuñeco de peluche, pero
que para su dueño es el mejor amigo que cualquier niño
puede tener.

Uno de los méritos de Calvin & Hobbes es justamente el


choque que se establece entre la imaginación de sus
protagonistas y el mundo que los circunda, choque que
llevará a un remate cómico o una certera observación sobre la
distancia sideral que separa a niños de adultos. Pero también
está el diálogo que Watterson genera entre la fantasía en la
que viven sus personajes y la forma de enfrentar el relato
visual. Porque no es raro en Calvin & Hobbes encontrarse
con la ruptura del formato tradicional de viñetas, con la
transformación del protagonista en una imagen cubista, con
dibujos que parecen copiados de cómics sentimentales o
detectivescos, con aventuras en un mundo en el que se han
invertido los colores o en el que una hoja arrancada de
cuaderno sirve de soporte para las aventuras de un Calvin y
un Hobbes trazados como si un niño los hubiese hecho.
Como si los mismos personajes los hubieran dibujado. Es
decir, el cómic de Bill Watterson se convierte así en terreno
para explorar los límites de un arte que para muchos solo sirve
de excusa comercial. Y lo hace en uno de los terrenos más
comerciales del cómic estadounidense: los periódicos.

Arte y negocio: ¿un conflicto sin


solución?
El documental también aborda las causas del distanciamiento
de Bill Watterson del medio. Desde el comienzo de su carrera
tuvo problemas para enfrentar las exigencias de sus editores
en cuanto a la mercantilización de sus creaciones. “Calvin y
Hobbes fue diseñada para ser un cómic y eso es lo que
quiero que sea. Es el único lugar donde todo funciona como
yo quiero”, cita el documental al dibujante. El éxito de los
personajes hizo que muchos vieran en ellos una serie de
productos de todo tipo, tal como ya había ocurrido con otros
personajes (el ya mencionado Snoopy, los Pitufos o Garfield,
por ejemplo). Pero Bill Watterson se opuso. Una y otra vez.
Rechazó ofertas millonarias y, para muchos, desperdició la
oportunidad de alcanzar la gloria. Tal como él lo veía, el cómic
era un arte y debía mantenerse en su ámbito. Para sus
desesperados editores, Bill Watterson se convirtió en un dolor
de cabeza.

Desde el comienzo de su carrera, Watterson tuvo


problemas para enfrentar las exigencias de sus
editores en cuanto a la mercantilización de sus
creaciones.

No contento con rechazar las propuestas de juguetes,


carteras, sombrillas, pastas de dientes y pantuflas, también
empezó a jugar con la disposición visual de los elementos en
la historieta, obligando a los diagramadores de periódicos a
no cortar sus viñetas para ajustarlas al diseño de cada
edición. Es decir, cuando un cómic está diseñado con viñetas
cuadradas, todas del mismo tamaño, es fácil cortarlas y
reordenarlas para hacerlas calzar en un espacio determinado.
¿Pero qué se hace cuando el cómic no tiene una estructura
regular y el autor juega con el orden de lectura? ¿Cómo se
corta eso? Y la pregunta que más me interesa: cuando uno
no es el artista, ¿puede cortar una obra para hacerla calzar en
un espacio determinado? ¿Lo haríamos con el Guernica?
Para que quepa en el living de nuestras casas, por ejemplo.

Calvin & Hobbes: piezas de museo


Quizás exagero. Quizás no merezcan estar en un museo, no
tanto porque sean obras imperfectas o baratas, sino porque
para Watterson sus historietas solo estaban vivas en esos
periódicos que quisieron forzarlo a ajustarse a medidas y
tamaños a costa de la imaginación y el cuidado en el dibujo o
en el color. Un conflicto que al parecer lo hartó y lo alejó del
mundo. Un mundo que, tal como se apunta en el documental,
comenzaba a reducir el espacio para las historietas a causa
de la crisis provocada por la irrupción de los medios digitales.

Pero también hay algo de cierto en que Calvin & Hobbes es


hoy una pieza de museo. La negativa tenaz de su creador a
vender los derechos de explotación comercial de sus
personajes ha hecho que la serie se convierta en un objeto de
culto. Quizás por eso uno de los momentos más emotivos del
documental es cuando Joel Allen Schroeder observa los
originales de Watterson en la biblioteca que los conserva. En
silencio, el documentalista revisa una imagen tras otra. Con
cuidado las contempla y dedica largos minutos a cada una.
Trata de decidir cuál es su favorita y percibe en el trazo de
cada línea la intención de su autor, el titubeo o el error
disimulado. Admira ceremoniosamente las brillantes acuarelas
que ilustran el mundo de una infancia cuestionadora y feliz,
consiguiendo así que el espectador comprenda el vínculo
profundo, perpetuo y quizás incomprensible que puede
establecerse entre una historieta y un lector. Entre un niño, un
tigre y un lector. Algo que difícilmente podría conseguir un
cojín o un peluche producido en serie.

COMPARTIR EN: FACEBOOK TWITTER

La Fuente Proyectos Programas Documentos

La Fuente Quiénes Biblioteca Alianza Blog


somos Viva LEGO – La
Exequiel Fuente Contacto
Historia Bibliotecas
Fernández Fundadora Escolares Lectura
397 Bibliomóviles para todos
Directorio
Ñuñoa, Viva Leer
Equipo Proyectos
Santiago, Copec
Colaboradores patrimoniales
Chile
Proyectos Programa
Metro Chile futuros CLM
España Educación y
+56 (2) 22 formación
23 5473 Centros
adm@flf.cl culturales y
Bibliotecas
 

Sitio
realizado
por Ciervo

También podría gustarte