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Las ideas y opiniones expresadas en esta obra son las de sus autores
y no reflejan necesariamente las de la UNESCO.
Cuestionar el milenio que acaba, interrogar al siglo que finaliza es la única prepa-
ración posible para acoger lo que es nuevo en el milenio que comienza en las
expectativas propias de nuestro tiempo. Abrir horizontes al cuestionamiento es
encontrar las condiciones que hagan posible en adelante emprender esta interro-
gación.
Tal es el reto que el pasaje de milenio impone al pensamiento. Todo
pensamiento es la presencia embarazosa y desconcertante, en la conciencia pluri-
secular de Occidente, de la no conciencia que no tiene tiempo de humanidad. Es
por eso que el pensamiento requiere mucha concentración y poca impaciencia.
No es sino en el recogimiento sereno de la paciencia que podemos tomar posesión
de lo que es dado, en todo paso y toda transición, como siempre nuevo: la no
conciencia. La conciencia que predomina en la realización moderna del Hombre
occidental ha hecho y continúa haciendo que el camino más largo sea aquél que
lleva a lo más cercano, el último recorrido, sea cual sea, aquél que lleva al prin-
cipio de todo: la no conciencia.
En este período transitorio se plantean dos preguntas en relación con un
solo y único problema: el imperio de la conciencia. La primera es una interpelación:
las crisis del pasaje del segundo al tercer milenio ¿son las crisis de una conciencia en
particular, o bien se trata de la crisis de la conciencia en sí, de la conciencia como
conciencia? Lo propio de toda conciencia, como conciencia, ¿no es engendrar crisis,
inducir al conflicto, provocar angustia?
La segunda pregunta es una llamada: sobrepasar la crisis de este pasaje o
de esta transición ¿no viene a inscribir en la propia piel de la historia que toda crisis,
en tanto que crisis de conciencia y de la conciencia, ya está radicalmente superada
por la creatividad del pensamiento de la no conciencia?
Cada milenio, cada siglo, cada año, cada día, hora e instante son, a la vez
y constantemente, nocturnos y matinales. En estos tiempos cargados de expecta-
tivas, los furores nocturnos del segundo milenio predominan sobre las proezas
matinales. Un ciclo de la historia de la humanidad, abierto hace veinticinco siglos,
se cierra. Un punto culminante se alcanza, y un final se instaura. Es el momento
propicio a la no conciencia, donde podemos llegar a ser más libremente lo que
tenemos, y a tener más intensamente lo que somos. Porque todo se vuelve fluido, y
nada se cristaliza. Los viejos modelos se desmoronan y los nuevos ideales todavía
no se han implantado. Las limitaciones de la conciencia y la pérdida de sus repre-
sentaciones se hacen sentir más intensamente. El mundo entero entra en transición
y sufre la presión del pasaje.
Hace dos mil quinientos años, Buda surgía en la India, Lao Tse en China,
Zaratustra en Persia y los presocráticos en Grecia. Hoy nos encontramos en los
intersticios de la historia, en la antecámara de otra jornada histórica. Los paráme-
tros se vacían de sentido, los valores se disipan, los principios de orden se debilitan.
Vivimos una situación maleable. Lo antiguo ya no tiene la importancia que tenía. El
poder del pasado se desecha y el futuro, si ya llegó, no está todavía completamente
sellado. Estamos en un intervalo de la historia.
Es tiempo de desinstalación. Es hora de creación. En la crisis de todos los
fundamentos, el pensamiento ha efectuado los primeros pasos hacia un desapego de
la preponderancia y del poder irrefutable de la conciencia. En la convocación de
Nietzsche, Zaratustra emprende su descenso para anunciar al «último hombre» la
llegada del «super hombre». ¿Qué nos aporta de escatológico, de realmente nuevo,
este super de super hombre? ¿No será ese desapegarnos, ese liberarnos de nuestra
conciencia y su dominación?
Las palabras, escritas en letra de sangre, en el prólogo del primer libro de
Así habló Zaratustra nos invitan a contemplar la renovación de la no-conciencia:
«¡Yo querría prodigar y compartir hasta que los sabios de entre los Hombres se
alegren de su no-conciencia y que los pobres se alegren de su riqueza! Por eso acabo
de descender a las profundidades, como tú lo haces en el crepúsculo, cuando te
sumerges en el mar y llevas luz al mundo de abajo, tú, el astro por encima de toda
riqueza.»1
Estamos en una transición de principios. Es esencial preguntarse si es
posible efectuar este pasaje hacia el tercer milenio sin saber cuál es el verbo de la
historia. ¿Será hacer, actuar, llegar, producir? ¿Será destinar y encaminar? ¿Cuál será
el verbo que la historia conjugará en esta transición del milenio? Presuponer uno de
entre ellos sería arriesgarse a recaer en la gran astucia de la conciencia, que pretende
desembarazarse de la no conciencia de la historia, con la ilusión de poder dominarla.
1. «Ich möchte verschenken and austelein, bis die Weisen unter den Menschen wieder einmal
ihrer Torheit und die Armen wieder einmal ihres Reichtums froh geworden sind. Dazu muss Ich in die
Tiefe steigen: wie du des Abends tust, wenn du hinter das Meer Gehst und noch der Unterwelt Licht
bringst, du überreiches Gestirn!» (Traducción al castellano libre.)
A g ra d e c i m i e n t o s
Los escritos de Barbara Freitag, Roberto Cardoso de Oliveira, Ronaldo Lima Lins,
Michel Maffesoli, Muniz Sodré y Gianni Vattimo han enriquecido los debates que
tuvieron lugar en París (UNESCO) y en Río de Janeiro (Academia Brasileña de
Letras), en febrero y en abril de 1999, en torno a los temas propuestos por Eduardo
Portella, Jean Baudrillard, Emmanuel Carneiro Leão, Rafael Argullol y Eduardo
Prado Coelho.
Ni coloquios ni simposios, menos aún conferencias, estos encuentros
dieron lugar a intercambios espontáneos, donde el rigor de la estructura se ha
rendido ante la imaginación, a veces ante la aventura.
Nos es grato mencionar los nombres de quienes han acudido, trayendo
como único bagage su erudición, el vigor reflexivo y la imaginación que los guía:
Flávio Beno Siebenichler, Rafael Gutiérrez Girardot, Georges Kutukdjian, Zaki
Laïdi, Claude Lévi-Strauss, Henri Lopes, Eduardo Lourenço, Víctor Massuh,
Beatriz Resende, Françoise Rivière, Márcio Tavares d’Amaral, José Vidal-Beneyto
y Hillary Wiesner.
Fernando Ainsa, Milagros del Corral, Francine Fournier, Ivan Junqueira,
Laurent Lévi-Strauss, Gloria López-Morales, Pedro Lyra, Antonio Maura,
Ronaldes de Melo e Souza, Katerina Stenou y Claudius Waddington también parti-
ciparon en esta andadura, con su presencia, su apoyo, sus apreciables indicaciones,
así como Jaime Naifleisch, quien hizo posible la edición española. Numerosos
fueron quienes, por compromiso con el pensamiento, brindaron generosamente su
tiempo añadiendo valor a la elaboración de esta búsqueda. Entre ellos, Cécile
Duvelle, Sarah Gensburger, Patricia Jerez, Ludivine Micheu, Mauro Rosi, y
Arnaldo Nisker, quien nos acogió calurosamente en la Academia Brasileña, que él
preside.
La realización de este proyecto no habría podido prescindir de una
estrecha colaboración como la que fue articulada entre la UNESCO, el Colegio do
Brasil, ORDECC (Organización para el Desarrollo de la Ciencia y la Cultura), la
Fundación Biblioteca Nacional de Brasil, y las Edições Tempo Brasileiro, gracias a
los esfuerzos incansables de Frances Albernaz.
15 Bosquejo de itinerarios
297 Index
15
Bosquejo de itinera r i o s 1
El nuevo milenio coincide con el desenlace de una cierta historia, escrita sobre todo
en Occidente. Esta historia ha engendrado una percepción particular de la vida, y
ha producido un modo de construcción de las relaciones interpersonales, que
algunos podrían calificar de metafísico.
Se trata de una percepción de la vida como proceso: un punto de partida
y un punto de llegada, unidos entre sí por lazos de subordinación. Según el modelo
que esta percepción hace prevalecer, las relaciones interpersonales son jerarqui-
zadas acorde con el grado, más o menos importante, de su capacidad operacional.
La racionalidad de los conocimientos científicos, la eficacia de la producción técnica
y la fuerza persuasiva de los valores religiosos, artísticos y sociales son los princi-
pios que ordenan la historia metafísica.
Los dispositivos de seguridad de este orden se basan en la división y en la
exclusión de las diferencias –el Bien o el Mal, lo verdadero o lo falso, lo operante o
lo inoperante, la eficacia o la ineficacia. Pero a medida que chocan con sus propios
límites y con la rigidez de su trayectoria, estos dispositivos tambalean. Las diferen-
cias dejan de constituir una amenaza para el espíritu y se convierten en la promesa
de lo inesperado.
1. Proposiciones elaboradas para los debates que culminaron en este volumen de Caminos del
pensamiento: hacia nuevos lenguajes, realizadas por: Emmanuel Carneiro Leão, Eduardo Portella y
Muniz Sodré, en colaboración con Frances Albernaz y Claudius Waddington.
Bosquejo de itinerario
Una «baja-modernidad»
Al tiempo que la complejidad se revela vertiginosa, se constituye progresivamente
un vacío de referencias. Los parámetros de la Modernidad pierden vigor e inten-
sidad. Oscilan entre amenazas y esperanzas, promesas y deterioro. La experiencia
histórica del caos y de la desorientación hace que este fin de milenio corresponda,
más que a una postmodernidad a una «baja modernidad».
Esta historia aporta algo esencialmente nuevo: una incapacidad para cons-
truirse con la exclusión y aún menos con las diferencias. Sin embargo, es la diver-
sidad humana quien crea la libertad, ya que el derecho es una construcción
individual de vocación colectiva. Emana de los entendimientos y malentendidos
entre los seres, Hombres y cosas.
Por ello, la paz no puede surgir de una simple declaración de igualdad
de derechos, ni tampoco de su universalización. Las guerras tienen por propósito
excluir a la fuerza la contribución de las diferencias y de la alteridad al enriqueci-
miento de las identidades. La paz emerge de la aceptación del Otro como consti-
tutivo del Mismo y viceversa. Tiene por requisito la expansión de la pluralidad, el
don ofrecido por toda diferencia. Vivir juntos, no es únicamente unificar lo que
poseen uno y otro por igual, en común, sino conciliar todo lo que los separa y los
distingue.
siempre tiempo para perder? ¿Es entonces su temporalidad el aion, el instante casual
que alimenta toda esperanza, porque espera siempre lo inesperado? ¿No anima al
pensamiento la urgencia de realizarse, dejando atrás continuamente la dicotomía
entre la velocidad y la calidad?
Pensamiento e institución
En la Ética a Nicomaco, Aristóteles utiliza una fórmula lapidaria para explicar la
relación entre el ocio y el negocio en la realización humana: «Trabajamos para tener
ocio». Da los fundamentos en La Política: «El ocio es el eje alrededor del cual
gravita toda realización humana». Este lazo de subordinación ha prevalecido como
principio ético a lo largo de la historia occidental hasta la Edad Moderna. Con el
mundo moderno, este lazo se ha invertido de manera que tenemos hoy el placer de
manternos ocupados.
Esta inversión se instala hoy en lo virtual, en la clonación, y en el reci-
claje de todo y por todos. La finalidad siempre es producir todo, incluyendo las
condiciones que hacen posible la misma producción. A través de la producción
total, el Hombre moderno vive una determinación precisa de lo real y da a su
historia una definición bien específica. El espíritu de esta suposición es que todo
resulta del trabajo de la racionalidad, que el trabajo de la razón es capaz de
producir todo, tanto el bien como el mal, la verdad como la no verdad, lo real
como lo irreal.
Por ello, para ser verdaderamente moderna, la Modernidad se ha tenido
que transformar en una avalancha histórica, que todo arrolla y procede según la
virtualidad de su propia fisionomía. La inversión que prevalece hoy en día refleja el
vínculo de subordinación, en su forma más radical, del ocio al negocio.
