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Serie

Besos, completa.
Serie Besos, completa
La promesa de un beso
La distancia entre dos besos
Solo un beso para encontrarte


La promesa de un beso
Besos #1
1


Katie vislumbró a lo lejos la vieja propiedad que, tiempo atrás, había sido la
casa de invitados y, ahora, era todo lo que le quedaba. Tomó una bocanada de
aire al distinguir entre las sombras de la noche el abandono que podía respirarse
tras cada tabla de madera. Olía a humedad y los escalones del porche crujieron
bajo los únicos zapatos de tacón que había conseguido salvar. Encajó la llave en
la cerradura, entró en la casa y encendió la luz. Por suerte, todavía no habían
cortado el suministro eléctrico, aunque lo harían en cuanto se diesen cuenta de
que ella no podía pagar las facturas.
El silencio se coló en la estancia y Katie se quedó muy quieta mirando a su
alrededor. ¿Quién le iba a decir que terminaría volviendo a Sound River? ¿Quién
se imaginaría que la guapa, radiante y ocurrente Katie acabaría siendo una
fracasada? Ella no, desde luego. Ella había estado convencida de que triunfaría y
de que su rostro ocuparía todas las portadas de las revistas del país; pero la nube
en la que se subió a los diecinueve años se había convertido en una tormenta
catastrófica y ahora estaba allí, sola, con menos de cien dólares en el bolsillo, el
orgullo herido y el estómago rugiendo de hambre.
Estaba agotada después del largo viaje, así que cogió una manta llena de polvo
que había en un armario y se acurrucó en el sofá del diminuto salón. Imaginó lo
que diría la gente de Sound River en cuanto descubriesen que ella había vuelto a
ese pueblo que despreció en el pasado, ese que no había vuelto a pisar desde
hacía casi ocho años. Seguro que hablarían por lo bajo y se fijarían en su aspecto
cansado, en las ojeras que surcaban sus ojos y en el brillo que había
desaparecido de su mirada azulada.
Sollozó, cobijada bajo el calor de la manta, y deseó con todas sus fuerzas que
Amber, Hollie y James ya no estuviesen allí, porque le resultaba insoportable la
idea de cruzarse con ellos y ver el desprecio en sus ojos. Aquellas que habían
sido sus mejores amigas, fieles y leales, y que ella había dejado atrás con tanta
facilidad. Y él… James, el chico con el que todas deseaban salir, el chico que
conseguía que todo el mundo se girase cuando caminaba por las calles del
pueblo con su brillante sonrisa. El chico al que, al final, ella le había roto el
corazón largándose sin mirar atrás.


A la mañana siguiente, Katie inspeccionó la casa más a fondo.
Tal como había previsto, necesitaba muchos arreglos antes de poder
considerarse un hogar, pero era todo lo que tenía y, tras meses de dificultad,
aquello parecía mejor que nada. Tenía dos habitaciones, un baño de espacio
reducido y una cocina que se comunicaba con el salón a través de una barra de
madera.
Era la herencia que su padre le había dejado unos años atrás, cuando murió a
causa de un ataque cardiaco, junto a un poco de dinero que Katie se fundió en
poco tiempo. Ni siquiera había acudido al funeral, aunque era cierto que jamás
había tenido una relación estrecha con su padre, un hombre que se había pasado
la vida más preocupado por comprar la siguiente botella de alcohol que por
cuidar de su única hija.
De su madre, en cambio, apenas guardaba ningún recuerdo. Ella había
fallecido por culpa del cáncer cuando Katie apenas tenía tres años de edad. Así
que se había criado con un hombre que vivía anclado en el pasado, echando de
menos a la mujer que había perdido y culpando a Katie por tener sus mismos
ojos claros, su mismo cabello rubio y su mismo rostro de forma ovalada. Quizá
por eso, por su desprecio constante, ella se había cobijado en sus amigos, en los
hermanos Faith, Amber y James, y en la adorable Hollie Stinger, una niña de
redondas gafas y baja autoestima que siempre estaba dispuesta a tenderle un
brazo a los demás, a pesar de todas las burlas que había recibido de pequeña.
Amber y James eran hermanos mellizos y vivían en la propiedad contigua a la
casa de Katie. De hecho, ahora, esa propiedad era de ellos, pues el padre de
Katie se la había vendido años atrás, antes de morir, quedándose tan solo con la
casa de invitados para vivir, en el extremo de las inmensas hectáreas del rancho
de los Faith.
Desde pequeña, Amber y ella habían sido inseparables. Jugaban juntas todos
los días y no había secretos entre ellas. Con el tiempo, James dejó de meterse
con ambas y de intentar hacerlas enfadar rompiéndoles sus juguetes y terminó
pasando a convertirse en ese chico de sonrisa ladeada que estaba dispuesto a
protegerlas de todo y de todos. Y conforme los años fueron quedando atrás, él y
Katie se enamoraron.
Katie nunca supo cuándo ocurrió, si fue algo que siempre había sentido,
aunque el sentimiento estuviese dormido en su interior o si pasó de la noche a la
mañana, conforme James comenzó a despertar miradas de adoración entre las
demás chicas y ella notaba un nudo en el estómago cada vez que él les sonreía,
pero, al final, no logró esconder lo evidente: que estaba enamorada de James
Faith.
Sacudió la cabeza cuando el recuerdo de aquellos años pasados se apoderó de
sus pensamientos y emitió un suspiro cansado. Tras intentar maquillarse lo mejor
posible para esconder la apatía que reflejaba su mirada, Katie se armó de valor, a
sabiendas de que pronto los chismes sobre su regreso empezarían a correr por el
pueblo, y decidió que había llegado la hora de acercarse al centro para comprar
algo de comida antes de decidir qué era lo que iba a hacer, porque, ahora mismo,
no tenía ningún plan, vivía sobre la marcha.
2


James Faith se terminó el café, solo y sin azúcar, de un solo trago antes de
ponerse en pie y despedirse del dueño del bar en el que desayunaba casi todas las
mañanas. Salió del local y frunció el ceño ante el viento algo fresco que aún
soplaba en primavera, a pesar de que pronto llegaría el calor. Caminó a paso
rápido por una de las anchas aceras, dejando atrás los pequeños comercios del
centro del pueblo y saludando con un gesto rápido a cada persona conocida que
se cruzaba en su camino, pero evitando parar para hablar con ellos. No tenía
tiempo que perder. El ganado pronto estaría listo para su venta y ahora que se
había quedado sin uno de los mozos de las cuadras, debía hacer el doble de
trabajo hasta que encontrase a alguien que pudiese manejarse bien con los
caballos.
Pero entonces lo escuchó. Un nombre. Su nombre.
La señora Ruberson estaba hablando en susurros con la dueña de la única
peluquería que había en el pueblo, justo en el portal de la misma. “Katie Wilson
ha vuelto, la vieron ayer conduciendo un coche destartalado”. Y sintió que se
quedaba sin aire.
No podía creer que Katie hubiese vuelto.
Katie, la única chica a la que se había permitido querer y a la que se lo dio
todo antes de que ella se marchase como alma que lleva el diablo en cuanto un
cazatalentos le aseguró que la haría famosa si se iba con él a Nueva York
dejándolo todo atrás. Y ella lo hizo. Que el supiese, hasta ese momento nunca se
había planteado ser modelo ni le gustaba especialmente el mundo de la moda,
pero lo hizo. Se marchó sin dudar. A él, al menos, le había dejado una nota
diciéndole que lo sentía y que, ojalá, algún día fuese capaz de entenderla y
perdonarla. A Hollie y a Amber, su hermana melliza, ni siquiera les había dicho
adiós. Así que la chica que ocupaba sus corazones desde niños se había
convertido de la noche a la mañana en una desconocida.
Y según los rumores, ahora había regresado.
¿Qué la traía de nuevo a Sound River?
James montó en su vieja camioneta y condujo a más velocidad de la
recomendada por las calles del pueblo hacia el rancho en el que vivía a las
afueras. Aunque odiaba hacerlo, no podía dejar de pensar en Katie, en el brillo
que siempre destacaba en sus ojos y en esa sonrisa inmensa que le ocupaba todo
el rostro y que la hacía parecer una actriz de Hollywood. Negó con la cabeza,
consternado, y aferró el volante con más fuerza mientras dejaba atrás su
propiedad y avanzaba por el sendero terroso que conducía a la casa de invitados
de los Wilson. Paró antes de llegar, a bastante distancia, en cuanto,
efectivamente, distinguió aparcado al lado un coche que estaba casi en las
últimas y vio que una de las ventanas estaba abierta de par en par. Había vuelto.
Era cierto.
Dio marcha atrás y regresó al rancho.
Una vez allí, caminó con gesto serio por el camino de la entrada y escuchó con
atención cuando uno de los trabajadores fue a decirle que el veterinario se
pasaría por allí el martes de la próxima semana. James asintió con la cabeza,
pero en vez de acercarse a las cuadras como todos los días, se dirigió al interior
de la casa y subió a la segunda planta. Allí, en el despacho que ambos ocupaban,
estaba Amber, que era la que se encargaba de las cuentas del negocio y de las
tareas administrativas. Levantó la cabeza y sonrió al ver a su hermano, pero
rápidamente el gesto desapareció de su rostro al ver su semblante serio.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
—Ha vuelto. Katie ha vuelto.
Amber inspiró hondo y arrugó la nariz.
—No lo dices en serio…
—Está en la casa de invitado. Compruébalo tú misma, si quieres —gruñó.
—¡No la pagues conmigo! ¡Yo no tengo la culpa de que esté aquí!
James frunció el ceño con gesto de cabreo al darse cuenta del tono de voz que
había usado al dirigirse a su hermana. Después, antes de tener la oportunidad de
decir nada más, salió del despacho a toda prisa y se dirigió a las cuadras. Decidió
montar a Azriel, el macho que él solía usar, y cabalgó durante el resto de la
mañana alejándose de allí, maldiciendo a la chica que había puesto su mundo
patas arriba de nuevo. Deseó que volviese a marcharse, que, al despertar, ella
hubiese abandonado la propiedad.
Y no solo por él. También por Hollie, que seguía siendo una chica demasiado
sensible para hacer frente a situaciones dolorosas, y por Amber, que había sido la
mejor amiga de Katie y que se había quedado sin ella de la noche a la mañana
sin una explicación.
James tiró de las riendas del caballo y lo obligó a avanzar más despacio
cuando llegó junto al río que justificaba el nombre del pueblo. Tragó saliva
mientras sus ojos se perdían en la orilla y en el agua que fluía entre las rocas
porosas antes de deslizarse colina abajo.
Años atrás, allí, bajo los árboles y el sol veraniego del atardecer, él le había
hecho el amor a Katie después de que ambos se diesen un baño y jugasen en el
agua como dos chiquillos, que es lo que eran en el fondo por aquella época. Él
aún podía recordar el tacto suave de su piel y cómo los dos se buscaban y se
acariciaban como si no existiese nada más allá de aquel pequeño lugar cubierto
de hierba sobre el que se perdían entre besos. Y en uno de esos besos largos y
profundos, él le había prometido que estarían siempre juntos, que sería el único
hombre que la haría sentir así, amada y preciosa. Ella le había sonreído hasta
derretirle el corazón antes de sellar esa promesa susurrada con otro beso.
3


Tras darse una ducha con agua fría, Katie se había pasado los siguientes dos
días encerrada en la casa, con las ventanas abiertas de par en par y limpiando sin
parar. Poco a poco, el polvo había ido desapareciendo y apenas quedaba
suciedad en la vieja propiedad. Ella sabía que todavía quedaba mucho por hacer,
empezando por pintar las paredes y barnizar la madera, pero no tenía dinero para
comprar ni pintura ni barniz. En realidad, le quedaba muy poco dinero, así que
durante la única escapada que había hecho al pueblo se había limitado a comprar
pan y un poco de queso, café y leche. La mujer de la panadería la había
reconocido al instante, algo que ella notó en cuanto vio su rostro colorado y sus
labios prietos en una firme mueca de disgusto.
Por desgracia, sus provisiones se estaban acabando y pronto tendría que
regresar a comprar algo más. Además, a pesar de lo tentadora que sonaba la idea
de recluirse en aquella casa para evitar enfrentarse a los viejos fantasmas del
pasado, debía idear un plan si quería sobrevivir. Pero… ¿cómo? Esa propiedad
era lo único que tenía y lo que la ataba a aquel pueblo, lo que, en resumen, le
dejaba como opción trabajar allí. ¿Y quién iba a querer darle trabajo a Katie
Wilson, la chica que había despreciado aquel lugar y se había marchado a la gran
ciudad sin mirar atrás? Todos la juzgaban por ello y Katie podía entenderlo
porque era consciente de sus errores. Aun así, sabía que su única opción era ir de
un comercio a otro suplicando, rogando y haciendo lo que fuese necesario para
conseguir que le diesen un empleo. Estaba desesperada.
Así que, el sábado, tras tres días escondida, se armó de valor, subió en su
coche y se dirigió hacia el pueblo vestida con un atuendo sencillo pero vistoso;
unos pantalones vaqueros que se pegaban a sus piernas como una segunda piel,
un suéter fino de color amarillo y unas botas oscuras con un poco de tacón.
Llevaba el cabello rubio y largo suelto y un poco de rímel y de colorete en las
mejillas.
Tras mucho pensarlo, decidió parar en primer lugar en la gasolinera, pero, tal
como esperaba, allí no había trabajo para ella (o eso dijo el chico de aspecto
hosco que la atendió). La segunda parada fue en el supermercado porque pensó
que, quizá, allí sería más fácil encontrar una oportunidad. Gran error. La
supervisora era Diane Rigthon, una buena amiga de los Faith, que la recibió con
una mueca burlona tras echarle un vistazo desde los pies a la cabeza y chasquear
la lengua.
—Vaya, vaya, la chica bonita ha vuelto… —dijo.
Katie se esforzó por seguir sonriendo.
—Así es. Y estoy buscando trabajo…
—¿Piensas quedarte mucho tiempo?
—¿Eso significa que tienes un puesto para mí?
—No. Significa que quiero saber cuándo volverás a largarte corriendo como si
los habitantes de Sound River tuviésemos la peste.
Ella intentó mantener la calma, pero el corazón empezó a latirle con fuerza
ante el contundente tono de las palabras de Diane y, antes de que tuviese tiempo
para pensar en lo que estaba haciendo, se dio la vuelta y salió del supermercado
a toda prisa. Le escocían los ojos, pero logró contener las lágrimas al meterse en
el coche y apoyar la frente en el volante. Cuando advirtió que unas señoras la
miraban de reojo mientras hablaban entre ellas, irguió la espalda, sacando a
relucir un orgullo que en realidad no sentía, y arrancó el motor del coche con el
que siguió avanzando calle abajo.
Durante las siguientes horas, pidió trabajo en la peluquería, en una tienda de
objetos de segunda mano, en la consulta del dentista como chica de la limpieza y
en la carnicería, pero solo recibió negativas y miradas de reproche. Cuando
aparcó enfrente de uno de los bares más concurridos del pueblo, se debatía entre
entrar a solicitar un empleo o pedir una copa de algo que llevase el alcohol
suficiente como para conseguir olvidarse de todo; finalmente, ganó el sentido
común y la primera opción.
El sitio estaba lleno de gente porque ya era la hora de la comida, así que Katie
sorteó algunas mesas para llegar a la barra y preguntar por la persona que estaba
al mando. Una joven de mirada amable, algo poco usual en Sound River por lo
que había podido comprobar, le dijo que su jefe no estaba, pero que si esperaba
un minuto a que saliese su encargado podía hablar con él. Así que, al final, Katie
se animó a pedir esa copa que tanto necesitaba tras la decepcionante mañana y se
sentó en uno de los taburetes.
—¿Un mal día? —preguntó una voz ronca a su espalda.
No le hizo falta girarse para distinguir el timbre que acompaña a esas palabras.
Katie cerró los ojos y cogió aire antes de ser capaz de volver a abrirlos. Le costó
un mundo hacerlo, pero al final desvió la mirada hacia la derecha, justo hacia el
lugar en el que él acababa de sentarse a su lado, con los brazos apoyados
despreocupadamente sobre la barra de madera del local y el cuerpo relajado, sin
tensiones, como si aquel encuentro no lo alterase en absoluto. James le sonrió,
pero no era como esas sonrisas que él solía dedicarle años atrás, no; aquella
sonrisa era fría y estaba vacía.
—Podría decirse que sí —respondió ella cuando reunió el valor para que le
saliesen las palabras. Él la miró de nuevo sin mucho interés y luego le pidió algo
de beber a la chica que estaba tras la barra—. Tienes… tienes buen aspecto…
Ella sabía que aquello estaba fuera de lugar y que, después de largarse sin una
explicación y regresar ocho años después, esa frase sonaba ridícula, pero estaba
tan nerviosa que no era capaz de decir nada más. Sin que él lo viese, en el
regazo, se limpió el sudor de las palmas de las manos con una servilleta. Por
suerte o por desgracia, antes de que pudiese añadir algo más, el encargado del
bar salió a recibirla.
—Me han dicho que querías verme.
—Sí, gracias por atenderme. —Le sonrió—. Me llamo Katie, estoy buscando
trabajo y me preguntaba si aquí necesitaríais a alguien, aunque sea de manera
puntual o…
—Lo siento mucho —la cortó él—, pero ahora mismo tenemos suficiente
personal. De todas formas, si nos dejas tu teléfono, podemos llamarte dentro de
unos meses, en verano casi siempre contratamos a alguien de refuerzo.
—De acuerdo. Si tienes un bolígrafo a mano…
No hizo falta que ella terminase la frase antes de que el chico se lo diese junto
a una tarjeta en la que apuntar su nombre y su número de teléfono. Se lo tendió
con una sonrisa, a pesar de lo desdichada que se sentía en esos momentos, y una
vez él desapareció, volvió a notar los nervios en el estómago. Fijó la mirada en
la copa que había pedido, incapaz de enfrentarse al chico que tenía sentado al
lado por muchas razones. La primera de ellas, que él seguía teniendo un aspecto
que la hacía desear darle toda su ropa sin dudar; los ojos negros y penetrantes
como dos dagas afiladas, la sonrisa irónica y el cabello castaño y despeinado en
el que ella había hundido los dedos tantas veces. Y en segundo lugar, porque
sabía que si lo hacía, si lo miraba, su pequeño mundo se derrumbaría como si
fuese de papel y ella se echaría a llorar ahí mismo, como una niña pequeña
arrepentida por todos los errores que había cometido en su vida.
—Así que… buscas trabajo —dijo él secamente.
—Necesito trabajo —matizó ella.
Algo brilló en los ojos oscuros de James.
—Entonces, piensas quedarte un tiempo.
—Sí, de momento ese es el plan —contestó, aunque, en realidad, iba un poco
sobre la marcha y ni siquiera sabía qué haría al día siguiente.
—¿Y hasta qué punto necesitas ese trabajo?
—¿A dónde quieres llegar?
—¿Sigues cabalgando?
—Hace mucho que no lo hago.
—¿Pero todavía lo recuerdas?
—Claro que sí. Forma… forma parte de mí —admitió, porque recordó las
noches que había llorado en Nueva York echando de menos esa sensación de
libertad que solo podía conseguirse a lomos de un caballo—. No es fácil
olvidarlo.
James se giró levemente y sus rodillas se rozaron. Ella cerró los ojos en
respuesta al escalofrío que trepó por su pierna y cuando los abrió hizo un
esfuerzo para no apartar la mirada de su rostro. Era tal y como lo recordaba, pero
más adulto, con la línea de la mandíbula más marcada y los gestos más
contenidos y fríos. Tan guapo… Tan inteligente y divertido… Había sido suyo y
ella lo había dejado atrás sin pestañear.
—Tengo un puesto libre.
—¿Es esto una especie de broma? —replicó.
—Algo así, sí. —Él ladeó la cabeza—. Si quieres lo tomas o, si no, lo dejas.
Antes de que ella pudiese responder, él vació su copa de un trago y se levantó
tras dejar un billete de diez dólares sobre la barra. Todavía bloqueada y sin dar
crédito a sus palabras, Katie se apresuró a darse la vuelta.
—¡Espera! —gritó—. ¿Dónde está el truco?
—El truco es que tendrás que trabajar.
Ella se mordió el labio inferior.
—Está bien. Lo acepto.
4


James llegó al rancho familiar todavía con el corazón latiéndole atropellado.
Verla ahí, de repente y sin esperarlo, lo había dejado sin aire. Todo el odio que
había acumulado durante aquellos años se había agitado en su interior y tuvo que
aferrarse a su autocontrol para mantener la calma y fingir sentirse despreocupado
cuando, en realidad, lo único que sentía al mirarla era rencor. Katie seguía
teniendo ese atractivo natural que acaparaba la atención, pero James pronto se
fijó también en sus ojos carentes de brillo, en el rostro cansado y la sonrisa
temblorosa. De no haber sido porque sabía que ella solo se preocupaba por su
propio ombligo, hubiese pensado que era infeliz.
Entró en el despacho buscando a su hermana.
—Amber, ¿puedes preparar un contrato de trabajo para mañana? —preguntó.
—¿Quién es el afortunado? ¿Ya tienes mozo de cuadras?
—Afortunada —señaló—. Y de momento, he pensado que le vendrá bien
ocuparse de algunas tareas que tenemos pendientes desde hace algún tiempo. El
contrato es a nombre de Katie Wilson.
Su hermana se levantó de la silla.
—¿Te has vuelto completamente loco?
—Hazme caso. Confía en mí.
—¡De ninguna manera! No la quiero aquí. No pienso pasar por el mal trago de
verla todos los días, me da igual lo que sea que se te pase por la cabeza…
Él suspiró con impaciencia y, tras ese gesto, su hermana vio algo en él que le
hizo aflojar las riendas. Siempre había existido una conexión especial entre ellos
y, a pesar de que ninguno de los dos era muy dado a hablar de sus sentimientos
en voz alta ni a compartir sus penas, ella podía intuir e imaginarse cómo se había
sentido James, el chico más popular del pueblo, cuando Katie desapareció y lo
dejó atrás como si no valiese nada y solo fuese una mota de polvo en sus
relucientes zapatos. Desde ese día, James se había vuelto un hombre más arisco
y reservado de lo que ya había sido siempre; nunca había tenido otra relación
larga, más allá de ligues esporádicos de una noche que no conducían a ninguna
parte, y también era más desconfiado y poco dado a dar su brazo a torcer.
Ella estaba enfadada con Katie por lo que le hizo, por marcharse como si una
amistad como la suya no valiese nada, pero todavía más por lo que le había
hecho a su hermano y lo mucho que él había cambiado desde entonces.
Con ese pensamiento en la cabeza, Amber se tranquilizó y buscó algo entre los
papeles de su escritorio antes de dirigirle una sonrisa inquieta a James.
—Está bien, lo haré si es lo que quieres.
Hubo un brillo en sus ojos negros.
—Gracias. Te prometo que merecerá la pena.


A la mañana siguiente, Katie apareció frente al rancho. Él bajó a recibirla con
una sonrisa falsa cruzándole el rostro y le tendió la mano tras darle la
bienvenida. Cuando sus dedos se rozaron, sintió el leve chisporroteo que parecía
crearse al tocarla, pero lo ignoró y se apresuró a pedirle que la acompañase a las
cuadras.
Ese día, Owen y George, dos de sus más fieles trabajadores, se habían
encargado de sacar a los caballos y trasladarlos a otra zona del rancho. Las
cuadras estaban vacías y el silencio espeso se filtraba entre las paredes del lugar.
James, evitando fijarse en cómo los vaqueros viejos y desgastados se ceñían a
sus largas piernas, señaló el suelo de la cuadra y las herramientas que estaban
apoyadas a un lado.
—¿Ves todo esto? —preguntó divertido.
—Sí —respondió ella en un susurro.
Apenas parecía atreverse a hablarle o mirarlo.
—Vale. Pues límpialo.
James esperó a que ella saltase y protestase, porque hasta donde él recordaba
Katie siempre había sido una chica algo caprichosa y poco dada a seguir las
órdenes de nadie. Sin embargo, no lo hizo. Asintió con la cabeza en un gesto casi
imperceptible y dio un paso al frente para coger los guantes y ponérselos. James
se quedó allí, en el umbral de la puerta, observando cómo ella se agachaba y
empezaba a recoger la mierda de los caballos. “Debería haber sido
reconfortante”, pensó. “Debería hacerme sentir mejor”. Frunció el ceño cuando
ninguna de esas sensaciones lo acompañó mientras la veía realizar todas aquellas
tareas. Cabreado, se dio la vuelta tras mascullar:
—Espero que quede reluciente.
No obtuvo respuesta. Si Katie se daba cuenta de que eso era una especie de
venganza personal, su rostro no lo reflejó. Ella siguió allí, trabajando con la
cabeza gacha, y James se marchó con grandes zancadas. Aunque no era algo de
lo que solía ocuparse, cogió sus herramientas y se dirigió hacia un extremo de la
propiedad para arreglar una de las vallas que estaba rota. Se pasó la mañana
golpeando con fuerza, clavando las estacas de madera en la tierra húmeda y
deseando que el esfuerzo disipase el dolor que sentía en el pecho cada vez que
pensaba en ella. ¿Cómo era posible que una sola persona marcase de esa
manera? Quizá porque ella había sido una constante en su vida; la niña de
mirada brillante y sonrisa bonita, pero que también tenía un temperamento
explosivo, una de esas personalidades que se hacen más fuertes cuando crecen
entre ruinas, con una infancia desdichada. Y después, de mayor, había sido
alegre y muy divertida, siempre dispuesta a bromear con él, a seducirlo, a jugar
como si nunca hubiese dejado de ser esa cría pequeña que él conoció. Luego,
nada. Solo vacío. Solo una nota de despedida.
5


Nunca había trabajado tanto.
Cuando se levantó el jueves por la mañana era su cuarto día de trabajo y las
piernas comenzaron a temblarle en cuanto tocó el suelo de madera. Al igual que
los brazos, las tenía doloridas y las agujetas no parecían dispuestas a marcharse.
Katie extendió las manos frente a ella tras lavarse la cara en el baño y se dio
cuenta de que tenía las uñas rotas y las palmas de la mano enrojecidas a causa
del esfuerzo del día anterior arrancando malas hierbas hasta bien entrado el
atardecer. Y a pesar del cansancio, del dolor y la humillación, no recordaba la
última vez que se había sentido tan bien.
Puede que James pensase que aquello era una venganza, pero, en realidad, se
trataba de una bendición. Katie sabía que era un castigo, aunque fuese a cobrar a
final de mes, cosa que le estaba dificultando mucho la vida a la hora de
racionarse el poco dinero que le quedaba para comer; pero, además, trabajar en
el rancho de los Faith era liberador, como si así pudiese pagar por lo que les
había hecho a los dos hermanos o fuese una forma de redimirse, aunque la
mirada oscura y enfadada de James no parecía pensar lo mismo.
Lo había visto en contadas ocasiones durante aquellos días y en cada una de
las veces él tan solo se había acercado a ella para ladrarle alguna orden como
limpia el barro y los servicios, sácale brillo a las herramientas, quita las malas
hierbas o tareas del estilo. Y después le dirigía una mirada de desdén y se
marchaba por donde había venido como si ella no significase nada para él, algo
que, probablemente, así era.
En cambio, de Amber no había sabido nada durante todo aquel tiempo y le dio
demasiado miedo preguntar por ella como para hacerlo, a pesar de la curiosidad
que le quemaba en la punta de la lengua. Lo más seguro era que siguiese
viviendo allí, en el mismo rancho, pero que, fiel a su estilo, prefiriese evitar
cruzarse con ella. Amber siempre había sido poco dada a prestarle atención a las
cosas que dejaban de ser importantes para ella. Katie aún recordaba la facilidad
que ella tenía para aburrirse y el pasotismo que se adueñaba de su amiga en
cuanto algo carecía de su interés.
Dejó de pensar en ella cuando retomó el trabajo que el día anterior había
dejado a medias y comenzó a arrancar las malas hierbas. Probablemente, si
James se empeñaba en que siguiese ocupándose de tareas del estilo, allí tendría
un empleo hasta el fin de sus días. Suspiró hondo, con las manos ardiéndole. Los
guantes que tenía eran demasiado gruesos para que pudiese manejarse bien con
ellos, así que había optado por la opción más práctica: prescindir de guantes, a
pesar de que eso le hiciese apretar los dientes cada vez que se le clavaba el tallo
grueso y arraigado en la tierra. El sol de la primavera relucía en lo alto del cielo,
redondo y brillante, y Katie se secó el sudor de la frente con el brazo. No
escuchó a nadie llegar tras ella hasta que las pisadas ya estaban a menos de un
metro de distancia. Se giró y se llevó una mano a la frente para ver mejor.
Amber estaba allí. Tenía el cabello castaño recogido en una coleta alta y la
mirada esquiva. No hubo ningún gesto de reconocimiento mientras Katie se
ponía en pie y se sacudía la tierra de los pantalones.
—Hola, Amber, hacía tiempo que quería…
—Necesito tu número de identificación —la cortó.
Así que por eso estaba allí, por el contrato.
—Puedo pasarme por el despacho ahora luego, si lo prefieres.
Dubitativa, Amber terminó asintiendo con la cabeza.
—Está bien, ven cuando hayas terminado con esto.
—De acuerdo, no tardaré —aseguró Katie.
Cuando la otra se marchó, masculló una maldición por lo bajo, decepcionada
consigo misma por haberse acobardado y no haber sido capaz de pedirle perdón
por todo el daño que la había hecho al marcharse de Sound River. Habían pasado
muchos momentos juntas, tantos que, a veces, Katie se había preguntado dónde
empezaba ella y dónde terminaba Amber, porque eran como uña y carne.
Siempre se habían llevado muy bien con Hollie, la chica tímida y dulce en la que
se podía confiar a ciegas, pero ellas se conocían desde muy pequeñas y eran
vecinas, lo que quizá explicaba esa conexión especial que las había unido un
poco más.
—Toma, usa estos —espetó de repente la voz de Amber mientras unos
guantes más finos y elásticos caían sobre la hierba, frente a sus ojos.
Katie alzó la mirada hacia ella. Le costó no titubear.
—Gra-gracias…
—No me las des.
Dicho aquello, volvió a desaparecer por el sendero de arenilla que conducía
hacia la enrome casa. Katie sonrió y se puso los guantes antes de seguir
arrancando manojos de malas hierbas y dejarlos en la carretilla que tenía al lado.
Poco después, cuando el sol comenzó a descender por el horizonte, dejó las
herramientas en el lugar adecuado y se dirigió hacia la casa con el corazón
encogido por si James estaba por ahí. Las pocas veces que lo había visto, había
sentido que se quedaba sin aire y no le gustaba esa sensación que le oprimía el
pecho y la ahogaba. Avanzó por la entrada y subió las escaleras hasta el
despacho. Amber estaba allí, con las gafas puestas que solo usaba para leer y la
cabeza inclinada sobre el montón de papeles que había en su escritorio.
—Ya he hecho todos los trámites. —Dejó frente a ella el contrato y le dio un
bolígrafo—. Es temporal, claro, pero incluye un seguro médico.
Katie asintió y lo firmó sin dudar.
Luego se lo devolvió, con las manos temblorosas.
—Yo quería decirte que… lo siento…
—No tienes nada por lo que disculparte.
—Amber, lamento lo que ocurrió —repitió, esta vez con la voz más clara—.
Sé que te hice daño y… lo siento. Si pudiese volver atrás, todo sería diferente.
—Te avisaré si necesito algo más.
Katie respiró profundamente al distinguir la mirada fría de esa chica que había
sido su mejor amiga. Al menos, había hecho lo correcto, disculparse con ella.
Salió del despacho con la cabeza gacha y se dirigió a la casa de invitados en su
viejo coche, que en breve se quedaría sin gasolina y la dejaría tirada en cualquier
parte. Apoyó la cabeza en el volante cuando paró e intentó calmarse para evitar
llorar. Luego, algo más tranquila, entró en la propiedad, se dio una ducha para
quitarse de encima la tierra seca y los restos de suciedad después del duro día de
trabajo y se dejó caer en el sofá, pensando que no sabía muy bien cómo iba a
conseguir sobrevivir y si se sentiría así durante el resto de su vida, sola y triste.
6


James entró en la casa justo cuando su hermana bajaba por las escaleras con
un móvil en la mano. Amber alzó las cejas en alto y lo miró de forma
significativa.
—Resulta que a la princesa se le ha olvidado el móvil en el despacho —dijo
—. Mañana es su día libre y yo no pienso llevárselo, ¿puedes hacerlo tú? Ya he
tenido que aguantar escuchar cómo me pedía perdón, aunque dudo que lo
sintiese en realidad.
Él pareció sorprenderse ante la noticia.
—¿Te ha pedido perdón? —Amber asintió—. Dame ese móvil, luego me
acercaré.
James se dio una ducha para quitarse el sudor de encima después de pasarse el
día con el ganado junto a los demás trabajadores y, más tarde, encargándose de
esa valla que tenía que arreglar. Al terminar, se guardó el móvil de Katie en el
bolsillo trasero de los vaqueros y se acercó con la furgoneta a la casa de
invitados. Todo estaba tal y como lo recordaba, aunque la última vez que había
pisado aquel lugar había sido antes del funeral del padre de Katie, cuando él se
acercó para buscar un traje adecuado y llevarlo a la funeraria, tal como le habían
pedido, junto a otras pertenencias y papeles.
Llamó a la puerta con los nudillos y, cuando ella abrió, sintió que le daba un
vuelco el corazón. Ojalá verla no provocase siempre esa sensación en él. Torció
el gesto, molesto, y le tendió el móvil con brusquedad. Ella lo cogió sorprendida.
—Te lo dejaste en el despacho.
—Gracias, pensaba que lo había perdido en el campo.
Se miraron en silencio unos instantes, hasta que él dio un paso al frente con
una sonrisa en el rostro que no auguraba nada bueno.
—¿No piensas invitarme a entrar? —Antes de que ella pudiese decir nada, él
ya estaba dentro, mirándolo todo a su alrededor y apreciando el trabajo de
limpieza que ella había hecho allí. La miró, una mezcla entre rabia y decepción
—. Así que le pides perdón a mi hermana, pero a mí, tu novio durante más de
dos años, ni siquiera te molestas en decirme nada. Si al menos pudiese
entenderte…
Katie apartó la vista de él.
—Contigo es más difícil.
James la ignoró y paseó a sus anchas por la estancia hasta llegar a la cocina.
Ella lo siguió en silencio, con el corazón latiéndole muy fuerte y deseando tener
el valor para decirle que alejarse de él era, con diferencia, la peor decisión que
había cometido en su vida y que cada día se arrepentía de haberlo hecho. Podría
haberle contado la verdad, confiar en él, pero tomó la dirección equivocada y
ahora estaba pagando ese error, y con muchos intereses.
—¿Tienes una cerveza? —preguntó James.
Katie negó, sorprendida por el cambio de tema.
—¿Y un refresco? —insistió.
—No, lo siento, ahora mismo…
—¿Qué coño tienes en la nevera?
Antes de que ella pudiese impedírselo, James dio dos zancadas largas y abrió
la puerta de la nevera. Y allí estaba, el frigorífico vacío. Tan solo había un trozo
de queso, una botella de leche y dos cortadas de pan de molde. Él parpadeó,
confundido ante lo que estaba viendo y, luego, a pesar de que ella intentó
impedírselo, comenzó a abrir los otros armarios que había en la cocina. Solo
encontró un poco de café y arroz.
Se giró hacia ella. Le hervía la sangre.
—¿¡Qué significa esto!?
—¡No es asunto tuyo!
—Katie, contesta. —La cogió del brazo, pero ella se soltó y dio un paso hacia
atrás. Se sentía avergonzada e incapaz de sostenerle la mirada.
—Por favor, márchate —suplicó.
James la miró unos segundos más, impasible, hasta que al final dio un paso
atrás y comenzó a caminar hacia la puerta. Cuando se fue, cerró dando un sonoro
portazo que pareció retumbar en todas las paredes de la vieja casa y Katie se
dejó caer en el sofá y lloró sintiéndose desdichada. ¿Qué pensaría de ella?
Seguramente que era tonta y que se lo merecía, que todo aquello era culpa suya y
que ella sola se lo había buscado…
Volvieron a llamar a la puerta veinte minutos más tarde.
Katie dudó, pero terminó abriendo y se encontró de nuevo con ese chico de
ojos oscuros y pelo revuelto. Sintió que se le partía el alma cuando él entró
cargado con dos bolsas y las dejó sobre la mesa de madera de la cocina. Ella lo
siguió caminando tras él casi de puntillas, como si temiese hacer ruido y que el
momento se rompiese.
—No tenías que hacerlo… —dijo con hilo de voz.
Él la miró por encima del hombro sin dejar de sacar de la primera bolsa
huevos, tomates, pasta y algunas cosas variadas para picar. Algo relampagueó en
su mirada.
—Tendrías que haberme dicho esto.
—¿Cómo? Ni siquiera me miras…
James explotó y se giró de golpe.
—¿Y cómo quieres que te mire después de lo que hiciste? ¿Cómo crees que
me hace sentir volver a verte? —Su voz subió de volumen—. ¡Apenas si puedo
soportar estar en el mismo sitio que tú, pero, joder, no pienso dejar que te mueras
de hambre!
Ella sintió sus palabras como un golpe en el estómago.
—No iba a morirme, solo tenía que aguantar un poco más, hasta que cobrase a
final de mes. Por eso necesitaba un trabajo —dijo—. Aun así, gracias por esto.
Muchas gracias.
—No te molestes en dármelas.
Y con un humor de perros, dejó a medias la otra bolsa antes de dar media
vuelta y marcharse de allí tal como lo había hecho la última vez, sin molestarse a
mirar atrás. Katie cerró los ojos ante el sonido del portazo y luego respiró hondo
para intentar calmar la ansiedad que sentía en el pecho. Cuando consiguió
tranquilizarse, no pudo evitar sentir que la boca se le hacía agua al ver toda la
comida que él había traído. A pesar de tener el corazón encogido en un puño por
todas las emociones que se habían acumulado allí, abrió un paquete de patatas
fritas mientras ponía algunas verduras a cocer en la sartén y degustó el sabor
salado y lo crujientes que estaban. Pensó en lo que había ocurrido; al verlo ahí,
frente a ella, había deseado tocarlo, hundir las manos en su cabello oscuro y
abrazarlo por la espalda como hacía cuando era joven, antes de apoyar la mejilla
entre sus omoplatos y sentir el calor de su cuerpo…
Pero él la odiaba. Podía verlo en su mirada.
7


—No ha cambiado tanto, aunque hay algo diferente en sus ojos.
—¿A qué te refieres? —Hollie miró a Amber con curiosidad.
—Ya no tiene ese brillo en la mirada… —Amber se mordió el labio—. No lo
sé, déjalo, solo es una sensación tonta. La cuestión es que ha vuelto y, por lo que
parece, no tiene intención de marcharse pronto.
—Debería ir a hacerle una visita.
—Hollie, ella nos abandonó…
—Pero dijiste que te pidió perdón, ¿no?
—Sí y eso no cambia nada —sentenció Amber—. No me dio ninguna
explicación, no me dijo por qué lo hizo, ¿y si la perdono y volvemos a ser tan
amigas y se marcha de nuevo al día siguiente sin despedirse? Yo confiaba en ella
a ciegas y ahora ya no sé qué pensar.
—Es humana. Todos nos equivocamos.
Hollie se subió las gafas que usaba con el dedo índice y le dio un sorbo al café
mientras fijaba la mirada en la pared de madera de la cafetería donde ella y
Amber quedaban todos los viernes al mediodía. Pensó en Katie, la chica que la
había hecho darse cuenta de que era bonita, esa que un día la puso frente a un
espejo y le habló de todas sus virtudes y de todo aquello que debía aprender a
valorar a partir de ese momento. Aunque le había dolido muchísimo su marcha,
ella sí que tenía ganas de volver a verla.
Su amiga dejó escapar un suspiro cansado.
—Ve a verla, si quieres. Está en la casa de invitados.
—Quizá me pase más tarde, entonces —admitió Hollie tras llevarse a la boca
un trozo de bizcocho de almendras.
Así lo hizo. Una hora más tarde, Hollie Stinger estaba dentro de su pequeño
coche azul escarabajo conduciendo por uno de los caminos secundarios que se
alejaban del pueblo. Hollie siempre había sido una chica tímida e insegura, pero,
con la ayuda de Katie y Amber, de joven había aprendido a fortalecerse y ya no
era esa niña que tartamudeaba en cuanto se burlaban de ella o un chico se le
acercaba. Aparcó con seguridad frente a la puerta, bajó del coche y llamó con los
nudillos sujetando con la otra mano la bolsa con lo que había comprado antes de
salir de la cafetería.
Katie abrió y la miró sorprendida; tenía las mejillas coloradas y el pelo
recogido en un moño informal sobre la cabeza. Se quedó quieta y Hollie
reconoció esa mirada de temor en sus ojos, porque ella misma se había sentido
así muchas veces, a la espera del ataque.
—Vengo en son de paz —se apresuró a decir—. Tenía ganas de verte y he
pensado que podríamos tomarnos algo juntas. Traigo magdalenas.
La rubia dejó escapar el aire que había estado conteniendo y una sonrisa
temblorosa apareció en su rostro antes de atreverse a inclinarse para abrazar a
Hollie.
—¡Muchas gracias! Ni siquiera sé qué decir…
Tenía lágrimas en los ojos cuando se separó de Hollie para dejarla pasar.
Rápidamente, intentando esconder el rastro y limpiándose con el dorso de la
mano, le preguntó si quería té y, tras ver su asentimiento, puso a calentar la tetera
al fuego. Hollie no había cambiado demasiado en esos ocho años; seguía siendo
como una flor delicada pero muy fuerte por dentro y Katie deseó abrazarla de
nuevo. Se sentó frente a ella.
—Tienes muy buen aspecto —le dijo y cogió sus manos por encima de la
mesa para darle un cálido apretón—. Cuéntame qué es de tu vida.
—Nada demasiado interesante, la verdad.
—¿Estás casada? —preguntó Katie.
La otra se ruborizó y negó con la cabeza.
—No, no, hasta ahora no he conocido a nadie especial. —La miró con interés
—. ¿Y tú? ¿Algún chico de la gran ciudad que te haya robado el corazón?
Katie pensó entonces que el único hombre que le había robado el corazón
vivía ahí al lado, apenas a un kilómetro y medio de distancia. Recordó su rostro
enfadado cuando la noche anterior le había traído la comida, la mirada crispada y
el portazo que había dado al irse, como si quisiese exteriorizar la rabia que
sentía.
—No ha habido nadie importante durante estos años. Ya sabes, algún lío
esporádico, pero nada más —Se levantó cuando la tetera comenzó a silbar, pero
la miró por encima del hombro—. ¿A qué te dedicas ahora, Hollie?
—Soy profesora en el instituto del pueblo.
Katie sonrió. Hollie siempre había llevado un libro bajo el brazo y soñado con
dedicarse a la enseñanza.
—Cumpliste tu sueño…
—Eso parece. Ahora solo falta que aparezca el príncipe azul para tener el
paquete completo. —Rieron a la vez mientras Katie servía el té y ella pensó que
casi parecía como si los años no hubiesen pasado; al menos, hasta que le
preguntó—: ¿Y tú? ¿Cómo te fue en Nueva York? ¿Encontraste lo que buscabas?
Dudó, nerviosa. No le gustaba hablar de eso. Ella había sido una cría tonta que
pensó que bastaría con una cara bonita para empezar a cosechar éxitos en la
ciudad, porque eso fue lo que le dijo el cazatalentos que la convenció para
marcharse con él; en cambio, lo que había encontrado allí había sido miseria,
dolor y un mundo competitivo en el que no existía espacio para las amistades.
—No lo creo. Fue una época… difícil.
Hollie bebió un trago del té y luego la miró.
—¿Por qué te fuiste, Katie?
—¿Sabes que eres la primera persona que me lo pregunta? —Se había dado
cuenta el día anterior, cuando James cerró la puerta con fuerza y salió corriendo
de allí. Él no le había preguntado en ningún momento por qué se había ido, igual
que tampoco lo había hecho Amber; ninguno de los dos le había pedido que les
explicase su versión de la historia porque era como si ya no esperasen nada de
ella—. Me fui porque mi situación aquí era complicada y pensé que allí lograría
salir adelante. Me fui porque… no quería depender eternamente de los Faith ni
convertirme en una damisela en apuros. Por una vez, quería hacer las cosas por
mí misma y, visto lo visto, volví a fracasar.
Hollie se apresuró a cogerla de la mano.
—No digas eso, porque no es cierto.
—Sí que lo es… y ahora ellos me odian.
Notó que las lágrimas se le escapan de nuevo.
Su amiga le dirigió una mirada cargada de ternura.
—Amber y James están dolidos, pero se les pasará, ya lo verás. Confía en mí.
8


Muy a su pesar, James se acercó hasta la zona trasera del rancho donde sabía
que ella seguiría quitando malas hierbas. En efecto, allí estaba, arrodillada en el
suelo y con un pañuelo azul atado en la cabeza. Se fijó en sus brazos delgados y
recordó el agujero que había sentido en el estómago al darse cuenta de que tenía
la nevera vacía. La furia se había apoderado de él y lo sentimientos se volvieron
tan confusos mientras sacaba la comida de las bolsas poco después, que James
no supo si estaba enfadado con él mismo por formar parte de aquella situación o
si tan solo seguía odiando a Katie por lo que les había hecho a ambos y lo que
seguía haciéndoles ahora que había regresado.
—Necesito que vengas conmigo —dijo secamente. Ella levantó la cabeza
hacia él protegiéndose del sol con la mano—. Se han desviado veinte cabezas de
ganado y los chicos se han ido a almorzar. Dijiste que recordabas cabalgar, ¿no
es cierto?
Ella asintió con timidez y se puso en pie. James dio media vuelta sin decir
nada más y se dirigió hacia las cuadras con ella pisándole los talones. Una vez
allí, ensilló uno de los caballos y, cuando le preguntó a Katie si necesitaba ayuda
para subir, ella negó con la cabeza y logró montar al animal con facilidad. James
lo hizo también con su caballo y, juntos, cabalgaron hacia el otro lado del río.
—Tú te quedarás en esta zona y yo me encargo de guiarlos. No hagas ningún
movimiento brusco ni te muevas demasiado —le ordenó.
Katie asintió y permaneció en la zona que le había indicado mientras, a lo
lejos James se ocupaba de guiar al ganado que se había extraviado del resto.
Observó sus movimientos precisos, lo seguro que parecía tras las riendas del
caballo, como si él y el animal se compenetrasen a la perfección. Ella lo recordó
de niño, cuando él se esforzaba cada día por aprender y seguir los pasos de su
padre, que murió unos años después. De repente, deseó poder decirle que lo
sentía. Lo había hecho con Hollie, que no parecía guardarle rencor, y también
con Amber, aunque ella no había aceptado sus disculpas, pero con James todavía
no había encontrado el valor para hacerlo y dejarse ver ante él vulnerable y
arrepentida. Mientras lo miraba, se dijo que aquel podría ser un buen día para
intentarlo y, cuando él terminó de hacer el trabajo y regresaron a paso lento hacia
la finca, se convenció de que era buena idea. Así que, una vez desmontó su
caballo y lo dejó en su lugar tras darle una zanahoria, se acercó a James, que
estaba a punto de marcharse.
—¿Podemos hablar? —preguntó con timidez.
Él se giró y sus ojos oscuros la recorrieron de los pies a la cabeza un par de
veces. Katie sintió el impulso de echarse atrás cuando James avanzó un par de
pasos, dentro del reducido lugar, pisando la paja que cubría el suelo con sus
botas.
—Así que quieres decirme algo… —susurró.
—Sí, necesito… necesito que sepas que…
James sonrió burlón y apoyó ambas manos en la pared que estaba tras ella
mientras se inclinaba hacia su bonito rostro. Se fijó en los labios rosados y tuvo
que contenerse para no atraparlos entre los suyos y recordar que ella era tóxica.
—¿Te pongo tan nerviosa que eres incapaz de no titubear?
Katie dejó de respirar. Era cierto. Estaba nerviosa y casi temblando ante su
inesperada proximidad. Esos ojos negros parecían poder ver todos los secretos
que escondía en su interior y ella no estaba preparada para compartir eso con
nadie, ni siquiera con él. Quizá tiempo atrás hubiese podido hacerlo, pero perdió
la oportunidad cuando eligió mal.
—Quiero que sepas que… lo siento.
—Lo sientes —repitió él, todavía burlón.
—No sabes cuánto. Lamento haberte hecho daño, tú… tú eras la persona más
importante para mí y yo fui una idiota por marcharme así, pero…
—¿Y qué les haces a los que no son importantes? —la interrumpió, pero luego
chasqueó la lengua y suspiró hombro—. Mejor déjalo, ni siquiera quiero saberlo.
Está bien, Katie; te fuiste y me jodiste, pero no le demos más vueltas, tampoco te
creas que me costó tanto recuperarme. Un par de semanas y como nuevo —
mintió.
Katie se lamió los labios, sin saber qué decir ante eso. Estuvo a punto de
confesar que, por el contrario, ella se había pasado los últimos años de su vida
intentando olvidarlo. Y, por cómo su cuerpo reaccionaba cuando él estaba cerca,
estaba claro que no lo había conseguido del todo. Se fijó en cómo su mirada
oscura descendía hasta su boca antes de que él diese un paso atrás y se apartase
de ella de golpe y de repente.
—Imagino que tienes trabajo que hacer —dijo serio.
Luego se dirigió hacia las puertas abiertas de madera, pero ella corrió tras él y
lo interrumpió parando enfrente y cortándole el paso. James la miró cabreado.
—¿No vas a perdonarme nunca? —Era más un ruego que una pregunta.
Él no pareció reaccionar ante sus palabras. La miró durante lo que pareció una
eternidad y luego, ignorando su mirada triste y el temblor que sacudía los labios
de la chica, la rodeó sin prisa y salió de allí caminando tranquilo, como si su
presencia no lo perturbase.
9


—No quiero ir, seguro que todo el mundo me mirará —repitió Katie,
negándose a acudir esa noche al único local de copas que había en todo el
pueblo, lo que significaba que, con total seguridad, allí estarían todas esas
personas que ella había dejado atrás y que ahora parecían odiarla. Prefería
quedarse en su casa mirando una pared—. De verdad, Hollie, déjalo, no es una
buena idea.
—Sí que lo es y, además, Amber no se ha quejado cuando le he dicho que
vendrías. Eso es un gran paso viniendo de ella, ¿no crees?
—¿Lo dices en serio? —A Katie le cambió la cara.
—Totalmente. No ha dicho nada, tan solo se ha encogido de hombros. Sabes
cómo es Amber, puede que por su orgullo ella no vaya a ti, pero con el tiempo y
un poco de paciencia, seguro que terminará perdonándote y las cosas volverán a
ser como antes.
—Lo dudo. Su hermano me odia.
—James es un tema aparte —se apresuró a decir—. Veamos que tienes en el
armario. Este vestido es muy bonito, me encantan las mangas.
Katie miró poco convencida el vestido negro y básico que Hollie sostenía en
las manos. Era bonito, con las mangas de gasa y transparentes, pero no estaba
segura de sentirse cómoda de nuevo poniéndose guapa y arreglándose para salir.
Eso le traía recuerdos de Nueva York, de todas las noches que había pasado allí
frente al espejo, subida en altos tacones intentando impresionar a los asistentes
de alguna fiesta a la que había sido invitada o buscando con la mirada a los
agentes de modelo que habían asistido.
Al final, suspirando de un modo melodramático, cogió el vestido, se peinó sin
mucho interés, dejándose el cabello suelto sin ningún adorno, y se maquilló de
un modo suave antes de subir en su coche y seguir el de Hollie hasta el centro
del pueblo. Una vez allí, aceptó la mano que su amiga le tendió y entró en el
local tras ella. Tal como había esperado, todas las miradas de los que estaban allí
dentro se centraron en su figura de golpe, sin molestarse en disimular el interés
que su regreso generaba.
—No les hagas caso —le susurró Hollie al oído.
Luego, sorteando a la gente que estaba de pie, bebiendo en medio de la pista
del local, se dirigieron juntas hacia una de las mesas del fondo, donde Amber
estaba sentada y las miraba fijamente con una copa en la mano. Katie la saludó
con timidez al llegar, sin saber muy bien cómo comportarse en su presencia, y
agradeció que el camarero apareciese para pedir una bebida y hacer algo de
tiempo mientras intentaba acostumbrarse a la incómoda situación. Como
siempre, Hollie rompió el hielo y comenzó a hablar de los problemas que había
tenido con una de sus alumnas como si aquel encuentro entre las tres fuese algo
de lo más habitual. Amber tenía los ojos clavados en Katie.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —preguntó de repente la chica morena.
—No lo sé, pero no tengo otro lugar a dónde ir. Quizá me quede para siempre.
—Vale, porque quiero saber si vale la pena el esfuerzo de darte otra
oportunidad o si, en cuanto me gire, vas a salir corriendo para no volver —
replicó con furia, pero, luego, de repente su mirada se suavizó—. Al menos,
espero que tengas buenas anécdotas que contarnos de todo lo que hiciste por
Nueva York durante estos años.
Hollie dejó escapar una risita por lo bajo.
—¿Te sirve saber que estuve en una fiesta con Ryan Gosling? Solo le vi la
cabeza entre la multitud, pero, bueno, tiene un pelo muy bonito, ya sabes —dijo
Katie.
Amber empezó riendo con suavidad hasta que su risa se convirtió en una
carcajada mientras asentía con la cabeza y aseguraba que sí, que le servía como
anécdota y que esperaba que tuviese muchas más que contar, porque era todo
oídos. Y así, entre copas y ajenas a la gente que las miraba a su alrededor, las
tres amigas se pusieron al día. Hollie le contó con más detalle su estancia en la
universidad y su posterior ingreso como profesora en el instituto de Sound River,
algo con lo que siempre había soñado. Amber, por su parte, le explicó que ella y
su hermano se habían hecho cargo del rancho familiar tras la muerte de su padre;
James se había volcado más en el cuidado de los animales y el mantenimiento
general, y ella en las contrataciones y la parte administrativa, ya que los números
siempre se le habían dado bien a pesar de que seguía disfrutando de cabalgar en
sus ratos libres, no como un trabajo y una obligación, sino por placer.
Cuando quisieron darse cuenta las tres llevaban varias copas encima y, entre
aquellas dos chicas, Katie volvió a sentirse bien y feliz, incluso a pesar de la
desconfianza que todavía podía ver en los ojos de Amber. La entendía y esperaba
que, con el paso del tiempo, las aguas se calmasen. Las había echado mucho de
menos a las dos; en Nueva York no había conseguido hacer amigas de verdad
porque las chicas con las que coincidía jamás conocerían a la Katie que
disfrutaba vistiendo unos vaqueros y unas botas viejas y perdiéndose entre los
bosques de los alrededores.
—Mirad, ahí viene mi hermano.
Amber lo saludó con la mano y James, que llevaba una cerveza y tenía el ceño
fruncido, se acercó a paso lento hasta la mesa que ellas ocupaban. Barrió con la
mirada la escena, intentando decidir qué opinión tener ante esa situación, pero
algo en los ojos de su hermana melliza lo hizo mantenerse callado. Si ella quería
acercarse a Katie, adelante, que lo hiciese, él nunca se interponía en sus
decisiones ni tenía intención de empezar a hacerlo ahora, incluso aunque
estuviese convencido de que se estaba equivocando.
—¿Pasando un buen rato? —preguntó.
—Algo así. Poniéndonos al día —dijo Amber.
—¿Te sientas con nosotras, James? —añadió Hollie.
—Casi que paso. Disfrutad de la noche.
Se dio media vuelta sin decir nada más y, durante la siguiente media hora, se
esforzó por dejar de mirar hacia ese rincón en el que se encontraban las tres e
ignorar lo bien que le quedaba a Katie aquel vestido negro que se asustaba a su
silueta y la sonrisa que nacía en sus labios cada vez que Amber le decía algo.
Maldijo por lo bajo, cabreado por tener que soportar su presencia allí también, y
se internó entre la gente para pedir otra copa.
Katie se removió incómoda en el reservado cuando Hollie se levantó para ir al
servicio y las dejó a solas. Además, la cabeza le daba vueltas por la bebida.
—Que sepas que todavía no te he perdonado —dijo Amber de repente—. Pero
quizá lo haga dentro de poco. Creo que aún estoy asimilando que has vuelto.
Han sido ocho años… ocho años sin ti —susurró dolida.
—Lo siento, Amber. Fui una idiota…
—Y hasta el momento no has intentado inventarte ninguna excusa. ¿Qué fue
lo que hizo que te marchases tan de repente? Ni siquiera te paraste a pensarlo
¿no?
—Fue… fue complicado —titubeó y notó que le temblaba la voz. No estaba
preparada para hablar de eso, no allí y rodeadas por todas aquellas personas.
Como si todavía siguiese existiendo una especie de conexión entre ellas, Amber
pareció ver en su mirada que aquel no era el momento y sacudió la cabeza antes
de cambiar de tema.
—¿Qué te parece este lugar? Si hubiese existido cuando éramos jóvenes,
seguro que hubiese salido ardiendo alguna de esas noches locas que pasábamos.
¿Recuerdas cuando nos colamos en la casa de la señora Nancy?
Katie sonrió con nostalgia.
—¡Casi nos mata!
Las dos habían saltado la valla de la propiedad un sábado porque estaban tan
borrachas que se empeñaron en secuestrar al gato de la señora y pedir un rescate
por él para gastarle una broma; sin embargo, cuando Nancy advirtió la presencia
de intrusos, lejos de amedrentarse, salió por la puerta con una escopeta y lanzó
un disparo al aire. Katie y Amber se fueron corriendo entre risas y atravesaron
los campos para llegar antes hasta el rancho de los Faith. Las dos terminaron
tumbadas en medio de la hierba, con la mirada fija en el cielo cubierto de
estrellas y hablando de todo lo que harían durante los próximos años, cuando
dejasen atrás el instituto y tuviesen que tomar nuevos caminos.
—¿De qué habláis? —preguntó Hollie al volver.
—De la pobre señora Nancy —contestó Amber.
—Sí, qué encanto. Murió el año pasado.
—¡No me digas! No lo sabía.
Katie tomó aire y se preguntó cuántas cosas se habría perdido desde que se
fue, cuántos momentos importantes para aquel pueblo que la había visto crecer y
del que ella había huido. Se disculpó para ir a los servicios, porque se sentía un
poco mareada y necesitaba refrescarse la nuca con agua. Al levantarse, avanzó
despacio por culpa de los altísimos tacones, los únicos que se había traído de
Nueva York y que habían sido los primeros que ella misma se compró en una
tienda a las pocas semanas de llegar allí, cuando todavía tenía la ilusión y la
esperanza de que las cosas le saldrían bien.
Se tropezó, aunque consiguió no caer, y dejó escapar una risita nerviosa que se
extinguió en cuanto distinguió a James frente a ella, apenas a unos metros de
distancia. Sintió que se quedaba sin aire. Él parecía divertirse con una chica
pelirroja de rostro ovalado y estaban tan juntos que sus cuerpos se rozaban. Ella
rio cuando James le dijo algo al oído y, unos segundos después, sus bocas se
unieron en un beso largo y profundo. A Katie se le sacudió el estómago. Irguió
los hombros, enfadada por sentirse así después de tantos años, y atravesó el local
pasando justo por delante de ellos con toda la indiferencia que pudo fingir en
esos momentos. Una vez dentro de los servicios, se mojó la cara y se quitó el
maquillaje con unas toallitas que llevaba en el baño. Estaba acalorada e
incómoda y tenía ganas de irse a casa. Verlo con esa chica había sido…
doloroso. Y Katie no entendía cómo era posible seguir albergando tantas
emociones por alguien que no estaba en su vida desde hacía ocho largos años.
Inspiró profundamente por la nariz y se llenó de valor para conseguir salir de
allí, porque no podía pasarse la noche dentro de aquel cubículo, deseando
desaparecer. Por suerte, cuando abrió la puerta, pronto descubrió que James y la
joven pelirroja habían desaparecido.
Regresó a la mesa en la que estaban las chicas.
—¿Todo bien? Has tardado casi quince minutos.
—Estaba refrescándome un poco, pero no creo que tarde en irme a casa.
—¡Quieta ahí! Te has tomado varias copas, creo que nadie va a irse a casa
hasta dentro de unas horas —dijo Amber y luego soltó una risita por lo bajo, lo
que, como bien sabía Katie por lo mucho que aún la conocía, significaba que
estaba borracha—. Presiento que esta noche va a ser muy pero que muy larga.
Así fue. Durante las siguientes horas bailaron, rieron y lloraron. Cuando el
estado de embriaguez llegó a su punto álgido, Amber comenzó a protestar y a
quejarse por el abandono de Katie y esta terminó volviendo a pedirle disculpas
mientras Hollie lloraba asegurando que había echado mucho de menos aquellas
noches en las que solo estaban ellas tres. Caminaron a trompicones por las calles
del pueblo sin que les importasen las miradas que los demás les dirigían,
hicieron un poco el ridículo y, finalmente, James apareció cuando Katie estaba a
punto de coger la siguiente copa que había pedido.
10


James atrapó la muñeca de Katie entre sus dedos antes de que ella rozase el
tallo de la copa de cristal que contenía un líquido rojizo. Él tenía la mandíbula en
tensión y los dientes apretados cuando habló inclinándose hacia ella, muy cerca
de su rostro.
—Ni se te ocurra beber eso.
Katie estaba lo suficiente borracha como para que su opinión le importase bien
poco. Se enfrentó a él, incapaz de contener las palabras.
—¿Quién eres tú para decidir eso?
—Soy el tipo que va a llevaros a casa.
—Pues no hace falta que lo hagas —replicó—. Puedes volver con la chica
pelirroja, no te preocupes por nosotras, estamos bien. A propósito, ¿dónde está
Amber… y Hollie…?
Katie se giró al darse cuenta de que la habían dejado sola en la barra del local
para irse a bailar. James la miraba fijamente.
—Créeme, ahora mismo estaría entre las piernas de esa pelirroja si no fuese
porque vosotras os estáis comportando como crías. Así que mueve el culo.
—¿Quieres verme el culo? —preguntó horrorizada—. ¿Cómo te atreves?
—He dicho: mueve el culo.
—¡No pienso moverlo para ti!
—¡Joder, Katie! Eres igual de inaguantable y niñata y…
Se mordió la lengua, como si estuviese reprimiéndose y, cogiéndola de la
muñeca, la bajó del taburete de un estirón. Ella se soltó con brusquedad.
—¡Pues antes no me tratabas así! —se quejó.
Él se giró. Sus ojos oscuros echaban chispas y se deslizaron hasta sus labios
antes de volver a subir a su rostro y quedarse ahí, furiosos.
—Antes te quería —contestó secamente.
Fueron tres palabras, pero Katie necesitó concentrarse en algo para no echarse
a llorar allí, delante de él, porque le resultaron devastadoras y un buen resumen
de todo lo que había tenido al alcance de su mano y había terminado perdiendo.
—Lo si-siento… —balbuceó borracha—. Yo… Yo me equivoqué…
—Vamos, déjalo ya —dijo él.
Y sin darle tiempo a replicar, la cogió de la mano y la obligó a seguirlo cuando
se internó entre la gente para buscar a su hermana y a Hollie. Diez minutos
después, James conducía su coche con tres chicas cantando y gritando en el
asiento trasero del vehículo.
—Joder, parece que tengáis quince años otra vez —se quejó cuando su
hermana lo abrazó desde el asiento de atrás, haciendo el tonto.
—¡Es que nos sentimos así! —gritó Hollie animada.
Una a una, las fue dejando en las casas según les venía de camino. Primero fue
la dulce Hollie, que se despidió lanzando un beso al aire, y luego Amber porque,
cuando pasaron por el rancho camino a la casa de invitados, aseguró que tenía
ganas de vomitar y que, por favor, la dejase antes a ella. Así que, finalmente, los
dos se quedaron a solas en el coche. James se esforzó por no mirarla cuando ella
se movió hasta al asiento del copiloto desde la parte trasera sin mucha delicadeza
y el vestido se le subió por los muslos dejando buena parte de sus piernas al aire.
Él había adorado esas piernas, pero, sobre todo, había adorado la respiración
entrecortada de ella cada vez que las acariciaba y se hundía entre ellas…
Sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco cuando Katie encendió la radio,
sonó una canción y empezó a cantarla en voz alta y a voz de grito. Él la apagó.
Ella volvió a encenderla. James la quitó de nuevo.
—Joder, ¡deja la puta radio en paz!
—¿No puedes darme una tregua, siquiera?
—Dame una buena razón para hacerlo.
—Pues, no sé… —dijo con la voz pastosa—. Porque nos conocemos desde
que somos unos ni-niños. Y porque sabes que, aun a pesar de todo, haría
cualquier cosa que me pidieses —confesó y, en aquel momento, su voz perdió el
tono divertido y se volvió triste y melancólica.
Él frenó el coche delante de la casa de invitados y la invitó a salir, sin
responder a las palabras que ella acababa de pronunciar en el interior del
vehículo. No pudo evitar quedarse ahí mirándola bajo la luz de los faros mientras
ella intentaba encajar con torpeza la llave en la puerta de la cerradura antes de
desaparecer dentro. Pensó en lo que había dicho y sintió que le daba un vuelco el
corazón, cosa que odió de inmediato. Los recuerdos lo asaltaron de repente, las
tardes de verano que habían pasado juntos en la heladería del pueblo y cómo él
le ensuciaba la nariz entre risas y ella lamía el helado con gesto juguetón, o las
noches que los dos se habían escapado de sus casas para encontrarse en mitad
del prado, tumbarse en el suelo lleno de hierba y mirar las estrellas, hablar en
susurros de lo primero que se les pasaba por la cabeza o matar las horas entre
besos y promesas…
James regresó al rancho y se encontró a su hermana en la cocina, rebuscando
entre los armarios hasta que encontró una caja de galletitas saladas y la abrió con
torpeza. Se llevó un puñado a la boca antes de girarse hacia él.
—¡No me mires así! ¡Tengo hambre! Después de una noche de fiesta, siempre
me entran ganas de comer, ya lo sabes.
Él dejó las llaves sobre la encimera.
—Lo sé, igual que también sé que te vas a arrepentir de darle otra oportunidad
a Katie. ¿En qué estás pensando, Amber? ¿Ya lo has olvidado todo?
Su hermana frunció el ceño y dejó la caja de galletitas a un lado antes de
acercarse.
—No lo he olvidado, pero la echo de menos y, no lo sé, todos merecemos una
segunda oportunidad. Además, creo que pasó algo… algo que hizo que tomase la
decisión equivocada…
—Lo que pasó fue que se largó y punto.
—Si tanto quieres evitarla, ¿para qué demonios le has dado trabajo aquí? Eso
solo ha hecho las cosas más difíciles. No te entiendo. Y tampoco me gusta que te
metas en mis decisiones, como yo no me meto en las tuyas —dijo alzando la voz
por culpa de las dos copas de más que se había tomado. James empezó a
enfadarse de verdad, y no solo con ella, sino también con él mismo por no poder
contener las emociones que lo desbordaban.
—Le di trabajo porque quería levantarme cada mañana y verla a mi alrededor
haciendo todo lo que sabía que ella odiaría hacer, ¿te sirve como respuesta?
—Eso es cruel —susurró Amber.
James se giró antes de salir por la puerta de la cocina.
—No olvides que ella lo fue primero —respondió.
No mentía. El día que James se despertó y encontró bajo el alfeizar de su
ventana una nota de Amber despidiéndose de él y diciéndole que lo sentía
mucho, pensó que no podía existir en el mundo algo que doliese más que su
corazón resquebrajándose al leer esas líneas tan escuetas y vacías. Sintió que se
ahogaba. Salió corriendo de casa y fue hasta el hogar de sus vecinos en busca de
Katie y de una explicación, pero ella ya no estaba. Su padre, el señor Wilson, lo
recibió con una botella en la mano y la barba sucia por llevar días sin ducharse, y
lo único que fue capaz de decirle en aquel estado fue que Katie se había
marchado a Nueva York con ese cazatalentos que la semana pasada había
terminado en el pueblo tras averiarse su coche y quedarse en un hostal hasta que
se lo reparasen en el taller mecánico. Nada más, como si eso fuese una respuesta
razonable que él pudiese entender antes de seguir adelante con su vida, cosa que,
por supuesto, no hizo. A partir de ese momento, James pasó unos meses
encerrado en sí mismo, sin apenas probar bocado y saliendo a cabalgar por la
mañana para regresar casi al anochecer. Un día, su hermana se sentó junto a él
cerca del arroyo y le dijo que no podía seguir así y que, para ella, estaba siendo
casi peor al haber perdido no solo a Katie, sino también al James que conocía, y
eso fue suficiente aliciente para animarlo a salir adelante, no por él, sino por su
hermana. Así que a la mañana siguiente se levantó, se afeitó y tomó un desayuno
abundante antes de empezar a trabajar. Poco a poco, esa rutina se convirtió en
algo estable y el rostro de Katie se perdió entre recuerdos en los que él intentaba
no pensar conforme seguía adelante sin ella, rompiendo todas esas promesas que
un día se hicieron a la orilla del río.
11


El lunes por la mañana, todos en el rancho parecían estar atareados y muy
ocupados. Había venido a visitarlos tanto el veterinario como uno de los
inspectores de sanidad para realizar la visita periódica de rigor, así que no
querían que su estancia allí se viese interrumpida por los constantes
movimientos, por lo que a Katie le pidieron que aquel día no realizase tareas
fuera y se encargase de algunas cosas pendientes dentro del hogar. Junto a
Sophie, la ama de llaves, pasó las horas de la mañana limpiando la despensa y
luego comió allí un sándwich de pavo y queso antes de seguir ordenando los
demás armarios de la cocina. Sophie no hablaba mucho, pero parecía un mujer
simpática y agradable, así que, cuando al terminar de hacer la colada a última
hora de la tarde, le pidió si podía llevar la ropa a cada una de las habitaciones,
ella aceptó hacerlo.
—Gracias. Me duelen las rodillas cada vez que subo y bajo las escaleras —
dijo mientras le daba un montón de ropa recién planchada y doblada—. Estas
prendas déjalas en la habitación de la señorita Amber, encima del sillón rosa que
está en una esquina. Y estas de aquí —añadió pasándole otro montón—, en la de
James, sobre la cama. Puedes irte en cuanto termines.
—Todavía son las cinco —respondió Katie.
Sophie le guiñó un ojo y le sonrió.
—No te preocupes, hoy estás bajo mi supervisión.
—Muchas gracias —se despidió.
A paso lento, comenzó a ascender las escaleras cargada con los dos montones
de ropa. Paró primero en la habitación de Amber, que estaba más cerca del
pasillo principal y dejó sobre el sillón rosa sus prendas. Con una sonrisa, no
pudo evitar fijarse en el corcho que estaba colgado en una de las paredes y que
estaba lleno de fotografías en las que salían todos, ella incluida. Era uno de los
regalos que le habían hecho por su dieciocho cumpleaños. Katie suspiró
nostálgica, pero contenta por la oportunidad que Amber le había dado la noche
anterior. Sabía que no podía volver a fallarle y estaba dispuesta a demostrarle
que había cometido un error, pero que su amistad seguía siendo muy importante
para ella.
En cuanto a James…
James era otra historia, pensó mientras dejaba atrás el dormitorio de Amber y
se encaminaba hacia el de su hermano. Abrió la puerta despacio. El lugar estaba
sumido en la penumbra, aunque se distinguían bien los muebles y todo lo que
allí había, como la enorme cama que estaba en medio, cubierta por sábanas
blancas, o la mesita que había a un lado y que estaba llena de sus cosas. Katie
pudo advertir su aroma masculino en aquella estancia y sintió que un escalofrío
subía por su espalda y la sacudía entera. Reprimiendo un suspiro, dejó las
prendas de James sobre la cama, pero, luego, no pudo evitar quedarse allí unos
segundos, observando la habitación y fijándose en todos los detalles, porque
aquel lugar tenía poco que ver con el dormitorio del chico adolescente que ella
recordaba.
De repente, la puerta se abrió a su espalda.
Katie se giró y encontró a James delante de ella, mirándola sorprendido
porque, evidentemente, no esperaba verla allí. Se sonrojó de inmediato al darse
cuenta de que tan solo llevaba puesta una toalla blanca y corta, sujeta a la cadera
y que dejaba al descubierto su torso, todavía brillante al no estar del todo seco
tras la ducha que acababa de darse.
La puerta se cerró a su espalda.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Su voz sonaba afilada y dura.
Katie se frotó un brazo, nerviosa.
—Sophie me pidió que te subiese la ropa —explicó y señaló vagamente con la
mano el montón de prendas dobladas que había dejado sobre la cama.
—De ahora en adelante, preferiría que no entrases aquí.
—Vale. Pero, James… —Katie titubeó, insegura y dolida por la mirada fría
que él le dirigía—. Me gustaría saber qué tengo que hacer para que podamos
volver a ser amigos.
Él arqueó una ceja y se acercó a ella a paso lento, sigiloso como un gato. Katie
avanzó hacia atrás hasta que espalda chocó con la pared de madera del armario.
Notó que tenía la boca seca ante su cercanía y todo lo que él seguía provocando
en ella, pero no pudo evitar desviar rápidamente la mirada hasta su pecho
desnudo y desear posar las manos en él para volver a recordar cómo era el tacto
de su piel.
—¿Amigos? —cuestionó.
—Eso decía, sí. Amigos.
—¿Y miras así a todos tus «amigos»? —James le sonrió burlón y habló con un
tono de voz carente de emoción—. Porque, entonces, debes de estar muy
solicitada por las noches.
Katie alzó una mano en alto de inmediato, pero él la atrapó antes de que ella
pudiese rozarle la mejilla. Sus dedos la mantenían agarrada con firmeza mientras
ella lo miraba furiosa y con el corazón desbocado.
—Suéltame —pidió.
James ladeó la cabeza, se acercó a su cuello para soplar sobre su piel con
suavidad y ella se estremeció en respuesta sin poder evitarlo, algo que él notó de
inmediato y le hizo sonreír. Apenas quedaba espacio entre sus cuerpos.
—¿Seguro que eso es lo que deseas?
—Yo… no entiendo… —tragó saliva—. ¿Qué estás haciendo, James?
—Jugar. ¿No es lo que tanto te gusta?
—No, eso no es verdad, no es…
Pero no pudo seguir defendiéndose, porque los labios exigentes de él chocaron
contra los suyos y ella sintió que se derretía allí mismo, perdiendo la cabeza, la
voz y el corazón. De pronto, como un fogonazo, el recuerdo de su sabor ser
tornó real y ella supo por qué él había sido y seguía siendo el único hombre del
que se había enamorado.
Jadeó en su boca y permitió que las manos de James bajasen hasta sus caderas
y la apretasen con fuerza contra su cuerpo, revelando lo excitado que estaba bajo
la toalla que lo cubría. Sus lenguas se encontraron entre la calidez de las bocas
unidas, acariciándose primero con lentitud y luego con desesperación, como si
les faltase el aire.
James alzó la mano y cubrió con ella uno de sus pechos, apretándolo
suavemente entre sus dedos hasta que Katie gimió en respuesta. Sus besos cada
vez eran más duros y exigentes, como si él desease hacerle saber a través de
aquel contacto lo dolido y lo enfadado que todavía estaba con ella. Pero antes de
que ninguno de los dos pudiese hablar o ir más allá, la puerta se abrió de nuevo y
se separaron con brusquedad, pero sin poder evitar que Amber, que entraba
preguntado por su hermano, los viese allí.
—Lo siento… no sabía que interrumpía algo.
—No interrumpes nada —dijo él con frialdad—. Katie ya se iba.
No supo si fue por el tono duro o por lo confundida que estaba en aquellos
momentos, tan aletargada como si acabase de despertar de un sueño, pero Katie
no dijo nada antes de abandonar la habitación sin mirar atrás ni atreverse a
levantar la vista hasta Amber.
12