¿Cómo institucionalizar el ocio de la creación, de la invención, de la inno-
vación? ¿Sólo se institucionaliza el negocio –la repetición, la renovación, la reitera-
ción constante? ¿Es posible el negocio sin el ocio? Si la esperanza encierra también
lo inesperado, ¿podría surgir el ocio del negocio?
Horizontes de la Modernidad
La reciente celebración del cincuentenario de la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre ha sido el teatro de numerosas interrogaciones sobre el
desgaste o el fracaso de los discursos edificantes, y sobre el alcance universal del
proyecto moderno. Esta expresión de voluntad de libertad, de justicia y de coha-
bitación, que constituye la herencia de la Ilustración, se encuentra a la vez presa
Bosquejo de itinerario
Apertura de la identidad
Cada vez más frecuentemente nos preguntamos sobre la identidad –de los países,
de las culturas, de las fronteras. ¿No sería útil ver cómo la identidad cerrada,
compacta, difiere de la que es abierta, en pleno movimiento, constantemente
transformada? ¿Se ha sobrevalorado la alteridad? ¿Corre el elogio de la diferencia
el riesgo de acabar en el aislamiento de la alteridad en el estatuto estereotipado de
un monumento histórico?
más rápida y mucho más invasora que la brújula. La representación «en vivo y en
directo» ¿no corre el riesgo de ser «dispersiva», de ser nacida muerta? ¿No es
siempre virtual, y nunca real? ¿Qué queda de la cultura en las ondas multimediá-
ticas? De entre las promesas, acaso ilusorias, que el ciberuniverso reserva al espíritu
humano, ¿sabemos cuáles son las repercusiones sobre la subjetividad?
Un pensador recientemente desaparecido hablaba ya de este momento en
el que «el tiempo no es más que velocidad, instantaneidad y simultaneidad». Se
podría decir que la tecnología del tiempo bascula vertiginosamente en el tiempo de
la tecnología, bajo el pretexto de que no hay ni un minuto que perder. ¿Se pueden
reconciliar calidad y velocidad, valores y resultado?
¿Es la ética una cuestión de ser, de creación de las condiciones del ser, o
de conservación de las normas y de las reglas durante un tiempo? ¿Disponemos de
la esperanza y del saber necesarios para aumentar las tasas de legitimidad democrá-
tica, de manera que la disputa ceda su acento dicotómico a un vigor negociador,
permitiendo la disolución de la divergencia vencedores/vencidos?
21
1. D. Henrich, «Was ist Metaphysik –was ist moderne» thesen gegen J. Habermas en: Merkur
(Sttutgart), 1986, p. 495-508 (que responde a un ensayo de J. Habermas, «Rückkehr zur Metaphysik.
Eine Tendenz der deutschen Philophie?», ibid., 1985, p. 898-905)
2. D. Davidson, en: Inquiries into Truth and Interpretation, Oxford Clarendon, 1984.
3. D. Henrich, op.cit.
Metafísica y violencia: cuestión de método 25
propio pensamiento por medio de la ciencia, no porque ella sea el verdadero cono-
cimiento objetivo, sino porque es una forma del pensar menos angustiada por el
problema de la salvación y del destino individual: «qué importo yo» –está escrito
en el umbral del pensador futuro.6 Este es el Nietzsche relativamente «optimista»
de la «filosofía de la mañana» que se perfila al final de Humano demasiado
humano, y que constituye el tono fundamental de la obra de lo que aparece,
también, como el período ilustrado de la producción nietzscheana, que va desde
Humano demasiado humano a Aurora y a la Gaya ciencia. Los escritos más tardíos
–prosiguiendo, empero, indicaciones ya presentes por ejemplo en Gaya ciencia–,
como el fragmento sobre el nihilismo ahora evocado, insisten sobre un segundo e
inseparable aspecto de la crisis de la metafísica, vista como pensamiento violento
que se determina en relación a una manifestación de la violencia como tal; sea en el
sentido más evidente de que, una vez venidas a menos las creencias metafísicas, ya
no hay nada que limite la conflictividad de la existencia, la lucha entre débiles y
fuertes por una supremacía no legitimada por nada (Grund, las leyes naturales o
divinas, etc.), como no sea por el hecho de imponerse; sea en el sentido, también
determinante para Nietzsche –y para el problema de la metafísica en general–, de
que la depreciación de las creencias metafísicas no sólo devela la violencia de la
existencia por lo que ella es, y la libera, sino que nace ya como resultado de un
desencadenamiento de la violencia.7
Difícil es decir si las tesis filosóficas del último Nietzsche –como la idea
del eterno retorno, del superhombre, de la voluntad de poder– representan o no una
solución al problema que plantea el reunir estos dos aspectos de su crítica a la meta-
física; ¿qué sentido tendría desenmascarar la violencia metafísica si no condujera a
una práctica ulterior de la violencia, incluso sin máscara? No se trata sólo de la
repugnancia a aceptar que el resultado de la filosofía de Nietzsche sea la apología de
un retorno a la ferocidad primitiva; sino también de la contradictoriedad íntima de
las tesis: la concepción nietzscheana de las «formas simbólicas», es decir, de las
producciones ideológicas, de las ficciones metafísicas, morales, religiosas, parece
excluir, en efecto, que ellas sólo cumplan las funciones de superfluo enmascara-
miento; pensarlas así significaría profesar, todavía, la creencia típicamente metafísica
6. Morgenrote, nº 547.
7. Ver, por ejemplo, Die fröhliche Wiessenschaft, n.º 329 y G. Vattimo, Il soggeto e la maschera,
Milàn, Bompiani, 1974, p. 116 y ss.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
quiera que sean los prejuicios o las expectativas en contrario, la que se ha desarro-
llado en torno a la epistemología de las ciencias de la naturaleza (desde la disputa
sobre los fundamentos de las matemáticas al «fisicalismo» neopositivista, hasta los
productos de la filosofía analítica), parecen descriptibles sólo como respuestas a la
exigencia teorética de refundar las relaciones entre las formas del saber tras las afir-
maciones del alcance de la ciencia experimental de la naturaleza –modelo para todo
saber, en tanto saber socialmente más determinante y eficaz.
Mucho más claramente por lo que concierne al debate sobre las ciencias
del espíritu, pero, en cierta manera, también para la temática «positivista» de la epis-
temología de las ciencias naturales, lo que determina su popularidad y posición
central en el debate filosófico es la referencia, más o menos explícita, a las viscisi-
tudes de la racionalización de la sociedad como lugar donde ha salido a la luz el nexo
entre metafísica y violencia –aunque, a menudo, estos términos no se pronuncien, y
si se ha tenido que esperar la Nietzsche–renaissance para que ello sucediera.
La conexión entre fenomenología y existencialismo por un lado, y de
expresionismo y vanguardias artísticas por el otro, ha sido ya ampliamente explo-
rada, y constituye ahora un lugar común; es preciso, no obstante, tener claro que
incluso Dilthey y la problemática, en apariencia tan exclusivamente epistemológica,
de la fundación de las ciencias del espíritu pertenecen al mismo clima –en el que
evolucionaron Henri Bergson en Francia, Benedetto Croce en Italia, y poco
después Ernst Bloch y los primeros de la Frankfurter Schule, así como los existen-
cialistas, con Heidegger a la cabeza–, que encuentra expresión literaria y más
ampliamente cultural en las vanguardias, y que reivindica la irreductibilidad de lo
«espiritual» al dominio de la racionalidad científico-tecnológica, a la sazón en pleno
paso del estadio de sueño teórico de los positivistas al de imponente realidad social.
El Heidegger de Ser y tiempo y luego el Husserl de la Crisis de la ciencia
europea no están motivados por el problema teórico de una refundación de la
certeza del saber científico; y tampoco por el interés por dotar de precisión al esta-
tuto científico peculiar de las ciencias humanas: éstas reflejan en el plano filosófico,
en formas diferentes pero hondamente ligadas entre sí, la incomodidad provocada
por la racionalización de la existencia guiada por las ciencias matemáticas de la natu-
raleza. Heidegger replantea el problema del ser en Ser y tiempo, porque el concepto
de ser transmitido por la metafísica europea se ha revelado adecuado sólo para
pensar el ser del objeto de las ciencias positivas; se trata de un objeto verificado,
medido, manipulado por la ciencia y luego por la técnica derivada; un objeto que se
deja describir de modo exhaustivo, como una cosa que se presenta ante nosotros
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
Aún así, sea sobre la base de la renovada autoconciencia historiográfica que se cris-
taliza en torno a la «Viena de Wittgenstein», sea sobre la base de la centralidad que
ha adquirido en los años recientes, en el ámbito de la filosofía analítica, el debate en
torno a tesis como las de los paradigmas de Kuhn, o al anarquismo epistemológico
de Fayerabend y de Lakatos (temáticas en las que se expresa una conciencia cada vez
más clara de la relación entre verificación o falsificación de proposiciones y la exis-
tencia histórico-social de las comunidades científicas en las cuales, de hecho, cada
validez «se hace valer» –con todo el correlato histórico, político y económico que
esa legitimación comporta); sea, finalmente, sobre la base de la cada vez más
frecuente interpretación, o «aplicación», antropológica de la teoría wittgensteiniana
de los juegos lingüísticos y de sus relaciones (la relación entre juegos lingüísticos
diversos, su eventual inconmesurabilidad, la posibilidad de un metajuego o, al
8. A. Janik y S. Toulmin, en Wittgenstein´s Vienna, Nueva York, Simon & Schuster, 1973.
Metafísica y violencia: cuestión de método 31
como podría tentar a algunos de hacer con Hegel, oponer a una tal «cuestión de
método» la invitación a intentar de nadar arrojándose al agua, es decir a comenzar,
de hecho, a construir argumentaciones filosóficas buscando, contra todo exceso de
suspicacia, la posibilidad de establecer algunas certezas aun si relativamente
«últimas» y que pudieren ser omnicompartidas. La invitación a lanzarse al agua, a
filosofar, no puede salir de la nada; se remite necesariamente a la existencia de una
tradición, de un lenguaje, de un método. Pero las herencias que hemos recibido de
esta tradición no son todas equivalentes: entre ellas está el anuncio nietzscheano de
la muerte de Dios, su «experiencia» más que teoría, del fin de la metafísica y, con
ella, de la filosofía. Justamente si lo que se quiere es aceptar la responsabilidad que
la herencia de la filosofía del pasado nos impone, no se puede dejar de tomar en
serio, ante todo, la cuestión preliminar de esta «experiencia». Precisamente la fide-
lidad a la filosofía es lo que obliga a no eludir, ante todo, la cuestión de su negación
radical; cuestión que, como se ha visto, está inextricablemente conectada a la de la
violencia.
En estos términos presentan el problema de la metafísica dos maestros del
pensamiento actual, Theodor Wiesengrund Adorno y Emmanuel Lévinas: acaso sus
lecciones sean las únicas que de verdad hagan que las temáticas nietzscheanas difun-
didas por toda la cultura contemporánea «se precipiten» en la cuestión ineludible
que liga el destino de la metafísica con el destino de la violencia; aun si, sea respecto
a Nietzsche o respecto sobre todo a Heidegger, los resultados de sus pensamientos
parecen configurar soluciones todavía insertas en el marco de la tradición metafísica.
La «dialéctica negativa» adorniana, como se sabe, vincula la crisis y la
imposible continuidad de la metafísica a la trágica parodia de ella que fue represen-
tada en Auschwitz, pero también, y más vastamente, en el mundo de la administra-
ción total. El desprecio que la metafísica profesa a todo lo que caduca, al cuerpo, al
individuo en su específica y accidental singularidad, «prepara» objetivamente, más
allá de cualquier intención de los filósofos y de la cultura que se se expresó en ellos,
el exterminio de grandes masas de Hombres en nombre de una teoría, o a su sumi-
sión a un proyecto de racionalización global de la existencia, como el de la sociedad
totalmente administrada del mundo tecnológicamente desarrollado.