Llevaba un par de horas sentada en el sofá de la solitaria casa en la que vivía,
sin dejar de darle vueltas a lo que había ocurrido. Ese beso de James había
sido… real. Ella lo sabía porque recordaba la forma en la que se movían sus
labios cuando todavía la quería, pero luego… luego él se había apartado de golpe
y la había mirado como si no fuese nadie importante y ella había deseado
borrarle esa expresión del rostro, pero se había sentido tan confusa que tan solo
había conseguido huir de allí como una cobarde.
No consiguió dejar de pensar en ese momento hasta que llamaron a la puerta.
Tomó una rápida respiración, preguntándose qué haría si se encontraba a James
en su porche. Darle una patada entre las piernas. O volver a besarlo. Aún no lo
había decidido. Lo que sí sabía era que el James dulce, tranquilo y amable que
ella había conocido años atrás, había cambiado. Abrió mientras pensaba que
debería poner una mirilla en la puerta, pero allí no estaba James, sino Amber. Y
traía consigo una enorme sonrisa, una botella de vino y comida para llevar que
acababa de comprar en el pueblo.
Amber entró en la diminuta cabaña como si fuese algo que hacía todos los
demás y se movió por la cocina con familiaridad sin dejar de hablar.
—He pensado que te apetecería un poco de pollo al curry y lasaña —dijo—. Y
Hollie llegará de un momento a otro. ¿Puedo usar el microondas?
—Sí, pero ¿qué es todo esto? —preguntó.
—Esto es una velada entre amigas, nada más.
—Yo… Amber, ni siquiera sé qué decir.
La morena suspiró y se subió a la encimera de un salto mientras el microondas
calentaba la comida que había traído. Se encogió de hombros.
—Pues no digas nada, tan solo deja que hable yo —pidió con voz suave—. He
visto lo que ha pasado esta tarde, no era mi intención, pero… maldito el
momento en el que abrí esa puerta. Y por cómo lo mirabas, imagino que sigues
sintiendo algo por mi hermano.
Katie notó que se le sonrojaban las mejillas.
—No, no es verdad.
—No te estoy juzgando, así que no hace falta que me mientras —dijo—. Pero,
como soy tu amiga, aunque en teoría debería estar enfadada, solo te daré un
consejo: aléjate de él. Ya no es la misma persona que tú conociste y está tan
dolido que no creo que sea capaz de pensar con claridad. Te lo digo para
protegerte porque, a pesar de todo, no quiero que te haga daño, Katie.
Ella la miró agradecida y con los ojos húmedos antes de abrazarla con fuerza.
Había echado de menos a Amber, con lo protectora y lo leal que siempre era. Y
allí estaba, después de tantos años, dándole un consejo a pesar de que ni siquiera
le había dado una excusa ni una explicación que justificase que se hubiese
marchado sin despedirse.
—James es una buena persona, ya lo sabes —continuó diciendo Amber—.
Pero no sé qué se le puede estar pasando por la cabeza en estos momentos
porque, cuando te fuiste, él nunca habló de ello con nadie. Fue como si, el día
que desapareciste, tu nombre pasase a ser casi algo prohibido, hasta que volviste.
Durante estos años, pensé muchas veces en preguntarle qué estaba sintiendo,
pero nunca me atreví. Él se volvió más… distante.
—Lo siento mucho, Amber.
—No lo digo para hacerte sentir mal, lo digo para que estés avisada.
Katie tragó saliva, angustiada, y abrió la boca dispuesta a contárselo todo, a
relatarle la historia completa de lo que había ocurrido o las razones por las que
ella había tomado esa dirección tan equivocada y lejos de hacerla feliz.
—Yo… cuando me marché…
Se calló cuando llamaron a la puerta.
Amber tenía los ojos fijos en ella, como si supiese que estaba a punto de
decirle algo importante, pero Katie apartó la mirada y se dirigió hacia la puerta
para abrirla. Hollie, con una sonrisa radiante en los labios, entró en la casa dando
un saltito.
—¡Reunión de chicas! ¡Me encanta! —gritó.
—He traído pollo al curry para cenar —dijo Amber bajando de la encimera en
la que había estado sentada—. Y una botella de vino, así que creo que no falta
nada.
Las tres se sentaron en la mesa de madera y cada una se sirvió su plato
mientras se iban pasando el recipiente lleno de comida. Se rieron recordando
anécdotas de cuando eran jóvenes y la vida parecía más sencilla y sin tantas
responsabilidades a la vista.
—¿Te acuerdas de Dan Crosvin, el chico con el que fui al baile del instituto?
—preguntó Amber—. Pues resulta que se casó con Susie Denton, ¿te lo puedes
creer?
—¡No! —Katie rio—. ¡Pero si ella estaba comprometida con Alain!
—Así es la vida. —Amber se encogió de hombros.
Katie la señaló con el tenedor sin dejar de masticar.
—¿Y qué hay de ti? ¿Nadie especial en tu vida?
—No, nadie que valga la pena.
Hollie alzó las cejas en alto.
—Bueno, nadie, nadie…
—¿Qué insinúas?
—Te traes un asunto raro con Ezra.
—¡No es verdad! Solo… es un imbécil.
Katie las miró alternativamente a las dos.
—¿Quién es Ezra? —preguntó.
—El dueño del taller mecánico que está al lado de la cafetería en la que
solemos tomar café los viernes. Ya te la enseñaremos esta semana —se apresuró
a decir Hollie—. Es guapísimo, pero tiene un humor de perros.
—Humor de perros se queda corto. —Amber se apartó el cabello oscuro hacia
atrás con su habitual seguridad en sí misma—. Un día, sin querer, salía de la
cafetería con un café, choqué con él y le manché la camisa. Faltó poco para que
intentase estrangularme allí mismo y, desde entonces, cada vez que me ve pasar
por allí, gruñe como un animal. No exagero. Está tremendo, pero no compensa
lo antipático que es.
—Yo creo que se gustan —añadió Hollie.
—¿Por qué no le cuentas tus avances? —preguntó Amber mirando
significativamente a Hollie, a la que se le sonrojaron las mejillas como dos
manzanas.
—¿Qué avances? —insistió Katie.
—El problema… es ese —tosió, avergonzada—. Que no hay muchos avances.
—¡¿Sigues siendo virgen?!
—¡Shh, baja la voz!
—Aquí no puede oírnos nadie, estamos en medio de la nada; pero, Hollie,
¿cómo es posible? ¿No ha surgido con nadie? —preguntó Katie alucinada.
—No. O sí. No lo sé —contestó incómoda—. La cuestión es que he estado
con algunos chicos, pero cuando llegamos a la parte del toqueteo, no siento nada,
no me gusta y siempre termino pidiéndoles que paren —explicó—. ¿Qué voy a
hacer? Tengo veintisiete años y creo que voy a seguir siendo virgen toda mi vida.
—No digas eso, ya aparecerá el indicado —la tranquilizó Katie.
Juntas pasaron el resto de la noche entre confesiones, risas y recuerdos.
Cuando Amber salió de allí junto a Hollie casi de madrugada y tropezando con
el escalón del porche, al girarse y mirar a Katie despidiéndolas con la mano, se
dio cuenta de que ya apenas había rencor en su corazón y que, pese a todo,
seguía queriendo a esa chica que había crecido junto a ella.
13


James se apoyó en el alfeizar de su ventana y observó a Katie a lo lejos, entre
la hierba que crecía salvaje en la parte trasera del rancho, arrodillada en el suelo.
Ni siquiera verla trabajando para él y ocupándose de las peores tareas que había
que hacer por allí, aliviaba la frustración que sentía cuando la miraba. Estaba
más delgada de lo que a él le gustaría y el brillo de sus ojos había desaparecido,
pero seguía siendo ella, igual de expresiva cuando sonreía y tan dulce como
recordaba…
Se apartó de la ventana y se esforzó todo lo que pudo para ignorar su
presencia a su alrededor, aunque no podía evitar pensar en lo rápido que su
hermana la había perdonado. Él había intentado advertirle sobre ello, a pesar de
que jamás hasta entonces se había metido en sus asuntos, pero Amber no parecía
dispuesta a dar marcha atrás. Bien visto, por otra parte, para ella solo había sido
una amiga y, en cambio, para él había sido la chica de su vida, esa con la que
pensaba casarse y a la que la semana anterior a su marcha le había comprado un
sencillo anillo de bodas. Suerte que no llegó a dárselo nunca, porque no hubiese
soportado esa humillación. Y habían sido dos años, joder, dos años juntos a todas
horas, besándose, perdiéndose el uno en el otro; dos años llenos de recuerdo,
más todos aquellos en los que habían sido amigos y… solo le dejó una nota.
Cuando terminó su jornada laboral, se duchó y se cambió de ropa, porque
aquel día tenía una cita. Ni siquiera le apetecía quedar, pero necesitaba quitarse
de la cabeza a cierta rubia en la que no podía dejar de pensar, y Gala Dixon era
la chica perfecta para eso: divertida, seductora y todo lo que él esperaba para
pasar una noche agradable.
Condujo por las calles del pueblo con la radio encendida, escuchando una
vieja canción de los ochenta. A él le gustaba aquello, pensó mientras miraba a su
alrededor los comercios pequeños, las caras conocidas y las calles llenas de
historias. Y, tiempo atrás, creía que Katie quería eso mismo, pero, en cambio,
había preferido la gran ciudad.
Giró a la derecha cuando el semáforo se puso en rojo y aparcó a una manzana
de distancia del bloque de casas de alquiler en el que vivía Gala. Caminó hacia
allí con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, pensativo, y entonces la
vio, como si el destino estuviese riéndose de él y colocándola delante de sus
narices todo el tiempo.
Katie estaba saliendo del supermercado.
Iba cargada con dos bolsas de papel y, al tropezar con el escalón de la acera,
una de ellas se le cayó de las manos. Tres latas de conserva rodaron calle abajo y
un paquete de patatas fritas y dos de tortitas de maíz aterrizaron a los pies de la
chica.
James chasqueó la lengua, frustrado, pero recogió las latas que se cruzaron en
su camino y avanzó hacia ella dando grandes zancadas para dárselas. Katie lo
miró sorprendida, como si hasta ese momento no se hubiese percatado de su
presencia.
—Muchas gracias —le dijo.
—No hay de qué.
—Quería… —titubeó nerviosa—. También quería darte las gracias por
haberle dicho a Amber que mi paga fuese semanal. Ya sabes, lo necesitaba.
Los ojos negros de él se entrecerraron.
—Se llama tener corazón, por si no sabes lo que es eso.
—Lo sé demasiado bien —contestó enfadada.
—¿Y dónde lo escondiste?
—No lo sé, ¿dónde escondiste tú el tuyo? —atacó, porque estaba empezando a
cansarse de agachar siempre la cabeza ante su tono mordaz—. Porque te
recuerdo que el otro día me besaste y luego… luego te comportaste como si
fuese una cualquiera.
La mirada de James relampagueó.
—Eso es porque eres una cualquiera.
—¿¡Cómo te atreves!? —exclamó.
—Perdona, ¿he ofendido a la reina de la belleza? —preguntó burlón—.
¿Pensabas que volverías aquí y que todo sería como antes? ¿Eso creíste? Da
gracias a que me gusta verte recoger mierda del suelo, porque si no ni siquiera
tendrías ese trabajo. Y ahora, si me disculpas, tengo una cita y poco tiempo que
perder.
James pasó por su lado con su caminar seguro.
Sin embargo, esa vez ella no se calló.
—¡Que te jodan! —gritó en medio de la calle.
—¿Perdona? —Él se giró—. Cuida esa boca, cariño, o tendré que despedirte.
—¡Aquí no eres mi jefe! —exclamó, sin importarle que varios vecinos
hubiesen salido de los comercios cercanos para enterarse de la discusión—. Así
que sí, ¡que te jodan, James Faith! ¡Eres un maldito rencoroso que solo está
enfadado porque no soporta la idea de que una mujer le dejase! ¡Pues sí! ¡Lo
hice, te dejé! —gritó, intentando ocultar en algún lugar profundo los motivos por
los que lo hizo y lo mucho que le dolía estar diciéndole todo aquello; pero no
soportaba más ver su expresión de desdén o que la mirase por encima del
hombro como si no valiese nada—. ¡Supéralo!
La calle se quedó en un completo silencio.
Nadie se movió, nadie dijo nada, hasta que James dio media vuelta y caminó
hacia ella con pasos largos y precisos, como un león acechando a su presa.
Cuando habló, lo hizo lo suficiente alto como para que todos pudiesen escuchar
lo que decía:
—Créeme, lo tengo tan superado que, cuando llegaste, tardé un par de horas
en recordar tu nombre; ¿Katrina?, ¿Kaley?, ¿Karla?, ¿Kim? —Sus ojos eran dos
llamas encendidas y oscuras—. Pero, ¿sabes qué? Luego pensé, ¡qué más da!
¿Acaso es importante? Al fin y al cabo, solo recuerdo estar contigo porque, por
aquella época, tenías un culo de infarto y… sabías divertirte.
Katie parpadeó, pero no logró decir ni una sola palabra mientras él se giraba y
se largaba de allí y los cuchicheos de los vecinos se alzaban a su alrededor.
Tomó una bocanada de aire, porque sentía que se ahogaba. Al irse de allí
corriendo, se dio cuenta de que estaba huyendo y se odió por ello, pero no pudo
evitar seguir adelante sin mirar atrás hasta encontrar su coche. Una vez estuvo
delante, se metió lo más rápido que pudo y dejó las bolsas de la compra en el
asiento. No quería llorar, pero le picaban los ojos…
Era como si las palabras de James hubiesen abierto un agujero en su
estómago.
Tomó un par de inspiraciones profundas, pero estaba tan nerviosa que ni
siquiera era capaz de encajar las llaves del coche en el contacto. Dejó de
intentarlo cuando su teléfono sonó y la sacó de aquel trance. Descolgó con
rapidez.
—¿Diga?
—Buenas tardes, me llamo Tom y la llamo porque hace unos días pasó por
aquí y nos dejó su tarjeta diciendo que estaba buscando trabajo. Resulta que la
camarera tuvo ayer un pequeño accidente doméstico y se ha roto la pierna, así
que necesitamos una sustituta durante unos meses, ¿sigue interesada en el
puesto?
Katie dudó, confusa por todo lo que acababa de ocurrir, pero en cuanto logró
organizar sus ideas, respondió a toda prisa:
—¡Sí, sigo interesada! De hecho, estoy por el pueblo. Podría pasarme por allí
ahora mismo si desea hacerme una entrevista…
—¿Sabe poner copas?
—Sí, de todo tipo.
Era cierto. En Nueva York, casi siempre solía trabajar de camarera a media
jornada entre los múltiples castings a los que asistía y que terminaban siendo una
pérdida de tiempo. Así que, servir copas y cafés, era una de las pocas cosas que
sabía hacer.
—De acuerdo. Entonces, pásate directamente mañana por la noche por aquí.
El turno de trabajo es desde las ocho hasta la una de la noche, menos los
domingos y los lunes.
—Perfecto. Allí estaré.
—Bienvenida, Katie.
Ella colgó con una sonrisa.
Luego, se dirigió con el coche hacia el rancho para buscar a Amber y contarle
la noticia. Cuando lo hizo, después de compartir con ella la llamada que acababa
de recibir, la otra abrió mucho los ojos y se cruzó de brazos.
—¿Qué has hecho qué?
Amber la miró indignada.
—¡Era lo mejor! No quiero seguir trabajando para James, porque eso solo
hace que las cosas sean más difíciles y no soporto tanta tensión y tanto rencor.
—Pero, Katie, si necesitabas más dinero, solo tendrías que habérmelo dicho…
—No es por eso. Es que no quiero que James tenga ese poder sobre mí,
depender de él me angustia. Le estoy agradecida por haberme ayudado cuando lo
necesitaba, a pesar de que está claro que solo lo hizo por venganza, pero creo
que ha llegado el momento de que tome mi propio camino, porque la situación…
es complicada…
Amber frunció el ceño y la miró preocupada.
—¿Qué te ha hecho mi hermano? ¿Estás intentando ocultarme algo?
—No, qué va. Todo lo contrario; a estas alturas ya lo sabrá la mitad del
pueblo, así que vas a enterarte lo quieras o no. Esta tarde me crucé con él al salir
del supermercado y tuvimos una discusión.
—Una discusión —repitió—. Típico de vosotros.
—Sí, en medio de la calle, con un montón de vecinos siendo testigos de cómo
tu hermano aseguraba haber salido conmigo solo por mi culo y porque era una
chica fácil.
Amber se puso en pie.
—¡Voy a matarlo!
Katie negó con la cabeza y le sonrió.
—No hace falta. Te lo agradezco, pero no quiero que eso se interponga en
nuestra relación, así que será mejor que lo dejemos fuera.
Amber asintió, aún sin estar muy convencida, y luego pasaron el resto de la
tarde pintándose las uñas en su habitación, como cuando eran unas crías, y
hablando de cosas sin importancia. Cuando Katie se despidió de ella ya era tarde
y, mientras se dirigía hacia su cabaña, no pudo evitar pensar en James y lo que
estaría haciendo en esos momentos. Seguramente se encontraría en la cama de
una chica, disfrutando de su cita. Sacudió la cabeza, enfadada por darle vueltas y
por desear que la realidad fuese muy diferente.
14


Sintió los labios de la joven en el cuello, dándole un pequeño mordisco, pero
antes de que le desabrochase los botones de la camisa, James dio un paso hacia
atrás, respirando con dificultad. Se pasó una mano por el pelo, confundido.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Gala.
—Nada, es solo que esta noche…
—Estás de lo más raro —dijo.
—No me encuentro bien —mintió, o en realidad no, porque era cierto que no
era su mejor día. Sentía una sensación de angustia en el pecho. Desde que esas
palabras habían salido de sus labios… no podía quitárselas de la cabeza.
—Quedamos mañana, ¿entonces?
—No lo sé. Ya te llamaré.
Se despidió de ella con un beso suave en los labios y luego salió de allí y
regresó a casa. Aunque él solía tener líos esporádicos a menudo, Gala había sido
la única mujer con la que había repetido más de una vez. Era agradable y,
además, quería de él lo mismo que él de ella, algo que hacía que la relación fuese
perfecta y sin tensiones.
Cuando entró en su cuarto, se desvistió y se dejó caer en su amplia y solitaria
cama, pensando en lo mucho que dolía no poder quitarse a Katie de la cabeza.
Cerró los ojos y recordó una mañana de verano en la que ambos se bañaban en
aquel tramo de río que siempre solían frecuentar juntos. Ella tenía las piernas
alrededor de su cintura mientras lo besaba y el agua fluía entre ellos. Todo era
perfecto. Sus cuerpos pegados, tan juntos, sus respiraciones mezclándose entre
caricias y susurros. Su bonita sonrisa bajo la luz del sol cegador del mediodía...
Se dio la vuelta y enterró la cabeza bajo la almohada al recordar lo que le
había dicho en la puerta del pequeño supermercado del pueblo. Él jamás había
sentido tanta rabia en su interior, zarandeándolo sin control. Y se odiaba por
haber sido capaz de gritarle esas palabras, porque no eran ciertas. Puede que
ahora ya no quedase nada de todo aquello y que la decepción fuese tan grande
que impidiese ver nada más allá, pero la única verdad era que James la había
querido con toda su alma y el corazón abierto. Decirle eso aquella tarde había
sido como manchar la amistad durante su infancia y los dos años llenos de luz
que habían pasado juntos.
En algún momento, entre recuerdos, se quedó dormido. Cuando despertó a la
mañana siguiente, bajó, se hizo un desayuno con un zumo de naranja y un par de
huevos revueltos y luego salió al exterior. Por suerte, Katie no estaba por allí y
tan solo vio a dos trabajadores antes de montar en su furgoneta y conducir hasta
un pueblo vecino para hablar con algunos de sus proveedores habituales. Como
era tarde cuando terminó las visitas de rigor, comió por allí con un amigo en una
cafetería que hacía esquina y, unas horas después, puso rumbo de nuevo hacia
Sound River.
Cuando llegó al rancho, todo estaba en calma y supuso que haría un par de
horas que Katie se habría marchado tras cumplir con su jornada de trabajo. Lo
cierto era que, aquel día, había evitado a propósito su presencia, porque bien
podría haber pospuesto la visita a los proveedores un par de semanas más.
Llamó a Amber a gritos cuando entró en casa, pero la mujer que se encargaba
del servicio le dijo que su hermana había salido media hora antes de que él
llegase. James pasó el resto de la tarde ordenando algunas tareas pendientes y,
después, se duchó, cenó y se dirigió hacia el local del pueblo a tomar una copa
para despejarse.
Se entretuvo al entrar porque un grupo de chicas a las que conocía lo
saludaron y le preguntaron qué tal le iba todo. Tras charlar un rato corto con
ellas, se dirigió hacia la barra y sus ojos rápidamente se fijaron en la cascada de
cabello rubio que caía por la espalda de la joven que estaba poniendo una
cerveza. James frunció el ceño, porque aquel pelo ondulado le resultaba familiar,
muy familiar, cosa que comprendió en cuanto ella se giró y se dirigió hacia otro
hombre sentado en la barra para darle su bebida.
James parpadeó confundido sin apartar los ojos de ella.
—¿Te sirvo algo? —preguntó Katie.
—¿Qué haces aquí? —gruñó él.
—Trabajando, como ves.
—No tiene gracia, Katie.
—Es que no estoy intentando ser graciosa —dijo—. ¿Quieres algo de beber o
no? Porque tengo a varios clientes esperando y un par de mesas que atender.
Él respiró profundamente, aunque algo en su interior se removió al darse
cuenta de que la chica que tenía frente a él, con el trapo en la mano apoyada
sobre la cadera, era la misma que recordaba: la Katie decidida e imprevisible.
—Un whisky —pidió secamente.
—Vaya, empiezas fuerte —se burló ella antes de servirle en un vaso y dejarlo
sobre la barra con más fuerza de lo necesario—. Cuidado, no te atragantes.
James iba a responder, pero ella desapareció de allí al salir tras la barra y
dirigirse hacia las mesas del fondo que todavía tenía que atender. Aunque a lo
largo de la noche fueron apareciendo algunos amigos con los que él pasó el rato,
fue incapaz de apartar la mirada de ella. Durante horas, sus ojos negros
estuvieron fijos en la chica que deambulaba de un lado a otro del local sirviendo
a los clientes.
Su hermana y Hollie aparecieron por allí poco más tarde y lo invitaron a
unirse a ellas en una mesa, pero él rechazó la oferta y se largó de allí sin decir
una palabra.


Era ya de madrugada cuando Katie terminó su primer día de trabajo. Había
sido agotador y se había equivocado tres veces al servir una copa, pero el dueño
era amable y no se lo había tenido en cuenta. Conforme fueron pasando las horas
dentro del local, ella empezó a sentirse más cómoda, especialmente cuando
James se levantó de su taburete, dejó un billete encima de la barra y se marchó
sin mirarla.
Katie intentó no fijarse en lo bien que le quedaban los pantalones vaqueros y
esa camiseta oscura que vestía y se ajustaba a sus hombros. Llevaba el pelo un
poco despeinado y, a pesar de que todavía era primavera, tenía el rostro
bronceado y una barba incipiente que comenzaba a cubrir su mentón masculino.
Ella intentó deshacerse de esos pensamientos, pero no pudo lograrlo porque,
cuando llegó hasta la cabaña de invitados en la que vivía y bajó de su viejo
coche, se encontró de nuevo con ese chico atractivo que le había robado el
corazón siendo apenas una niña. Estaba en su porche, sentado en los escalones
de madera y mirando el suelo pensativo, pero se puso en pie en cuanto la
escuchó llegar. Katie caminó decidida hacia su casa con la intención de que no
notase lo nerviosa que la ponía su inesperada visita. Buscó en su bolso las llaves,
en medio de la oscuridad del prado. A su alrededor, se escuchaban los grillos y el
viento que sacudía algunas ramas de los árboles.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
Él estaba junto a ella, mirándola desde arriba y respirando despacio.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿Hacer qué? —cuestionó.
—Ya lo sabes. Dejar el trabajo.
Katie se giró enfadada y se enfrentó a él tras conseguir encajar la llave en la
cerradura de la puerta y abrirla con un chasquido.
—¡Lo he dejado porque no quería deberte nada más! ¡Ni trabajar para alguien
que se dedica a humillarme delante de todo el pueblo! —exclamó—. Deberías
estar contento o celebrándolo en algún sitio. Ya no podré recoger mierda a todas
horas en el rancho, pero piensa que al menos te librarás de mi presencia por allí.
Ella se dio la vuelta y se metió en la casa a toda prisa, intentando huir de él,
pero antes de que pudiese cerrar la puerta, James entró tras ella, colándose en su
casa.
—No era cierto… —susurró con la voz rota.
Katie tragó saliva con fuerza.
—¿A qué te refieres?
—Lo que te dije ayer por la tarde.
—No hace falta que hagas esto, James…
—Joder, era mentira. —Se acercó peligrosamente a ella, hasta que las caderas
de Katie chocaron con la mesa del salón—. Fuiste importante para mí. Lo fuiste.
Ahora ya no, pero… en su momento…
No dijo nada más. En cambio, se inclinó hasta encontrar su boca y la besó. Sus
labios se acariciaron durante unos segundos con torpeza, hasta que Katie se
apartó.
—Esto es un error. No puedo.
Aunque quiero hacerlo, se dijo ella.
—El error es tener que verte cada día y, a pesar de todo el rencor, seguir
deseándote. El error es tenerte tan cerca… —Él se calló, su cuerpo tembloroso
estaba apoyado contra ella—. ¿Por qué has vuelto, Katie? ¿Por qué tenías que
removerlo todo?
Katie tembló ante esas palabras, porque lo último que quería era contarle que
había fracasado y que, después de tirar por la borda todo lo bueno que había
tenido en su vida, lo único que había conseguido habían sido un par de sesiones
de fotografías, algún contrato poco rentable y trabajar en más de diez cafeterías
de la gran ciudad.
Pero se vio tan incapaz de confesarle todo aquello… que terminó rodeándole
el cuello con los brazos y atrayendo de nuevo su rostro hacia ella. James
correspondió el beso con desesperación, como si necesitase beber de su sabor.
Hundió la lengua en su boca y los dos gimieron a la vez cuando se acariciaron en
un baile dulce.
James emitió un gruñido y la alzó para sentarla sobre la mesa que tenía a su
espalda. Katie le rodeó la cintura con las piernas sin dejar de besarlo. Ya no
podía pensar en nada más, solo en el tacto suave de su cabello entre sus dedos y
en la familiaridad de su cuerpo contra el tuyo. Lanzó un gritito cuando él metió
la mano debajo del vestido que llevaba y le acarició el muslo desnudo con la
palma masculina, recorriéndola con los dedos. Katie sintió que la piel se le ponía
de gallina y quiso llorar de felicidad al darse cuenta de que, pese a todo, hacía
años que no deseaba tanto a un hombre. Ninguno de los chicos con los que se
había acostado mientras vivía en Nueva York había despertado en ella esas ganas
y esa necesidad; siempre se había visto obligada a fingir más de lo que estaba
sintiendo, incluso cuando las caricias la dejaban fría y llena de desasosiego.
Con James todo era diferente, era más.
Sin pensar, mientras los dedos de él tocaban el borde de su ropa interior, ella
buscó el dobladillo de su camiseta y se la quitó por la cabeza. James respiró
entrecortadamente y su pecho subió y bajó a cada bocanada de aire que tomaba
sin dejar de mirarla desde arriba, manteniéndola tumbada sobre la mesa de
madera. Se mantuvo quieto mientras ella bajaba las manos hasta la hebilla de su
cinturón para desabrochárselo. El corazón le latía tan fuerte que apenas podía
escuchar nada más aparte de los latidos. Solo tenía ojos para ella. Solo podía
pensar en estar con ella.
Casi con desesperación, se quitaron el uno al otro la poca ropa que les
quedaba encima. Cuando la tuvo completamente desnuda frente a él, tumbada
sobre la mesa, James sintió un escalofrío trepando por su espalda. Deslizó las
manos por su cuerpo, como si estuviese recordando cada tramo de esa piel lisa y
suave que tantas veces había acariciado, y luego, con la mente nublada y tras
ponerse protección, se hundió en ella de una embestida. Katie dejó escapar un
gemido y se sujetó a sus hombros conforme él comenzaba a moverse más rápido
y más profundo. No dejó de hacerlo mientras alzaba la cabeza hacia ella y ponía
una mano sobre su mejilla para obligarla a mirarlo.
—Dime que has pensado en esto durante estos últimos ocho años…
—Lo pensaba. Muchas veces —admitió jadeante.
James estuvo a punto de terminar solo por escucharla decir aquello, confesar
que había pensado en él. Le sujetó el muslo sobre la mesa al tiempo que se
hundía en ella con más intensidad, notando cómo se retorcía de placer bajo su
cuerpo hasta alcanzar el clímax. Y cuando lo hizo, él se dejó llevar y se
abandonó al placer apretando la mandíbula con fuerza para evitar gemir su
nombre.
15


Katie observó confundida cómo James volvía a subirse los pantalones
vaqueros antes de buscar la camiseta negra que ella había tirado al suelo para
volver a ponérsela por la cabeza. Movida por un impulso, cogió el vestido que
todavía estaba a un lado de la mesa, arrugado, y se cubrió con él rápidamente.
Tenía la boca seca y el corazón todavía le latía acelerado después de lo que
acababa de ocurrir.
—¿Ya te marchas? —preguntó con un nudo en la garganta.
Él se mostró incómodo.
—Sí, será lo mejor.
—¿Después de esto?
—¿Qué esperabas? —Torció la boca—. Nada ha cambiado.
Ella se puso en pie y se enfrentó a él con furia.
—¡Lo cambia todo! —gritó.
—¿Qué pretendes?
—¡No lo sé! Pero al menos… deberíamos intentar volver a ser amigos.
Comportarnos como dos personas normales. Sé que te hice daño y lo siento
mucho, James. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo y no vas a sentirte
mejor por hacerme lo mismo.
James se quedó unos segundos en silencio, mirándola fijamente en la
oscuridad de la estancia casi sin respirar. Ella tenía razón, a pesar de todo el daño
y de todo el rencor del que no sabía cómo desprenderse, sabía que Katie tenía
razón.
—Está bien. Amigos. Y esto…
—Esto ha sido un desliz tonto —se apresuró a decir ella, temerosa de que ese
inesperado momento de paz se rompiese por ello.
Él asintió con la cabeza y la suspiró.
—Así que, mañana, no estarás en el rancho.
—No. —Ella rio—. Seguro que echarás de menos poder verme haciendo el
ridículo a tu alrededor, ¿no es cierto?
—Un poco —admitió y, luego, le mostró una sonrisa pequeña. Aunque el
gesto fue efímero, Katie se dio cuenta de que era la primera vez que lo veía
sonreír de verdad desde que había puesto un pie en Sound River semanas atrás.
—De todas formas, quizá me pase para hacerle una visita a Amber. Ahora no
entro a trabajar hasta las siete de la tarde y voy a estar muy aburrida por aquí.
James asintió con la cabeza y después se encaminó hacia la puerta a paso
lento. Antes de salir, se despidió de ella dándole un corto beso en la mejilla. Ya
en el coche, todavía aletargado por todo lo que acababa de suceder, supo que,
por mucho que intentase negarlo, ella seguía dentro de su piel, pero estaba
dispuesto a luchar para impedir que llegase más hondo y que volviese a
convertirse en una debilidad para él…


A la mañana siguiente, cuando despertó, Amber estaba esperándolo en la
cocina.
—¿Dónde estuviste ayer por la noche? —preguntó sin sutilezas.
Él cogió una manzana del frigorífico y le dio un mordisco.
—Con Katie, ¿algún problema?
—Sí, el problema es que quieres hacerle daño y eso es… —negó con la
cabeza—. Ni siquiera tengo palabras para describir lo que es. ¿Estás intentando
vengarte de ella o algo parecido? Porque me parece hasta demasiado retorcido
para venir de ti.
—¿Cómo puedes pensar algo así? —La miró cabreado.
—¿No fuiste tú el que la contrató como venganza?
—No es lo mismo. Vale, cuando la contraté quise ponérselo difícil, pero lo
hice porque sabía que necesitaba un trabajo. Y en cuanto a lo que ocurrió
anoche, no, no fue una venganza. Pero sigo sin confiar en ella, si es eso lo que te
interesa saber.
—¿Qué quieres decir con lo que ocurrió anoche? —preguntó Amber alarmada
—. Oh, no, déjalo, no quiero saberlo.
Él se echó a reír.
—Buena elección.
—¡Eres un idiota! —protestó dándole un codazo.
—Y tú una metomentodo —replicó James.
Amber se puso seria de repente.
—No es eso, sabes que no me gusta inmiscuirme en tus asuntos, pero es que,
por mucho que la odiase por haberse marchado, en el fondo también la he
echado mucho de menos. Era mi mejor amiga, James. No es difícil eliminar del
todo a una persona que ha sido tan importante durante tantos años, es como si
siempre quedase algún resto…
—Pues deja de preocuparte, porque ayer firmamos una tregua.
—¿Lo dices en serio? —preguntó esperanzada.
—Sí. Vamos a intentar ser… amigos.
—¡Eso es genial! —Amber lo abrazó.
James dejó que su hermana lo retuviese entre sus brazos durante un largo
minuto, pero no pudo evitar pensar que ojalá él pudiese perdonar y olvidar con la
misma facilidad que Amber. A pesar de todo, seguía teniendo sus dudas y un
malestar interno cada vez que pensaba en ella. No dejaba de preguntarse qué
ocurriría si mañana aparecía alguien por el pueblo dándole una oportunidad, ¿se
iría al día siguiente sin mirar atrás? Porque no era justo que Amber, Hollie, él y
todos los demás habitantes de Sound River le abriesen sus corazones si ella
pensaba volver a marcharse a toda prisa.
Y lo peor de todo era el recuerdo de su cuerpo bajo el suyo y sus gemidos
haciéndole cosquillas en la oreja mientras se hundía en ella una.
¿Cómo iba a poder no desearla cada vez la viese?
16


Katie limpió la casa y luego pasó buena parte de la mañana fuera, quitando
algunas malas hierbas que trepaban hacia el porche e intentando poner un poco
de orden, aunque había tanto trabajo por hacer que parecía imposible que fuese a
conseguir terminarlo nunca. Hacia el mediodía, tras comer algo rápido, estaba
tan aburrida que decidió acercarse caminando hacia el rancho de los Faith con la
esperanza de que Amber estuviese libre y pudiese tomarse con ella un café.
Mientras andaba hacia allí, recordó lo que había ocurrido la pasada noche con
James. Había sido… inesperado, pero también reconfortante porque, al menos,
ahora sabía que ella todavía era capaz de sentir algo entre los brazos de un
hombre; deseo, libertad y muchas más cosas que ni siquiera podía analizar.
Y a pesar de que ella anhelaba mucho más, le estaba agradecida solo por el
mero hecho de recordarle lo que era esa sensación de hormigueo y de sentirse
deseada.
Sintió un vuelco en el estómago cuando distinguió a lo lejos su figura. Estaba
a lomos de su caballo, un ejemplar de color marrón oscuro. En cuanto la vio, se
acercó a ella galopando a paso lento entre la hierba que crecía a sus anchas por el
terreno. Llevaba un sombrero y parecía feliz y sonriente.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados por culpa del sol.
—¿Dando un paseo? —preguntó James.
—Algo así. No tenía nada mejor que hacer.
—Haber venido antes. Siempre almuerzo solo.
—Para la próxima —contestó—. ¿Está Amber en casa?
—No, ha salido a comprar. Deberías usar el teléfono más o menudo.
—Odio este aparato —admitió tocándose el bolsillo del pantalón.
Él la miró desde arriba del caballo, sin soltar las riendas.
—Nadie diría que vienes de la gran ciudad.
—Puede que sea porque, en el fondo, no vengo de allí.
James le sonrió y luego bajó del caballo con un solo movimiento. Ahora que
Katie ya no tenía que ir al rancho para buscar a Amber, sencillamente se dejó
llevar y caminó por el prado sin ninguna dirección concreta. Él no hizo
preguntas ni intentó guiarla, tan solo se quedó a su lado, hablando con calma,
disfrutando del sol.
—¿Y había algo que te gustase de la gran ciudad?
—Algunas cosas. —Katie se encogió de hombros—. El helado de vainilla, por
ejemplo. Conocía un sitio en el que hacían un helado increíble, te habría
encantado.
—Lo dudo porque a mí no…
—Ya, no te gusta el de vainilla —se adelantó ella con una sonrisa—. Lo
recuerdo. Pero, confía en mí, el de chocolate era casi mejor.
James inspiró con fuerza al darse cuenta de que ella aún recordaba todas esas
cosas. El caballo avanzaba a su lado, cogido de las riendas, con pasos pausados.
—¿Y qué es lo que menos te gustó?
Mi vida allí, que era infeliz, deseó contestar, pero no lo hizo.
—Lavar la ropa. O el ruido.
—Suena soportable —dijo él.
—Sí, pero no era como esto.
—¿A qué te refieres? —Frunció el ceño.
Ella decidió que, por una vez, sería sincera en algo.
—No era así, tan libre todo, con tanto espacio verde —contestó abarcando su
alrededor con los brazos mientras giraba sobre sí misma. Él sonrió al verla bailar
sola en medio de la hierba—. Me gusta más esto. Me da más paz.
—Pareces tú. La Katie de siempre.
—Siempre lo he seguido siendo, James.
Él no contestó, aunque estuvo a punto de decir que lo dudaba, pero no quería
echar lecha al fuego ahora que por fin parecían poder estar hablando cinco
segundos en calma sin tirarse cosas en cara. Siguieron así un rato más,
caminando sin ninguna dirección y charlando. James le habló de la muerte de su
padre, que había sufrido un infarto al corazón durante la madrugada, y ella le
confesó que su vida en Nueva York no había sido tan idílica como seguramente
él pensaba. Cuando el sol comenzó a esconderse, Katie se despidió de él
diciéndole que lo mejor sería que regresase ya para cambiarse e irse a trabajar,
pero James insistió en acompañarla a casa caminando.
—Supongo que nos hemos puesto al día —comentó ella cuando, media hora
después, puso un pie en el primer escalón del porche.
Él sonrió y, al verla allí plantada delante de él, intentó no mirarla, pero
fracasó.
—Algo así. Es difícil resumir ocho años, aunque, como ves, mi vida no ha
cambiado demasiado durante ese tiempo.
Ella entrecerró los ojos.
—Yo creo que sí has cambiado.
—¿De veras? ¿En qué, exactamente?
—No lo sé, pero pareces diferente.
James se encogió de hombros, pero no contestó. Inclinó el ala del sombrero
antes de despedirse de ella y montar en el caballo. Katie lo vio marchar por el
camino de piedra que conducía al rancho. Solo al entrar en casa, se dio cuenta de
que tenía un nudo en el estómago, como si hubiese estado conteniendo la
respiración durante todo el tiempo mientras paseaba a su lado. ¿A quién quería
engañar? Estar con James cerca nunca sería tan fácil como hacerlo junto a un
amigo. Estar con James era mucho más complicado y caótico, porque él
despertaba en ella esos sentimientos que llevaban tanto tiempo dormidos y, en
una parte de su interior, Katie deseaba liberarlos y dejarlos salir.
17


Katie limpió la barra por cuarta vez y eso que solo hacía una hora que el bar
había abierto, pero los clientes no eran precisamente cuidadosos. Amber estaba
sentada junto a Hollie en el taburete de enfrente y las dos le hacían compañía
hasta que el sitio se empezase a llenar más entrada la noche, cuando acudían la
mayoría de los jóvenes del pueblo y de algunas zonas más pequeñas de los
alrededores.
—Así que habéis hecho las paces —dijo Amber.
—Me alegro mucho por vosotros. —Hollie sonrió.
—No ha sido exactamente como hacer las paces. Es más bien una tregua,
volver a ser amigos. No creo que él vaya a perdonarme nunca lo que le hice
como pareja, pero al menos podemos comportarnos como dos personas normales
y civilizadas.
—¿Sin tensiones? —preguntó Hollie.
—Más o menos. Imagino que con el tiempo…
—Sí, eso es. Apenas hace un mes que llegaste, las cosas se irán calmando
poco a poco, ya lo verás —dijo Amber sonriente—. Además, ya va siendo hora
de que mi hermano lo supere. Entiendo que le dolió, pero eráis jóvenes, casi
unos niños, ¿quién en su sano juicio se compromete hoy en día a los diecinueve
años? —Negó con la cabeza.
Pero hubo algo en esa frase que llamó la atención de Katie, que se giró tras
servirle una cerveza a un cliente que estaba en el otro extremo de la barra. Se
acercó a las chicas.
—¿Comprometerse? —preguntó confundida.
Amber arqueó las cejas con suavidad.
—¿Acaso no lo estabais?
—Oh, Dios mío… —susurró Hollie.
—Necesito que seas más específica —le pidió Katie al sentir que se quedaba
sin aire en los pulmones viendo el rostro contrariado de Hollie.
—Os ibais a casar, ¿no es cierto? —Amber la miró ceñuda—. Dos semanas
antes de que te fueses, yo misma acompañé a mi hermano a la ciudad para ir a
buscarte un anillo de compromiso. ¿No llegó a pedirte matrimonio?
Katie sintió que le temblaban las rodillas.
Recordó de repente una conversación a la que no le había dado importancia,
cuando unos días antes de su huida él le había pedido que el próximo sábado no
fuesen al cumpleaños de una antigua compañera del instituto y que cenasen ellos
dos solos junto al río. Y ella le había dicho que sí, aunque por aquel entonces ya
se sentía inquieta.
Se sujetó a la barra para sostenerse en pie.
—Iba a pedirme… a pedirme que me casase con él —gimió.
—Sí. Nosotras pensábamos que lo había hecho —aclaró Amber mirando a
Hollie—. Lo di por supuesto. Nunca pude hablar con calma con él después de
que te marchases. Se encerró mucho en sí mismo y fue complicado…
Amber dejó de hablar de golpe, en cuanto vio a su hermano entrar con un
andar despreocupado en el local. Llevaba el cabello oscuro algo despeinado y
vestía unos vaqueros cómodos y una camiseta que se ajustaba a su fuerte pecho.
Katie notó que se le secaba la boca al verlo tan guapo mientras avanzaba por el
pasillo y sintió el tonto impulso de querer tocarlo de nuevo o viajar atrás en el
tiempo para deshacer todo lo que había ocurrido. Su marido… hoy en día James
Faith sería su marido si ella no hubiese escapado de allí como una cobarde
incapaz de pedir ayuda por orgullo.
Lo saludó con nerviosismo.
Hollie y Amber intentaron disimular que estaban hablando de él un minuto
atrás y rápidamente comenzaron a charlar sobre el instituto en el que Hollie
trabajaba.
—Rubia —la llamó James bromeando—. ¿Me pones una cerveza?
Ella sonrió, a pesar de lo nerviosa que estaba, y le sirvió la bebida.
Pasada media hora, había dos chicas alrededor de él, riendo casi cada vez que
abría la boca e intentando desplegar todos sus encantados. Eran de un pueblo
cercano que habían venido a divertirse y a Katie le resultaron irritantes sus voces
agudas.
—¿En qué trabajas para estar tan en forma? —preguntó una de ellas.
—¿Vives aquí en Sound River? —se interesó la otra.
Katie no pudo evitar fijarse en cómo los tres se alejaban hacia una de las
mesas del fondo, justo la que estaba más hacia la derecha y tenía un tabique
delante que le impedía verla bien. Mejor para mí, pensó, porque si seguía
pendiente de cada uno de sus movimientos terminaría rompiendo alguna copa o
volviéndose loca.
Y así fue avanzando el resto de la semana. Los días eran tranquilos al no ser
viernes ni sábado y no acudía demasiada gente al local, así que trabajar le
resultaba fácil. Por las noches, cuando llegaba a casa, Katie se tumbaba en la
cama y le venía a la cabeza la imagen de James en una tienda, eligiendo un
anillo para ella, solo para ella, entre los muchos que habría en el escaparate. A
Katie nunca le habían gustado las joyas, pero el jueves por la noche se dio cuenta
de que le habría encantado llevar el anillo que James hubiese elegido para ella,
como un acto de amor, de compromiso.
Le dolía pensar en todo lo que había dejado atrás.
Quizá por eso, el viernes al mediodía, cuando quedó con las chicas a merendar
en la cafetería que solían frecuentar, estaba desganada y triste. Algo que no me
mejoró cuando, al sentarse junto a ellas, notó que las mujeres que estaban en la
mesa de al lado empezaban a cuchichear entre ellas. Puso los ojos en blanco.
—Alegra esa cara —pidió Hollie.
—Estoy cansada de que todo el pueblo empiece a hablar de mí cada vez que
entro en cualquier sitio —se quejó—. ¿Hasta cuándo durará? Ya llevo un mes
aquí. El otro día, cuando fui a la panadería, se hizo un silencio tan sepulcral que
pensé que me había equivocado de sitio y estaba en un velatorio.
—En Sound River no hay nada mejor que hacer, la gente se aburre mucho y
les encantan los chismes —dijo Amber—. ¿Qué tal con mi hermano? Ayer
intenté enterarme de algo y no me dejó ni acabar la frase antes de pedirme que
me metiese en mis asuntos.
Katie sonrió. La verdad era que James siempre había sido un poco reservado,
aunque ahora lo era todavía más, pero ya desde joven era poco dado a hablar de
cosas personajes y prefería actuar antes que usar las palabras, porque se le daba
mejor.
Esa semana él había ido dos veces a su casa durante la hora del almuerzo y
habían comido juntos, sin hablar demasiado, pero tranquilos. El segundo día, él
había fijado la mirada en la mesa de madera sobre la que le había hecho el amor
aquella noche en la que los dos se dejaron llevar y luego, mostrándose
incómodo, le había dicho que tenía que irse. Katie aún lo conocía lo suficiente
como para saber qué estaba pasando por su cabeza en cada momento.
Seguramente, se arrepentía de ese instante de debilidad. Ella, en cambio,
pensaba que era lo mejor que le había pasado en los últimos años, porque había
sido como un regalo antes de la despedida definitiva, un último recuerdo de él
que llevaría para siempre en su memoria y que podría rescatar cuando quisiese.
—Bien, normal. Creo que está intentándolo.
De pronto, Amber levantó la mirada con pesar.
—Mierda, ahí viene Don Idiota.
—En realidad, se llama Ezra —le susurró Hollie a Katie, que no parecía
enterarse de lo que estaba ocurriendo hasta que siguió la vista de las otras dos.
El chico que entraba por la puerta tenía el cabello castaño y los ojos de un azul
tan impresionante que se distinguía a varios metros de distancia. Sin embargo, su
semblante era serio y un poco hostil, como si estuviese enfadado con el mundo
que lo rodeaba. Como para demostrarlo, en cuanto distinguió a Amber al otro
lado de la cafetería, frunció el ceño. Ella, sin pensárselo dos veces, alzó la mano
y le mostró el dedo corazón.
Katie y Hollie estallaron en carcajadas.
El tal Ezra hizo una mueca de disgusto.
Luego, se acercó a la barra, pidió un café para llevar y salió de allí a toda
prisa.
—Lo digo en serio, se gustan —repitió Hollie sonriente.
—Creo que no entiendes bien el verbo gustar —replicó Amber.
—Hay química —apoyó Katie—. Vamos, no me digas que no te pone a tono.
—¿Y a quién no? Es muy… atractivo —dijo lentamente, como si le costase
pronunciar una palabra positiva en lo referente a él—. Pero no lo aguanto. Si
tanto te gusta a ti, Hollie, deberías intentar tener algo con él. Puede que Ezra te
saque de tu bloqueo.
—No, no es mi tipo. No me van los chicos malos.
—Eso dicen todas antes de probarlos —contestó Amber y las tres se echaron a
reír de nuevo consiguiendo que las mujeres de al lado levantasen miradas
reprobatorias hacia ellas. Amber se giró cabreada—. ¿Ustedes qué miran? Por si
tienen tanta curiosidad, sí, esta chica rubia de aquí es Katie Wilson. Y sí,
también volvemos a ser amigas. Ya pueden seguir cuchicheando sobre otras
personas.
—¡Qué modales! —exclamó una de ellas.
—¡Menuda chica tan descarada!
Amber puso los ojos en blanco y las ignoró.
Katie le dirigió una mirada agradecida desde el otro lado de la mesa.
18


El local estaba lleno de gente el viernes por la noche. Katie apenas tenía un
segundo libre entre tantos pedidos y, además, varios jóvenes que estaban
alrededor de la barra intentaban coquetear con ella a la menor oportunidad, así
que tenía que hacer el esfuerzo de ser simpática a pesar de desear darles un
puñetazo en la cara.
¿Acaso no se daban cuenta de lo ocupada que estaba en esos momentos?
—Gracias, preciosa —dijo uno cuando le sirvió su copa—. ¿Qué tiene que
hacer un chico como yo para conseguir tu número de teléfono? Porque estoy
dispuesto a cualquier cosa que me pidas —agregó.
—Lo que tiene que hacer es cerrar la boca si no quiere buscarse problemas —
respondió una voz a su espalda. Una voz que pertenecía a James Faith.
Katie quiso agradecerle el gesto, pero no era lo más apropiado para su trabajo.
—No te preocupes, yo me encargo —le dijo.
James asintió a duras penas y se alejó con incomodidad.
Intentó pensar en otra cosa durante toda la noche, pero era incapaz de no darse
cuenta de cómo la miraban los tíos que estaban a su alrededor. Cuando salió tras
la barra para servir una mesa y uno de ellos intentó darle una palmada en el
trasero, James estuvo a punto de ir allí y liarse a puñetazos con él, cosa que
habría ocurrido si ella no hubiese esquivado la mano tras lanzarle una mirada
feroz al chico. Le gustaba verla así, con ese carácter fuerte que siempre había
tenido y esa sonrisa inmensa.
Enfadado consigo mismo, dedicó el resto de la noche a conocer a una chica de
un pueblo cercano que no dejaba de hablar sobre su negocio de peluquería,
aunque a él le interesaba bien poco. Nada que ver con lo que ocurría cuando
estaba con Katie. Con ella podía ser él mismo y no hablar si no tenía ganas de
hacerlo, por ejemplo, como había ocurrido durante el último día que habían
almorzado juntos. O, todo lo contrario, contarle cualquier cosa que le interesase,
como los avances del rancho o lo primero que se le pasase con la cabeza. En
cambio, con la mayoría de las mujeres que conocía para pasar una sola noche y
no pensar en nada, era incapaz de relajarse y solo deseaba que la charla
terminase cuanto antes por lo incómodo que lo hacía sentir.
—Creo que, si pintase la pared de color rosa, quedaría mejor.
—Seguro que sí —contestó él sin interés.
—O verde manzana, ¿qué opinas tú?
—No sabría decirte, los dos colores están bien.
—Eso es trampa, tienes que decidirte por uno.
James hizo un esfuerzo para no poner los ojos en blanco y, por suerte, su
hermana y Hollie aparecieron a su lado, sacándolo de aquel lío. La chica le dijo
que volvería en un momento porque necesitaba ir al servicio.
Amber apoyó una mano en su hombro.
—Vaya, veo que últimamente te falta tiempo para pasar el rato con cualquier
desconocida. Nunca te había visto tan interesado.
—Eso es porque no te cuento mi vida.
—O porque estás desesperado.
—Deja de decir idioteces.
James se alejó de su hermana y se perdió entre la gente que bailaba animada
en medio de la pista del local. Entonces, se dio cuenta de la mirada cariñosa que
Tom, el jefe del lugar, le dedicaba a Katie mientras los dos hablaban tras la barra
y él señalaba unas copas. James sabía qué era lo que significa esa mirada, porque
él mismo la había tenido más de una vez ante el rostro de esa misma chica.
Sacudió la cabeza y se enfadó por fijarse en aquello, porque no era de su
incumbencia y ni debería importarle.


A la mañana siguiente, Katie se despertó tardé y estuvo un rato dando vueltas
en la cama, sin ganas de levantarse. Pensó en cómo era su vida ahora y se dio
cuenta de que estaba agradecida pues, a pesar de que no todo era tal y como ella
hubiese deseado, se sentía mucho más feliz que cuando vivía en Nueva York.
Allí tenía a Amber y a Hollie, y un trabajo que no estaba nada mal, y su
alrededor le resultaba familiar.
Luego estaba él, James.
Verlo cada noche coqueteando con una chica diferente se estaba convirtiendo
en un suplicio para ella. Quizá por eso, o porque de repente le entraron ganas de
pasar un rato con él como en los viejos tiempos, se levantó, se vistió y se
encaminó hacia el rancho. Tal como había esperado, él estaba en las cuadras, con
los caballos. Ella entró sin hacer ruido, con las manos en la espalda, y lo saludó
tímidamente.
—Buenos días —dijo.
James se sorprendió al verla.
—¿Qué te trae por aquí?
—Quería… ver a Amber… —empezó a decir, pero luego sacudió la cabeza y
decidió ser sincera—. En realidad, quería verte a ti. Pensé que, ahora que somos
amigos, podríamos pasar un rato juntos. Como en los viejos tiempos.
—Como en los viejos tiempos —repitió él lentamente, como si estuviese
valorando esas palabras antes de dar una respuesta. Alzó una ceja en alto—. ¿Te
apetece montar?
Ella sonrió y poco después los dos estaban a lomos de los caballos avanzando
por el prado verde que se extendía frente a ellos. Hablaron poco, tan solo dejaron
que el viento de la primavera les acariciase sin dejar de cabalgar y de disfrutar de
la sensación de libertad y tranquilidad, sin ni un alma alrededor, tan solo
naturaleza y silencio.
Pasado un rato, casi a trote, llegaron hasta el tramo de río que dividía en dos el
Condado. Katie tiró de las riendas para obligar al caballo a ir más despacio y
contempló aquel prado en el que los dos habían pasado tantas horas durante su
juventud. James pareció entender en qué estaba pensando ella, porque con un
movimiento ágil bajó de su caballo y lo guio hasta una zona en la que crecía la
hierba para que comiese un rato. Ella hizo lo mismo.
—Quizá… no deberíamos haber parado aquí —se atrevió a decir.
—¿Tanto te afecta? —preguntó él.
La luz del sol se reflejaba en sus ojos oscuros y ella pensó que, en todos los
años que había estado en la gran ciudad acudiendo a fiestas llenas de hombres
imponentes, jamás había conocido a uno que fuese tan atractivo como James.
—No. O sí. No lo sé, pero creo que hay muchos otros lugares que…
—¿Por qué te fuiste? —La cortó él de repente.
—¿Para qué quieres saberlo?
James expulsó el aire que contenía. Luego, con los nervios a flor de piel,
comenzó a caminar de un sitio a otro y se revolvió el pelo con la mano. Volvió a
mirarla.
—Tienes razón, olvídalo.
Katie intentó que no notase su decepción.
Ella todavía no le había contado a nadie la verdad, pero si lo hacía quería
saber que la otra persona estaba dispuesta a comprenderla sin juzgarla. Si James
le hubiese dicho que quería entenderla, o cualquier otra razón que Katie
valorase, se lo habría confesado.
Ninguno dijo nada más mientras se sentaban en el claro, frente al río, y se
quedaban allí contemplando el agua correr. Entonces, Katie rompió en silencio.
—La vida en Nueva York no fue como me imaginaba —admitió.
—¿Y qué era lo que imaginabas? Porque nunca me lo dijiste.
—Imaginaba que sería independiente.
James la miró ceñudo.
—No te entiendo.
—Yo quería poder ganar mi propio dinero y no tener que depender de otra
persona. Puede que sea difícil de entender, pero necesitaba librar mis propias
batallas y al final… fracasé. Llegué aquí con un par de billetes en el bolsillo y
ese viejo coche que temía que me dejase tirada a medio camino y me di cuenta
de que seguía siendo la misma persona que se marchó de aquí, una chica tonta y
sin futuro.
—Joder, no digas eso, Katie.
—Es la verdad, James. —Ella lo miró con los ojos húmedos, sin esconderse
—. Probé y volví a fallar. Amber y tú siempre fuisteis fuertes, con mucho
carácter, no necesitabais que nadie os defendiese. Y Hollie era y es brillante, tan
inteligente y empática que a veces me da miedo. Pero yo… yo no era nadie.
—Si no cierras la boca… —James iba a decir que él mismo encontraría otras
formas de cerrársela, como dándole un beso, que era lo único en lo que podía
pensar en esos momentos, pero terminó calmándose y tan solo le rodeó la
espalda con un brazo y la atrajo con suavidad hacia su pecho—. No vuelvas a
decir algo así. Tú eras la estrella, y no por lo que estás pensando, sino porque
tenías el don de entrar en una habitación y conseguir iluminarla solo con tu
presencia. Cuando te fuiste, se fue también una parte de la alegría. Y también
eras valiente, arriesgada y decidida. Me encantaba eso de ti.
Ella aspiró el olor de James, con la cabeza todavía apoyada en su pecho firme.
—¿De verdad pensabas eso de mí? —preguntó a media voz.
—Lo pensaba… y lo pienso —confesó.
Katie no respondió a aquello, pero le estaba tan agradecida que le entraron
más ganas de llorar. Consiguió controlar las emociones que pugnaban por salir y
cuando volvieron a levantarse y a montar los caballos, ella ya era de nuevo la
misma de siempre, con esa máscara que la protegía para no parecer débil delante
de los demás.
Cabalgaron hasta el rancho y, una vez llegaron, él le dijo que tenía que irse a
atender unos asuntos de trabajo, pero que esa noche se verían en el local
mientras ella trabajase. Katie asintió con la cabeza y antes de verlo marchar,
gritó tras él:
—James, gracias. Gracias por todo.
19


El local volvió a llenarse hasta los topes al ser sábado noche. A las once, Katie
todavía no había visto a ninguno de sus amigos, porque estaba demasiado
ocupada tras la barra sirviendo bebidas y preparando copas. En cambio, James sí
la había visto a ella. Es más, no había hecho otra cosa desde que había llegado
hasta ahí. Era incapaz de apartar los ojos de ella o de lo cómoda que se mostraba
con su jefe, Tom Jenson. Cada vez que hablaban algo entre ellos cuando se
cruzaban tras la barra, ella sonreía y lo hacía de esa manera natural y sincera con
la que solía sonreírle a él tiempo atrás.
Con los puños apretados, se obligó a calmarse antes de acercarse a la barra
para pedir una cerveza. A Katie se le iluminó la mirada al verlo; esa misma
mañana habían cabalgado juntos, codo con codo, y James se había sorprendido
al descubrir lo que ella pensaba de sí misma, porque era una imagen muy alejada
a lo que él imaginaba.
—Ahora mismo te la sirvo, ¿algo más?
—No lo sé, ¿tú estás en la carta?
Katie alzó una ceja y lo miró divertida.
—¿Te has levantado bromista de la siesta?
Él apoyó el brazo en la barra y le dio un trago a la cerveza antes de contestar.
—Algo así. ¿A qué hora terminas de trabajar?
—Hoy saldré tarde —contestó ella—. Le prometí a Tom que le ayudaría con
el inventario, así que me quedaré un rato después de cerrar.
James apretó la cerveza con fuerza para evitar hacer o decir ninguna tontería,
pero al final su impulsividad habló por él.
—Vaya, veo que habéis congeniado bien.
—Es agradable que alguien en este pueblo no me juzgue, sí —admitió ella.
Giró la cabeza cuando la llamaron un par de clientes—. Perdona, tengo que
atenderles. Luego hablamos, James. —Aunque se despidió de él con una sonrisa,
eso no lo tranquilizó.
Por primera vez sintió la duda debatiéndose en su pecho. No supo por qué,
pero tuvo el impulso de retenerla y no dejar que se marchase, quería pedirle que
se quedase allí con él, como habían estado esa misma mañana, como si nada
malo hubiese ocurrido nunca entre ellos. Pero como no era cierto, James se
concentró durante el resto de la noche en intentar ignorar cómo Tom le rozaba la
mano a Katie cada vez que pasaba por su lado o le tendía un trapo para limpiar la
barra. Junto a algunos amigos que aparecieron por allí, hizo un esfuerzo por
divertirse. Así que, cuando su hermana llegó más tarde, disfrutó con Hollie y ella
en medio de la pista y, cuando una hora después se levantó de la mesa de unos
colegas en la que se había sentado, se dio cuenta de que iba un poco borracho.
Estaba lo suficiente bien como para no necesitar ayuda, pero era cierto que
notaba su cuerpo relajado y le importaba bien poco cualquier cosa que pudiese
ocurrir a su alrededor en esos momentos. Puede que, por eso, cuando vio que
Tom le susurraba algo al oído antes de que Katie saliese tras la barra hacia el
pequeño almacén, decidiese seguirla sin pararse a pensar más de dos veces en lo
que estaba a punto de hacer.
Katie se dio la vuelta en cuanto la puerta a su espalda se cerró y, al ver allí a
James, en aquella habitación diminuta llena de cajas de refrescos y otras bebidas,
se llevó una mano al pecho.
—¡Qué susto me has dado! ¿Qué estás haciendo aquí, James? —preguntó y,
como él no contestó, lo miró por encima del hombro tras bajar una de las cajas
—. Ahora sí que estás empezando a asustarme, ¿qué es lo que te pasa…?
Pero no tuvo tiempo de terminar la pregunta.
James se inclinó hacia ella y la besó. Sus labios chocaron y él la alzó y la
sostuvo contra su cuerpo pegándola a la pared del almacén. Le acarició la mejilla
con una mano mientras se apretaba todo lo posible a ella, luchando por contener
las ganas que tenía de quitarle la ropa allí mismo y saciar el hambre que
despertaba en él. Gimió su nombre antes de dejar una línea de besos por su
cuello y volver a besarla. Katie se separó con suavidad.
—¿Por qué haces esto…?
—Porque te deseo. Mucho.
Solo deseo, se repitió ella, nada de te quiero.
—No puedo, no podemos.
Él dio un paso atrás, soltándola.
—¿Es por él? —preguntó tenso.
—No sé ni de quién estás hablando.
—Tom, tu jefe. He visto cómo te mira.
—Te estás equivocando, James —le advirtió.
—Si tantas ganas tenías de tener a un hombre en la cama, solo tendrías que
habérmelo dicho. Eso puedo dártelo —dijo burlón y ella se contuvo para no
darle una bofetada.
—Voy a olvidar esto porque sé que estás borracho, pero eres un idiota.
Se giró para salir del almacén, pero él la retuvo.
—¿Por qué? ¿Por qué me dejaste? —preguntó de repente—. ¿Qué es lo que
hice mal? Dímelo. Dime qué fue lo que no te di.
Ella alzó la mirada para evitar llorar.
—Me lo diste todo, James.
—Está visto que no fue así.
—La culpa fue mía, ¿vale? Me equivoqué.
Él sacudió al cabeza, sin saber qué más decir, y de pronto el alcohol dejó de
ser algo que lo impulsase y se convirtió en decaimiento y ganas de marcharse de
allí y perderla de vista. La soltó, dejando que se marchase. Una vez se quedó
solo en el almacén, se sentó en una de las cajas con la cabeza entre las piernas,
preguntándose cómo iba a poder seguir con su vida normal teniéndola allí a
todos los días, a todas horas…
Era imposible. Totalmente imposible.
Y por eso tomó una decisión.
20


El domingo, Katie se despertó con dolor de cabeza, así que se tomó una
aspirina tras terminarse del desayuno y se tumbó en el sofá, donde pasó el resto
de la mañana con los ojos cerrados, pensando en todo lo que James había dicho
la noche anterior. Ella nunca había imaginado que él se sentiría todavía tan
inseguro con respecto a lo que había ocurrido, aunque podía entenderlo. James
había sido el chico de oro del pueblo y el más popular de su curso y quizá no
estaba acostumbrado al rechazo. Puede que eso hiciese que su marcha fuese un
doble golpe para él, por una parte, haberla perdido y por otra parte mirarse a sí
mismo y empezar a preguntarse por sus carencias.
Estaba anocheciendo cuando llamaron a la puerta.
Katie esperaba ver ahí a Amber o a Hollie, a pesar de que habían quedado en
encontrarse el lunes al mediodía para tomar café, pero se topó con James.
—He traído la cena —dijo antes de colarse en su casa sin que a ella le diese
tiempo a invitarlo a entrar—. ¿Te siguen gustando las patatas con zanahoria?
—Aún son mis preferidas —admitió.
—Menos mal —sonrió y sacó dos platos del armario.
—¿Qué estás haciendo, James?
—Cenar contigo, ¿no te apetece?
—Sí, pero…
—Pensaba que éramos amigos.
—Y lo somos, claro. Es solo que no te esperaba por aquí —dijo cogiendo dos
vasos y llevándolos a la mesa. Le tembló la mano al dejarlos allí al darse cuenta
de que, en esa misma mesa, semanas atrás, le había hecho el amor.
—He pasado por la casa de comida para llevar, he visto estas patatas y… me
he acordado de ti —contestó como toda explicación.
Katie no quiso decir nada más y se sentó a la mesa frente a él. Los dos se
sirvieron en sus platos y cenaron mirándose el uno al otro en el silencio del
comedor. La tensión parecía ser palpable a su alrededor, como si se pudiese
cazar, y tanto él como ella eran muy conscientes de esa sensación que flotaba en
el ambiente.
—Están muy ricas las patatas —admitió Katie.
—Recuerdo que querías comer esto a todas horas… —dijo James negando
con la cabeza—. ¿Qué persona en su sano juicio se pierde por un trozo de
zanahoria?
—Me encantan. —Katie se encogió de hombros.
—Siempre tuviste un punto raro.
—Pues a ti parecía gustarte —atacó ella.
—Sí, y no sabes cuánto —replicó divertido.
Al terminar, ella se levantó con un suspiro y dejó los platos en la pila. Cuando
se giró, él estaba delante y un segundo después la tenía arrinconada contra la
encimera con una mano a cada lado. Katie respiró hondo al sentir su aliento.
—En realidad, venía a proponerte algo. Pero pensé que sería mejor decírtelo al
terminar de cenar, porque no quería que te atragantases —bromeó.
—¿De qué se trata? —preguntó ella intentando esconder su nerviosismo, pero
lo cierto era que el corazón le latía a toda velocidad y temía que él lo escuchase.
—Se trata de ti y de mí y de dejar que las cosas fluyan.
Los latidos se Katie se tornaron más y más fuertes.
—¿Quieres que volvamos juntos? —preguntó con un hilo de voz, pero en
seguida vio que se había equivocado, porque la expresión de él era fría.
Quiso que la tierra se abriese bajo sus pies y se la tragase.
—Quiero que volvamos a divertirnos juntos, para ser más exactos.
—No sé si te estoy entendiendo.
—Claro que sí. Me refiero a esto… —dijo alzando la mano hasta su pecho—.
O a esto… —siguió mientras bajaba por su estómago—. Los dos nos deseamos,
¿por qué estar con otras personas si podemos pasárnoslo bien entre nosotros?
Un pensamiento con mucha lógica, se dijo Katie, pero pronto supo que no era
tan fácil, porque entre ellos siempre quedaría ese resquicio de lo que habían
vivido. Recordó lo que Amber y Hollie le habían contado la semana anterior y
sintió un escalofrío.
—Sería complicado…
—Dime que no me deseas.
No podía decírselo y él lo sabía.
Los labios de James se perdieron en su cuello hasta llegar a su boca y Katie no
logró contener el temblor de su cuerpo en respuesta a aquel beso. Cerró los ojos
y solo los abrió cuando él se apartó de repente con una sonrisa satisfecha en la
cara.
—Quizá… podría funcionar… —admitió, porque no soportaba más las ganas
que tenía de tocarlo—. Pero a cambio de algo. Una respuesta.
—¿Una respuesta? —Frunció el ceño.
—Sí, a una pregunta, claro.
—Lo he entendido —dijo antes de succionarle el labio inferior y de hacerla
gemir en su boca. Sus pupilas negras se dilataron aún más mientras sus manos
masculinas comenzaban a recorrerle el cuerpo de arriba abajo—. Cuanto antes
me hagas esa pregunta, casi mejor, porque no puedo dejar de tocarte…
Katie cogió aire para prepararse.
—¿Ibas a pedirme matrimonio?
—¿Qué? —James la soltó de golpe.
—Me enteré hace unos días —explicó.
Él pensó en negarlo todo. De repente, volvió a ser ese crío iluso eligiendo un
anillo entre los cientos que había tras aquel escaparate de cristal, pensando en
cuál de todos esos sería perfecto para ella después de darle algún retoque
personal.
Al volver a la realidad, una máscara cubrió sus facciones.
—Sí, iba a hacerlo. Quería pedirte que te casases conmigo. Era un idiota.
—No, no lo eras. James, lo siento mucho.
—Olvídalo. Ya tienes tu respuesta. Y ahora…
Ella posó las manos en su pecho, parándolo.
—Espera. ¿Y qué hiciste con el anillo?
Él enarcó las cejas, asombrado por la pregunta.
—Lo tiré —contestó secamente.
Katie lo miró horrorizada.
—¿Lo tiraste? ¿Tiraste el anillo?
—Sí, ¿por qué te sorprende?
—No sé, podrías haberlo devuelto.
James se puso serio y la sujetó de la barbilla para obligarla a mirarlo.
—Escúchame bien, ese anillo iba a ser tuyo o de nadie.
—¿Qué significa eso?
—Lo hice por encargo. Lo elegí yo y no quería que ninguna otra persona lo
tuviese. Y ahora vamos a parar de hablar, porque necesito esto… —añadió antes
de robarle un beso.
Y luego todo se resumió en ver quién conseguía quitarle la ropa al otro más
rápido. James la despojó de los pantalones y la camiseta antes de cargarla en
brazos y llevarla hasta la habitación para dejarla sobre la cama. Una vez allí, se
tumbó sobre ella y la besó por todas partes hasta que no quedó ni un tramo de
piel que no hubiese estado en contacto con sus labios, llevándola al límite con
apenas un roce de su lengua antes de hundirse en ella y volver a recordarle por
qué, algún día, años atrás, fueron la pareja perfecta.
21


Katie removió su café, aunque el azúcar se había disuelto hacía un rato, y
escuchó atentamente los consejos de sus amigas que no dejaban de repetirle ten
cuidado, o ni se te ocurra pillarte por él, o espero que sepas lo que estás
haciendo. Cuando la verdad era que ella no lo tenía aún demasiado claro. Era
viernes por la tarde y las tres habían acudido a su cita de rigor en la cafetería,
justo después de comer. Durante esa semana, tras lo que ocurrió el domingo
entre ellos, solo había visto a James otro día más, el martes, y el encuentro entre
ellos fue corto, aunque placentero. Él le había asegurado que esa semana estaba
un poco ocupado por cuestiones de trabajo y ella no había querido preguntarle
nada más porque, según sus normas, su relación ahora era tan solo una amistad
con, por lo visto, derecho a roce. En resumen, y tal como había dicho Amber en
cuanto se lo había contado, un suicidio emocional en toda regla.
—¡Deja de poner esa cara de lela! ¡Mirándote, cualquier diría que ya estás
enamorada hasta las trancas! —se quejó Amber.
—No digas tonterías.
—Espero que estés segura de lo que haces —dijo Hollie, que casi nunca solía
meterse en asuntos ajenos. Ese día, la chica llevaba el cabello recogido con un
pasador con forma de hoja y el pelo suelto caía sobre sus hombros. Katie no
podía entender cómo era posible que ningún hombre hubiese visto todavía todo
el potencial y la belleza que había en ella.
—Lo tengo todo controlado —contestó como un autómata—. Y, por cierto, ahí
llega tu hombre. Tenéis razón, es guapísimo.
Ezra desvió la mirada hacia la mesa en la que ellas estaban en cuanto las vio y
luego la apartó con un gesto hosco y de desagrado. Amber se encendió de
inmediato.
—¿Quién se ha creído que es para mirarnos así?
—Tampoco es para tanto —añadió Hollie.
—¿¡Qué no es para tanto!? ¡Pero si se comporta como si le debiésemos la
vida! Es más, pienso aclarar este asunto de una vez por todas. Ahora vuelvo.
Y dicho aquello y dejándolas alucinadas, se levantó de la mesa y, cuando él
salió de la cafetería, lo siguió por la acera llamándolo a voz de grito.
—¡Eh, tú, Don Idiota! —exclamó—. Sí, te digo a ti.
Ezra la miró sorprendido, con el café todavía en la mano.
—¿Estás hablando conmigo? —preguntó.
—¿Y con quién si no? Ya va siendo hora de que alguien te aclare que no eres
el rey del mundo y que es innecesario que parezca que estás oliendo mierda cada
vez que te cruzas conmigo. Solo te tiré un café. Uno. Y fue sin querer —dijo
hablando alto y claro.
—Entiendo… —Él la miró de los pies a la cabeza, deteniéndose en las caderas
y en el bonito top naranja que vestía y que resaltaba su bronceado. Dio un paso
hacia ella, intimidándola con su mirada azul—. Entonces, supongo que esto no te
molestará demasiado —dijo justo antes de vaciarle el café encima.
—¡MALDITO SEAS! —Amber gritó y se apartó hacia atrás dando un salto.
Tenía el top naranja empapado de café y apenas podía respirar de la rabia que
la invadía en esos momentos. Él se quedó delante, mirándola con una sonrisa
pretenciosa en los labios.
—¡Ups, fue sin querer! —se burló—. La próxima vez piensa bien lo que dices
antes de abrir la boca, cariño. Y, ahora sí, ya estamos en paz.
—¡Si vuelves a llamarme cariño…!
—Mejor no te pongas en evidencia delante de toda la calle —añadió cuando
se dio cuenta de que estaban empezando a llamar la atención y tenían
espectadores.
Después, todavía sonriente, Ezra se dio la vuelta y se dirigió hacia su taller
silbando.
Cuando Amber entró de nuevo en la cafetería, estuvo a punto de ponerse a
gritar otra vez. Katie y Hollie, que habían presenciado toda la escena desde el
ventanal que daba a la calle, no podían dejar de reír, a pesar de que a su amiga no
le hacía ninguna gracia que lo hiciesen. Incluso a Hollie le había entrado hipo, lo
que hacía que la situación fuese aún más desternillante.
—No te enfades, Amber… —pidió Katie entre risas.
—¡No estoy enfadada, estoy a punto de matar a alguien!
Hollie rio más fuerte y, al final, las tres se marcharon de allí directas hacia el
rancho para que Amber pudiese cambiarse de ropa. Una vez lo hizo, se pasaron
el resto de la tarde en la habitación, hasta que Katie se dio cuenta de que ya era
la hora de marcharse si quería picar algo de cenar antes de acudir a trabajar al
local y se despidió de ellas.
—Nos vemos esta noche —le dijeron las dos al unísono.
Estaba a punto de bajar las escaleras, cuando unas manos le rodearon la
cintura y la atrajeron hacia un pecho duro y cálido que se pegó a su espalda.
James le hizo cosquillas en el oído cuando se inclinó hacia ella para susurrarle.
—Me encanta cómo te queda este vestido.
Katie sintió que le ardían las mejillas solo ante un comentario tan tonto como
ese, como si volviese a ser esa niña de diecisiete años que cayó rendida a sus
pies. Dejó que tirase de ella hacia atrás hasta meterla en su habitación y cerrar la
puerta rápidamente.
—Y me gusta aún más quitártelo —añadió James.
Le dio un beso largo y húmedo que a ella la hizo delirar antes de que sus
manos se perdiesen bajo la tela del vestido azul que se había puesto después de
comer. Cuando encontró su ropa interior, tiró de ella hacia abajo sin mucha
delicadeza y se desabrochó el cinturón antes de sostenerle la rodilla en alto con
delicadeza y penetrarla allí mismo, contra la puerta de su dormitorio. Con ella
era tan fácil encajar…
Las manos de James se movieron por todo su cuerpo mientras la embestía sin
cesar, besándola y hundiendo sus dedos largos en su cabello rubio y suelto.
—Katie… —susurró contra su boca—, Katie…
—Dime lo que sientes —pidió ella, jadeando.
—Lo siento todo. Siempre. Contigo.
Y luego se dejó ir mientras la abrazaba con fuerza, sosteniendo su cuerpo.
Cuando se apartó, todavía tenía la mirada borrosa, como si acabase de despertar
de un letargo. Así era como James se sentía cada vez que estaba con ella. Era
como una droga. Tosió y se aclaró la garganta antes de volver a colocarse los
pantalones en su lugar.
—No quería decir eso. No es cierto.
Katie sintió cómo las palabras se le clavaban en el corazón como dagas
afiladas y deseó que él jamás hubiese corregido aquello, porque ella quería creer
que la quería, pero, mientras tanto, se conformaba con lo poco que él podía
darle.
—James, deberíamos hablar.
—Ahora tengo que irme.
—Pero… —Se llevó una mano temblorosa a los labios, donde aún sentía su
sabor.
—Quizá en otro momento, Katie.
Ella supo que no había nada más que decir.
Sin mirar de nuevo hacia él, se giró y salió de la habitación.
22


—Dentro de dos semanas es el baile de inauguración.
—¿Qué baile? —preguntó Katie y Hollie la miró como si estuviese loca.
—¡El baile que inaugura el verano! Oyéndote, nadie diría que te pasaste
diecinueve años viviendo aquí.
—Es verdad, lo había olvidado.
El baile de inauguración era, en efecto, un baile que se celebraba en la plaza
del pueblo y al que acudían todos los vecinos. Cada uno asistía vestido con sus
mejores galas para dar la bienvenida al verano y con un plato de algo de comida
que hubiese traído de casa y que se colocaba en la mesa principal para que todos
pudiesen probar de cualquiera de los manjares que allí se servían. Durante toda
la noche, se bailaba, se bebía y se charlaba bajo las estrellas y el aire templado
de la estación que estaba a punto de llegar.
—¿Tienes algún vestido que ponerte? —preguntó Hollie.
—Creo que no. Dejé toda la ropa sofisticada en Nueva York. Tendré que
comprarme algo —dijo, pensando en cuándo podría acercarse al pueblo vecino
para hacerlo.
—Te acompañaremos. Yo creo que repetiré el mismo que el año pasado.
—Ah, no, eso está prohibido —se apresuró a decir Amber—. Este año tienes
que estar deslumbrante, ¿quién sabe si esa noche podrías cruzarte con el hombre
de tu vida? Ya sabes que el cambio de estación tiene un algo mágico.
—Te lo estás inventando.
—No es verdad y, aunque así fuese, hazme caso, esa noche habrá mucha gente
y es una buena oportunidad para conocer a chicos guapos y solteros.
—Pareces mi madre —se quejó Hollie.
—No es cierto. Solo quiero que seas feliz.
Hollie hizo un puchero, pero al final abrazó a su amiga porque sabía que tenía
razón. Amber era muy protectora y siempre se había preocupado tanto por ella
como por Katie y todos los que la rodeaban.
—Está bien, podemos ir este próximo sábado ¿no os parece?
—Por mí, perfecto —dijo Katie.
—No se hable más —concluyó Amber sonriente.
El viernes por la noche, la jornada en el local fue como todas las demás, con
mucho movimiento y tareas que atender. Tantas, que Katie apenas pudo prestarle
atención a James, que parecía un niño pequeño llamándola cada dos por tres para
pedirle tonterías como un posavasos, o decirle que la cerveza que le había
servido estaba muy fría, o llamarla para comunicarle lo guapa que estaba esa
noche. Katie tuvo que controlarse para no lanzarle el abridor de las bebidas que
sostenía en la mano.
—¿Qué ocurre contigo, James? —preguntó cabreada.
—No sé de qué hablas, ¿no puedo hacerte un cumplido?
Ella se inclinó sobre la barra para que nadie más los escuchase.
—¿Acaso no ves que estoy muy ocupada?
—Antes tenías tiempo para hablar con Tom —replicó.
—Estaba.hablando.de.trabajo —dijo enfadada.
James ignoró su cabreo y le dio un trago a su bebida antes de sonreírle. Por
alguna razón, verla con Tom despertaba en él un instinto que creía haber perdido
porque, durante todos aquellos años, no había sentido ni un ápice de celos por
nadie, nunca, y ahora ahí estaba de nuevo esa sensación de angustia en la boca
del estómago, como si le susurrase al oído que iba a perder de nuevo a Katie, que
un día abriría los ojos y ya se habría marchado o, peor aún, estaría con el idiota
de Tom, muy lejos de su alcance.
—No me cae bien —resumió.
—Deja de comportarte como un niño.
Aquello le dolió. Mosqueado, James se levantó del taburete y se alejó de allí.
Pasó la noche con sus amigos, divirtiéndose, y cuando una chica morena y alta
se acercó a él y le preguntó cómo se llamaba, no la esquivó tal y como había
hecho las noches anteriores desde que había llegado con Katie a aquella especie
de acuerdo, sino que le siguió dando cuerda, sin molestarse en disimular. La
joven tenía veinticinco años y no paraba de reírse de cada cosa que él decía.
Ojalá con Katie fuese tan fácil, se dijo James.
—Así que estás soltero —volvió a repetir ella.
—Algo así —contestó él, sintiéndose incómodo de repente.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó la chica tocándose el pelo.
Katie, que pasaba por allí con una bandeja y los había oído, se inmiscuyó en la
conversación sin ningún tipo de vergüenza. Ya estaba cansada de agachar la
cabeza.
—Significa que está soltero del todo. Te lo puedo asegurar. Disfrútalo.
Y dicho aquello, se marchó hasta la mesa en la que tenía que dejar las bebidas.
Estaba tan cabreada que no le hubiese sorprendido que alguien le dijese que le
salía humo de las orejas. James la detuvo antes de que pudiese llegar de nuevo
hasta la barra.
—Oye, espera, ¿qué te ocurre?
—Me ocurre que estoy cansada de tus tonterías. Si quieres estar con ella,
adelante. Hazlo.
—¿Mis tonterías? —Se rio sin humor—. Te recuerdo que me abandonaste,
¿qué esperabas ahora? ¿Qué me lanzase a tus brazos nada más verte llegar?
Katie apretó los puños y se recordó que estaban en medio de la pista del local
y, aunque nadie parecía estar mirándolos, tampoco quería darles la excusa para
hacerlo.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir con eso?
—Claro, para ti es fácil decirlo. Tú te largaste a Nueva York, pero yo me
quedé aquí escuchando todos los malditos días la misma historia, soportando las
miradas de lástima de la gente y que hablasen por lo bajo cada vez que me
acercaba al pueblo.
—Pues lo siento, ¡lo siento mucho! Pero no es justo que me castigues toda la
eternidad por eso. Si no quieres saber nada más de mí, lo entenderé —dijo con
un nudo en la garganta—. Pero toma una decisión, james.
—¿Y si no quiero tomarla? —la retó.
—Entonces, supongo que aprenderemos a comportarnos como dos viejos
conocidos que un día se quisieron y ahora ya no tienen nada en común —
concluyó con tristeza antes de esquivarlo y regresar a la barra que ya estaba
rodeada por clientes insatisfechos.
James desapareció y ella rezó para que él no hubiese decidido lo que tanto se
temía.