Sucede con la metafísica, en Adorno, aquello que más específicamente
debe acaecer a la verdad del sistema hegeliano: si para Hegel valía la tesis de que lo
verdadero es el todo, hoy, después de que este principio se ha realizado en forma de
parodia en el mundo administrado, el todo es, por el contrario, lo falso. Es en su
«realizarse», en cierta medida, que la metafísica se devela como pensamiento de la
Metafísica y violencia: cuestión de método 33
violencia –según una tesis que hemos encontrado ya en Nietzsche. Pero el derecho
en nombre del cual lo caduco, la individualidad, la existencia ofendida se rebelan
contra la violencia del exterminio y de la administración total es igualmente una
trascendencia metafísica, la «promesse de bonheur» [en francés en el texto] que legi-
tima toda toma de distancia crítica y ética del presente estado de cosas. En conse-
cuencia, no todo reenvío a otra cosa que a la caducidad, no todo pasaje «de aquí para
allá», de la apariencia a lo verdadero, de lo accidental a lo esencial, es una violencia
metafísica. Lo que desmiente a la metafísica es su desplegarse en la presencia, como
efectualidad totalizante: una tesis singularmente próxima a la de Heidegger, para
quien la metafísica acaba cuando culmina en la efectiva racionalización técnico-cien-
tífica del mundo, que la priva de toda trascendencia y la convierte en una presencia
totalmente actual.
Pero a diferencia de Heidegger, Adorno parece pensar que se puede
separar la metafísica como promesse de bonheur, como referencia utópica a una
autenticidad trascendente al presente estado de cosas, de su desplegarse en raciona-
lidad totalizante y en violencia. Esto equivale a «detener y revocar el movimiento
de la falsa conciliación»9 la que ha realizado el absoluto del espíritu hegeliano en
forma de parodia. Esto comporta una reducción de la promesse de bonheur a mera
apariencia, la apariencia que caracteriza también lo bello de la kantiana Crítica del
juicio, y a presque rien [en francés en el texto]. La felicidad que constituye el conte-
nido de la promesa metafísica, a aquello a que lo finito, efímero y accidental como
es, aspira como a su propio derecho, es la conciliación dialéctica que es también el
telos del espíritu absoluto hegeliano: una autoconciencia plenamente desplegada que
ya no está en conflicto con la naturaleza y que, por tanto, en cierto modo, ha dejado
de ser finita.
Respecto a este ideal de un sujeto conciliado –ideal que, no obtante ser
desplazado por Adorno a un horizonte utópico, no deja de valer como única norma
para la emancipación, como lo único «verdadero»–, la «revocación» del movimiento
de la conciliación, el retorno a la apariencia kantiana y la revelación de la trascen-
dencia metafísica en el presque rien, no pueden no tener el sabor de una pura y
simple recaída. En efecto, la posición «conclusiva» de la Teoría estética en el itine-
rario filosófico de Adorno no es sólo un accidente cronológico: la dialéctica nega-
tiva tiene una intrínseca vocación de concluirse en la estética; la filosofía, aquí, cede
caso de Lévinas, está aún demasiado dominada por ideales de fuerza, en cuanto se
deja guiar y determinar por el don que el Infinito hace de sí mismo; y que en el caso
de Adorno es demasiado débil, en tanto se confía a la apariencia de lo bello. En
ambos casos, empero, la salida de la violencia y la superación de la metafísica pasan
por el acceso del sujeto a una experiencia originaria, de algún modo no comprome-
tida, que permanece caracterizada metafísicamente; continúa funcionando, efectiva-
mente, como un acceso a un Grund en virtud del cual, como por vía deductiva, el
pensamiento debería «cambiar», colocándose en una dimensión de autenticidad.
Heidegger intenta salir de este esquema con su toma de distancia del
humanismo, con la insistencia sobre la preparación y la escucha más que sobre deci-
siones y conversiones; y sobre todo, en los escritos más tardíos, con su concepción
del Ge-Stell. Este término, que en castellano se debería traducir como «yuxta-posi-
ción», y también «im-posición», respetando la intención heideggeriana de atribuir a
la palabra alemana (Gestell), que literalmente significa andamio, armazón, caballete,
pedestal, estantería, e incluso estructura, el significado de «junto a», «adjunto»
(Ge-) al Stellen, verbo que significa poner, disponer, imponer, componer, etc.,
indica, según él, el carácter del mundo técnico-científico en el cual hoy se vive. Más
o menos se trata del mundo de la administración total del que habla Adorno, y que,
aunque en sintonía –no reconocida por ninguno de ellos– Heidegger ve como la
metafísica realizada: en efecto, la metafísica tiene como ideal director el de ence-
rrarlo todo en el interior del esquema del principio de la razón suficiente, remi-
tiendo toda cosa a explícitos nexos de fundación. En el disponer tendencialmente
limitado de la técnica guiada por la ciencia experimental moderna, este programa se
realiza completamente.
A diferencia de lo que sucede en Adorno, la realización de la metafísica
en el Ge-Stell no es para Heidegger sólo una «parodia» a la cual uno deba oponerse
con el esfuerzo de «revocar» la falsa conciliación, remitiendo el movimiento dialéc-
tico a un momento precedente como aquel de la apariencia estética. Si el pensa-
miento tiene una chance [en francés en el texto] de ir más allá de la metafísica y de
la violencia que le está ligada, esta posibilidad está conectada al movimiento mismo
del Ge-Stell, dentro del cual el pensamiento está totalmente sumergido, como su
destino. El Ge-Stell es el horizonte de destino del cual es ilusorio pretender fugarse,
sea por medio de la conversión o de la contemplación de la apariencia de lo bello.
Sólo si en algún sentido se descoloca, se transforma, se podrá decir que el ser vuelve
a dirigirse a él (como dice Was heisst Denken?) y podemos esperar ser conducidos
más allá de la metafísica.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
12. G. Vattimo, Essere, storia, e linguaggio in Heidegger, Génova, Marietti, 1963, cap. IV.
Metafísica y violencia: cuestión de método 39
lista» de aquella primera obra podía aún aparecer como constitución de la existencia
(si bien ya claramente distinta de las «categorías» en las que se dan los entes intra-
mundanos, las cosas) está relacionado con el evento del ser. No hay trazos esenciales
de lo humano. De lo que habla la analítica existencial es de los modos de realizarse
(de wessen, «esencializarse») el estar ahí del Hombre en la época a la que somos
lanzados, la época de la metafísica cumplida. Toda pretensión de oponer una
Verfassung, una constitución originaria, natural, de la existencia –o, al menos, de
una existencia auténtica de estructuras puras del ser, a la deyección, al existir inau-
téntico de la cotidianeidad media, o al destino del Hombre en la edad de la metafí-
sica, de la técnica y de las realizaciones sociales–, no hace sino permanecer en el
interior de la época en la que se han sucedido los diversos «principios primeros» que
han venido estructurando jerárquicamente las fases de la historia occidental. Se trata
de esas diferentes configuraciones del «mundo vero» que Nietzsche, en el capítulo
de Crepúsculo de los ídolos ya citado, ha visto transformarse en «fábula».13
La progresiva conciencia de todo esto –o sea del alcance, en definitiva,
nihilista de la crítica de la idea del ser como presencia y de la tentativa de pensarlo
radicalmente como evento–, conduce Heidegger a ver en el Ge-Stell el destino del
ser. Como lo hemos mencionado ya, la metafísica es, aún para Heidegger, el
pensamiento que se realiza en la racionalización (tendencialmente) total del
mundo. Pero justamente como tal ella es también esa vicisitud en el curso de la
cual, al fin, «no queda nada más del ser»,14 en la medida en que el ser se ha disuelto
en la sumisión de los entes al poder de disponibilidad de la técnica, que acaba
igualmente por imponerse (de acuerdo a las descripciones críticas de la alienación)
sobre el sujeto, que deviene, también él, elemento «disponible» del universal
imponerse del Ge-Stell.
Es justamente en este desvanecimiento, al encuentro del cual van –en el
desarrollo del Ge-Stell–15 tanto el ser como el Hombre, donde reside también la posi-
13. Sobre la historia de la metafísica como historia de los diversos principios originales adop-
tados progresivamente como fundamento, ver: R. Schürmann, Le principe d´anarchie. Heidegger et la
question de l´agir, París, Seuil, 1982.
14. M. Heidegger, Nietzsche, Pfulligen, Neske, 1960, vol. II, p. 338; sobre la identidad entre
metafísica y nihilismo, ver ibid., p. 350.
15. M. Heidegger, Identität und Differez , Pfulligen, Neske, 1957, p. 26: « Das Ereignis ist der
in sich schwingende Bereich, durch den Mensch und Sein einander in ihrem Wesen erreichen, ihr
Wesendes gewinnen, indem sie jene Bestimmungen verlieren, die ihnen die Metaphysik geliehen hat. »
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
18. Ver nota 15, supra; los Bestimmungen que la metafísica ha conferido al Hombre y al ser son,
sobre todo, los del sujeto y objeto, como aparece igualmente en las páginas de Identität und Diferenz
que hablan de la reciprocidad Herausforderung en la cual el Hombre y el ser son llevados a la época de
la metafísica.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
mente con su visión del Ge-Stell. Sería, pues, excesivo, al menos en relación a una
interpretación literal de los textos, leer, por ejemplo, una página de Unterwegs zur
Sprache19 sobre «el simple silencio del silencio» sólo como «auténtico Sagen», en el
sentido de una invitación a «abandonar el ser» no solamente como Grund,20 sino
también como palabra esencial silenciosa. Sin embargo, es sobre esta vía que
conviene avanzar, con y más allá de Heidegger, más allá de la letra de sus textos si
se quiere permanecer fieles a su programa de preparación de un nuevo advenimiento
del ser que se corresponda con el llamamiento del Ge-Stell.
Es difícil que este llamamiento a salir de la metafísica –y ante todo de su
esquema básico: la relación opositiva entre sujeto y objeto– indique sólo la dirección
de un reconocimiento de la constitución intersubjetiva del sujeto mismo, como en la
Teoría de la acción comunicativa de Habermas. Habermas toma justamente sus
distancias en relación con Adorno, observando que éste permanece ligado a una
concepción metafísica del sujeto, pero después queda, a su vez, orientado a la cons-
trucción de una estructura normativa del sujeto de este modo «socializado», ya que la
intersubjetividad conserva la posición de una constitución suprahistórica, no se deja
jamás contaminar por la idea de «destino», de envío, de contingente pertenecer a un
evento. Con lo que la «ventaja» de suprimir el sujeto metafísico autocentrado resulta
excesivamente escasa, e incluso comporta el riesgo de un retorno restaurador.21
La vía adoptada por Habermas, y por Apel con su idea de la comunica-
ción ilimitada, es de todos modos un ejemplo –no obstante toda afirmación en
contrario del mismo Habermas– de cómo no se puede superar la metafísica como
no sea consumando el sujeto. Incluso en Habermas es el Ge-Stell, como sociedad de
«roles» –por lo cual, además de Weber, es decisivo en Habermas el reclamo a la
experiencia del interactivismo americano–, lo que ha hecho al sujeto impensable
como yo autocentrado; si bien, luego, la imposición de la acción comunicativa como
norma trascendental vanifica la iniciativa, e intenta exorcizar aquella disolución que,
por el contrario, se trataba de proseguir.
Se sale de la metafísica y de la violencia que le es conexa dejándose
reclamar –y no sólo «negativamente»– por la disolución del sujeto y del objeto de
Si nos fuese permitido fotografiarlos, los dictámenes del alma presentarían sobre el
papel extraños contornos. La relación que establecemos con la verdad se muestra de
tal modo compleja que, frecuentemente, para decirla, recurrimos a una mentira. Es
una historia antigua. Jean-Jacques Rousseau, uno de los últimos que la buscaron con
ardor, pagó por ella un precio muy alto, y ni siquiera llegó a advertir al final de su
vida que el éxito había coronado sus esfuerzos.1
Es posible que las dos instancias contrarias de legitimación (verdad, de un
lado; mentira, del otro), formen una mezcla tan insondable, que la química de las
1. La sinceridad como compromiso surge como postulado sobre el que se basa la narración de
su vida. «He develado mi interior», dice dirigiéndose a Dios, «como Tu lo ves Tu mismo» (Les Confessions,
París, GF-Flammarion, 1969, p. 43). Pero nadie está, en realidad, por encima de los hechos. Si éstos nos
persiguen cuando callamos, tampoco nos libramos de ellos cuando los confesamos. En su madurez, repu-
diado y lapidado por donde pasaba, se preguntará si no había deformado y agravado sus propias faltas en
su deseo de confesarlas. Ver Les rêveries du promeneur solitarie, París, GF-Flammarion, 1964.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
2. Platon, Hipias menor, o do falso (Hipias menor, o de lo falso). En: Obras completas, trad. de
Francisco de P. Samaranch, Madrid, Aguilar, 1981, p. 91. En el curso del diálogo, Hipias se da cuenta de
que ha caído en una trampa. Irritado, se queja. Si está de acuerdo en todo momento, terminará por
encontrarse en la posición opuesta a aquella en la que había comenzado. Y eso es lo que va a suceder.
Como en un proceso de metalenguaje, apelando a la humildad, ya que el que habla, el que ofrece las
razones, es el interlocutor. Sócrates emplea solamente los argumentos del otro. Allí donde parecía estar
la verdad estaba la mentira, siendo ésta, en último término, la prueba irrefutable de la verdad.
Ve rd a d . Q u é m e n t i ra . . . 49
5. Hannah Arend, Rahel Varnhagen, a vida de una judía alemana na época do romanticismo
(La vida de una judía alemana en la época del romanticismo). Trad. de Antônio Trânsito y Gernot
Kludasch, Río de Janeiro, Relume/Dumara. 1994. La tolerancia que se otorgaba a esta parte de la pobla-
ción, permitiéndole que se quedara aunque restringiendo la presencia por la negación del derecho a la
ciudadanía, estimulaba la asimilación (por medio del bautismo), causando un doble efecto de humilla-
ción, por un lado, y de esperanza, por otro, de ser un día aceptados. Una judía alemana del siglo XVIII,
observa Hannah Arendt, no tenía otras salidas para afirmarse socialmente que el dinero o la belleza, que
procuraban las posibilidades de un matrimonio ventajoso, dos recursos de los que no disponía Rahel, a
pesar de su inteligencia y de su personalidad, su único patrimonio. Las decepciones fueron numerosas.
Ve rd a d . Q u é m e n t i ra . . . 51
6. Blaise Pascal, «Pensées», en: Œuvres Complètes, París, Gallimard/Pléiade, 1954, p. 1334.
7. San Agustín, Confesiones. Citado de la edición portuguesa, Livraria Apostolado da
Imprensa, 1990, p. 205.
Ve rd a d . Q u é m e n t i ra . . . 53
sófica.8 Y otro tanto puede decirse de Rousseau, que también recibió en un clima
semejante, cuando descansaba de regreso de una visita a Diderot, a la sazón preso
en Vincennes, la intuición de su Discurso sobre las ciencias y las artes que será coro-
nado por la Academia de Dijon en 1750. Travestido en una forma laica, adaptada a
los tiempos, sin ser por eso del todo original, el mecanismo es el del misticismo
como lo conocemos en Agustín.
En éste la verdad se escinde en tres, tres que constituyen una, principio
general que el pensador desarrolla en el texto titulado Sobre la trinidad: ser, conocer,
querer.9 En la lógica allí establecida, comenta Hanna Arendt, yo soy el conocer y el
querer; tengo conocimiento de que soy y de que quiero; y quiero ser y conocer.
Analogía que no significa que el ser sea análogo al padre, el conocer al hijo, y el
querer al espíritu santo, sino sencillamente que el yo espiritual contiene tres cosas
diferentes, inseparables y no obstante, distintas.
La tríada ser, conocer, querer es complementaria de otra, una tríada del
espíritu, memoria, intelecto y voluntad, tres facultades que no indican tres espí-
ritus sino uno solo, que se refieren mutuamente: recuerdo que tengo memoria,
intelecto y voluntad; entiendo que entiendo, quiero y memoro; y quiero querer,
recordar y entender. Tan sinuosos son los mapas que se nos imprimen en el alma.
La experiencia, como el movimiento de los Hombres y del pensamiento,
conducen a una dispersión cuyo balance, a menos que se tenga mucho cuidado,
frustra y confunde.
Para evitar la jungla que nos rodea –peligrosa, con sus ruidos, sus colores,
sus sugerencias– marchamos a contracorriente por el único recurso capaz de libe-
rarnos: el gusto por el orden, que nos es propio, típicamente humano. Pertenecemos
a una naturaleza que ni está rígidamente estructurada como la de ciertos insectos
(las abejas, las hormigas), ni está perdida en sí y esclava de sus necesidades vitales
8. Una de sus biografías recuerda el acontecimiento en estos términos: « Aquí todo se siente
de manera pasiva, al límite de la depresión, mientras que la frase inicial, citada fielmente, traduce la carga
positiva de la inspiración que otarga al filósofo la energía para seguir adelante.» Citado de Geneviève
Rodis Lewis, Descartes, uma biografía (Descartes, una biografía), Río de Janeiro, Record, 1995.
9. Hannah Arendt, A vida do espirito, volume 2: O querer (a vontade) (La vida del Espíritu,
vol. 2, El querer), Trad. De Helena Martins, Río de Janeiro, Relume/Dumara, 1993. Sabemos la fascina-
ción que el padre de la Iglesia católica ejerce sobre ella, así como la influencia decisiva que ejerció en sus
concepciones, en la manera de organizarlas y en la búsqueda de una revelación (la de encontrarse a sí
misma) que nosotros por la crueldad implícita y por el dolor quizás nunca seremos capaces de alcanzar.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
14. Es interesante que lo que los amigos no nazis, como Karl Jaspers o Karl Löwith, no sopor-
taban con respecto a su período hitleriano fuera la ausencia de autocrítica, más que otro error. Después
de 1945, Heidegger, no sólo no se contentó con no haber tratado este tema, sino que borró de sus textos
las referencias a su militancia. Ahora bien, la confesión se inscribió en Occidente a través de la institu-
ción de la absolución, a condición de que el pecador reconozca su falta –un modo de vincular el ser a la
idea. Una vez asumida, como pensaban los escolásticos legándonos esta costumbre, la confesión se
apropia del individuo. Si el recurso no bastaba entre los Hombres, a no ser como atenuante, según la
gravedad de la acción, Dios le daba valor y reconocimiento. De ahí nuestra pregunta: ¿utilizó Heidegger
el silencio para mentir? E independientemente de él, en términos absolutos, ¿es el silencio verdad o falsi-
ficación? Después de todo, ni con el discurso inagotable e infinto –y la literatura subraya este tema–
conseguiremos expresar lo que realmente somos. ¿No es posible que, respecto a nuestra presencia en el
mundo, no se trate más que de habladurías, como diría Beckett, una enorme, incorregible habladuría sin
ningún sentido, el mayor secreto (y ¿quién podría, ciertamente, afirmar lo contrario?), fruto de la simple
incapacidad que poseemos de soportar el silencio?
15. Ver Martin Heidegger, Ser y tiempo.
16. ¿Bastará la generosidad del amor para absolver el crimen, como en la perspectiva de Cristo?
¿Por qué, entonces, el proceso de Nuremberg –y el de Eichmann? Extremadamente problemática, la
relación de la naturaleza humana con el perdón continúa siendo imprevisible.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
casualidad que aparece la seguridad que ha contribuido a impedir que las ruinas
inherentes a los procesos vayan más allá de lo aceptable y las transformen en escena
única de muertos. Los que la han inventado, verdaderos ingenieros, han perfeccio-
nado sus talentos para reunir los materiales, sacar provecho de los errores y, sobre
todo, descubrir vocaciones.
La dimensión atribuida a la voluntad en un aspecto básico como ese,
alcanza otros niveles. Comprender las causas de las virtudes y de los defectos,
gracias a la psicología, que nos lleva hasta la justificación de las perversiones,
simplemente porque, por su intermedio, juntando los pedazos, todo acaba por
reconstituirse. En última instancia no existen verdaderos culpables, ya que todos,
con o sin Dios, se reconocen, directa o indirectamente, responsables de lo que
ocurre. El principio de fraternidad se sobrepone a las cicatrices que lo preceden.
Aún así, hay lugar para que la voluntad –el Derecho lo acepta– conserve un rol en
el interior de los actos. La personas de bien lo son por el rigor con que demuestran
la voluntad de serlo y no por temperamento o prefiguración genética.
Y ¿cómo explicar con dos pesos y dos medidas las participaciones nazis,
por un lado de Eichmann y por otro de Heidegger? La pobreza intelectual de uno,
confrontada a la riqueza del otro, ¿acentúa o disminuye la gravedad de las actitudes
respectivas? Sabemos cómo la herencia valora el legado intelectual, especie de patri-
monio que nos es imprescindible.
En Francia, durante la «depuración» de 1945, después de la victoria de
la Resistencia, cuando los ocupantes del poder reclamaron sus responsabilidades
a los colaboracionistas, un elemento complicó el debate: qué hacer con los
artistas y los pensadores. Convocado a tomar posición sobre Brasillach, conde-
nado a muerte, Camus, opuesto a las ejecuciones –aún si obsecionado por la
memoria de los que cayeron, víctimas de las delaciones del reo–, terminó por
firmar el pedido de clemencia, aunque añadiendo un comentario, en carta a
Marcel Aymé destinada a evitar malos entendidos, en la que explicaba que jamás
«le daría la mano».17
Optando por una suerte de término medio, Camus se niega a traicionar
17. Ver Olivier Todd, Albert Camus, une vie, París, Gallimard, 1996, p. 375. Esta declaración
aparece en una carta del 27 de enero. Además de la cuestión moral implícita, el episodio revela la impor-
tancia atribuida, de un lado y de otro, a las posturas asumidas por los intelectuales. El país entero estaba
a la escucha –un argumento que demuestra que la importancia de las acciones depende del que las ejecuta.
Ve rd a d . Q u é m e n t i ra . . . 59
18. Esto significa que está a favor de la rebelión contra la revolución, hasta el punto de romper
con sus amigos, en una época en la que el mundo se encuentra radicalmente dividido en dos bloques.
19. ¿De qué tengo miedo? ¿De mí mismo? Aquí no hay nadie más: / Richard ama a Richard: es
decir, yo soy yo. / ¿Hay un asesino, aquí? No. Sí, yo / ¡Huyamos pues! Pero ¿Cómo? ¿De mi mismo?
He aquí una buena razón. / De miedo de venganza. ¿Cómo? ¿Yo de mi mismo? / ¡Veamos! Yo me quiero
¡Por qué pues? Por algún bien / ¿Que yo me haya podido hacer a mi mismo? / ¡Pero no, pobre de mi!
Yo tendría que odiarme / por los actos execrables cometidos por mi. / Soy un canalla. No, miento, no lo
soy / Insensato, habla bien de tí mismo. Insensato, no te adules. (La vie de l’esprit) (traducción libre).
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
20. Thomas Hardy, The Mayor of Casterbridge, Londres, Penguin, 1994. «Y forzada a clasifi-
carse entre las afortunadas, no cesó de asombrarse ante la persistencia de lo imprevisto, puesto que a
aquella a quien se le había concedido esta tranquilidad sin quiebra en la edad adulta era justamente ella,
cuya juventud parecía haberle enseñado que la felicidad no era más que un episodio ocasional en el drama
general del dolor.» (traducción libre.)
21. Edmond Jabès, Le seuil, le sable: poésies complètes 1943-1988, París Gallimard/Poésie,
1990, p. 15.