Al día siguiente, el sábado, Hollie recogió a las otras dos chicas con su
escarabajo azul, un coche del que se había enamorado el año anterior. Juntas,
escuchando música actual en la radio y sonrientes, se encaminaron hacia el
pueblo vecino, que quedaba a unas veinte millas de distancia y era mucho más
grande que Sound River. Allí, por suerte, sí que había varias tiendas de moda y
entraron en varias antes de dar con una que vendía vestidos sencillos pero
elegantes para esa noche especial.
Entre risas, estuvieron probándose algunos.
Amber se puso en vestido azul y se miró en el espejo desde varios ángulos.
—Te queda genial y es muy bonito —dijo Hollie.
—Sí, no te lo pienses más y cómpratelo.
Katie fue la siguiente en dar con lo que estaba buscando. Era de un tono verde
pálido y el tejido era suave y se ajustaba a su cuerpo casi como una segunda piel.
Todas estuvieron de acuerdo en que era perfecto para darle la bienvenida al
verano y que favorecía el leve bronceado de su piel y el contraste con su cabello
rubio y largo.
En cambio, a Hollie le estaba costando encontrar el vestido adecuado. Tras
varias horas de búsquedas y probarse más de una docena de vestidos con
diferentes cortes, estilos y acabados, tenía el ánimo por los suelos y lo único que
deseaba era regresar a casa.
—¡No digas tonterías! Seguro que encontraremos algo —la animó Amber.
—Es imposible. Tengo las caderas demasiado anchas.
—¿¡Caderas anchas!? —exclamó Katie—. ¡Ya quisiera yo tener tus curvas!
—Nadie quiere curvas —se quejó Hollie desde dentro de probador.
—¡Los hombres quieren curvas! —insistió Katie.
—Y tú las tienes muy bien puestas —añadió Amber.
—Chicas, esto no está funcionando…
Justo en ese instante, Katie vio un vestido colgado de la percha que supo que
sería perfecto para su amiga. El problema era que tenía que convencerla para que
se lo probase, porque Hollie jamás aceptaría ponerse algo así, ya que siempre
solía ser discreta e intentaba pasar lo más desapercibida posible.
—Hagamos un trato —le gritó Katie desde el otro lado del probador—. Te
pruebas un último vestido y, si no te convence, nos vamos a comer y nos
olvidamos del tema.
Amber sonrió al entender su intención.
—Si no, insistiremos hasta que nos odies.
—Está bien —cedió tras suspirar—. Pasadme el vestido.
Hollie abrió una rendija de la puerta todavía vestida con la ropa interior y
Katie le tendió la prenda. Unos segundos después, se echó a reír con Amber en
cuanto la escuchó protestar al descubrir cómo era la prenda.
—¡Has prometido que te lo pondrías! —insistió Amber.
—Sí, y lo estoy haciendo, pero esto es…
—Atrevido. Arriesgado. Potente.
—Yo diría vulgar —corrigió Hollie.
—De vulgar no tiene nada. Vamos, sal para que podamos verte bien.
Hollie parecía una ardilla asustada cuando abrió la puerta y permitió que sus
amigas la viesen enfundada en ese vestido de color rojo intenso, con un escote
en forma de uve que dejaba a la vista la sombra de su preciosa delantera, y un
dobladillo de gasa que terminaba justo por encima de la rodilla. La tela, brillante
y llamativa, le abrazaba la cintura y se apretaba en torno a sus curvas, revelando
un cuerpo deslumbrante.
—Estás, estás… no tengo palabras —dijo Amber.
—Yo tampoco. —Katie estaba emocionada—. ¡Tienes que llevártelo!
—¿Os habéis vuelto locas? —Miró a Katie—. ¿Esto es porque quieres que la
gente del pueblo deje de hablar de ti y empiece a hablar de mí? ¡De ninguna
manera! Pienso quitármelo ya mismo porque…
—¡Hollie Stinger, si no sales de esta tienda con ese vestido, pienso dejar de
ser tu amiga! ¿Acaso no te ves? —insistió Amber cogiéndola por los hombros y
obligándola a que se diese la vuelta para que se mirase en el espejo—. Estás
despampanante. No te pido que lo hagas por llamar la atención de ningún
hombre, te pido que lo hagas por ti, porque tienes un cuerpo precioso y ya va
siendo hora de que camines por la calle orgullosa de ello.
Hollie tenía lágrimas en los ojos.
Las tres se fundieron en un abrazo y, cuando salieron del establecimiento, lo
hicieron con una sonrisa y una bolsa atada por un lazo que escondía el vestido
perfecto.
Comieron en un restaurante cercano y, poco después, regresaron a Sound
River porque Katie debía de trabajar esa noche. Ella no le había contado a
ninguna lo que había ocurrido la pasada noche con James, porque no quería
estropearles el día, pero estaba nerviosa ante la idea de lo que pudiese ocurrir.
¿La saludaría como si todo hubiese terminado entre ellos y solo fuesen viejos
conocidos? ¿O llegaría y se comportaría como siempre?
No pudo averiguarlo, porque él nunca apareció.
23


Katie sabía que lo que estaba haciendo era una locura, pero era incapaz de
quedarse de brazos cruzados. Llamó a la puerta por tercera vez con los nudillos,
a pesar de que era bien entrada la madrugada porque acababa de salir de trabajar,
y se quedó allí hasta que, al final, James abrió. Por su cabello despeinado y su
ropa deportiva, era evidente que había estado durmiendo. La miró sorprendido.
—¿Qué haces aquí, Katie?
—No has venido al local…
Él suspiró profundamente.
—Pensé que sería lo mejor.
—¿Y eso qué significa?
James sujetó la puerta con una mano y clavó la vista en el suelo, pensativo.
Cuando volvió a enfrentarse a Katie, lo hizo siendo sincero como no lo había
sido durante mucho tiempo. Pensó que, lo mejor, era decirle la verdad.
—Porque he estado pensando mucho en lo que dijiste ayer y creo que tenías
razón. Yo no consigo olvidarlo todo, confiar de nuevo en ti a ciegas, pero
entiendo que no puedo seguir machacándote por eso toda la vida. No quiero
hacerte daño —explicó—. Lo peor es que sufrimos los dos, así que creo que, por
ahora, deberíamos intentar tomar caminos separados y ya veremos hacia dónde
nos conduce eso.
Katie tardó en asimilarlo. Quería llorar.
—¿Hacia dónde nos conduce? —preguntó.
—Puede que… si consigo no sentirme así…
—James… —Había un rastro de súplica en su voz cuando se atrevió a abrirle
su corazón—. Yo te quiero. Te quiero. Y pensaba que podría conformarme con
tenerte de la manera en la que tú querías, solo como algo físico, pero…
Él tragó saliva con fuerza.
—Ha pasado mucho tiempo, Katie.
—Tratándose de ti, el tiempo nunca fue importante —confesó—. Y habría
confiado en ti si tan solo te hubieses mostrado un poco abierto a comprenderme
—dijo, y luego salió corriendo de allí, bajó los escalones casi a ciegas y montó
en su coche.


No supo nada más de James a lo largo de la semana. Ella evitó acercarse al
rancho y cada vez que quería ver a Amber, quedaban en su casa o en la de
Hollie. Y él no hizo el menor intento por ir a buscarla o dejarse ver por el local
en el que ella trabajaba. Los dos eran conscientes de que se estaban evitando.
Katie no podía dejar de pensar en todo lo que le había dicho y la mirada dura que
había obtenido como respuesta. ¿Desde cuándo James se había convertido en un
tipo tan frío y rígido? ¿Dónde estaba ese chico de sonrisa dulce que a ella le
había enamorado? Entendía que se sintiese dolido o que no estuviese dispuesto a
mantener de nuevo una relación con ella, pero si tan solo le hubiese preguntado
de verdad qué le había ocurrido ocho años atrás, con ganas de escucharla sin
juzgarla, ella se lo hubiese confesado todo con los ojos cerrados.
Así que, el sábado, cuando llegó la hora de acudir al baile que inauguraba el
verano, Katie estaba más nerviosa que nunca ante la idea de volver a ver a
James, si es que se dejaba caer por allí. Una semana sin saber nada de él había
sido tal sufrimiento que ahora no era capaz de comprender cómo había
conseguido estar años lejos de ese hombre.
Se puso el vestido verde y esperó hasta que Hollie pasó a recogerla. Tal como
recordaba, su amiga estaba espectacular.
—¿Por qué llevas ese pañuelo en el cuello? No hace frío. Y cuelga
demasiado…
—Por eso. Para que me tape un poco —explicó.
—¡No! Vamos, dámelo ahora mismo.
Entre forcejeos, Katie consiguió quitarle el pañuelo y dejar a la vista el bonito
escote que ese vestido le hacía. Hollie se había recogido parte del cabello, pero
algunos mechones ondulados caían con gracia a ambos lados de su rostro y
estaba preciosa.
Habían quedado con Amber en la puerta de una floristería que hacía esquina
con la calle principal y la encontraron diez minutos después esperando delante
de la persiana cerrada. Les sonrió al verlas y, juntas, caminaron hacia la plaza a
un paso más lento de lo normal debido a los tacones que llevaban puestos. Una
vez llegaron allí, dejaron los platos con la comida que habían traído en la
alargada mesa que cruzaba uno de los extremos.
Casi todo el pueblo estaba ya congregado alrededor de un escenario pequeño.
Había sillas blancas en torno a la mesa y, aunque la mayoría de la gente estaba
de pie, charlando en el centro de la plaza, algunas de los mayores sí habían
decidido sentarse.
Katie barrió el lugar con la mirada antes de descubrir que James no estaba allí.
Le entraron ganas de echarse a llorar, pero logró disimular fingiendo que se le
había metido algo en el ojo; respiró hondo y se convenció de que tendría que
seguir adelante sin él, que al final había tomado la decisión por los dos,
pensando que lo mejor era que estuviesen separados.
Mientras iban llegando los vecinos y empezaban a cenar, la música estaba a un
volumen bajo para que pudiesen hablar entre ellos. Amber, con un plato de papel
en la mano, se comió la última croqueta que había cogido y se relamió los dedos;
sabía que eran las que hacía la señora Tina, crujientes por fuera y deliciosas por
dentro.
—Ahora vuelvo, chicas, voy a buscar más croquetas —dijo.
Luego, se dirigió hacia la mesa de la comida que estaba en el otro extremo de
la calle. Buscó entre las docenas de platos que había hasta que encontró el que
correspondía a Tina. Sonrió de oreja a oreja, satisfecha, y alargó su tenedor para
pinchar la croqueta justo en el mismo instante en el que otro tenedor se clavaba
en ella. Amber alzó la mirada y le faltó poco para no ponerse a gritar al ver quién
intentaba robarle su cena.
—Suelta la croqueta —exigió cabreada.
Ezra frunció el ceño, pero no movió la mano.
—Suéltala tú. Yo la vi primero.
—¡Es mía! ¿Cuántas te has comido?
—Solo una —contestó Ezra.
—Yo también —aseguró con inocencia.
—Mentira. Te he visto antes comiendo y llenándote los carrillos como una
ardilla muerta de hambre. Suelta.la.croqueta —insistió.
Amber lo miró horrorizada. Intentó no fijarse en sus deslumbrantes ojos azules
o en que esa noche era, probablemente, el chico más atractivo de todo el pueblo.
Entre croquetas o un tío bueno con un humor de perros, seguía prefiriendo la
primera opción.
—¿Así que ahora te dedicas a controlar cada paso que doy? No estarás
coladito por mí, ¿verdad? —Se burló, pero lo último que esperaba al hacerlo era
que él le sonriese de esa manera tan seductora, curvando el labio hacia arriba, y
que luego diese un pequeño paso hacia ella hasta conseguir que sus cuerpos se
tocasen.
—Es posible… —susurró—. ¿Qué harías si de repente decidiese besarte?
Amber boqueó. Boqueó como un pez inútil. Y él aprovechó ese momento para
quitarle la croqueta y metérsela en la boca. Masticó con energía delante de sus
narices, sonriendo fanfarrón y demostrándole que solo había estado jugando con
ella. La chica tuvo que contenerse para no darle un puñetazo en la cara.
—¡Eres… eres…!
—¿Te he dejado sin palabras? —preguntó él.
—¡Eres un gilipollas! —gritó antes de dar media vuelta y volver junto a sus
amigas que, hablando entre ellas, no parecían haberse dado cuenta de nada de lo
que había ocurrido al otro lado de la plaza.
—¿Estás bien, Amber? —preguntó Katie mirándola con suspicacia.
—Sí, muy bien. Sin croqueta, pero bien.
—¿Qué estás diciendo? —indagó Hollie.
—Nada, nada, déjalo. —Amber cogió aire para calmarse, cosa que consiguió
en cuanto se fijó en cómo miraban algunos de los chicos del pueblo a su amiga
—. Hollie, estás fantástica con ese vestido. Acabo de ver a Sean tropezándose
con el borde de la acera porque no podía apartar los ojos de ti.
—¡No digas tonterías!
—¡Pero si es verdad!
Hollie no dijo nada, pero se abrazó el cuerpo con las manos como si así
intentase ocultarse y seguir manteniéndose en las sombras. Pasado un rato,
cuando la comida fue desapareciendo de los platos, sirvieron algunas bebidas y
la música subió de volumen para que todos pudiesen bailar en la plaza las típicas
canciones populares que cualquier persona conocía. Katie no podía dejar de
mirar alrededor, esperando ver aparecer por algún sitio a un chico de ojos
oscuros y cabello rebelde, pero no había ni rastro de James.
—Iré a por las bebidas —dijo Amber.
—Te acompaño —comentó Katie con la esperanza de seguir recorriendo el
perímetro con la mirada. ¿Por qué la evitaba así? Ojalá pudiese curar todas sus
heridas, se dijo. Ojalá pudiese volver atrás y evitar todo lo que sucedió…
Hollie se quedó esperando a sus amigas entre la gente y, al final, al ver que
tardaban más de lo previsto y no ser una de esas chicas que bailan solas sin
importarles lo que piensan los demás, decidió alejarse un poco y se apoyó en una
pared cercana. Emitió un suspiro cansado, a pesar de que se lo estaba pasando
bien.
—Vaya, ¿quién diría que el patito feo se convertiría en un cisne? —dijo una
voz a su lado y Hollie se giró de golpe siguiendo el sonido.
Logan Quinn le dio una calada a su cigarro y luego volvió a mirarla sin
disimulo.
Hollie quiso contestar algo hiriente, pero se bloqueó y, de repente, volvió a ser
esa niña pequeña con gafas y aparato de la que todos se burlaban.
Especialmente, él. Logan. Recordaba perfectamente cada uno de los apelativos
cariñosos que le había dedicado a lo largo de su vida: cuatro ojos, empollona,
tonta, rarita, estúpida…
Ella respiró hondo, intranquila.
—¿Se te ha comido la lengua el gato? —preguntó Logan, al que parecía
divertirle la situación. Su mirada volvió a bajar hasta el escote del vestido rojo
—. Bueno, para algunas cosas no hace falta hablar… —susurró.
—Te mataré si te atreves a tocarme —dijo de repente ella, sorprendiéndolo
antes de largarse de allí y dejarlo con la palabra en la boca.
Hollie odiaba a Logan Quinn.
Si James había sido el chico de oro del pueblo, Logan destacó por todo lo
contrario: meterse en líos, terminar en un reformatorio de menores y hacerles la
vida imposible a todos aquellos que se cruzaban en su camino y él no estaba
dispuesto a tolerar. Hollie detestaba a la gente como Logan, porque solo sabían
hacer daño y estaban vacíos.
Regresó hacia la plaza y se tranquilizó cuando vio a sus amigas a lo lejos. Se
acercó y, juntas, las tres pasaron un buen rato bailando, divirtiéndose y tomando
alguna copa. Cuando la música bajó de volumen una hora más tarde, protestaron
junto a otros vecinos, pero la alcaldesa no cedió y subió al escenario vestida con
un impecable traje de chaqueta de dos piezas y un discurso preparado en la
mano.
—Queridos amigos, me complace que volvamos a celebrar juntos la
inauguración del verano. Como ya es tradición, ha llegado la hora de otorgar los
premios anuales por votación del consejo de vecinas que, por cierto, está abierto
para todos aquellos que deseen unirse. Sin más preámbulos, este año, el premio
al mejor comerciante es para… —Hizo una pausa—. ¡Freddie Troat! Un aplauso
para él. Sube aquí, Freddie.
El aludido subió al escenario con una sonrisa y todo el pueblo le dedicó un
aplauso ensordecedor. La alcaldesa le colocó una chapa pequeña en la solapa de
la chaqueta en honor al premio. Después, leyendo los papeles que llevaba en la
mano, hizo subir a la mujer ganadora de ese año en la categoría más
comprometida con el medio ambiente.
Durante los siguientes diez minutos se otorgaron numerosos premios y el
público aplaudió a sus vecinos con orgullo. Ya estaba a punto de terminar,
cuando la alcaldesa frunció el ceño antes de continuar leyendo.
—Vaya, veo que hay una nueva categoría —dijo, un poco confundida—. El
premio a la reina del baile de verano es para… ¡Katie Wilson! Un aplauso para
ella.
Pero nadie lo hizo. No hubo aplausos.
Katie dio un paso hacia atrás, pero pronto un pasillo se abrió enfrente de ella
entre la gente y notó que la impulsaban hacia delante obligándola a caminar,
aunque no deseaba hacerlo. Sin saber cómo, se vio avanzando hacia el escenario.
El corazón le latía muy de prisa y sentía todas las miradas sobre ella en medio
del silencio sepulcral hasta que, de golpe, una risita se escuchó entre la multitud.
Y luego otra más. Y otra. Carcajadas a su alrededor que iban aumentando de
volumen entre comentarios como ¡La reina del baile! Pobre ilusa que pensaba
que triunfaría en Nueva York o Nunca fue tan guapa, ¿quién le metió esos
pájaros en la cabeza? Katie tenía un nudo tan fuerte en la garganta que ni
siquiera podía respirar y sentía que se empezaba a marear…
Hasta que notó una mano fuerte y cálida cogiendo la suya.
Miró a su lado casi sin levantar la cabeza.
James estaba ahí, junto a ella, caminando a su lado hacia el escenario sin
soltarla en ningún momento. Las risas se extinguieron tan rápido como habían
empezado en cuanto las vecinas del consejo, que seguramente habían pensado
que aquello sería una broma de lo más graciosa, se dieron cuenta de que el chico
que ellas tanto adoraban e idolatraban no parecía estar de acuerdo con que el
gesto fuese muy divertido.
Katie seguía tan bloqueada que fue incapaz de decir nada mientras la alcaldesa
le ponía la chapa, con James todavía sosteniéndola de la mano. Nadie habló
mientras abandonaban el escenario y, luego, como si nada hubiese ocurrido, la
música volvió a sonar tras la entrega de los premios y los vecinos se animaron de
nuevo.
24


Hacía un rato que James había llegado a la plaza cuando escuchó que la
alcaldesa decía el nombre de Katie. Él había estado observándola desde lo lejos,
preguntándose por qué no podía perdonarla para que los dos intentasen ser
felices. Sabía que la quería, era innegable que ella aún despertaba muchos
sentimientos en él, pero no deseaba empezar una relación que estuviese
manchada por el rencor y destinada a fracasar.
Sin embargo, cuando la había visto delante de todo el pueblo, paralizada ante
las risas, James se había sentido como si el corazón se le rompiese otra vez y no
había podido evitare dejarse llevar por su instinto y correr hacia ella. Ahora,
Katie estaba respirando a un ritmo desigual, intentando tranquilizarse mientras
se limpiaba las mejillas con el dorso de la mano.
—Vamos, cálmate. Son idiotas.
—No, ellas tienen razón —dijo entre sollozos—. ¿Cómo pude pensar que
conseguiría lograr algo? Fui una tonta. Me di cuenta incluso antes de llegar a la
ciudad, cuando llevábamos poco más de tres horas de camino en el coche…
—¿De qué estás hablando? —preguntó él.
—Ese hombre, el cazatalentos, me dijo que solo conseguiría triunfar si
aprendía ciertas técnicas. Esas técnicas incluían bajarle la bragueta. Cuando me
negué, me dejó tirada en una gasolinera y tuve que hacer autostop para llegar a
Nueva York. Me gasté casi todos los ahorros en dormir en una pensión durante
los primeros días, hasta que encontré un trabajo como camarera y entonces,
luego…
—¡Dios mío, Katie! —James se llevó una mano a la cabeza—. ¿SE PUEDE
SABER POR QUÉ DEMONIOS NO VOLVISTE ENTONCES?
James no se dio cuenta de que había gritado hasta que notó algunos ojos fijos
en ellos, a pesar de que estaban algo apartados de la multitud. Con las
pulsaciones descontroladas, cogió a Katie de la mano y diciéndole que tenían
que hablar se alejó con ella por las calles del pueblo. Como todos estaban
congregados en la plaza, el lugar estaba desierto. Paró de caminar y la miró en
mitad de una calle estrecha, bajo la luz de la luna.
—Siento haberte gritado —dijo—. Pero me mata pensar que tuviste que pasar
por algo así y que yo no pude hacer nada por remediarlo…
—Entonces… entonces cuando te cuente por qué me marché, te vas a
enfadar…
A Katie le temblaba la voz y, por primera vez, estaba llorando delante de él,
pero ya no le importaba. Era como si una parte de ella se hubiese rendido. Deseó
que James pudiese entenderla, pero lo conocía lo suficiente como para saber que
no lo haría. Ella sí podía comprenderlo, a pesar de todo, pero él... eso estaba
lejos de ocurrir.
Tenía la mirada brillante y furiosa cuando la soltó.
—Cuéntamelo todo, Katie. Todo. Por favor.
—Ya te lo he dicho. Me dejó en una gasolinera y luego, en Nueva York,
intenté valerme por mí misma y buscar algún trabajo como modelo, pero está
claro que ese cazatalentos solo me dijo que tenía futuro en el sector porque
quería tenerme en su cama. Y no, no logré nada de lo que me había propuesto.
Solo conseguí aparecer en un catálogo de ropa de invierno para una marca
pequeña, en un anuncio de una revista de un dentífrico y en cuatro tonterías del
estilo. Me pasé esos años malviviendo, trabajando de camarera y compartiendo
piso con varias personas más porque apenas me daba para mantenerme. Eso me
amargó. Nunca fui feliz allí, no recuerdo un solo día en el que pensase que lo
era.
James clavó sus ojos en ella en medio de la calle. Le agradecía que le confiase
aquello, pero era muy consciente de que no era todo lo que deseaba oír, de que
había más.
—Ahora dime por qué te marchaste.
—Ya no importa. Eso… pasó.
—Necesito entenderte. Por favor.
Tal vez porque dijo las palabras mágicas, y porque no había nada más que
Katie desease en el mundo que el hecho de que él la entendiese, al final ella se lo
confesó todo.
—Mi padre me pegaba.
—¿Cómo dices? —James tenía la esperanza de no haberla oído bien.
—Me pegaba. Me fui por eso.
—Dime que te estás burlando de mí.
—¡No! —Katie lo miró dolida—. Él era un hombre totalmente consumido por
el alcohol y la rabia, ya sabes que desde la muerte de mi madre nunca volvió a
ser el mismo. Cuando bebía, a veces, me pegaba. Yo siempre intenté ocultarlo,
desde que empezó a hacerlo cuando tenía quince o dieciséis años y su adicción
empeoró. Fingía que estaba enferma para no ir a clase o me ponía ropa de manga
larga a pesar de que hacía calor o decía que me había caído —admitió—. Él solo
lo hacía cuando había bebido mucho y perdía el control, pero cuando estaba
sobrio… entonces lloraba y se arrepentía y me decía que lo sentía muchísimo,
que yo era lo único que tenía en el mundo y la chica más bonita ante sus ojos…
—Katie…
James tenía los ojos enrojecidos y la voz rota.
—Quise contártelo, James. También a Amber y a Hollie, pero sobre todo a ti.
El problema era que sabía que, si te lo decía, lo denunciarías, si es que no
acababas matándolo con tus propias manos. Y mi padre era lo único que tenía. Si
no fuese por el alcohol… él habría sido normal, un buen hombre. Pero estaba
destrozado y me destrozaba a mí, cada día más, porque sentía que estaba entre la
espada y la pared; si lo entregaba, me sentiría mal durante el resto de mi vida,
pero si no hacía nada… no podía seguir soportando esa situación, llegar con
miedo a casa.
—Así que, cuando ese cazatalentos apareció…
—Sí —lo cortó—. Cuando lo conocí en la cafetería y vino a la mesa para
dejarme su tarjeta y decirme que podría ganarme la vida en Nueva York, quise
creerlo. Pensé que era mi mejor opción, a pesar del dolor que sentía solo al
pensar en tener que dejarte. Era una niña, James. Y me hice ilusiones, me
imaginé que triunfaría rápido, ganaría dinero y volvería para estar contigo. Pero
hasta que no ocurriese eso, no podía contarte por qué me había marchado. Yo
podía pasar por alto lo que mi padre me hacía, porque una parte de mí sentía
compasión por él y lo quería, pero sabía que tú no conseguirías controlarte si te
contaba la verdad. Así que tomé esa decisión. Si no me despedí de ninguno de
vosotros, fue porque si lo hacía era consciente de que no me iría…
James sentía que se ahogaba.
Se llevó una mano al pecho, intentando tranquilizarse, pero la frustración, el
dolor y la impotencia se apoderaron de él y no fue capaz de ver más allá.
—¿Cómo pudiste no decírmelo? ¿Cómo pudiste, Katie? —gritó consternado
—. ¿Sabes cómo me siento ahora mismo? Morirme dolería menos que ser
consciente de lo que estaba ocurriendo y no haber podido hacer nada para
evitarlo.
—¡Sabía que no lo entenderías! —Tenía lágrimas en los ojos.
—¡No lo entiendo porque te quería! ¡Porque aún te quiero ahora, joder! No lo
entiendo porque tú no tenías que pasar sola por todo eso y porque yo era tu novio
y el idiota que no supo ayudarte ni enterarse de lo que pasaba.
Katie se quedó en silencio mientras la expresión en el rostro de James se
llenaba de culpa y desesperación. Alargó la mano hacia él, porque necesitaba
tocarlo, pero rehuyó el contacto dando un paso atrás. Tenía la mandíbula
apretada y las manos cerradas en puños a cada lado de su cuerpo. Y temblaba por
culpa de la rabia contenida, porque ahora James por fin comprendía por qué
Katie ni siquiera había acudido al funeral de su padre. Ahora todo tenía sentido,
después de tantos años…
Sin embargo, eso no lo calmaba, solo lo hacía sentir peor por no haberse dado
cuenta de lo que ella estaba pasando durante aquellos años, por no ser capaz de
protegerla…
—James, escúchame —pidió Katie—. Tú fuiste lo mejor de mi vida. De no
haber sido por ti, entonces… no quiero ni imaginármelo. Quizá no lo sabías en
aquel entonces, pero levantarme cada mañana y saber que estabas a mi lado era
lo que me hacía sonreír y seguir hacia delante. Y cuando me marché… fue la
decisión más difícil que he tomado jamás. Pero estaba en una encrucijada y
pensé que, si tenía suerte, podría regresar en unos meses con dinero y ser
independiente para no tener que vivir con él…
Katie dejó de hablar al escuchar unas pisadas cerca. Amber y Hollie
aparecieron al principio de la calle y caminaron preocupadas hacia ellos, que
estaban casi en el otro extremo, entre las sombras a pesar de que una farola
iluminaba los alrededores.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien, Katie? —preguntó Amber.
—Sí, chicas, solo ha sido una broma pesada —contestó refiriéndose a lo que
había pasado en medio de la inauguración del baile de verano.
—¡Esas malditas chismosas! —protestó Amber—. Pienso decirles un par de
cosas en cuanto me las encuentre en la cafetería. ¿Quiénes se creen que son para
hacer algo así? James, ha sido todo un detalle que aparecieses —dijo y entonces
se dio cuenta de que su hermano estaba temblando, lleno de furia, y tenía la
mirada perdida—. ¿Te encuentras bien? ¿James?
Él no contestó, tan solo se dio la vuelta y se alejó de allí dando grandes
zancadas. Las tres lo miraron sin moverse, pero solo una de ellas comprendía su
dolor.
25


James regresó a casa solo y sin dejar de darle vueltas a las palabras de Katie y
todo lo que le había confesado esa noche. Cuando llegó, se fue directo a la
cocina y cogió una botella de whisky para servirse una copa. Se sentó en la
mesa, recordando esos años felices a su lado en los que él jamás imaginó el
horror que ella sufriría cuando tuviese que regresar a casa, después de darle un
beso de buenas noches. Se bebió una copa de un trago. Siguió recordando. Y
siguió bebiendo. Todo lo que había pensado en un primer momento, que Katie
era una chica caprichosa que nunca pensaba en los demás y que se había
marchado por puro egoísmo, era mentira. Justo al revés. Había pensado
demasiado en su padre, un hombre que no se lo merecía, por mucho dolor que le
hubiese causado la muerte de su esposa, y, desde su llegada al pueblo, James se
había pasado un mes y medio haciéndole la vida imposible, juzgándola porque
nunca supo la verdad.
Ahora solo quería beber y olvidar.
Lo hubiese hecho de no ser porque Amber apareció por allí media hora más
tarde y antes de que pudiese terminarse toda la botella se la quitó de las manos y
la alejó de él.
—Dame eso —pidió de malas maneras.
—No. Mira, no sé qué ha ocurrido entre Katie y tú, pero empiezo a estar harta
de esta situación. Ya va siendo hora de que superes que te dejó. Sí, se portó mal,
estamos de acuerdo en eso, pero era una cría. Todos hemos madurado desde
entonces.
—Amber, cierra la boca —dijo.
Su hermana lo miró sorprendida, porque a ella nunca se había dirigido así, con
ese tono de voz tan cortante. A pesar de eso, no se dejó amedrentar y vació el
resto de la botella en la pila de la cocina, para fastidio de James. Él terminó
resignándose y subió a su habitación. Se dejó caer en la cama y se pasó allí toda
la noche, despierto, sin dejar de sentir el peso de la culpa y una sensación de
angustia en el estómago. Lo peor era que, además, cuando tendría que haberla
abrazado y consolado después de su confesión, lo único que había hecho había
sido huir de ella y abandonarla con su dolor.


A la mañana siguiente, cuando se levantó de la cama, apenas había dormido
un par de horas. Se duchó y cogió una manzana para desayunar de camino hacia
la casa de Katie. Necesitaba verla, hablar con ella y aclarar las cosas. Quería
abrazarla y prometerle que él jamás volvería a dejar que nadie le hiciese daño.
Pero cuando llegó allí, no había nadie dentro de la casa. James notó que se le
encogía el estómago, porque recordaba hacer ese mismo recorrido una mañana
de verano, justo a esas mismas horas, solo que, en esa ocasión, un hombre
oliendo a alcohol le abrió la puerta y le dijo que Katie se había ido y que no iba a
volver. Si en aquel entonces hubiese sabido lo mismo que ahora, le habría dado
de puñetazos hasta dejarlo inconsciente.
Asustado, caminó hacia la parte trasera de la casa de invitados y sintió un
intenso alivio cuando vio que allí estaba el coche destartalado de Katie.
Eso significaba que no se había ido. Aún.
Y si no estaba en la casa, ni en el rancho ni tampoco en el pueblo porque el
coche seguía allí aparcado, ¿a dónde podría haber ido? James supo la respuesta a
esa pregunta casi antes de terminar de formulársela en la cabeza. Sin dudar, se
dirigió hacia allí.
Era un día despejado y tranquilo.
La hierba cubría el prado hasta el extremo del río y James no tardó en
distinguir la silueta de Katie a lo lejos, dentro del agua que le cubría por el
pecho. Llevaba puesto un biquini de color lila, su preferido, y, en cuanto notó su
presencia, nadó hacia la orilla del río y salió del agua, escurriéndose el cabello
rubio con las manos y despertando en James un deseo inmediato que le costó
ignorar.
—Hola —dijo ella con timidez.
James cogió aire. Llevaba toda la mañana pensando en las cosas que quería
decirle, pero, de repente, tenía la mente en blanco. Siempre había sido un poco
torpe con las palabras, así que caminó despacio hacia ella, muy despacio, y
cuando estuvo lo suficientemente cerca, le acarició la mejilla con suavidad.
Katie dejó escapar un suspiro y cerró los ojos apoyando el rostro en la palma de
su mano.
—Perdóname —susurró James.
—No, tú no tienes que pedirme perdón.
—Sí. Los dos nos equivocamos. Yo debería haber estado dispuesto a
escucharte desde el principio y tú no tendrías que haber pasado por todo esto
sola, porque yo era tu novio, tu compañero y tu amigo; merecía estar a su lado.
—Lo siento mucho —sollozó Katie.
James le acarició el labio con el pulgar.
—Quiero besarte, y esta vez de verdad.
Ella contestó haciéndolo.
Se puso de puntillas y lo besó.
Por primera vez desde que tenían diecinueve años, se besaron sin rencor. Los
labios de James se apretaron sobre los suyos con suavidad y buscó la manera de
volver a conocer cada centímetro de su boca, que sabía a menta. Katie gimió
cuando él le acarició el pecho por encima de la tela mojada del biquini y, casi
con movimientos autómatas, los dos terminaron tumbados sobre el prado, como
tantas otras veces habían hecho años atrás.
—Nunca te olvidé —admitió ella mientras le quitaba la camiseta por la
cabeza.
—Yo tampoco. Te odiaba, pero te quería aún más. —Él deshizo el lazo del
biquini.
—Dime que no vamos a volver a separarnos.
James se giró para quedar tumbado sobre ella. La besó por todas partes,
empezando por sus labios y bajando hasta su ombligo. Luego, se quitó la ropa
que aún llevaba puesta.
—Jamás. Te lo juro. Esta vez de verdad —añadió al recordar la promesa que
se habían hecho allí mismo antes de que todo ocurriese, el día que sellaron con
un beso su destino y se dijeron que estarían juntos para siempre.
La promesa de un beso, se dijo mientras volvía a besarla.
Después, se hundió en ella con suavidad y le hizo el amor lentamente y
mirándola fijamente a los ojos, como no había hecho durante ninguna de las
veces anteriores. Katie se sujetó a sus hombros cuando el placer la sacudió y él
se dejó ir con un gruñido. Permanecieron unidos sobre la hierba.
—Ayer no debería haberme ido así —le dijo James al oído pasado un largo
minuto en el que su respiración volvió a ser normal—. Lo lamento. Pero me
sentía tan culpable…
Katie cogió su mejilla con una mano y lo obligó a mirarla.
—No vuelvas a decir eso. Tú no tuviste la culpa de nada.
—Ojalá hubiese podido evitarlo…
—No pensemos más en eso.
Se metieron juntos en el río. Sumergidos en el agua cristalina y fría, se
abrazaron y se dieron todos los besos que no se habían dado durante esos años
de ausencia. Ella se echó a reír cuando él le rozó la cintura y le hizo cosquillas.
James la persiguió por el agua cuando se alejó de él entre carcajadas y,
mirándola al salir a la orilla, se dio cuenta de que ella seguía siendo la misma
chica soñadora y divertida de siempre.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? —preguntó ella.
—Estar juntos —respondió él besándole la barbilla.
—Sabes que la gente del pueblo alucinará, ¿verdad?
—Creo que ya alucinaron ayer —dijo sonriendo. Luego, acogió su rostro entre
las manos—. Sé que es un poco precipitado, pero ya hemos perdido mucho
tiempo.
—Lo sé —admitió.
—Quiero estar contigo. Es lo que siempre quise. Por eso compré ese anillo
cuando solo tenía diecinueve años, porque ya en aquel entonces sabía que todo
lo que deseaba eras tú. Hay cosas en la vida que tardas una eternidad en
descubrir y otras que están ante tus ojos desde siempre.
Katie le rodeó el cuello con los brazos y lo besó, intentando decirle con ese
gesto lo mucho que lo quería. A pesar del daño que ella le había hecho al
marcharse, y del dolor que él le había causado a su vuelta… lo quería más que a
nadie en el mundo.
—Dejarás esa vieja casa y te vendrás a vivir conmigo.
—James, ¿estás seguro…?
—Sí, después de todo por lo que hemos pasado, de tantos años separados, no
quiero pasar ni una sola noche más sin ti. Y hoy vamos a dormir juntos y mañana
y pasado…
Katie sonrió lentamente. Era una locura, pero su historia de amor nunca había
seguido un esquema fijo y tampoco iban a empezar a hacerlo ahora. Se imaginó
su vida allí, junto a James, acostándose cada noche a su lado y teniendo cerca
tanto a Amber como a Hollie, y supo que aquello era lo que el mundo solía
llamar felicidad.
EPÍLOGO


Katie se rio del comentario que Amber acababa de hacer mientras pinchaba
unas hojas de lechuga de su ensalada y se la llevaba a la boca. El domingo tenía
el día libre y las tres habían aprovechado la ocasión para irse a cenar juntas en
una noche de chicas. Así que se pusieron al día de todo lo que tenían que hablar.
Y esa vez, a diferencia de la semana anterior cuando Katie les había confesado
por qué se marchó y las tres habían llorado juntas, la conversación sería amena y
agradable.
—Odio a Ezra. Y lo peor es que es el único taller del pueblo.
—Seguro que será profesional —opinó Hollie tras limpiarse con la servilleta.
Amber les había contado que esa semana tendría que llevar su vehículo a reparar.
—Eso espero, porque mi coche no deja de calentarse —dijo.
—Yo creo que no será lo único que se caliente en ese taller —añadió Katie
sonriente.
—¿Qué insinúas? —Amber la miró enfadada.
—Nada, nada. —Miró a Hollie—. Así que, dentro de poco terminas el curso.
—Sí, solo quedan tres semanas y tendré un mes de vacaciones.
Continuaron hablando animadas hasta que la cena terminó y, después, Hollie
se despidió de ellas para irse a su casa y Amber y Katie se fueron juntas hacia el
rancho.
Una vez dentro, se separaron tras darse un beso en la mejilla de buenas
noches. Amber se quedó en la cocina buscando galletas de chocolate, porque
estaba muerta de hambre a pesar de que acababa de cenar. Katie, por el
contrario, subió al segundo piso.
Cuando entró y no encontró allí a James se entristeció. Habrá quedado
también con unos amigos, pensó. Se dirigió al armario y cogió su pijama de una
de las baldas que él había vaciado para que ella pudiese poner toda su ropa, a
pesar de que se había quejado durante días porque, según James, tenía
demasiada, lo que desde luego no era cierto.
Con el pijama ya puesto, estaba a punto de meterse en la cama cuando James
apareció en el dormitorio. Se acababa de duchar y solo llevaba puesta la toalla
blanca alrededor de la cintura, lo que a ella le recordó el día que la besó contra la
pared por primera vez tras ocho años sin probar sus labios. James sonrió al verla.
—Vaya, menudo recibimiento —dijo ella.
—Lo que sea por mi chica —bromeó él.
Katie apoyó los codos en la cama y lo miró fijamente mientras James
avanzaba hacia ella con pasos lentos. Llevaba ya dos semanas viviendo allí, con
él, y habían sido las dos semanas más felices de su vida. Ya no había secretos
entre ellos y todo lo que habían tenido seguía ahí, intacto, como si lo hubiesen
conservado a pesar de las circunstancias por las que los dos habían tenido que
pasar. Viéndolo allí, delante de ella con esos ojos tan intensos que parecían
quemarle, supo que jamás se cansaría de tener a ese hombre a su lado. Adoraba
verlo despertar, cabalgar a su lado, pasar las mañanas de domingo en el prado
junto al río o el mero hecho de estar junto a él, incluso sin hablar, tan solo
sintiendo su presencia cerca.
—¿Te has envuelto con una toalla para regalo? —preguntó juguetona.
—Ahora que lo dices, sí. Me gusta eso del regalo. Espero que me
desenvuelvas lentamente —replicó divertido—. Pero antes… tengo un regalo de
verdad para ti.
James había querido esperar más tiempo para dárselo. Una parte de él volvió a
sentirse como ese niño de diecinueve años que a veces corría demasiado, pero la
otra parte le dijo que era lo que deseaba y que debía dejarse llevar tan solo por su
corazón. Abrió el cajón de su mesita y se sentó en la cama antes de girarse hacia
ella y tenderle la pequeña caja de terciopelo de color azul. Quizás no era el
momento más increíble, ni estaban cenando bajo la luz de las velas, ni la había
invitado a un paseo en yate antes de arrodillarse frente a ella con el mar de
fondo… pero eso era lo que siempre habían tenido. Una amistad real y un amor
que se hacía más grande con el día a día y la vida que compartían juntos.
—¿Qué es esto, James?
Katie se puso nerviosa y no logró abrir la caja por culpa de la impaciencia que
la sacudía, así que él se la quitó de las manos y lo hizo por ella, dejando a la
vista un anillo sencillo, con una pequeña piedra de color lila en el centro y la
inscripción de sus nombres en el interior.
—Es… es precioso —consiguió decir—. ¿Cuándo lo compraste?
Ella alzó la barbilla para mirarlo a los ojos.
—Hace ocho años —confesó.
—¿Cómo…? No lo entiendo.
—No lo tiré. No pude. Ni tampoco devolverlo. —James se inclinó, la besó y
luego se apartó antes de hablar—: Ya te lo dije, este anillo tenía que ser tuyo o de
nadie más.
—No me lo puedo creer… —sollozó.
—Pues hazlo. No te pido que nos casemos mañana, ni pasado, ni al año
siguiente. Podemos hacerlo cuando tú quieras, ¿qué importa? Ya estamos juntos.
Solo quería dártelo y que supieses que sigue siendo tuyo, siempre lo será.
Katie lo miró con lágrimas en los ojos.
Luego, con las manos temblorosas, dejó que él le pusiese el anillo en el dedo y
observó ensimismada la piedra que, como él bien había sabido, era de su color
preferido.
Lo abrazó, tirándolo sobre la cama y consiguiendo que James se echase a reír
a carcajadas. Recordó que, cuando había llegado a Sound River, él apenas
sonreía. Y ahora era un hombre nuevo, feliz. Le dio un beso largo y sentido. Sus
cuerpos pronto despertaron ante las caricias del otro y James tuvo que coger aire,
anhelante.
—Imagino que eso es un sí —dijo con la mirada brillante.
—Un sí enorme. Inmenso. Colosal.
—Me gusta cómo suena. Ahora, prométemelo.
Y Katie sonrió, porque sabía que él no se habría contentado con cualquier
promesa, no, sino solo con la promesa de un beso, así que se inclinó otra vez,
despacio, rozando sus labios con suavidad hasta que se fundieron en un beso que
para ellos fue eterno.

FIN.
La distancia entre dos besos
Besos #2


1

Amber quiso gritar de frustración cuando escuchó que su hermano soltaba un
suspiro largo y daba un paso hacia atrás alejándose del capó abierto del coche. Él
negó con la cabeza, cruzado de brazos y con una arruga surcando su frente.
—No entiendo qué es lo que le pasa.
—¿Estás seguro? Vuelve a mirarlo.
—Amber, es la tercera vez que lo hago y no veo nada raro que provoque que
el coche se caliente —explicó su hermano James tras bajar el capó con el brazo y
cerrarlo—. Lo siento. Tendrás que ir al mecánico del pueblo, no será para tanto
¿no?
Casi como quitarme los ojos con una cucharita de café, pensó. Y luego se
corrigió a sí misma en lo referente a los ojos porque lo cierto era que, Ezra, el
único mecánico de Sound River, era un imbécil de primera, sí, pero no podía
negarse que alegrase la vista de cualquiera. Amber hubiese pagado a cambio de
que fuese un hombre sudoroso y poco atractivo, pero, en cambio, tendría que
enfrentarse a él, con su interesante rostro y sus increíbles ojos azules.
La cuestión era que Ezra la odiaba.
¿Por qué? Pues porque una mañana de otoño, cuando ella salía de la cafetería
que siempre frecuentaba con sus amigas y que estaba enfrente del taller, había
tropezado y le había tirado encima el café con leche tamaño gigante que llevaba
en la mano. Desde entonces, él le había hecho la cruz. Hasta el punto de que,
unas semanas atrás, en la puerta de esa misma cafetería cuando ella le pidió
explicaciones por la cara de malas pulgas que le dedicaba cada vez que se
cruzaban, él había decidido pagarle con la misma moneda y recrear el episodio
en el que se habían conocido, esa vez con ella en el papel de chica que recibe un
chorro de café en la cabeza. La experiencia no había sido agradable, no, y
Amber temblaba de rabia solo de pensar en Ezra, algo que, remontándonos al
punto de partida, significaba que era un problema que el único que la pudiese
ayudar a arreglar su coche fuese precisamente el tipo que más parecía detestarla.
—Está bien. Si no hay más remedio, lo llevaré —dijo resignada.
—No tardes. —James alzó una ceja en alto—. Me preocupa que vayas con ese
trasto en malas condiciones, ¿quién sabe lo que podría ocurrir?
—No exageres —concluyó mientras los dos se dirigían hacia el rancho por el
sendero que conducía hasta la entrada. Al llegar, se despidieron en el pasillo
cuando James dijo que iría a darse una ducha y Amber entró en la cocina y buscó
algo para picar.
Ella siempre tenía un hambre voraz. Por suerte, era de constitución delgada y,
además, una persona muy nerviosa que no solía parar quieta casi nunca; gracias
a eso, seguía manteniéndose en forma. Ese día, tras abrir varios armarios y no
encontrar nada interesante, puso un par de tostadas a calentar y sacó un bote de
mermelada de fresa casera antes de sentarse en la mesa de la cocina.
Katie entró en la estancia. Junto a Hollie, era su mejor amiga y un apoyo
incondicional. Las tres se habían conocido siendo unas niñas y, llegados a aquel
punto, no tenían secretos entre ellas. Como la confianza daba asco, Amber ni se
inmutó cuando Katie le quitó una de sus tostadas y se sentó en la mesa a su lado.
La señaló con la cabeza.
—Tu maravilloso novio no ha encontrado el problema del coche —se quejó
Amber—. Ten hermanos para esto.
Katie sonrió y se untó la tostada con mermelada.
—Bueno, no puede ser perfecto en todo.
—¿Qué insinúas? —preguntó Amber.
—Que ya es perfecto en muchas otras… cosas.
—Oh, ¡por favor! ¡Es mi hermano! Nada de detalles sobre lo que sea que
hacéis en el dormitorio todas las noches. Suficiente tengo con vivir bajo el
mismo techo que vosotros.
—No digas tonterías —dijo Katie.
—No lo son. Algún día tendré que mudarme.
—¡Eso no es cierto! El rancho es de los dos y no tienes que irte a ninguna
parte.
Amber lo sabía. Antes de morir, su padre, les había dejado a ella y a su
hermano el rancho de la familia Faith en igualdad de condiciones. A día de hoy,
James se ocupaba del ganado y de las tareas externas, y ella llevaba las cuentas y
la parte administrativa. Sin embargo, desde que la relación entre James y Katie
se había consolidado y ella se había mudado allí, Amber no dejaba de pensar en
que, algún día, tendría que irse. Y no por ellos, que probablemente no la dejarían
escapar jamás, teniendo en cuenta que él la adoraba y que Katie era una de sus
mejores amigas, sino por ella misma. De repente, Amber había empezado a
pensar en la posibilidad de tener su propia familia y su propia casa; poder
decorarla a su gusto, marcar sus normas, pasearse a sus anchas vestida con una
camiseta y ropa interior o darse un baño de espuma con la puerta del servicio
abierta de par en par para poder escuchar mientras la música que sonaría desde la
habitación de al lado. Lo cierto era que, verlos a ellos, tan acaramelados y
felices, había despertado en Amber esos deseos que nunca antes se había
planteado.
¿El problema? No había chico. Ningún chico.
Aunque, por otra parte, bien podría mudarse sola.
Por alguna razón, desde niña, siempre se había imaginado a sí misma
haciéndolo cuando encontrase al hombre de su vida y, entre ambos, buscasen una
propiedad que fuese al gusto de los dos. Desde hacía unos años, ese ideal de
película se iba convirtiendo en una escena menos clara. Para empezar, porque en
Sound River, el pequeño pueblo donde había nacido y en el que seguía viviendo,
no existían tíos que valiesen la pena.
—Tendré que ir al taller ahora luego —dijo con un suspiro.
—¿Al de Ezra? Te deseo suerte —bromeó Katie, pero, en realidad, lo decía
completamente en serio. Ahogó una risita antes de darle un mordisco a su
tostada.
2

Sorprendido, Ezra alzó la cabeza cuando vio el coche que entraba en su taller
y, aún más importante, a la chica que lo conducía. Amber Faith.
Frunció el ceño de inmediato y se limpió las manos con un trapo antes de
animarse a ir a su encuentro. Ella bajó del coche y cerró la puerta con un golpe
seco. Los dos se miraron en silencio unos segundos hasta que Amber se atrevió a
romper la tensión del momento.
—Mi coche se calienta —se limitó a decir.
—Qué bien. Enhorabuena.
—Necesito que lo arregles.
Ezra le mostró una sonrisa pretenciosa y se apoyó en el capó de otro coche
que tenía en el taller. La miró de los pies a la cabeza. El verano había llegado a
Sound River y ella vestía unos pantalones cortos y un top con escote de corazón
y de color rojo que hacía juego con las sandalias llenas de piedrecitas. Él torció
el gesto.
—Prueba a cambiar el tono mientras me lo voy pensando.
—¿Qué tono? —replicó impaciente.
—Ese necesito que lo arregles como si trabajase para ti.
—Trabajas para mí. Pienso pagarte —matizó.
Él alzó una ceja y se cruzó de brazos. Cuando lo hizo, Amber intentó en vano
no fijarse en la piel bronceada y en la camiseta negra de tirantes que vestía y se
ajustaba a su torso, revelando que estaba más en forma de lo que ella deseaba
admitir.
—Te estás equivocando. Este es mi taller, así que yo decido qué trabajo
acepto. Dame una buena razón para no pedirte que te largues por dónde has
venido.
—¿Ser un buen mecánico? Por ejemplo.
—No me convence. Prueba otra más.
—¿No comportarte como un idiota?
—Estás perdiendo puntos, cariño.
—Vale, ¿sabes qué? Tú ganas. Adiós.
Ezra la miró divertido y avanzó hasta ella para cogerla de la muñeca antes de
que pudiese subir al coche. La soltó de inmediato. ¿Qué había sido eso? Casi
podía ver las chispas saltando a su alrededor y no le gustaba, no, no le gustaba en
absoluto…
—Déjame echarle un vistazo —dijo secamente.
—De acuerdo, si insistes… —Ella sonrió.
Él abrió el capó del vehículo y lo observó con detenimiento mientras ella
seguía parada a su lado. Encendió el vehículo un par de veces y revisó algunos
cables.
—Vuelve a contarme lo que le ocurre.
—Se calienta —repitió Amber—. Y cuando eso pasa, se para de repente. Me
ocurre cada dos o tres días; voy conduciendo y, pum, deja de funcionar.
Ezra la miró por encima del hombro.
—¿Y luego arranca otra vez?
—Sí. Dejo pasar unos minutos para que se enfríe y vuelvo a encenderlo.
—¿El indicador de la temperatura te avisa?
—Veo cómo sube la aguja, sí.
Él alzó los brazos y bajó el capó del coche para cerrarlo. Volvió a limpiarse las
manos y se giró con lentitud hacia ella, que seguía parada en medio del taller.
—Lo arreglaré. Dame una semana.
Amber pestañeó varias veces, confundida.
—¿¡Una semana!? ¡Necesito el coche!
Ezra señaló el taller con la cabeza.
—Cariño, sé que crees que eres muy especial, pero como puedes ver hay otros
clientes que llegaron antes que tú y yo solo tengo dos manos. —Su mirada se
volvió de repente intensa y pícara—. Sé usarlas muy bien, pero no hago
milagros.
—Cuatro días —negoció.
—No. Tendrás que respetar el turno.
Amber apretó los puños y notó cómo se le disparaban las pulsaciones por
culpa de los nervios. Podía ver en la mirada de él que la estaba retando y que,
aunque era cierto que había más coches en el taller, probablemente podría
hacerlo antes; sus ojos azules y llenos de diversión le decían que estaba
disfrutando del momento y, por alguna razón, a ella le sacaba de quicio él y esa
costumbre de ir por ahí con actitud de perdonavidas, como si el mundo estuviese
a sus pies y tuviese derecho a odiarla sin razones.
Por eso, terminó negando con la cabeza.
—No te preocupes. Ya encontraré a alguien que sepa usar las manos aún mejor
y más rápido que tú —se burló haciendo alusión a su comentario, que había
sonado como una provocación—. Gracias por tu tiempo.
—Créeme que te hago un favor cuando te digo que te estás equivocando.
—¿Puedes devolverme las llaves? —pidió.
—Claro. —Se las dio y luego le abrió la puerta del coche con una expresión
burlona como si fuese un perfecto caballero. Ella lo ignoró y subió al vehículo
—. Suerte.
—¡Lo mismo te digo! ¡Ups, no! Miento.
Y escuchando de fondo la carcajada que él soltó, dio marcha atrás a toda
velocidad y salió de allí como si estuviese a punto de apuntarse a una carrera
ilegal de coches, pisando a fondo el acelerador.
Enfadada por el resultado de aquel encuentro, tomó una decisión y, tras subir
el volumen de la radio al máximo, salió de Sound River y condujo por la
carretera con la intención de llegar hasta el pueblo vecino, que estaba a una
media hora de distancia. El paisaje boscoso la acompañó hasta que llegó a su
destino.
Se había propuesto preguntar en los tres talleres que había allí y tenía la
esperanza de conseguir que alguno de ellos quisiese arreglarle el coche ese
mismo día, así aprovecharía el rato que tuviese que dejarlo con el mecánico para
acercarse a comer algo y a visitar las tiendas de ropa que había, por si encontraba
alguna ganga.
Por desgracia, ninguno parecía dispuesto a satisfacerla.
Todos le dijeron que necesitarían al menos un par de días para evaluar el
coche. Y, claro, ella no podía dejarlo allí porque no tenía cómo volver a Sound
River. Intentó convencer a uno de ellos que no dejaba de mirarle las piernas,
pero el chico no cedió porque le dijo que era imposible averiguar en solo unas
horas qué le ocurría sin hacer las pruebas pertinentes para descartar los
problemas más comunes.
Estaba siendo un día horrible.
Además, hacía mucho calor.
Cuando volvió a montar en el coche, bajó las ventanillas y puso rumbo de
nuevo hacia su casa. Había perdido todo el día y todavía no había solucionado el
problema. Suspiró con fuerza y con las manos en el volante. Estaba planteándose
qué hacer o qué decir cuando regresase al taller de Ezra, cuando el coche se paró
de repente.
—¡Mierda! ¡Mierda, mierda!
Amber consiguió apartarse a un lado al notar la ausencia del ruido del motor y
se quedó en la cuneta de la carretera, al lado de los árboles que delimitaban el
inicio del bosque. Apoyó la cabeza en el asiento mascullando algunos
improperios por lo bajo y, cuando pasaron unos minutos, volvió a girar la llave
dispuesta a marcharse de allí.
Nada. No arrancó. No se encendió.
—¡Vamos! ¡No te mueras ahora! —pidió desesperada dándole la vuelta a la
llave de nuevo, aunque fue inútil—. ¡Maldita sea! —gritó golpeando el volante.
Tras calmarse durante unos segundos y valorar la situación en la que se
encontraba, parada en medio de la nada y de una carretera que tan solo servía
para comunicar los dos pueblos y no era precisamente muy transitada, buscó su
teléfono móvil en el bolso.
Estaba apagado. Sin batería.
Estoy bien jodida, pensó.
3

Estaba conduciendo cuando se fijó en el coche que estaba parado en el arcén y
aminoró la velocidad hasta terminar frenando a su lado. Vaya, vaya, el karma
existía al final, se dijo mientras bajaba y caminaba hacia ella que, al verlo,
intentó esconderse de él hundiéndose en su asiento. Ezra golpeó la ventanilla con
los nudillos. Ella la bajó y le dirigió una mirada afilada.
—¿Pasando el rato? —preguntó.
—Sí, aquí, descansando —replicó orgullosa.
—Qué bien. Pues nada, te dejo que sigas a lo tuyo. —Se despidió sonriente y
giró sobre sus talones hasta que escuchó cómo ella lo llamaba y frenó en seco.
—¡Espera! Me preguntaba… me preguntaba si podrías dejarme tu móvil para
hacer una llamada… —dijo en voz baja.
—¿Mi móvil? —Se cruzó de brazos.
—Sí, solo será un segundito de nada.
—No tengo tarifa plana —mintió.
—Te pagaré. Lo que me pidas.
—Doscientos dólares. —Sonrió.
—¿Qué pasa contigo? ¿Estás loco?
—No, solo es una cuestión de oferta y demanda. Yo tengo un móvil, tú estás
desesperada por hacer una llamada porque te has quedado tirada —ladeó la
cabeza—. Perdona, quería decir que estás descansando tirada en una cuneta.
Amber bajó del coche tras forcejear con la puerta.
—¿Por qué eres así de idiota conmigo?
—¿Yo? —La miró ceñudo—. Cariño, te recuerdo que estaba dispuesto a
arreglarte el coche y te marchaste porque te pedí que esperases tu turno.
—¡Sabes que no era un turno de una semana!
—Intentaba no pillarme los dedos. Trabajo así.
Se retaron con la mirada, parados en medio de la nada. Ella se estremeció al
darse cuenta de lo brillantes que eran sus ojos azules bajo el sol y al final tuvo
que apartar la vista porque era incapaz de centrarse cuando lo tenía tan cerca.
—No invadas mi espacio personal —dijo.
—¿Acaso te pongo nerviosa? —replicó él.
—¿Nerviosa? ¿Tú a mí? Ni en un millón de años —sentenció y, para
demostrárselo, dio un paso al frente hasta que apenas quedó espacio entre ellos.
Él no se movió, pero se inclinó un poco mostrándole una sonrisa seductora y,
al ver esa expresión, Amber dio un saltito y tropezó. Ezra la cogió con rapidez e
impidió que terminase en el suelo. Soltó una carcajada antes de soltarla.
—Sigue intentándolo. Lo de no ponerte nerviosa, digo.
—Tienes el ego muy subido, ¿no te lo ha dicho nadie?
—No lo sé, tengo memoria selectiva —contestó.
Amber dejó de discutir con él cuando distinguió a lo lejos un coche rojo que
se acercaba. Con el corazón vibrando de alegría, corrió hacia el extremo de la
carretera y alzó una mano en alto moviéndola de lado a lado y rezando para que
parase. Efectivamente, lo hizo. El coche frenó a su lado y un tipo de aspecto
rudo bajó la ventanilla y la miró de los pies a la cabeza, deteniéndose un buen
rato en hacerlo.
—¿Necesitas que te lleve, guapa?
—Sí, sí. Muchas gracias.
—Monta —le dijo resuelto.
Amber sonrió satisfecha, pero antes de que pudiese dar un paso adelante, la
mano de Ezra la rodeó por la cintura y tiró de ella hacia atrás.
—Tú no vas a ninguna parte —le susurró.
—¿Quién demonios te has creído que eres? ¡Suéltame!
El hombre que estaba dentro del coche rojo salió y se dirigió hacia ellos con
cara de malas pulgas. Llevaba una camisa de color caqui manchada y olía a
alcohol.
—La chica ha dicho que viene.
—Ya. Y yo digo que no —repitió Ezra.
—¿Quieres que te explique cómo hacemos las cosas en Texas, muchacho?
Porque te aseguro que tienes todas las de perder. —Se acercó a él con paso
amenazante y los puños en alto, pero antes de que pudiese siquiera rozarle, Ezra
lo cogió con una llave y consiguió mantenerlo sujeto—. ¡Quítame las manos de
encima!
Ezra habló cerca de su oído y su voz sonó fría y decidida.
—Lo voy a hacer y, cuando eso ocurra, quiero que montes en el coche y te
marches sin mirar atrás. O te juro que te arrepentirás.
En cuanto lo liberó, y a pesar de las protestas de Amber, el hombre hizo
exactamente lo que le había ordenado. El coche pronto desapareció a lo lejos y
se perdió de vista. Ezra de giró hacia Amber, todavía alterado y respirando con
dificultad.
—¿Estás completamente loca? ¿En qué cabeza cabe intentar subirte en un
coche con un tipo como ese? ¿No has visto la pinta que tenía o es que te van las
emociones fuertes?
—¡Yo solo quería volver a casa!
Ezra se calmó al ver la expresión de la chica.
—Está bien. Vamos, te llevaré.
—¿Lo dices en serio?
—Sí y no vuelvas a preguntármelo a menos que quieras que cambie de
opinión. Date prisa, no tengo todo el día.
—¿Y qué pasa con mi coche?
—Iba a comprar algunas piezas que aún tengo que conseguir, así que, cuando
te deje en casa y haga lo que tengo que hacer, vendré con la grúa para recogerlo.
Amber pronunció un gracias muy bajito aunque, en realidad, no podría estar
más agradecida por lo que estaba haciendo por ella. Tras coger su bolso, montó
en el asiento del copiloto y lo observó de perfil mientras circulaban por la
carretera.
Ezra tenía los rasgos marcados, la nariz y la mandíbula muy masculina, los
labios no eran demasiado gruesos y, sin duda, lo que más llamaba la atención
eran sus ojos y el tono que poseían; un azul tan intenso como el del cielo del
mediodía que se alzaba sobre sus cabezas. Apartó la mirada de él cuando se dio
cuenta de que resultaba demasiado evidente que estaba prestándole atención.
Estiró la mano para cambiar el canal de la radio, pero antes de que pudiese
rozarla, él se lo impidió.
—Ni se te ocurra tocarla.
—Esta música es… aburrida.
—Fingiré que no sabes lo que dices.
Amber se encogió de hombros. Intentó mantenerse callada durante el trayecto,
pero le resultaba muy difícil e incómodo, así que forzó la conversación.
—¿De dónde eres? —preguntó, porque sabía que solo hacía dos o tres años
que Ezra había llegado a Sound River y se había quedado con el taller mecánico
que estaba en venta desde que el anterior propietario quiso jubilarse. Nadie sabía
de dónde venía ni por qué había decidido quedarse en un pueblo tan pequeño y
perdido.
—De Nueva York —contestó.
—¿Tú? ¿Estás de broma?
—¿Por qué iba a estarlo?
—No tienes pinta de ser de Nueva York.
—¿Y qué pinta se supone que debería tener?
—No lo sé, algo más… sofisticado, por ejemplo.
Ezra negó con la cabeza, como si la diese por un caso perdido, y siguió
conduciendo sin prestarle atención. Amber suspiró sonoramente.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Ezra.
—No estoy haciendo nada.
—Sí, respirar así, para que te pregunte que qué te ocurre.
—Das muchas cosas por supuesto —contestó Amber.
—Eso es porque conozco a las mujeres.
—¿A todas las mujeres en general? No soporto a los tíos que piensan como tú
y se creen los reyes del mundo alimentando los estereotipos.
—¿Habla de estereotipos la que acaba de sorprenderse porque sea de Nueva
York y no vista un traje de etiqueta? ¡Por favor! ¡No me hagas reír!
—Vale, en eso tienes razón —admitió, aunque a su orgullo le costó unos
segundos poder hacerlo de buena gana—. Pero en lo otro no. Y, por cierto,
¿cuánto me costará arreglar el coche? ¿Puedes darme un presupuesto?
—Todavía no lo sé —se limitó a decir, pero, pasado un minuto de silencio,
volvió a hablar mientras la miraba de reojo—. De todas formas, imagino que no
será un problema para ti teniendo en cuenta que eres la dueña de un rancho, nada
menos.
—¿Qué insinúas? —Lo miró indignada.
—Nada, olvídalo —contestó.
No volvieron a dirigirse la palabra hasta que se encontraron en el pueblo.
Atravesaron sus calles y Ezra se desvió por el camino que conducía hacia el
rancho de los Faith. Una vez allí, Amber volvió a darle las gracias con la boca
pequeña y bajó del coche. Se acercó a la ventanilla tras darle la vuelta al
vehículo.
—¿Cuándo sabré algo de ti? —preguntó.
Él la miró divertido y sonrió travieso.
—Me sorprende que ni siquiera intentes disimular que empiezas a echarme de
menos incluso antes de que me vaya…
Amber gritó un insulto y, antes de que pudiese decir algo más, él se marchó
por el sendero que conducía hacia la propiedad. Ella entró en la casa dando
zancadas y resoplando. Katie apareció por la escalera.
—¿Qué tal ha ido el asunto con el coche?
—Decir un desastre sería demasiado suave.
E ignorando la risa que su amiga dejó escapar, Amber subió al piso de arriba
dispuesta a meterse en el despacho y terminar las tareas administrativas del día
que todavía no había empezado a hacer. Recordó la sonrisa burlona de Ezra en
cuanto se sentó en su silla y, muy a su pesar, no pudo evitar sentir una sacudida
en el estómago.
4