61
1. A esta ponencia la sigue un debate que tuvo lugar en Río de Janeiro el 23 de abril de 1999.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
espejo, esta fase ultraconformista del sujeto frente a su objeto, y acceder al grado
ulterior de objeto que nos piensa, de mundo que nos piensa. El pensamiento de la
materia, el pensamiento/objeto ya no es reflexivo, es reversible, se transforma en el
encadenamiento del lenguaje y de las apariencias, sólo es un caso particular en el
encadenamiento del mundo. Es la parte fáctica, fenomenal del mundo y ya no
posee el privilegio de lo universal. Ya no posee privilegio alguno con respecto al
acontecimiento incomparable del mundo, pero sin duda posee el encanto de la
singularidad. En todo caso, es irreductible a la conciencia del sujeto. En el
desorden del mundo, el pensamiento, como atributo y destino específico de la
especie, es demasiado precioso para ser reducido a la conciencia del sujeto. Habría
pues un juego entre el intercambio del pensamiento y el mundo, que no tendría
nada que ver con el intercambio imposible con la verdad –que supondría aún este
intercambio imposible.
Lo que pienso y lo que escribo aquí ¿con qué se podría intercambiar?
¿Hay un equivalente de esto, un valor de uso, un valor de cambio? En absoluto, el
intercambio es imposible. Esto sólo concierne a la falla del mundo y el pensamiento
no puede sino aniquilarse en el objeto que lo piensa, al mismo tiempo que él
aniquila al objeto que piensa. Es así como él escapa de la verdad. Y hay que escapar
de la verdad. Es lo mínimo que hay que hacer. Y para escapar de la verdad sobre
todo no hay que confiar en el sujeto, hay que volverse hacia el objeto y a su atrac-
ción extraña, al mundo y a su incertidumbre definitiva.
El pensamiento/objeto, vuelto inhumano, es el que toma parte en el inter-
cambio imposible. Ya no busca transformar el mundo ni intercambiarlo por ideas,
ha tomado partido por la incertidumbre, con ella hace sus reglas del juego. Ha deve-
nido pensamiento del mundo que nos piensa. Al hacer esto, cambia el curso del
mundo. Pues si la equivalencia del mundo y del pensamiento es imposible, hay por
el contrario, mas allá de todo punto de vista crítico, e invirtiendo el juego, una alte-
ración recíproca de la materia y del pensamiento. Inversión del juego si el sujeto ha
podido acontecer en el mundo del objeto, hoy el objeto acontece en el universo del
sujeto. Si la irrupción de la conciencia ha acontecido en el curso del mundo, hoy el
mundo acontece en el curso de la conciencia, en la medida en que ésta forma parte,
ahora, de su destino material, del destino de la materia, y por lo tanto de su incerti-
dumbre radical.
Alteración física de la conciencia por el mundo, alteración metafísica de
mundo por la conciencia: no cabe preguntarse por dónde comienza eso ni «quién
piensa a quién». El envite es simultáneo y cada uno desvía al otro de su meta. El
¿Quién piensa a quién? El mundo es quien nos piensa 67
ella misma sigue el orden inmanente del mundo. Predestinación y reversibilidad son
las dimensiones de un pensamiento que se convierte en la sombra del mundo y en
su doble. Él repite el mundo y el mundo no existe sin esta repetición. Él es sólo el
emblema de la diferencia entre el mundo y él, y esta diferencia no puede ser vista
antes de él. Al mundo no le falta nada antes de ser escrito, pero después de esto, sólo
puede explicarse sobre esta base. La teoría nos revela a la vez algo como «nada» a lo
que reemplaza; una ausencia que ella vuelve visible y que enmascara. Es esta «nada»
lo que ella es a la vez y no puede ser en la medida misma en que ella lo es.
El pensamiento radical se encuentra en la intersección violenta del sentido
y del sinsentido, de la verdad y de la no-verdad, de la continuidad del mundo y de
la continuidad de la nada. Contrariamente al discurso de lo real, que apuesta por el
hecho de que hay algo más bien que nada y que intenta fundarse en un mundo obje-
tivo y descifrable, el pensamiento radical, por su parte, apuesta por la ilusión radical
del mundo. Él aspira al estatuto y al poder de la ilusión, restituyendo la no-vera-
cidad de los hechos, el no-significado del mundo y postulando la hipótesis de que
no hay nada más bien que algo –y acosando esta nada que se mueve bajo la aparente
continuidad de las cosas. Habiendo entendido que la ilusión no es lo que se opone
a la realidad, sino otra realidad más sutil que envuelve a la primera con el signo de
su desaparición. El pensamiento como ilusión, como seducción, puede ser tomado
como impostura. Pero la impostura –y el lenguaje mismo es una impostura– no es
tampoco lo que se opone a la verdad: es una verdad más sutil que envuelve lo real
con el signo de su desaparición.
Finalmente ¿para qué sirve el pensamiento, para que sirve la teoría? Entre
ella y el mundo está «lo Otro por Él mismo»: suspenso definitivo, reversibilidad
definitiva del mundo y del pensamiento. Recordando los tres teoremas fundamen-
tales: el mundo nos ha sido dado como enigmático e ininteligible, y la tarea del pen-
samiento radical es volverlo, si es preciso, todavía más enigmático y más ininteligi-
ble; ya que el mundo evoluciona hacia un estado de cosas delirantes, debemos con-
siderarlo desde un punto de vista delirante; el jugador no debe jamás ser más gran-
de que el mismo juego, ni el teórico más grande que la teoría, ni la teoría más gran-
de que el mundo mismo.
Eduardo Portella
Esta presentación inicial de Jean Baudrillard evoca un itinerario en el que, quienes
acompañamos su vida intelectual, nos encontramos muy próximos, y que va desde
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
Muniz Sodré
Es difícil comentar, sin haber tenido con anterioridad conocimiento de su texto, una
intervención tan densa como la de Jean Baudrillard, pero detrás de la idea de
«pensamiento-mundo» o de «pensamiento-objeto», veo tanto un punto de vista de
la crisis, incluso un pensamiento de la crisis, como la crisis del pensamiento o la
crisis de la posibilidad de continuar pensando en términos lineales, en términos de
derivadas y de líneas continuas que permiten crear, hacer o producir sentido.
En el esfuerzo de producir un pensamiento a partir del objeto, veo
también un síntoma de la crisis de la casa Occidente. Cada casa, cada vivienda posee
lo que Monteiro Lobato llamaba «sus puntales y sus pilares» –lo que sostiene los
cimientos. En Umbehagen der Kultur (El malestar en la cultura), Freud definía de
manera muy clara el modo en que la civilización y el pensamiento de Occidente se
estructuran, cuando afirma que la posibilidad de decidir en todo momento y en
todo lugar, en función de nuestras opciones –se trate de opciones políticas o
sociales, de pensamiento o teóricas–, se ha construido alrededor de ideas de limpieza
–combatir la suciedad a cualquier precio–, de belleza y de orden.
Este orden, esta cualidad de lo que es digno de fe y esta estabilidad de los
principios de orden son los que conducen a lo que se llama «la seguridad ontoló-
gica», a saber: la certidumbre que en gran medida ha orientado la identidad occi-
dental y sobre la cual ciertos pensadores occidentales emiten aquí o allí algunas
reservas. Freud emite reservas en cuanto a la estabilidad y a la certidumbre de la
conciencia, y Marx en cuanto a la certidumbre de la economía. Otros, como Jean
Baudrillard, parten de la incertidumbre como principio.
Creo que es en esta incertidumbre que él intenta pensar esta forma hiper-
textual que ofrece la posibilidad de establecer sin interrupción correlaciones
¿Quién piensa a quién? El mundo es quien nos piensa 71
2. NdT: los nombres griegos Zoé y Bíos, casi sinónimos, refieren, el primero, a la vida en
general, al hecho natural de estar vivo lo que está vivo, y el otro a la existencia de cada quién, su modo
particular, cultural, de vivir, en su propio lebenswelt, diríase en alemán filosófico.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
ción y paralelamente, crear un mundo que neutraliza esta dificultad creciente que
consiste en saber cómo pasar del «yo» al Otro, del «yo» al «tu», o del «yo» al objeto.
Entonces veo al pensamiento que sale del objeto como la expresión de esta angustia.
Pero todavía no he resuelto la dificultad de cómo pensar el objeto sin el sujeto.
Rafael Argullol
Podría ser revelador e interesante comparar con fines didácticos este fin de siglo con
el del XIX. Me parece que, al menos en la cultura occidental, estamos viviendo el fin
del siglo XX bajo el peso de la hybris, mientras que el final del siglo XIX se caracte-
rizaba por la fuerza y la inercia misma de la hybris. Un pensamiento como el de
Nietzsche reflejaba perfectamente los síntomas dominantes de la época, no tanto
como pensamiento filosófico, sino sobre todo como diagnóstico de un período.
Sin detenerme demasiado en ello, presentaré aquí tres escenificaciones de
la hybris que pesan actualmente sobre nosotros. La primera concierne al cambio
global de lo humano, que podríamos llamar el argumento de la reproducción, de la
posibilidad de alcanzar el paraíso a través de la reproducción. La segunda es la del
progreso, y más exactamente el mito del progreso, el acceder al paraíso por medio
del progreso científico y técnico –y aquí conviene comparar particularmente los
comentarios y las crónicas del fin de siglo XIX con las nuestras. La tercera es una
escenificación diferente desde el punto de vista cualitativo, pero sintomática: se trata
de la escena creativa o artística.
Las fuerzas de ruptura y las fuerzas centrífugas que surgen al final del
siglo XIX bajo este horizonte de hybris, o de desmesura, son analizadas también
implícitamente por Nietzsche y tendrán su traducción inmediata a finales del
siglo XIX. Igualmente se vuelven a encontrar en las vanguardias artísticas que
predican el renacimiento de lo humano, por mediación del arte. En todos estos
casos constatamos una revolución, la renovación del paraíso por lo humano, y en
este sentido, la hybris. Lo que pasa en el siglo XIX no es nada menos que una especie
de punta de lanza final, de un lado «prometeico», y del otro «mefistofélico», de lo
que podríamos llamar el antropocentrismo humanista, el antropocentrismo del
humanismo occidental.
Al final del siglo XX, en donde los sueños, las promesas y las intuiciones
de los pensadores y de los artistas del fin del siglo XIX han efectuado finalmente su
salida del escenario, a menudo traumatizante, a veces grandiosa, nosotros vivimos
una desventaja, casi física, una claudicación.
¿Quién piensa a quién? El mundo es quien nos piensa 73
circulo vicioso, muy difícil de romper. Una de las cuestiones en las que debe
centrarse nuestra atención es la de las condiciones de realización de una crítica cate-
górica y generalizada del antropocentrismo. Mas aún cuando esta crítica debe evitar
negar que nos es imposible, en tanto humanos, la completa renuncia, tanto desde el
punto de vista lógico como lingüístico, a las posiciones antropocéntricas.
Una solución que se podría considerar consistiría en afrontar directa-
mente esta hybris, a la que nos ha conducido finalmente el antropocentrismo
humanista. Retomando conceptos de la tragedia griega, es posible proponer una
cultura de la mesura, en la cual podríamos mezclar, efectivamente, la crítica de la
desmesura antropocéntrica, por un lado, y la intención de llegar a una nueva rela-
ción entre la naturaleza y el Hombre, entre el cosmos y la creatura, por el otro.
Podríamos, así, proponer una crítica de la hybris ideológica que condujo al totalita-
rismo, y esto sobre todo partiendo de la defensa de una nueva relación entre lo que
llamamos «el individuo» y «la sociedad». Casi me inclinaría por un no-renuncia-
miento a nuestros orígenes, si no fuera a ciertos aspectos indirectamente «prome-
teicos» y «mefistofélicos» de nuestros orígenes. Sin embargo, a pesar de estas pocas
pistas que se pueden explorar, hay que reconocer la dificultad, cuando se trata de la
cultura del presente milenio, de tratar y de comprender la desmesura radical con la
que se termina el proyecto antropocéntrico humanista.
Jean Baudrillard
Para responder a vuestras preguntas, he de volver al objeto. Elegir el objeto en
oposición al sujeto es una gimnasia que se inscribe en una suerte de racionalidad, de
dialéctica de la cual quisiera salir a través del objeto tomado, no en tanto corolario
del sujeto, sino como lo que inventa el sujeto para transformarse en sujeto del
mundo. Se trata de una forma de hybris, de imperialismo que apunta a reducir defi-
nitivamente en un solo sujeto todo objeto posible.
Esto se traduce hoy en una antropología imperialista invasora, que la
encontramos hasta bajo el signo de los Derechos del Hombre. Se trata de imponer
a todas las especies, a todas las razas, a todos los animales, a la naturaleza, un
volverse sujeto. Es preciso que todo se vuelva sujeto, bajo el signo del Derecho, el
cual es también una invención del sujeto. Hoy, percibo un envite absoluto en este
imperialismo total. Sea como sea, nuestro discurso no tiene salida, pues los términos
de sujeto y de objeto son términos discursivos, racionales. No poseemos los medios
para decir lo que quisiéramos decir fuera de este sistema de referencia. Sería nece-
saria otra lengua.
El objeto significa, etimológicamente, el problema. El objeto es el
problema. No es un ser material, el mundo en su materialidad. Es lo que hace obje-
ción, es decir, lo que está en posición de desafío con relación al sujeto. Me gustaría
que esta dialéctica sujeto-objeto, con un polo de dominio del sujeto, se transformara
en un juego que implicara necesariamente una dimensión de desafío pero en donde
no hubiera posición de privilegio de los pares.
En este juego hay una pareja y una reglas del juego que no pertenecen a
nadie. La relación entre pares es una relación de desafío, abierta, que no se resolverá
jamás en la posición de superioridad de uno sobre otro. Se pierde o se gana, pero se
juega. La posibilidad de jugar siempre está abierta: el juego es el único sistema al que
podemos llamar abierto. Queda bien ideológicamente decir que el pensamiento
debe ser abierto, en el sentido de que el pensamiento crítico debe absorber todas sus
contradicciones y debe estar abierto a todo aquello que todavía no forma parte de
él. Esta es la forma humanista del pensamiento, por la cual estoy de acuerdo en que
vale la pena batirse.
El movimiento del mundo, de las cosas, es siempre una superficie en la
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
que las cosas se dilatan y están abiertas en todas las direcciones y en donde, al
mismo tiempo, se contraen y se cierran en todos los sentidos. Se trata de un movi-
miento sin solución: ninguno prevalecerá sobre el otro. Hay una reversibilidad de
los movimientos. Yo quisiera que ocurriera así entre el sujeto y el objeto, enten-
diendo a este último como lo que pone fin a la división entre objeto y sujeto.
Igualmente, para mí, el Mal no es un valor moral opuesto al Bien. El Mal es lo que
pone fin a la oposición moral, ideológica, entre el Mal y el Bien, lo que está más allá
del juego. Yo iría incluso más lejos al decir que lo femenino no es lo que se opone a
lo masculino en una confrontación rígida. Lo femenino es un principio que permite
resolver la oposición entre femenino y masculino, más allá de la diferencia sexual.
Pienso que en nuestro mundo actual existe verdaderamente el riesgo de
la desaparición del pensamiento, el riesgo de que se vuelva –por acción de la inte-
ligencia artificial, etc.– una función inútil. El libro, el pensamiento, el lenguaje,
tienden a volverse funciones inútiles por el hecho de la hegemonía efectiva de los
sistemas, de las redes de información, etc. Se trata de un riesgo muy real. Lo que
se vuelve una función inútil es precisamente el sujeto, el sujeto que piensa o al
menos el que pretende pensar por sí mismo, que tiene el pensamiento y para el
cual todo lo demás es sólo objeto. Este último se volverá inútil por la inteligencia
artificial cuando esta última llegue a almacenar todo lo que es posible saber,
memorizar, etc. Este sujeto únicamente sujeto pensante desaparecerá, ya que se
volverá inútil.
En cambio, el sujeto que piensa al mismo tiempo que es pensado, es decir
que está en la reversibilidad de los dos, no desaparecerá. Pienso que éste sí tiene
posibilidades de resistir. Podemos batirnos contra la desaparición del sujeto-sujeto,
del sujeto del pensamiento unilateral. Podemos incluso batirnos por salvar este
pensamiento crítico. Pero esto será, en mi opinión, muy difícil. Pues el que aún
resiste absolutamente a la función informática, artificial, es el que piensa el mundo
que lo piensa. La reversibilidad es su corazón, su meollo. La razón no puede impo-
nerse sobre esas funciones. Y la inteligencia artificial es, finalmente, el extremo de la
razón, de una cierta racionalidad. Lo numérico, la cifra y el cálculo representan el
extremo de una razón. Y nada escapará a esto, salvo lo que está incluido en un enca-
denamiento reversible de formas, lo que es pues, efectivamente, inintercambiable.
Por ello es preciso, en mi opinión, jugar con lo inintercambiable, con lo
que no puede ser pensado sin que el sujeto no sea, a su vez, pensado por el objeto.
En este caso se instituye un juego en el que hay una regla. Por cierto se puede
replicar que el ordenador, la cibernética, son el lugar de todos los juegos posibles...
¿Quién piensa a quién? El mundo es quien nos piensa 79
Muniz Sodré
La cuestión de la crítica de este individuo, de este sujeto interiorizado que el psicoa-
nálisis interroga e invierte de tal manera, del devenir sujeto y del pensamiento sujeto,
supone también una crítica del sujeto de la conciencia, una crítica de la conciencia,
de la idea de individuo como mundo interiorizado, específico y autónomo. En el
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
Rafael Argullol
En efecto hay que considerar la cuestión del «mundo» cuando se aborda la cuestión
de la crítica del antropocentrismo humanista radical, cuya necesidad se deriva de la
historia del siglo XX. La crítica del antropocentrismo efectuada desde el punto de
vista occidental se plantea en la época moderna, al menos desde Leopardi y
Schoppenhauer. Por otro lado, tanto Leopardi como Schoppenhauer han llegado a
un no-sistema filosófico. En el Zibaldone, Leopardi trabaja de manera exhaustiva
esta problemática. Al ser también un gran poeta, llega a darse cuenta, de una manera
al principio angustiada, que le será imposible progresar en un sistema filosófico y
que su pensamiento, para existir, debe ser forzosamente fragmentario. Entonces
aparecen los tres puntos evocados anteriormente. Entre éstos, la cuestión de la divi-
sión, en el mundo occidental, entre el dominio de las ideas y el de las sensaciones
–mundo y ultramundo, en otro vocabulario– ocupa un lugar central. ¿Cómo
podemos pensar el mundo como instancia ultrahumana y cuál es este mundo que
podemos plantear en teoría? ¿Se trata de una fantasmagoría o de una ilusión? Si
recordamos que los orientales dicen que el mundo es el sueño de un Dios, ¿en qué
lo transformamos nosotros?
Si llevamos hasta su límite extremo este discurso antiantropocentrista
como humanos, se vuelve un discurso frío, totalmente extraño a toda pasión, a toda
emoción, a toda solidaridad, a toda fraternidad, y a toda armonía. Esto constituye
una de las paradojas de las primeras aproximaciones occidentales a las teorías orien-
tales. Todavía hoy, esto continua siendo, a pesar de mis conocimientos, un gran
enigma. ¿Cómo una cultura como la cultura hindú puede, por un lado, proponer el
desmontaje de toda sensación y renunciar pues a toda sensación, a toda emoción,
para llegar a la extinción del espíritu y por otro lado, construir un arte extrema-
mente erótico? En otras palabras, ¿Cómo podemos proponer simultáneamente la
anulación y el erotismo maximal? Dentro de los límites del pensamiento occidental
esto resulta muy complejo.
En términos metafísicos occidentales, ¿cómo podemos proponer simultá-
neamente y sin ninguna transición, la frialdad de la idea y el calor de los fenómenos?
Cuando uno ha sido educado en el seno de paradigmas occidentales y en el antro-
pocentrismo que se trata aquí, esto sólo puede permanecer en el misterio. ¿Cómo
podemos llegar a alcanzar una posición en la que los dos elementos de la dualidad
se reencuentran al mismo tiempo?
Desde este punto de vista, todos los pensadores occidentales que, desde el
siglo XIX, han tratado de integrar el discurso «oriental» han estado confrontados
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
con el problema del hielo, del frío. En efecto, este discurso conduce en definitiva a
un desinterés generalizado por los tres planos indicados anteriormente: el plano de
la naturaleza, el de la política, y el plano de la intimidad, de la subjetividad radicali-
zada. Por esto, para abordar el problema de la hybris antropocéntrica, hay que
poner en obra –frente a la tentación intelectual del discurso frío, únicamente frío–
una nueva puesta en escena de la compasión, es decir, de la pasión compartida. Al
mismo tiempo que aceptamos la más completa de las críticas que se hagan del antro-
pocentrismo, no podemos concebir ningún modo de pensamiento, ni de pensa-
miento alternativo al pensamiento, que se aleje de la posición pasional. No se
trataría sino de discursos completamente alejados de nosotros mismos, y más
ampliamente de la humanidad, que nos volverían impotentes frente a toda expe-
riencia personal de desarmonía. Todos estos discursos chocan en el momento en que
se los confronta con una enfermedad mortal, con el dolor directo, con la muerte de
un ser querido. Desde un punto de vista personal, no concibo ningún pensamiento,
ni pensamiento alternativo al pensamiento, que no sea al mismo tiempo una unión
entre el pensamiento y el hecho de ser. Y creo que ocurría lo mismo en todas las
escuelas filosóficas en el origen de nuestra civilización griega, independientemente
de sus diferentes tendencias que eran, a su vez, herederas de otras escuelas de pensa-
miento. Por ello, si la única razón de ser de nuestros movimientos fuese la de satis-
facer a nuestros colegas intelectuales, no habría paradojas ni contradicciones. Podría
construir magníficos edificios teóricos distantes de la compasión y de la pasión,
pero se aplastarían contra mí, y no me servirían de nada. Es preciso pues rechazar
su construcción y, si ya existen, negarnos a visitarlos.
83
1. A esta ponencia la sigue un debate que tuvo lugar en Río de Janeiro el 23 de abril de 1999.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
quien la juzga, pero en ningún caso debe detentar una autoridad perentoria sobre el
pensamiento. Quizá hacia este conflicto debamos hacer derivar las raíces del vapo-
roso perfil que encierra la figura del «intelectual», a quien, en cierto modo, se
demanda una permanente conciliación entre ambos términos. Para conseguirla, y en
esto creo estar de acuerdo con los neoptimistas, lo más conveniente es la fusión:
pensar es producir actualidad.
Sin embargo, reivindicar la «in-actualidad» para el pensamiento me
parece tan imprescindible como abogar por la tensión trágica ante la dis-tensión
espiritual. Si el pesimismo trágico no debe ser confundido con el patetismo impo-
tente, tampoco la inactualidad del pensamiento puede ser asimilada a la evasión del
anacoreta. Todo lo contrario: si uno implica, según he defendido, al único opti-
mismo, la otra es la prueba necesaria que hay que asumir para enfrentarse a la
profundidad del presente.
La distancia con respecto a la actualidad –o a su producción– no propor-
ciona obligatoriamente anti-actualidad sino, en efecto, distancia. La conciencia de
impuridad es también conciencia de distancia. Con ella nos separamos de lo más
inmediatamente evidente para tratar de ver, hacia la lejanía y desde la lejanía, el
presente, no su camuflaje como actualidad, sino en su profundidad. Frente a la inda-
gación horizontal, a menudo pobre, que supone la confianza en la actualidad, la
distancia que se autoexige el pensamiento facilita el acceso a una herida vertical del
presente desde la que se busca llegar hasta sus entrañas, desentrañarlo y revelarlo.
«Pensar en Occidente» debería implicar «extrañarse» de Occidente: pen-
sar desde la tensión y desde la distancia. Para ello resulta vital desmitificar el «espí-
ritu de fortaleza» y quebrantar la doble frontera entre civilización y barbarie fijada
por los optimistas liberales. La fortaleza y la frontera pueden servir para producir
actualidad, pero no permiten pensar el presente desde aquella conciencia de impu-
reza en la que se dinamiza hasta la propia tradición. Los que escapan a los dictáme-
nes del tribunal de la razón occidental no tienen por qué ser ni eremitas ni místicos
ni huidizos metafísicos. Puestos a echar mano de una imagen, prefiero la del ciruja-
no que se inclina sobre la anatomía de nuestro tiempo para abrir, estudiar y quizá
–sólo quizá– aliviar la dolencia. Más allá de la epidermis, encontrará sangre, nervios,
músculos, partes sanas, y también podredumbre. Y, entre trabajo y trabajo, mien-
tras responde a lo más acuciante, se siente empujado a interrogarse sobre lo que des-
conoce. Pensar no es, tal vez, sino llevar esta cirugía a sus últimas consecuencias.