Llevaba toda la semana acudiendo al pueblo caminando. En un par de
ocasiones, Hollie había ido a por ella o Katie la había acercado por la tarde antes
de que empezase el turno de camarera en el local donde trabajaba, el único lugar
del pueblo donde los jóvenes solían acudir a tomar algo a última hora del día.
Solo había visto a Ezra una vez a lo largo de esa semana y, cuando él la
reconoció, se limitó a sonreírle y a acelerar todo lo que pudo sin molestarse en
preguntarle si quería que la acercase a algún sitio.
Por suerte, el sábado por la noche, Amber acudió junto con su hermano James
al local, que a esas horas ya estaba lleno de gente. Katie estaba sirviendo copas
tras la barra, pero le faltó poco para atravesarla volando para darle un beso a
James cuando lo vio llegar, como si no acabasen de verse hacía apenas unas
horas. Amber puso los ojos en blanco, pero luego sonrió y se sentó al lado de
Hollie, que estaba bebiendo un gintonic.
—Otro para mí —le pidió a Katie haciéndole ojitos.
—Ahora mismo —respondió cantarina.
Una vez se quedaron a solas, porque su hermano James se marchó para buscar
a unos amigos, Katie le dio un sorbo a su bebida y miró a Hollie por encima de
la pajita.
—¿Qué tal tu semana, cielo?
—Mal. Muy mal. No lo soporto.
Por desgracia, Amber sabía bien a quién se refería su amiga.
Logan Quinn, el chico que le había hecho la vida imposible a Hollie durante el
colegio, había regresado a Sound River unos días atrás. Logan era descarado,
rudo y oscuro; corrían rumores sobre él muy poco agradables y, a pesar de que
Hollie siempre parecía estar dispuesta a perdonar y dar segundas oportunidades a
todo el mundo, no era así en esa ocasión. Por alguna razón que Amber
desconocía, a su amiga le resultaba imposible la idea de hacer borrón y cuenta
nueva con él como sí había hecho con otros muchos de los muchachos que, de
jóvenes, se burlaron de ella.
—Ya te acostumbrarás a verlo. Además, por lo que dicen las malas lenguas,
dudo que se quede mucho tiempo; no tiene trabajo, ni nadie sabe por qué ha
vuelto.
—Ojalá tengas razón —dijo Hollie.
—Lo mejor que puedes hacer es ignorarlo.
—¿Y qué tal tú? ¿Arreglaste el coche?
—No. Y por el ritmo al que trabaja Ezra, es probable que me haga vieja antes
de volver a recuperar mi coche. Me saldrán canas, arrugas y no podré conducir
por culpa de mis temblores —suspiró sonoramente, sin ser consciente de que
alguien reía a su espalda.
—¿Nada más? —Ezra la miró divertido.
Amber se giró hacia él ceñuda y enfadada.
—¿¡Me estabas espiando!? —gritó.
—¿Qué te has fumado hoy?
—Muy gracioso. ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación escuchar
conversaciones ajenas? Y, por cierto, ¿qué has hecho con mi coche? Porque hace
más de una semana que no sé nada de ti y he cumplido el turno imaginario.
Ezra sonrió socarrón y se inclinó hacia ella.
—¿Tanto me has echado de menos?
—Sabes que no es… ¡deja de decir eso!
Hollie se inmiscuyó en la conversación.
—Amber, voy al servicio, vuelvo en seguida.
Ninguno de los dos le prestó mucha atención, porque estaban demasiado
ocupados retándose con la mirada en medio del local lleno de gente. Él dio un
paso hacia ella, que seguía sentada en el alto taburete, y se me marcaron los
hoyuelos en las mejillas.
—Tu coche ya está listo —informó.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo?
—Ahora, por ejemplo —replicó.
—Qué oportuno —protestó.
—Sí y, ah, una cosa más. —Se acercó a ella como si quisiese hacerle una
confesión y Amber notó su aliento cálido en la mejilla y distinguió el olor de la
colonia masculina que usaba—. Encontré algo muy interesante en la guantera de
tu asiento.
Voy a morir de vergüenza…
Voy a morirme aquí, ya, de golpe.
Amber sintió de inmediato cómo se sonrojaba. Las mejillas le ardieron y fue
incapaz de levantar la mirada hacia Ezra mientras se alejaba caminando
tranquilo.
Sus braguitas. Él había encontrado sus braguitas rojas.
No supo si fue por el gintonic que acababa de tomarse o por su orgullo herido,
pero se levantó del taburete con tanta fuerza que estuvo a punto de conseguir
caerse al suelo. Siguió a Ezra entre la gente y, cuando llegó a una esquina, lo
cogió del brazo. Él se giró y la miró muy sorprendido, porque desde luego había
dado la conversación por finalizada.
Amber reunió todo el valor que tenía.
—Eres un cerdo —dijo enfadada.
—¿Perdona? —Frunció el ceño.
—Si encuentras algo así en un coche, finges que no lo has visto y punto —
explicó—. Que sepas, además, que esas braguitas solo estaban ahí porque un día
fui a nadar al río y me cambié en el coche para ponerme el biquini.
Ezra la miró con una sonrisa seductora.
—¿Y luego volviste sin nada?
—¡Serás idiota! Volví con el biquini.
Él se echó a reír, pero la risa se extinguió cuando la chica le dio un golecito en
el hombro, luego en el pecho y, finalmente, Ezra la retuvo cogiéndola de las
manos.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—¡No te soporto! Eres desquiciante.
Ezra apretó los dientes y la mantuvo quieta pegándola a él. Amber dejó de
moverse. De repente, solo era capaz de sentir el pecho duro y musculoso de Ezra
junto al suyo, sus manos más ásperas en torno a sus muñecas, la respiración que
le hacía cosquillas. Tomó aire al notar que se ahogaba. Él la miraba muy serio y
casi sin pestañear, como si no supiese muy bien qué hacer a continuación.
—Quizá deberías soltarme… —dijo Amber.
—Quizá… —dijo con la voz ronca—. O no.
Sus bocas chocaron a la vez. Amber sintió que las piernas le temblaban y
agradeció que él la sostuviese rodeándole la cintura, porque no estaba segura de
poder seguir manteniéndose en pie durante mucho tiempo. El corazón galopó en
su pecho al notar los labios rudos y exigentes de Ezra sobre los suyos,
apoderándose de su boca. Todo era demasiado intenso y pensó que aquello debía
de ser lo que se conocía como enloquecer en un segundo, porque había pasado
de odiar a una persona a desear fundirse con ella.
Como si su sentido común regresase al meditar aquello, Amber se apartó de
golpe.
Apenas podía respirar de lo agitada que estaba. Por los movimientos de su
pecho, Ezra parecía sentirse igual. Ella lo miró jadeante.
—¿Qué ha sido eso…? —preguntó.
—Eso ha sido lo que ocurre cuando me aburro.
Quiso volver a golpearlo y tuvo que reunir todas sus fuerzas para no hacerlo.
Aguantó el tipo, enfadada y dispuesta a no volver a mirarlo a la cara en mucho
tiempo, y sin mediar palabra se dio la vuelta y se le alejó de él, porque no
pensaba que se mereciese una contestación después de esas palabras. No estaba
segura de quién había sido el primero que se había lanzado a los labios del otro,
pero sí sabía que los dos lo habían deseado, por mucho que ahora Ezra decidiese
quitarle importancia. Bien, si él no se la daba, mucho menos lo haría ella.
Regresó hasta la barra, donde ya estaba Hollie hablando con Katie, aunque ésta
no dejaba de servir bebidas un poco atareada.
—¿Dónde has estado? —preguntó.
—Por ahí. Miento. Con Ezra.
—¿Te ha dicho algo del coche?
—Sí, entre otras cosas, pero mejor te lo cuento luego de camino a casa. Ahora,
vamos a disfrutar de la noche.
Dicho aquello, las dos se levantaron y se acercaron hasta donde estaba James
con unos amigos, donde pasaron el resto de la noche bailando, bebiendo y
riendo, ajenas a esos dos ojos azules que se quedaron observando la escena
desde lo lejos hasta que se marcharon casi a la hora de cerrar.
5

—¡Todavía no me lo puedo creer!
Katie la miró con la boca aún abierta.
—Pues sí. Nos besamos. Así, sin esperarlo.
—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Hollie.
—¿Yo? ¡Nada! Fingir que nunca ha pasado. O que me aburría, como él.
—¡Menudo idiota! ¿Cómo se le ocurre decirte eso? —se indignó Katie.
Estaban sentadas en su mesa habitual de la cafetería a la que siempre acudían
para tomar algo. Era la cafetería que estaba justo delante del taller mecánico de
Ezra y el lugar donde se habían conocido cuando ella tropezó y le tiró encima el
café que llevaba en la mano. Como era domingo, el taller estaba cerrado, algo
que Amber agradeció, porque se había pasado toda la noche dándole vueltas a lo
que había ocurrido sin llegar a una conclusión razonable. ¿Por qué lo había
besado? Peor aún, ¿por qué le había gustado? Ella no era una de esas chicas que
caen rendidas con facilidad entre los brazos de un hombre, ni mucho menos
cuando ese hombre es cuestión le parecía gruñón, antipático y engreído. Ezra era
exactamente todo lo que a Amber no le gustaba.
—¿Por qué son así? —preguntó Hollie—. Los hombres, quiero decir.
—No todos. James es… perfecto. —Katie suspiró.
—Lo vuestro es una excepción —dijo Amber.
—No es cierto. Además, estoy segura de que tú terminarás encontrando a una
persona que esté dispuesta a lidiar con tu carácter. —No se inmutó ante la
mirada asesina que Amber le dirigió antes de centrarse en Hollie—. Y tú eres
una chica inteligente, dulce y preciosa y sé que algún día te enamorarás. Mereces
saber qué se siente al hacerlo.
Hollie se removió incómoda en su silla y removió el café un par de veces
antes de atreverse a alzar la mirada y enfrentarse a sus amigas, que la miraban
con cariño sin saber que ella escondía un pequeño secreto y que, en realidad, no
conocían todo lo que había ocurrido años atrás con Logan Quinn. Se dijo que era
mejor así, porque cada vez que lo recordaba volvía a sentirse avergonzada y
humillada.
—Supongo que sí —contestó.
—Ahora, háblanos de ti, ya que eres la única que tiene algo bueno que contar
—pidió Amber.
Katie sonrió de lado a lado.
—Nos casaremos este otoño —anunció.
Tanto Hollie como Amber se inclinaron para abrazarla entre palabras de
alegría llenas de emoción. James y ella habían tenido que recorrer un largo
camino para llegar hasta ese punto y merecían poder disfrutar de una vida en
común tranquila y feliz.
—¡Me pido ser dama de honor!
—¡Yo también! —gritó Hollie.
—Lo seréis las dos —dijo Katie.
—¿Has pensado en cómo quieres que sea la boda?
—Un poco. Algo íntimo. Y la celebraremos en el claro que hay junto al río,
cerca del rancho —comentó sonriente tras mordisquear la galleta que servían
junto al café.
—¿Vas a celebrar tu boda en un río?
—Al lado del río. Y sí, porque es un lugar especial para nosotros. Muy
especial —repitió con una mueca traviesa.
—¡Por favor, Katie, que es mi hermano! No pienso volver a pasear por ese
lugar, no vaya a ser que el día menos pensado os pille en plena faena. Hablando
del tema, por mucho que odie hacerlo, ¿cuándo vais a darme un sobrino? ¡Me
muero de ganas!
Katie la miró asustada y se atragantó con la galleta.
—Créeme, falta mucho tiempo para eso.
—Mi hermano no opina lo mismo.
—Tu hermano no va a quedarse preñado, así que hazme caso cuando te digo
que en esa decisión tengo mucho que decir —concluyó, y Hollie y Amber
estallaron en risas.
Pasaron el resto de la tarde del domingo hablando de sus cosas en aquel lugar.
La cafetería era tranquila, a pesar de que solía ser el punto de reunión de la
mayoría de las mujeres de Sound River. El suelo era de madera, al igual que la
barra, que además estaba decorada con objetos rosas, como los jarrones con
flores recién cortadas, las tazas o los marcos de los cuadros que colgaban de las
paredes.
Cuando Amber regresó a casa junto a Katie horas después, se encerró en su
habitación y mató las últimas horas que le quedaban al domingo pintándose las
uñas, viendo una serie en el ordenador portátil y preguntándose cómo debería
comportarse cuando, a la mañana siguiente, se acercase al taller para recoger su
coche.
6

Dudó durante más de una hora, pero al final decidió que, dado que él era un
idiota y se comportaba con ella como tal, al menos le mostraría lo que se estaba
perdiendo. Así que se puso una falda vaquera que dejaba a la vista sus piernas
doradas por el sol de verano y, en la parte de arriba, un top palabra de honor de
color azul claro. Se recogió el cabello oscuro y largo en una coleta y se puso
unos pendientes pequeños en las orejas antes de dirigirse hacia el taller.
Una vez en marcha, cansada tras la larga caminata por el sendero que
conducía hasta el pueblo desde el rancho algo más apartado, se alegró de no
haberse puesto apenas maquillaje porque hacía muchísimo calor y de lo único
que tenía ganas era de parar delante de alguna fuente y refrescarse la cara con
agua fría, cosa que hizo antes de caminar unas cuantas calles más y girar la
última esquina.
Vio su coche en cuanto puso un pie en el taller, pero, en cambio, no había ni
rastro de Ezra. Dejó a un lado la parte abierta al público al no conseguir abrir la
puerta del vehículo y avanzo hasta lo que supuso que sería su despacho. Antes
de girar el pomo para entrar, se paró en seco al escuchar su voz al otro lado de la
puerta.
—No juegues con esto, Lisa. —Una pausa—. No, no pienso volver, ya lo
sabes. Cuanto antes terminemos con todo, mejor. Bien. Sí. Deja de llorar. —El
silencio se prolongó unos instantes más antes de que él hablase nuevo—. ¿Que si
te quiero? Tú sabes la respuesta…
Amber abrió la puerta en ese momento.
Sabía que no era lo correcto escuchar a escondidas y, conforme la
conversación se iba volviendo más personal, decidió que era mejor cortar por lo
sano y hacerle saber que estaba allí. Ezra la miró por encima del hombro, de pie
delante de su mesa, y luego sus dedos se apretaron alrededor del teléfono antes
de hablar despacio.
—Ahora no puedo hablar, Lisa. Te llamo más tarde.
Colgó. Amber se compadeció de la pobre chica. Intentó mantener la boca
cerrada mientras él se guardaba el móvil en el bolsillo de los vaqueros, pero no
consiguió hacerlo bien, porque terminó diciendo:
—Quizá deberías ser un poco más delicado.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó malhumorado.
—Ya sabes, que a veces eres brusco. Tienes poco tacto.
Ezra la miró echando chispas por los ojos.
—No te metas en mis asuntos —replicó.
—En realidad, solo venía a por mi coche.
Él la miró fijamente, deteniéndose en sus piernas y subiendo hasta su rostro. A
pesar de que lo sacaba de sus casillas con más facilidad que cualquier otra
persona, debía reconocer que Amber era muy atractiva, una de esas chicas que
iluminaban la estancia en cuanto entraban en ella. Y eso era precisamente lo que
él más detestaba de la chica, que lo tenía todo; una herencia familiar, dinero,
comodidades, belleza y esa actitud que parecía gritar que se creía la reina del
mundo. A Ezra le recordaba demasiado a otra persona en la que prefería no
pensar a menudo…
A pesar de eso, no podía ignorar que se sentía atraído por ella. Todavía no
estaba seguro de qué era lo que había ocurrido durante la noche del sábado, pero
sabía que, si ella no se hubiese apartado de él, probablemente la habría cogido en
brazos y se la habría llevado de allí a su apartamento. Por eso la había tratado así
entonces, porque estaba enfadado consigo mismo por haber sucumbido de nuevo
y tan pronto a la tentación de otra mujer parecida. Esa pérdida de control lo hizo
sentir de nuevo como ese chico joven e inexperto que se deja llevar por la
corriente sin pensar primero en sí mismo.
Se cruzó de brazos y suspiró profundamente.
—En cuanto a lo que pasó la otra noche…
—Sí, un aburrimiento total —lo cortó Amber—. Ahora, si no te importa, te
agradecería que me dieras las llaves de mi coche. Tengo prisa.
Él la taladró con la mirada y se movió por su escritorio para buscar las llaves
del coche, que, por cierto, eran ridículas con un pompón rosa gigante como
llavero. Se las tendió y luego buscó la factura de la reparación.
—Serán doscientos ochenta dólares.
—¿Cómo dices? ¿Acaso has pintado mi coche con oro?
—No, pero he cambiado la pieza del termostato que lo hacía saltar cuando en
realidad el coche no estaba caliente y, antes de que me lo preguntes, sí, es una
reparación cara. Las piezas, la mano de obra y tener que aguantarte a ti, suponen
doscientos ochenta dólares.
Amber respiró hondo para intentar calmarse.
—Ahora mismo estoy haciendo ejercicios zen mentales para no abalanzarme
sobre ti.
Ezra curvó los labios con gesto burlón.
—Pensaba que te gustaba, pero no hasta ese punto.
—Sabes que no me estaba refiriendo a…
—Tampoco sería la primera vez que lo haces.
—¿De qué hablas? —preguntó con los dientes apretados.
—De lo de abalanzarte sobre mí, claro.
Amber pestañeó sorprendida y sintió que le hervía la sangre.
—Espero que esto sea una de tus bromas, porque hasta donde yo recuerdo tú
me besaste a mí —mintió, ya que en realidad no estaba segura de cómo había
ocurrido, aunque habría apostado mucho por la opción de que los dos se habían
acercado a la vez—. Y cabe resaltar que yo me aparté. Hasta donde yo recuerdo,
a eso se le conoce como que te den calabazas —dijo mientras sacaba de su bolso
la cartera y dejaba encima de la mesa el dinero en efectivo—. Toma, aquí tienes.
Haciendo uso de toda su dignidad, se giró balanceando las caderas y el llavero
rosa que llevaba en la mano. Ezra no pudo evitar que su mirada se desviase hasta
su trasero y apretó los dientes al hacerlo, furioso consigo mismo por dejar que
ella lo provocase y lo hiciese sentir de esa forma. La siguió con la vista cuando
subió a su coche, dio marcha atrás enfurecida y por poco atropella a una pareja
de ancianos que paseaba por la acera que estaba delante del taller. Ezra, cruzado
de brazos, aguantó las ganas de reír y luego suspiró con fuerza y volvió a
centrarse en todo el trabajo que tenía por hacer.
Pese a lo que muchas personas pudiesen pensar, Ezra adoraba su empleo.
Siempre le habían gustado los coches, las motos y, todavía más, los entresijos de
ambos. Le gustaba averiguar por qué algo se había roto y conseguir que volviese
a funcionar. Era reconfortante poder reparar cosas y que siguiesen teniendo vida.
Con el recuerdo de qué hacía allí revoloteando en su mente todavía, apuntó
algo en un papel con un bolígrafo y, al girarse para regresar al taller, vio la
cartera de Amber en un extremo de la mesa. Cerró los ojos con fuerza. Mierda.
Se la habría dejado tras sacar el dinero y lo último que él deseaba era tener que
volver a verla, algo que ahora parecía inevitable. Se dijo que esperaría unas
horas para ver si ella se daba cuenta de que la había perdido y regresaba por su
propio pie.
Pasó el resto de la jornada trabajando y, cuando terminó, se fue al pequeño
apartamento que tenía alquilado a unas calles de distancia. Era una casa muy
sencilla, pero cómoda y más que suficiente para él. Se dio una ducha de agua
caliente rememorando la conversación que había mantenido aquel día con Lisa,
aunque, pronto, esos pensamientos fueron sustituidos por el rostro de Amber, su
mirada desafiante y esos labios que él había devorado el sábado por la noche,
incapaz de resistirse.
Se vistió con ropa cómoda, unos vaqueros y una camiseta de algodón, y luego
condujo sin muchas ganas hacia el rancho familiar de los Faith, que quedaba a
las afueras del pueblo, no demasiado apartado. Llamó a la puerta y un chico de
aspecto rudo abrió.
—Buenas tardes, busco a Amber —dijo.
James lo evaluó detenidamente.
—Mi hermana está en los establos.
—¿Y los establos están…?
—A la derecha, todo recto.
—De acuerdo. Gracias.
Ante la mirada un poco recelosa de James, se encaminó hacia allí sin dejar de
preguntarse por qué no le había dado la cartera a su hermano, por ejemplo, en
vez de tener que encontrarse con ella de nuevo. Cada vez que la veía le resultaba
difícil ignorar la energía que parecían crear cuando estaban juntos. Odiarla era
mucho más fácil que tener que llevarse bien con ella y contenerse en su
presencia.
La miró desde la puerta. Estaba vestida con unos pantalones de montar y una
camisa que, aunque parecía masculina, la hacía irresistible. Acababa de quitarle
al caballo la silla de montar y estaba dándole un par de zanahorias. Se giró al
oírlo llegar.
—¿Qué narices haces aquí?
—Bonito recibimiento.
—Es que no eres bienvenido.
—Eso me hace replantearme mi tarea benéfica.
—¿De qué estás hablando? —preguntó con hosquedad.
—Venía a traerte tu cartera. Esa que has olvidado en la mesa de mi taller. ¿O
debo empezar a pensar que te la has dejado a propósito solo para poder verme de
nuevo?
Amber se cruzó de brazos, aunque ahora que sabía por qué él había ido allí
tenía un nudo en la garganta. Sin embargo, no iba a dejar que pisotease su
autoestima.
—Dame una buena razón para desear volver a verte.
—¿Por qué soy muy guapo? ¿Y muy listo?
Ella se esforzó por no reír al ver su sonrisa juguetona. Empezaba a pillarle el
punto. Por alguna razón, a Ezra le gustaba aquello, retarla, llevarla contra las
cuerdas… Puede que fuese su forma de mantener los límites entre ellos. Pues si
eso quería, ella se lo daría. Desde luego, nadie ganaba a Amber Faith en orgullo.
—Lo de guapo te queda grande. Y lo de listo más aún.
—En ese caso… me llevo la cartera. Ven a recogerla mañana, si quieres.
—Espero que sea una de tus bromas…
Ezra arqueó una ceja en alto y chasqueó la lengua antes de dar media vuelta y
salir del establo. No sabía por qué le divertía tanto ver cómo ella echaba humo
por las orejas, pero no podía evitar disfrutar de esa sensación de triunfo
momentáneo.
Sin embargo, lo que no esperaba era que, cuando todavía no había puesto un
pie en el sendero que conducía de regreso a la casa, ella saltase sobre su espalda
como un mono de feria y se agarrase de su cuello mientras su voz gritona le
taladraba los oídos.
—¡Devuélveme la cartera! ¡Devuélvemela!
—¿Estás completamente loca? ¡Quita, fiera!
—¿A quién llamas fiera? —gritó ella.
Ezra intentó forcejear para quitársela de encima, pero, al hacerlo, Amber no se
soltó y él terminó cayendo a un lado del camino, entre el montón de hierbas
verdes que se alzaban salvajes en medio del terreno. Él tosió y se dio cuenta de
que tenía una herida en el lateral de brazo porque se había apoyado ahí durante
el impacto para no aplastarla a ella con su peso. Maldijo entre dientes. Amber,
tumbada debajo de él, respiraba agitada.
7

—¿Por qué siempre tienes que fastidiarla?
—¿¡Yo!? ¡Te llevabas mi cartera!
Él la miró, todavía en el suelo, intentando ignorar el dolor que sentía en el
cuerpo por culpa del golpe. Las hierbas parecían haber formado un nido a su
alrededor y el cabello de Amber estaba desparramado sobre el lecho verde del
suelo. Ella tenía las mejillas encendidas y los labios entreabiertos. Ezra apartó la
vista de allí al notar las ganas que tenía de cubrirlos con los suyos y rodó hacia
un lado hasta quedar tumbado a su derecha. Se quedaron unos segundos mirando
el cielo del atardecer.
—¿Estás herido…? Pensaba que no te habías hecho nada —dijo ella
incorporándose para inclinarse hacia él—. Ezra, déjame ver el brazo.
Él negó con la cabeza y estaba a punto de levantarse cuando ella lo obligó a no
hacerlo al apoyar las dos manos sobre su pecho.
—¡No seas crío! —gritó—. Vamos, dentro tengo el botiquín.
—No necesito que me pongas una tirita.
Se soltó de su agarre y se puso en pie. La sangre se escurría por el costado de
su brazo, pero él lo ignoró como si solo fuese una rozadura, aunque, por lo que
ella podía ver, se había clavado algunas piedrecitas.
—¿Por qué tienes que ser tan terco?
Ezra soltó un gruñido por lo bajo y se encaminó hacia la propiedad, donde
había aparcado el coche apenas quince minutos antes. Ella lo siguió sin dejar de
hablar.
—¡Está bien! ¡Entraré si te callas! —exclamó.
Amber sonrió satisfecha y, una vez dentro de la casa, lo guio al baño de la
planta superior y le pidió que se sentase en el borde de la bañera. Él accedió de
malas maneras, con los dientes apretados en una mueca de disgusto y casi sin
mirarla. Cuando ella empezó a desinfectarle la herida, maldijo por lo bajo y
cerró los ojos.
—Tranquilo —lo miró divertida—. Puedes llorar como una chica, no se lo
diré a nadie.
—Cierra el pico. E intenta no destrozarme el brazo al curármelo.
Ella negó con la cabeza e intentó quitar las piedrecitas que se había clavado a
causa de la caída, limpiándole con cuidado.
—¿Siempre has tenido este humor de perros?
—Solo cuando me cruzo contigo.
—Qué halagador —apretó un poco más al algodón sobre la herida y él la
fulminó con la mirada—. Perdona, a veces no calculo mi fuerza.
Ezra puso los ojos en blanco y recostó la cabeza sobre la pared de azulejos que
había a su espalda mientras ella terminaba de curarlo. Cuando fue a ponerle un
vendaje, él se negó en rotundo y se puso en pie de nuevo.
—No es necesario —repitió.
Su móvil, que lo había dejado sobre el lavabo, sonó en ese mismo instante. El
nombre de Lisa apareció en la pantalla y él resopló antes de rechazar la llamada
y guardárselo en el bolsillo. Amber lo miró divertida mientras lo acompañaba
escaleras abajo.
—¿Alguna hermana entrometida? —preguntó.
Antes de salir por la puerta, él se giró.
—No es ninguna hermana. Lisa es mi mujer.
Y tras esas palabras secas, salió de la casa.
En cambio, Amber se quedó allí, delante de la puerta, durante un buen rato. Es
mi mujer, repitió en su cabeza. ¿Su mujer? ¿Ezra estaba casado? Recordó el beso
que se habían dado tres días atrás y tuvo ganas de llorar. Sin poder quitarse ese
pensamiento de la cabeza e imaginarlo a todas horas con su deslumbrante mujer,
Amber se dio una ducha y luego se metió en la cama sin cenar tras decir que le
dolía la barriga.
Katie apareció en su habitación una hora más tarde, golpeando con los
nudillos en la puerta y pidiéndole permiso para pasar. Al hacerlo, la miró
sorprendida.
—¿Qué ocurre, Amber? Solo son las ocho…
—No me encuentro bien —mintió.
—Vamos, cuéntamelo. —Katie se sentó en el borde de la cama, a su lado, y
Amber terminó dándose la vuelta y tomando una respiración profunda.
—Es Ezra. Está casado.
—¿Estás bromeando?
—No. Me he enterado hoy.
—Quizá solo sea un rumor…
—Me lo ha dicho él mismo —explicó—. Está casado con una mujer que, al
parecer, lo llama a todas horas. ¿Y sabes qué? Ni siquiera debería importarme.
Es más, ¡no me importa en absoluto! Nada de nada. A la mierda ese idiota.
—Amber, cielo…
—Este fin de semana pienso pasármelo en grande. Ya estoy harta de esperar a
que aparezca un hombre decente, si no hay ninguno, será que ha llegado la hora
de empezar a considerar eso del sexo sin compromiso —razonó—. Casi ni me
acuerdo de la última vez que tuve una cita. Es deprimente.
Katie quiso preguntarle si todo aquello era por Ezra y, sobre todo, por qué le
importaba tanto ese chico con el que parecía llevarse más mal que bien. Sin
embargo, no se entrometió. Le apartó un mechón de cabello oscuro de la frente y
sonrió.
—El último con el que saliste fue Alfred.
—Por lo que más quieras, no me lo recuerdes.
—¡No es para tanto! Es un tipo simpático. —Trabajaba en el supermercado y
a Katie siempre le daba los productos más frescos del día.
—Muy simpático, porque tú no lo has visto cenando en un restaurante; solo le
faltó coger la sopa de fideos con las manos. Fue para el único plato que usó
cubiertos.
—Puag, es verdad, no me acordaba de eso.
—Y luego estuvo ese otro, Steven.
—¿Qué pasó con él? Refréscame la memoria.
—Me dio una palmada en el culo al salir del coche. Pensé que se le habría
escapado la mano, pero no, porque un rato después, cuando entramos en el sitio
que habíamos reservado para cenar, volvió a darme otra palmada en el trasero.
Katie se echó a reír sin poder evitarlo.
—¿Y qué hiciste entonces?
—Le di un guantazo, para que aprendiese que lo de los golpes se queda en las
novelas de Christian Grey y poco más. ¿Quién se pensaba que era para darme
azotes en la primera cita? ¡Ni siquiera le había preguntado todavía qué edad
tenía!
Katie volvió a reír, esta vez más fuerte, y terminó en la cama tumbada a su
lado con las manos en la barriga, desternillándose. Amber sonrió y se apoyó en
el hombro de su amiga. Recordó todos los momentos que habían pasado juntas,
animándose la una a la otra, y notó que se relajaba, a pesar de que Ezra seguía
rondando sus pensamientos. Sacudió la cabeza al volver a pensar en él.
—Así que, decidido, este fin de semana pienso arrasar.
—¿En qué sentido? —le preguntó.
—En todos. Necesito pasármelo bien.
8

Amber Faith era firme en sus decisiones. Cuando una idea se le metía entre
ceja y ceja iba a por ella con determinación y no cesaba en su empeño hasta que
lograba su cometido. Por eso, el sábado por la tarde, se presentó en casa de
Hollie cargada con una maleta llena de ropa y maquillaje. Hollie, que solía ser
discreta y consideraba maquillarse incluso al acto se ponerse un poco de brillo
en los labios, la miró con el ceño fruncido tras sus gafas con montura de color
azul.
—¿No estás siendo un poco exagerada? —preguntó.
—En absoluto. Las cosas, si se hacen, deben hacerse bien. —Comenzó a abrir
la cremallera de la maleta tras dejarla sobre su cama—. Es una lástima que Katie
tenga que trabajar esta noche, pero, por otra parte, tendremos bebidas gratis. Y es
casi nuestra obligación como amigas aprovecharlo y exprimir la velada al
máximo.
—No sé para qué, apenas hay chicos interesantes en el pueblo.
—Es verdad, aunque Gabriel Max no está nada mal. No sé por qué nunca
antes me había fijado en él, el otro día me lo crucé en el rancho y me di cuenta
de que tiene una de esas sonrisas que trasmiten confianza, ¿sabes a lo que me
refiero?
—¿Estás hablando de Gabriel el veterinario?
—Sí, el mismo. Iba a nuestro curso, ¿no?
Hollie asintió distraída mientras Amber sacaba sin cesar bártulos que había
traído en su maleta. Menos de diez minutos después, su cama estaba repleta de
vestidos, faldas, blusas y bisutería de todos los colores y formas imaginables.
—No creo que nada de todo eso me quepa.
—Deja de decir tonterías, claro que sí.
Durante la siguiente media hora, Amber se probó todos los modelitos habidos
y por haber mientras se evaluaba frente al espejo alargado de la habitación de
Hollie, desechándolos uno tras otro. Cuando se vistió con un vestido veraniego
de color amarillo claro que dejaba al descubierto sus piernas y tenía un escote en
la espalda, pensó que era perfecto. Se dio la vuelta para mirarse desde todos los
ángulos.
—Estás preciosa —dijo Hollie.
—Podría recogerme el pelo.
—Te quedaría increíble.
—Vale. Decidido. Ahora tú.
—¿Qué? ¡No! Ya te he dicho que tu ropa no me cabe.
—Y yo que eso es una tontería. Por supuesto que te cabe, la diferencia es que
no vestirás algo holgado, ancho y oscuro, como sueles hacer siempre, sino
alguna prenda que se ajuste a ti y marque esas curvas que tienes. Vamos,
pruébate esta falda y esta blusa.
Hollie cogió la ropa sin mucho interés y accedió a ponérsela. Cuando se miró
en el espejo, frunció el ceño al principio, pero fue suavizándolo poco a poco.
Puede que Amber tuviese razón. La falda era de tubo, alta y de color azul oscuro
y le marcaba la cintura estrecha antes de descender por las caderas. La blusa, de
un blanco roto, dejaba al descubierto sus hombros y apenas tenía escote al llevar
casi todos los botones abrochados, aunque rápidamente Amber se puso en pie y
le abrió uno de ellos.
—Ahora sí. Estás espléndida.
—¿Y qué hago con el pelo?
—Yo te lo arreglaré.
Mientras charlaban animadas, Amber se encargó de rizarle el pelo a Hollie con
la plancha hasta que los tirabuzones suaves cayeron por su espalda. Cuando
terminó, se recogió a sí misma la cabellera oscura en un moño y dejó algunos
mechones sueltos enmarcando su rostro. Después, llegó la última fase, el
maquillaje. No se pusieron nada demasiado recargado, a excepción del
pintalabios rojo que Amber se aplicó frente al espejo y que resaltaba en contraste
con la naturalidad del resto del rostro.
Cuando estuvieron listas, cenaron algo rápido en la cocina de estilo rústica del
piso de Hollie y luego se encaminaron hacia el local donde solían reunirse. Al
llegar, el sitio ya estaba bastante lleno de gente, así que tuvieron que hacerse un
hueco entre la multitud para poder llegar hasta la zona de la barra, donde Katie
se encontraba sirviendo bebidas y atendiendo a los clientes que la rodeaban.
—¡Dos manhattan! —pidió Amber a gritos.
Katie le sonrió al escucharla y asintió con la cabeza.
Diez minutos después, las dos tenían sus copas en la mano y se internaron en
la sala repleta de gente mientras se movían al son de la música que sonaba por
los altavoces. Amber le dio un trago a su bebida y le echó un vistazo a su
alrededor. Por mucho que le pesase reconocerlo, no podía evitar intentar
encontrar entre la multitud un par de ojos de color azul intenso, pero, por suerte
o por desgracia, no se tropezó con ellos.
En cambio, sí descubrió a Gabriel Max, el veterinario, que además estaba
junto a un grupo de conocidos que eran amigos de su hermano James. Así que,
cogiendo a Hollie del brazo, se acercó hasta ellos y los saludó con una sonrisa.
Pronto, pasados los primeros diez minutos, uno de los presentes decidió invitar a
todos los del grupo a una ronda de margaritas. Y cuando Amber quiso darse
cuenta, se había tomado tres y Hollie había desaparecido de su vista. Se dio una
vuelta por el local, con la esperanza de encontrarla pronto, pero no consiguió dar
con ella. Gabriel la cogió del codo cuando tropezó con los tacones y le rodeó la
cintura con una mano para evitar que cayese.
—Gracias —le sonrió.
—No hay de qué, ¿lo estás pasando bien?
—Creo que voy un poco achispada, así que sí.
—Me alegra oírlo, ¿puedo invitarte a algo?
—No diría que no a otro de estos. —Rio tras alzar la copa vacía del último
margarita que había caído en sus manos. Se había prometido que esa noche se
divertiría y estaba cumpliendo con lo que se había dicho a sí misma—. Te
acompaño.
Gabriel le sonrió y deslizó la mano en torno a su cintura mientras caminaban
juntos hacia la barra que estaba en el otro extremo del local. Amber se echó a
reír con los ojos entrecerrados cuando él le dijo algo divertido al oído, ajena al
chico de mirada hosca que estaba apoyado en uno de los pilares y que no
apartaba los ojos de ella.
Les pidieron las bebidas a Katie, que les sirvió en seguida, y luego volvieron a
la zona de baile del local. Amber le dio un sorbo a su copa. Notaba las
extremidades relajadas, tanto que estuvo a punto de tropezar otra vez, como si
sus brazos y sus piernas fuesen de goma de repente y apenas reaccionasen a las
órdenes que le gritaba su cerebro. Le rodeó el cuello a Gabriel cuando él se pegó
a ella para bailar una canción y advirtió su olor masculino y agradable. No sabía
por qué no se había fijado antes en él. Era un chico simpático, de bonitos ojos
marrones y sonrisa tranquila. Puede que estar cerca de él no tuviese nada que ver
con el estallido de emociones que la sacudían cuando tenía delante a Ezra, pero
al menos se sentía segura y muy reconfortada. Apenas se movió cuando los
labios de él le rozaron el cuello y sintió un cosquilleo al notarlo.
Se preguntó qué sentiría si se besaban.
Estaba a punto de comprobarlo cuando notó unas manos rodeándola y
abrazándola por la espalda. Se giró y descubrió que Ezra la miraba con atención.
Sus ojos eran tan intensos que se estremeció al verse reflejada en ellos.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Venía a saludar. Y a comprobar si solo estás borracha a secas o borracha
como una cuba. Me da que la segunda opción se acerca más a la realidad.
—No creo que sea de tu incumbencia.
—Perdona, pero estaba bailando con ella —se metió Gabriel con el ceño
fruncido.
—Ya, estabas —recalcó Ezra.
—¿Quién te has creído que eres? —gritó Amber.
—Te agradeceríamos que te marchases —pidió Gabriel.
—Antes tengo que hablar con ella. En privado.
—¿Qué? ¡No! ¿Desde cuándo tenemos algo que hablar tú y yo…? —Pero no
pudo seguir quejándose, porque Ezra la cogió de la muñeca y tiró de ella hacia la
puerta de salida del local. Amber tomó una brusca respiración cuando el aire frío
de la noche le golpeó en la cara y parpadeó un poco confundida. No debería
haber bebido tanto. Le clavó a Ezra un dedo en pecho, pero se arrepintió de
hacerlo al darse cuenta de lo duro que era su torso y de que empezó a
preguntarse qué sentiría al tocarlo—. ¿Te has vuelto loco? Ese espectáculo… eso
que has hecho ahí dentro…
—Ya me lo agradecerás —respondió.
—Estás completamente…
Se calló de repente al notar una arcada subiéndole por la garganta. Ni siquiera
hizo falta que dijese nada más antes de que Ezra suspirase, pusiese los ojos en
blanco y se remangase la camisa que llevaba puesta. Sin mediar palabra, le
sujetó el pelo mientras ella vomitaba en el callejón que estaba al lado del local.
—¿Tienes pañuelos en el bolso? —le preguntó.
—Creo que sí… —respondió bajito. Todo le daba vueltas.
—Déjame ver —se lo quitó de las manos—. Toma.
Le ofreció un pañuelo para que se limpiase y luego apoyó el costado del
cuerpo en la pared. Cerró los ojos para evitar que la calle en la que se
encontraban siguiese girando a su alrededor sin parar, que era lo que estaba
haciendo. Él esperó pacientemente, hasta que ella estuvo a punto de caerse y la
sujetó contra su pecho. Amber murmuró algo diciéndole que tenía el coche
aparcado a una manzana de distancia y Ezra negó con la cabeza e intentó no
reírse mientras casi la llevaba a rastras por la acera.
Sin mediar palabra, cuando consiguió subirla hasta su piso, le quitó los
zapatos de tacón y la tumbó sobre la cama. Después la tapó con una manta y
cerró la puerta.
9

Amber se sentía como una mariposa dentro de un capullo calentito y suave. Se
dio la vuelta, sonriendo al notar el colchón blando bajo ella y, entonces, de
repente recordó que su colchón era mucho más duro. Abrió los ojos de golpe. A
través de la ventana de la habitación entraba la luz del sol e iluminaba el lugar.
Estaba en una cama de matrimonio tapada por una manta gris de pelo y nunca en
su vida había estado antes en aquel sitio. Se incorporó mientras se frotaba los
ojos. Luego se fijó en las paredes sin apenas adornos y en la mesita que estaba a
su lado y en la que había algunos libros. Frunció el ceño y de repente acudieron
a su memoria recuerdos de la noche anterior, de ella bailando con Gabriel y poco
después discutiendo con Ezra, aunque no recordaba por qué.
Es su habitación…, adivinó alucinada.
Tenía un nudo en la garganta mientras se levantaba e intentaba arreglarse el
pelo mirándose en el reflejo de la ventana, aunque poco podía hacer porque era
un desastre. Frustrada, al final terminó saliendo de allí caminando de puntillas.
Se escuchaba algún ruido a lo lejos, así que avanzó en esa dirección hasta que
llegó a la cocina. Ezra estaba frente al hornillo haciendo un revuelto de huevos y
beicon. La miró por encima del hombro cuando se percató de su presencia y la
saludó con un gruñido.
—Buenos días —dijo Amber.
—Los he tenido mejores —contestó él.
Amber entrelazó los dedos con nerviosismo sin dejar de balancearse sobre los
talones.
No sabía qué decir a continuación.
—Perdona por… todas las molestias —carraspeó—. Y gracias por todo.
Ahora mismo recogeré mis cosas. Lo siento mucho… —repitió torpemente.
Él la taladró con la mirada y luego suspiró.
—No te vayas con el estómago vacío, desayuna algo antes.
—No es necesario…
—¿Te gustan los huevos?
—Mmm… sí.
—Puedes usar el baño.
No hizo falta que él especificase que lo mejor sería que se lavase un poco la
cara. Cuando Amber fue al servicio descubrió que tenía el rímel corrido y el
cabello horrible. Con un gemido de vergüenza, se lavó la cara hasta dejarla
completamente limpia y se arregló un poco el pelo, recogiéndoselo en una
trenza.
Al volver a la cocina la mesa ya estaba puesta.
Ella se sentó a su lado, todavía alucinada por la inesperada situación. Si hace
unas semanas le hubiesen dicho que terminaría despertándose en la habitación de
Ezra, se habría reído como si fuese el mejor chiste del mundo.
—Siento lo de ayer —volvió a decir.
—Deja de repetirlo y come.
—De acuerdo —cogió huevos.
Engulló el plato entero que Ezra le había servido sin dejar ni una miga del pan
de las tostadas. Cuando terminó, se dio cuenta de que él la miraba con extrañeza.
—¿Ocurre algo? —preguntó con la boca todavía llena.
—¿Debería poner un candado en la despensa? Comes como un animal.
—¡Eh! ¿De qué vas? ¡Tengo hambre! Como normal.
—Normal si eres un elefante. ¿Dónde lo metes?
—Soy muy nerviosa. Siempre me estoy moviendo.
—Eso parece… —suspiró con pesar—. Deberías ser menos impulsiva.
—¿Por qué lo dices? —Se cruzó de brazos.
Ezra sonrió sin humor y se limpió la boca con la servilleta.
—Anoche mismo, estabas a punto de cometer una gilipollez.
—Si te estás refiriendo a Gabriel…
—Tú no querías besarle.
—¿Qué te hace pensar eso?
Amber intentó esconder que estaba empezando a cabrearse, pero la ponía
nerviosa que él la mirase con esa suficiencia y seguridad, como si pensase que lo
conocía en lo más mínimo, cuando no tenía ni idea de nada relacionado sobre
ella.
—Lo decía tu cuerpo. Estabas insegura y tensa —dijo—. Parecías debatirte
entre besarle o echarte a vomitar encima de sus zapatos.
—Ja-ja, qué gracioso —replicó enfadada.
—No me burlo, solo digo la verdad.
—Pues métete esa verdad por dónde te quepa.
Amber se levantó de la mesa de repente y se encaminó hacia la habitación
para recoger las pocas pertenencias que había dejado allí. Antes de que pudiese
alcanzar el marco de la puerta, él la retuvo y la pegó a su espalda. Se estremeció
al notar su aliento cálido en la nuca y cerró los ojos. Era un cosquilleo tan
intenso como insoportable y casi estuvo a punto de darle las gracias porque, si
no la hubiese mantenido sujeta, se habría caído al suelo de la impresión. Respiró
profundamente.
—¿Sabes por qué sé que no querías besar a ese tipo…? —preguntó hablando
en susurros—. Porque cuando quieres besar a alguien te estremeces, como ahora,
y tu cuerpo te traiciona y reacciona revelándose…
Amber tragó saliva y se giró hacia él.
—No sabes lo que dices…
—Lo sé muy bien —respondió con la mirada fija en sus labios—. Por
desgracia, no puedo ignorar todas esas señales que gritas cada vez que estamos
cerca. Si pudiera, ten por seguro que lo haría, porque está claro que eres una de
esas mujeres que solo traen problemas. Y yo no soporto los problemas. Es lo
último que quiero.
Ella se controló para mantenerse serena.
—No te preocupes, conmigo no los tendrás —contestó antes de entrar en la
habitación para coger sus cosas y salir de allí evitando mirarlo.
—¿Ya te vas? —preguntó a su espalda.
—Sí, gracias por todo lo demás.
—Espera. —La cogió por el codo y se miraron—. Dime la verdad, ¿por qué
estuviste a punto de besar a ese tío cuando, en realidad, los dos sabemos que no
era lo que deseabas?
—Porque quería divertirme una noche. Porque quería poder salir por ahí y
pasar un buen rato para olvidarme de todo. Quería encontrar a un chico que se
fijase en mí y que me tratase bien con el que poder pasar un rato divertido, ¿te
sirve eso?, ¿crees que es mucho pedir?
A Ezra le brillaron los ojos.
—Me sirve mucho.
—Te debo una…
Se movió de nuevo para irse.
—Una cosa más —dijo él apoyando una mano en la puerta para que no
pudiese abrirla todavía—. ¿Qué te parecería hacer todo eso conmigo…?
—¿De qué estás hablando?
—Una cita. Una noche. Un rato divertido.
—Estás completamente loco. ¿Contigo?
Amber se echó a reír, pero los ojos de Ezra la silenciaron. Por su mirada, pudo
ver que no se trataba de una broma, sino que hablaba muy en serio. Sintió un
escalofrío subiéndole por la espalda solo de pensarlo…
—Sería un desastre.
—No lo creo.
—Somos incompatibles.
—No durante una noche.
—Creo que debería irme…
—Piénsatelo —dijo—. No tengo prisa.
Y con la promesa que escondía su sonrisa, Amber se marchó de allí
caminando a paso lento por culpa de los altos tacones que se había puesto la
noche anterior. Sacudió la cabeza, incapaz siquiera de meditar una propuesta
semejante, así que se obligó a no volver a pensar en ello nunca más, como si ese
momento y esa idea nunca hubiese existido. Lo eliminaría de su mente igual que
una mano con buenos reflejos elimina al dichoso zumbido que decide fastidiar el
sueño durante una noche de verano.
Solo que, para su desgracia, pronto se dio cuenta de que no era tan sencillo
como matar a un pequeño insecto molesto, sino, más bien, casi una misión
imposible.
10

Amber se podía dejar de darle vueltas a esas últimas palabras que Ezra le
había dicho. Una noche. Ellos. Un día para olvidarse de todo y disfrutar como
hacía mucho tiempo que no ocurría. Su vida durante los últimos meses había
sido completamente monótona, centrada en el trabajo y en su familia y sus
amigas.
—A mí no me parece una idea tan descabellada —dijo Katie sin dejar de
remover el té que se acababa de pedir en la cafetería—. Es un chico guapo. Tú
eres joven, no tienes ningún compromiso, ¿por qué no disfrutarlo?
—Bueno, hay una razón…
—Está casado —se adelantó Amber a Hollie.
—Ese no es tu problema. Él sabrá lo que hace —contestó Katie, aunque luego
bajó la mirada—. Ya, ya sé que no está bien, pero para un chico atractivo con el
que puedes pasar el rato, no es justo que ya esté pillado.
—Deberías preguntarle por ello —dijo Hollie.
—Quizá sí, no vi nada femenino cuando fui a su piso y jamás se ha visto por
el pueblo a su mujer. Es un poco extraño. Puede que tengan una de esas
relaciones abiertas.
—Es posible —opinó Katie.
—Aunque él no parece ese tipo de chico…
—¿Qué quieres decir? —Hollie la miró interesada.
—No sé, es un poco posesivo. No en un mal sentido, sino que no lo veo muy
dispuesto a ser uno de esos tíos a los que no les importe compartir, ¿sabéis a lo
que refiero?
—Sí. Entonces, lo mejor es que se lo preguntes.
—Podría hacerlo…
—Eso significa que te estás planteando la propuesta. —Hollie la miró.
—¿Estoy loca de remate? Supongo que sí.
Katie se echó a reír y luego negó con la cabeza.
—En absoluto. Todos necesitamos bajar la guardia de vez en cuando. Tú
llevas meses trabajado muy duro en el rancho y también necesitas divertirte y
olvidarte de todo durante unas horas. No te sientas culpable por desear algo así,
cielo.
Amber chasqueó la lengua, porque a pesar de los consejos de sus amigas,
seguía sintiéndose confusa. Se pasó el resto de la quedada con el ceño fruncido y
sin apenas probar bocado del pastel de manzana que habían pedido para picar
mientras merendaban. Katie les estuvo contando los últimos detalles que ya
estaban preparando para la boda.
Cuando terminaron, regresaron al rancho.
Sin embargo, Amber se pasó el resto de la tarde tumbada en la cama sin dejar
de mirar las paredes de color azul que la rodeaban y le hacían pensar en esos
ojos que prometían cosas que ella no se atrevía a desear. No era tonta. Sabía que
desde el primer momento existía una atracción entre ellos dos, era la única
explicación ante lo que había ocurrido la semana anterior, cuando ambos se
habían lanzado sobre los labios del otro en medio de local sin venir a cuento.
Pero también sabía que Ezra era el tipo de hombre que era mejor evitar antes de
que terminase con un corazón roto. Porque no solo estaba casado, sino que
además no parecía tener ningún interés en ella más allá del de pasar un rato
divertido durante una noche. Aunque, ciertamente, ella tampoco estaba
interesada en él de ninguna otra forma que no fuese esa misma…


No supo bien si había perdido la cabeza cuando, ya después de cenar, se puso
un vestido holgado y unas sandalias y salió de casa cuando los demás ya se
habían acostado hacía media hora. Subió en el coche y condujo en silencio por
las calles desiertas del pueblo en las que ya no había nadie. Cuando llegó al
apartamento de Ezra dudó durante unos minutos y se quedó allí abajo mirando la
ventana iluminada, pero terminó armándose de valor. Salió y entró en el edificio
de solo dos plantas cuya puerta estaba abierta. Subió las escaleras y se paró
delante de su puerta después de llamar al timbre.
Él abrió un minuto después y la miró.
Llevaba puestos tan solo unos pantalones de deporte y nada en la parte de
arriba, dejando al descubierto un torso que ella se había imaginado más veces de
lo aconsejable, suave y duro, con las líneas marcadas a causa del trabajo y el
ejercicio.
—Siento venir a estas horas…
—No importa —contestó con la voz ronca.
—Pero tenía que hacerte unas preguntas.
Ezra alzó una ceja, sorprendido, y se apartó a un lado para que pudiese entrar.
Ella lo hizo a pesar de que le faltó poco para que se le doblasen las rodillas ante
la visión de su cuerpo sin apenas ropa.
La invitó a pasar a un pequeño salón.
—Pregunta lo que quieras —dijo.
Ella lo miró insegura y se sentó en el otro extremo del sofá que él había
ocupado, como si quisiese poner distancia entre los dos por miedo a terminar
cometiendo una estupidez antes de tiempo.
—¿Eres un infiel patológico o tienes una relación abierta? Porque, por mucho
que me tiente la idea, no estoy dispuesta a ser la otra dentro de una relación.
Creo que no es justo para tu… tu mujer… ya sabes… —Su voz se fue
convirtiendo en un susurro conforme la sonrisa de Ezra se volvió más amplia.
—Estoy casado, pero separado.
—¿Separado? ¿Muy separado?
—Hace años que no toco a mi mujer, si eso te sirve como respuesta.
Amber abrió la boca para contestar, pero volvió a cerrarla casi de inmediato.
Lo miró fijamente, intentando comprender a ese chico lleno de interrogantes que
tenía delante. Cada vez le resultaba más misterioso.
—Así que… hace años —repitió.
—Sí, eso dicho, ¿algo más?
Ella pensó que era de mala educación seguir indagando en su vida privada,
pero ya que le había dado vía libre para preguntar lo que quisiese, lo hizo.
—¿Por qué sigues casado?
Él la miró sorprendido porque no esperaba tener que responder a eso. Se
mostró un poco incómodo e inclinó la cabeza a un lado.
—Porque mi mujer no está muy dispuesta a concederme fácilmente el
divorcio. Por suerte, parece que vamos limando asperezas y que no tardará
mucho en firmar esos papeles. ¿Más preguntas? ¿Quieres que haga un test?
—No —se sonrojó, pese a que no era propio de ella—. Perdona, sentía
curiosidad.
—Y has venido aquí porque…
—Porque tenía que saber esto antes de tomar una decisión sobre lo que
hablamos el otro día —contestó mientras se levantaba y se sacudía el pantalón,
aunque no había ningún resto que retirar de la tela oscura.
Él también se puso en pie y la siguió hasta la puerta de su apartamento. Estaba
terriblemente callado, como si esperase algo concreto de ella. Amber se giró
hacia él antes de salir y fijó la mirada en sus propios pies, incapaz de enfrentarse
a sus ojos.
—Entonces… —Tenía un nudo en la garganta—. Supongo que nos veremos
pronto.
—¿Eso significa que sabes lo que quieres?
Empezó a ponerse nerviosa ante su proximidad.
—Supongo que sí… —dijo en un susurro.
—En ese caso…
Ezra acortó la poca distancia que los separaba y apoyó ambas manos sobre la
madera de la puerta, acorralándola entre sus brazos. Su mirada azul se oscureció
de repente y el aire que flotaba a su alrededor se volvió más denso y electrizante.
Amber intentó en vano mantener las pulsaciones estables, pero pronto se dio
cuenta de que era una tarea imposible y que su corazón latía a mil por hora. Él
sonrió al percatarse de su nerviosismo e inclinó la cabeza hasta rozar sus labios
con suavidad. Ella abrió la boca, esperando más, pero Ezra se apartó en ese
mismo instante con una sonrisa burlona en su rostro.
—Una noche solo para nosotros —le dijo.
—¿Te refieres a esta noche? —Amber titubeó.
—No. —Él sacudió la cabeza—. Pese a lo que puedas pensar de mí, me gusta
hacer las cosas bien. Una cena, un poco de conversación, un paseo, un rato aún
mejor en mi apartamento…
—Qué caballeroso —replicó irónica.
—Sí que lo soy. —Sonrió—. Así que, ¿estás libre el próximo sábado?
—¿No sería mejor quedar el viernes?
—Trabajo el sábado por la mañana. En cambio, los domingos cierro el taller.
—De acuerdo. El sábado, entonces.
Amber se dio la vuelta, pero él la interrumpió.
—Espera, ¿has aparcado cerca? —preguntó.
—Unas calles más allá, ¿por?
—Te acompaño.
Antes de que ella tuviese tiempo para protestar y negarse, él desapareció de
allí y regresó poco después mientras se ponía una camiseta por la cabeza. Cogió
las llaves que estaban en el mueble de la entrada y salió tras ella. No dijo nada
mientras la acompañaba hasta su coche. Una vez allí, la abrió la puerta y la cerró
cuando ella entró. Le dirigió una sonrisa antes de dar media vuelta y regresar a
su apartamento sobre sus pasos y Amber pensó que tenía una sonrisa preciosa,
con esos hoyuelos que se le marcaban en las mejillas y que le daban un aire
juguetón bajo toda la fachada de chico gruñón y hosco. Suspiró, arrancó y
condujo en silencio hasta el rancho, sin poder evitar quitarse de encima la
sensación de que estaba metiéndose en un buen lío.
11

Llevaba toda la semana tan nerviosa, que apenas había rendido en el trabajo.
Amber tenía que encargarse de las cuentas, de hablar con los proveedores, de los
contratos y los seguros de los trabajadores y de mil tareas administrativas más
que la traían por la calle de la amargura. Cada mañana, cuando se sentaba en el
despacho, su mesa estaba repleta hasta arriba de papeles que tenía que leer,
firmar o estudiar.
Así que cuando llegó el fin de semana estaba agotada, pero también a punto de
sufrir un infarto, porque no había visto en todos esos días a Ezra y no dejaba de
pensar en qué ocurriría la noche del sábado. Su principal temor era que se
pasasen toda la noche callados, mirándose el uno al otro sin tener nada que
decidirse excepto correr hasta su apartamento para terminar de una vez por todas
lo que los dos necesitaban.
Una noche, había dicho él y eso era lo que iban a tener.
Ese día, Hollie y Katie aparecieron en su habitación antes de que pudiese
empezar a vestirse, cuando acababa de salir de la ducha, y la miraron con una
sonrisa. Amber rodó los ojos y negó con la cabeza.
—Hacéis que vuelva a sentirme como una adolescente torpe a punto de asistir
al baile del instituto de primavera —se quejó.
—Es emocionante —dijo Hollie.
—No lo sería si no tuviese tan pocas citas al año.
—Ser selectiva no es algo malo —opinó Katie mientras abría su armario de
par en par y empezaba a sacar ropa y a dejarla sobre la cama.
—¡No lo desordenes todo!
—Solo estoy haciendo una primera criba.
—Vamos, déjanos ayudarte un poco —dijo Hollie.
Amber asintió y cogió una toalla limpia y pequeña para secarse el pelo con
ella tras sentarse a los pies de la cama. Permitió que Katie desechase varios
vestidos porque era demasiado soso, o con demasiados volantes, o demasiado
escotado, o demasiado todo.
—¿No debería ponerse un escote? —preguntó Hollie.
—No, en absoluto. Ya ha captado la atención de Ezra, lo que tiene que hacer
es justo lo contrario. Ponerse algo sugerente, pero que lo deje con ganas de más.
—Eres cruel —le dijo Hollie sonriendo.
—Sí que lo soy. —Katie se echó a reír—. ¿Qué tal este?
—Ya lo había pensado —admitió Amber.
Era un vestido negro, ajustado y muy sencillo. Pero, a pesar de ser más
cerrado por la parte delantera, los extremos de la tela se ataban alrededor del
cuello, dejando los hombros al descubierto y un escote en la espalda que
terminaba casi en la cintura.
Terminó por probárselo poco después y decidió que era perfecto para la
ocasión.
Se puso un brazalete plateado en la muñeca y unos pendientes que iban a
juego con pequeñas incrustaciones de color verde agua. Después, dejó que Katie
le secase y le peinase el cabello antes de dejar que cayese al natural formando
suaves ondas marrones. Ese día, apenas se aplicó maquillaje, más allá de lo
básico para esconder las ojeras tras toda la semana madrugando y algunas
imperfecciones. Cuando se levantó, Hollie le tendió su bolsito de mano, que
conjuntaba con los pendientes, y se despidió de ellas dándoles un beso a cada
una y las gracias por estar ahí siempre que las necesitaba.
Mientras conducía, por primera vez en mucho tiempo, se sentía insegura.
Era evidente que la tensión entre ella y Ezra existía, y también la atracción y
esa chispa que es imposible forzar si no surge, pero de repente le dio miedo que
no conectasen esa noche, que terminase siendo un desastre y que el recuerdo
quedase así para siempre entre ellos. Cruzó los dedos para que, simplemente,
pudiesen pasar un buen rato juntos, disfrutar de la mutua compañía y despedirse
a la mañana siguiente sin dramas.
Amber no era una de esas chicas que se encariñaban con un hombre con
facilidad. Puede que por eso tan solo hubiese tenido un par de novios a lo largo
de toda su vida, a excepción de varios líos temporales, y ninguno de ellos la
había marcado lo suficiente como para dejarla con el corazón roto o llorando
durante semanas. Cuando las relaciones se habían terminado, ella los había
echado de menos, pero no había sentido esa ausencia desgarradora que había
visto alguna vez en sus amigas o conocidos.
Aparcó delante del piso de Ezra y llamó con los nudillos a la puerta.
Él abrió y ella se quedó sin aliento al verlo tan guapo vestido con unos
vaqueros oscuros y una camisa negra que llevaba arremangada hasta la mitad del
brazo. Ezra pareció pensar lo mismo cuando deslizó su mirada por su silueta y
respiró hondo.
—Estás preciosa —dijo.
—Gracias. ¿Nos vamos?
Ezra asintió y cerró la puerta a su espalda antes de salir del apartamento junto
a ella. Montaron en su coche, que estaba aparcado en esa misma calle, y Amber
agradeció no tener que conducir, porque así podría tomarse una copa antes de
regresar allí para calmar los nervios que parecían pellizcarle el estómago a cada
paso que daba.
Montó en el asiento del copiloto y se mantuvo en silencio mientras él
conducía hasta un restaurante que se encontraba casi a la salida del pueblo, un
poco apartado, y que tenía un aspecto rústico y confortable. Como era verano y
el aire de la noche era templado, se sentaron en una de las mesas de la terraza.
Había una vela encendida en el centro y Amber se quedó mirando la llama
sintiéndose un poco incómoda.
—Así que trabajas en el rancho familiar —dijo él.
A ella le sorprendió que se interesase, porque era la primera vez que Ezra
mostraba algún tipo de interés sobre algo relacionado con su vida privada.
—Me encargo de la parte administrativa.
—¿Cómo aprendiste a hacerlo?
—Estudié económicas en la universidad.
—No lo sabía —reconoció mirándola con atención—. ¿Regresaste al
terminar?
—Así es. Estuve fuera cuatro años y, cuando me ofrecieron trabajo en una
empresa bastante importante, mi padre se puso enfermo, así que volví a casa
para ayudarle en el rancho a él y a mi hermano, que es incapaz de aclararse con
los números. Como mi padre no podía trabajar y tuvimos muchos gastos
médicos, tuvimos que reorganizar todo el negocio desde los cimientos y
enfocarlo de otra manera.
Ezra la miró con interés.
Hasta la fecha, por alguna razón, él había pensado que tan solo era una chica
consentida que se había criado en el seno de una familia adinerada y que,
pasados los años y sin saber qué hacer, ocupó un puesto en la empresa familiar
del que no tendría ni remota idea. Se había equivocado, desde luego. Apartó la
vista de ella cuando el camarero se acercó para tomarles nota y los dos pidieron
la cena.
—¿Y qué paso después? —siguió indagando.
—Mi padre falleció, así que mi hermano y yo nos quedamos a cargo del
rancho. En realidad, aunque no era el trabajo que soñaba ni tenía intención de
volver a Sound River, no está tan mal como pensaba en un principio. Tengo mi
propio horario y nadie me dice lo que tengo que hacer ni cómo hacerlo.
—Conociéndote, debe de ser una ventaja.
—Sí que lo es. Me gusta hacer las cosas a mi manera.
—Ya me voy dando cuenta. —Él le sonrió.
—Háblame de ti. ¿Cómo llegaste aquí?
Ezra se encogió de hombros.
—Casualidad. Estaba conduciendo sin ningún rumbo fijo cuando paré en este
pueblo a pasar la noche. A la mañana siguiente, cuando fui a comprarme un café
a la cafetería, vi el taller que estaba enfrente y el cartel en el que se anunciaba
que estaba a la venta. Sentí el impulso de llamar a ese número y… el resto es
historia.
—Qué imprevisible.
—Suelo serlo.
Ella le sonrió con sinceridad.
Les sirvieron la cena poco después y los dos se concentraron en sus propios
platos. A Ezra le fascinaba verla comer, porque jamás había conocido a una
chica que lo hiciese de aquel modo, con calma, pero concentrada y sin dejarse
nada en el plato. El ambiente por el que solía moverse cuando vivía en Nueva
York estaba lleno de mujeres que hacían justo lo contrario, remover sus platos,
pero apenas probar bocado del contenido y dejárselos siempre a medias. Él
odiaba que se tirase tanta comida y se menospreciase como si no fuese algo
valioso. Eso y muchas otras frivolidades de su vida anterior eran la razón por la
que ahora se encontraba allí, en un pueblo perdido, cenando con esa chica que
era diferente a todo lo que él había juzgado al principio. Mirándola ahora, no
estaba seguro de por qué la había comparado con Lisa, porque no se parecía en
nada a ella, no tenían nada en común, y darse cuenta de eso y de lo intrigante
que le resultaba, le dio más miedo del que era capaz de reconocer.
—Cuéntame algo más de ti —le pidió ella.
—Creo que ya hemos hablado demasiado…
Ezra apoyó una mano en su muslo con un gesto tan sutil que ninguna de las
personas que estaban en aquel restaurante se percató del cambio que se había
producido entre ellos y de cómo las emociones se desataban a su alrededor con
solo una mirada. Él no quería seguir hablando, porque a cada frase que
compartían le parecía que Amber era más interesante y eso era lo último que
deseaba, así que subió lentamente la mano hasta el borde del vestido y sintió que
ella se estremecía ante la caricia.
—Podríamos prescindir del postre…
—Creo que sí —contestó Amber.
Diez minutos después, los dos bajaron del coche y, nada más entrar por la
puerta de su apartamento, se fundieron en un beso cargado de deseo contenido.
Amber gimió en su boca, porque aquel beso no era como el que le había dado en
el local ni tampoco se parecía a esa tierna caricia del día que fue a buscarlo a su
casa. Aquel beso era intenso y voraz. Amber supo que nadie hasta la fecha la
había besado así, con esas ganas de fundirse en su piel y de marcarla con sus
labios. Se aferró a sus hombros cuando sus lenguas se acariciaron despacio y
notó que el corazón le daba una voltereta ante esos besos cálidos y cargados de
sensualidad. Ezra se separó un instante de ella, en medio del pasillo en el que
acababan de entrar, para poder mirarla a conciencia y después hundió la mano en
su cabello y la atrajo de nuevo hacia él para volver a besarla.
Amber comenzó a desabrocharle los botones de la camisa. No recordaba la
última vez que se había sentido así, tan desatada y con tantas ganas de disfrutar
de la compañía de otra persona. Ella solía ser poco apasionada, casi fría, pero
con Ezra sentía que se le debilitaban las rodillas y que el mundo se ponía del
revés.
Apenas se dio cuenta cuando la tumbó sobre su cama y le quitó el vestido de
un tirón. Él descendió la mirada por el conjunto de ropa interior de color oscuro
que llevaba puesto y sus ojos se encendieron. Le acarició el escote con una
mano.
—¿Por qué me vuelves loco? —preguntó.
A ella no le dio tiempo a responder antes de que él la besase con
desesperación. Se quitaron el resto de la ropa el uno al otro entre bruscos
movimientos y caricias. Amber tembló al sentir la piel cálida de su estómago
contra el tuyo cuando se tumbó sobre ella. La sujetó por la mejilla y le mordió el
labio antes de seguir besándola por todo el cuerpo. Ella se arqueó, deseosa por
sentirlo y aliviar el calor que palpitaba en su cuerpo.
—¿Me estás torturando? —le preguntó.
—No. —Ezra sonrió—. Solo quiero que disfrutes…
Bajó una mano entre sus piernas y la acarició despacio, dejando que ella se
tensase y se retorciese en respuesta cada vez que él encontraba ese punto que la
hacía temblar. Se agitó descontrolada cuando los movimientos de sus dedos se
volvieron más rápidos y el placer la inundó haciéndola gemir. Él atrapó ese
sonido con sus labios cuando la besó.
—Creo que no me cansaría de escucharte gemir así en toda mi vida… —
susurró, aunque un minuto después se arrepintió de haber dicho esas palabras.
Ezra cerró los ojos, cogió un preservativo y se colocó entre sus piernas antes
de hundirse en ella de una embestida. Amber se retorció bajo su cuerpo, deseosa
por sentirlo todavía más, y le rodeó las caderas con las piernas cuando él empezó
a penetrarla cada vez con más fuerza e intensidad. Sus respiraciones eran lo
único que se escuchaba en la habitación. Ezra notaba un temblor apoderándose
de todo su cuerpo y era incapaz de no dejarse llevar y recorrer con las manos la
piel del cuerpo de Amber, a pesar de que era muy consciente de que cada vez
que la tocaba, como si de una reacción química se tratase, algo en su interior
estallaba en llamas. Amber era fuego. Y él se estaba quemando. La embistió con
desesperación antes de dejarse ir con un gemido ronco que acalló juntando sus
labios con los suyos.
—Joder, maldita sea…
Después, el silencio se apoderó de todo.


Amber se quedó quieta debajo de su cuerpo, todavía con las pulsaciones a mil
por hora y el corazón atormentándola dentro del pecho. Estaba segura de que él
se daría cuenta de que le latía a una velocidad nada normal. Él se movió de
repente, como si acabase de despertar de un sueño, y salió de su interior antes de
ponerse en pie y desaparecer de la habitación. Ella se quedó todavía tumbada,
algo confundida al recordar las últimas palabras que Ezra había pronunciado
antes de vaciarse en su interior.
Joder, maldita sea…
No estaba segura de si era algo bueno o algo malo. En realidad, ni siquiera
sabía qué significaba eso. Se cubrió con la sabana y se dio la vuelta en la cama,
dispuesta a dormirse. Notaba el cuerpo cansado y relajado y los párpados se le
cerraban.
Él apareció en la habitación de nuevo.
—Tienes que irte, Amber —dijo secamente.
—¿Cómo dices? —Ella lo miró incrédula.
—Es lo mejor —respondió—. Lo siento…
No hizo falta que añadiese nada más antes de que ella se levantase de golpe y
se pusiese la ropa interior mientras él evitaba mirarla. Encontró su vestido
arrugado a los pies de la cama y se lo metió por la cabeza haciendo un esfuerzo
para no echarse a llorar delante del idiota que tenía delante. Debería haberse
dado cuenta de ello desde el principio, ¿en qué momento se había dejado
engañar por esa sonrisa y dos miradas tontas? Sí, ella sabía que tan solo habían
acordado pasar una noche juntos, pero después de la agradable cena y de lo que
acababa de pasar entre ellos, no esperaba que la echase de su casa un minuto
después como si apenas pudiese soportar la idea de seguir viéndola. El mundo no
se habría acabado si la hubiese dejado dormir allí; se habría despertado a la
mañana siguiente, temprano, habría desayunado y se habría despedido de él
como los dos adultos que eran. Pero, haciendo aquello, Ezra le estaba
demostrando la clase de persona que era.
—Amber, esto es complicado… —empezó a decir.
—Ahórrate lo que tengas que decir —lo cortó ella, furiosa, tras conseguir
abrocharse la hebilla de los zapatos de tacón. Después de levantó, cogió el bolso
y caminó resuelta hasta la puerta. Antes de salir, lo miró—. Y te aconsejo que, si
no quieres que monte un espectáculo, lo mejor será que de ahora en adelante no
te molestes ni en saludarme si nos cruzamos. Buenas noches.
Recogiendo los pedazos de su orgullo que aún le quedaban, salió del
apartamento y caminó recta y decidida hasta su coche. Se metió dentro, arrancó,
y cuando se alejó lo suficiente de él, permitió que las lágrimas se escurriesen por
sus mejillas.
12

—No me lo puedo creer —dijo Hollie.
—Pues hazlo, porque no me he dejado ningún detalle en el tintero. Eso es todo
lo que ocurrió. Todavía me sorprende que un tío pueda ser así de idiota.
—Un idiota de primera —corroboró Katie.
—Y de segunda, de tercera… a todos los niveles —añadió Amber.
Estaba furiosa. Muy furiosa. Tanto que, aquel día, en vez de quedar con las
chicas en la cafetería que solían frecuentar y que estaba delante del local de Ezra,
les había pedido si podían verse en otro local parecido que había en el pueblo,
porque no soportaba la idea de tener que cruzase con él. Todavía le escocía ese
seco Tienes que irte, Amber. Sus palabras se le habían clavado como un aguijón,
porque habían sido directas, sin ningún tipo de tacto. Al menos, podría haberse
esperado diez minutos antes de tirarla a patadas de su casa como si fuese una
chica de compañía o algo así. En todos los años que Amber llevaba teniendo
relaciones con hombres, ninguno la había tratado así.
Había conocido al típico alérgico al compromiso, ese que pasaba una noche
con ella, se despedía al día siguiente prometiendo llamarla pronto y nunca volvía
a hacerlo. También había conocido casos de todo lo contrario, algún hombre que
caía rendido a sus pies a la primera de cambio y sin razón y tras una primera
noche juntos estaba a punto de pedirle compromiso. Luego estaban los más
normales, esos que decidían tener una relación abierta, disfrutar de un rato juntos
y, durante el resto del tiempo, ser buenos amigos. Ella había dado por hecho que
Ezra pertenecería al último grupo, principalmente porque vivían en un pueblo
muy pequeño y estaban casi condenados a verse semanalmente y, además,
porque después de lo cómodos que habían estado durante la cena el uno con el
otro, no esperaba ese trato tan hostil por su parte.
—Cielo, no sabes cuánto lo siento —dijo Katie.
—No tienes que sentirlo…
—Pero nosotras te animamos a esto —insistió.
Amber inspiró profundamente para coger aire.
—Lo habría hecho de todos modos. Tenía ganas de pasar una noche así y,
además, es cierto que Ezra me atraía. Era imposible poder prever esto, pero,
¿sabéis qué? No me importa. Me da completamente igual —mintió—. Lo
disfruté y, ahora, haré como si nunca hubiese pasado. Desde este momento, para
mí Ezra es un desconocido más. De hecho, voy a empezar a llamarlo
Desconocido.
Hollie la miró apenada y le dio un apretón en la mano.
—Con nosotras no tienes que ser fuerte, Amber.
—No soy fuerte, solo estoy decidida a ignorar a Desconocido.
Katie se echó a reír a pesar de intentar evitarlo.
—Perdona. Sé que no es un tema gracioso.
—No te preocupes, prefiero eso a pasarme la tarde llorando.
—¿Al menos estuvo bien? —se atrevió a preguntar Katie.
—Me cuesta ser objetiva, pero supongo que sí, que estuvo bien, demasiado
bien. Es raro, ¿pero nunca habéis tenido la sensación de que hay personas con las
que existe algún tipo de química inexplicable?
—Con tu hermano. —Katie sonrió.
—Por favor, no entres en detalles —pidió Amber y se fijó en cómo Hollie
desviaba la mirada rápidamente—. Pues la cuestión es que, por desgracia o
ironías del destino, yo tengo química con Ezra. Así que fue como si la habitación
se incendiase mientras lo hacíamos, creo que sería una buena forma de
explicarlo. Y no hizo falta que hiciese nada fuera de lo normal, solo sé que cada
caricia la sentía multiplicada por mil.
—Eso que te llevaste —dijo Katie.
—Pues sí. Pero a partir de ahora, no volveremos a hablar de Desconocido, será
como si nunca hubiese ocurrido. Debería haber elegido a Gabriel…
—Bueno, todavía estás a tiempo de conocerlo mejor.
—La última vez que lo vi lo dejé plantado en el local.
—Parece un chico agradable, de los que buscan una relación más seria —dijo
Katie—. Puede que sea eso lo que necesitas ahora mismo, Amber.
—Puede que sí —suspiró con pesar.
No es que se hubiese hecho ilusiones de mantener una relación sería con Ezra,
porque ella sabía dónde estaban sus límites. En primer lugar, porque ni siquiera
le caía bien y mantener una relación duradera con alguien con quien se pasaba el
día discutiendo no era su idea de algo estable y sólido y, en segundo lugar,
porque no era el tipo de hombre que buscaba, ella quería a alguien que le diese
seguridad y confianza, un apoyo, un compañero, una persona con la que pudiese
tener una relación como la que su hermano James y Katie mantenían, por
ejemplo, de igual a igual.
A Amber no le gustaba reconocerlo, pero era cierto que a menudo envidiaba lo
que ellos tenían, no porque desease que no fuese así, sino todo lo contrario,
porque deseaba también encontrar algo similar. Le gustaba ver cómo se sonreían
y cómo rozaban las manos para pasarse la mantequilla de buena mañana, por
ejemplo. Le gustaba verlos mirarse de reojo cuando estaban en algún lugar
rodeados de gente y esa capacidad que los dos tenían a la hora de poder
comunicarse sin apenas palabras.
Suspiró sonoramente y agachó la cabeza.
—Estoy gafada en el amor y en el sexo, es oficial.
—¡No digas tonterías! —exclamó Katie.
—¿Y si tú estás gafada, entonces qué será de mí…? —Hollie torció el gesto,
pero luego se echó a reír de repente—. Vamos, las dos sabéis que… sabéis que
yo…
—Lo sabemos. —Katie se adelantó al ver el sonrojo de Hollie. Hasta la fecha,
no había llegado a mantener relaciones íntimas con un hombre, a pesar de que
era una chica guapa y dulce, pero también muy tímida—. Y también sabemos
que algún día encontrarás a tu príncipe azul, seguro que cuando menos te lo
esperes.
—Lo dudo. Amber tiene razón, este pueblo es demasiado pequeño.
—Y todos los que valen la pena están pillados.
—No seáis melodramáticas —les riñó Katie—. La vida está llena de
sorpresas. Ya lo veréis. ¿Quién sabe…? Quizá sea mañana o pasado o dentro de
tres meses, ¡ahí está la gracia! Pero puedo aseguraros que ocurrirá. Confiad en
mí, sabéis que soy un poco bruja.
—Y tan bruja —masculló Amber antes de que las tres se echasen a reír a la
vez.
13

Durante la siguiente semana, Amber evitó todo lo posible tener que cruzarse
con Ezra. Iba al supermercado a primera hora de la mañana, cuando sabía que él
estaba en el taller, a pesar de que normalmente siempre solía hacerlo al final de
la tarde. Dejó de frecuentar la cafetería que estaba delante de su negocio y ese
fin de semana se quedó en casa viendo una película con un enorme tazón de
palomitas lleno a rebosar y sobre las piernas. Se las comió una tras otra sin
apartar la mirada de la pantalla, a pesar de que no podía ignorar que, en cuanto
dejaba de estar ocupada, sus pensamientos se desviaban como si no ejerciese
control sobre ellos y rememoraba una y otra vez lo que había ocurrido el día de
la cita, porque, pese a todo, todavía no lograba comprenderlo.
Todo había ido muy bien. La cena, la conversación, lo que llegó después…
¿Por qué, entonces, él había sido tan seco a la hora de echarla de inmediato?
Se dedicó a sí misma el siguiente domingo, dándose un baño, aplicándose una
mascarilla nueva que había comprado online unas semanas atrás y poniendo
música de fondo, aprovechando que aquel día Katie y James habían salido a
pasarlo fuera y disfrutar del buen tiempo que hacía. Cuando terminó todavía eran
las cinco de la tarde y el sol brillaba en lo alto del cielo azul y sin nubes; estaba
tan aburrida que decidió que iría caminando a visitar a Hollie para matar el
tiempo. Se puso unos vaqueros cortos y cómodos y una camiseta de tirantes
antes de calzarse las zapatillas de deporte y salir al exterior.
Anduvo por el camino de tierra que conducía hacia el pueblo a paso rápido.
Hacía calor, pero el ejercicio le vino bien como si estuviese despertando después
de pasarse toda la semana encerrada en casa y un poco deprimida. Al llegar al
pueblo, tomó la primera calle a la derecha. A pesar de que el corazón empezó a
latirle con fuerza ante la idea de poder tropezarse con Ezra, por suerte eso fue
algo que no llegó a ocurrir. Llamó al timbre de Hollie y un minuto después, tras
contestar con una voz rara, ella le abrió.
Amber se quedó alucinada al ver el aspecto que tenía su amiga. Tenía los ojos
hinchados y rojos después de tanto llorar y las mejillas todavía encendidas. La
abrazó de inmediato antes de preguntarle nada y dejó que se desahogase en sus
brazos.
—¿Qué ha ocurrido, Hollie?
—Es él. Logan Quinn.
—¿Te ha hecho algo ese idiota?
—No. Sí. Bueno, en realidad me lo hizo hace tiempo… —Amber asintió
porque sabía bien que, cuando iban al instituto y eran jóvenes, Logan se había
burlado de Hollie en varias ocasiones, algo que su amiga nunca le había
perdonado—. Pero es algo más de lo que ya sabes. Es… ocurrió algo… —
admitió por fin.
—¿De qué estás hablando?
—Me daba vergüenza contároslo.
Amber se mordió el labio inferior, preocupada, al tiempo que las dos se
sentaban en el sofá del salón. Cogió de la mano a Hollie para apretársela e
infundirle ánimo.
—Me lo he encontrado hace un rato y hemos tenido una discusión. Ni siquiera
me dolería si no fuese por todo lo que me hizo sufrir…
—Cuéntamelo, Hollie. Puedes confiar en mí.
Amber le quitó el pelo de la cara con cariño.
—¿Recuerdas el baile de fin de curso? —Su amiga asintió—. Resulta…
resulta que, aunque Logan siempre se estaba metiendo conmigo a veces no podía
evitar pensar que lo hacía solo para protegerse, por los rumores que corrían sobre
la infancia difícil que había sufrido, ya sabes. Así que, aunque jamás lo hubiese
admitido en voz alta, puede que estuviese un poco enamorada del chico
atormentado y malo que al final de la película siempre termina cambiando y
convirtiéndose en un héroe…
—Oh, Hollie, debiste decírnoslo…
—Ni siquiera me lo perdonaba a mí misma.
—No tienes que perdonarte nada que sientas.
—Ya lo sé, pero era joven y estúpida. Así que, cuando al año siguiente él me
pidió que lo acompañase al baile de fin de curso, acepté. Y cuando me comentó
que no se lo dijese a nadie, porque él acababa de cortar con una chica y no quería
hacerle daño antes de tiempo, no sospeché nada. Pero, entonces, esa noche… esa
noche… —Se echó a llorar.
—Cariño… —Amber la abrazó y le frotó la espalda de arriba abajo—. Vamos,
sea lo que sea lo que ocurrió ha pasado mucho tiempo y Logan ya no tiene poder
sobre ti.
—Sí que lo tiene —dijo en sollozos.
—Termina de contarme qué pasó.
—Yo os dije que iría sin acompañante, porque él me pidió que no se lo contase
a nadie. Eso fue lo peor de todo, tener que mentiros y luego no saber cómo
deshacer esa mentira porque me avergonzaba confesaros la verdad. Así que me
recogió en mi casa a las siete, como habíamos quedado, pero en vez de conducir
hacia el baile, se dirigió hacia un claro del bosque que no está muy lejos de aquí.
Amber empezó a asustarse y se llevó una mano al pecho.
—Hollie, ¿qué ocurrió?
—Yo me había gastado todos mis ahorros en un vestido que vi meses atrás en
una tienda, era azul y creo que ese día fue la primera vez que me vi guapa
delante del espejo, cuando me miré antes de salir de casa. Supongo que por eso
cuando Logan me besó, no sospeché nada. Debería haber sabido que un chico
como él jamás podría llegar a estar con alguien como yo. Todavía recuerdo las
gafas que llevaba y el aparato…
—Cariño, no digas esas cosas. —Amber la miró suplicante—. Eres y siempre
has sido preciosa. Por favor, continúa.
—Al principio fue raro. Él estaba tenso y casi a la defensiva, pero después…
empezó a ser más tierno, casi como si de verdad le gustase. Yo fui una tonta y
dejé que me tocase y que me acariciase porque en ese momento me gustaba.
Todo era como siempre deseé que fuese mi primera vez. Había empezado a
anochecer y, entonces, de repente, casi cuando estábamos a punto de hacerlo,
Logan paró de repente. Me miró, callado, y me asusté al verlo tan serio. Cuando
le pregunté qué le ocurría, fue a contestar, pero justo en ese momento
aparecieron alrededor del coche un montón de chicos del último curso, amigos
suyos, rodeándolo. Por suerte, aún llevaba el vestido puesto y solo tuve que
bajarme la falda y subirme los tirantes. Logan salió del coche y, entre las risas de
los demás, uno le preguntó si había cumplido la apuesta. Y entonces lo entendí
todo…
—Dios mío, Hollie… —Amber cerró los ojos y, cuando los abrió, estaban
llenos de furia—. Te juro que, si vuelvo a ver a ese idiota cerca, no sé lo que le
haré…
—Por suerte, Logan tuvo la decencia de admitir que no había cumplido la
apuesta y que no había terminado de ocurrir nada entre nosotros —escupió—.
Les hizo prometer que lo olvidarían todo y que me dejarían en paz, ya que había
perdido. Fue horrible, Amber. Me marché de allí caminando, porque no podía
soportar subir en su coche y estar cerca de él. ¿Cómo pude pensar que le
gustaba? Si ni siquiera tiene corazón…
—Eres humana, Hollie. Y confiada y muy buena, la culpa no es tuya, sino de
ese imbécil y no me extraña que te niegues a perdonarle. Lo que hizo es horrible.
Jugar consigo así… Deberías habérnoslo contado, porque te habríamos apoyado.
—No podía. Me sentía muy humillada.
Amber intentó recordar y supo exactamente cuándo había ocurrido al echar la
vista atrás y caer en la cuenta de esas semanas que Hollie había pasado más
callada y retraída de lo normal, casi sin querer relacionarse con ella y con Katie.
—Desde entonces no puedo confiar en ningún otro hombre. Me da pavor, en
cuanto empiezo a intimar con ellos me entra un ataque de ansiedad…
—Es comprensible, Hollie.
—Odio que Logan haya vuelto.
—Yo también, cariño. —La abrazó—. Pero ahora nos tienes a nosotras, ya no
tendrás que volver a lidiar con todo esto tú sola, ¿de acuerdo?
Hollie asintió con la cabeza.
—Gracias —le susurró.


El lunes, muy a su pesar, Amber se vio obligada a ir al pueblo. Intentaba evitar
hacerlo, aunque, en su fuero interno, era consciente de que, cuando más retrasase
volver a encontrarse con Ezra tras el extraño suceso que había sucedido entre
ellos, peor sería luego el impacto al hacerlo. Solo de pensarlo, ya le latía el
corazón acelerado.
Sin embargo, tenía que acercarse a la tintorería para recoger todo el material
del rancho que habían dejado para lavar la semana anterior. Por desgracia, su
hermano James y los demás trabajadores, estaban ocupados y no iban a tener ni
un hueco libre a lo largo de la mañana para desplazarse al pueblo. Así que
terminó acudiendo ella.
Entró en la tintorería y dio el número de su pedido. Mientras esperaba apoyada
en el mostrador, escuchó lo que comentaban las dos dependientas de la tienda.
—Sí y ahora le ha dado trabajo en el taller.
Inmediatamente agudizó el oído.
—¡No me digas! ¿Acaso se conocían?
—No que yo sepa —La otra se encogió de hombros—. Quinn se fue de aquí
antes de que Ezra llegase, si no recuerdo mal. Deben de haberse cruzado por
casualidad.
Amber no pudo evitar inmiscuirse.
—Perdonen, ¿de qué están hablando?
La más cotilla de las dos sonrió ante la posibilidad de poder contarle lo poco
que sabían y se acercó a ella en actitud confidencial, aunque de eso era evidente
que tenía poco.
—Ezra, el mecánico, le ha dado trabajo a Logan Quinn como ayudante.
—¡¿QUÉ?! ¡No puede ser! —exclamó.
—Así es. Ha empezado hoy mismo, porque ha venido aquí a recoger la ropa
del taller mecánico en nombre del jefe y, por lo que ha comentado por teléfono,
luego tenía más recados que hacer en el pueblo vecino al ir a por unas piezas.
No me lo puedo creer, se dijo Amber.
Aquello era terrible. De todas las personas del planeta tierra, el señor
Desconocido tenía que contratar al hombre más terrible que había pisado Sound
River durante las últimas décadas. Y no era solo por lo que Logan le había hecho
a su amiga, era porque él siempre había tenido mala fama y se rumoreaba que
había terminado entre rejas o metido en problemas durante los años que había
estado ausente en el pueblo.
Amber esperó impaciente hasta que le devolvieron las bolsas llenas de ropa y,
después de montar en el coche, muy a su pesar, puso rumbo a cierto taller de
cierto chico que conocía mejor de lo que deseaba hacerlo. Puede que no
soportase la idea de volver a verlo, pero cuando alguna de sus amigas estaba
involucrada de por medio, Amber era capaz de olvidar todos sus deseos y
ponerse su capa de justiciera.
14

Ezra terminó de limpiarse las manos llenas de grasa en el lavabo y luego
regresó al taller mientras se las secaba en un trapo. Bajó el capó del vehículo que
había terminado de reparar y entró en su despacho para empezar a rellenar los
papeles correspondientes de la factura antes de llamar al propietario para avisarle
de que ya estaba listo.
Suspiró profundamente con la vista fija en el folio que tenía delante, mientras
mordisqueaba el bolígrafo con el ceño fruncido, y pronto se dio cuenta de que no
se estaba enterando de nada de lo que leía porque volvía a estar pensando en ella.
Otra vez. Se frotó la cara, agotado, e intentó despejarse. Pero no podía hacerlo.
Estaban siendo unos días muy difíciles…
Y justo cuando ese pensamiento cruzó por su cabeza, llamaron a la puerta con
los nudillos, pero, antes de que él pudiese invitarle a pasar, se abrió de golpe y
Amber apareció delante de él, colándose en el diminuto despacho y mirándolo
desafiante. Ezra tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta al verla así,
hecha una furia y con ese brillo en los ojos. Se odió por pensar que estaba
preciosa.
—¡¿Cómo has podido contratarlo?!
Puede que eso sea lo último que esperaba que le dijese. Había pensado que en
algún momento aparecería delante de sus narices para gritarle por lo idiota que
había sido el sábado anterior al echarla así de su casa, pero en cambio durante
todos aquellos días solo había recibido silencio e indiferencia, que era algo casi
más doloroso, y ahora ella se presentaba allí hablándole de un tema que no tenía
nada que ver…
—¿Te refieres a Logan? —preguntó confundido.
—¡Me refiero al demonio! Pero, sí, creo que en la tierra lo conocen como
Logan Quinn. Por si no te has enterado, ese chico le hizo la vida imposible a una
de mis mejores amigas y es la peor persona que ha pisado este pueblo, robándote
a ti el puesto número uno y relegándote al dos en el pódium de tipos idiotas a los
que evitar.
La mirada de Ezra se oscureció mientras se levantaba.
—No alces la voz —la advirtió—. Y ese tal Logan del que hablas es ahora
parte de mi negocio, así que cuidado con lo que dices…
—¿Cómo puedes ser así? —gritó.
—No estoy haciendo nada que…
—¡Claro que lo estás haciendo! Tus actos, todos los actos, tienen
consecuencias —dijo furiosa—. Eres un egoísta y un irresponsable.
—¡Basta, Amber! Estás yendo demasiado lejos.
Pero ella no podía parar, porque de repente ya no era solo por Logan, era por
lo poco valorada que se había sentido la pasada noche, delante de él, tan
expuesta ante sus ojos.
—¡Tú a mí no me mandas callar!
—Estás en mi despacho.
—¡Échame, entonces! —lo provocó.
El azul de sus ojos adquirió uno tono diferente mientras avanzaba hacia ella en
la reducida habitación y Amber se veía obligada a apoyar la espalda en la puerta
que seguía cerrada. Ezra se inclinó sobre ella, preguntándose qué hacer, si
cogerla en brazos en ese mismo instante y echarla de allí por ponerse a montar el
número en su negocio, o si besarla hasta dejarla sin respiración…
No supo en qué momento, su cuerpo, sin pedirle permiso, se decantó por la
segunda opción. Pero un minuto antes estaba mirándola enfadado y respirando
agitado y al minuto siguiente sus labios chocaron contra los suyos y la besaron
como si necesitase ese contacto para seguir manteniéndose en pie. Algo se agitó
en su pecho ante el contacto y cerró los ojos, dejándose llevar por el calor de su
aliento, razón por la que no fue capaz de ver y evitar la mano de Amber que
chocó con su mejilla.
—No te atrevas a tocarme… —masculló.
—Amber… —La miró confundido—. Yo solo…
Ella supo que el peor desprecio que existiría para él sería que se diese la vuelta
y ni siquiera se molestase en mirarlo una última vez. Así que eso hizo. Sin echar
la vista atrás, abrió la puerta, salió y volvió a cerrarla dando un portazo. Casi a
punto de abandonar el taller, tropezó con Logan Quinn, que tenía una mirada
oscura y reservada, a la que ella contestó casi con un gruñido.
—¡Eres un ser despreciable! —gritó y luego se marchó.
Ezra se quedó quieto en medio del despacho, todavía con la mejilla dolorida y
con los labios calientes tras rozar los suyos con ellos. Respiró profundamente
para intentar calmarse, porque se sentía desbordado y hacía muchos años que él
no volvía a enfrentarse a emociones así. Apenas soportaba perder el control y no
saber cómo reaccionar o qué hacer. Abrió los ojos cuando Logan entró en el
despacho.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó—. Una chica acaba de decirme que soy
despreciable. Creo que era Amber, la hija de los Faith, ¿no?
—Sí, la misma —dijo.
—¿Está loca?
—Un poco.
Ezra lo miró con incomodidad antes de dar la vuelta al escritorio y sentarse en
su silla. Esperó hasta que Logan también se sentó delante de él y lo observó muy
serio.
—Venía a hablarme de ti. No términos positivos.
—Ya me imagino… —Logan suspiró—. Como te dije, hice cosas de las que
no me siento orgulloso en el pasado y si pudiese cambiarlo…
—No hace falta que sigas. —Ezra lo miró fijamente—. Confío en ti. No me
falles.
Logan asintió y salió poco después del despacho.
Ezra se quedó un rato más allí, doblando con los dedos la esquina de un papel
sin dejar de pensar en todo. Había contratado a Logan la semana anterior
después de enterarse de la fama que tenía en el pueblo y de saber que, por
cuestiones familiares que Ezra respetaba, necesitaba ese trabajo con urgencia. A
pesar de que estaba seguro de que habría hecho cosas horribles tiempo atrás,
tenía la certeza de que no era un mal chico.
Y en cuanto a Amber…
Ezra torció el gesto.
Llegar a una conclusión relacionada con ella era una tarea mucho más
complicada que no estaba por la labor de hacer. ¿Qué le ocurría? La noche que
había pasado con ella había sido perfecta, mucho más de lo que pretendía en un
principio. Por alguna razón, había dado por hecho, que ella era tan solo una
chica con una cabeza hueca que le atraía y con la que se entretenía picándola,
pero, lamentablemente, era mucho más. No solo era inteligente, sino también
divertida, con una mirada aguda y una lengua afilada que lo retaba a contestarle
cada vez que abría la boca. Y su boca… era increíble lo mucho que Ezra
necesitaba besarla cada vez que la tenía cerca, como esa misma mañana.
Ya durante la cena se había dado cuenta de que estaba metiéndose en un
terreno peligroso. Pero, cuando después fueron a su apartamento, y dejó de
pensar para concentrarse en sus caricias, en su piel y en su aroma femenino, supo
que tenía que tener cuidado. Y cuando por fin estuvo dentro de ella… entonces
se dio cuenta de que estaba completamente perdido.
Ezra no creía en los flechazos, ni mucho menos sobre una persona con la que
llevaba discutiendo durante todos esos años que llevaba viviendo en Sound
River, pero al estar en contacto con su cuerpo se había sentido como si un lazo
acabase de atarlos a los dos y se fuese cerrando cada vez más ante cada
movimiento para mantenerlos unidos. Cuando terminó y se dejó ir entre jadeos
de placer, asustado por esas emociones que estaban atormentándolo, tan solo fue
capaz de decir Joder, maldita sea…, y después su instinto de supervivencia le
gritó que tenía que deshacerse de ella lo antes posible si no quería acabar entre
sus redes. Si hubiese hecho caso de lo que le pedía su cuerpo, probablemente
habría vuelto a hacerle el amor un par de veces más antes de dormirse junto a
ella con las piernas entrelazadas, pero Ezra estaba demasiado confundido como
para poder soportar aquello y la única escapatoria que había encontrado fue la de
pedirle que se marchase.
Y desde entonces no podía quitarse de la cabeza la mirada dolida y cargada de
palabras no dichas que ella le había dirigido antes de levantarse e irse.
15

Las tres estaban sentadas en la orilla del río tomando el sol tras haberse dado
un chapuzón rápido. Era mediodía y Hollie había llevado algunos sándwiches
para que se los comiesen mientras pasaban un par de horas juntas antes de volver
al trabajo. Katie volvió a ponerse un poco más de crema bronceadora y Amber
se dio la vuelta en la toalla para que le diese el sol en la espalda.
—No me puedo creer lo que has hecho —repitió Hollie—. ¿Gritaste mucho?
Porque entonces es probable que en unos días lo sepa todo el pueblo, si alguien
pasaba por delante del taller en ese momento.
—No me importa lo que piensen.
Amber se encogió de hombros y después suspiró mientras arrancaba las
hierbas que estaban a su alrededor con la mano y gesto pensativo. En ese
momento había estado tan furiosa que ni siquiera era demasiado consciente de lo
que decía cuando alzaba la voz. Había pasado un día y ella seguía sin entender
por qué Ezra la había vuelto a besar después de lo que había ocurrido en su casa
semanas atrás, ¿a qué estaba jugando? Puede que se tratase todo de eso, un juego
para él, la manera de sacarla de quicio, como una especie de venganza personal,
aunque Amber no acertaba a averiguar por qué lo hacía.
—¿Qué vas a hacer con él? —le preguntó Katie.
—¿Con el señor Desconocido? —La otra asintió, sonriendo—. Nada.
Ignorarlo. Es una pena que este pueblo sea tan pequeño, ojalá viviese en una
ciudad para no tener que ver esa cara suya a todas horas. —Se estremeció al
recordar sus ojos.
—Créeme, te entiendo. —Hollie suspiró.
Katie la miró con compasión. Hollie le había contado también su historia,
haciéndola partícipe del percance que había sufrido años atrás y, como era de
esperar, Katie había reaccionado justo igual que Amber; abrazándola y
preguntándole por qué no se lo había confesado antes, puesto que las dos habrían
estado más que dispuestas a ayudarla en todo lo que necesitase. No era justo que
hubiese pasado por ese mal trago ella sola. Sin embargo, entendían que Hollie
era una chica tímida y muy retraída, a veces había que sacarle las palabras a la
fuerza.
Amber se dio la vuelta en la toalla, bajo el sol abrasador de aquel verano que
estaba siendo cálido y sofocante. Se quedó mirando las nubes que atravesaban el
cielo azul y una idea le llegó de repente, como un zumbido que no podía ignorar,
porque, en el fondo, llevaba demasiado tiempo pensándolo y retrasándolo.
—Creo que voy a mudarme —confesó.
—¿Cómo dices? —Katie se incorporó de golpe.
—Sí, hace meses que le doy vueltas y ha llegado el momento de hacerlo. No
quiero pasarme la vida viviendo en el rancho y no es por vosotros, es que
necesito mi espacio y mi intimidad y, sobre todo, aunque parezca una tontería,
que mi lugar de trabajo no esté en mi casa.
Notó que se quitaba un peso de encima al decirlo en voz alta a pesar de que ya
había hablado antes con Katie sobre aquello. Tal como había previsto, su amiga
la miró con la frente arrugada y los ojos entornados mientras negaba por la
cabeza.
—¡No puedes irte! ¡No es justo! En todo caso, nos mudaremos James y yo…
—Eso es lo último que querría. Ya te lo he dicho, quiero distanciarme de mi
lugar de trabajo. Katie, he vivido siempre en ese rancho, desde pequeña, sigo
usando la misma habitación y hasta hace unos meses todavía tenía pósters detrás
del armario de ese cantante que terminó en la ruina. Necesito un cambio de aires,
¿entiendes?
Katie apretó la boca, pero Hollie sacudió la cabeza para instar a su amiga a dar
su brazo a torcer. Finalmente, sin mucho ánimo, asintió con la cabeza.
—Lo entiendo. Es solo que no puedo evitar sentirme culpable por haber
invadido tu espacio y ese lugar es tanto tuyo como James…
—Y lo seguirá siendo. Deja de preocuparte —insistió—. Me apetece tener mi
propio apartamento, solo mío, sin trabajadores cerca ni nadie más. Será algo
temporal, hasta qué decida qué es lo que estoy buscando y quiera asentarme del
todo.
—Me parece bien —le sonrió.
—Te ayudaremos a buscar algo —dijo Hollie.
—Eso sería genial, porque dudo que en el pueblo encuentre demasiadas
opciones. Mañana mismo me acercaré al ayuntamiento a preguntar.
—Te acompañaremos —concluyó Katie.


Un hombre de rostro serio y colorado les atendió cuando llegaron preguntando
por las propiedades que el ayuntamiento tenía disponibles. Amber sabía que
había dos personas que alquilaban sus casas en un ala del pueblo de forma
privada, pero las dos casas eran demasiado grandes para ella, con tres o cuatro
habitaciones que no necesitaba, perfectas para que una familia entera entrase a
vivir. Ella buscaba algo más pequeño y recogido. El hombre abrió una carpeta y
les enseñó algunos de los lugares que estaban disponibles.
El primero apenas tenía luz, el pasillo era muy estrecho y la habitación daba
un poco de miedo a causa de la diminuta ventana que estaba al lado de un cuadro
tenebroso. Amber lo desechó rápidamente negando con la cabeza. El segundo
apartamento era más adecuado, aunque el baño dejaba mucho que desear e iba a
tener que gastarse todos sus ahorros en productos de limpieza si quería ser capaz
de ducharse alguna vez allí. El tercero, en cambio, era perfecto. El suelo de
madera, las paredes blancas y recién pintadas, una cocina que no era grande,
pero resultaba perfecta para ella y un dormitorio sencillo y bien iluminado.
Amber giró la cabeza hacia un lado sin dejar de mirar las fotografías y se mordió
el labio con gesto pensativo y el ceño fruncido. Por alguna razón le resultaba un
poco familiar… muy familiar… casi tanto como…
—¡Es el piso de Ezra! —exclamó de repente.
—¿Qué estás diciendo? —Katie la miró.
—No su piso, pero casi igual.
—¿Dónde ha dicho que está ubicado? —preguntó Hollie con dulzura.
—A dos calles de aquí, enfrente de la pastelería.
—¡Mierda! —Cerró los ojos—. ¡Dichosa suerte la mía!
—No me lo puedo creer… —dijo Hollie.
Amber continuó unos segundos observando las fotografías, absorta en lo
hermosa que era la cortina que ondeaba en el gran ventanal de la cocina y lo
confortable que resultaba el pequeño salón ya amueblado, con todo lo necesario
a su disposición. Torció la boca.
—¡Pues me lo quedo! —dijo alzando la voz—. No me importa tenerlo como
vecino. El apartamento es precioso, no pienso darle la satisfacción de meterme
en ese zulo —añadió señalando el primer lugar que les había enseñado.
—¡Bien dicho! —exclamó Katie.
—Te ayudaremos con todo. —Hollie le sonrió.
16

Ezra soltó un gruñido y escondió la cabeza debajo de la almohada. La noche
anterior se había acercado al local a tomarse un par de copas con Logan, su
nuevo ayudante en el taller, y por alguna estúpida razón tenía la idea de
encontrar allí a Amber y poder hablar con ella. Pero no hubo rastro de la chica
en toda la velada y terminó bebiendo más de lo debido e ignorando las llamadas
de su mujer que, como siempre, eran constantes.
Cerró los ojos con fuerza al escuchar un taladro al otro lado de la pared.
Después los abrió, cuando recordó que al otro lado de la pared no vivía nadie.
Se levantó de la cama sin muchas ganas y se frotó la cara, cansado, mientras
salía al pasillo y miraba por la mirilla de la puerta. El rellano estaba lleno de
cajas de cartón apiladas, entre otros muchos trastos. Abrió la puerta, dispuesto a
presentarse, pero cerró la boca en cuanto se encontró con esos ojos claros.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Hola, vecino desconocido —dijo ella.
—Amber… —Él se apartó cuando una chica rubia pasó por su lado cargada
con una caja de cartón y casi le da a propósito un codazo en el estómago—.
¿Cómo se te ocurre?
—Buscaba un apartamento y este es el mejor de todos los que vi.
—No puedes quedarte aquí —jadeó. No estaba seguro de poder seguir
controlándose y evitándola sabiendo que estaría apenas a unos metros de
distancia. Movió la cabeza a un lado y la miró con intensidad—. ¿Estás
acosándome?
—¿Acosándote yo? ¡Ja! Ya te gustaría. Sigue soñando.
No dijo nada más antes de meterse en el apartamento. Ezra dudó, sin saber si
entrar sería lo más adecuado, sobre todo cuando había algunas personas a su
alrededor, incluido su hermano, que parecía estar dentro taladrando las paredes y
dispuesto a no dejarle dormir. Enfadado, sabiendo cuándo una batalla estaba
perdida, se dio la vuelta y regresó a su casa dando tres grandes zancadas. Cerró
la puerta con un portazo sonoro que retumbó en todo el edificio. Luego, se
preparó una taza de café y se sentó en la mesa de la cocina, pensativo, intentando
decidir qué iba a hacer a partir de entonces. Su móvil volvió a sonar, pero estaba
tan cabreado que esa vez no tuvo paciencia para ignorarlo.
—¿Qué quieres, Lisa? —preguntó cansado.
—Te quiero a ti, ya lo sabes —respondió ella.
Ezra puso los ojos en blanco y se terminó el café de un solo trago. Se levantó
y dejó el vaso vacío dentro de la pila de la cocina.
—Solo me quieres porque no puedes tenerme.
—Eso también —contestó con una risita seductora—. Pero sabes que sigues
sintiendo algo por mí. Llevamos toda la vida juntos, Ezra, estamos destinados a
estarlo.
Él cogió aire antes de apartarse el teléfono de la oreja y colgar sin despedirse.
Se quedó un rato sentado, escuchando los ruidos que venían del otro lado de la
puerta, antes de irse a trabajar. Cuando llegó, por suerte para él después de la
noche que había pasado, Logan ya había abierto y estaba atendiendo a un cliente.
Durante toda la jornada, Ezra estuvo serio.
Se tomó una pastilla para el color de cabeza casi cuando estaba a punto de
cerrar, tras decirle a Logan que podía marcharse antes, y regresó a su
apartamento. Al subir, no pudo evitar fijar la mirada en la puerta de al lado. No
se oía nada. Tampoco se escuchó nada durante el resto de la noche. Se hizo algo
para cenar y vio un programa en la televisión para intentar distraerse, aunque no
lo consiguió. Sin darse cuenta, terminó quedándose dormido en el sofá, hasta
que escuchó unos ruidos y se despertó sobresaltado.
Los ruidos venían del exterior.
Miró su reloj y se dio cuenta de que eran las tres de la madrugada. Después se
levantó y fue hasta la puerta de la entrada. Acercó el ojo a la mirilla y vio a
Amber, acompañada por el mismo hombre con el que la había visto semanas
atrás en el local. No paraba de reír y de tambalearse encima de unos tacones
altísimos, era evidente que estaba borracha.
Ezra sintió que se quedaba sin aire.
Apretó los puños, cerró los ojos y apoyó la frente en la puerta, que estaba fría,
con la intención de calmarse lo suficiente como para no abrir de un tirón, cruzar
al piso de al lado y montar un espectáculo. Él no tenía ninguna razón para
hacerlo. Solo había pasado una noche con ella, y no había acabado precisamente
bien.
Los minutos corrieron lentamente…
Dejó de escuchar nada al otro lado.
Estaba a punto de salir, incapaz de seguir aguantando la rabia que le atenazaba
los músculos, cuando la puerta volvió a abrirse de golpe. Esperó. El chico salió
mientras maldecía por lo bajo. Ella apareció tras él disculpándose por haberle
hecho perder el tiempo, pero no hubo respuesta ante ese comentario. Ezra respiró
aliviado, sin moverse, y de repente ella clavó sus ojos en la puerta, justo donde él
se encontraba, casi como si pudiese saber que estaba allí mirándola. Pero eso era
imposible, se dijo.
Estuvo tentado de abrir, cogerla de la mano y meterla de un tirón en su
apartamento para comérsela a besos y pasar toda la noche con ella, pero al final
recobró el sentido común y se apartó a un lado antes de irse a dormir con una
sensación de angustia en el interior del pecho que significaba que algo iba mal.
Puede que en el fondo ella le importase…
Si no fuese así, ¿por qué habría sentido la necesidad de interrumpir lo que sea
que pudiese pasar con ese otro tío? Y Ezra estaba seguro de una cosa: no habría
sido capaz de aguantar mucho tiempo más antes de aporrear su puerta.


A la mañana siguiente, Amber se despertó con el estómago todavía encogido.
Se sentía confusa. Se quedó mirando el techo de su nueva habitación mientras
torcía los labios en un mohín. La noche anterior se había arreglado y se había ido
al local con la intención de celebrar junto a sus amigos que, por fin, se había
independizado. Al llegar, se había tomado un par de copas junto a Hollie, que
estaba animada, y después había terminado hablando con Gabriel y pidiéndole
disculpas por haberse marchado así la otra noche. Él se había mostrado
encantador y le había dado conversación durante toda la velada. Cuando
acordaron tomar una última copa juntos en su apartamento, ella pensó que sería
una buena idea. Gabriel era atractivo; tenía una sonrisa bonita y unos ojos llenos
de encanto, y Amber llevaba mucho tiempo deseando encontrar a alguien con el
que poder compartir su vida y empezar a crear algo en común. Por eso le dijo
que sí.
Sin embargo, cuando llegaron a su apartamento, tras un primer momento de
risas ante la incomodidad del momento, ella se había ido a la cocina en busca de
las copas que aún tenía guardadas en una caja de cartón y él había aparecido a su
espalda sin avisar y le había empezado a dar pequeños besos en el cuello.
Debería haber sentido un estremecimiento de deseo o mariposas en el estómago,
pero solo sintió un escalofrío nada prometedor. Amber se apartó, sin saber qué le
ocurría, y apenas reaccionó cuando él la besó en los labios y se pegó a ella. No
estaba sintiendo nada. O sí, algo desagradable en la boca del estómago antes de
apartarlo de un empujón.
—Lo siento —le había dicho.
Él la había mirado furioso, diciéndole algo así como que no calentase un plato
de comida si en realidad no tenía intención de comérselo. Había cogido su
cartera y se había largado hacia la puerta con un humor de perros. Ella había
tratado de disculparse, pero Gabriel no parecía haberse tomado a bien su
reacción y ni siquiera le contestó.
Una vez se fue, Amber se quedó mirando la puerta de enfrente, preguntándose
por qué no podía haberse sentido como con Ezra, ese fuego, esa calidez en
contacto con su piel, esas ganas de que los besos durasen siempre un poco
más…
Terminó cerrando de un portazo.
Ahora, decidió que pasaría todo el domingo reorganizando el caos que tenía en
la casa, sacando las cosas que aún estaban guardadas, colgando la ropa del
armario y descansando. Cuando el cielo empezó a oscurecerse a última hora de
la tarde, Amber estaba agotada y acababa de darse una ducha tras pasarse el día
trabajando. Suspiró cuando llamaron al timbre de la puerta y se dirigió hacia allí
descalza y todavía con el albornoz.
Era Ezra, sonriente y tan guapo como siempre.
—He pensado que ya va siendo hora de hacer las paces —dijo—. Y creí que
sería más fácil conseguirlo si traía un poco de comida china y te invitaba a cenar.
Amber fijó la mirada en las bolsas que llevaba en las manos.
—¿Comida china?
—Del mejor restaurante del pueblo.
—Pero si solo hay uno…
—Por eso mismo —respondió.
Antes de que ella pudiese negarse, él entro en su apartamento y dejó las bolsas
en la cocina, respirando entrecortadamente tras darse cuenta de que ella estaba
desnuda debajo del albornoz. Tuvo que hacer un esfuerzo cuando se giró y la
miró para no desatarle el nudo y hacerle el amor allí mismo, en la cocina.
Amber se cruzó de brazos mirando suspicaz.
—¿A qué viene este cambio de actitud?
—Me he dado cuenta de que tienes razón, fui un idiota.
—No sabes lo bien qué suena escucharte decir eso.
—Me lo puedo imaginar. Esa noche que pasamos juntos… tenía un mal día.
No debería haber sido tan brusco contigo —admitió—. Lo siento.
Ella sintió que el corazón le daba una voltereta.
Escuchar a un hombre decir lo siento de una manera sincera adquirió una
nueva dimensión para Amber que nunca antes había sentido, aunque seguro que
su mirada arrepentida y su atractivo rostro tenía mucho que ver con ello. Se
apartó de él antes de cometer una estupidez y volver a hacer el ridículo.
—Está bien. Iré a vestirme mientras tanto.
—No tardes si no quieres que se enfríe.
Ella desapareció en su habitación. Buscó algo cómodo que ponerse y terminó
eligiendo unos pantalones cortos de algodón que a veces usaba como pijama y
una camiseta de manga corta de color naranja. Se dejó el pelo recogido en el
moño desenfadado que se había hecho antes de meterse en la ducha y volvió al
salón.
La mesa ya estaba puesta. Ezra había encontrado los platos y los cubiertos.
—No he conseguido dar con las servilletas —dijo.
—Eso es porque no tengo. Olvidé comprarlas con el tema de la mudanza.
Espera, traeré papel de cocina. —Se levantó y volvió después—. Gracias por la
cena. Y las disculpas.
—No hay de qué. —Ezra le sonrió y empezó a comer.
Los dos se terminaron hasta el último gramo de comida en poco tiempo. Él,
lleno hasta los topes, la miró de reojo y negó con la cabeza.
—Sigo sin entender dónde lo metes.
—Supongo que lo gasto —se encogió de hombros.
Ezra se preparó para sacar el tema que llevaba carcomiéndolo todo el día.
—Anoche te oí, cuando llegaste…
—Lo siento, intentaré no hacer ruido la próxima vez.
—Estabas con alguien. Y luego ese alguien se fue.
—¿Intentas sonsacarme información?
—¿Tan evidente es? —preguntó para su sorpresa.
Amber suspiró sonoramente y lo miró.
—No sé por qué iba a interesarte, pero sí, llegó y se fue, no pasó nada.
La tensión se hizo más grande entre ellos. Ezra se acercó más en el sofá.
—¿Y por qué no pasó nada…?
—Porque no quise que pasase.
Él se fijó en el movimiento de su garganta cuando tragó saliva y deseó poder
besarla justo ahí y sentir el latido del pulso contra sus labios. Respiró hondo y la
miró tan intensamente que ella se hizo más pequeña a su lado.
—Me faltó poco para tirar tu puerta abajo —confesó él de repente.
—No veo por qué ibas a hacerlo, está claro que no te importo en lo más
mínim…
No pudo seguir hablando cuando la boca de Ezra cubrió la suya. Jadeó,
sorprendida al volver a reencontrarse con esos labios exigentes y suaves que
parecían dispuestos a conseguir que se ablandase y olvidase todo lo demás.
Amber le rodeó el cuello con las manos, muy a su pesar, dejando que sus lenguas
se encontrasen a medio camino y se acariciasen entre besos húmedos y suaves.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que, si tuviese que describir a Ezra con un
solo adjetivo, hubiese dicho que era adictivo. Como el chocolate. O un placer del
que no pudieses prescindir.
Apenas se percató cuando él se tumbó sobre ella en el sofá. Sus cuerpos
estaban pegados, rozándose cada vez que se movían buscando el contacto,
ardiendo. Él le mordió el labio inferior mientras acogía su rostro con las dos
manos y la miraba como si fuese única de alguna manera ante sus ojos. Amber
apartó un poco la cabeza para poder hablar.
—No debería pasar esto…
—Pero está pasando.
Amber se debatió entre mantener intacto su orgullo o abandonarse ante las
sensaciones que las manos de él provocaban en su cuerpo. Apretó los labios para
no gemir cuando su sexo rozó el suyo con un movimiento devastador, por
encima de la ropa.
—Pero te irás al terminar… —susurró.
Ezra no contestó, tan solo la calló con otro beso.
Luego se convirtieron en dos cuerpos que se buscaban sin descanso. Ezra le
quitó la camiseta y su lengua se deslizó por su cuello antes de bajar hasta atrapar
un pecho con la boca. Amber arqueó la espalda. No recordaba que ningún otro
hombre la hiciese sentir aquello, como si se estuviese derritiendo como un
helado de fresa por cada caricia, como si su piel reaccionase de una manera
diferente al entrar en contacto con la suya. Susurró su nombre cuando sus dedos
se colaron bajo el pantalón y la ropa interior y se introdujeron lentamente en ella,
dejándola con ganas de más.
—Hazlo ya —rogó.
Ezra sonrió y se desprendió de la ropa.
Después, sentado en el sofá, la cogió en brazos y la colocó a horcajadas sobre
él. Amber lo acarició con las manos, palpándolo con suavidad hasta que él cerró
los ojos y le alzó las caderas para poder colarse en su interior. Luego ella empezó
a moverse despacio, mirándolo fijamente como si un hilo transparente los atase,
rodeándole el cuello con las manos y aferrándose a él mientras las embestidas
eran cada vez más profundas y rápidas. Amber agradeció que Ezra la sujetase
por la cintura cuando el placer la embargó y empezó a temblar. Él soltó un
gruñido contenido y luego se corrió con los labios pegados contra su mejilla.
Después, como al final de unos fuegos artificiales llenos de luces y color, el
silencio lo llenó todo.
Amber se apartó con la mirada vidriosa.
—No hemos usado protección —susurró.
—Yo me hago análisis regularmente —dijo muy serio—. ¿Tomas la píldora?
Amber, mírame —pidió cuando ella apartó la mirada bruscamente de él.
La cogió de la barbilla y supo por sus ojos llenos de lágrimas que no tomaba
ningún método anticonceptivo. Se obligó a tranquilizarse, porque no quería
asustarla más de lo que ya estaba. Verla llorar hizo que su corazón se agitase.
—No te preocupes, cariño. —Le limpió una lágrima con los dedos—.
Cálmate. Apenas hay probabilidades, ¿de acuerdo? Es muy poco probable.
—Es verdad. —Sorbió por la nariz.
Luego se levantó, escapando de sus brazos, y fue al baño. Una vez allí, se
lavó, se miró en el espejo y consiguió tranquilizarse. Cuando salió, él ya estaba
vestido esperándola en la puerta del servicio. Amber intentó no mirarlo.
Suficiente mal se sentía ya consigo misma por no haber sido capaz de pensar con
sentido común ante una sola caricia y por haberse doblegado tan fácilmente. Ella
siempre había sido firme y decidida y no le gustaba la idea de que Ezra rompiese
todas sus defensas con un pestañeo.
—Ya puedes irte —dijo—. Estoy bien.
—Quiero quedarme… —Su voz era ronca en medio de la habitación.
—¿Quedarte? —Lo miró incrédula—. ¿Para qué?
—No lo sé. Porque sí. —Se movió nervioso a su alrededor—. Sabes que no se
me dan bien las palabras. Tan solo deja que me quede.
—Tú no hiciste lo mismo conmigo.
Ezra se pasó una mano por el pelo oscuro.
—Y me equivoqué —reconoció—. Pero estaba asustado.
Amber arqueó las cejas con suavidad.
—¿Asustado? No te entiendo.
—Sí, por lo bien que habíamos encajado, por cómo fue la cena y, luego, lo
otro en mi casa… Fue demasiado perfecto —dijo—. Cuando se supone que nos
odiamos —añadió.
—Aún lo hacemos. Un poco —respondió sonriendo.
—Un poco, sí. —Sin poder contenerse, Ezra se inclinó y la besó.
—¿En qué situación nos deja algo así? —preguntó Amber.
Él la cogió en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, la dejó sobre
la cama y encendió la lámpara de noche. Se tumbó a su lado y le apartó el pelo
revuelto del rostro.
—En la situación de dos personas que se están conociendo…
—Apenas tenemos nada en común… —dijo ella.
—O quizá tenemos demasiadas cosas en común y por eso chocamos tanto.
—¿Lo crees de verdad? —preguntó esperanzada mientras él le daba otro beso.
—Creo que los dos somos impulsivos y tenemos carácter. Pero también creo
que, cuando estamos juntos, lo último que sentimos es indiferencia. Puede ser
enfado o deseo o diversión, pero nunca nada. Y eso es importante, porque hacía
mucho tiempo que ninguna mujer me hacía sentir así, tan vivo —reconoció.
Ella se dio la vuelta en la cama y lo abrazó.
—Háblame de ti, de tu vida en Nueva York.
Ezra se quedó silencio unos segundos, como si no estuviese muy seguro de si
estaba preparado para hablarle de aquello. Al final respiró hondo y lo hizo.
—Era muy infeliz, Amber —confesó—. Crecí en una familia adinerada. Vivía
puerta con puerta con la familia de Lisa, los Gillian.
—Así que, ¿os conocéis desde pequeños?
Él asintió y Amber no pudo evitar notar los celos que tironeaban en su
estómago. Sabía que algo así era imposible que no te marcase para siempre. Y,
peor todavía, sabía que Ezra no debería importarle tanto y que se estaba
comportando como una niña.
—Sí. Fuimos amigos, jugábamos juntos a diario y terminamos en el mismo
colegio privado. Después, conforme fuimos creciendo, empezamos a sentir algo
más.
—Y salisteis juntos…
—Durante muchos años. Más tarde, nos casamos y nos mudamos juntos.
Él no dijo nada más, pero a Amber le pareció insuficiente esa explicación y no
pudo evitar sentir curiosidad y querer seguir indagando en su pasado.
—Si todo era tan perfecto, ¿qué ocurrió para que os separaseis?
Ezra suspiró sonoramente y le acarició el brazo con los dedos, mientras ella
mantenía la cabeza apoyada en su pecho.
—Es que no era todo tan perfecto —dijo—. Justo al revés. Es decir, era
perfecto de cara a la galería. Según nuestros conocidos, lo nuestro debía de ser
una relación idílica, perfecta. Lisa era guapa y encantadora, podía acaparar
fácilmente toda la atención en una fiesta, le nacía natural lo de rodearse de gente
y conseguir encandilarlos. Yo la quería, pero en cierto momento empecé a
cansarme de todo aquello. No me gustaba tener que fingir, asistir a eventos que
no me interesaban, verla sonreír delante de gente a la que luego criticaba en la
intimidad…
—No sé si lo estoy entendiendo.
—Que todo era muy falso, Amber. Como de cartón. Nuestra vida y el mundo
en el vivíamos, las personas que nos rodeaban. Yo solo quería ser feliz con mi
mujer, tener hijos y montarme un taller de coches antiguos. Por supuesto, a ella
eso le pareció una aberración. ¿Cómo iba a convertirme en un mecánico cuando
nos codeábamos con gente poderosa de Nueva York? No podía entenderlo,
aunque eso me hiciese feliz. A mí siempre me encantaron los coches, desde
pequeño, los engranajes de cada uno de ellos.
—Y se te da muy bien… —Amber sonrió y él le dio un beso en la cabeza.
—Así que durante los últimos años discutíamos sin parar. Ella no quería tener
hijos todavía, yo sí. A ella le encantaba pasarse el día de fiesta en fiesta y a mí
cada vez me costaba más, porque lo odiaba. Cuando estábamos en casa, a solas,
casi no teníamos nada que decirnos el uno al otro y, si lo hacíamos,
terminábamos gritándonos y discutiendo. Creo que eso es lo que más me dolía
de todo porque, pese a todo, era mi amiga, alguien importante en mi vida, y no
soportaba la idea de estar perdiéndola de esa manera. Me di cuenta pronto de que
no encajábamos bien como pareja e intenté que funcionase durante muchos años
porque la quería, pero…
—Pero, ¿qué? —lo animó Amber.
—Un día exploté. Aunque llevábamos meses peleándonos por el tema, yo
estaba decidido y acababa de encontrar un local que era perfecto para montar el
taller. Cuando llegué a casa, ella me dijo que tenía que darme una sorpresa. Me
llevó a un garaje y me enseñó un coche de diseño que había comprado y que
valía casi más que todo este pueblo junto. Yo me enfadé. No por el regalo, sino
porque lo hizo como si por esa razón fuese a renunciar a lo que quería hacer.
Tuvimos una fuerte discusión y, al final, me marché. Le dije que necesitaba
tiempo y me fui. Estaba muy confundido. Conduje durante unas semanas sin
ningún destino. Ese fue el peor momento de todos…
Amber se removió sobre él.
—¿La echabas de menos?
—No. Por eso fue el peor momento, porque me di cuenta de que no la echaba
de menos y eso me asustó. Cuando llevas toda una vida al lado de una persona,
es difícil separarte de ella, incluso aunque sepas que es lo que necesitas. —Se
quedó callado un momento—. Yo supe que ya no estaba enamorado, no al menos
de la manera en la que Lisa se merecía. Seguí conduciendo, sin saber qué hacer,
hasta que un día llegué aquí, a Sound River. Paré en la cafetería para tomarme un
café y, cuando salí, vi que delante había un cartel enorme en el que se anunciaba
la venta de ese taller. Pensé que era una señal.
—Y lo compraste —dijo ella.
—Sí. Me había llevado unos pocos ahorros conmigo y decidí comprarlo.
Empecé a trabajar unas semanas después y me gustó. Por fin tenía la cabeza
ocupada en algo y estaba haciendo lo que quería hacer, sin tener que ir a fiestas
ni fingir delante de personas que no me interesaban. Me di cuenta de que
prefería la vida sencilla de este pueblo perdido que la de la gran ciudad, así que,
sencillamente, me quedé.
Amber se dio la vuelta sobre él y lo abrazó.
—Creo que me alegra que lo hicieras.
—Eso es todo un halago viniendo de ti.
Él se echó a reír y la besó intensamente.
—Gracias por contarme tu historia, Ezra.
—Gracias a ti por dejar que me quede.
Después, estrechándola contra su cuerpo con fuerza, se quedó dormido
aferrado a ella sin ser consciente de que hacía años que no conciliaba el sueño al
lado de una mujer.
17

—¿Entonces estáis saliendo? —preguntó Katie.
—¡No! ¡O sí! No lo sé, la verdad. —Amber escondió el rostro entre las manos
sin dejar de gimotear—. Ayer todo fue perfecto. Se quedó en casa a dormir,
desayunos juntos temprano y luego cada cual nos fuimos a trabajar. Pero no sé
qué pasará cuando vuelva a casa, ¿debería llamarlo? ¿O finjo que no me importa
y lo ignoro?
—Nadie va a creerse lo segundo a estas alturas —concluyó Katie.
—¡Claro que sí, no soy tan transparente!
—Sí que eres —añadió Hollie.
—Puede que un poco.
—Llegados a este punto, lo mejor será que te dejes llevar y des un paso al
frente, porque estás metida hasta el cuello.
—¡Yo no estoy metida hasta el cuello!
—Deja de negar lo evidente, Amber. —Katie se rio—. Ese chico te gusta. De
hecho, empiezo a pensar que te ha gustado siempre, incluso cuando os lanzabais
puñales cada vez que os encontrabais.
Amber no dijo nada, aunque sabía que era probable que tuviese razón. Miró a
sus amigas, con las que había vuelto a quedar para comer en aquel tramo de río
donde tomaban el sol desde jovencitas, y estuvo a punto de contarles lo que
había ocurrido en el salón, cuando había perdido tanto el control que incluso se
olvidó de usar protección. Sin embargo, aunque quería compartir su
preocupación, no deseaba asustarlas, así que terminó tragándose sus palabras con
un nudo en la garganta. Desde que se había despertado, no había pensado en otra
cosa. Y todavía faltaban unas semanas para que tuviese que bajarle el periodo y
pudiese quedarse tranquila definitivamente.
Volvió a darse la vuelta, inquieta.
Era el tipo de persona que le daba mil vueltas a las cosas, para su desgracia.
Por eso se pasó toda la tarde igual, pensativa, incluso mientras salía del rancho al
terminar de trabajar y se dirigía hacia su nuevo apartamento que, por cierto, le
encantaba.
Una vez allí, entró dentro casi sin mirar a la puerta de al lado, como si temiese
que fuese a ocurrir algo si lo hacía. Respiró hondo un par de veces para calmarse
una vez dejó el bolso encima de la mesa y fue a la cocina para ver si tenía algo
de comida. No le sorprendió encontrarla vacía. Por suerte, dio con un bote de
raviolis en conserva que seguramente Hollie habría guardado en uno de los
armarios. Se sobresaltó cuando llamaron a la puerta y lo dejó a medio abrir.
Ezra le sonrió cuando abrió.
—Traigo la cena —dijo.
Amber se apartó para dejarlo pasar.
—He imaginado que no tendrías nada —se adelantó a decir—. Así que, como
he terminado antes de trabajar porque Logan se ha quedado un rato más, he
preparado un poco de pasta, ¿te apetece?
Ella se frenó para no lanzarse a sus brazos, porque no quería que pensase que
estaba completamente loca. Se contentó con sonreírle y sacar los cubiertos del
cajón antes de acompañarlo hasta el comedor, repitiendo el mismo ritual que el
día anterior.
—Uhmmm… está de muerte —dijo engullendo un tallarín.
—Gracias. Se me da bien cocinar.
—¿Qué más sabes hacer?
—Casi cualquier cosa que me proponga.
—Eres un egocéntrico —rio.
—Y eso parece gustarte… —replicó él divertido.
Amber se puso seria de repente, sin dejar de comer.
—Ese tal Logan… lo que te dije iba en serio, es un tipo problemático.
—Puede que sí. —Ezra asintió dándole razón—. Pero no es una mala persona.
—Te aseguro que no pensarías lo mismo si supieses toda su historia.
—Sé lo suficiente, Amber. Ha pasado malas épocas y ha tenido una vida
complicada, eso te marca —explicó—. Puede que se haya equivocado muchas
veces, pero ahora tiene algo importante que hacer y no seré yo quien le arrebate
esa oportunidad.
—No sabía que fueses tan caritativo —refunfuñó.
—Me gusta ir sorprendiéndote —respondió divertido. Luego dejó los platos
en la mesa, la hizo sentarse sobre sus rodillas y la abrazó—. Cariño, deja de
arrugar la nariz como una ardilla enfadada.
—Tus comentarios no ayudan.
Ezra soltó una carcajada sonora y la miró con ternura. A pesar de que durante
años la había odiado por pensar que era una niña malcriada y caprichosa, que se
dedicaba a trabajar lo justo en el negocio familiar y que le recordaba demasiado
por ello a Lisa, ahora se daba cuenta de que eran más parecidos de lo que jamás
había imaginado. Además de eso, hacía mucho tiempo que no se divertía tanto
con una mujer, estando relajado y sin tener que fingir ser alguien que no era.
Amber no lo juzgaba ni le pedía que se transformase en otro tipo de hombre que
no iba con él ni quería llegar a ser. Ella lo aceptaba tal como era y eso hacía que
estar a su lado fuese más fácil y que la hubiese echado de menos durante todo el
día, mientras estaba en el trabajo, como si volviese a sentirse como un
adolescente con las hormonas descontroladas, cuando Ezra ya había previsto que
jamás volvería a sentir ese cosquilleo de emoción por nadie…
—Eres especial, Amber. —La besó.
—No pensabas eso al conocerme…
—Porque me cabreaba que me hicieses sentir cosas.
—¿Te hacía sentir? —Lo miró juguetona mientras le desabrochaba los botones
de la camisa y se la quitaba por los hombros—. Dime qué cosas.
—Me hacías enfadarme, por ejemplo. Enfadarme mucho.
—No sé si debería enorgullecerme de eso.
—Deberías, porque normalmente casi todo me resulta indiferente. No es fácil
hacerme despertar y llevaba mucho tiempo…
—Dormido —adivinó ella.
—Eso es. —Ezra volvió a besarla.
Después, con las manos temblorosas por culpa del deseo, los dos terminaron
de desnudarse el uno al otro. En esta ocasión, él cogió un preservativo que
llevaba guardado en la cartera y se lo puso antes de tumbarse sobre ella y
hundirse con fuerza en su interior. Amber cerró los ojos y se aferró a su cuerpo
rodeándole el cuello y atrayéndolo hacia ella. Ezra olía a una conocida colonia
masculina que la volvía loca. Y sus besos eran suaves pero cargados de
intensidad y de anhelo, como si nunca tuviese suficiente de ella, aunque
embistiese como si el mundo fuese a acabarse de un momento a otro. Cuando se
dejó ir, lo hizo gimiendo su nombre y perdiendo el control.


Ese mismo escenario se repitió durante los siguientes días.
Cada tarde, cuando Ezra cerraba el taller, se iba al supermercado, hacía
compra y se iba a casa. Una vez allí, o bien aparecía directamente en el
apartamento de Amber o bien la llamaba para que ella fuese al suyo. Cocinaba
concentrado en lo que hacía, mientras ella se sentaba cerca y le contaba cosas,
anécdotas de su vida, o le hablaba sobre su familia, sus amigas y los años que
había pasado en la universidad.
Después cenaban juntos alguna de las recetas que él había preparado, hacían el
amor y se dormían todavía hablando en susurros, como si no pudiesen dejar de
conocerse más y más cada día que pasaban juntos. Cuando Amber empezaba a
estar demasiado somnolienta como para conseguir decir más de dos frases sin
balbucear, él sonreía y la tapaba antes de abrazarla y cerrar los ojos con un
suspiro de satisfacción.
En algún momento, se dio cuenta de que, sin buscarlo, había encontrado
aquello que siempre había deseado. Una vida tranquila, una mujer divertida e
inteligente a su lado, la satisfacción de regresar cada día a casa tras trabajar en
algo que le gustaba y poder pasar el rato con la persona con la que deseaba
hacerlo.
Cuando lo entendió, supo lo que tenía que hacer.
Marcó su número por primera vez en muchos años. Siempre era ella la que lo
llamaba a él constantemente, recordándole todo lo que se estaba perdiendo por
haberse marchado. Ese día, en cambio, fue Ezra el que lo hizo.
—¿Estás bien? —contestó Lisa preocupada.
—Sí, sí, todo está bien…
—Me habías asustado —dijo—. Nunca llamas.
—Tengo… tengo que decirte algo.
—Adelante, ¿de qué se trata?
—He conocido a alguien, Lisa.
Ella se quedó callada al otro lado.
—No es verdad —susurró.
—Llevamos años sin estar juntos…
—Pero nos queremos. Siempre ha sido así.
—Las cosas cambian, Lisa —contestó apenado—. Ya es hora de que firmemos
el divorcio. ¿A quién quieres engañar? Tú eres feliz allí, con tu gente, en tu
mundo y yo…
—¡Este es también tu mundo! —gritó.
—Nunca lo fue. Nunca me sentí parte de él.
Lisa sollozó antes de colgarle. Ezra sintió de nuevo la culpabilidad de no estar
haciendo lo correcto y de no poder darle lo que ella deseaba de él.
Esa noche, cuando cruzó al apartamento de al lado, ni siquiera habló antes de
desnudar a Amber con tirones bruscos y hacerle el amor contra la pared,
lamiéndole el cuello y gruñendo en su oído. Al acabar, se dio cuenta de que si lo
que había buscado con aquello era que de pronto la verdad se relevase ante él y
se diese cuenta de que lo que tenía que hacer era regresar a su vida de antes, no
lo había conseguido. Porque con Amber entre sus brazos, metiéndose con él
bromeando porque ese día no había traído la cena, Ezra no tuvo dudas de que
quería que sus noches fuesen así durante mucho tiempo…
—Hoy estás serio —le dijo ella después.
—Ha sido un día complicado —admitió.
—¿Problemas con Lisa? —preguntó Amber, aunque el mero hecho de
pronunciar su nombre le dolía. A ella le hubiese gustado ser esa chica que lo
conocía desde niño y sabía que Lisa y Ezra habían vivido cosas juntos que
siempre serían de ellos y de nadie más.
—Sí. —Él se dio la vuelta en la cama, pero no la soltó—. Quizá… puede que
tenga que ir a Nueva York…
Amber se levantó de golpe, temblando.
Lo miró en medio de la oscuridad del dormitorio.
—¡¿Vas a volver con ella?! —gritó angustiada.
—Cálmate, fierecilla. —Ezra se rio y se levantó para conseguir que regresase
a la cama—. No pienso hacer eso. Solo necesito ir allí porque quiero conseguir
el divorcio y creo que la única forma de hacerlo es hablando con ella cara a cara.
Amber respiró hondo, más tranquila, pero incapaz de soltarlo como si pensase
que fuese a desvanecerse de un momento a otro. Cerró los ojos, calmándose y
pensando que le encantaba lo bien que olía, el sonido tan profundo de su voz
masculina, la manera que tenía de acariciarla hasta hacerla perder el sentido y lo
divertido que era pasar tiempo con él, haciendo cualquier cosa, desde cocinar
hasta ver una película por las noches.
Intentó no ponerse a llorar como una cría tonta.
—¿Qué te pasa, cariño? Dímelo.
—Me da miedo que no vuelvas…
—¿Cómo puedes pensar eso?
—Es tu mujer. Has estado toda la vida a su lado y conmigo tan solo, ¿qué?,
¿un mes?, ¿dos? ¿Qué pasará cuando la veas? ¿Y si te convence para que os deis
una nueva oportunidad? —preguntó asustada.
Él le acarició las mejillas con ternura.
—Eso no ocurrirá. Tienes que confiar en mí.
Amber se dejó convencer por sus besos mientras se tumbaba sobre ella en la
cama y le alzaba los brazos por encima de la cabeza. Después, sin prisa, casi
como si desease torturarla, fue descendiendo lentamente sin dejar de quitar las
prendas de ropa que encontraba en su camino, desnudándola al tiempo que su
boca descendía dejando un rastro húmedo por su piel. Cuando le separó las
piernas y la besó ahí, Amber se aferró a las sábanas de la cama arqueándose con
un gemido de placer. Ezra se rio ante su reacción y luego las caricias de su
lengua se volvieron más rítmicas e intensas, arrancándole un orgasmo devastador
que la dejó aletargada durante el resto de la noche, mientras él la miraba
divertido a su lado. Le colocó tras la oreja un mechón de pelo oscuro y dejó un
beso en la comisura de sus labios con delicadeza.
—Quiero hacer las cosas bien —le dijo.
—Lo entiendo. Yo te esperaré —prometió.
18

Durante la siguiente semana, sabiendo que él se marcharía a Nueva York en
unos días, Amber no pudo evitar estar más nerviosa de lo normal. En su
despacho, trabajando, tiró un café y echó a perder algunos papeles importantes
que tuvo que volver a pedirles a los proveedores. Tenía ojeras y no descansaba
bien. Y lo peor de todo, estaba tan acostumbrada a ser fuerte de cara a los demás,
que era incapaz de desahogarse como era debido, mostrando esas inseguridades
que en realidad sentía.
Su hermano James entró en el despacho al mediodía.
—¿Todavía no te has ido a comer? —preguntó.
—No. He perdido una hora de trabajo y tengo que recuperarla.
James se sentó en la silla de delante y la miró con seriedad. Pese a todo, e
incluso que ninguno de los dos había sido propenso nunca a hablar de
sentimientos, su hermano mellizo parecía tener un don para saber cómo se sentía
ella, aunque normalmente intentaba no meterse demasiado en sus asuntos y
dejarle libertad.
—Sea lo que sea lo que te ocurre, puedes contármelo.
—No me pasa nada —lo esquivó.
—Vamos, Amber, te conozco.
—Estoy… asustada, ¿vale? Eso es. ¿Ya estás contento?
James la miró sin comprenderla con el ceño fruncido.
—No sé a lo que te refieres.
—A Ezra. Se va a Nueva York. Venga, no me mires así, conozco a Katie mejor
de lo que me conozco a mí misma y sé perfectamente que te lo ha contado. Esa
chica es incapaz de guardar un secreto ni aunque su vida dependa de ello.
James se rascó la cabeza y suspiró.
—Es verdad, algo me ha dicho, pero lo que no entiendo es por qué estás
asustada. Por lo que sé, parece que lo tuyo con Ezra va bien, ¿no?
—Sí, el problema es que aún nos estamos conociendo, es todo muy reciente…
—¿Y eso por qué es un problema?
Amber negó con la cabeza, frustrada.
—¡Piénsalo, James! Soy casi una desconocida para él. A su mujer, Lisa, la
conoce desde que era un niño y, por lo poco que sé, es guapa y alucinante.
¿Crees que cuando vuelva a verla y ella intente seducirlo no caerá en la trampa?
¡Es un hombre! Y yo me quedaré aquí, con el corazón roto y sintiéndome la
persona más tonta del mundo…
Amber escondió la cabeza entre los brazos como una niña. James tuvo que
aguantar la risa, pero lo consiguió antes de levantarse y agacharse a su lado,
delante de la silla, para consolarla. Le apartó las manos de la cara.
—Solo has dicho tonterías. Que seamos tíos no significa que se nos nuble la
mente en cuanto tenemos un par de tetas enfrente, ¿crees que yo le haría algo así
a Katie?
—¡No! ¡Claro que no! Pero tú la adoras.
—Ezra parece decidido a apostar por lo vuestro, ¿por qué no le das la
oportunidad de demostrarte si es de fiar? No pierdes nada. —La miró con cariño.
—Pierdo mi orgullo.
—El orgullo no vale nada, Amber.
—También perderé mi corazón como no vuelva —admitió, abriéndose por fin
—. Nunca me había gustado tanto alguien, nunca me había sentido así con otra
persona.
—El amor es así, imprevisible, pero vale la pena.
—Espero que sí —contestó bajito y luego suspiró hondo.
Esa noche todavía se sentía muy insegura, así que al ser sábado le dijo a Ezra
que tenía intención de pasarse un rato por el local y estar con sus amigas. A él le
pareció bien y, si le preocupó su actitud pensativa, no lo demostró haciendo
preguntas, aunque ella ya empezaba a conocerlo lo suficiente como para saber
que Ezra rara vez expresaba como de verdad se sentía, porque, al igual que le
ocurría a ella, solía esconder sus emociones.
Se puso un vestido rojo de corte recto y se recogió el pelo en una coleta alta
antes de maquillarse y salir de casa. Cuando llegó, Hollie ya estaba esperándola
sentada en uno de los taburetes y Katie le sirvió en seguida un gin-tonic
adelantándose a que ella se lo pidiese. Le dirigió una sonrisa antes de marcharse
para atender a otros clientes.
—¿Cómo va todo? —preguntó Hollie.
—Supongo que va. —Amber se encogió de hombros.
—Alegra esa cara. Parece mentira que lleves toda la vida esperando encontrar
a tu media naranja y que, cuando lo haces después de casi exprimirle todo el
zumo a golpes, estés así de triste. —Se rio de su propia broma, al ver que Amber
alzaba la comisura del labio formando casi una sonrisa.
—Es que es peor encontrarlo y perderlo.
—Deja de pensar esas cosas. Toma, bebe.
Le puso la copa delante y Amber le dio un trago largo.
Su hermano y algunos amigos aparecieron por allí un rato después, lo que
provocó que ella se relajase un poco más y terminase riéndose por los chistes y
las bromas que contaban. Lo que no esperaba, bien entrada la noche y cuando el
lugar estaba lleno de gente, era que de repente entre la multitud apareciese Ezra.
Sus ojos de un azul intenso estaban clavados en ella.
Amber se hizo un hueco y avanzó hasta llegar a él.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó gritando para hacerse oír por la
música.
—Te echaba de menos… —Él le rodeó la cintura y le dio un beso.
Amber se sujetó a sus hombros, porque eso sí que no se lo esperaba. Hasta el
momento, su relación parecía haberse desarrollado en ese pequeño mundo que
los dos habían creado entre su apartamento y el suyo. Gimió al sentir su lengua
acariciando la suya con suavidad mientras sus manos se deslizaban por su trasero
al ritmo de la música.
—Qué inesperado —dijo mirándola misteriosa.
—¿Acaso estamos saliendo en secreto o algo así?
Ella lo miró sin comprender a qué venía esa pregunta.
—No, ¿estás enfadado?
Él negó, pero su mirada dijo lo contrario.
—Es solo que no pareces alegrarte de verme.
—Pues sí que lo estoy —aseguró—. ¿Bailas?
Ezra asintió, pero no pareció demasiado contento mientras posaba sus manos
en la cintura de la joven y la acompaña al ritmo de la melodía. Cuando esa noche
ella le había dicho que quería salir y despejarse, a él le había parecido bien, no
era tipo de hombre inseguro que necesita controlar todo lo que hace la otra
persona. Sin embargo, solo en su piso poco después de escuchar que ella se
marchaba enfundada en ese bonito vestido rojo, no pudo dejar de pensar que
parecía querer esconderlo de los suyos, como si le diese miedo involucrarlo
demasiado en su entorno por si aquello no llegaba a funcionar. Y le molestó
darse cuenta de eso, después de que él estuviese dispuesto a enfrentarse a los
demonios de su pasado solo para poder comenzar desde cero con otra persona
sin tener siempre esa sombra persiguiéndolos. Así que se vistió y fue hasta allí.
—No me estás contando todo lo que sientes, ¿verdad? —le preguntó ella,
aferrada a su cuello y de puntillas para poder darle un beso.
Él sacudió la cabeza, pero no habló.
—Sabes que a mí puedes decírmelo todo…
Ezra gruñó por lo bajo y ella sonrió al verlo tan vulnerable. Sin mediar
palabra, lo cogió de la mano y tiró de él con delicadeza hasta la puerta de salida.
Caminaron en silencio por las calles oscuras de Sound River sin decirse nada,
tan solo con sus respiraciones y sus pasos como única compañía. Al llegar al
apartamento, empezaron a besarse, pero en esta ocasión lo hicieron despacio,
disfrutando del contacto de los labios juntos, de las lenguas al rozarse y de sus
cuerpos pegados el uno al otro mientras se internaban en la habitación. Amber se
dejó caer en la cama, a su lado, y lo abrazó.
—No quiero que vuelvas a pensar que intento esconder lo nuestro, Ezra. En
realidad, lo único que deseo es gritarlo a los cuatro vientos y que todo el mundo
lo sepa.
—Pero… —la animó él a continuar.
—Me da miedo que no vuelvas. Ser el hazmerreír de todo el mundo. O que
sientan compasión de mí. Y todo eso no sería peor que la idea de perderte.
—Eso no va a ocurrir —le lamió el labio despacio.
—Quizá haya sido lo suficiente estúpida como para enamorarme de ti —
susurró ella.
Él sonrió y enredó las piernas entre las suyas.
—Entonces me temo que yo soy otro estúpido.
Ella se echó a reír, más relajada, antes de cerrar los ojos y centrarse solo en lo
que él la hacía sentir con sus labios, con sus manos y el cálido aliento sobre su
piel. Se durmió abrazada a él como un koala, casi como si hasta en sueños
tuviese miedo de soltarlo.
A la mañana siguiente, muy a su pesar, lo ayudó mientras él se hacía la maleta
y después pasaron el resto del domingo juntos, dándose un baño relajante,
viendo la televisión y haciendo la cena sin dejar de hablar y decirse payasadas.
El lunes, se despidieron en la puerta con un beso lento e intenso que prometía
que pronto volverían a verse, aunque Amber no pudo evitar sentir un agujero en
el estómago a partir de entonces.
19