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
Rafael Argullol
Me es difícil eludir a este respecto un acontecimiento que en mi opinión marca de
manera decisiva y significativa el último año del siglo XX . Se trata de la guerra de
Yugoslavia, acontecimiento de primera magnitud tanto en el plano de lo real como
en el de lo simbólico. Creo que reúne características que definen bien nuestra
época, características que escapan a la imagen que la Modernidad tenía de ella
misma.
Un cierto darwinismo llamado «civilizador» ha estructurado durante
mucho tiempo los discursos y las representaciones de la Modernidad. De acuerdo
con esta lógica historicista, se percibía la Modernidad como heredera de los
siglos XVII y XVIII y, así mismo, cada etapa de la civilización como dejando tras de
sí las etapas precedentes. Sin embargo, uno de los aspectos más visibles de la ruptura
de los discursos modernos es, precisamente, que este darwinismo civilizador no se
verifica en la evolución efectiva del mundo. De pronto hemos visto cómo, en el
corazón mismo de Europa, en el Occidente moderno, se repetía lo que este evolu-
cionismo de la civilización había relegado al pasado. No sólo los conflictos locales,
sino también los presupuestos espirituales, morales y psicológicos que nos parecían
olvidados, irrumpían nuevamente. El pasado se presentó en la fiesta como la
máscara del futuro.
Lo que sucede actualmente en Europa es representativo de otro factor: la
dificultad de expresar de manera crítica, de pensar con cierta capacidad de resis-
tencia, lo cual muestra una realidad que se confunde cada vez más con la actualidad
y con sus centros de producción. Tengo la impresión de que es tan fuerte la unani-
midad de la comunicación tecnológica actual, y de que es tan grande la dificultad de
expresar una opinión crítica que pueda denunciar la doble barbarie, que esta unidad
no se critica en modo alguno. Esto conduce a una conclusión inmediata. En el paso
del siglo XX al XXI se perfila una pérdida de parámetros que a veces son esenciales
y que ponen al pensamiento en una situación extraordinariamente incómoda para
expresarse en términos de resistencia. No hablo de resistencia como algo solemne
ni heroico. Designo con este término un intento de establecer un estatuto mediana-
mente riguroso de lo que leemos, de forma continuada, como si fuera realidad. Los
políticos, los economistas, los medios de comunicación, todos nos hablan de
respuesta a la realidad. Desde este punto de vista, esta realidad se convierte en una
especie de diosa monoteísta sin voz. Sin embargo, desde el punto de vista del pensa-
miento me parece que estamos más alejados que nunca de la articulación entre una
resistencia mínimamente rigurosa y la realidad.
L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e 91
Este es pues para mí uno de los aspectos decisivos que, junto con los
temas tratados por Jean Baudrillard, apuntan hacia un conjunto de problemas a los
que nos deberíamos orientar en esta coyuntura de transición. En el diálogo con Jean
Baudrillard, la defensa de la crítica del antropocentrismo o sobre todo de la hybris,
de la desmesura trágica a la que el antropocentrismo prometeico de origen huma-
nista terminó por llevarnos en el siglo xx, intenté sin embargo poner sobre el tape-
te las dificultades que presenta este tema. Aquí planteo un interrogante comple-
mentario. Nos encontramos en un momento en el que, al no ser normal reclamar
adhesiones colectivas complementarias al pensamiento, parece al mismo tiempo
extremadamente difícil construir o aproximarse a un estatuto de la realidad que
integre el sentido de la resistencia, a pesar de que esta realidad se haya convertido
en una divinidad, la divinidad monoteísta de nuestra época.
contrario del Otro. A partir de ahí, el Otro se puede definir como lo que puede
morir frente al bien y, un paso más, pequeño pero doloroso, conduce a formular
que, «si puede, entonces debe morir». Desterrada la alteridad, el bien que organiza
la cultura contemporánea en una unidimensionalidad anodina deviene complaciente
consigo mismo. ¿Cómo no ser autocomplaciente puesto que no hay ya Otro que
afrontar para ser uno mismo?
En fin, el tercer tema a considerar es el del estatuto de la realidad. Nos
hemos habituado en el transcurso de los siglos, de los milenios, a reflexionar sobre
el estatuto del ser, del poder y del deber en clave positiva. En el seno de las prácticas
culturales de nuestras sociedades occidentales postmodernas estamos descubriendo,
hoy, la visión negativa del ser, del poder y del deber, una especie de paso hacia el no-
ser, del orden de un deber no-ser. Desde el momento en que uno no puede ser el
Otro, ya que el otro es un bárbaro, y el bárbaro es el mal, esta transición hacia el
no-ser, esta «disontología» fetichizante de mercado produce una unicidad antiplu-
ralista e implica una suerte de fin de la referencia. Todo discurso se hace unánime
por ausencia del Otro. Este espíritu de fortaleza al que se ha referido Rafael
Argullol corresponde a una forma de concebir el mundo como un laboratorio, es
decir en un estado de estricta simplicidad, desprovisto de complejidad y exclu-
yendo, pues, toda complicación. Todas las variables, variaciones y variedades se
encuentran bajo el control purificador de la razón instrumental. Todo está vigente,
sin mestizaje. El mundo se hace unidimensional, puro, liso, llano, raso y difícil de
soportar. Ahí es donde se plantea la cuestión de la posibilidad de resistencia mencio-
nada por Rafael Argullol, es decir la pregunta sobre la posibilidad de un ethos, de
una experiencia de la manera humana de habitar donde hay que habitar.
Cualquiera que sea su nombre –mundo, planeta u otro–, se trata de una
experiencia efectiva o potencial de resistencia. De una experiencia eminentemente
ética, en cuanto que no es ni reactiva ni sentida, y que no se avanza con los ojos
puestos en el retrovisor, suponiendo que uno se dirige hacia un futuro que no está
esbozado, y que no es, de hecho, más que una imagen ya superada en una curva
cualquiera de esta carretera, que no crea más nada y que llamamos, a falta de un
término más adecuado, la historia de Occidente.
Occidente es, de hecho, desde un punto de vista etimológico, el asesino:
el que mata el sol cada día. Somos testigos de este asesinato que se renueva cotidia-
namente. No es casualidad que temamos que algún día el sol se consuma y que al
día siguiente ya no salga. Frente a este temor surge la necesidad de resistir, de forma
no sentida y no reactiva, y de buscar nuevamente una dimensión propia del pensa-
L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e 93
miento crítico que tenga su propia tensión, su propio caos, su hybris, pero también
su armonía, su equilibrio y su justicia. No se trata más que de movimientos a los que
estábamos habituados desde hace milenios, y de los que nos hemos deshabituado,
quizás de forma radical. Esta es la cuestión que ha surgido en el transcurso del últi-
mo siglo, y muy violentamente en los últimos decenios, y de manera más aguda
recientemente con lo ocurrido en Yugoslavia. El tiempo entero se precipitó en un
único acontecimiento que tiene lugar en el centro de Europa, allí de donde provie-
ne buena parte de nuestra cultura y de donde ya no volverá a venir.
subrayado anteriormente: cuando las cosas eran más simples, hablábamos siempre
de la dimensión estructural de los problemas. En el caso de las revoluciones que han
marcado el último siglo, la elección era simple; fuera de la burguesía o del proleta-
riado no había una tercera vía. Ahora, por el contrario, nos encontramos en una
dimensión coyuntural siempre más compleja, puesto que inestable. En lo coyun-
tural, la posibilidad de la pluralidad de nuevas organizaciones individuales y colec-
tivas, de nuevos régimenes de individuación y de subjetividad, se sitúa en una
dinámica sin duda mayor que la que abastece la dimensión estructural que es más
lenta, más sedimentaria, más inmóvil. Se plantea de nuevo la cuestión de la velocidad
de la multiplicación en esta nueva dimensión de la posibilidad de resistencia. Se trata
de saber si una resistencia no reactiva, no sentida, es aún posible.
Otro punto evocado es la apatía contemporánea. No se trata de una apa-
tía buscada –como la que preconizaban los escépticos griegos– sino una que, en cier-
ta forma, ha caído sobre nosostros y nos ha abatido, hasta tal punto que podemos
aceptar lo que se nos ofrece como lo que debe ser, como lo que no puede no ser.
Creo que mantenemos una relación curiosa con el tiempo. Hubo una época en la
que el futuro se presentaba como un reservorio de posibilidades entre las cuales era
deseable, e incluso necesario, escoger. Lo esencial es que la elección sea posible ante
un futuro lleno de posibilidades. Quizás hemos transitado, o estamos en tránsito
hacia una relación con el futuro en la que este último se presenta, en el imaginario,
como realizado, es decir fatal. Pesa sobre el presente como una especie de fatalidad
tal, que el orden imaginario del futuro puede funcionar en nuestro universo infor-
macional y virtual como condición de posibilidad, o incluso como causa del orden
real del presente. Me acuerdo de un caso, publicado en una revista médica america-
na, de una joven de diecinueve años. Un miembro de su familia había padecido un
cáncer de mama. Después de leer un artículo sobre los oncogenes, se sintió invadi-
da por la enfermedad y portadora virtual de un verdadero cáncer. Para evitar morir
de un cáncer que no tenía, se hizo amputar los dos senos. Es una forma dramática
y trágica de comprender cómo el futuro determina, en el orden imaginario, virtual,
una acción presente en un orden real –y ahora ya no sabemos qué es lo real, qué es
lo virtual, lo imaginario o lo concreto. Esto genera una especie de apatía ya que, de
todas formas, y por mucho que hagamos, el futuro llegará. Y llegará bajo el efecto
de esta hiperaceleración tecnológica que, convirtiéndolo en virtual, lo hace presen-
te en el presente, y de hecho también una causa del presente. Este efecto era inima-
ginable hace cincuenta años, cuando aún éramos modernos.
L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e 97
Rafael Argullol
La cuestión planteada suscita, más que una respuesta, toda una cascada de interro-
gantes. Me he referido sobre todo a lo que se cuenta sobre la guerra. En definitiva,
no estamos allí como para saber cuáles son exactamente las vicisitudes internas.
Todo lo que sabemos no es, de hecho, más que la narración de la guerra. Lo que
me llama la atención en esta narración –independientemente del dolor de unos y de
otros– es lo que he llamado la «autocomplacencia», que se traduce por una auto-
complacencia armada. La narración, en su unanimidad, es prueba de una autocom-
placencia que, en este caso preciso, es directamente armada. Por otra parte, se
utiliza en la narración de la guerra de Yugoslavia una expresión que habla de
compasión: la expresión «guerra humanitaria». Las imágenes de los deportados
producen, ciertamente, una reacción de compasión. Pero, a diferencia del dolor
que me afecta muy directamente, estas imágenes no me impiden pensar en otra cosa
al cabo de dos horas. La prensa empezó hablando de «catástrofe humanitaria» y
siguió con el término de «guerra humanitaria». Ya la expresión «catástrofe huma-
nitaria» es un contrasentido: una catástrofe puede ser humana, pero no humani-
taria. Lo humanitario es una condición del humanismo. Hacer una guerra
humanitaria es considerar a la parte contraria como demoníaca o como no humana.
En lugar de una confrontación entre cristianos y musulmanes, por ejemplo, estarí-
amos aquí asistiendo a una confrontación aún más sustancial entre lo humano y lo
inhumano. El análisis intelectual se encuentra comprometido justamente por esta
utilización de la categoría «demoníaco» que nos proyecta hacia una versión
contemporánea de la guerra santa. Si no abordamos el problema de la narración, las
Capítulo 1. L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e y m á s a l l á
Antonio Maura
En relación con la narración de la guerra, me parece que el debate no puede silen-
ciar una realidad desafortunadamente muy europea. Junto a cierta información
vacía, como habéis dicho, está también el enorme silencio de la población. Está tam-
bién el problema que representa la expansión del nacionalismo en una Europa teó-
ricamente unida y que se quiere universal. Me pregunto si el fracaso de la diploma-
cia, del que la guerra es símbolo, no representa también el fracaso de los intelectua-
les europeos frente a esta realidad. ¿Cuál sería entonces el papel del intelectual? ¿Se
reduciría solamente al de narrar la guerra?