Ezra casi no podía creerse que volviese a estar en Nueva York. Las pocas
veces que había visto a su familia en esos años, cuando cogía unos días de
vacaciones en el taller, había acudido a la casa que tenían en New Jersey, así que
no había tenido que regresar a la gran ciudad desde que se marchó una mañana
cualquiera en busca de su propia felicidad. A pesar de que sabía ver que era un
lugar increíble, seguía sin ser aquello que él necesitaba. Los altos edificios, los
coches y los muchos peatones que esperaban que cambiase el semáforo para
cruzar al otro lado de la calle, lo ponían nervioso.
En cambio, la tranquilidad que se respiraba en Sound River, le encantaba. Sus
calles peatonales, la gente familiar, los negocios pequeños, el río que atravesaba
la zona y las miles de hectáreas de bosque. Una de las cosas que más le había
impresionado cuando llegó allí fue que, al mirar el cielo, se ponía ver todo el
firmamento lleno de estrellas. Cuando lo hizo, pensó que Lisa jamás podría
apreciar aquello y no es que estuviese mal que no lo hiciese, sencillamente, eran
muy diferentes, no se sentían plenos con las mismas cosas. Él era hogareño,
reservado y disfrutaba de la vida íntima. Ella amaba sociabilizar, las fiestas, la
atención constante y visitar cada día una tienda o un restaurante diferente.
A pesar del tiempo que había pasado, se dirigió como un autómata hacia el
que había sido su hogar tiempo atrás. Por supuesto, había alquilado una
habitación de hotel, pero pensó que, si conseguía acabar con eso antes, mucho
mejor.
La casa que él y Lisa habían comprado era enorme y de un estilo modernista
que no pegaba en absoluto con sus gustos más rústicos y sencillos. Ezra no le
había dado demasiada importancia y había dejado que ella eligiese cada uno de
los muebles, al igual que también dejó que, tras varias discusiones, organizase la
boda y se encargarse de tomar casi todas las decisiones, por lo que, al final, en
vez de un evento familiar que era lo que él buscaba, terminó siendo un
acontecimiento social del que todo el mundo había oído hablar. Mientras
recordaba aquello al subir los escalones e ignorar el ascensor, se dio cuenta de
que parte de la culpa de que la relación no funcionase también había sido de él,
por no saber reconocer lo que quería y defenderlo pese a todo.
Llamó a la puerta y Lisa abrió de golpe, seguramente porque, tras el mensaje
que él le había enviado, ya estaba esperándolo.
Se miraron en silencio. Aunque intentó evitarlo, Ezra no pudo evitar sentir un
estremecimiento al encontrarse con sus ojos verdes. Había pasado el tiempo,
pero Lisa estaba igual, con el cabello rubio ondulado por las puntas y la piel
tersa y luminosa. Él se fijó en la sortija de oro que todavía llevaba en el dedo,
esa con la que se habían prometido amor eterno cuando eran jóvenes y felices.
Antes de que pudiese decir nada, ella dio un paso hacia él y lo abrazó con
fuerza. Su olor dulzón, de esa colonia femenina que siempre usaba, se coló en su
nariz trayéndole un montón de recuerdos. Lisa cerró la puerta tras él.
—Te he echado de menos… —le susurró.
—Yo también —admitió Ezra, porque era verdad. La había echado de menos
como amiga, como parte de su familia, pero no como alguien con quien
compartir el resto de su vida—. Creo que necesito algo de beber…
Lisa se separó de él y le sonrió antes de acercarse al mini bar que había en el
comedor y sacar una botella de whisky. Le sirvió una copa antes de ponerse ella
también otra. Ezra se desabrochó los botones de la camisa que llevaba, un poco
agobiado, y se la bebió casi de golpe. Después, se sentó en el sofá. Ella se situó a
su lado, muy cerca.
—¿Qué tengo que hacer para que accedas ir a buenas? —le preguntó, directo
al grano.
Su mujer suspiró con gesto teatral y luego apoyó una mano en su pierna. Él se
fijó en las uñas cuidadas y pintadas de color rojo intenso; no se parecían en nada
a las manos de Amber, mucho más sencillas incluso cuando se arreglaba a
propósito, más acostumbrada a vivir en un entorno rural, a montar a caballo o
ayudar en el rancho.
—¿Qué tengo que hacer yo para que seas razonable? —contraatacó.
—Llevo años siéndolo, ¿por qué sigues con esto?
—¡Porque somos tú y yo, Ezra! Siempre lo hemos sido. —Se levantó, agitada,
apartándose el pelo del rostro—. ¿Ya no recuerdas cómo nos miraba la gente?
Todo el mundo sabía que éramos la pareja perfecta y lo echamos a perder por
tonterías.
—No eran tonterías —replicó él, serio.
—¿Todo aquel numerito fue porque querías tener un taller de coche? ¡Pues
vale! ¡Ten un taller de coches! ¡El más grande de la ciudad, si así lo deseas! Pero
vuelve a casa.
Él la miró como si no reconociese en ella a la chica que había sido.
—Te dije que he conocido a alguien…
Lisa le quitó importancia haciendo un gesto con la mano.
—Yo también, Ezra. Han pasado años, no somos de piedra. No me importa
con quién hayas estado o dejado de estar. Será como hacer un borrón y cuenta
nueva.
—No. —Fue solo una palabra, pero sonó fría.
—¿Vas a renunciar a esta vida para siempre?
Lisa alzó los brazos señalando el magnífico salón en el que se encontraban.
—Ya lo hice, Lisa. Parece que eres la única que todavía no se ha dado cuenta.
—Se puso en pie con lentitud—. Pero está bien, si no quieres ir a buenas, no
puedo hacer nada más para evitar lo contrario.
Él se encaminó hacia la puerta, pero ella lo interceptó antes de que pudiese
escapar.
—Está bien —dijo, aunque por su mirada Ezra la miró con cautela—. Te
concederé el divorcio sin darte problemas a cambio de que pases un día
conmigo. Mañana.
—¿Un día contigo?
—Sí. Una última oportunidad para demostrarte todo lo que todavía podemos
tener. O, según salgan las cosas, un último día para despedirnos —añadió.
Ezra se lo pensó unos segundos y terminó asintiendo.
—Está bien. Un día.
—Nos vemos a las nueve donde siempre.
Él estuvo tentado a sonreír cuando dijo aquello, pero sacudió en seguida la
cabeza y se alejó por el pasillo del edificio hacia la zona de los ascensores.
20

—No puedes seguir así, Amber —dijo Hollie.
—Pero si no estoy de ninguna manera…
Katie y Hollie la miraron cruzadas de brazos.
Amber estaba sentada en el sofá, con un helado de fresa con trocitos de
plátano en una mano y vestida con una camiseta ancha y vieja de propaganda.
Llevaba el pelo encrespado y recogido en una mezcla entre un moño y una coleta
mal hecha y las ojeras destacaban en su rostro. El salón de su apartamento estaba
lleno de trastos que no se había molestado en limpiar, igual que la pila hasta
arriba de platos sin fregar y la ropa amontonada a un lado después de hacer la
colada y no tener ganas de guardarla.
—Vaya, sí que te ha dado fuerte… —dijo Katie.
—Lo sabía. —Amber se metió otra cucharada de helado en la boca—. Sabía
que Ezra es uno de esos tíos con los que pasas de nada a todo en un segundo,
¿sabes? Cuando se trata de algunos hombres, no existe el término medio, no te
puede gustar solo un poco. Es como este helado, ¿cómo voy a conformarme con
un par de cucharadas cuando puedo zampármelo entero y después lamer el cubo
como una loca?
—No vas desencaminada con lo de loca —comentó Katie y se alegró de que,
al menos, ese pequeño comentario la hiciese sonreír.
—Solo han pasado dos días, cielo, y hará apenas unas horas que ha llegado a
Nueva York tras el trayecto —dijo Hollie.
—Podría haberme llamado.
—Seguro que tendrá alguna razón.
—Sé que solo intentáis animarme —farfulló con la boca llena—. Os quiero
chicas, pero creo que lo mejor será que me vaya ya a la cama.
Katie se mostró insegura, pero al final asintió, y Hollie acompañó el gesto.
Tras darle un beso en la mejilla, las dos se marcharon del apartamento y la
dejaron a solas. Amber se quedó un rato más sentada en el sofá, comiendo
helado. Unas lágrimas silenciosas caían por sus mejillas. Se le había juntado
todo. La marcha de Ezra, sus inseguridades y, además, unas horas atrás… le
había bajado la regla. Así que estaba más sensible de lo normal. Se levantó, dejó
los pocos restos de helado en la nevera y se dejó caer en la cama como un peso
muerto, pensando que, de todos los hombres del mundo, tenía que ir a
enamorarse de uno que, para empezar, había sido su enemigo y, por si eso fuese
poco, cuando empezó a gustarle, descubrió que estaba casado.
Se le dispararon las pulsaciones al escuchar el sonido del móvil. Lo buscó en
la mesita y, cuando vio que era él, descolgó a toda prisa.
—Buenas noches, cariño. —Su voz fue como un bálsamo—. Siento no haberte
llamado antes, me quedé sin batería y olvidé el cargador. Acabo de comprar otro.
—¿Cómo estás? ¿Qué tal ha ido todo? —se apresuró a preguntar.
—Supongo que no del todo mal. —Suspiró, lo que no auguraba nada
demasiado bueno para Amber—. Mañana pasaré el día con ella a cambio de que
acceda a ser razonable. Espero volver a Sound River en unos días, a lo sumo.
—Te echo de menos…
—Yo también a ti —dijo—. ¿Quién te hace la cena? —preguntó divertido.
—El Señor Alimentos Congelados —rio.
—Dentro de poco lo despediremos.
Ella sonrió por la broma, a pesar de lo triste que estaba.
—Por cierto, tengo que decirte una cosa…
—Dime —pidió pacientemente.
—Me… me ha bajado… —susurró.
—¿De qué estás hablando?
—La regla —aclaró—. Me ha bajado.
Hubo un silencio largo al otro lado de la línea.
—Ya te lo dije. Era muy improbable —respondió él.
—Lo sé, pero aun así… —Suspiró—. Olvidemos el tema. Cuéntame qué tal te
ha ido todo por ahí. ¿El viaje se ha hecho largo?
Ezra volvió a tardar en responder más de lo normal.
—Sí, bastante. Te llamo mañana, Amber.
—De acuerdo, ¿va todo bien?
—Sí, no te preocupes por nada.
—Está bien. Buenas noches, Ezra.
—Descansa —se despidió él antes de colgar.
Amber dejó el teléfono en la mesilla de noche con una sensación extraña. Por
un lado, confiaba en él, en ese chico que había conocido durante el último mes y
que era todo lo que ella siempre había buscado, auténtico y leal. Pero por otra
parte, a veces no entendía bien sus comportamientos o sus reacciones, y como
Ezra no era demasiado dado a abrirse y a explicar cómo se sentía porque tendía a
guardárselo todo, a ella le costaba sacar conclusiones acertadas.
Con ese pensamiento, enterró la cabeza en las almohadas y cerró los ojos. Se
durmió pensando en lo mucho que deseaba que él estuviese a su lado, como
todas esas otras noches, abrazándola. Durante su ausencia, se había dado cuenta
de que en la vida las cosas sencillas y cotidianas eran al final las que estaban
cargadas de felicidad. ¿Y qué más podía desear ella? Tenía un trabajo que,
aunque no era el que más soñado, resultaba agradable y le gustaba. Tenía unas
amigas estupendas y un hermano aún mejor. Tenía un chico maravilloso con el
que no dejaba de reírse cuando estaba a su lado. Tenía salud y unos vecinos
amables y muchos años por delante. Eso la hizo darse cuenta de que tenía que
cuidar aquello y de que, la vida que otros despreciarían por pensar que era
simple o conformista, para ella era sencillamente perfecta.
21

Ezra no pudo evitar que los recuerdos lo atormentasen cuando entró en la
cafetería en la que él y Lisa solían reunirse muchos días, desde que eran jóvenes,
cuando cada uno fue a estudiar a una universidad distinta y decidieron encontrar
un local a medio camino entre las dos en el que poder tomarse un café antes de
empezar el día.
Ella estaba sentada en la mesa de siempre.
Cuando él ocupó su silla, le sonrió y pidió dos cafés, recordando cómo le
gusta a él (sin azúcar), como si el tiempo no hubiese pasado. Lisa agitó las
pestañas al mirarlo.
—¿Recuerdas las mañanas que pasábamos aquí?
Ezra asintió, pero no dijo nada antes de beberse su café.
—Siempre me hacías llegar tarde a la universidad —siguió—. Fue bonito.
—Sí que lo fue —dijo él—. Yo no reniego de lo que tuvimos.
—Pues parece que lo hagas.
—No es cierto. Nunca olvidaré nuestra historia, Lisa, pero fue un punto y
aparte, con su final, no un punto y seguido. No podemos tenerlo todo.
—Suena triste si lo dices así.
—Solo intento ser realista.
Lisa lo miró pensativa un rato mientras removía su café. Pasaron el resto del
día juntos, recorriendo los lugares que solían frecuentar, el camino que hacían
hasta la universidad, la esquina exacta dentro del campus en la que ella
acostumbraba a esperarlo al salir y recibirlo con un beso, el local de pizzas al
que acudían muchos sábados por la noche cuando aún eran estudiantes y ciertas
zonas concretas que conocían bien.
—Todo cambió después, ¿verdad? —preguntó ella de repente.
Ezra tardó unos segundos en asentir con mla cabeza.
—Cuando nos casamos… creo —dijo—. Supongo que antes, al ser jóvenes,
teníamos menos preocupaciones en la cabeza, se acercaba más a la vida que yo
buscaba.
Se acercaron a Central Park y pasearon entre los caminos llenos de hojas que
habían caído de los árboles. Ella se mordió el labio.
—Podría intentar cambiar… —dejó caer, ante lo que Ezra suspiró
profundamente—. Pero eso no servirá de nada, ¿me equivoco?
—No. Y no quiero que cambies por mí, Lisa. —Se paró delante de ella y en
ese instante no existió nada más alrededor de ellos que no fuesen sus ojos fijos
en el otro—. Eres maravillosa y algún día encontrarás a alguien que te quiera así,
como eres. El único problema es que esa persona no soy yo. Siento mucho que
lo nuestro no funcionase.
Lisa tenía los ojos llenos de lágrimas cuando se puso lentamente de puntillas,
le pasó una mano por el cuello y rozó sus labios con suavidad. Ezra se quedó
paralizado inundado por los recuerdos y, más tarde, aliviado al darse cuenta de
que aquello solo era un beso de despedida. Al apartarse de él, vio en su mirada
que, por fin, había aceptado su destino.
Lisa se enjugó una lágrima con el puño de la mano intentando disimular antes
de seguir caminando a su lado. Pasados unos minutos en silencio, le miró de
reojo.
—Debe de ser una chica muy especial… —dijo.
Ezra se sorprendió, mas luego volvió a serenarse.
—Me saca de mis casillas; es muy orgullosa y testaruda.
—Es decir, que es como tú. —Lisa sonrió de verdad.
—Ahora que lo pienso… sí —admitió—. Pero cuando no estamos enzarzados
en alguna batalla campal, con ella me siento… bien. Me siento yo, a secas.
Lisa lo miró seria y asintió con la cabeza.
—Te concederé el divorcio. No habrá más trabas.
—Gracias —le dijo—. Y en cuanto a nosotros…
—Seguimos siendo amigos, ¿no? Por y para siempre —le sonrió y le dio un
apretón en la mano antes de soltársela—. Ahora, vete. No deberías hacerla
esperar más tiempo.


Ezra le hizo caso.
Tras dejarlo todo a punto con su abogado dándole instrucciones de lo que tenía
que hacer en relación a su divorcio, visitó a sus padres sin detenerse demasiado y
prometiéndoles que en unos meses se verían en la casa familiar durante las
vacaciones. Después, puso rumbo a aquel pueblo aislado y perdido entre bosques
y ríos y, mientras conducía hacia él, se dio cuenta de que ya hacía tiempo que
había empezado a considerarlo su hogar. Volvía a sentirse unido a algo. Y a
alguien.
La conversación que había mantenido con Amber la noche pasada solo había
servido para reforzar lo que ya sabía: se había enamorado de ella, incluso cuando
a esas alturas él había dado por hecho que no volvía a caer en algo así ni a
dejarse ver por otra persona. Casi sin darse cuenta, puede que, entre sus
discusiones y sus besos inesperados, ella se había colado en su corazón y ya no
podía sacarla de ahí de ninguna manera.
Llegó a Sound River por la noche.
No había nadie en las calles oscuras porque apenas había luna. Él subió a su
apartamento con el pulso agitado por las ganas que tenía de tocarla y de
empezar, por fin, desde cero, sin sombras del pasado que los cubriesen.
Llamó a su puerta con los nudillos.
Cuando Amber abrió, él no se fijó en nada antes de estrecharla contra su
cuerpo en un abrazo devastador y lleno de anhelo. Le susurró al oído lo mucho
que la había echado de menos mientras cerraba la puerta tras él y después pudo
al fin mirarla. Entonces notó las ojeras y la mirada triste que ya casi estaba
desapareciendo de sus ojos.
—¿Qué te ocurre, Amber? ¿Estás bien?
—Sí. Ahora sí, ahora todo está bien…
Ezra le cogió el rostro entre sus manos.
—¿Pensabas que no volvería? ¿Es eso?
—No podía evitarlo… —admitió.
Él la miró comprensivo y la tomó de la mano al ir hacia el dormitorio.
—A partir de ahora, necesito que confíes en mí, ¿de acuerdo?
—Quiero hacerlo. Estos días han sido horribles.
Ezra no aguantó más y la besó como si necesitase sentir su aliento de nuevo
entre sus labios. Su pecho vibró de impaciencia cuando Amber gimió en su boca.
Le quitó la ropa con movimientos bruscos y después se arrodilló delante de ella,
intentando que entendiese así que ya era suyo, y le separó las piernas con
delicadeza antes de hundir la lengua en ella y besarla ahí arrancándole un jadeo
de placer. Amber enredó las manos en su pelo, sujetándose a él cuando
empezaron a temblarle las piernas por culpa del tormento de esos labios que
tanto había echado de menos durante los últimos días. Terminó con un gemido
que la dejó sin aire. Él se levantó y la miró.
—Podría saborearte toda la vida —dijo.
—Bésame —le pidió en un susurro ahogado.
Él obedeció y sus labios se unieron ávidos y llenos de deseo mientras la
tumbaba en la cama. Se colocó sobre ella y la penetró lentamente, como si
quisiese que el momento durase lo máximo posible sin dejar de mirarla a los ojos
en medio de la oscuridad. Él apretó los dientes cuando estuvo completamente
dentro de ella y luego empezó a moverse sin descanso, reclamando su cuerpo y
su corazón, haciéndola suya con cada embestida como si necesitase cerciorarse
de que así era. Cuando se corrió con su boca sobre la suya y compartiendo el
mismo aliento, las palabras se le escaparon.
—Te quiero, fierecilla.
—Yo también, Ezra.
Él se dio la vuelta en la cama llevándola consigo y sin dejar de abrazarla por la
cintura. La retuvo con firmeza contra su pecho y la miró divertido.
—Tú también, ¿qué? Quiero oírtelo decir.
—Yo también te quiero. —Se sonrojó al decirlo—. Aunque eres insoportable.
Ezra se río a carcajadas. Después se quedaron un rato más callados,
disfrutando de la compañía del otro, hasta que ella volvió a notar las dudas y
suspiró.
—Entonces, ¿no ocurrió nada con ella?
—¿Qué insinúas? —Ezra la miró enfadado.
—No lo sé. No puedo evitar estar celosa. No sé lo que me pasa.
Lo que le pasaba era que por fin se había enamorado y no estaba
acostumbrada a sentir todo aquello, como si los sentimientos la devorasen. Ezra
la miró comprensivo.
—Puedes estar tranquila.
—¿De verdad?
—Sí. Solo… —Se calló de repente—. Nada.
—No, dímelo —exigió nerviosa.
—Hubo un beso. —Amber se levantó como un resorte y él cerró los ojos con
fuerza, molesto por haber tenido que decírselo. No había tenido ningún tipo de
importancia para él, nada más que una anécdota, una despedida. Si se hubiese
alargado más de un segundo, se habría apartado, pero ni siquiera le dio tiempo a
hacerlo. La miró suplicante—. No fue nada. Tan solo lo hizo para despedirse. No
fue… como estás pensando.
—¡No me lo puedo creer!
Amber empezó a vestirse, furiosa e intentando no llorar.
—Necesito que me escuches.
—¡No! ¡Sabía que pasaba algo, lo sabía! —gritó—. Lo supe en cuanto
hablamos por teléfono por la noche y me colgaste casi de repente. Estabas con
ella, ¿verdad?
Ezra sacudió la cabeza, pero luego ató cabos.
—Estaba solo, en el hotel —dijo, se levantó de la cama y la abrazó a pesar de
sus codazos y de que ella intentaba zafarse de él a toda costa. Sabía que, si la
soltaba, la perdería. La retuvo junto a su pecho unos segundos— Amber, el beso
duró menos de un segundo y fue casi como una despedida. Tienes que creerme.
Si quisiera estar con ella, no habría vuelto, ¿por qué iba a hacerlo? Tengo dinero
hasta aburrirme. Si estoy aquí, contigo, es porque realmente lo deseo. —Amber
dejó de forcejear tan fuerte, pero él no se fiaba lo suficiente como para aflojar el
abrazo. Le susurró al oído al seguir hablando, ahora con la voz entrecortada—. Y
sobre la conversación que tuvimos la otra noche… Es cierto, tienes razón, me
pasaba algo. Supongo que empiezas a conocerme bien. Me pasaba que, de
repente, cuando me dijiste que te había bajado la regla, me entristecí. Me pasaba
que me costó encajar esa idea, pero en ese momento deseé que no fuese así,
aunque no me había parado ni a pensarlo, pero me di cuenta de que me gustaba
la idea de formar una familia contigo. Me pasaba que me asusté al entenderlo y
sabía que tú te sentías aliviada y no quería fastidiarte el momento…
Al fin, cuando notó que ella dejaba de luchar, dejó que diese un paso hacia
atrás. Amber lo miró parpadeando, con lágrimas en los ojos.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Muy en serio. Quiero todo eso contigo.
—Yo también —dijo en voz baja.
—Iremos paso a paso, ¿de acuerdo?
Amber asintió con la cabeza. Después, cuando vio la verdad que escondían sus
ojos, saltó sobre él y lo abrazó con tanta fuerza que Ezra se echó a reír.
—Eso es solo el principio —le dijo sonriente.
EPÍLOGO


Como todos los días, Ezra cerró el taller mecánico poco después de que Logan
se marchase y se encaminó hacia el supermercado con paso tranquilo. Cogió una
cesta y compró verduras y un poco de pollo para hacer el plato preferido de
Amber. Cuando terminó, pagó y se dirigió hacia el apartamento que los dos
habían alquilado el mes anterior. Era más grande y estaba lleno de luz. La cocina
era espaciosa y perfecta para pasar allí las noches hablando, riendo y probando
nuevas recetas.
Desde hacía un mes, además, Ezra era un hombre soltero. Aunque al paso que
iban él y Amber no sería por mucho tiempo… Jamás en toda su vida hubiese
creído que volvería a desear la idea de casarse con alguien, después de tantas
decepciones y dolor, pero cada vez que miraba a la chica que dormía diariamente
a su lado en la cama, le entraban ganas de sacarla a rastras de allí, cargarla sobre
su hombro como un cavernícola y llevársela a la iglesia más cercana para poder
gritar a los cuatro vientos que esa mujer era suya y que esperaba que lo fuese
para siempre.
Al llegar a su casa media hora después, se dio cuenta de que ella todavía no
estaba, pero recordó que le había dicho que iba a pasar la tarde con sus amigas
de compras en el pueblo vecino, así que sacó los ingredientes, se puso música en
la radio y empezó a cocinar. Comparado con las numerosas actividades que
realizaba en su otra vida, aquel era un momento de lo más rutinario y simple,
pero Ezra nunca había sido tan feliz como entonces.
Su corazón se agitó en respuesta cuando escuchó el cerrojo de la puerta.
Amber entró en la cocina cargada con bolsas que dejó en el suelo soltándolas
de golpe. Sorprendiéndolo, se lanzó sobre él como siempre hacía, a lo loco y sin
control. Si no hubiese sido un tipo alto y en forma, puede que cualquier día lo
hubiese lanzado al suelo con uno de sus abrazos entusiastas. La miró divertido.
—¿Qué ocurre? ¿Has encontrado alguna ganga, por eso estás tan feliz?
—¡No seas tonto! —Ella le rodeó las caderas con las piernas y sonrió.
—Entonces debería empezar a asustarme.
—Puede que sí, porque vas a tener que ser muy paciente a partir de ahora.
—¿Paciente? —Alzó una ceja, confundido.
—Y menos gruñón, desde luego —añadió.
—No, a menos que me digas qué pasa.
—Estoy embarazada —confesó al fin.
Ezra se quedó paralizado durante unos segundos, sin reaccionar, hasta que
algo pareció explotar en su pecho, una sensación cálida y embriagadora, y
correspondió el abrazo con fuerza, justo antes de apartarse de repente como si
pensase que pudiese hacerle daño al bebé. Le miró la barriga y ella se río
sonoramente la darse cuenta.
—No me voy a romper —le dijo.
—Eso espero, porque quiero un equipo de fútbol… —bromeó.
—Me temo que mi límite está en dos. Tendrás que buscarte una tercera mujer
para eso.
Ella se echó a reír cuando él la alzó en volandas y la estrechó contra su pecho
para darle un beso largo sellando la emoción vibrante de aquel momento.
—Pensaba que no podría ser más feliz… —le dijo.
—¿Y te equivocabas? —le preguntó divertida.
—Por cómo me late el corazón ahora mismo, sí, estaba muy equivocado —
reconoció sonriente y luego la dejó en el suelo antes de acariciarle la barriga
despacio y con suavidad. Ezra siempre había deseado ser padre. Le dio un beso
en la comisura de la boca antes de hablar—. Voy a dártelo todo, fierecilla. Voy a
pasarme toda la vida intentando hacerte la mitad de feliz de lo que tú me haces a
mí —susurró sobre sus labios entreabiertos, llevándose su respiración—. Y la
distancia entre dos besos será lo más separado que vaya a estar nunca de ti —
añadió antes de devorarla mientras ella sonreía.

FIN.
Solo un beso para encontrarte
Besos #3


1

Logan Quinn había vuelto al pueblo.
No sería un acontecimiento para Hollie si no se tratase de una de las personas
que más odiaba en el mundo, y eso que ella no solía sentir ese tipo de
sentimientos nocivos hacia nadie, porque tenía tendencia a perdonar incluso a
aquellos que no se lo merecían. Sin embargo, por alguna razón, no podía hacerlo
con Logan y, cuando supo que había regresado a Sound River, el pueblo en el
que vivía y habían crecido de pequeños, deseó que el mundo se congelase en ese
mismo momento, porque la mera idea de tener que cruzarse con él un día
cualquiera, le provocó un escalofrío por todo el cuerpo.
Cuando Hollie Stinger era una niña, tenía que aguantar diariamente las burlas
de algunos compañeros de clase. Logan formaba parte de ese grupo de
indeseables que solían meterse con ella; le quitaban el almuerzo durante la hora
del recreo por el mero placer de hacerlo, se reían de sus gafas de pasta y de su
aparato, la llamaban rarita o tonta y, en resumidas cuentas, se dedicaban a
amargarle la vida. Sin embargo, por aquel entonces, cuando ella todavía era
demasiado inocente para aceptar algunas realidades, creía ver algo más en
Logan. Que debajo de esa capa dura y de ese gesto hosco se escondía un chico
de buen corazón. O que sus ojos, de un color verde intenso como las hojas de los
árboles en verano, trasmitían algo especial.
Tuvo que vivir en su propia piel la humillación más grande de su vida para
convencerse de que no; más allá de una cara bonita y una sonrisa seductora,
Logan Quinn estaba vacío.
—Cielo, ¿seguro que va todo bien? —Amber y Katie, sus dos mejores
amigas, la miraban con gesto de preocupación—. Hola, tierra llamando a Hollie,
¿sigues ahí?
—Sí, perdona, pensaba… en mis cosas —repuso rápidamente—. ¿Qué
decíais?
—Hablábamos de los vestidos de dama de honor. Tendremos que mirarlos
dentro de poco por si después necesitamos margen de tiempo para hacerles algún
que otro retoque.
—Perfecto, por mí no hay problema.
Katie iba a casarse con James, el hermano de Amber, en un par de meses. Las
tres amigas llevaban semanas ultimando los detalles de la boda, que sería
sencilla y a orillas del río que cruzaba la propiedad que los Faith regentaban en
el rancho familiar. Hollie no podía sentirse más feliz por ella. También por
Amber, que, desde hacía poco tiempo, había encontrado el amor entre los brazos
de Ezra, precisamente el chico que, irónicamente, le había dado trabajo a Logan
Quinn en su taller mecánico.
En cambio, Hollie nunca había conocido a ningún hombre que le hiciese
perder la cabeza. Y eso era un gran problema porque… tenía veintisiete años y
seguía siendo virgen. Al principio no le preocupaba. Cuando empezó a salir con
chicos sin que la cosa fuese a más, pensó que ya ocurriría; sin embargo, poco
después empezó a forzarlo casi sin darse cuenta. La cuestión era que, cuando
esas manos la tocaban y esos labios la besaban… ella no sentía nada. Ni deseo,
ni un cosquilleo en la tripa. Nada de nada. Lo único que la embargaba era una
sensación incómoda, porque no confiaba en los hombres. Así que, al final,
terminaba parando la situación antes de que la cosa avanzase. Tras tantos
fracasos frustrados, Hollie había decidido que lo mejor era dejar de tener citas
que no la conducían a ninguna parte.
—Cariño, no te ofendas, pero estás en las nubes —le dijo Katie.
—No, es solo… que tengo muchas cosas en la cabeza. Ya sabéis, las clases en
el instituto empiezan dentro de unas semanas y aún no he terminado de preparar
al temario anual.
Aunque las cosas no le habían ido bien en el amor, Hollie había logrado
cumplir otros sueños, como el de convertirse en profesora, algo que siempre
había deseado. Le encantaba enseñar a sus alumnos y verlos crecer año tras año
antes de que terminasen su graduado escolar y saliesen a comerse el mundo que
los esperaba fuera.
—¡Todavía tienes tiempo! Seguro que siempre eres la primera que lo
presenta.
—Amber tiene razón. —Katie le dio un trago a su café con leche—.
Retomando el tema de la boda, ¿qué opinas de que los vestidos sean rosas?
—Que pareceré una tarta de fresa enorme.
—¡Hollie! —protestó Amber indignada.
—Solo digo la verdad. Creo que he engordado.
—Tú estás perfecta, cariño —insistió Katie.
—Mataría por tener tus curvas y tu trasero —añadió Amber.
—Y yo por ser tú y poder comer como un elefante sin engordar.
—Cielo, ¿qué te ocurre? —Katie dudó—. Pareces un poco alterada.
—Nada, es solo… —suspiró y al final lo soltó de golpe—. Logan Quinn.
Tanto Katie como Amber fruncieron el ceño a la vez. Las dos lo detestaban
tanto como ella. De hecho, Amber le había pedido a su novio que lo despidiese,
pero este se había negado diciéndole que merecía una segunda oportunidad. Al
parecer, Ezra era la única persona en el pueblo dispuesta a dársela. Logan se
había ganado a pulso la fama de chico malo y problemático y ella no era la única
que lo pensaba. Muchos de los vecinos de Sound River le dirigían miradas
desdeñosas. Ninguno sabía bien dónde había estado durante todo aquel tiempo,
aunque, según los rumores, cuando Logan desapareció de allí a los diecisiete
años, fue porque terminó en un correccional de menores, algo que a Hollie no le
sorprendía en absoluto. Es más, de haber tenido que hacer un examen sobre él y
elegir entre varias opciones como su futuro más probable, se habría decantado
por esa sin dudar.
Por el contrario, la vida de Hollie y su futuro, había sido un camino sin
sobresaltos. Tras graduarse con honores y obteniendo la máxima nota de su
promoción, se había ido a la universidad y, años después, obtuvo un puesto como
profesora en el instituto del pueblo.
—¿Qué voy a hacer? No soporto la idea de verlo…
—Tú no tienes que hacer nada, Hollie. Es él quién debería sentirse
avergonzado y evitarte después de lo que ocurrió, así que nada de bajar la cabeza
—replicó Amber.
—Tienes razón. Es verdad. —Cogió aire y se levantó—. Chicas, creo que me
voy a ir ya. ¿Nos vemos mañana para tomar una copa por la noche? —Las dos
asintieron y Hollie se despidió de ellas dándoles un beso en la mejilla y saliendo
de la cafetería.
El viento le aclaró las ideas cuando empezó a caminar.
Lo que ocurrió… seguía siendo un tema espinoso para Hollie. A pesar de
haber recibido numerosas burlas e insultos desde que tenía uso de razón, lo que
le pasó con él fue con diferencia lo más humillante que podía recordar.
Él la había invitado al baile de fin de curso.
A Hollie le sorprendió que lo hiciese, porque él nunca le había prestado
demasiada atención, pero quiso creer que estaba en lo cierto cuando pensaba que
Logan era un chico atormentado dispuesto a cambiar. Así que le contestó que sí.
No le contó nada a nadie, tal como él le pidió y, para la noche del baile, se gastó
todos sus ahorros en un vestido de color azul claro que había visto semanas atrás
en el escaparate de una tienda. Por primera vez en mucho tiempo, Hollie se vio
guapa mirándose al espejo y se convenció de que Logan podía estar interesado
en ella, porque, a fin de cuentas, tenía ciertas virtudes; Hollie sabía que era lista
y aguda a la hora de conversar, también tranquila, paciente y optimista.
Logan la recogió delante de su casa. Cuando ella salió, él ya estaba
esperándola apoyado en el lateral del coche con los brazos cruzados; llevaba
puestos unos pantalones de vestir y una camisa por dentro arremangada hasta los
codos, lo que le daba ese aire informal y despreocupado que solía rodearlo.
Hollie le sonrió, nerviosa. Y Logan correspondió el gesto antes de rodear el
coche y abrirle la puerta del copiloto.
Una vez dentro del vehículo, él se desvió de la ruta.
—Te has pasado la calle que va al instituto —dijo ella.
—He pensado que podríamos hablar un rato antes, a solas. Conocernos, ya
sabes. —A Hollie le pareció que él estaba un poco nervioso, pero no dijo nada
mientras avanzaban y dejaban atrás el pueblo hasta desviarse en un claro del
bosque cerca de unas mesas en las que la gente joven solía reunirse por las
noches para beber y charlar. Logan apagó el coche y la miró de reojo. Una
mirada inquieta—. Así que… aquí estamos.
—Eso parece… —A Hollie le sudaban las manos.
Logan encendió la radio del coche, sin saber qué decir, y empezó a sonar una
balada de los ochenta. Cambió de emisora y el ritmo de una canción de Los
Rolling Stones los sacudió.
—Deja esta —opinó Hollie rápidamente.
—¿Te gustan? —Él alzó la ceja, sorprendido.
—Claro, ¿por qué te sorprende?
Logan apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, frunció el ceño y pareció
pensarse las palabras antes de decirlas. Ella se fijó en lo guapo que era de cerca,
porque nunca antes lo había estado tanto, y a solas. Logan tenía el pelo oscuro y
desordenado, un rostro masculino y unos ojos verdes que recordaban a los de un
felino.
—Pensé que a ti te iría más otro tipo de música.
—Quizá no deberías juzgar así a los demás.
—Quizá… —Contuvo el aliento, más nervioso aún que antes, lo que era
chocante, porque Hollie no recordaba haber visto jamás así a Logan—.
Cuéntame más cosas de ti que no sepa.
—Bueno… me encantan los caracoles.
—¿Los caracoles? —parpadeó alucinado.
—Sí, es mi animal preferido. No llama mucho la atención, pero a mí me
parece muy gracioso. Va con su casa a cuestas y se esconde… cuando se siente
intimidado. —Hollie apartó la mirada de él cuando se dio cuenta de que estaba
revelando demasiado sobre sí misma—. Y, como te decía, también me gusta el
rock.
—Pues ya tenemos algo en común.
—Debo admitir que a ti sí te pega.
—¿Acaso eso no es también juzgar?
—Tienes razón. —Hollie se echó a reír.
Estuvieron un rato hablando sobre diferentes grupos y canciones. Cuando
Hollie quiso darse cuenta, se percató de que nunca había estado tan relajada con
un chico y le resultaba curioso que precisamente se sintiese así con alguien tan
intimidante como Logan. Ella sabía que muchas compañeras de clase ni siquiera
se atrevían a dirigirle la palabra y que, las que lo hacían, terminaban titubeando
al final de una frase, porque tenía una mirada penetrante que dejaba sin aliento y
no era muy dado a sonreír con amabilidad.
—No me imaginaba esto —confesó poco después.
—¿El qué? —Logan la miró fijamente.
—Que congeniaríamos bien. Gracias por invitarme al baile. Eso tampoco me
lo habría imaginado jamás. Quiero decir, que no pensé que… bueno, soy
consciente de que podrías haber ido con cualquier otra chica del instituto y yo…
sé que no soy precisamente un diez y que tú eres popular y todo eso, pero…
No pudo decir nada más. Porque, en ese momento, tras dirigirle una mirada
atormentada que ella no supo descifrar, él se inclinó hacia su asiento y la besó.
Ella jamás imaginó que un beso pudiese ser así. Logan presionó sus labios contra
los suyos con suavidad antes de acariciarla con la lengua y lograr que se le
escapase un gemido. A él pareció gustarle su reacción, porque la besó con más
intensidad. Hollie hundió los dedos en su cabello y, cuando quiso darse cuenta,
los dos estaban en el asiento trasero del coche.
Ella sabía que tenía que parar antes de que la cosa fuese a más, pero por
primera vez en su vida se sentía deseada y atractiva y cada vez que las manos de
Logan la acariciaban sentía un hormigueo entre las piernas que empezaba a
resultar insoportable.
Logan se separó de ella un segundo para quitarle las gafas y dejarlas a un
lado, debajo del asiento. Hollie se quedó sin respiración cuando él la miró con
lentitud mientras su mano ahuecaba uno de sus pechos y subía lentamente hasta
el tirante del vestido. Temblando, dejó que él lo deslizase con suavidad por su
hombro.
—Eres preciosa —le susurró al oído.
Hollie se apretó más contra él, pero, contra todo pronóstico, Logan se alejó un
poco de ella y su expresión se tornó seria y tensa. Le acarició la mejilla con el
pulgar.
—¿Qué te ocurre, Logan?
—Esto… esto no es… Yo…
Pero antes de que él pudiese decir nada más, Hollie escuchó las voces
alrededor del coche y las manos golpeando los cristales. Se bajó la falda
arrugada y se colocó bien el tirante del vestido a toda prisa antes de incorporarse
como pudo y tantear el suelo del vehículo con las manos para encontrar sus
gafas. Tras ponérselas, pudo distinguir que los chicos que acababan de rodearlos
eran amigos de Logan, aquellos a los que ella intentaba no acercarse jamás en el
instituto. Abrieron las puertas y algunos se metieron dentro.
—¡Ha cumplido la apuesta! —gritó uno de ellos.
—Ha desvirgado a la cerebrito —dijo otro riéndose.
Hollie deseó que la tierra se abriese a sus pies y que se la tragase en aquel
mismo instante. Casi no podía ni respirar y le picaban los ojos por las ganas que
tenía de llorar.
—No, joder, no es verdad. No ha ocurrido nada —admitió Logan.
—¿Has perdido la apuesta? —preguntó su amigo.
—Pues le debes cincuenta pavos a Marrik —dijo uno.
Ella estaba paralizada. Todo encajó. Una apuesta.
No supo cómo, pero consiguió abrir la puerta trasera y salir del coche. Tenía
un nudo en la garganta y casi no podía mantenerse en pie por cómo le temblaban
las rodillas, pero se obligó a dar un paso tras otro para alejarse de allí.
—¡Eh, Hollie, espera! —Logan salió tras ella—. Te acerco a casa. Vamos,
sube.
—No te acerques a mí. —Esas fueron las últimas palabras que le dirigió a
Logan Quinn en toda su vida, justo antes de echar a correr por el sendero que
separaba el claro del bosque de las calles del pueblo. No miró atrás ni una sola
vez.
Cuando llegó a su casa, tenía todo el maquillaje corrido, los ojos hinchados de
llorar y el bajo del vestido roto y sucio. Caminó de puntillas para subir a su
habitación porque no quiso despertar a sus padres y que se preocupasen por ella.
Se desnudó y se metió en la cama antes de hacerse un ovillo.
Era la peor noche de toda su vida.
Por suerte para ella, unas semanas después del baile de fin de curso, Logan
desapareció del pueblo sin dejar rastro.
Y para su desgracia, ahora había regresado…
2

Esa semana, Hollie se mantuvo ocupada organizando el temario del próximo
curso que tenía que presentar. Aunque agradecía tener vacaciones, no estaba
acostumbrada a disfrutar de tanto tiempo libre y menos ahora que Amber y Katie
tenían parejas y que, inevitablemente, las veía un poco menos a pesar de que
seguían quedando casi todas las tardes para tomar café. Una parte de ella tenía
ganas de regresar a la rutina y tener más cosas que hacer.
El viernes, tal como había acordado, se reunió con Amber en el local donde
trabajaba Katie como camarera, el único lugar del pueblo que era el sitio de
reunión de la mayoría de gente joven, ya que ponían música actual y servían
cócteles de todos los sabores.
Hollie no se molestó en arreglarse demasiado. Llevaba puesto un vestido
veraniego con un estampado de flores y unas sandalias planas. Se recogió el
cabello castaño claro en una coleta y se dirigió caminando hacia allí. Pero frenó
en seco antes de llegar a la puerta, en cuanto vio al chico de aspecto rudo que
estaba apoyado en la pared fumándose un cigarrillo. No había cambiado mucho;
tenía el pelo oscuro y se ondulaba un poco en las puntas, la mandíbula varonil y
fuerte y los ojos de un verde intenso y atrayente.
Ella se debatió sobre si debía dar media vuelta, regresar a su casa y
esconderse allí como una cría. Pero luego recordó que tenía veintisiete años, que
no había hecho nada malo y que esa noche estaba decidida a pasar un buen rato
junto a sus amigos.
Así que cuadró los hombros, levantó la cabeza y se encaminó hacia allí
decidida. Él levantó la vista cuando la vio y sus ojos la atravesaron,
provocándole un escalofrío. Hollie giró la cabeza tras dirigirle una mirada de
desprecio y entró en el local.
Amber estaba sentada en un taburete con un gin-tonic en la mano.
—Otro para mí. —Le pidió Hollie a Katie.
—Marchando. —Su amiga sonrió—. ¿Qué tal el día?
—Tranquilo. Como todos. —Se encogió de hombros.
—Vamos, alegra esa cara, cielo, que dentro de nada estás otra vez trabajando
y echarás de menos esto, tener tiempo para ti misma —le dijo Amber.
—Ni siquiera sé en qué gastarlo.
—Pues en leer, en darte un baño de espuma, en ver una película… —enumeró
Amber, pero se calló cuando su novio, Ezra, apareció tras ella y le dio un beso en
la mejilla.
—¿Qué tal la noche, chicas? —preguntó.
—Bien, Hollie acaba de llegar —respondió ella.
—Os veo en un rato, entonces —dijo antes de darle otro beso y desaparecer
entre la multitud con una cerveza en la mano.
Hollie le dio un trago largo a su gin-tonic.
—Creo que ha venido con Logan —comentó.
—¡No será capaz! —exclamó Amber abriendo los ojos—. Te juro que si eso
es cierto…
—Amber, tranquila. Lo he visto antes en la puerta. Además, trabaja para él, es
normal que se lleven bien, aunque estemos hablando del demonio. ¿Y sabes qué?
Me da igual. Quiero que me dé igual, mejor dicho. He pasado por delante de sus
narices al entrar.
—Estoy orgullosa de ti. —Amber la abrazó.
Sabía que su amiga era más sensible de lo normal y que, aunque aquello
pudiese parecer una tontería a los ojos de los demás, para Hollie había sido
importante. Esa noche, hizo todo lo posible para que se divirtiese. Se pidieron
dos copas más, recordaron anécdotas de años atrás mientras Katie atendía a los
demás clientes y, cuando estuvieron ya un poco achispadas, la animó a que se
levantase para ir a bailar a la zona de la pista.
Hollie se dejó llevar. Alzó los brazos en alto, relajada, y movió las caderas
despacio al ritmo de la música, sin ser consciente de que aquellos movimientos
captaron la atención de una mirada verde que la contemplaba desde el otro lado
de la pista.
Logan no podía apartar la vista de ella.
Le dio un trago a la cerveza sin dejar de mirarla. Hollie había cambiado
mucho durante aquellos años. El vestido que llevaba se ajustaba a sus curvas y
había algo atrayente en el hecho de que no se hubiese arreglado demasiado y
llevase una coleta informal y sandalias planas, como si la idea de que ella no
fuese consciente de su belleza la hiciese más atractiva a los ojos de los demás.
Logan suspiró hondo, recordando la noche que la destrozó cuando solo era una
cría inofensiva y demasiado inocente para su propio bien.
—¡Anima esa cara! —Ezra le dio un codazo—. ¿Qué ocurre?
—Nada. Es este sitio, volver a estar aquí…
Logan sacudió la cabeza. La única persona de todo el pueblo que le había
dado una oportunidad era Ezra, un chico que tan solo llevaba allí viviendo unos
años y que, debido a ello, no lo había conocido cuando era joven. Todos los
demás parecían evitarlo a toda costa. No es que él hubiese sido un buen chico,
cierto, pero más allá de gastarles alguna broma pesada a sus vecinos, el percance
con Hollie y ser un desastre en el instituto, no recordaba haber cometido ningún
delito grave. Sin embargo, sabía que su fama venía precedida por otras cosas,
como la familia inestable y problemática en la que se había criado, con un padre
alcohólico que había tenido líos con casi toda la gente de por allí y una
madrastra fría y callada con la que apenas había tenido relación. Y luego estaban
los rumores…
Que si había estado en un correccional de menores. O en la cárcel. Que si
había robado en una gasolinera a plena luz del día o si había golpeado a dos tipos
al salir de un bar…
Logan no estaba dispuesto a sacarlos de su error ni mucho menos a confesar
lo que realmente había estado haciendo durante todos aquellos años.
—¿Quieres que vaya a por una copa? —le preguntó Ezra.
—No, me marcho ya —contestó cuando advirtió a lo lejos que la novia de su
jefe se acercaba hacia ellos caminando decidida. Otra persona que lo odiaba. Iba
a batir un récord dentro de poco—. Nos vemos el lunes en el taller.
Se hizo un hueco entre la gente e intentó avanzar a trompicones por el medio
de la pista. Sin querer, le pisó a alguien que dejó escapar un gemido de dolor
antes de tropezar. Logan retuvo a la chica por la cintura para evitar que se
cayese. Contuvo al aliento cuando tropezó con esos ojos de color chocolate que
estaban llenos de ira. Hollie. Puede que no tuviese razones para ello, pero le
enfadó lo que encontró en su mirada después de pasarse toda la noche
aguantando que todo el mundo lo juzgase sin molestarse en conocerlo.
—Suéltame —siseó ella mordaz.
Él lo hizo. Apartó las manos de golpe.
—Tranquila, tendrían que pagarme mucho dinero para que quisiese tocarte.
Creo que eso es algo que sabes por experiencia, ¿verdad?
Se arrepintió en cuanto vio cómo a ella se le humedecían los ojos, pero
cuando deseó tragarse sus palabras ya era tarde, porque Hollie había salido
corriendo antes de desaparecer entre la gente. Logan se quedó quieto en medio
de la pista sintiéndose peor que nunca en su vida, cosa que no era fácil. Respiró
hondo. No sabía por qué le había afectado tanto que ella entrase en el local
mirándolo con desprecio o ese suéltame lleno de asco que acababa de dirigirle,
pero sí sabía que en esa ocasión tendría que encontrar la manera de disculparse.
3

Logan se pasó todo el lunes trabajando en el taller y concentrado en los tres
coches que tenía que arreglar. Era una de las pocas cosas que había aprendido
durante la época que había pasado en California, después de largarse de allí para
ir a la ciudad en la que vivía su madre y encontrar un empleo mal pagado en una
multinacional de reparaciones.
Le resultaba sencillo y gratificante descubrir qué fallaba.
Se acercó al despacho de Ezra y llamó a la puerta con los nudillos antes de
abrir. Su jefe estaba revisando unos papeles con gesto de concentración.
—Ya he acabado con el Jeep.
—Perfecto. Vete ya, si quieres.
—En cuanto a eso, ¿tú sabes dónde vive Hollie Stinger?
Ezra alzó la mirada hacia él y frunció el ceño.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Digamos que la volví a cagar con ella.
Ezra negó con la cabeza y chasqueó la lengua antes de apilar los papeles a un
lado y pensárselo durante unos segundos. Suspiró sonoramente.
—La intención es arreglarlo, ¿verdad?
—Claro. Te lo juro —se apresuró a decir.
—Vale. —Cogió un bolígrafo para apuntar la dirección—. Toma. Y sé un
buen chico, Logan —bromeó alzando las cejas y sonriendo.
Logan puso los ojos en blanco antes de salir.
Se acercó caminando hacia la calle que le había indicado. Mientras avanzaba,
pudo sentir las miradas de algunos viejos conocidos, esos que daban por
supuesto que se había pasado los últimos años metido en la cárcel o en algún
sitio peor. Logan intentó no prestarles atención. Cuando llegó al edificio, un
hombre salía con su perro tirando de la correa y él se apresuró a sujetarle la
puerta y, luego, aprovechó para entrar sin llamar al telefonillo.
Subió las escaleras de dos en dos. Probablemente aquella era la peor idea del
mundo, presentarse delante de su puerta así, pero llevaba años sin poder olvidar
la mirada de esa chica durante la noche de fin de curso, porque, aunque no
esperó que ocurriese, al besarla él se había sentido bien, pleno, quizá por lo
cálida que era su boca o porque Hollie era una de las pocas personas que nunca
lo había juzgado, a pesar de las veces que sus amigos se habían metido con ella y
que él no había movido ni un dedo por defenderla. Pero, por supuesto, lo echó
todo a perder el día que aceptó esa estúpida apuesta y le pidió que fuese al baile
con él.
Cogió aire antes de llamar al timbre.
Ella abrió, pero, en cuanto lo vio, intentó cerrarle la puerta en las narices.
Logan se apresuró a colocar la mano sobre la superficie de madera para
impedirlo. Vio miedo en los ojos de ella y no le gustó descubrir que Hollie lo
temía como hacían los demás.
—Espera —pidió—. Sera solo un minuto.
—Un minuto es demasiado para alguien como tú.
Logan apretó la mandíbula, aunque se lo tenía merecido.
—No sabía que fueses tan orgullosa.
—Ah, ¿es que acaso sabes algo de mí? —replicó ella alterada—. Creo
recordar que hablamos dos o tres veces en más de una década, así que…
—Y sin embargo eso no impidió que aceptases mi invitación para ir al baile.
Logan quiso empezar a darse cabezazos contra la pared. ¿Por qué había dicho
eso? Se suponía que había ido allí para arreglar las cosas y solo estaba
empeorándolas.
—¿Intentas decirme que yo solita me lo busqué? ¿Sabes una cosa, Logan?
Esto es asqueroso incluso viniendo de ti y, créeme, el listón ya estaba muy alto.
Hollie intentó cerrar de nuevo la puerta, pero solo consiguió que él diese un
paso al frente y cruzase el umbral. Ella respiró hondo, asustada, y en esa ocasión
a él le dio igual ver el miedo en sus ojos, porque solo le recordó lo mucho que
todo el mundo parecía odiarlo y el hecho de que su vida fuese una decepción
constante tras otra.
—¿Te sigo poniendo nerviosa, Hollie?
—Llamaré a la policía como no te marches.
—Es irónico, porque en realidad había venido aquí para intentar…
Pero la palabra disculparme se le quedó en la punta de la lengua cuando ella
le dio un rodillazo en la entrepierna y le cerró la puerta en las narices. Logan
ahogó un gemido de dolor, alucinado, sin poder apartar la mirada de la puerta.
—¡La madre que la parió! —gritó.
4

Hollie respiró hondo tras darle la vuelta a la cerradura y resbaló por la puerta
hasta sentarse en el suelo. Intentó calmarse, pero tardó un buen rato en hacerlo.
La mirada penetrante y verde de Logan seguía resultándole difícil de sostener.
Lo único que Hollie tenía claro llegados a ese punto era que no volvería a dejar
que él se burlase de ella.
Se levantó pasados unos minutos y se hizo una manzanilla. Aun así, no
consiguió dormirse hasta las tantas de la madrugada, porque no podía dejar de
pensar en lo que había ocurrido y, lo que era aún peor, en que al día siguiente
Logan seguiría viviendo en Sound River.
Por alguna razón, no les contó a sus amigas nada de aquello. Cuando acudió a
su cita habitual de las tardes en la cafetería, se mantuvo callada mientras Katie y
Amber seguían hablando de todos los detalles de la boda. Las flores, el banquete
y las mesas que pondrían en medio del prado, el vestido y el hecho de que Katie
se había empeñado en ir descalza.
—Pero ¿cómo vas a hacer eso? —insistió Amber.
—Será más auténtico, como esos días que pasaba con James en la orilla del
río.
—Eres una romántica sin remedio.
—Me encanta la idea de casarme al aire libre.
—Con mosquitos, guijarros, arañas…
—¡Amber! —Katie se echó a reír.
—Yo solo soy realista para que te vayas haciendo a la idea. —Miró al otro
lado de la mesa, fijándose en lo callada que estaba Hollie—. Cielo, ¿qué opinas
tú?
Hollie cogió aire antes de responder en voz baja.
—Creo que será una boda maravillosa.
—¿Estás bien? ¿Hay algo que quieras contarnos?
—No, ¿por qué lo preguntas? Estoy perfectamente.
Sin embargo, Hollie notó cómo se le encendían las mejillas de inmediato. Por
desgracia, no se le daba bien mentir, nada bien. Durante toda su vida había sido
un libro abierto. Katie y Amber tardaron alrededor de dos segundos en darse
cuenta de que algo ocurría.
—Vamos, no nos hagas insistir —añadió Amber.
—Bueno… —Jugueteó con uno de los botones de su vestido. No quería
contarles lo que había ocurrido porque, para empezar, temía que aquello pudiese
afectar a la relación que Amber y Ezra mantenían, siendo él el jefe de Logan. De
hecho, el taller en el que trabajaban los dos estaba justo enfrente de la cafetería y
ella se había pasado toda la tarde con la mirada clavada en la puerta, pero, por
suerte, no vio a nadie salir o entrando de allí—. Es solo que, con esto de la boda,
no dejo de pensar en que me voy a quedar soltera para toda la vida —mintió,
porque, en realidad, era algo que había dejado de preocuparle. Hollie ya se había
convencido de que iba a ser así, de que se pasaría toda su vida sola. Al menos,
siempre tendría su trabajo y el cariño que sus alumnos le regalaban.
—¡Claro que no! —exclamó Amber—. Escúchame bien. En primer lugar,
estar soltera no tiene nada de malo y, si es lo que te hace feliz, maravilloso,
¡adelante! Y, en segundo lugar, si lo que quieres es compartir tu vida con
alguien, sé que el día menos esperado aparecerá la persona adecuada. El
problema, Hollie, es que eres tan fantástica que no puede ser cualquiera. Por eso
está tardando más de la cuenta en llegar.
Hollie adoraba a sus amigas. La abrazó, a pesar de que sabía que solo decía
todo aquello para animarla y hacerla sonreír. Intentó prestar atención durante el
resto de la tarde, bebiendo café y opinando sobre el ramo que Katie iba a llevar.
Aunque no era algo muy habitual, se había empeñado en que estuviese lleno de
margaritas.
Seguía sintiéndose inquieta al salir de la cafetería. Empezaba a anochecer. Se
despidió de sus amigas y luego se marchó caminando calle abajo. Aún no había
avanzado más de dos manzanas cuando escuchó su voz ronca tras ella. Se puso
nerviosa.
—Espera, Hollie. —Logan intentó cogerla de la mano para que dejase de
andar, pero ella se soltó en cuanto sintió el roce de su piel contra sus dedos.
—¡Aléjate de mí! —escupió.
Hollie aceleró el paso y a él se le revolvió el estómago ante la idea de que ella
le temiese así. Cogió aire, incómodo, y recorrió la distancia que los separaba.
Hollie acababa de llegar a su portal; metió la llave dentro y abrió la puerta.
Logan consiguió colarse tras ella y sujetarla de la cintura con suavidad,
intentando no ser brusco. Las luces no estaban encendidas en el rellano y apenas
se veía nada. Hollie se retorció entre sus brazos.
—¡Suéltame o te juro que gritaré tan fuerte que se enterará todo el pueblo!
—O me darás otra patada de las tuyas —dejó caer Logan.
—Sí, eso también —corroboró ella.
Logan respiró y ella no pudo evitar estremecerse al sentir la calidez de su
aliento cerca. Dio un paso atrás y, aliviada, notó que él la soltaba despacio.
—¿Qué es lo que quieres, Logan? —replicó.
—Solo quería poder disculparme —susurró él.
—Me cuesta trabajo creerlo. —Hollie dio otro paso atrás.
—Y no te culpo. Me pierde la boca. Normalmente hay una distancia
considerable entre lo que pienso y lo que al final termino diciendo en voz alta —
reconoció.
—No veo qué tiene que ver con lo que pasó hace años…
—Nada. Pero sí con lo que ocurrió este viernes pasado. Yo no quería decirte
eso. Fue cruel y lo siento —consiguió decir—. En cuanto al baile de fin de
curso…
—Déjalo estar. Creo que será lo mejor…
—No, espera —Cuando vio que ella iba a subirse por la escalera corriendo,
volvió a cogerla de la muñeca y la retuvo a su lado—. Lo de esa noche fue una
de las peores cosas que he hecho en mi vida. Perdóname. No sé por qué accedí a
hacer esa apuesta, probablemente porque era un crío idiota, pero me arrepiento
de ello. Y cuando estuve contigo dentro del coche… eso fue real. Me sentí bien.
Quise besarte —dijo con la voz ronca.
Hollie tragó saliva con fuerza y se contuvo para no darle otro rodillazo. Se
alejó de él con brusquedad, porque no daba crédito a que volviesen a estar
hablando de algo así diez años después, hurgando en todas esas heridas que ella
todavía tenía abiertas.
—¡No me lo puedo creer! ¿Esto te parece gracioso, Logan? Está bien,
hablemos claro. Has vuelto al pueblo; de acuerdo, admito que fue una noticia
desagradable, pero lo he superado. Puedo soportarlo. Lo único que te pido es que
me ignores y que dejes de intentar hacerme la vida imposible. Créeme, soy muy
consciente de que me sobran kilos, de que por aquel entonces llevaba aparato y
gafas y de que tú caminabas por el instituto perseguido por chicas que besaban el
suelo que tú pisabas. Así que, Logan, tranquilo, aprendí la lección. Me quedó
claro el mensaje principal y lo mucho que todos os debisteis divertir a mi costa.
Ahora, si no te importa, ha pasado más de una década y quiero vivir tranquila,
lejos de gente tóxica.
Él fue incapaz de abrir la boca mientras ella desaparecía por las escaleras
como si estuviese huyendo del mismísimo diablo.
5

Aunque habían pasado algunos días, Logan era incapaz de quitarse de la
cabeza las palabras que Hollie había dicho. Le impactó que se viese a sí misma
de aquella manera y, peor aún, que pensase que era algo imposible que un chico
como él se hubiese fijado en ella. Era cierto que no era precisamente una chica
popular en el instituto, sino más bien todo lo contrario, pero la noche del baile él
se había quedado parado al verla envuelta en aquel vestido. No era porque fuese
excepcionalmente guapa, sino porque tenía un aire inocente y dulce que derretía
por dentro a cualquiera. Y luego estaba lo lista que era. Años atrás, a Logan le
había intimidado su mirada inteligente y esa sonrisa perspicaz que le cruzaba el
rostro. Ahora, las cosas no habían cambiado demasiado, porque esa noche lo
había dejado sin palabras.
Terminó lo que estaba haciendo y bajó el capó del coche antes de limpiarse
las manos llenas de grasa en un trapo. Se dirigió caminando hacia el despacho de
Ezra que, a última hora de la tarde del viernes, estaba revisando las cuentas del
día.
—¿Todo bien? —le preguntó levantando la cabeza.
—Sí, dile al cliente que ya puede recoger el coche.
Logan recibió un mensaje en su móvil en ese momento. Cuando leyó el
nombre del remitente notó que se le llenaba el pecho de algo bueno. Porque esa
persona era lo único que tenía en la vida. Decidió que luego contestaría y se lo
guardó en el bolsillo de los vaqueros.
—¿Es ella? —Ezra le dirigió una mirada aguda. Logan asintió en respuesta.
Era la única persona a la que le había explicado su situación y la razón por la que
había decidido volver al pueblo. Lo hizo el día que fue allí en busca de un
trabajo y Ezra… lo entendió—. ¿Todo va bien? ¿Cuándo está previsto que
venga?
—En un par de semanas —contestó.
—Ya hablaremos del turno entonces.
—No es necesario que cambie nada.
Ezra se puso en pie y estiró los brazos en alto.
—¿Tienes algún plan pensado para esta noche?
—¿Yo? —Si nadie de allí le hablaba… —No.
—Pues vente conmigo. Iremos al mismo local que el viernes pasado, lo
pasaremos bien, ya verás. ¿Quedamos a las nueve en la puerta?
—No sé si es una buena idea…
—¿Por qué no? —Frunció el ceño.
—Olvídalo. Allí estaré. —Sonrió.
Pensó en Hollie, que estaría con ellos porque era la amiga de la novia de Ezra
y lo mucho que le incomodaría su presencia, pero luego llegó a la conclusión de
que podía ser una buena oportunidad para intentar volver a explicarse con ella,
porque estaba claro que no estaban entendiéndose bien. Era complicado cuando
ella era incapaz de creerse ni una sola palabra que él pronunciase, claro. Nunca
le había importado lo que los demás pensasen de él, pero en aquel caso
empezaba a escocerle. Así que, esa tarde cuando llegó a su casa, se dio una
ducha y se puso unos vaqueros y una camiseta de algodón antes de echarse un
poco de colonia en las muñecas y en el cuello. Se peinó con los dedos frente al
espejo sin mucho detalle y luego picó algo antes de salir y dirigirse hacia el
local.
Tal como le había dicho, Ezra estaba allí, esperándolo.
—Vamos, los demás ya están dentro —le dijo.
Dejó que él lo guiase por el lugar y, poco después, le presentó a un par de
amigos, entre los que estaba Amber, su novia, que le dirigió una mirada letal
antes de saludarlo. James Faith, que seguía saliendo con Katie tal como hacían
en el instituto, le dio un apretón de manos. Logan lo recordaba porque él había
sido el chico bueno del pueblo, su antítesis. Una parte de él siempre lo había
envidiado por tenerlo todo; una familia perfecta, la simpatía de toda la gente, una
chica que se preocupaba por él y con la que encajaba a la perfección…
Parecía que la noche iba a ser larga y Hollie no estaba por allí, así que dijo
que volvía en un momento para ir a por un par de copas. Miró a Ezra.
—¿Qué quieres? Yo invito —se ofreció.
—Un ron con Coca-Cola —respondió.
Logan se alejó hacia la barra, pidió las dos bebidas y luego regresó a donde
estaban los demás. Cuando iba por la tercera copa, ya un poco achispado,
empezó a impacientarse. ¿Por qué Hollie no estaba por ninguna parte? Cada vez
que una chica entraba por la puerta, él giraba la cabeza dispuesto a verla allí, con
su sonrisa habitual.
Por desgracia, no era una persona demasiado paciente.
Al final, terminó acercándose a su amiga Amber.
—¿Sabes si Hollie va a venir? —le preguntó.
—¿Y eso te interesa porque…?
—Porque quiero hablar con ella.
A Amber no pareció gustarle esa respuesta.
—La razón por la que no ha venido, de hecho, la tengo delante de mí. Así que
no, no va a pasarse por aquí —contestó, sin saber lo mucho que esa respuesta iba
a afectarle a él.
—¿No ha venido por mí? —La miró ceñudo.
—Exacto. ¡Un pin para ti! —Se burló.
Logan se controló para no contestarle tan solo porque era la novia de la única
persona de aquel pueblo que le había dado una oportunidad. Se bebió una copa
más y luego, tras despedirse de Ezra y de James, salió de allí y caminó calle
abajo.
Quizá no era la mejor idea del mundo aparecer por su casa a la una de la
madrugada, pero le venía de paso y Logan ni siquiera se paró a pensarlo. Abrir la
puerta del rellano fue pan comido para él, que estaba más que acostumbrado a
hacerlo con una simple tarjeta de crédito. No es que estuviese orgulloso de las
cosas que había aprendido durante los años que había pasado en California, pero
tenían su utilidad. Subió las escaleras y llamó al timbre.
Esperó hasta que escuchó la voz de ella tras la puerta.
—Vete, Logan. No voy a abrirte.
—Entonces hablaremos así. Espero que a tus vecinos no les importe pasar una
noche agradable escuchándonos. Bien, allá voy, retomando el tema de lo que
ocurrió hace años…
Hollie abrió antes de que pudiese contar por la escalera toda su vida. Lo miró
enfadada. Llevaba las gafas puestas porque ya se había quitado las lentillas a
aquellas horas y vestía un camisón de color rosa palo que a él le dejó sin
respiración. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de sus pechos
apretados y sin sujetador.
—¿Qué demonios quieres? —Estaba enfadada.
—¿No has ido al local con tus amigos por mí?
—¿Por qué te importa siquiera? —replicó.
Logan dio un paso adelante colándose en su casa y cerró la puerta tras él.
Hollie se estremeció y se pegó a la pared cuando él se acercó más y más…
—Me importa porque estás muy equivocada.
—¿Estás borracho? —preguntó jadeando.
—Un poco. Bastante —admitió.
—Logan, tienes que irte…
Pero él tan solo se apretó más contra su cuerpo y cerró los ojos cuando el olor
suave de Hollie se coló en su nariz. Las pulsaciones se le dispararon sin ningún
tipo de control y se dio cuenta de que hacía muchos años que no se sentía así,
como un adolescente. Bajó la cabeza y rozó la mejilla de Hollie con los labios,
notando cómo ella temblaba.
—Te prometo que voy a irme, pero antes solo quiero demostrarte lo
equivocada que estabas el otro día con lo que dijiste, eso de que nunca podrías
gustarle a un chico como yo…
Entonces, antes de que ella pudiese protestar, la besó. En un primer momento,
Hollie apoyó las manos en su camiseta, sobre su pecho, e intentó darle un
empujón para apartarlo, pero unos segundos después sus dedos se aferraron a la
tela y tiraron de él hacia ella. Logan gimió en su boca cuando ella respondió al
beso y su lengua se coló en aquella cavidad dulce que lo estaba volviendo loco.
Tan solo había querido darle un beso rápido, algo que la convenciese de que en
absoluto resultaba desagradable para ningún hombre, pero cuando quiso darse
cuenta la tenía arrinconada contra la pared y no podía dejar de recorrer con sus
manos aquel cuerpo lleno de curvas que lo encendían.
Le mordió el cuello, ansioso, deseando desnudarla allí mismo. Quitarle la
ropa y verla completamente desnuda antes de perderse en ella y hacerla gritar de
placer. Temblando de ganas, Logan se apretó más contra ella y frotó su erección
por encima del camisón.
—Fíjate lo poco que me gustas… —le susurró al oído.
Hollie sintió un estremecimiento de placer al notarlo duro contra ella. Abrió
los ojos de golpe, todavía temblando, y lo apartó de golpe. Tragó saliva y se
mordió el labio inferior, llevándose el sabor que Logan había dejado en su boca.
—Tienes que irte… —susurró.
—Hollie, ¿qué pasa?
—Nada. Vete, por favor.
Cuando Logan dio un paso hacia ella, Hollie retrocedió y él frenó de golpe.
Se miraron en silencio unos segundos. Hollie pensó que nunca había visto a un
hombre más guapo que aquel, con los ojos verdes encendidos tras haberla
besado y el cabello oscuro revuelto por sus dedos. Pero eso solo servía para
empeorar aún más las cosas…
—Dime qué es lo que he hecho mal.
—Todo. Aparecer aquí. El beso.
—Joder, pero si hace un momento…
—¡Márchate, Logan! —repitió alterada.
Él no opuso más resistencia antes de salir y, en cuanto lo hizo, Hollie cerró la
puerta sin siquiera despedirse. Respiró hondo un par de veces para intentar
calmarse y se llevó una mano temblorosa a los labios, que todavía le
hormigueaban tras el beso, como si necesitase cerciorarse de que aquello había
sido real. Y el problema era ese. Que lo había sido. Mucho.
6

Hollie se echó a llorar cuando se tumbó en la cama y dejó las gafas en la
mesita de noche. No podía parar de recordar cada segundo exacto del beso que
se habían dado, porque, por desgracia, no estaba acostumbrada a que la besasen
así, como si ella fuese única y deseable. Tampoco podía olvidar lo excitado que
Logan había estado y las ganas que le habían dado de dejar que él la desnudase
con esas manos expertas y terminase de una vez por todas con una de sus
grandes preocupaciones: seguir siendo virgen.
Ni siquiera estaba segura de poder llegar a conocer a alguien algún día si no
solucionaba ese pequeño detalle. Le daba vergüenza tropezarse con el amor de
su vida, tener un par de citas y cuando llegase el momento… confesarle que era
su primera vez. Hollie siempre había sido así, muy sensible en cuanto a lo que
los demás pensasen de ella. Quizá no le habría dado importancia si tuviese una
personalidad arrolladora como Amber, o si fuese tan fuerte como Katie, capaz de
superar cosas terribles y de seguir adelante, pero ella era otro tipo de persona, de
las que les fascinan los caracoles porque se sienten identificados con la idea de
esconderse en su caparazón ante la mínima amenaza exterior.
Se dio la vuelta en la cama, pensando…
Quizá debería haber dejado que él llegase al final. Hubiese sido una manera
de terminar con todo aquello, claro, pero la había asustado tanto el deseo que
había sentido que su instinto le pidió que echase a correr de inmediato. Era
incomprensible que una de las personas que más había odiado toda su vida la
hiciesen sentir así, como si el suelo se desintegrase a sus pies y su aroma
masculino lo invadiese todo.
Menuda suerte la suya.


A la mañana siguiente, cuando Amber apareció de improvisto con un café
para llevar y algunos cruasanes recién hechos, Hollie tuvo que hacer un esfuerzo
para sonreír, porque lo último que le apetecía era tener visitas. Fueron a la cocina
y se sentaron en la mesa principal. El piso de Hollie era pequeño, pero perfecto y
femenino para una sola persona.
Abrió la bolsa de los cruasanes en cuanto se sentó.
Amber dejó escapar un chillido.
—¿Qué.es.eso.de.ahí?
Hollie no supo de qué estaba hablando hasta que su amiga le señaló el cuello.
Comenzó a ruborizarse de inmediato. Ni siquiera se había molestado en mirarse
al espejo esa mañana.
—Yo… esto… resulta que…
—¿Es un chupetón? —gritó Amber.
—Baja la voz. Y sí, creo que lo es.
—¿Crees? —La miró alucinada.
—Bueno, no puedo saberlo con exactitud porque nunca antes me habían
hecho un chupetón —admitió, dándose cuenta de inmediato de lo triste que
había sido siempre su vida sentimental—. No sé si es buena idea que hablemos
de esto antes de desayunar.
—¿Por qué? —Amber apartó su café a un lado.
—Podría sentarte mal —advirtió—. El caso es que anoche…
—¿No viniste al local porque habías quedado con alguien? ¡Pequeña granuja!
—No, no es eso… En realidad, no fui por lo que dije, porque Logan estaría
allí. La cuestión es que él se presentó en mi casa de madrugada.
—Dime que no te refieres a Logan cuando dices él.
—Lo siento. —Amber cerró los ojos con fuerza—. Vino y, bueno, quiso
demostrarme de manera literal que no le parecía aborrecible —explicó.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Sí. Estaba borracho. Y me besó.
—¿Y…? ¡Vamos, cuenta los detalles!
—Luego la cosa fue a más y… le pedí que se marchase.
—¡No me lo puedo creer! ¿Qué sentido tiene esto?
—Ninguno. —Hollie se encogió de hombros.
—¿Y si esto…? —Amber dudó y se calló.
—No. Dime que lo sea que estés pensando.
—¿Y si vuelve a tratarse de lo mismo?
—¿Una apuesta? —Hollie la miró horrorizada.
—Quizá no exactamente, pero no sé, no me fío de él…
—Amber, yo tampoco me fío de él, pero ¿sabes?, creo que existe la
posibilidad, por remoto o alucinante que pueda parecer, de que un hombre me
desee. Ya sé que no soy tan perfecta como tú ni tan guapa, pero…
—Oh, Dios, Hollie, yo no quería decir…
—¡Pero lo has dicho! —exclamó dolida.
—Cariño, solo es que me preocupo por ti…
—Ya lo sé. —Cogió aire.
—Y no quiero que te hagan daño.
Hollie tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Por raro que
pudiese parecer, ella había sentido que lo de la noche anterior había sido real. Le
había dado miedo, sí, porque nunca antes había experimentado nada igual ni
mucho menos con la persona menos indicada del mundo, pero hubo algo en la
manera en la que Logan la besaba que le hizo confiar en que, al menos, en eso
estaba siendo sincero. Y por primera vez en mucho tiempo una idea estrafalaria
se le pasó por la cabeza, pero la sacudió en seguida para desprenderse de ella.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Amber.
—En nada. Nada importante. —Carraspeó.
En que Logan sería el hombre perfecto para perder la virginidad de una vez
por todas, volvió a susurrar una voz en su cabeza. Se puso nerviosa solo de
pensar en semejante locura, aunque, muy en el fondo, sabía que no lo era tanto.
Una vez se quitase ese problema de en medio, podría volver a tener citas e
intentar encontrar a alguien interesante que le gustase de verdad.
—Siento el malentendido, no quería insinuar algo así… —repitió Amber otra
vez.
—No te preocupes, es una tontería.
—Es que me preocupo por ti.
—Ya lo sé, Amber. Tú siempre te preocupas demasiado por todos. —Le
sonrió antes de darle un beso en la mejilla y coger su café. Le dio un trago sin
poder quitarse de la cabeza la idea que se le había ocurrido. Lo más terrible y
potencialmente desastroso que había pensado en toda su vida, pero también lo
más práctico y sencillo para resolver aquello.
7

Logan terminó la jornada del sábado al mediodía y se marchó a su casa sin
poder quitarse de la cabeza lo que había ocurrido entre él y Hollie la noche
anterior. Pensó que sería solo un beso, algo que le demostrase lo equivocada que
estaba, pero lo cierto era que Logan había tenido que contenerse como nunca
para no hacerla suya en cuanto rozó su boca suave.
Había estado con muchas mujeres durante aquellos años; tantas, que era
incapaz de recordarlas a todas, porque él nunca había sido de relaciones serias
que durasen más de un par de meses. Sin embargo, hacía una eternidad que no se
sentía como cuando la había besado a ella. Esa sensación de deseo, anhelo y
plenitud.
Sacudió la cabeza mientras caminaba hacia su casa.
Se dio una ducha al llegar, porque siempre salía con manchas de grasa del
taller, y luego durmió un rato. Al despertarse a media tarde, cogió el teléfono y
buscó el nombre acompañado por una fotografía en la que ella aparecía sonriente
y feliz. Llamó.
—¿Logan? ¡Hola! —respondió risueña.
—¿Cómo va eso, enana? —preguntó.
—Bien, mejor que la semana pasada. La verdad es que el centro no está tan
mal, quiero decir, no es como estar en casa, claro, pero es soportable —dijo—.
¿Y tú?
—Todo sobre ruedas. En menos de una semana estarás aquí. Ya verás, creo
que esto te gustará. Es un sitio pequeño y un poco cerrado, notarás el cambio al
dejar la ciudad, pero aquí estarás tranquila. ¿Tienes ganas de venir?
—Sí. Quiero estar ya allí —susurró.
—Pues empieza a contar los días, porque no queda nada.
Logan colgó tras charlar otro rato con ella y luego se estiró en la cama y
cogió el libro que había dejado en la mesita la noche anterior. Él había sido un
estudiante terrible durante su juventud. Sin embargo, desde hacía un par de años,
había intentado enmendar sus carencias por su cuenta, leyendo cualquier obra
que caía en sus manos.
Se sumergió entre las páginas hasta que el cielo se oscureció.


Ya estaba anocheciendo cuando Hollie se subió lentamente las medias, antes
de levantarse y mirarse en el espejo alargado de su dormitorio. Llevaba un
conjunto de ropa de color granate, justo igual que el tono del vestido que se puso
unos minutos después. Se abrochó la cremallera de la espalda con cierta
dificultad y se dejó el pelo suelto. Apenas se maquilló antes de ponerse unos
zapatos con un poco de tacón, coger su bolso y salir de casa.
Caminó insegura por las calles que tan bien conocía hasta el bloque de
apartamentos de alquiler en el que sabía que vivía Logan. Cuando llamó al
telefonillo y le dijo quién era, él se quedó un poco parado, pero le abrió
rápidamente pidiéndole que subiese. Nerviosa, Hollie se mordisqueó una uña
mientras el ascensor se movía hacia el cuarto piso. El corazón le latía tan rápido
que se le iba a salir del pecho y sentía unas ganas terribles de dar media vuelta e
irse por donde había venido. Intentó pensar en la idea de que era otra persona,
una de esas que caminan por el mundo seguras de sí mismas y que van a por sus
objetivos sin dudar ni pestañear, el tipo de gente que triunfa en la vida y es capaz
de conseguir lo que quiere.
Antes de que Hollie tuviese la oportunidad de llamar al timbre, Logan abrió la
puerta de golpe. Su mirada descendió hasta posarse en sus pies, enfundados en
unos zapatos brillantes, justo antes de subir lentamente por la silueta que le
marcaba aquel vestido, que era el más sugerente que tenía, y clavar sus ojos en
los suyos.
—Menuda sorpresa —dijo alzando las cejas.
—¿Puedo p-pasar? —titubeó ella, nerviosa.
—Claro. Adelante. —Él se apartó y cerró después.
Logan se quedó callado, mirándola, y Hollie estuvo a punto de tropezar con
sus propios pies de lo nerviosa que se puso ante aquellos ojos penetrantes.
—Supongo que debería preguntar a qué se debe tu visita —terminó diciendo
él cuando el silencio empezó a volverse insoportable—. Hollie, ¿te encuentras
bien?
—¿Puedes darme un vaso de agua?
—Sí, claro. Sígueme —dijo él.
Hollie tenía un nudo en la tripa mientras lo acompañaba hasta llegar a una
cocina pequeña, pero limpia y luminosa. Cogió el vaso que él le tendió y se lo
bebió de un trago. Logan la miró alucinado antes de quitárselo y volver a dejarlo
en la pila.
—Yo solo… —Le daba miedo bloquearse en mitad de una frase y desmayarse
ahí mismo, delante de él. Estaba lejos de parecerse a esas mujeres en las que
había pensado antes de llamar al timbre, pero le dio igual, decidió que lo mejor
era soltarlo todo de golpe y ya está. ¿Qué era lo peor que podía ocurrirle? ¿Qué
él se burlase de ella? Bueno, estaba bastante acostumbrada a ello, no sería
ninguna novedad que no pudiese soportar—. He estado pensando en lo que
ocurrió anoche y siento… siento haberte apartado…
—Oye, no lo sientas. No pasa nada.
—No. Déjame hablar. Yo sí que quería… sí que quería ir a más —logró decir
mientras notaba las rodillas temblorosas—. Por eso estoy aquí…
—Hollie… —Logan respiró profundamente.
—Quiero que sigamos donde lo dejamos.
Él no daba crédito a lo que estaba escuchando. Nunca una mujer lo había
sorprendido tanto en toda su vida. Que Hollie hubiese pasado de odiarlo, a
besarlo, pedirle que se marchase y aparecer el día siguiente en su casa vestida
así, era tan insólito e incomprensible que Logan ni siquiera sabía muy bien qué
responder a eso.
Porque claro que quería seguir donde lo habían dejado…
Pero no de sopetón, como lo había pillado.
Inspiró hondo acercándose a ella despacio y deslizó la punta de los dedos por
su brazo, subiendo por su hombro antes de acariciar con lentitud el tirante fino
del vestido. Notó que ella contenía el aliento ante el gesto sutil y él se controló
para no besarla.
—Está bien. Continuaremos lo que empezamos, pero antes tendremos que
cenar.
—¿Perdona? ¿Cenar? —Hollie lo taladró con la mirada.
—Sí, esa cosa rara que hacen los seres humanos al final del día —bromeó
Logan apartándose de ella tras dejar el tirante rojo perfectamente colocado en su
lugar.
—No tengo tiempo para tonterías —farfulló ella.
—No sabía que nutrirse fuese una tontería.
—Logan, vamos, no juegues conmigo…
Él sintió un escalofrío ante el ruego que encontró en su voz. No le gustó verla
así de débil y dio un paso atrás para acercarse a ella. Le acarició la mejilla con el
pulgar.
—No estoy jugando, Hollie. Quiero cenar contigo.
—¡Pero no es necesario…!
Logan la silenció con una mirada.
—Tú quieres una cosa y yo quiero otra. —En realidad quería las dos cosas—.
Así que creo que es un trato bastante justo, ¿no te parece? Veamos, ¿qué te
gusta? ¿El pescado, la carne, pasta o eres más de verduras…?
—Soy más de ir al grano… —masculló.
—Hollie. —Había una amenaza en su voz.
—Está bien. Pasta. Algo sencillo.
—Vale, tú siéntate.
Logan le apartó una de las sillas que había delante de la mesa de la cocina y
ella se sentó. Pensó que era una de las situaciones más surrealistas que había
vivido en toda su vida. Estar allí, en la cocina de Logan Quinn un sábado
cualquiera con un vestido rojo y zapatos de tacón mientras él abría la nevera y
empezaba a sacar ingredientes.
¿Quién le iba a decir algo así una semana atrás?
El silencio los acogió durante unos segundos.
—Ezra me comentó que eres profesora.
Hollie lo miró con el ceño todavía fruncido, incapaz de decidir si debía
contestar. Se sentía tan rara estando allí, en su cocina, mientras él parecía tan
tranquilo…
—Sí, doy clases de literatura en el instituto.
Logan la miró por encima del hombro al tiempo que llenaba un cazo de agua.
—Vaya, qué interesante. ¿Y qué te gusta leer?
—Tengo muchos autores de cabecera, pero no creo que los conozcas.
Él tuvo que hacer un esfuerzo para no apretar la mandíbula, enfadado. No
soportaba que la gente lo subestimase así, que ella lo juzgase antes de molestarse
en conocerlo dando por hecho que jamás había abierto un libro en toda su vida.
Decidió jugar un poco con ella.
—Tienes razón. —Se encogió de hombros—. Yo solo soy capaz de usar los
libros para calzar las patas de los muebles. Por cierto, comprueba que tu silla
esté bien; si no, tengo algunas noveluchas por ahí que podrían servir.
Vio cómo Hollie abría muchos los ojos, indignada, y se llevaba una mano al
pecho.
—Ni siquiera viniendo de ti puedo creer que…
—Y cuando no reparo muebles con libros… —la cortó él antes de seguir
hablando y de echar la pasta—, leo a Jack London. O a Dickens. También me
gusta Julio Verne.
Hollie levantó la cabeza hacia él de golpe.
Lo miró aterrada, sin poder creerse lo que estaba escuchando. ¿A Logan
Quinn le gustaba leer? Se fijó de nuevo en él, en la manera de apoyarse en una
pierna que le daba ese aire desenfadado y un poco macarra; las manos ásperas de
trabajar, el ceño un poco arrugado y ese aire de chico malo que seguía
acompañándolo.
Sacudió la cabeza, aún confundida.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó bajito.
—No. ¿Te burlas tú de mí dando por hecho que esto es una broma? —No
había humor en su pregunta y Hollie se estremeció al ver su expresión dura—.
Debería haber una norma que fuese algo así como no juzgar a los demás si no
quieres que hagan lo mismo contigo.
—Yo no juzgo… —susurró.
—Mientes —la interrumpió él.
—Es solo que me ha sorprendido.
Logan dejó escapar un suspiro largo.
—¿Cómo te gusta la pasta? ¿Dura, al dente, más hecha…?
—Al dente —contestó con timidez.
Él empezó a hablarle de sus libros favoritos mientras removía la pasta y
picaba un poco de albahaca para añadírsela a la salsa de tomate. Hollie no podía
creerse que aquella situación tan surrealista estuviese ocurriendo. Mientras él
dejaba los platos delante de la mesa, bajó la mirada para echarse un vistazo a sí
misma, reparando en su ajustado atuendo.
8

—Puedes quitarte los zapatos si quieres estar más cómoda —le dijo Logan.
Ella negó enérgicamente con la cabeza.
—Estoy bien así. —Cogió el tenedor, enrolló algunos tallarines y se los llevó
a la boca. Él siguió con la mirada la trayectoria, prestando especial atención a
esos labios carnosos—. Está muy buena —reconoció ella con las mejillas
sonrojadas.
—Gracias, es una de las pocas cosas que sé hacer.
—Ya veo… —Se relamió despacio.
—No vuelvas a hacer eso —gruñó él.
—¿El qué? —Hollie lo miró alucinada.
—Lamerte así. Haces que me den ganas de darte la razón en todo, dejar de
cenar ya y hacértelo encima de esta mesa, porque dudo que lleguemos al
dormitorio.
Hollie sintió que enrojecía hasta límites vergonzosos. Notó cómo se le
sacudía la tripa y apartó la mirada de Logan porque era incapaz de sostenérsela.
Intentó pensar en algo, cualquier cosa para disipar aquel momento sofocante que
estaba viviendo.
—¿Por qué decidiste volver? —preguntó.
Él no esperaba esa pregunta, así que se lo pensó.
—Tengo algunas razones familiares…
—¿Y piensas quedarte mucho tiempo?
—Un año, como mínimo —contestó.
Terminaron de comer mientras hablaban de cosas más impersonales, pero a
Hollie le sorprendió que la conversación fuese fluida, exactamente tal como
había sido aquella fatídica noche del baile de fin de curso. Se repitió
mentalmente que ahora ella era la que tenía el control, la que había tomado una
decisión.
Todo es diferente, volvió a decirse.
—¿Tienes algo de beber? —preguntó cuando dejaron los platos en la pila y
un silencio un poco incómodo llenó la cocina.
—¿Qué te gusta?
—Cualquier cosa fuerte.
Logan la miró un poco sorprendido, pero no dijo nada más antes de ir al
mueble bar de comedor y servir dos vasos con hielo y un poco de whisky.
Cuando regresó a la cocina, encontró la estancia completamente vacía. Frunció
el ceño, llamándola justo antes de entrar en su dormitorio. Hollie ya estaba ahí,
de espaldas al ventanal tras el que se veía el cielo oscuro y estrellado. Logan se
acercó a ella despacio, sin hacer demasiado ruido.
—¿Todo bien? —preguntó vacilante.
—Sí. —Hollie se giró y le sonrió, pero fue una de esas sonrisas un poco
inquietas y le tembló la comisura de los labios. Le cogió el vaso de la mano—.
Gracias.
Dio un trago. Luego otro más y otro, hasta acabárselo casi de golpe. Hollie
cerró los ojos ante el ardor de garganta y dejó el vaso vacío en la mesita de
noche. La habitación era pequeña, pero olía a un ambientador suave y agradable
y estaba ordenada.
—¿Seguro que te encuentras bien?
Logan se sentía inseguro, pero fue incapaz de decir nada más cuando ella se
puso de puntillas y alcanzó sus labios. Gimió contra su boca al estremecerse y
alargó la mano para depositar también su vaso aún lleno en la mesita.
Hollie sabía a whisky y era absolutamente deliciosa.
Él ya estaba más que excitado cuando ella le quitó la camiseta por la cabeza.
Recorrió su boca con la lengua, besándola mientras bajaba con lentitud los
tirantes de aquel vestido rojo que lo estaba volviendo loco. Hollie se apretó más
contra él y Logan pensó que nunca un gesto tan básico como aquel lo había
desestabilizado así. Sintió un latigazo de deseo en la entrepierna y tuvo que
hacer un esfuerzo para seguir siendo delicado con ella.
—Date la vuelta —le pidió con voz ronca.
Hollie obedeció, temblando, pero haciendo todo lo posible para que él no lo
notase. Le fallaron un poco las rodillas mientras Logan le apartaba el pelo para
deslizar la cremallera de su vestido hasta abajo. La tela resbaló por su cuerpo y
cayó al suelo, a sus pies.
—Eres preciosa —le susurró Logan al oído.
Ella se estremeció, porque era exactamente la misma frase que le había dicho
aquel día, cuando se besaron en el asiento trasero de su coche. Intentó apartar el
recuerdo y se dio la vuelta hacia él, decidida, antes de empezar a desabrocharle
el botón de los vaqueros.
—Hazlo ya, Logan. Rápido.
—Nena, espera. ¿Qué prisa tienes?
—Te deseo. —Fue lo primero que se le ocurrió, aunque no dejaba de ser muy
cierto, para su desgracia—. Quiero sentirte…
A Logan lo descontrolaron sus palabras. Le habría gustado poder tomárselo
con calma, disfrutar de aquel conjunto de ropa interior que ella llevaba puesto y
quitárselo muy poco a poco, retrasando lo inevitable.
Pero, cuando ella empezó a quitarle los pantalones, supo que estaba perdido.
Terminó de bajárselos él mismo y le arrancó a ella las braguitas y el sujetador de
un tirón antes de tumbarla sobre la calma y quitarle las gafas. Bajó lentamente
por su cuerpo, besándola por todas partes y disfrutando de su piel suave y de
todas las curvas que sus manos se morían por acariciar. Quería probarla y
descubrir a qué sabía, pero antes de que pudiese hundir la cabeza entre sus
piernas, ella tiró de él hacia arriba, exigente.
—Ya, Logan. Hazlo…
Era casi una súplica. Él no entendió su impaciencia, pero no opuso resistencia
antes de coger un preservativo del cajón de la mesita. Volvió a besarla mientras
sus manos tanteaban su entrada. La notó estrecha, tensa. Ni siquiera se le pasó
por la cabeza la verdadera razón por la que estaba así. Le succionó el labio
inferior al tiempo que hundía un dedo en su interior para constatar lo húmeda
que estaba. Lo enloqueció que ella pudiese desearlo así. Y, quizá por eso, cuando
se colocó entre sus piernas no dudó en embestirla de un solo empujón. Fuerte e
intenso. A Hollie se le escapó un grito de dolor. Aún dentro de ella, Logan se
apoyó en los codos para poder mirarla a la cara. Hollie tenía los ojos
humedecidos.
—No me jodas… —Se le revolvió el estómago—. ¡Mierda!
Ella lo sujetó antes de que pudiese apartarse, abrazándolo.
—No, por favor, Logan, no pares ahora.
—Pero, Hollie…
—Te lo ruego.
A él se le tensó la mandíbula cuando ella acogió su rostro entre sus manos y
lo besó hasta hacerle perder la cordura de nuevo. Apretó los dientes, resoplando,
y se movió muy despacio, tanto como le era posible. Ella alzó las caderas para
buscarlo y él supo que estaba perdido antes de embestirla con movimientos
controlados. Sabía que el momento de dolor había pasado, pero, aun así, Logan
no podía evitar recordar su mirada llena de lágrimas y pensar que, de algún
modo, le había vuelto a hacer daño. Siempre él. Se amonestó por eso.
—¿Es que no me deseas?
Abrió los ojos al escuchar su voz. ¿Si la deseaba? La deseaba más que a nada
en el mundo. Se enfadó al ver la inseguridad que escondían sus palabras, tan solo
porque él estaba intentando ser delicado. Cogió aire y se movió más deprisa,
intentando demostrarle lo bonita y perfecta que era a sus ojos. La sintió
estremecerse cuando las embestidas se volvieron más profundas y coló una
mano entre ellos para acariciarla también con los dedos. Empujó contra ella un
par de veces más antes de verla arquear la espalda y soltar un gemido de placer
cuando el orgasmo la sacudió; verla así, tan liberada y sin rastro de timidez
durante esos escasos segundos, fue la imagen más erótica que recordaba y la
retuvo en su cabeza para siempre, justo antes de dejarse ir junto a ella, gimiendo
su nombre contra su pelo.
Se quedó unos instantes tumbado encima de Hollie, todavía en su interior,
notando cómo aquel cuerpo femenino respiraba agitado bajo el suyo.
Después la besó despacio.
—Me debes una explicación —le dijo, intentando no sonar muy duro—. Pero
ahora espera aquí. Voy a limpiarme y a preparar la bañera. No te muevas.
Logan se levantó y le dio otro beso antes de alejarse por el pasillo. Fue al
baño y puso el tapón de la bañera antes de encender el grifo del agua caliente,
porque pensó que era justo lo que Hollie necesitaría para aliviar el dolor que
seguramente estaría sintiendo. Se imaginó dentro de la bañera junto a ella,
abrazándola y apoyando la barbilla en su cuello y le recorrió una sensación
placentera que hacía mucho tiempo que no sentía. Cogió un bote de sales de
baño con aroma a lavanda que ya estaba en el apartamento cuando llegó y tiró un
poco en el agua antes de abrir el gel y conseguir hacer un poco de espuma.
Después salió y regresó al dormitorio.
Cuando lo hizo, descubrió que Hollie ya estaba completamente vestida,
abrochándose la hebilla de los zapatos de tacón. Lo miró cohibida y con las
mejillas sonrojadas.
—¿Qué estás haciendo, Hollie?
—Me marcho ya, tengo que irme.
—Te he dicho que iba a preparar la bañera.
—Lo siento. No puedo quedarme…
Ella lo esquivó y caminó decidida hacia la puerta. Logan parpadeó alucinado
y la siguió. Toda la situación de aquella noche estaba siendo surrealista a más no
poder.
—Espera. —La cogió de codo—. ¿De qué va todo esto?
—De nada. —Ella tragó saliva muy nerviosa.
—Creo que me debes una explicación.
—No hay nada que explicar —se apresuró a decir Hollie—. Yo solo quería
eso de ti. Y ahora que ya está hecho, tengo que irme.
Logan la soltó. No dijo nada mientras ella salía y bajaba las escaleras sin
despedirse ni volverse a mirarlo una última vez. Sus palabras se repitieron en sus
oídos sin cesar durante los siguientes días. Yo solo quería eso de ti.
9

—¿QUÉ HAS HECHO QUÉ? —Amber estuvo a punto de escupir su zumo
de naranja antes de ponerse a gritar en medio de la cafetería.
—Cielo, quizá no te hemos entendido bien… —dejó caer Katie, nerviosa.
—No hay mucho que entender. He perdido la virginidad con Logan Quinn.
—¡Me va a dar un infarto! —exclamó Amber.
—¿Pero qué demonios…? —Katie inspiró hondo—. Hollie, ¿hablas en serio?
La aludida se sonrojó y se concentró en remover su café con leche solo para
no tener que enfrentarse a las miradas de sorpresa de sus amigas. No estaba muy
segura de cómo explicarles la situación sin que pareciese que se hubiese vuelto
loca.
—No lo entiendo… —Amber negó con la cabeza.
—Me pareció lo más práctico —se justificó Hollie—. Él me había besado la
noche anterior y pensé que sería una manera fácil de quitarme ese peso de
encima.
—¿El peso de la virginidad? —Katie la miró con ternura mientras Hollie
asentía. Luego cogió su mano y se la apretó por encima de la mesa—. Cariño, la
virginidad no es ningún peso. No existe una edad ni un momento en el que deba
perderse, lo único importante es que lo hagas con una persona que te haga sentir
cómoda, segura y querida.
Hollie parpadeó para no llorar y suspiró.
—Bueno, pues como no había muchas posibilidades de que eso fuese a
ocurrir jamás, decidí hacer algo al respecto. —Ignoró la mirada apenada de Katie
—. Y ya está. Un asunto menos pendiente —dijo quitándole importancia.
—Sigo en shock —murmuró Amber.
—No estuvo tan mal… —dejó caer Hollie, roja como un tomate.
—Oh, ¿en serio? —Katie sonrió traviesa—. Ahora que ya está hecho,
queremos todos los detalles. Vamos, empieza a cantar. Nosotras llevamos años
dándote información.
—¿Tamaño? —Amber abrió los ojos.
—No lo sé… —Hollie se tapó la cara con las manos.
—¿Cómo no vas a saberlo?
—Porque ni siquiera lo miré. Ni lo toqué. Nada.
—Bueno, era tu primera vez, es normal —la calmó Katie.
—Pero fue considerado —admitió Hollie—. Y… agradable.
—¿Agradable en un sentido orgásmico? —preguntó Amber.
Katie le dio un codazo y le pidió que bajase un poco la voz cuando vio que las
señoras de la mesa de al lado les prestaban más atención de la necesaria.
—Supongo que sí… —susurró Hollie.
Estaba tan nerviosa que empezó a juguetear con la servilleta entre sus dedos.
—¿Cómo vas a suponerlo? —preguntó Amber.
—Porque yo nunca antes… ya sabéis…
—¿NUNCA HABÍAS TENIDO UN ORGASMO?
—¡Baja la voz, loca! —exclamó Katie entre dientes.
A esas alturas, media cafetería sabía que hablaban de sexo. Por suerte,
ninguna de aquellas personas podía imaginarse quiénes eran los protagonistas de
la situación.
—Eso es. Fue la primera vez.
—Oh, Hollie, incluso a pesar de toda esta situación tan rocambolesca, no
sabes cuánto me alegro por ti. Si lo llego a saber antes, te habría regalado algún
juguetito por tu cumpleaños.
—¡Amber! —Katie se echó a reír.
—¿Qué? A mí me chiflan. Y a Ezra aún más.
—Vale, he oído suficiente. Calla o empezaré a hablar de cómo lo hace tu
hermano.
—Eso es coacción —se quejó, luego miró a Hollie—. Sigue contándonos.
—Pues eso… —suspiró—. Me invitó a cenar. Y luego fuimos a la habitación.
Dolió un poco al principio, pero luego la cosa mejoró, cuando conseguí que
siguiese.
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Katie.
—Paró al descubrir que era virgen.
—¿Él no lo sabía? —Katie la miró alucinada.
—No, claro que no. Y quiso parar, pero…
—Hollie… no deberías haber hecho eso —la reprendió Katie—. Quiero decir,
es una situación complicada. ¿Qué dijo él?
—Nada, me pidió explicaciones antes de irme, pero no contesté.
Katie y Amber intercambiaron una mirada significativa entre ellas.
—Cariño, ¿no has pensado que eso fue un poco cruel por tu parte? Es decir,
sabes que te queremos y también somos conscientes de que Logan te hizo daño,
pero ponerte a su nivel…
—¿Qué? ¿Cómo puedes decir eso? Para empezar, dudo que Logan tenga
corazón. Es solo una cara bonita y nada más, está vacío por dentro.
Se calló al ver el pánico que reflejaban los ojos de sus amigas, que miraban
más atrás de donde ella estaba. Giró la cabeza despacio y, efectivamente, tan
como se temía, ahí estaba Logan, vestido con el mono de trabajo del taller que
estaba delante de la cafetería y con cara de pocos amigos. A pesar de que era
evidente que la había escuchado, ni siquiera la miró antes de pagar la cuenta de
los dos cafés que cogió en las manos y salir de allí todo lo rápido que se lo
permitieron sus pies.
Hollie se llevó las manos a la cara.
—¿Cómo puedo tener tan mala suerte?
10

Logan intentó concentrarse las dos horas que le quedaban de trabajo en todo
lo que tenía que hacer, pero era incapaz de borrar de su cabeza todo lo que había
escuchado. Las palabras de aquella noche, “yo solo quería eso de ti”, y las
nuevas que había oído esa tarde, “dudo que Logan tenga corazón. Es solo una
cara bonita y nada más, está vacío por dentro”.
Así era como lo veía casi todo el mundo, claro.
Se odió a sí mismo. Llevaba haciéndolo toda la vida. Tenía la sensación de
que siempre había estado rodeado por un aura negativa y, quiénes no le temían,
sencillamente lo despreciaban porque daban por hecho cómo era sin molestarse
antes en conocerlo.
Ezra había sido una de las pocas personas que no había hecho aquello. Se
había molestado en hacerle preguntas, descubrir cómo era y no juzgarlo antes de
tiempo.
—¿Por qué tienes esa cara? —le preguntó tras darle un tornillo.
Logan lo enroscó e intentó calmarse, porque se sentía tan frustrado que le
faltó poco para desahogarse sin control y él no era de los que solía compartir sus
sentimientos con nadie más. Cuando tenía un problema, se apañaba él solo.
Estaba acostumbrado a ello.
—Nada, un día de mierda —resumió.
—Llevas varios así… ¿ha ocurrido algo?
—No. Es este calor —mintió enfurruñado.
—Si necesitas ayuda con algún asunto…
—Gracias, Ezra, pero no —lo cortó.
No era habitual que nadie se preocupase por él y le resultó raro. Logan había
crecido en un ambiente familiar complicado. En el pueblo todos conocían a su
padre, un hombre alcohólico, que había ido acumulando deudas con el paso de
los años y que salía con una mujer callada y fría con la que Logan nunca tuvo
mucha relación, más allá de la estrictamente necesaria. Su madre, que vivía en
California, lo había mandado a vivir con su padre cuando ella conoció a un tipo
adinerado que vendía seguros dentales y decidió casarse con él y empezar una
vida desde cero sin la carga que suponía tener que criar a un hijo.
Así que Logan no estaba acostumbrado a importarle demasiado a las personas
que lo rodeaban. Más bien, todo lo contrario. Las palabras que Hollie había
pronunciado en la cafetería le habían recordado todo aquello de que lo había
intentado huir sin éxito.
En aquel momento, James Faith, el hermano de Amber, entró en el taller.
Logan lo saludó dándole un apretón en la mano, porque el viernes anterior lo
había tratado bien cuando había ido con Ezra al bar de copas en el que se
reunían. A pesar de que de joven a Logan le había molestado su actitud de don
perfecto que lo tenía todo, no podía ignorar que parecía un tipo leal y valoraba
aquello de la gente.
—Hey. —Ezra le sonrió—. ¿Qué tal todo?
—Mal, tengo un problema con la furgoneta. No arranca —aclaró.
—Así que, ¿está en el rancho? —preguntó y James asintió—. Pues ahora
cuando cerremos me pasaré por allí. Tu hermana y mi novia están en la cafetería
de ahí delante, por cierto.
—Sí, siempre están ahí. —James puso los ojos en blanco—. ¿Vendréis este
viernes a tomar algo? Necesito despejarme. Katie me está volviendo loco con la
boda.
—Claro, ¿verdad, Logan? Iremos.
—¿Sabíais que para hacer las invitaciones puede tardarse varias semanas? ¿Y
que hay para elegir unos veinte tipos de papel y unos diez acabados? —les
preguntó.
Logan reprimió una sonrisa. Ezra se rio abiertamente.
—Parece muy interesante —se burló.
—En serio. Es demencial. Debo de quererla mucho para estar dispuesto a
pasar por semejante tortura. —Sacudió la cabeza—. En fin, Ezra, te veo en un
rato por el rancho. Y tú, Logan, ven este viernes, que te debo esa copa a la que
me invitaste.
Salió de allí caminando a paso rápido mientras se revolvía el pelo. A Ezra se
le borró la sonrisa de inmediato y suspiró sonoramente, llamando la atención de
Logan.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—Que se me están quitando las ganas, joder.
—¿Las ganas de qué? —Logan frunció el ceño.
—Iba a pedirle a Amber que se casase conmigo.
—Joder, ¡enhorabuena! Creo.
Ezra se limpió las manos en un trapo.
—¿Te he contado alguna vez que ya estuve casado? Fue hace años, en Nueva
York, y tenía una vida totalmente diferente a esta. La cuestión es que salió mal y
yo juré que jamás volvería a pasar por el altar, pero cuando la miro a ella…
quiero que sea feliz y que tenga una boda si es lo que quiere, ¿me entiendes? No
me mires como si fuese un pringado.
—No hago eso, joder. Yo haría lo mismo. Si encontrase a esa persona especial
con la que quisiese pasar el resto de mi vida, estaría dispuesto a dárselo todo —
se sinceró.
Logan siempre había sido así, se extremos.
No era muy dado a abrirse con la gente, pero, cuando le juraba fidelidad a
alguien, lo hacía por y para siempre, con todas las consecuencias. No era de
medias tintas.
—Me acojona que se vuelva loca con la boda.
—No creo que Amber haga eso… —dijo Logan.
—¿Por qué lo piensas? —Ezra se cruzó de brazos.
—Bueno, no parece el tipo de chica que le da importancia a esas cosas. Y en
cuanto a James, creo que estaba exagerando, no dejes que te meta miedo. ¿No
iban a celebrar su boda en medio del campo o algo así? Eso no suena muy
sofisticado.
—Sí, es verdad, en la orilla del río.
—Lo que decía. Exageraba.
Ezra respiró hondo y apoyó una mano en su hombro.
—Gracias. Creo que se lo pediré pronto.
—¿Ya tienes el anillo? —preguntó.
—Desde hace semanas —soltó.
—Sí que eres un pringado.
Los dos se echaron a reír a la vez.
11

Aquel viernes, Hollie se arregló por primera vez en mucho tiempo para ir al
local de copas. Se dijo a sí misma que era porque, por fin, podía intentar conocer
a alguien sin avergonzarse por ese pequeño problema que ya había solucionado.
Pero una voz en su cabecita le dijo que mentía. La ignoró sacudiéndola mientras
se miraba en el espejo.
Llevaba un vestido ligero y veraniego de color amarillo pálido con un escote
ovalado bastante sugerente para lo que era habitual en ella. Caía tras ajustarse a
la cintura y le quedaba por encima de las rodillas. Se calzó las sandalias
cómodas y se puso un poco de rímel y colorete antes de buscar un bolso que le
pegase y salir de casa.
Llevaba días pensando en las palabras que había dicho sobre Logan, esas que
él mismo había escuchado, y no dejaba de sentir una sensación incómoda en el
estómago.
Cuando llegó allí se sentó en un taburete frente a la barra. Katie ya estaba tras
ella limpiando algunos vasos porque todavía había poca gente a esas horas en las
que todos empezaban a llegar. Le preguntó qué le apetecía tomar y ella se
decidió por un Cosmopólitan.
Acababa de terminárselo cuando llegaron sus amigos.
Sus amigos y su enemigo. O algo así, porque ya no sabía quién era Logan
para ella. Pensar en todos aquellos cambios, la incomodaban. No pudo evitar
fijarse en él.
Llevaba una camiseta oscura que se ceñía a sus hombros y que contrastaba
con sus ojos de un verde intenso y penetrante. Sus labios fríos se apretaron en
cuanto la vio y, antes de que ella pudiese saludarlo tan solo por cortesía, él dio
un paso atrás y se apartó, alejándose un poco antes de pedir una bebida tras la
barra. Hollie se vio sacudida por un abrazo de Amber y los besos que Ezra y
James le dieron para saludarla.
—¿Hace mucho que has llegado? —Amber se sentó a su lado.
—No, una media hora —contestó con un nudo en la garganta.
Observó por el rabillo del ojo a Logan, que coqueteaba con la otra camarera
que trabajaba allí, una tal Susan. Su verdadera cara, pensó al ver lo cómodo que
parecía mientras la chica le hacía ojitos y le tendía una cerveza. Logan ignoró el
vaso y bebió a morro directamente. A Hollie aquello debería haberle parecido
desagradable, pero un pinchazo de deseo la atravesó al ver cómo su estómago se
encogía al alzar el brazo y lo bien que le quedaban aquellos vaqueros. Era una
desgracia mundial que Logan Quinn fuese tan atractivo.
—Me he hecho pis en la cama —dijo Amber.
—Ya, claro, es normal, sí —murmuró Hollie distraída.
—¡No me estás escuchando, maldita seas! —exclamó su amiga antes de
inclinarse hacia ella para susurrarle al oído—. Te lo estás comiendo con los ojos,
disimula un poco.
Hollie se sonrojó. Odiaba que le pasase aquello, porque sabía que Logan era
solo un envoltorio bonito y la hacía sentirse superficial y tonta, algo que no se
consideraba.
—Perdona, ¿qué decías?
—Hablaba de darle una sorpresa a Katie antes de la boda. Había pensado algo
sencillo, irnos las tres a cenar a algún sitio de nivel y luego emborracharnos y
bailar toda la noche. Sin hombres —aclaró mirando a su novio de reojo, que
hablaba con James unos metros más allá—. Solo nosotras, como en los viejos
tiempos.
—¡Me parece genial! —Hollie aplaudió animada.
—Pues no se hable más. Esta próxima semana lo haremos.
—Ya estaré trabajando, podemos dejarlo para el sábado.
—¡Hecho! —exclamó Amber satisfecha.
Estuvieron un rato más charlando hasta que decidieron levantarse para ir a
bailar. Ya había empezado a llegar bastante gente a esas horas. Sonaba una de
esas canciones que te incitan a moverte casi sin esfuerzo y Hollie se estaba
divirtiendo con Amber, pero, a pesar de ello, no podía dejar de pensar en ciertos
ojos verdes. Para su tormento, tropezó con ellos diez minutos después, justo
cuando iba camino de los servicios.
Sorprendiendo a Logan, lo sujetó del brazo.
—¿Podemos hablar un momento? —pidió.
Él respiró profundamente. No parecía alegre.
—¿De qué exactamente? ¿De cómo apareciste en mi casa un día cualquiera
pidiéndome que te follase o de que no tengo corazón? —La atravesó con la
mirada y ella tembló.
—Baja la voz, van a oírte… —susurró ella.
—Ah, genial, ahora te avergüenzas de que pueda saberse que pasaste una
noche conmigo. Fantástico. Lo que faltaba. —Chasqueó la lengua y la miró de
arriba abajo sin cortarse, porque sabía que eso a ella la incomodaría. Dio un paso
adelante, hasta que la espalda de Hollie chocó contra la pared del local. Nadie
pareció prestarles atención cuando él se pegó más a ella—. Escúchame bien. Fui
un imbécil de joven, cuando te hice aquello, y me arrepentiré toda mi vida,
porque no te lo merecías. Yo era un crío, no pensaba en las consecuencias antes
de cagarla. Pero tú… tú no eres tan distinta a mí como piensas, Hollie. Tú
juzgas, sentencias y haces y deshaces a tu antojo como la otra noche.
—No es verdad… —gimió ella bajito.
—Sí que lo es, nena —repitió Logan.
Luego se apartó de golpe y, por alguna misteriosa razón, Hollie echó de
menos el calor de aquel cuerpo masculino. Se miraron en silencio unos segundos
que parecieron minutos, mientras la música seguía sonando a su alrededor y
retumbando en las paredes. Él fue el primero en apartar la vista. También en
marcharse sin molestarse en mirarla una vez más. Hollie se quedó contemplando
su cuerpo lleno de tensión desapareciendo entre la gente.
No le gustó que le dijese aquello. Ella no era así. Nunca había juzgado a los
demás, pero cuando se trataba de Logan… era como si su propia personalidad se
difuminase y terminase por ser otra persona diferente. Una dispuesta a hacer
cosas que jamás se había planteado. Una que desconfiaba por muchas veces que
él repitiese que se arrepentía porque, en algún lugar recóndito, Hollie seguía
siendo esa chica con un vestido azul de gasa que él humilló delante de todos los
chicos del instituto del último año. Y quizá por eso no se había permitido a sí
misma confiar de nuevo en otro hombre ni sentir nada.
Cuando notó que se le humedecían los ojos, salió del local. No supo qué
hacer, pero no quería que sus amigos la viesen así, de modo que empezó a
caminar sin un rumbo fijo, pensando en todo lo que había ocurrido en su vida
durante las últimas semanas y que, en teoría, en esos momentos debería estar
conociendo a algún chico interesante, pero lo único que quería hacer era meterse
en la cama, hacerse un ovillo y no pensar más.
Llegó a su casa, se dio una ducha tras mandarle un mensaje a Amber para que
no se preocupase y, luego, en vez de esconderse entre las sábanas como deseaba,
encendió el ordenador y se preparó una taza de té antes de sentarse delante.
«Reuniones para solteros en el Condado».
12

Hacía meses que Hollie estaba al tanto de las reuniones para solteros que se
celebraban los fines de semana en diferentes puntos del Condado, pero hasta ese
momento nunca se había atrevido a dar el paso. Había llegado el momento. No
solo porque ya no era virgen y eso provocaba que la idea de acostarse con un
hombre no le resultase tan aterradora como antes, sino también porque tenía
ganas de conocer a alguien especial que la hiciese sentir como si fuese el centro
de su mundo. Deseaba algo parecido a lo que tenían sus amigas.
Esas amigas que eran las mejores y que iban a acompañarla el sábado por la
tarde a un almuerzo de solteros, a pesar de que ninguna de las dos lo era. Se
habían vestido igual que ella, de forma informal, con vaqueros, una camisa
sencilla y el maquillaje justo.
—¿Seguro que era por aquí? —preguntó Amber mirando el siguiente cruce.
—En la web ponía que tomásemos el desvío a la derecha y siguiésemos todo
recto —dijo Katie mientras seguía conduciendo por esa misma dirección.
Se perdieron cinco veces antes de llegar a su destino.
Se trataba de una casa de campo de tres alturas y techo a dos aguas, inmensa,
con un jardín espléndido lleno de flores y setos bien podados. En medio del
césped habían dispuesto numerosas mesas con una merienda variada. En contra
de algo más impersonal como la idea de conocer a alguien a través de Internet,
en los últimos meses se llevaba de moda aquello, reuniones de solteros en
diferentes lugares, tardes o veladas agradables en las que podías conversar con
personas que estaban buscando también una pareja con la que compartir su vida.
A Hollie le había parecido algo práctico y fácil de asumir para una persona
tímida como ella, porque, aunque pasase un rato por allí, no tenía la obligación
de hablar con alguien si no le apetecía hacerlo. Eso la tranquilizaba bastante.
Se pasearon entre las mesas tras saludar a la chica que les dio la bienvenida
cuando llamaron al timbre. Amber empezó a comer como un animal todas las
variedades saladas que encontró dispuestas cerca de ella. Se relamió.
—Me pasaría el día en reuniones de solteros a cambio de estas cositas de
hojaldre. ¡Están deliciosas! Hasta ahora, nunca me había planteado seriamente la
idea de dejar a Ezra.
Katie se echó a reír a carcajadas.
—¡Estás como una cabra!
—¿Las has probado?
—No y dudo que pueda hacerlo como siga teniéndote cerca, ¡deja de comer!
—la reprendió dándole un manotazo antes de quitarle el hojaldre y llevárselo a la
boca—. Pues sí que está bueno —farfulló mientras masticaba.
Hollie miró a su alrededor un poco agobiada.
—No sé qué hacer, me estoy poniendo nerviosa…
—Cálmate —se apresuró a decir Katie colocándose a su lado y entrecerrando
los ojos mientras echaba un vistazo a su alrededor—. A ver, veamos que tenemos
por aquí…
—El de la gorra está bueno. Sí, ese de allí —intervino Amber.
—Pues sí, no está nada mal —apoyó Katie— Vamos, acércate a él.
—¿Acercarme a él? ¿Os habéis vuelto locas?
—Dijo la que hace una semana se presentó en casa de su enemigo una noche
cualquiera para pedirle que se acostase con ella… —bromeó Amber.
—Pero eso fue… ¡diferente! Lo que Logan pensase de mí no me importaba
tanto.
Bueno, quizá un poquito sí, pero en aquel momento ni se lo había planteado.
Cuando Hollie tenía un objetivo claro y conciso, como sacar un diez en un
examen, iba a por ello sin dudar ni titubear en el intento. Y eso era lo que esa
noche había hecho con Logan Quinn.
—Está bien, iré a hablar con él —accedió.
De todos los hombres que había visto en el jardín, era el que más había
llamado la atención, pensó mientras se acercaba caminando hacia donde estaba
sentado, un poco apartado de los demás y delante de la mesa de la limonada.
Llevaba puesta una gorra de béisbol y la sombra de la barba le acariciaba las
mejillas. Él alzó la mirada hacia ella cuando notó que se acercaba y le dedicó
una sonrisa espléndida que a Hollie la dejó sin aliento.
—Esto… Hola… —Tragó con fuerza.
Le temblaban las piernas de los nervios.
—Hola. Me llamó Greg Reed.
El chico le tendió la mano y ella se la estrechó. Tenía un acento sureño y los
dedos suaves a la par que masculinos, nada que ver con los de Logan, esas
manos ásperas y más rudas debido a su trabajo. Hollie cerró los ojos al recordar
cómo habían recorrido su cuerpo aquella noche e intentó centrarse en el
agradable hombre que tenía delante.
—Si te digo la verdad, es la primera vez que vengo a una de estas reuniones y
no estoy muy segura de cómo debería… comportarme… o qué decir, ya sabes.
Soltó una risita histérica que la hizo sonrojarse.
—También es mi primera vez —dijo él—. De hecho, estaba a punto de irme,
porque creo que lo de hablar con desconocidos se me da de pena. La verdad es
que me mudé hace unas semanas desde Alabama y pensé que me vendría bien
conocer a gente, así que decidí improvisar y probar con esto a ver qué tal. ¿Por
qué estás tú aquí?
—Soy soltera. —Respiró hondo—. Siempre lo he sido —quiso aclarar, a
pesar de que notó de inmediato cómo la vergüenza la sacudía—. Vivo en un
pueblo pequeño y las probabilidades de encontrar allí a mi media naranja se
reducen a cero.
Los dos se echaron a reír. Él señaló la mesa.
—¿Te apetece un poco de limonada?
—Sí, por favor —le sonrió.
Miró a sus dos amigas mientras el chico le servía un vaso y alzó los dedos en
señal de que todo iba bien. Ellas asintieron y continuaron cotilleando por el
jardín y arrasando con la merienda que se había organizado allí.
—Cuéntame, Hollie, ¿qué te gusta hacer?
A ella le gustó que le preguntase aquello y no fuese a las típicas cuestiones
que se limitaban a saber a qué se dedicaba cada uno o a asuntos más aburridos
como los familiares.
—Leo mucho —contestó—. También salgo con mis amigas. Me apasiona el
rock, la astronomía, las plantas y soy muy curiosa. En realidad, me gusta todo,
cualquier cosa.
—Una chica interesante —contestó Greg.
—Háblame de ti. —Hollie bebió de su limonada.
—Soy una persona a la que le gusta la tranquilidad. De esas que no necesitan
grandes cosas ni momentos para ser felices. Me basta con, no sé, lo mínimo.
Puedo disfrutar de todo.
—Yo también me siento así a veces.
Aunque, en otras ocasiones, era más inconformista.
Una parte de ella se sentía complaciente y lo único que deseaba era, por
ejemplo, encontrar a un hombre bueno y decente, que estuviese dispuesto a serle
fiel. Le gustaba la idea de formar una familia, porque Hollie siempre había
deseado tener hijos. Una estabilidad. Poder darle un beso de buenas noches a su
marido al acostarse y charlar durante el desayuno de cualquier cosa antes de
despedirse para irse al trabajo o llevar a los niños al colegio.
Y luego estaba esa otra parte que Hollie intentaba reprimir más. Esa le decía
que, lo que quería no era solo un hombre bueno, sino también uno que la
volviese loca y que despertase en ella ese tipo de amor arrollador que tenían sus
amigas y que te sacude de los pies a la cabeza. Quería eso. También los niños y
la estabilidad, pero nada de un beso antes de irse a dormir, sino que le hiciese el
amor y la adorase entre las sábanas.
Respiró hondo intentando tranquilizarse.
Estuvo un rato más hablando con Greg y, al final, intercambiaron sus
números de teléfono prometiendo que, la siguiente semana, quedarían para tener
una cita e ir a cenar. Hollie se despidió de él con una sonrisa y un beso tímido en
la mejilla antes de volver con sus amigas.
—¿Ya estás aquí? —preguntó Katie.
—Sí, quedaremos más tranquilos. Ya sabéis, sin público —aclaró.
—¡Es genial! —gritó Amber, tan escandalosa como siempre.
—¿Te ha dado buenas vibraciones? —Katie la miró.
—Sí. Muy muy buenas. Parece fantástico.
—Tenemos buen ojo. —Se echó a reír.
—¿Nos vamos ya? —preguntó Hollie.
—¿Irnos? ¿Te has vuelto loca? ¡Mira toda la comida que queda aquí! —gritó
Amber.
—Lo extraño es que puedas ingerir siquiera una sola oliva más. Te has puesto
morada.
—Puedo. Y debo. Creo que esta noche Ezra ha quedado con Logan para
tomar algo, así que no me podrá hacer la cena y ya sabéis que no sé cocinar nada
más allá de un paquete de palomitas de microondas —explicó.
Hollie frunció el ceño mientras caminaban hacia una de las mesas.
—¿Cómo es posible que Ezra se lleve tan bien con Logan? —preguntó.
—Ni idea. He intentado convencerlo un par de veces de que es el demonio en
persona, pero, según Ezra, tiene sus razones para haberle dado ese trabajo y
confía en él. Ya sabéis lo cabezota que es —puso los ojos en blanco—.
Imposible hacerle cambiar de opinión cuando algo se le mete en la cabeza. Y
está empeñado en que Logan es un buen tipo.
Hollie no dijo nada. Ni que sí, ni que no.
Ya ni siquiera sabía qué opinar…
13

Esa noche de sábado acudió con sus amigas al local, ya que Katie libraba y
otra chica ocupaba su puesto como camarera. Estuvo bailando hasta que se
cansó, feliz tras haber conseguido por fin tener una cita; hacía casi un año desde
la última vez que había salido con un hombre y era casi un acontecimiento. A
pesar de estar pasándoselo en grande y de que tenía una sonrisa pegada a la cara
desde entonces, no podía dejar de observar por el rabillo del ojo a cierto chico de
cabello oscuro y ojos verdes.
Logan estaba apoyado en una de las paredes con una cerveza en la mano y su
típica actitud de soy un chico malo de manual, aunque Hollie empezaba a dudar
de que realmente lo fuese, porque había algo en él que no encajaba con la
imagen que daba al resto del mundo. Últimamente no dejaba de pensar en si
todos los rumores serían ciertos, si realmente Logan había estado en la cárcel
aquellos años o en un correccional, si era tal como se mostraba…
Cuando sus miradas se cruzaron, apartó la vista rápidamente. No pudo evitar
sonrojarse un poco antes de continuar bailando con sus amigas y fingir que no
notaba sus ojos atravesándola mientras se movía al son de la canción que sonaba.
Al verlo despedirse de Ezra y de James, hizo lo mismo con sus amigas y salió
del local. El aire frío de la noche chocó contra su rostro, despejándola un poco.
¿Qué iba a hacer? No estaba segura, pero lo que sí sabía era que nunca en su
vida había improvisado tanto como durante aquellas semanas. Con un nudo en la
garganta, caminó por la solitaria calle siguiendo a Logan al ver cómo giraba la
siguiente esquina en dirección hacia su casa.
Tomó ese mismo camino.
Estaba a punto de llegar a su portal, con la duda de si llamar al timbre o no,
cuando él salió del callejón de al lado y la sujetó por detrás. Ella se retorció entre
sus brazos, agitada y aterrorizada, hasta que escuchó su voz en el oído y supo
que era él.
—¿Por qué demonios me estás siguiendo?
Hollie tragó saliva, armándose de valor para responder.
—Yo… quería hablar contigo… en algún sitio tranquilo…
Logan la soltó de golpe y ella se giró para poder mirarlo a la cara. Él tenía la
mirada sombría, los rasgos muy marcados y la mandíbula en tensión. Pareció
relajarse cuando vio que ella empezaba a ponerse nerviosa. Suspiró y se pasó
una mano por el pelo.
—Está bien. Sube a casa —farfulló.
Hollie lo siguió un poco insegura, aunque se dijo que no tenía razones para
estarlo. Si Logan hubiese querido hacerle daño, había tenido todas las
oportunidades del mundo para ello. Le inundó una sensación de confianza
desconocida mientras subía las escaleras tras él.
Una vez en su apartamento, Logan le preguntó si quería tomar algo, pero ella
declinó la oferta. La charla iba a ser rápida, porque tenía claro qué era lo que
deseaba decir. Ni siquiera se molestó en sentarse cuando él se lo comentó,
permaneció de pie.
—Solo quería pedirte disculpas… —Él le prestó atención, parándose delante
de ella y mirándola tan fijamente que Hollie empezó a ponerse nerviosa y a
titubear—. Por lo que… lo que ocurrió… Lo siento, es que… pensé… pensé
que…
—Cálmate —susurró Logan.
—Perdona. —Cogió aire—. Lo que hice no estuvo bien. Sé que no debí
aparecer en tu casa y no avisarte de algo así, pero no lo pensé. Creí que a alguien
como tú no le importaría demasiado y yo… necesitaba…
—¿Qué necesitabas? —insisto él.
—Dejar de ser… ya sabes —atajó.
—¿Por qué necesitabas algo así?
Ella gimió avergonzada y suspiró.
—Porque quiero poder compartir mi vida con alguien y no haber llegado
todavía hasta el final me ponía nerviosa y hacía que todas mis citas terminasen
siendo un desastre.
Logan comprendió de inmediato a qué se refería y encajó las piezas. Se frotó
distraído la mandíbula sin dejar de mirar a la chica menuda y dulce que tenía
frente a él. Puede que no tuviese ningún rasgo significativo que llamase la
atención, pero a Logan le gustaba su rostro aniñado, su cabello castaño y
ondulado y ese cuerpo curvilíneo que era enloquecedor. Había algo en el hecho
de que ella no se diese cuenta de lo atractiva que resultaba a los ojos del resto del
mundo, que provocaba que a él le gustase todavía más.
—Así que… me utilizaste —resumió.
—Bueno, visto así… —Ella lo miró cohibida.
—Y dime, Hollie, ¿ya has conseguido encontrar a tu príncipe azul?
Ella pensó que era el momento de marcharse por donde había venido. Ya
había cumplido su misión, pedirle perdón, quitarse ese peso de encima. Pero se
quedó allí, clavada en el suelo.
—Estoy en ello. He conocido a alguien.
—Vaya, ¿dónde? ¿en el supermercado?
Logan notó una sensación rara en el pecho al enterarse de aquello y, no supo
por qué, contestó con cierta sorna, aunque se odiaba a sí mismo cada vez que se
burlaba de ella.
Hollie dudó antes de responderle.
—En una reunión de solteros…
Lo dijo tan bajito que él tuvo que inclinarse hacia ella para poder escuchar lo
que decía y entonces su olor femenino se coló en su nariz, aturdiéndolo.
—¿Estás bromeando? ¿Qué gilipollez es esa?
—¿A ti qué te importa? —contestó ella alterada.
—Seguro que es soso hasta matar del aburrimiento.
—¿Por qué dices eso? ¡En absoluto! —exclamó.
Logan la miró de arriba abajo, sacándole los colores.
—Porque te pega. Y así podréis pasaros las tardes de domingo tejiendo jerséis
de lana juntos en el porche de casa para los dieciséis o diecisiete nietos que
tendréis.
Hollie se enfureció al escuchar aquello y dio un paso hacia él, a pesar de que
ya estaban muy juntos. Demasiado. Se estremeció al percatarse de ello.
—Pues, ¿sabes qué? ¡Eso me encantaría! —gritó—. Es exactamente lo que
quiero.
—Seguro que sí —replicó burlón. Alzó un dedo y le acarició la mejilla con
suavidad. Ella fue incapaz de apartarse, tan solo se quedó quieta, temblando—.
¿Ya has pensado en cómo vas a complacerle? ¿Has leído algún manual sobre
eso?
Hollie odió la superioridad que desprendía él.
—¿Acaso te importa cómo vaya a ser mi vida sexual?
—No lo sé. ¿Te importa a ti, para empezar? —Había cierto desafío en su
mirada—. ¿Sabes cómo satisfacer a un hombre, Hollie? —preguntó pegándose
más a ella.
—Sé… sé lo que necesito saber… —titubeó.
¿Acaso lo que habían hecho la otra noche no era suficiente? Por lo que ella
había podido ver, Logan se había mostrado más que satisfecho. Frunció el ceño
al recordar las palabras de Amber cuando le había preguntado por su tamaño y
ella le había respondido que ni siquiera había tocado esa parte de su anatomía.
Tragó saliva, nerviosa, cuando él la miró.
Había un brillo peligroso en esos ojos verdes.
—Yo podría enseñarte lo más básico —le susurró.
—No… no creo que sea apropiado… —Respiró hondo.
—Deja de hablar como si vivieses en la época de Jane Austen. —Logan
deslizó una mano por su cintura y la pegó a él hasta que sus cuerpos chocaron.
Hollie reprimió un gemido ahogado que luchó por escapar de su garganta—.
Podría darte a conocer unas reglas sencillas y demostrarte cómo se hacen las
cosas. Créeme, tengo práctica y mucha experiencia.
—No lo dudo. —Se lamió los labios secos.
—Odio que hagas eso… —gruñó él.
Hollie apoyó las manos en su pecho dispuesta a apartarlo, pero entonces él se
inclinó y le dio un beso en el cuello que la obligó a cerrar los ojos al instante,
como si su cuerpo se rindiese ante aquella caricia. Intentó respirar con
normalidad mientras sus labios le recorrían la clavícula antes de subir por su
barbilla y chocar contra su boca. Ella se quedó sin aliento cuando notó su lengua
húmeda acariciando la suya mientras sus manos vagaban por su cuerpo. No
estaba segura de en qué momento lo que iba a ser una disculpa se había truncado
hasta convertirse en aquello, pero era incapaz de pararlo; lo supo cuando él la
cogió de la cintura, levantándola unos centímetros del suelo, y la llevó hasta el
dormitorio sin dejar de besarla en ningún instante.
Logan apartó un poco las cortinas de la ventana para que la luz de la luna
penetrase en la estancia e iluminase sus sombras. Volvió a besarla, esta vez más
lento y dulce.
—Voy a explicarte paso a paso cómo funciona esto… —dijo y Hollie ni
siquiera se paró a pensar en si bromeaba o no, porque estaba aturdida por sus
labios—. Primero tiene que existir la química, ¿lo entiendes, Hollie? La química
entre dos personas no se puede forzar ni buscar, tiene que estar, sin más. Desear
fundirte con la otra persona. Y una vez eso existe, viene el impaciente acto de
quitarse la ropa… —susurró mientras la desnudaba con rapidez—. Dime si lo
has entendido, nena.
Hollie asintió con la cabeza, aturdida al tiempo que él le sacaba el vestido por
la cabeza y le desabrochaba el sujetador, que cayó a un lado. Logan la miró.
—Ahora desnúdame tú a mí —le dijo, tan seguro de sí mismo como siempre
y con cierta arrogancia.
Hollie cogió aire, nerviosa, y Logan se lo puso más fácil alzando los brazos
en alto para que ella pudiese quitarle la camiseta sin problemas. Esa vez sí que lo
miró. Se fijó en los músculos marcados de su estómago, en aquel torso que
parecía sacado de la portada de una revista y en la fina línea de vello que
descendía por su cintura. Con el corazón en la garganta y las manos temblorosas,
le desabrochó el cinturón y luego el botón de los pantalones.
Él colaboró para bajárselos. Hollie miró aquel cuerpo perfecto enfundado en
esos bóxer oscuros y abultados. Ella estaba temblando, aunque no sabía si de
excitación o de nervios. Logan pareció notarlo y se inclinó para besarla y
tranquilizarla.
—Cálmate, Hollie —le susurró—. Esto es… se supone que tiene que ser
bonito, algo especial, natural. No debería hacer que te sonrojases.
—No puedo evitarlo —admitió.
Él sonrió por aquel comentario al tiempo que le bajaba a ella las braguitas con
suavidad, deslizándolas por sus piernas y disfrutando del momento. Después
hizo lo mismo con su ropa interior y los dos se quedaron desnudos frente a
frente.
—Mírame —le pidió.
—No puedo…
—Vamos, Hollie.
Ella cogió aire y bajó la mirada para contemplar su erección. No estaba muy
segura de poder compararlo con nada, claro, pero desde luego aquello tenía que
ser grande en respuesta a la pregunta de Amber. Tenía la garganta seca. Él
intentó reprimir una sonrisa le cogía la mano y la guiaba con suavidad hacia su
entrepierna.
—Tócame sin miedo.
Ella se estremeció al hacerlo.
—¿Cómo…? Es que… no sé…
Movió la mano arriba y abajo y él resopló y apretó los dientes. Ella le
preguntó si le había hecho daño y fue a soltarlo, pero él la retuvo de la muñeca
para indicarle que siguiese haciendo eso mismo. Hollie se sintió poderosa al
verlo reaccionar así. Logan no se quedó con las manos quietas, sino que recorrió
su cuerpo despacio, deslizando las palmas de las manos por sus pechos y por las
curvas de su cintura y de su trasero. Respiró hondo.
—Para o me correré —advirtió alterado.
Hollie lo soltó, con las mejillas ardiendo.
—¿Qué… qué hago ahora…?
Logan se enterneció al verla así.
—Túmbate en la cama, boca arriba.
Ella obedeció y él trepó despacio por su cuerpo. Atrapó un pezón entre los
labios y Hollie gimió, contrariada, cuando él ejerció más presión antes de
soltarlo y bajar por su estómago lentamente. Dejó un camino de besos hasta
situarse entre sus piernas.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Hollie.
—Relájate, nena. Tú solo disfruta.
Ella quiso obedecer, pero cuando lo vio agachar la cabeza y sintió su lengua
justo ahí, pensó que iba a morir, porque la atravesó una sensación de placer tan
intensa que le tembló todo el cuerpo. Logan la lamió despacio mientras la miraba
con aquellos ojos verdes capaces de enloquecer a cualquiera. Hollie se agitó,
incapaz de contenerse y mantenerse quieta. Sus gemidos se alzaron en la
habitación y sus dedos se hundieron en el pelo oscuro de Logan, algo que a él lo
excitó todavía más. De hecho, cuando la vio alcanzar el orgasmo, tuvo que hacer
un ejercicio de autocontrol para no terminar también en ese mismo instante,
junto a ella, y eso era algo que jamás le había ocurrido.
Después subió por su cuerpo, le dio un beso y la penetró. Nunca había tenido
tantas ganas de estar dentro de alguien. Intentó ser delicado, pero sus embestidas
pronto se volvieron fuertes e intensas, y los jadeos de los dos inundaron el
dormitorio. Logan le clavó las yemas de los dedos en la cintura para moverse
más rápido y más profundamente antes de correrse con un gruñido de placer que
para ella fue el sonido más erótico que había escuchado jamás.
—Joder… —Logan cogió aire y se apartó.
Se tumbó a su lado, con la mirada fija en el techo y la respiración aún agitada,
porque su pecho subía y bajaba al son de cada bocanada de aire que tomaba.
Cuando se calmó, abrió los ojos.
Ella estaba mirándolo fijamente.
—¿Siempre es así? —le preguntó.
—No. —La besó—. Casi nunca.
—¿Qué quieres decir? —Arrugó su nariz y a Logan le pareció adorable el
gesto, algo que, desde luego, no era propio de él. Sería el sexo, que le aturdía.
—Nada. Olvídalo. No pensarás salir huyendo también esta vez, ¿no?
—En realidad debería… —empezó a decir.
—Vamos, ven aquí. No me hagas enfadar.
Hollie lo complació y apoyó la cabeza en su pecho cuando él abrió los brazos
dispuesto a acogerla entre ellos. Se quedaron así un buen rato, abrazados en
silencio. Ella podía escuchar cómo a él le latía rápido el corazón dentro del
pecho. Se dijo que era una suerte que ese mismo lunes empezase a trabajar de
nuevo en el instituto, porque Logan era una distracción que no podía permitirse,
una de esas que cuando se te metían dentro ya no podían salir.
Se movió lentamente, un poco perezosa.
—Es tarde, tengo que irme ya —dijo.
—Puedes quedarte a dormir. Y otro asalto…
Logan deslizó la mano por su muslo y ella se estremeció en respuesta, como
si su piel lo reconociese y reaccionase al instante. Sacudió la cabeza para
quitarse esa idea y se puso en pie. Buscó su ropa interior en el suelo mientras él
la miraba fijamente.
—¿Ocurre algo, Hollie? —preguntó con la voz ronca.
—No, solo es que… esto no está bien —admitió.
Él se levantó y se puso la ropa interior, malhumorado.
—Pensaba que habíamos dejado atrás nuestras diferencias.
—Y lo hemos hecho. Más o menos —titubeó—. Pero eso es una cosa y otra
muy distinta es esto, quedarme a dormir en tu casa, repetirlo otra vez…
—Hollie, no exageres…
—No debería haber ocurrido.
—De acuerdo. —Logan se pasó una mano por el pelo—. Toma, tu vestido —
añadió tras recogerlo del suelo mientras ella se terminaba de abrochar el
sujetador.
Cuando estuvo lista, Logan se puso un pantalón de chándal y una camiseta
cómoda y le dijo que la acompañaba hasta la puerta. Evitó mirarla antes de
despedirse, porque sabía que si lo hacía volvería a besarla y a pedirle que se
quedase. No le gustaba cómo lo hacía sentir. Tan cómodo. Tal como le había
ocurrido con ella diez años atrás en el interior de ese coche, con la persona
menos pensada del mundo… Pero a veces las cosas simplemente surgen, sin
buscarlas ni proponérselo.
Cerró la puerta con fuerza.
Mientras volvía a la cama y aspiraba con fuerza la almohada que todavía olía
a ella, se preguntó cómo sería ese chico con el que había quedado para tener una
cita. Seguro que listo, con un título universitario en el que se hubiese
matriculado con todos los honores. Uno de esos tíos que visten con chaquetas
con coderas, que se dejan perilla para parecer más interesante y con los que las
chicas como ella terminan formando una familia perfecta, de esas que aparecen
en las postales de vacaciones con sonrisas inmensas.
Él nunca sería ese tipo de hombre. No había ido a la universidad. Es más, ni
siquiera había terminado la secundaria porque se había marchado a los diecisiete
años dejando el instituto a medias. No sabía caminar como un estirado ni le
gustaba llevar las camisas perfectamente planchadas y metidas por dentro del
pantalón. Ni siquiera soportaba la idea de tener que fingir durante más de veinte
minutos que era así. Lo que significaba que estaba lejos, muy lejos, de conseguir
algún día mantener cerca de él a una chica como Hollie.
Logan siempre sería el que la enseñaría cómo satisfacer a otro hombre con el
que sí desease pasarse toda su vida. Y no supo por qué aquella idea le molestó,
dado que él no creía en el compromiso, pero lo hizo. Le jodió. Le jodió tanto que
le dio un golpe al colchón.
14

El lunes por la mañana, mientras se arreglaba delante del espejo, Hollie se
repitió a sí misma que aquel primer día en el que iniciaba el curso escolar y su
trabajo, empezaría también una nueva etapa de su vida. Una de la que Logan
Quinn no formase parte, porque no podía seguir dejándose llevar por un deseo
tonto en vez de pensar con la cabeza. Y tenía que organizar de una vez su vida,
marcando prioridades y objetivos que cumplir.
Satisfecha con sus pensamientos, fue al instituto.
Como todos los comienzos de curso, aquel fue un día largo y complicado. Los
alumnos estaban exaltados y no dejaban de hablar después de las vacaciones de
verano. Tuvo que pedirles tres o cuatro veces que se callasen antes de conseguir
que lo hiciesen.
—Bien, gracias por vuestra atención. —Se colocó bien las gafas en el puente
de la nariz subiéndoselas con el dedo—. Como intentaba decir, hoy empezáis un
nuevo curso, el último y también el más importante porque condicionará todo
vuestro futuro. Tenéis que pensar que en pocos meses comenzarán a llevarse a
cabo las solicitudes a la universidad y que es importante que trabajéis desde el
principio y no de cara a la recta final.
Paró de hablar cuando llamaron a la puerta.
Una chica de cabello castaño y ojos redondos la miró con timidez.
—Hola, me llamo Brenda, creo que esta es mi clase…
—¿Eres nueva, Brenda? —Hollie cogió la lista de alumnos y, cuando la
repasó, encontró aquel nombre casi al final—. Vale, sí, ya te veo. Pasa, cielo,
siéntate en ese hueco libre.
Brenda obedeció y caminó entre los pupitres con la mochila al hombro.
Cuando se acomodó, Hollie prosiguió con aquella charla que pretendía motivar a
los alumnos antes de que el curso empezase. El primer día solía ser relajado y
más dinámico.
Cuando acabó las clases al mediodía, se dirigió al comedor del centro para
coger algo preparado. Estaba en la fila del profesorado con una bandeja cuando
distinguió cierto rostro familiar. Se quedó de piedra, observándolo. Él sonrió al
verla.
—Vaya, ¿qué haces aquí? —le preguntó.
—Trabajo aquí. ¿Y tú? —Ella lo miró.
—También. —Greg sonrió—. Te dije que me había mudado —siguió
comentando mientras pedía que le pusiesen un poco de sopa—. Fue por la plaza
que conseguí en este instituto, pensé que valdría la pena hacerlo, aunque fuese
un par de años y decidí ir a esa reunión para conocer a gente de los alrededores.
Ya sabes, estoy solo aquí.
—¡Qué casualidad! —exclamó sorprendida.
—Ya ves. Te iba a llamar para quedar este próximo sábado, pero creo que no
habrá problemas en preguntarte directamente en persona si te apetece ir a cenar.
Hollie intentó reprimir una risita.
—Sí que me apetece —contestó.
Ella se encargó de que Greg no se sintiese solo y de presentarle a algunos
profesores de otros cursos que todavía no había tenido la oportunidad de
conocer. Después se sentaron en la mesa a comer, junto a otros compañeros.
Mientras se llevaba un trozo de brócoli a la boca, Hollie no pudo evitar fijarse en
la chica nueva, Brenda, y en el hecho de que estaba sentada sola en una mesa,
comiendo, mientras escuchaba música con los auriculares.
Cuando se terminó su comida y quitó la bandeja, se acercó a ella.
Hollie tenía una tendencia natural a preocuparse en exceso por sus alumnos.
Todavía más con aquellos que no parecían encajar bien, porque le recordaban a
ella misma…
Se sentó enfrente de la chica, que se bajó los cascos.
—Hola. Eres Brenda, ¿verdad? —preguntó para entablar conversación,
aunque recordaba perfectamente su nombre.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí. Y usted la señorita Stinger, ¿no?
—Llámame Hollie, a secas. Todos lo hacen.
La chica le dirigió una sonrisa sincera de oreja a oreja.
—De acuerdo. Lo haré.
—¿Qué estás escuchando?
—Rock de los ochenta. Es un disco que me regaló mi hermano. Una
recopilación.
—Los ochenta fueron los mejores. —Hollie sonrió cómplice—. ¿Y a qué se
debe que estés aquí sentada sola? ¿Has tenido problemas con algún compañero?
—No, supongo que simplemente soy la nueva.
—¿Quieres que te presente a algunas chicas?
—No es necesario, señori… Hollie —se corrigió y pareció un poco
avergonzada por la sugerencia—. Me imagino que la situación mejorará cuando
vaya conociéndolos en clase.
—Claro. —Asintió, aun sin estar demasiado convencida—. Me encantaría
poder reunirme con tus padres algún día de esta próxima semana. Hablar de tus
notas, de cómo te iba en tu anterior instituto y, ya sabes, ponernos al día —
aclaró.
—No creo que eso sea posible…
—¿Les supone un problema?
—Mi hermano mayor es mi tutor.
—Ah, bueno, en ese caso… puede venir él.
Brenda sonrió un poco más tranquila y cogió aire.
—Le preguntaré qué día le viene bien y se lo diré.
—Claro. Ven a verme cuando lo sepas.
Hollie se levantó de la mesa y vio por el rabillo del ojo cómo Brenda volvía a
ponerse los auriculares antes de que ella diese media vuelta y saliese del
comedor.



Esa tarde, en vez de quedar en la cafetería como siempre, Amber les preguntó
a ellas si podían ir a merendar a su casa. Así que, sobre las cinco, Hollie llamó al
timbre. A una parte de ella le había alegrado aquel cambio de planes, porque ir a
la cafetería suponía tener que estar justo delante del taller en el que trabajaba
Logan y eso le parecía una tortura. Pero a la otra parte, esa que no quería ni
pararse a escuchar, le habría resultado agradable poder verlo porque, después de
lo que había ocurrido entre ellos dos días atrás, aquel sábado, Hollie no podía
sacárselo de la cabeza. No solo el acto en sí, sino que hubiese sido con él.
Apenas había dormido durante esas dos noches. En cuanto cerraba los ojos
sentía un delicioso hormigueo entre las piernas al recordar la voz ronca de Logan
gimiendo en su oído y esa manera que tenía de mirarla de arriba abajo
devorándola con los ojos como si ella fuese especial, atractiva e inteligente.
A Hollie nunca antes la habían mirado así.
Se obligó a tranquilizarse mientras subía las escaleras y, cuando llegó,
descubrió que la puerta ya estaba abierta. Al entrar, vio a Katie y Amber saltando
en el sofá como locas.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Hollie.
—¡Ezra me ha pedido que me case con éeeeeeeeel! —gritó Amber.
Y un minuto después eran tres las que saltaban en el sofá entre chillidos.
Amber estaba eufórica y no dejaba de mirar el pequeño anillo que llevaba en
el dedo. Les pidió que se sentasen y regresó un minuto después con una botella
de champán en la mano. La descorchó golpeando el techo con el tapón y riendo
antes de servir las tres copas.
—Ya sé que es lunes, pero tenía que celebrarlo.
—¿Cuándo fue? —preguntó Katie
—Anoche. Después de cenar.
—¿Y cómo fue? —Hollie la miró.
Se imaginó el día que aquello le ocurriese a ella, si es que llegaba a pasar. Lo
deseaba tanto que algo se encogió en su estómago al pensarlo. Suspiró hondo.
—Precioso. —Amber hizo un puchero—. Ezra juró que jamás volvería a
casarse después de que su anterior matrimonio fuese un desastre, así que no me
lo esperaba. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Bueno, vale, sí,
miento. Se me había pasado por la cabeza, pero en plan ilusión imposible —
parloteó—. Así que, cuando ayer paró la película que estábamos viendo y se
sacó el anillo del bolsillo casi me da un infarto.
—¿Te lo pidió en mitad de una película? —preguntó Katie.
—Sí. Y fue precioso. —Ignoró la cara de su amiga—. Me pareció… muy
real. En medio de nuestro día a día. Es lo que más me gusta, cuando llega la
noche y por fin podemos vernos, hacemos la cena juntos y luego nos sentamos
en el sofá y nos damos mimitos.
—Ohhhh. —Hollie iba a llorar corazones de purpurina de un momento a otro.
—Tienes razón, es bonito —admitió Katie sonriendo.
—Y él estaba muy nervioso. Le temblaba la mano.
—Qué tonto. —Katie se rio.
Hollie quería decir algo, pero tenía un nudo en la garganta. Porque ella ni
siquiera tenía muy claro qué sería una declaración bonita o no, ella ni siquiera
había imaginado nunca cómo le gustaría que fuese aquel momento porque lo
veía tan lejano…
—Así que, ¡brindemos! —gritó Amber.
Las tres chocaron sus copas. Ella bebió un trago largo.
—Y tú, ¿qué nos cuentas?, ¿alguna novedad? —le preguntó Katie.
Logan Quinn me dio una clase sexual que no olvidaré en mi vida, recordó,
pero no consiguió que las palabras saliesen de su garganta, así que negó con la
cabeza hasta que recordó algo.
—Ah, sí, lo había olvidado, ¡Greg trabaja en mi instituto!
—¿Greg? ¿El de la gorra y la merienda de solteros?
—El mismo. Vamos a ir a cenar juntos la próxima semana.
—¡Parece cosa del destino! —exclamó Katie emocionada.
A Hollie le hubiese encantado sentirse igual, con ese entusiasmo, pero tenía
una especie de bola en el estómago que la incomodaba todo el tiempo y no
conseguía sacarla de allí. Intentó pasar la velada lo mejor posible e ignorar esa
sensación. Pidieron comida china para cenar temprano y, cuando estaban
terminando entre risas y confesiones, se escuchó la cerradura de la puerta
girando y Ezra apareció en el comedor poco después.
—Chicas —les sonrió—. ¿Cómo va eso?
—Aquí, celebrando que eres un buen novio —respondió Amber feliz.
Él se inclinó y le dio un beso suave en los labios.
—¿Necesitáis algo? —les preguntó.
—¿Nos traerías el vino que hay en la nevera?
Ezra miró la botella de champán a medio terminar que estaba en la mesa y
reprimió una sonrisa antes de ir a la cocina y regresar con el vino. Lo dejó en la
mesa que estaba delante del sofá en el que se sentaban las tres. Luego se estiró y
suspiró.
—Voy a darme una ducha, estoy agotado.
—¿Por qué has vuelto tan tarde? —preguntó Amber.
—Estaba con mi amante —respondió él.
Su novia le lanzó un cojín que le dio de lleno en la cara y Ezra se echó a reír.
—¡No seas niñato! —le riñó.
—A partir de ahora puede que tenga que salir un poco más tarde algunos días
—dijo al final, mientras se frotaba la barbilla—. Lo siento, cariño.
—¿No se supone que para eso contrataste a Logan?
Hollie sintió cómo se estremecía solo al escuchar ese nombre.
—Sí, pero a partir de ahora le he dado dos tardes libres a la semana.
—¿Y eso se debe a…? —Amber arqueó una ceja.
—Asuntos personales —respondió.
—¿Qué asuntos? —inquirió Amber.
—Cariño, ¿la palabra personales no te dice nada?
Hollie deseó fundirse con la pared. Estaba empezando a ponerse roja y tenía
la sensación de que Katie lo notaba, porque los otros dos desde luego no le
estaban prestando atención. Cuando por fin dejaron de discutir (Ezra se salió con
la suya y le hizo comprender a Amber que no podía contarle algo que no le
concernía a él), Hollie se dedicó a mirarse los dedos en silencio, como si hubiese
algo la mar de interesante en contemplarse las uñas.
Katie se movió a su lado y la rozó con la rodilla.
—Cielo, ¿hay algo que no nos hayas contado?
—No, ¿por qué? —preguntó con la voz aguda.
—Porque eres tan trasparente que es imposible no darse cuenta de que estabas
a punto de levantarte y largarte corriendo en medio de la conversación. —Katie
frunció el ceño—. Oye, si Logan te ha hecho algo malo nos lo tienes que contar,
Hollie…
—¡No, no es eso! —Se apresuró a decir—. No me hizo nada malo…
—¿Entonces? Vamos, ¿no confías en nosotras?
Sí lo hacía. Solo es que le avergonzaba hablarlo…
—Me hizo algo bueno —confesó al fin.
—¿Algo bueno?, ¿te ayudó a cargar las bolsas de la compra?, ¿te compró
bombones? Sé un poco más específica, Hollie —pidió Amber.
Hollie se retorció las manos, nerviosa, y suspiró.
—Bueno, pues resulta que… me dio una clase sexual o algo así… —soltó.
—¡La leche! —Amber se puso en pie de un salto.
—¿Te has vuelto a acostar con Logan? —gritó Katie.
—¡DETALLES! —Exigió Amber volviendo a sentarse.
—¿Y qué pasa con Greg? —Katie arrugó la frente.
Hollie se sintió un poco abrumada. No estaba acostumbrada a ser el centro de
atención, ni siquiera cuando se trataba de sus amigas, porque nunca tenía muchas
cosas que contar. Normalmente solía ser Katie la que les hablaba de James o,
más tarde, Amber les contaba con pelos y señales todo lo que ocurría con Ezra.
Y ella se había acostumbrado a escuchar, sonreír y aconsejar, pero nunca había
estado en el otro lado.
—Es grande. —Soltó lo primero que se le pasó por la cabeza, un poco
aturullada, y luego se puso roja como un tomate.
Amber y Katie la miraron en silencio.
—¿Grande? —Amber arqueó la ceja.
—Su… su…. ya lo sabes, ¡no me hagas decirlo!
Hollie se llevó las manos a la cara y sus amigas se echaron a reír.
—Vale, necesitamos esa copa de vino con urgencia —dijo Katie.
Sí, le sentó bien darle un trago largo cuando se la tendió llena.
—Recapitulemos. Te has tirado a Logan. Otra vez.
—¿Debería preocuparme? —preguntó Hollie bajito.
—Cielo, creo que a eso solo puedes responder tú.
—¿Significó algo? —preguntó Amber.
—No. No, claro que no. —Tosió, alarmada—. ¿Cómo va a significar algo? Es
Logan Quinn, ¡por Dios! El chico que se pasó medio instituto sin mover un dedo
cada vez que se reían de mí los demás y el que dio la estocada final. No puede
significar nada —aclaró.
—Entiendo… —Katie frunció el ceño con levedad.
Amber pareció dudar antes de decir lo siguiente:
—Quizá Ezra tenga razón, quizá… haya cambiado.
—Da igual. —Hollie se removió incómoda—. No me gusta. No es el tipo de
persona que me interesa. Ni siquiera puedo imaginarme compartiendo mi vida
con alguien como él. Es más, tampoco sé qué ha estado haciendo todos estos
años. Creo que en la cárcel. Maravilloso.
—¡Para el carro, Hollie! —Katie se rio—. Nadie te está diciendo que vayas a
casarte con él, Amber solo ha sugerido la idea de que quizá, solo quizá, haya
cambiado un poquito y ya no sea el mismo chico que conociste en el instituto.
Hollie se mordió el interior del carrillo, incómoda.
Ella sí se lo había imaginado ya todo en su cabeza, porque era así de
precavida a la hora de analizar las cosas. Ya había calculado que sería el tipo de
hombre que, desde luego, al acostarse no le daría solo un beso de buenas noches,
sino que le haría el amor con esa intensidad que le había demostrado. Sin
embargo… no podía ver junto a él la otra escena, la de por la mañana, esa en la
que ella estaba sentada en la cocina comiendo tostadas y rodeada de niños. No
imaginaba a Logan siendo responsable, un hombre familiar, no sabía por qué.
—Voy a salir con Greg —concluyó como si eso lo respondiese todo.
15

Greg era un tipo interesante.
Mientras cenaban en un acogedor restaurante de un pueblo cercano, le habló
de su infancia (creció en una granja), de cómo se había esforzado por conseguir
una beca para ir a la universidad y de lo mucho que le fascinaban los números
(era profesor de matemáticas).
A Hollie la conversación le pareció muy agradable y, cuando quiso darse
cuenta, ya estaban comiéndose el postre. Miró con deseo la crema de chocolate
que él había pedido.
—Puedes probarla, si quieres —la animó.
—Gracias. —Ella sonrió y cogió una cucharada.
Se la llevó a la boca. Estaba cremosa y deliciosa.
—He oído que dentro de un mes se celebra el baile de otoño para inaugurar el
curso.
—Sí, suele ser un momento muy especial para los chicos del último año, ya
sabes, se ponen nostálgicos cuando se dan cuenta de que están a punto de
adentrarse en la recta final.
—He oído lo que dicen de ti —soltó Greg—. Que eres una gran profesora.
Hollie intentó no sonrojarse, pero no lo logró.
—Me encanta enseñar. Siempre fue mi sueño.
—El mío también. —Greg le sonrió con ganas.
Ella correspondió su sonrisa y anotó mentalmente todas esas cosas que tenían
en común. Con Greg, sin lugar a dudas, sí que se imaginaba desayunando por la
mañana rodeada de niños y comentando de forma informal las noticias del día
tras echarle un vistazo al periódico y darle un trago a su café. Quizá le costaba
más ubicarlo en esa parte en la que se iban a dormir y él se dejaba llevar por la
pasión, pero estaba dispuesta a comprobarlo.
Cuando terminaron de cenar, regresaron al pueblo y dieron un paseo por las
calles antes de dirigirse al único local que estaba abierto a esas horas. Hollie
entró junto a él y le presentó a algunos conocidos con los que se cruzaron antes
de que pudiesen acercarse hasta la barra. Pidieron dos copas y se quedaron allí,
charlando animadamente.
Un rato después, cuando se las terminaron y Hollie distinguió por encima del
hombro dos ojos verdes fijos en ella, le sugirió que se marchasen ya. Él se
ofreció para acompañarla a casa y caminaron tranquilamente mientras le recitaba
todas y cada una de las estrellas que había en el cielo, porque no solo era un
amante de los números, también de la astrología.
Al llegar al portal, ella lo miró nerviosa.
—Lo he pasado bien —le dijo.
—Yo también.
—Así que…
—Nos vemos el lunes.
—Claro. Buenas noches, Hollie.
Él estaba a punto de darse media vuelta. Ella esperaba que hubiese intentado
besarla antes de despedirse, pero, claro, Greg era un hombre correcto, así que fue
Hollie la que decidió que por una vez podía llevar las riendas de la situación.
Dejó atrás la timidez y lo sujetó de la muñeca para retenerlo. Se puso de
puntillas y lo besó.
Fue un beso sencillo y suave. Greg reaccionó pasados unos segundos y le
sostuvo las mejillas con delicadeza, nada que ver con los movimientos rudos y
salvajes de Logan cuando la besaba como si el mundo fuese a reducirse a cenizas
de un momento a otro. Pero ¿qué hacía pensando en él cuando estaba besándola
un chico delante de su portal? Hollie se obligó a concentrarse en el tacto de sus
labios, intentando encontrar algún rastro de química.
Aunque, visto de una forma objetiva y científica, la química no era algo tan
necesario, ¿no? Hollie pensaba que los cimientos de un buen matrimonio eran el
respeto y la amabilidad. Poder compenetrarse sin problemas.
Cuando se separó, Greg la miró sonriente.
—Gracias por esta noche, Hollie.
—Gracias a ti —consiguió decir con un nudo en la garganta.


Logan estaba debajo del vehículo, tumbado, y alargó una mano al pedirle a
Ezra que le pasase unas tenazas. El otro se las dio y Logan volvió a concentrarse
en lo que estaba haciendo. No hablaron hasta que terminó de reparar la fuga que
había en el vehículo y se levantó, sacudiéndose los restos de hollín y
limpiándose la cara.
Se dio cuenta de que Ezra lo miraba fijamente.
—¿Qué ocurre?, ¿qué miras?
—Nada. Olvídalo.
—Va, suéltalo, tío.
A esas alturas tenían la suficiente confianza como para saber cuándo el otro
estaba pensando algo que no decía. Logan se había encariñado fácilmente con
Ezra, no solo porque era la única persona que le había dado una oportunidad al
llegar, sino porque le parecía un buen tío, de los legales, y quedaban pocos de
esos. Además, durante aquella difícil semana llena de cambios en su vida, lo
había ayudado dándole dos tardes libres.
—El otro día escuché algo… —empezó a decir.
—Ve al grano, Ezra —gruñó.
—Las chicas vinieron a casa a celebrar con Amber lo de que estamos
prometidos y eso. Yo llegué más tarde, pero escuché algo cuando estaba en el
pasillo.
—Te voy a matar como no lo sueltes ya.
—Hollie dijo que os habíais acostado.
Se miraron en silencio en medio del taller.
—No mentía. —Se limitó a decir Logan.
No le gustaba hablar de su vida personal.
—Joder, ¿tú y Hollie? —Ezra resopló—. ¡Eso es una locura, hombre! Sois
polos opuestos. Y no quiero que le hagas daño, es una chica muy sensible.
Cansado, Logan se estiró mientras suspiraba.
—No voy a hacerle daño, estate tranquilo por eso.
En todo caso será al revés, se dijo, esa chica acabará contigo.
Pero él no iba a dejar que volviese a ocurrir nada entre ellos. Ni tampoco se
derretiría otra vez en cuando la viese delante de su puerta o estuviesen de nuevo
a solas. No, nada de eso.
—Eso espero. Ya sabes, lo ha pasado mal.
—Soy consciente de ello, créeme.
—¿Es cierto que tú…? —Ezra se quedó a medias.
—Si vas a preguntarme por ese baile de fin de curso, sí, es cierto —contestó.
—¿Y por qué lo hiciste? —preguntó el otro.
—No lo sé. Era un crío. —Cogió un trapo para limpiarse las manos—.
Apenas tenía contacto con mi familia y pensaba que los idiotas de mis amigos
eran todo mi mundo. Así que cometí el error de seguirles el juego. Ni siquiera lo
pensé.
—Todos nos hemos equivocado alguna vez…
Logan se encogió de hombros y sacudió la cabeza, contrariado.
—¿Y puede saberse qué hacía hablando con sus amigas de algo así?
—¿Te sorprende? —Ezra se echó a reír—. Tío, las chicas hablan de todo.
Cuando digo todo es todo, con lujo de detalles. Ya lo sabes para la próxima vez.
—No habrá una próxima vez —farfulló.
Ezra reprimió una sonrisa antes de meterse en el despacho.
16

Hollie se colocó bien las gafas y cogió aire.
—De acuerdo, chicos, espero que las tareas que os he mandado hayan
quedado claras, pero, si tenéis alguna duda, no dudéis en venir a verme durante
la hora de tutoría.
—¿Podemos salir ya? —preguntó Dean, un alumno.
Ella alzó el brazo para mirar la hora y asintió.
—Sí, ya podéis recoger e iros.
Al instante una estampida de alumnos pareció ponerse en pie. Hollie intentó
no echarse a reír mientras cogía sus carpetas y los exámenes iniciales y salía la
última. Era la una del mediodía y tenía una reunión con el tutor de Brenda, la
chica nueva.
Se dirigió a paso rápido hasta su despacho. Entró, se sentó en su mesa y
ordenó los pocos papeles sueltos que había encima, antes de buscar el expediente
de la chica.
Un minuto después, llamaron a la puerta.
Hollie preparó la mejor de sus sonrisas.
—Puede pasar —contestó amablemente.
Su sonrisa se tensó en una fina línea cuando su mirada chocó con esos ojos
verdes que conocía bien. Logan pareció sorprenderse en un primer momento,
pero se recompuso enseguida antes de entrar, cerrar la puerta a su espalda y
sentarse en la silla que estaba delante de la mesa de madera oscura. Le tendió la
mano por encima.
—Encantada de conocerla, señorita Stinger.
—Logan… —susurró ella consternada.
—Llámeme Quinn. O Señor Quinn, que suena aún mejor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —bramó furiosa.
—¿Tan lista y no lo has deducido sola?
—Este es mi lugar de trabajo, es un asunto serio y…
—Soy el tutor de Brenda —aclaró.
—Imposible. —Hollie abrió su expediente—. ¿De Brenda Fisher?, ¿por qué?
—Porque soy su hermano —contestó.
Ella parpadeó alucinada, sin dar crédito.
—No lleva tu apellido —insistió.
—Hermanos por parte de madre.
—¿Y dónde está su madre?
Él la fulminó con una mirada dura.
—Eso no es asunto tuyo, Hollie.
—Perdona, es solo que… no me lo esperaba —titubeó—. Está bien. Así que
eres el hermano y el tutor legal de Brenda.
—Exacto. Me dijo que querías hablar.
Hollie hizo un esfuerzo enorme por tragarse toda la curiosidad e intentar ser
profesional.
—Sí, le pedí que concertase una reunión para tratar ciertos detalles. Ya sabes,
es una alumna nueva, siempre cuesta un poco adaptarse. Pasó unos primeros días
más duros, pero creo que esta semana lo lleva mucho mejor…
—¿Brenda estuvo mal? —preguntó preocupado.
—Oh, no. Un poco sola. A eso me refería.
—¿Cómo de sola? —insistió y ella no pudo evitar enternecerse ante el interés
y la necesidad de protección que vio en esos ojos verdes que la miraban.
—En la cafetería. Es normal. Esta semana ha hecho un par de amigas y
parece que le va bien, no te preocupes. En cuanto a lo otro… quería saber cómo
han sido sus notas hasta la fecha, qué ideas tiene para el futuro, ¿planea ir a la
universidad?
—Por supuesto que sí —se apresuró a contestar Logan.
—¿Qué tal le fue en los cursos anteriores?
—Bien, es una chica lista —respondió él.
—De acuerdo. ¿Has hablado con ella sobre a qué universidades quiere ir?
Sería interesante valorar la nota media de cada una de ellas y trazar una meta
concreta y asequible.
—¿Asequible? —Logan parpadeó.
—Imaginé que lo tendrías en cuenta.
Hollie titubeó de nuevo al ver la expresión furiosa en el rostro de Logan. Él
respiró hondo y cerró los ojos antes de abrirlos y fulminarla con la mirada.
—Brenda irá a la universidad que quiera. Pediré los préstamos que hagan
falta.
—No pretendía ofenderte… —replicó rápidamente ella.
—No me has ofendido —aclaró Logan. Luego, cuando se calmó, la miró—.
Creo que quiere ir a Stanford. También le gusta Columbia.
—De acuerdo. —Al coger un bolígrafo para anotar eso en un papel y meterlo
en su expediente, Hollie se dio cuenta de que le temblaban las manos.
—¿Hay algo más que necesites saber? —preguntó él.
—Cualquier cosa que sea útil sobre ella estará bien.
—Es lista, saca buenas notas, no da problemas e irá a la universidad que
quiera —enumeró Logan antes de ponerse en pie—. Creo que eso es todo.
Hollie se levantó a la vez y se acercó a él, nerviosa.
—Logan, espera. Si he preguntado algo que te ha molestado, yo solo…
—No has hecho nada. —Él no pudo evitar fijarse en los botoncitos de su
vestido que recorrían la zona del escote. Se imaginó rompiéndolos dándole un
tirón a la tela antes bajarla para cubrir sus pechos con su lengua. La miró. Con
sus gafas y esos labios contraídos en una mueca, lo último que debería haberle
parecido es apetecible, pero Logan era incapaz de sacársela de la cabeza y lo
encendía como no recordaba que nadie más hubiese hecho nunca. Dio un paso
hacia ella antes de marcharse—. ¿Tuviste tu cita perfecta? —preguntó.
Ella tardó en contestar, porque sabía que Logan la había visto en el local dos
noches antes con Greg, pero por alguna razón quería que ella respondiese.
—Sí, la tuve. —Tragó saliva lentamente.
—¿Y qué tal fue? ¿Te sirvió mi clase?
—No pienso responder a eso. Y menos aquí.
Logan se giró y le puso el pestillo a la puerta antes de volver a mirarla.
—Fin del problema, nadie podrá abrir y oírte. Responde ahora.
—Logan, te estás pasando —lo advirtió.
—Creo que, después de instruirte gratuitamente, lo menos que merezco es
saber si sirvió para algo o si me hiciste perder el tiempo.
Logan notó un nudo en el estómago al decirle aquello, pero lo ignoró. Porque,
aunque se había prometido escapar de allí cuando antes y no volver a tocarla, al
ver esos botoncitos de su escote había perdido el control. Porque solo de
imaginar que otro hombre la besase ahí, en ese hueco perfecto, deseó hacerlo
añicos y borrarlo de la faz de la tierra.
—Eres un cretino —masculló ella.
—Un cretino que te gusta demasiado…
Logan se pegó a su cuerpo y las rodillas de Hollie chocaron contra la mesa de
su despacho. Para no caerse y terminar sentada encima, se sujetó a los hombros
de él y alzó la cabeza para mirarlo, un poco aturdida. Logan sonrió y luego le dio
un beso largo e intenso que a ella la dejó temblando y con el corazón acelerado y
pidiéndole más.
—Dime una cosa, ¿te besó? —preguntó él.
Hollie lo miró fijamente a los antes de contestar.
—Lo besé yo —contestó.
Una expresión peligrosa cruzó el rostro de Logan.
Sus dedos largos y masculinos se posaron en sus labios y los acariciaron
despacio, sin dejar de mirarlos embelesado, respirando pesadamente.
—¿Y te gustó? —masculló.
—No lo sé —susurró ella.
—¿No sabes si un beso te gustó?
Hollie dudó, con las pulsaciones a mil por hora.
—No estuvo mal. —Fue capaz de decir.
—¿Te tocó así? —preguntó Logan deslizando una mano bajo la falda del
vestido y subiendo hasta acariciar el borde de la ropa interior. La apartó a un
lado.
Hollie notó que se quedaba sin aire.
—No —jadeó.
—¿Y así…?
Él hundió un dedo en su interior.
—No…
Logan la acarició despacio con los dedos en el lugar exacto que Hollie
necesitaba aliviar. Ella apenas podía creerse que estuviese haciendo aquello allí,
en su despacho, en el trabajo, con lo responsable y tímida que era siempre de
cara a los demás. Cuando notó que el placer la sacudía, escondió el rostro en el
pecho de Logan para no gritar y se sacudió contra él.
Logan le colocó bien la falda y luego la abrazó.
Acercó la boca a su oreja para susurrarle.
—Si no te hace sentir así, es que no te merece.
La soltó de golpe. Hollie se sujetó al borde de la mesa para no caer.
—¿Y qué papel juegas tú en todo esto?
Logan se giró con la mano ya en el pomo.
—Yo solo soy el chico malo, ¿recuerdas? El que nunca se queda con la chica.
Y sin más, abrió la puerta y se marchó, dejándola descolocada y con los ojos
húmedos. Parpadeó para no llorar, porque lo que estaba empezando a sentir era
demasiado caótico.
17

Logan pasó la página del libro que estaba leyendo con un suspiro, sin dejar de
pensar en cierta chica con gafas que iba a volverlo loco. Antes de que pudiese
volver a recordar por enésima vez lo que había ocurrido en el despacho, Brenda
entró en casa cargada con las bolsas de la compra que acababa de ir a hacer,
porque se había empeñado en que hiciesen juntos un pastel de chocolate y base
de galleta.
Él se puso en pie y entró en la cocina.
—¿Lo has encontrado todo? —preguntó.
—Sí, y virutas de colores para poner encima.
Sonrió al verla así de contenta y animada. La ayudó a sacar los cazos que
necesitaban y el molde que iban a usar para el pastel. Una vez todo estuvo listo,
prepararon los ingredientes.
—Así que, ¿cómo fue la reunión con la profesora?
—Bien. Rápida. —E intensa, recordó.
—¿De qué hablasteis? —insistió su hermana.
De si el tío con el salía la besaba como lo hacía yo.
Carraspeó antes de contestar, un poco nervioso.
—De tus notas, de las universidades a las que quieres ir.
—¿No preguntó por qué tú eras mi tutor?
—Sí —admitió.
—¿Y qué respondiste?
—Que no era asunto suyo.
—¿¡Le dijiste eso a Hollie!?
—Sí, no grites. ¿Y desde cuando la llamas por su nombre de pila?
—Ella me pidió que la llamase así. Y grito porque deberías habérselo
explicado. Hollie me cae bien. Es maja y resulta fácil hablar con ella. Ojalá mis
profesores del anterior instituto hubiesen sido así —resopló.
Logan la miró de reojo y luego volcó la mezcla de galleta en el molde,
mientras el chocolate aún se estaba fundiendo. Brenda parecía pensativa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Logan.
—Nada, me preguntaba si… es una tontería.
—No, cuéntamelo. Sea lo que sea.
—Si tú vivías aquí de joven... —Se mordió el labio—. Hollie nos ha contado
que ella también estudió en ese instituto. ¿Os conocíais?
Logan contuvo el aliento. No le apetecía responder.
—Sí, un poco —admitió.
—¿Y cómo era ella?
—¿Por qué te interesa tanto?
—No lo sé, me parece admirable que una chica de este pueblo tan pequeño
consiguiese ir a una de las universidades más prestigiosas y que luego decidiese
volver para dar clases y que otros pudiesen lograr lo mismo —explicó
removiendo el chocolate.
—Era muy lista. Como tú —dijo Logan.
Notó un nudo en el estómago al recordar a esa chica joven, con aparato, gafas
y ropa que no la favorecía en absoluto. La vio en esos mismos pasillos del
instituto, cuando caminaba con la cabeza gacha cada vez que alguien la
insultaba. Si ahora pudiese volver atrás en el tiempo, los cogería a todos del
cuello y les daría una paliza. Lo que era algo muy irónico, porque entonces,
claro está, tendría que darse una paliza a sí mismo.
—¿Crees que iré a la universidad como ella?
—Claro que sí. Has vivido una época difícil, pero ahora todo será diferente,
Brenda. Ya verás, sin sorpresas. Un año tranquilo para que puedas estudiar y
disfrutar de esta etapa.
—Gracias por todo, Logan. —Lo abrazó.
Él se quedó clavado en el sitio antes de corresponder ese abrazo. Le había
costado mucho llegar a ese punto de su vida, hacerse cargo de sus
responsabilidades y aceptar que hay cosas que no puedes cambiar, como la
familia en la que naces, pero que sí podía empezar a mejorar otras por sí mismo,
con esfuerzo, paciencia y ganas.
—No tienes que dármelas —contestó.
—Sabes que sí. Y, por cierto, este sábado celebra Kelsey su cumpleaños y me
ha invitado.
—¿Dónde es? —preguntó frunciendo el ceño.
—En su casa. No estarán sus padres.
—Eso no ayuda, Brenda —gruñó.
—¡Pero todo el mundo irá! Y te prometo que estaré aquí a las dos.
—A la una —contestó él.
—A la una y media.
Logan puso los ojos en blanco.
—Está bien —accedió—. Ni un minuto más.
Ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
—Y así tú también podrás salir y despejarte un rato.
—No necesito despejarme —farfulló.
—Claro que sí. Sé que cuidar de mí es un engorro.
—No vuelvas a decir eso —le advirtió.
—Pues promete que saldrás un rato.
—Te lo prometo —dijo finalmente.
Ella sonrió. Al parecer, de repente Logan era incapaz de negarse cada vez que
su hermana o cierta chica de gafas le pedían algo. Se estaba convirtiendo en otra
persona incapaz de seguir sus instintos habituales, que eran los de pensar
primero en él mismo.


Hollie se miró en el espejo de su habitación tras quitarse la ropa. Contempló
su cuerpo desnudo preguntándose por qué siempre se había sentido tan insegura.
Cuando Logan la tocaba, se sentía poderosa y atractiva, porque podía leer el
deseo en sus ojos y era real, de ese que apenas puede contenerse. Hasta ese
momento, Hollie ni siquiera pensó que podría causar ese efecto en un hombre. Y
menos en uno que, seguramente, habría estado con muchas chicas mil veces más
guapas y esbeltas de lo que ella era.
Sopesó sus pechos en las manos, recordando cómo él los había besado. Se
estremeció solo al volver a recrear ese momento en su mente, la manera en la
que él la tocaba.
Llevaba horas pensando en él. Y no podía quitarse de la cabeza que cuando
Greg estaba cerca de ella debería sentirse igual que cuando lo hacía Logan.
Derretida por su mirada. Con el pulso acelerado ante la misma caricia. Incapaz
de apartarse cuando la besaba…
¿Por qué no lograba sentirse de esa manera…?
18

Logan deseó retorcer algo con sus propias manos en cuanto la vio allí,
sentada en el taburete frente a la barra y al lado de ese tipo estirado que parecía
aburrirla mientras hablaba. De hecho, vio cómo Hollie se llevaba una mano a la
boca para disimular un bostezo.
Atravesó el lugar, paró delante de ellos y pidió una cerveza.
Hollie lo miró durante unos instantes, pero no dijo nada, ni siquiera lo saludó,
como si se hubiese quedado bloqueada. Él pensó, en cambio, que, por supuesto,
se avergonzaba de él. Cogió su cerveza aún de peor humor y desapareció de allí
internándose entre la multitud. Ezra lo sujetó del codo cuando llegó hasta donde
él y James estaban.
—Hey, ¿qué pasa? Alegra esa cara, es tu noche libre, ¿no?
Asintió. Había dejado a su hermana en esa fiesta media hora antes y, tal como
le prometió, había decidido salir un rato después a tomar algo. James le sonrió.
—He estado pensando… deberías venir a mi boda.
—¿Yo? ¿A tu boda? —Lo miró alucinado.
Habían hecho buenas migas durante aquellos días, pero James siempre había
sido su opuesto y Logan jamás pensó que lo consideraría digno de acudir a su
enlace. Cuando estaban en el instituto, él iba con los chicos problemáticos del
pueblo y James salía con el grupo de los deportistas, esos que nunca terminaban
metiéndose en líos grandes y, si lo hacían, sus padres acababan por solucionarles
el problema a base de tirar de talonario.
—Claro, ¿por qué no? Estará bien.
—¿Cuándo es? —preguntó.
—En dos semanas.
—De acuerdo.
No tenía ropa adecuada, desde luego. Como si Ezra pudiese adivinar lo que
estaba pensando, se inclinó hacia él para susurrarle al oído.
—Bastará con unos vaqueros y una camisa sencilla.
Logan asintió y le dio las gracias.
Se pasó el resto de la noche inquieto, sin dejar de mirar aquel rincón en el que
ella estaba con ese tipo, charlando sin parar. Eso sí, no hacían nada más. Solo
hablaban y hablaban y hablaban. Si él hubiese estado sentado ahí, ya tendría su
mano apoyada en esa rodilla redondeada que ella dejaba a la vista al cruzar las
piernas y subírsele el vestido. De hecho, era probable que su boca estuviese
cubriendo la de ella y…
¿En qué estaba pensando? Parecía un crío con fantasías.
Sacudió la cabeza y se esforzó por disfrutar de esa noche, ahora que casi
nunca podía salir desde que Brenda había empezado el curso y vivía con él.
Estuvo pasando el rato con los chicos, se pidió una cerveza y, cuando empezó a
sentirse un poco agobiado, se despidió de ellos y salió de allí dispuesto a irse a
casa dando un paseo tranquilo.
La brisa del verano aún flotaba en el ambiente.
Solo había recorrido una calle cuando escuchó unos pasos a su espalda. Se
giró y vio que Hollie corría tras él. Deseó abrir los brazos y acogerla sin tener
que decir nada, pero no lo hizo. Tan solo se metió las manos en los bolsillos y se
quedó mirándola.
—¿Qué quieres? —preguntó hosco.
—Nada. He pensado… dar un paseo.
—¿Y vas a dejar que tu chico vuelva solo a casa?, ¿qué pasa si se pierde? —
Se burló.
—No es mi chico y ya se ha ido —aclaró.
—¿Por qué quieres dar un paseo conmigo?
Hollie empezó a ponerse nerviosa. En su cabeza, tenía el diálogo
perfectamente estructurado y sabía exactamente lo que tenía que decir, pero
cuando lo tenía delante no le salían las palabras, titubeaba bajo el escrutinio de
esos ojos.
—Le he dado muchas vueltas y creo que deberíamos intentar ser amigos.
—¿Amigos? —Él la miró con incredulidad.
—Sí, ya es hora de enterrar viejas heridas y olvidar lo que pasó.
—¿Hablamos de lo del instituto o del hecho de que perdiste la virginidad
conmigo?
Logan sintió una pequeña satisfacción al verla enrojecer. Se sacó una mano
del bolsillo para revolverse el pelo mientras ella meditaba su respuesta, aunque
ambos sabían que, cuando lo decía, se refería tan solo a lo que había ocurrido en
el pasado.
—A las dos cosas —contestó dubitativa.
—Quieres olvidarlo todo… —consideró Logan.
—Y conseguir que seamos amigos. No solo por ti, porque creo que quizás has
cambiado y que todos merecemos una segunda oportunidad. —Aquello captó de
inmediato la atención de Logan, que la miró atento—. Sino también por Brenda.
Me cae bien. Soy su profesora. Sería agradable no tener situaciones incómodas
contigo…
Logan notó algo cálido en el pecho y suspiró hondo.
—Está bien. Amigos.
Le tendió la mano. Ella sonrió y la aceptó. Al tocar su piel, sintió un
escalofrío. Caminó a su lado en un silencio incómodo. Logan no parecía
interesado en romperlo, así que lo hizo ella.
—Brenda se está aclimatando bien.
—Eso parece —musitó él serio.
—¿Qué le ocurrió? —se atrevió a preguntar.
Él la miró de reojo con el ceño fruncido, sorprendido porque hubiese tenido el
valor de hacerle esa cuestión tan abiertamente. Dudó, sopesando sus opciones.
La recordó con ese tipo estirado hablando y hablando y hablando… puede que
esa fuese la diferencia; hasta ese momento, quitando cuando él había forzado
para cenar pasta en su casa, no habían charlado apenas. Cogió aire.
—Es mi hermana por parte de madre —le recordó—. Yo la conocí hace diez
años.
—¿A tu hermana? —Lo miró alucinada.
—Sí. Era consciente de que existía, pero estuve todo ese tiempo sin saber
nada de mi madre. Yo vivía aquí, con mi padre y su novia —aclaró—. Así que,
al cumplir los diecisiete años, cuando mi madre me pidió que fuese a California
a vivir con ellas, pensé que sería algo bueno.
Ella tardó unos segundos en volver a preguntar.
—¿Y qué pasó entonces, Logan?
Él la miró tranquilo. Quizá no hubiese hecho lo mismo hace unos años, pero a
aquellas alturas había superado todo eso; lo tenía más que asimilado. Sabía cómo
eran las cosas. Ya no se engañaba pensando que, en el fondo, su familia era
diferente.
—Pasó que en realidad solo quería que volviese a vivir allí porque su marido
se había marchado sin mirar atrás y necesitaba que algún hombre se ocupase de
ellas.
—Pero tú… tenías diecisiete años —recordó.
—No acabé el instituto. Me puse a trabajar. —Siguió caminando con la
mirada clavada en la acera, consciente de la chica que tenía al lado—. Así que
por si te lo estás preguntando, no, ni siquiera tengo el graduado escolar…
—¿Por qué iba a preguntarme algo así?
Hollie lo miró horrorizada. Se imaginó esa responsabilidad sobre sus hombros
con tan solo diecisiete años y le entraron ganas de llorar. Fue a apoyar una mano
en su hombro, pero él se apartó con suavidad, porque lo último que quería era su
compasión.
—Pensaba que sí era importante para ti.
—Pues no lo es. —Hollie lo miró—. Cuéntame qué más pasó.
—Nada. —Se encogió de hombros—. Trabajé durante años; en restaurantes,
en cualquier cosa que encontraba y, al final, en un taller de coches durante los
últimos años. Las mantuve a los dos como pude. Al menos hasta que mi madre
empezó a enloquecer.
—¿A enloquecer? —gimió.
—Fue algo progresivo. Al principio culpaba a Brenda de vez en cuando de
haber sido la causante de que su padre se marchase y las dejase a las dos, por no
haber sido una hija lo suficiente prometedora. —Logan se rio sin humor—. Mi
madre consumía calmantes, era adicta a ellos. Con el paso de los años se le
empezó a ir de las manos. La atacaba constantemente. A mí también, pero podía
soportarlo. Brenda, en cambio, empezó a sufrir ansiedad y taquicardias. Una vez,
mientras estaba trabajando, me llamó la policía.
—Dios, Logan… —Hollie contuvo el aliento.
—No le quedaban calmantes, perdió el control y le dio una paliza a Brenda.
Los vecinos escucharon los gritos y, por suerte, llamaron a la policía. Brenda
tenía una costilla rota al caerse al suelo y todo el cuerpo y la cara lleno de
golpes. —Hizo una pausa—. Y ese día tomé la decisión. Denuncié a mi madre
por malos tratos y a Brenda, al principio, se la llevaron los servicios sociales.
Durante las siguientes semanas, tuve que pasar muchos controles y solicité ser su
tutor legal. Es más complicado de lo que parece.
Hollie ni siquiera podía hablar, así que Logan continuó.
—Tracé un plan con una de las asistentas sociales. Les aseguré que aquí tenía
una casa, cosa que es cierta; la heredé hace años, pero no es habitable y no tenía
dinero para reformarla. Pensé que podría alquilar algo y sería lo mismo. Dije que
me la llevaría al pueblo donde yo había crecido, un sitio tranquilo en el que ella
pudiese pasar su último año. Les pareció una buena idea, hicieron un informe
positivo y me concedieron la custodia. —Suspiró—. Así que me vine unas
semanas antes para organizarlo todo, mientras ella seguía en el centro de
menores. Y, por suerte, Ezra me dio un trabajo, porque lo necesitaba…
Hollie ni siquiera pensó en lo que estaba haciendo cuando se paró delante de
él, interrumpiéndolo, y lo abrazó con fuerza. Logan se quedó congelado mientras
sus brazos lo rodeaban, sin saber qué hacer, hasta que encontró el valor para
corresponder el gesto y la retuvo contra él en medio de aquella solitaria calle de
una noche cualquiera.
No volvieron a decir nada más.
Al separarse, ella lo acompañó hasta la puerta de su casa y se despidió de él
dándole un beso en la mejilla que a Logan le quemó por dentro. Tardó un rato en
dormirse esa noche, porque se quedó despierto hasta que Brenda llegó y porque
no podía dejar de pensar en el abrazo inesperado que Hollie le había regalado.
19

Hollie aún no podía creerse que Logan la hubiese invitado a cenar a su casa.
Se lo había dicho Brenda al terminar una de sus clases porque, en realidad, iban
a celebrar su cumpleaños.
Cuando llamó al timbre, le abrieron enseguida.
Subió un poco insegura. Se había vestido con unos vaqueros y una camisa
sencilla. Llevaba el pelo recogido en un moño informal del que escapaban
algunos mechones. Logan la miró a conciencia mientras sujetaba la puerta antes
de dejarla pasar.
—Entra, estamos terminando la cena.
Hollie lo siguió hasta la cocina, donde sonaba una música de fondo de la
radio y Brenda estaba removiendo lo que había al fuego. Se fijó entonces en que
Logan llevaba un delantal a juego, también de Las Supernenas.
—¿Qué te hace tanta gracia? —gruñó.
—Nada —respondió, pero no pudo evitar bajar la vista hasta el dibujo.
—Ah, esto. —Logan se miró a sí mismo—. Un regalo de Doña Graciosa —
dijo mirando a su hermana de forma acusadora.
Brenda se echó a reír de golpe.
—Pensé que le quedaría bien.
—Le queda muy bien —opinó Hollie.
Logan farfulló una maldición por lo bajo antes de quitarse el delantal de un
tirón y colgarlo tras la puerta. Hollie reprimió una carcajada y empezó a charlar
con Brenda sobre la universidad y los próximos pasos que decía ir dando antes
de la solicitud.
—Creo que prefiero Columbia —admitió.
—Es una gran universidad. —Hollie asintió.
—Seré una de esas periodistas que cubren las noticias de todo el mundo.
Ella sonrió ante el entusiasmo de la joven y la mirada orgullosa de Logan.
Luego los ayudó a poner la mesa y cenaron en el pequeño salón. Estuvieron
hablando de todo un poco y la situación no podría haber sido más relajada. Al
acabar, Logan se retiró un momento y regresó con una tarta pequeña con velas
encendidas que Brenda sopló tras pedir un deseo.
Hollie se fijó en el libro que estaba encima del sofá mientras masticaba.
—¿La llamada de la selva? —preguntó interesada.
Logan alzó la mirada hacia ella, un poco incómodo. Hollie no entendía como
era posible que tuviese unos ojos tan impactantes; cuando se fijaban en ella, era
como si la atravesasen.
—Sí. —Se encogió de hombros.
—Es su libro favorito. Lo lee todos los años —se inmiscuyó Brenda.
—¿En serio? —Hollie sonrió—. También es uno de mis favoritos.
Apartó la vista de él cuando no pudo soportar más ese cosquilleo que
empezaba a subir por su tripa y que parecía reclamar su atención. Agradeció que
Branda le diese algo de conversación y le hablase de sus películas preferidas. Se
recomendaron unas cuantas después de ver que tenían gustos parecidos. Al llegar
la hora de marcharse, Hollie se dio cuenta de lo mucho que su percepción había
cambiado sobre Logan desde que él había vuelto al pueblo.
—¿No piensas acompañarla a casa? —le preguntó Brenda a su hermano.
—Yo… no pensé… —Él frunció el ceño.
—No es necesario —se apresuró a decir Hollie.
—Claro que lo es. Acompáñala. Solo será un paseo.
—Tienes razón. Espera a que coja la chaqueta.
Logan salió un minuto después y bajaron juntos las escaleras. Aunque aún era
principios de otoño, durante las noches refrescaba más y la temperatura no tenía
nada que ver con la calidez que vivían durante el día. Los dos caminaron en
silencio.
—Gracias por la cena. Lo he pasado bien.
—Gracias a ti por venir —contestó él.
Cuando llegaron a su portal, Hollie se giró.
—Logan, siento haberte juzgado. El día que llegaste al pueblo, pensé que era
el peor de mi vida. —Se rio sin humor—. No sabía lo equivocada que estaba. Yo
di por hecho muchas cosas. Que habrías estado en la cárcel o que habrías tenido
problemas… Lo siento.
Él cogió aire y se frotó el mentón distraído.
—No lo sientas tanto, Hollie. Puede que tuvieses razón en mucho. He
cometido un montón de errores a lo largo de mi vida. Y también pasé una época
mala…
—¿Qué quieres decir? —preguntó bajito.
—Salía mucho. Probé cosas que no debería haber probado —aclaró—. Quería
olvidarme de la vida que tenía y de todas las responsabilidades…
Hollie le sonrió con ternura y él se estremeció.
—Lo entiendo. No está mal equivocarse, Logan. Lo que está mal es no darse
cuenta de ello o ser incapaz de avanzar. Y tú lo has hecho. Deberías estar
orgulloso de ti mismo.
Logan abrió la boca para responder, pero no encontró palabras antes de que
ella se metiese en el portal y desapareciese, porque nadie la había dicho jamás
algo así.
20

Faltaban unas horas para la boda cuando Hollie empezó a vestirse. Se puso el
modelo que habían ido a comprar las tres juntas unas semanas atrás. Era de color
verde clarito y se ajustaba hasta la cintura antes de caer con un poco de vuelo
hasta la rodilla. Un vestido que pegaba con la boda al aire libre que iba a
realizarse y que era cómodo y ligero.
Sonrió al mirarse en el espejo. Se sentía bien.
Salió de allí y subió en el coche para ir a recoger a su acompañante. Greg
subió en el asiento del copiloto con una sonrisa. Le había sugerido que fuese con
ella a la boda de su amiga varias semanas atrás, mientras almorzaban juntos en el
instituto, y él había aceptado entusiasmado a pesar de que Hollie ya le había
hecho saber que no esperaba de él una relación romántica. Se había dado cuenta
de que no sería suficiente con el hecho de que se respetasen y se compenetrasen
bien; buscaba algo más, un amor de verdad.
Condujo hasta la zona más cercana al tramo de rio en el que iba a celebrarse
la boda. Había un bonito arco decorado con rosas en medio de la hierba que
crecía salvaje. Dejó allí a Greg con algunas personas que conocía del pueblo y se
fue caminando hasta el rancho, que quedaba a unos diez minutos. Las mesas en
las que iba a celebrarse el banquete justo delante de la casa, en el jardín, ya
estaban dispuestas y preparadas para que, más tarde, se sirviese la comida. Subió
los escalones hasta la segunda planta y llamó a la habitación principal.
—¡James, ni se te ocurra entrar! —gritó Katie.
—No soy James, soy Hollie. —Se echó a reír.
Abrió la puerta y le sonrió. Katie se llevó una mano al pecho mientras Katie
le abrochaba los botones de la espalda del vestido y alisaba las arrugas que
encontraba en la tela.
—¡Menos mal! Lleva toda la mañana intentando entrar. Creo que no entiende
el concepto de que ver a la novia antes de la boda trae mala suerte.
—¡Estás preciosa, Katie! Mierda. Voy a llorar.
Parpadeó intentando no hacerlo para no arruinar todo su maquillaje, pero fue
en vano. Amber le pasó rápidamente un par de servilletas. Katie estaba
deslumbrante, delante de un espejo de cuerpo entero. Llevaba un vestido
sencillo, de corte recto y tela bordada, con el pelo suelto y cayendo en ondas por
su espalda, tan solo sujeto con una pequeña diadema de flores pequeñas. Era tal
como había imaginado: bonito y cómodo.
—Ven aquí. —Katie se rio—. No llores, Hollie.
La abrazó y se quedaron unos minutos así, juntas.
—Eso, parad o lloraré yo también. Otra vez —protestó Amber.
—Sí y, además, la boda empieza en media hora. Deberíamos darnos prisa o es
probable que James piense que vuelvo a intentar escaparme —bromeó nerviosa
—. Vamos.
Las tres se dirigieron nerviosas hacia el tramo de prado en el que iba a
celebrarse la boda. Cuando llegaron, como imaginaban, todos los invitados
estaban sentados en sus respectivas sillas esperando la aparición de la novia.
Katie sonrió cuando vio a James esperándola bajo el arco lleno de rosas y
vestido con un traje sencillo que le quedaba como un guante.
A Hollie volvieron a entrarle ganas de llorar cuando siguió junto a Amber a la
novia avanzando por el pasillo que había entre las sillas blancas. Sonaba una
canción bonita de fondo y el día era soleado y tranquilo. Intentó contener las
emociones cuando llegaron al final y se hizo a un lado dejándoles el
protagonismo a los novios.
Katie le sonrió a James. Llevaba un ramo de margaritas en las manos y él
tenía los ojos brillantes mientras la miraba con adoración. Hollie pensó que
aquello era perfecto, lo que todo el mundo debería conseguir, encontrar a alguien
que te mirase así.
Se pasó toda la ceremonia con la piel de gallina mientras escuchaba los votos.
Después, delante de todas las personas que los querían, James se inclinó y besó a
la novia. Bueno, más que besarla, la devoró hasta que empezaron a escucharse
algunas risitas entre los invitados. Y acto seguido sonaron vítores y aplausos a su
alrededor.
Hollie buscó a Greg entre la gente cuando la ceremonia terminó y todos
emprendieron camino hacia el jardín del rancho donde habían colocado las
mesas y se serviría el banquete. Greg le tendió su brazo, sonriente, y ella lo
cogió antes de echar a andar.
Les acomodaron en la mesa más cercana a los novios.
Justo enfrente de Amber y Ezra.
Y… también de Logan Quinn.
Hollie había estado tan concentrada en la boda, en cada uno de los gestos de
los novios y en no tropezar con los tacones que llevaba puestos, que ni siquiera
se había molestado en echarles un vistazo a los invitados. Y, desde luego, no
esperaba encontrarlo allí.
Le sonrió, aunque él estaba mortalmente serio.
—Has venido —dijo. No pudo evitar fijarse en lo bien que le sentaba esa
camisa blanca, con las mangas un poco subidas y los primeros botones
desabrochados.
Logan jugueteó distraído con el tenedor. Sus ojos se posaron en Greg antes de
volver a fijarse en ella. Las últimas semanas se había sentido tan cercana a él que
no reconoció a ese chico de gesto malhumorado.
—¡La boda ha sido preciosa! —exclamó Amber.
—Como todas las bodas. —Ezra se encogió de hombros.
—¿A qué cabeza se le ocurre eso? Hay bodas espantosas. Esta ha sido
perfecta. Mi hermano y Katie han puesto el listón muy alto, así que voy a tener
que esforzarme al máximo para ganar esta batalla. —Hollie sonrió al escuchar a
su amiga. En cambio, su novio la miró horrorizado y respiró hondo antes de
contestar.
—¿Estás convirtiendo nuestra boda en una competición?
—Claro que no. Solo quiero que sea la más alucinante del país.
—No sabes el miedo que me das —masculló Ezra.
El cáterin llegó en ese momento y, mientras les servían la sopa fría del
entrante, Hollie era incapaz de apartar su mirada de Logan, que parecía que
estuviese más en un funeral que en una boda. Su amigo Ezra pareció percatarse
también y le dio un codazo suave.
—Hey, ¿qué demonios te pasa? —preguntó.
—Nada —gruñó Logan antes de coger la cuchara.
Hollie apartó la vista de él cuando Greg llamó su atención para decirle que la
sopa estaba deliciosa. La animó a probarla y ella lo hizo antes de asentir
enérgicamente con la cabeza y darle la razón. Greg enumeró entonces todos los
beneficios de la calabaza.
—Es baja en grasas, ayuda a controlar el colesterol…
—¿También consigue que la gente cierre la boca? —soltó Logan.
—Errr… no. Creo que no. —Greg arrugó el ceño, confundido.
—Pues es una pena —masculló el otro.
Por suerte, el momento de tensión llegó a su fin cuando les sirvieron el
segundo entrante. Amber y Ezra animaron la conversación y los brindis que se
iban celebrando en honor a los novios calmaron el ambiente. Cuando llegó la
hora del postre, tras darle un primer bocado a la tarta de chocolate y relamerse,
Hollie se levantó para ir a los servicios.
Entró en la casa familiar y decidió subir al aseo de la segunda planta, que era
al que siempre solía ir cuando estaba allí. Aún no había cerrado, cuando un pie
se interpuso entre el marco y la puerta. Logan empujó la madera con suavidad y
entró en el reducido espacio.
—¿Qué quieres? —Hollie arrugó la nariz.
—¿Lo que quiero…? Quiero muchas cosas —señaló Logan en un susurro
peligroso mientras se acercaba a ella cada vez más. Posó cada una de sus manos
en la pared de azulejos, acorralándola en medio. Hollie se estremeció al sentir su
aliento cálido—. Quiero entender por qué has venido acompañada a la boda por
el hombre más aburrido del mundo.
—Es un buen tipo —logró decir ella.
—No lo dudo. Pero no es para ti.
Logan apretó los labios tras decir eso en voz alta. Se sentía confundido y muy
enfadado. Había dado por hecho que, después de aquellas semanas viéndose de
vez en cuando, charlando y pasando ratos juntos, existía la posibilidad de que
surgiese algo entre ellos. Esa posibilidad que había visto aplastada media hora
atrás, cuando se encontraba entre los invitados y vio cómo ella se alejaba hacia
la zona del banquete cogida del brazo de ese tipo.
—¿Y quién es para mí? —Lo desafió ella.
—Alguien diferente. Alguien…
Quería decir alguien como yo, pero no fue capaz, porque las palabras se le
atascaron entre el miedo que le daba que ella lo rechazara. Hollie tragó, incapaz
de apartar la mirada de esos ojos verdes que la atravesaban. Sintió un vuelco en
la tripa. Quería que él dijese alguien como yo, que diese el primer paso… porque
ella ya lo había dado años atrás, dejándose llevar por lo que él la hacía sentir y
llevándose un golpe duro para su autoestima.
Necesitaba que él admitiese que la deseaba.
Logan sacudió la cabeza y resopló.
—No lo sé, pero él no —sentenció.
Hollie lo miró desilusionada. Pensó en ponerse de puntillas y volver a poner
en riesgo su corazón por la misma persona diez años después, eligiéndolo.
También pensó en sacarlo de su error y contarle que Greg solo era un buen
amigo desde hacía semanas. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Cogió aire y,
por una vez, decidió quererse más a sí misma y a su orgullo, por pequeño que
fuese.
—El problema es que no es asunto tuyo.
Él la retuvo cuando intentó marcharse.
—Sí que lo es. Somos amigos, ¿recuerdas?
—Los amigos no se inmiscuyen en cosas así.
—Yo sigo mis propias reglas. Y no lo quiero para ti…
De hecho, no quiero a nadie para ti, dijo una voz en su cabeza.
—Pues es una pena que no esté dispuesta a acatarlas.
La cogió de la muñeca al ver que se escapaba tras agacharse y salir de entre
sus brazos. Tiró con suavidad hasta que su pecho chocó contra el suyo. Logan
respiró hondo.
—¿No ves que solo me preocupo por ti? El chico que salga contigo tiene que
ser alguien que consiga que se te disparen las pulsaciones, no que te aburras
como una ostra. —Casi a cámara lenta, Logan deslizó los dedos por su cuello
para tomarle el pulso que, en aquellos momentos, era desenfrenado—. Más o
menos así —añadió en un susurro.
—Solo es porque me pones nerviosa… —gimió ella.
—También tiene que mirarte como si fueses única en el mundo —dijo
mientras la miraba exactamente así, perdiéndose en sus bonitos ojos—. Y debe
desear saberlo todo de ti, que le cuentes cualquier tontería que te ocurra durante
el día… —Logan se inclinó hacia ella y dejó de tomarle el pulso cuando subió la
mano y le rozó los labios con los dedos—. Y por supuesto, tendría que volverte
loca cada vez que te besase.
—No estoy segura de a qué te refieres —lo desafió ella.
Logan tomó aliento con brusquedad y alzó una ceja.
—¿Me estás pidiendo otra clase de instrucción?
—Yo nunca te pedí esa…
No terminó de decirlo, porque él cubrió su boca con la suya y la devoró.
Hollie gimió y se sujetó a sus hombros cuando notó que le temblaban las
rodillas. Sintió el tacto suave de su lengua cuando acarició la suya y se dejó
llevar por esas sensaciones que provocaban que el mundo girase a su alrededor y
lo único sólido fuese él, Logan. Hundió los dedos en su cabello oscuro y él se
frotó contra ella hasta que los dos jadearon ansiosos. Se separaron unos
segundos para respirar. Hollie tenía la espalda apoyada en la pared y el torso de
Logan pegado al suyo cuando se atrevió a volver a formular la misma
pregunta… y si él tenía el valor para responder que sí, estaba dispuesta a correr
los riesgos que fuesen necesarios.
—¿Alguien como quién, Logan?
Él permaneció callado durante lo que pareció una eternidad; dudando, con el
corazón acelerado y fuera de control y sin poder apartar la vista de ella…
Hollie supo entonces que no iba a responder.
Se separó de él despacio y abrió la puerta.
—Nos vemos abajo, Logan.
Él suspiró cuando la vio marchar y apoyó la frente en la pared fría de
azulejos. ¿Por qué demonios no se había atrevido a contestarle que lo que ella
necesitaba era estar con él? Quería intentarlo. Nunca otra chica le había gustado
tanto. Nunca había hablado de su vida personal tan abiertamente como con ella.
Nunca se había sentido tan tranquilo al lado de otra persona, como si Hollie
calmase y apaciguase su lado más oscuro.
Pero no encontraba el valor… por miedo a perderla.


El resto de la ceremonia fue una tortura para él. Tenerla enfrente y ver que
apenas le diría la mirada era un castigo que no estaba dispuesto a soportar.
Cuando llegó a casa, se quitó la incómoda camisa y buscó una camiseta de
manga corta y cómoda en el armario. Su hermana entró en la habitación mientras
terminaba de ponérsela por la cabeza.
—¿Qué tal ha ido la boda? —Se tumbó en su cama.
—Bien —gruñó Logan malhumorado.
—Nadie lo diría por la cara que tienes.
—No me apetece hablar —admitió.
—Vamos, cuéntame lo que sea que haya ocurrido. Yo lo hago contigo.
También porque me obligas, claro, pero intento abrirme.
Esa pequeña sabelotodo que tenía como hermana…
Logan se frotó la cara, aún enfadado, y se giró.
—Es Hollie. Me está volviendo loco.
—Te gusta. —Brenda no preguntó, solo afirmó.
—Ha ido a la boda acompañada por otro. Un idiota estirado.
—Será el profesor Greg. Son muy amigos. Es majo.
—¡No quiero que sea majo, Brenda! Quiero… que se mantenga alejado de
ella —soltó.
—¿Y de qué serviría? Si, total, tampoco te atreverías a ir a por ella…
—¿Tú qué sabes? —farfulló enfadado.
—Porque has tenido muchas oportunidades y no lo has hecho.
Logan se frotó la cara, consternado, y respiró hondo. No estaba de humor
para ponerse a discutir con su hermana después del día que acababa de pasar.
—Olvídalo, no es asunto tuyo.
—No, pero sé algo que tú no sabes.
Eso logró captar su atención. La miró.
—Suéltalo, renacuaja.
—A ella le gustas.
—Sí, pero solo para…
… sexo, pensó, sin llegar a decirlo en voz alta. No podía hablar de eso con su
hermana. Él también podía leer el deseo en los ojos de Hollie, claro, pero era
solo eso.
—¿Por qué piensas eso? —preguntó más suave.
—Porque sí, porque sé cómo se comporta una chica cuando le gusta un chico.
—Hollie, esto no es como en el instituto y tú no tienes ni idea de…
—No me subestimes —lo cortó tajante—. Para el amor no importa la edad,
son los mismos efectos: se sonroja, no puede dejar de mirarte, está pendiente de
cada cosa que dices o haces, busca excusas para verte y… tiene ojos de
enamorada.
—Deberías escribir novelas románticas. —Logan se echó a reír.
—¡Puede que lo haga! —exclamó Brenda sin dudar.
—Así que, según tú, le gusto. ¿Y si no es así?
—Pues te llevarás un rechazo y poco más.
—Claro, dicho así parece fácil…
A Logan solo le quedaba su orgullo. Durante años, era lo único que había
tenido. Pensar en la idea de que Hollie pudiese pisotearlo o mirarlo como si no
fuese nada, le encogía el alma. Aún recordaba cómo se había sentido al oírla
hablar de él en la cafetería cuando ni siquiera le importaba de verdad y escuchó
ese ni siquiera creo que tenga corazón.
Cogió aire e intentó tranquilizarse.
—Si estás dispuesto, te ayudo.
—No lo entiendes, Brenda. Tú no conoces toda nuestra historia.
—Pues cuéntamela —pidió.
—Me odiarías… —No quiso mirarla.
—Claro que no. Eres el mejor hermano del mundo. Te adoro, Logan. Nada
cambiará eso.
Puede que fuese por la sinceridad que escondían las palabras de su hermana,
pero Logan terminó por sentarse en la cama, a su lado, cogerla de la mano y
relatarle toda la historia. Cómo fueron sus años en el instituto, cuando él era un
idiota que se juntaba con la gente equivocada y se dedicaba a meterse con los
demás solo para camuflar así sus propios miedos e inseguridades. El baile de fin
de curso. Y lo que vino después, cuando llegó al pueblo y ella lo miró como si
fuese el mismísimo demonio en persona…
—Lo que hiciste estuvo mal… —le reprochó Brenda.
—Ya lo sé, de verdad… —Había arrepentimiento en su voz.
—Pero has cambiado. —Logan asintió con la cabeza—. Te mereces ser feliz,
porque llevas años ocupándote de asuntos que no te corresponden, como
encargarte de mamá o de mí.
—No vuelvas a decir eso, Brenda.
—Creo que se me acaba de ocurrir un plan.
Brenda sonrió y Logan supo que a esas alturas haría cualquier cosa, por
descabellada que fuese, para conseguir que Hollie estuviese dispuesta, al menos,
a tener una cita con él.
21

Hollie llevaba toda la tarde trabajando en ello junto al resto de los profesores
para que la fiesta del baile de otoño fuese perfecta. Se habían quedado algunos
alumnos delegados a colaborar y unos cuantos padres que tenían la jornada libre.
El gimnasio del instituto no tenía nada que ver con lo que era normalmente. El
escenario estaba iluminado. Del techo colgaban guirnaldas blancas y todo estaba
decorado con motivos otoñales; hojas, calabazas y piñas.
Sonrió satisfecha tras ver el resultado final y pensó que los chicos se lo iban a
pasar en grande durante el baile. Sabía que, a esas edades, aquella noche era
mágica para muchos de ellos, la única en la que sus padres les dejaban salir hasta
más tarde y podían pasárselo bien con sus compañeros sin tantos límites.
Hollie colocó bien una calabaza antes de dar su trabajo por finalizado y
marcharse a casa. Acababa de llegar cuando llamaron a la puerta. Abrió, con la
coleta a medio deshacer, pero no encontró a nadie. Allí, en el suelo, tan solo
había una caja rectangular con una nota encima. Hollie frunció el ceño, la cogió
y volvió a entrar en casa.
La dejó encima de la cama antes de abrirla.
Dentro había un bonito vestido de color azul.
El tono era similar a uno que recordaba muy bien y que se había enfundado
diez años atrás en una noche parecida, pero se quitó esa idea de la cabeza en
cuanto vio la nota.

Querida profesora Hollie,
Gracias por la bienvenida que me diste.
Espero que te guste tu regalo…
Brenda Fisher.

Hollie sonrió emocionada y respiró hondo.
Esa chica era encantadora. Y, además, le recordaba mucho a ella misma.
Estaba acostumbrada a recibir regalos de sus alumnos; tazas, libros, bombones,
flores…, pero aquel vestido era sin duda excesivo, pensó mientras lo sacaba de
la caja para poder verlo bien.
Sin embargo, no quería herir sus sentimientos, así que, tras darse una ducha,
se lo puso. Le quedaba como un guante. Se dejó el pelo suelto y con algunas
ondas y cogió su bolso de mano antes de salir de casa y acercarse en coche hasta
el instituto, que quedaba al otro lado del pueblo. Cuando aparcó en la calle de
delante, descubrió que ya había llegado mucha gente.
Entró con una sonrisa. Las luces tenues y anaranjadas iluminaban el recinto y
los alumnos que ya estaban allí reunidos comían los bocadillos y los sándwiches
que habían preparado mientras bebían ponche o limonada. Hollie se acercó a los
demás profesores.
—Estás preciosa —le dijo Greg sonriente.
—Gracias. No iba a arreglarme tanto, pero…
—Nada de peros, deberías hacerlo más.
Le sonrió a Greg y luego conversó un rato con los demás mientras la estancia
se iba llenando y la música sonaba cada vez más alta, conforme comenzaba la
velada. Pronto, pasada media hora, el recinto estaba casi completo y las mesas de
comida medio vacías. Algunos alumnos empezaron a animarse a bailar en el
centro de la pista.
Hollie lo observaba todo desde una esquina, feliz viendo el resultado final.
Reprimió un suspiro soñador tras ver a tantos alumnos bailando acaramelados
por primera vez. No se dio cuenta de que alguien se acercaba a ella por detrás
hasta que ese alguien posó una mano en su hombro. Se giró con lentitud y, al
verlo allí, vestido con un traje de etiqueta, se quedó de piedra. Parpadeó
confundida.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Logan la miró tan fijamente que ella tembló.
—Pensé que… te debía un baile de verdad.
Hollie notó que se le encogía el estómago. No quería su pena, ni su culpa, ni
su arrepentimiento ni su compasión. Ya no quería nada de todo eso que había
esperado cuando apareció meses atrás. Ahora solo lo quería a él. Tan sencillo
como eso…
—No me debes nada, Logan —susurró.
—Sí. Mírame —pidió cuando vio que agachaba la cabeza mientras negaba—.
No lo hago solo por ti, también por mí. Porque quiero bailar contigo. Quería
hacerlo aquel día. Te lo digo en serio. Aún recuerdo lo que hablamos y… todo.
Hollie intentó no emocionarse y alzó el rostro.
—¿Qué recuerdas? —le preguntó.
—Me dijiste que te gustaban los caracoles.
Ella estuvo a punto de llorar. De llorar y de reír a la vez.
—¿Esa reacción extraña significa que bailarás conmigo? —preguntó él.
—Supongo que no me hará daño un baile de nada.
Él le colocó detrás de la oreja un mechón de pelo.
—No te hará daño nada nunca más, Hollie.
Ella se estremeció ante esa promesa y lo siguió cuando la cogió de la mano y
la guio hasta el centro de la pista. Algunos alumnos la miraron de reojo al
principio, pero luego rápidamente volvieron a sus asuntos y dejaron de prestarle
atención; sobre todo, porque no era la única profesora que estaba bailando. Greg
parecía ocupado con Margaret, la profesora de música, y dos compañeros que se
habían casado un año atrás también se movían por la pista entre sonrisas.
Hollie cogió aire y posó su mano en el hombro de Logan mientras él la
sujetaba por la cintura. A pesar de que había estado desnuda delante de él, de
todo lo que había ocurrido entre ellos durante años… fue como si lo viese por
primera vez. Estaba guapísimo. Llevaba el pelo desordenado, como siempre, y
algunos mechones oscuros caían por su frente. Sus ojos, de aquel verde intenso
con el que Hollie ya estaba familiarizada, estaban clavados en ella como si no
existiese nada más interesante que mirar en el mundo. Y sus labios, entreabiertos
y suaves… Hollie se contuvo para no besarlos.
Bailaron un rato en silencio, sin decirse nada, tan solo disfrutando de la
compañía, de la música y de sus cuerpos meciéndose al mismo ritmo por la sala.
—¿Esto ha sido idea de Brenda? El vestido, el baile…
—Es una chica muy imaginativa —contestó Logan.
—Ya veo. Y tú… ¿querías hacerlo? —preguntó.
—Claro, ¿por qué dudas?
—No lo sé.
Él la sostuvo por la barbilla.
—Pues no lo hagas.
—Lo intento…
—¿Confías en mí? —preguntó serio.
Ella tragó antes de atreverse a contestar.
—Sí —dijo muy bajito.
—Vale, porque creo que ha llegado la hora de que sea sincero contigo y
necesito que me creas… —La miró nervioso—. Yo siento algo…, algo especial,
por ti. Ni siquiera sé ponerle nombre, porque nunca antes me había ocurrido
nada así, no de esta manera. Y lo único que sé es que quiero intentarlo.
Hollie vio el terror en sus ojos.
—¿Intentarlo?
—Quiero estar contigo —soltó por fin.
Fue como si se quitase un peso enorme de encima, una carga que llevaba
arrastrando demasiado tiempo. No solo por el hecho de confesarle que sentía
algo por ella, sino porque Logan nunca se había permitido amar a alguien.
La notó temblar entre sus brazos.
Antes de que pudiese hacer o decir algo, Hollie se soltó de su agarre y cruzó
la pista de baile corriendo. Logan se quedó quieto unos segundos, intentando
asimilar lo que acababa de ocurrir, hasta que todos los músculos de su cuerpo le
pidieron que fuese tras ella.
Fuera, el aire de la noche era templado.
La encontró en la esquina de la calle.
—Hollie… —Paró antes de llegar a ella—. ¿Qué ocurre, nena?
Intentó que su voz sonase suave al verla tan nerviosa.
Se dio cuenta de que lloraba cuando ella alzó la cabeza.
—Es que… me ha entrado pánico…
—Cuéntamelo. Habla conmigo.
—¡No lo sé! Por un momento imaginaba que yo te confesaba que estaba
enamorada de ti y después tú, todos en el gimnasio, empezabais a reíros y yo…
sé que es una locura.
—No lo es. Pero eso no va a ocurrir.
Logan dio un paso hacia ella, despacio, acortando la distancia que los
separaba.
—¿Y si todo sale mal? Nunca he tenido una relación…
—Yo tampoco. —Él intentó no echarse a reír.
Dio otro paso hacia ella y la cogió de la mano.
—Podría ser un desastre. Hace unos meses, te odiaba…
—Hace unos meses yo ni siquiera imaginaba que terminaría asistiendo a un
baile de otoño con un traje y haciendo el ridículo delante de todos para bailar
con la chica más guapa de la fiesta. —Él le quitó las gafas y se las guardó en el
bolsillo del pantalón antes de limpiarle los ojos con suavidad—. Pero la vida es
así, imprevisible. Y sé que da miedo dejarse llevar…
—Yo también quiero estar contigo.
Logan no pudo decir nada más, porque ella se puso de puntillas, le rodeó el
cuello con las manos y lo besó. Un beso solo para él, cálido, suave y lleno de
promesas. La sujetó por las caderas y la apretó más contra él, con el pecho lleno
de felicidad por tenerla así.
—Creo que el baile podrá esperar… —le susurró.
—¿Estás seguro? —Hollie le dio otro beso.
—Muy seguro. Tengo a una adolescente entretenida durante unas horas ahí
dentro y pienso aprovecharlas muy bien —ronroneó seductor y, luego,
consiguiendo que Hollie soltase un gritito asustado, la cargó contra su hombro
sujetándole la falda del vestido con la otra mano y se encaminó hacia el
apartamento en el que ella vivía con una sonrisa.
EPÍLOGO
(Un año más tarde)

—¡Está embarazada otra vez! —gritó Ezra consternado
—Ya te hemos oído. —Logan se echó a reír y James lo acompañó.
—¡No os riais, joder! —Ezra le dio un trago a su cerveza—. Juré que no
volvería a casarme y estoy casado. Juré que no tendría hijos y viene el segundo
en camino. Juré que no la dejaría tener mascotas en casa y vivo con un gato, dos
perros, una tortuga y…
—Ezra, te hemos entendido a la primera. Que eres un calzonazos con mi
hermana, no le des más vueltas —se burló James antes de que el corrillo de risas
se alzase de nuevo.
—Mira quién fue a hablar. —Ezra puso los ojos en blanco.
—¿Qué insinúas? —James frunció el ceño.
—Chicos, la conversación es muy interesante, pero creo que me voy ya —
dijo Logan levantándose y dejando un par de billetes en la mesa—. Se me han
pasado los nervios con esa copa, así que, gracias —añadió.
—¡Aún estás a tiempo de salvarte! —gritó Ezra mientras él se alejaba.
Logan sacudió al cabeza e intentó no volver a reírse. Salió de allí y se alejó
caminando calle abajo. Era una noche cálida de verano y él solo podía pensar en
la chica que lo estaría esperando en casa y en lo que llevaba en el bolsillo del
pantalón. Sonrió al recordar el día infernal que había pasado en la tienda
acompañado por Katie, Amber y su hermana Brenda. Lo habían vuelto
completamente loco señalando todos los anillos del mostrador, discutiendo entre
ellas sobre cuál le gustaría más a Hollie y consiguiendo que la dependienta las
tachase de dementes. Agobiado, Logan les había dicho que ya las llamaría otro
día y había tomado la decisión de irse él solo a comprarlo un sábado por la
mañana. Al fin y al cabo, era su chica y nadie mejor que él la conocía lo
suficiente como para saber qué le gustaría; algo sencillo, pero también que la
hiciese sentir poderosa, especial, única.
Había recorrido más de doce tiendas para dar con ello.
Cuando la posibilidad del rechazo pasó por su cabeza, la descartó a un lado
rápidamente y siguió caminando hacia el apartamento. Brenda había conseguido
entrar en la universidad de Columbia y se había mudado allí unos meses atrás,
aunque Logan ya había ido a visitarla varias veces, porque no soportaba la idea
de tenerla lejos y no podía evitar preocuparse. Así que, desde entonces, Hollie y
él habían empezado una vida en común. Juntos.
Logan adoraba despertarse cada mañana a su lado, desayunar con ella y
hablar de cualquier cosa en la mesa de la cocina, antes de que se despidiesen con
un beso y se fuesen cada uno a trabajar. Y volver a reunirse al anochecer, hacer
la cena juntos, leer un rato en la terraza mientras tomaban algo y luego hacerle el
amor hasta que ella gemía su nombre en la oreja y él se sentía el hombre más
afortunado del mundo.
Cuando llegó a casa, la encontró en la cocina.
La abrazó por detrás y le dio un beso en la nuca.
—¿Qué tal el día, preciosa? —susurró seductor.
—Decepcionante. Había comprado algo para ti y esperaba que estuvieses en
casa cuando he llegado, pero no. —Chasqueó la lengua.
—¿Algo para mí? Dámelo.
—No es una cosa que pueda darse.
—Esto se pone interesante… —Logan sonrió.
Hollie se sonrojó un poco antes de bajarse el pijama del pantalón para
enseñarle unos centímetros de la nueva lencería que se había comprado unos días
atrás. A pesar de que había cogido mucha más confianza en sí misma, seguía
sintiéndose un poco insegura.
—Déjame ver eso mejor. —Logan rozó con el dedo el borde de la ropa
interior de encaje y contuvo el aliento cuando notó que se le disparaban las
pulsaciones—. ¿Te has propuesto volverme loco? Tenía que hacer algo y ahora
solo pienso en desnudarte…
Le dio un mordisquito en el cuello y ella se echó a reír.
—¿Qué tenías que hacer? —preguntó besándolo.
—Uhmm, a cambio de una prenda. Quítate la camiseta.
Ella lo miró fijamente, cogió el borde de la camiseta del pijama y se la sacó
por la cabeza, quedándose solo con ese sujetador rojo a juego. Tragó porque
tenía un nudo en la garganta, pero se disolvió en cuanto vio el deseo en los ojos
de Logan.
Él se metió una mano en el bolsillo del pantalón.
—Vale. Yo ya he movido ficha. Ahora los pantalones.
Hollie lo hizo. Se los bajó despacio y los dejó hechos un lío a sus pies antes
de dar un paso al frente, hacia él. Logan notó que le corazón le latía más deprisa
conforme la contemplaba, tan preciosa, tan lista y tan maravillosa, solo para él…
Sacó la mano del bolsillo del pantalón conforme de arrodillaba delante de
ella. Hollie ahogó una exclamación al ver la cajita de terciopelo azul oscuro que
abrió. Un anillo sencillo brilló entre la seda blanca que lo protegía.
—Dime que sí… —susurró Logan.
—¿Me estás pidiendo que me case contigo en ropa interior?
—No me imagino una manera mejor de hacerlo, porque si respondes lo que
yo espero que digas… pienso cogerte, llevarte a la cama de inmediato y lamerte
de arriba abajo.
Hollie se estremeció ante lo que prometían sus palabras. Y luego se echó a
reír, feliz, y se agachó a su lado para poder besarlo y hundir los dedos en su pelo.
El la abrazó, pegándola a su cuerpo y respirando contra su boca.
—Estás loco de remate, Logan.
—Pero te quiero —replicó él.
—Y yo también a ti. —Lo miró con ternura.
—Responde a la pregunta… —rogó.
—Sabes que sí, tonto. Siempre sí.
Él dejó escapar el aire que había estado conteniendo y la besó como si
necesitase saborearla por primera vez, hundiendo la lengua en su boca, posando
una mano en su nunca y trazando círculos con el pulgar sobre su mejilla mientras
memorizaba aquel momento para siempre.
Tal como había prometido, la cargó en brazos.
Avanzó despacio hacia el dormitorio. La dejó en la cama, tendida boca arriba,
y se quitó los zapatos justo antes de llevarse las manos al cinturón y sonreírle
seductor.
—Y ahora, Hollie, creo que ha llegado el momento de darte tu primera clase
de instrucción para mujeres felizmente prometidas y enamoradas. ¿Estás
preparada?
Ella volvió a reír y luego se perdió en su mirada verde.
—Más que preparada. Estoy deseándolo. —Le sonrió.
Logan soltó un gruñido contenido antes de apagar las luces del dormitorio y
dejar que sus cuerpos encendiesen todo lo demás entre las sábanas.

FIN
Ya a la venta…
“Alguien que no esperas”
Una comedia romántica sobre la amistad y el primer amor.
Patrick y Maya son amigos desde niños, a pesar de sus muchas diferencias. Él
está acostumbrado a la popularidad en el instituto y a ser el centro de todas las
miradas. Ella, por el contrario, es poco dada a ir a fiestas y está muy centrada en
sus estudios. Pero, cuando están a solas, encajan de un modo perfecto.
Sin embargo, años después los dos han cambiado y cuando se reencuentran de
nuevo al terminar la universidad en el pueblo donde crecieron juntos, Patrick
descubre que Maya va a casarse. En teoría la noticia debería haberlo hecho feliz,
pero no es así, ¿qué es lo que está ocurriendo?, ¿siguen siendo solo amigos...?
Ya a la venta
“El amor está en el aire”
“¿Puede un flechazo en las alturas cambiar el destino de dos personas?”
El día que Lauren descubre que su novio le es infiel, decide tomarse un descanso
e irse de vacaciones junto a su mejor amiga. Está cansada de ser una kamikaze
emocional en el amor, pero, cuando se toma dos mojitos de más en el avión para
calmar su miedo a volar, su lado más impulsivo vuelve a salir a flote. Y, sin ser
consciente de lo que hace, termina metida en la cabina del piloto, el guapo Allan
Parker, que, desconcertado, no puede dar crédito a lo que está ocurriendo en
pleno vuelo... ni tampoco apartar los ojos de ella.

Ya a la venta
“La chica que soñaba con un anillo”
(Serie Chicas Magazine #1)
Jane, perfeccionista y correcta, trabaja en la revista Golden Miller como
redactora de la sección de bodas. Y, por supuesto, siempre ha soñado con casarse
y tener un enlace perfecto, pero, hasta la fecha, su príncipe azul no ha aparecido
y se conforma con acudir a las ceremonias de boda de la jet set de Nueva York
para realizar reportajes completos.
Sin embargo, su trabajo soñado se convierte en una pesadilla cuando le asignan a
Gabe Jenkins como compañero después de que este cometa una infracción y el
jefe lo relegue de su habitual puesto como redactor deportivo. Gabe no solo no
cree en el amor, sino que además es insolente, poco dado a seguir las normas y el
polo opuesto de Jane.
¿Conseguirán entenderse siendo tan distintos?

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