Rafael Argullol
Después de la guerra del Golfo, escribí con el filósofo Eugenio Trias un libro inti-
tulado El cansancio de Occidente, que partía de una inquietud ligada a la pregunta
propuesta anteriormente sobre la libertad de expresión en la prensa. En efecto, ese
libro fue escrito a partir de la siguiente pregunta: ¿puede la libertad de expresión
extrema de la que se disfruta en Europa occidental coexistir con los mecanismos
propios de la autocensura?
La conclusión a la que llegamos en ese libro es que si, en un primer
momento, la expresión puede ser formalmente libre, es posible sin embargo desa-
rrollar mecanismos tácitos o explícitos de autocensura, mecanismos que tienen una
apariencia social, o que actúan bajo una esfera interna. Entre todos los temas
L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e 99
evocados en la época, había un tema central: el de saber cómo los mecanismos que
conducen a afirmar un momento de libertad pueden suscitar fenómenos de auto-
censura que hacen más difícil la libertad de pensamiento. Esto está sin duda ligado
a la desaparición de la figura –extravagante en este período de fin de las ideologías–
que llamamos «el intelectual comprometido». Pero tengo la impresión de que la
pérdida de libertad de pensamiento ya había sido comprendida y anticipada, al
menos en ciertos países europeos, por el intelectual comprometido. Tras un debate
que tuvo lugar recientemente en España, nos dimos cuenta de que no solamente
estos intelectuales eran poco leídos, sino que además eran ahora muy escasos,
porque no tenían posibilidad de expresarse. Pienso en «Consideraciones de un apolí-
tico», un texto literario que escribió Thomas Mann al final de la primera guerra
mundial, en 1918. Esta obra atestigua la evolución de su autor de posiciones muy
conservadoras hacia posiciones mucho más progresistas y casi socialistas: es decir,
del paso de intelectual, artista, escritor o pensador que goza de cierta libertad global
de pensamiento, a intelectual ideológico.
Creo que después de la primera guerra mundial, en Europa, la polis no
pidió a los intelectuales que produjeran ideas sino adhesiones, en un sentido u otro.
Durante un largo período, estos «intelectuales comprometidos» fueron evidente-
mente encasillados por los paradigmas ideológicos que conocemos. Hace algunos
años, si alguien decía blanco, este blanco quedaba encasillado en el paradigma de la
blancura; y si alguien decía rojo, se quedaba encerrado en el paradigma rojo. Pero
en el momento en que estos paradigmas desaparecen, el intelectual antes compro-
metido ya no está en situación de ejercer la libertad de pensamiento. Cuando estos
modelos ya no existen, ya no hay protección posible. Creo que «el intelectual com-
prometido» es una figura que ha perdido, en cierto modo, su capacidad de pensar,
porque pertenece a un momento histórico en que la polis le ha exigido una adhesión
ideológica.
concierne tanto a la prensa escrita como a las editoriales. Puedo citar el ejemplo de
una editorial portuguesa comprada hace dos años por un grupo español, y reciente-
mente vendida a un grupo francés. En el campo de la prensa, esta dinámica funciona
a un ritmo tal que dos o tres personas controlan las cadenas de televisión, los perió-
dicos, las productoras de contenido, radios y otros medios. Paralelamente, el color
político antes asociado a ciertos periódicos, revistas, radios o cadenas de televisión
poco a poco se ha difuminado. La única ideología que conocen los empresarios
económicos es la del comercio. Si estos últimos estiman que el número de muertos
en Irak vende, entonces la información se transmitirá y se difundirá. A la inversa, si
creen que no es rentable comercialmente no publican la información. En la medida
en que consideran que un pensamiento o un grupo de extrema izquierda puede
generar beneficios, no ejercen censura alguna. Las ideas no les dan miedo. Esto nos
incita a reflexionar sobre la eficacia de las ideas.
Es interesante entender, no la prensa ni los medios de comunicación en
función de las ideologías exteriores a ellos, sino la ideología del funcionamiento de
la prensa misma, que emerge del imperativo económico tal como lo reflejan los
índices de audiencia, por ejemplo. Se trata de hacer, parodiando una fórmula filosó-
fica famosa, una «crítica de la razón periodística». Porque la «razón periodística»
tiene una estructura interna específica, y los periodistas, sean de derecha o de
izquierda, funcionan de manera exactamente igual. Ellos actúan en función de lo
que les parece importante, de lo que quieren subrayar, de cuestiones que deben
plantear a los políticos, sin distinción. Esta «crítica de la razón periodística» nos
lleva a tener en cuenta el hecho de que numerosos periodistas pertenecen a la
generación de los años 60. La mayoría son antiguos simpatizantes de izquierda
convertidos a un cierto universo de la eficacia. Esto los conduce a mantenerse en
una postura casi sistemáticamente hostil al poder y al Estado, sin que importe
demasiado que estos estén ocupados por la izquierda o por la derecha. Desde esta
relación de confrontación con el poder y el Estado, hacen gala de una adhesión
bastante convencida al neoliberalismo.
Habría que ver cómo puede un pensador pasar a través de la red de condi-
cionamientos establecida por este sistema económico e ideológico específico. Esto
se puede hacer, justamente, a través de una crítica feroz al sistema mediático. El
ejemplo más evidente es el de Pierre Bourdieu, convertido en un fenómeno mediá-
tico al hacer una crítica despiadada del sistema. La cuestión es: ¿cuál es la lógica del
sistema? Más aún, ¿cuál es la eficacia de la denuncia?
La apatía es evidente, aunque hay que reconocer que cuando hay
L a s ra z o n e s d e O c c i d e n t e 101
El comienzo de la historia 1
Eduardo Portella
1. Esta presentación va seguida del debate que tuvo lugar en París, el 10 y 11 de febrero
de 1999.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
según las voluntades de las Luces, historias ambas aplastantes. De Walter Benjamin
a Miguel León-Portilla, del sistema de iluminación de la razón imperial a las ruinas
del imperio soleado de los aztecas, cada uno ha mantenido, a su manera, su diálogo
con la historia de los vencedores.
El origen de la historia sólo se puede discernir yendo más allá de la monó-
tona dicotomía entre vencedores y vencidos, emancipada de la historia del poder
que ha reproducido hasta ahora. ¿Seremos capaces de imaginar una historia sin
poder, de conjugar saber y esperanza? ¿Podremos considerar una historia negociada
de forma leal?
Este cuestionamiento pasa, creo, por la crónica de un nacimiento ya
anunciado: la ética de la negociación. Nos incumbirá crear regímenes de negocia-
ción y de renegociación. Sin olvidar que lo nuevo es ante todo sorprendente. El
comienzo está hecho de preguntas. Comenzar es no saber. El comienzo no debe
estar nunca condicionado por el fin, sino por la individualidad que ya no es la
instancia total del individuo: los indicios, las experiencias de la historia, de la vida
de los individuos, inagotables y transformadores.
Nuestro horóscopo de alta tensión marca el signo de la transición.
Atravesamos un cambio de principios. Vivimos un siglo crepuscular. Esta transición
ha sido tanto más difícil por la falta de entusiasmo, el desencanto y la desmoviliza-
ción crítica que experimentamos, que se dan de bruces contra nuestro cuestiona-
miento de los presupuestos del milenio que se extingue. Porque continuamos
alimentando una creatividad paradójicamente ya agotada.
Siglo crepuscular es sinónimo de siglo de acumulación y de vacío. Todas
las conquistas, actividades y tareas, relaciones e instituciones, grupos e individuos,
todo, en fin, está protegido, promovido o favorecido. Pero en él la libertad se
encuentra hipotecada, y la creatividad paralizada. Se trata de las ayudas que
oprimen. Por todas partes se impone un vacío saturado de dependencias en cuanto
a lo que poseemos o no poseemos. Por otro lado, las fuerzas de la grandeza del ser
se movilizan. La propensión al cambio y los esfuerzos dirigidos a la transición se
multiplican. En un siglo crepuscular, el Hombre no es tan sólo transitorio, sino
transitivo. La estructura del tiempo se desequilibra. La amnesia se vincula a una
especie de futurología perversa. Para amplificar las contradiciones, un «presen-
tismo» enfermizo, inflacionista y miope se deja sentir cada vez más.
Nietzsche dijo que la creación del pensamiento es una fiesta. Nosotros
estamos en un final de fiesta. A menudo, nos sentimos invadidos por sus síntomas.
Y es demasiado pronto para decir si habrá otra. En este tránsito, el vacío de inven-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Eduardo Portella
Algunos dicen que estamos en un impasse del pensamiento, otros hablan de la dimi-
sión, de la negación, del espacio vacío del pensamiento. Yo propongo que exami-
nemos este espacio, con la memoria, pero también con el olvido, y sobre todo con
El comienzo de la historia 111
la esperanza que persiste. Existe un texto de Kant que toca un tema prioritario de la
UNESCO. Es un texto sobre la paz perpetua, conmemorada doscientos años
después por Jürgen Habermas. Este texto se inscribe en un marco metafísico, en una
lógica de exclusión. Y aún hoy en día, se habla de la paz con una lógica de guerra.
Si no se puede hablar de una lógica de paz, quizás habría que hablar más bien de una
ontología de la paz. Ahora bien, ésta no puede proceder de caminos ya dados por
adelantado, sino únicamente de hipótesis, de pistas, de alternativas.
Georges Kutukdjian
La presentación de Eduardo Portella me hace pensar en los holzwege que
Heidegger evocaba, esto es, a los «senderos a través», según una traducción de este
término intraducible del alemán. Nos invita a ver cómo podemos tender puentes
entre los pensamientos que parecen extranjeros los unos a los otros, entre los
mundos paralelos de los que habla Pavese, que jamás se tocan; ¿cómo podemos
pensar lo impensable, intentar salir de la sujeción de la lógica, de la deducción que
se ha impuesto tanto tiempo, si sabemos, por otro lado, que todo pensamiento es un
pensamiento insolente, que no necesita ser probado? En efecto, Portella nos invita
a buscar la última muralla de este pensamiento que debe rendir cuentas por él
mismo, a fin de que sea posible reconstruir un nuevo pensamiento radical que no
resulte, parafraseando a Sartre, «solo, injustificable, y sin excusas».
José Vidal-Beneyto
Pienso que no deberíamos emplear demasiado tiempo preguntándonos qué es el
pensamiento. Más bien habría que preguntarse sobre las determinaciones, no obje-
tivas, pero objetivables del ejercicio de «pensar». Todos estamos de acuerdo en que
ha habido una autofagia de la filosofía –incluso Bouveresse, uno de los más presti-
giosos filósofos, pide que la filosofía se convierta en profesión– y esto quizás
porque ha devenido cada vez más imposible. El prestigio del calificativo «pensador»
se aprecia hoy en día con relación al estatus social de aquél que obra en el mundo
de la intelligentsia.
Hoy en día los pensadores por excelencia son los científicos, cuyos cono-
cimientos son objetivados, y aquéllos que han hecho descubrimientos importantes
son etiquetados «premio Nobel». Cuando una institución quiere crear una fuerza
de disuasión irresistible en un campo del saber, llama no a los valores en uso de la
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
reflexión y del pensamiento, sino al premio Nobel de turno. Ahora bien, no hay
premio Nobel para las ciencias sociales y humanas. Éstas han desaparecido, como
testimonia el lugar que les consagra cualquier librería: detrás de las secciones «lite-
ratura» e «historia». Incluso las ciencias sociales más elaboradas –la sociología, la
demografía– han sido objeto a la vez de una descalificación científica y de una bana-
lización pública. ¿Por qué? ¿Porque han renunciado al rigor? Hoy en día única-
mente las estadísticas no paramétricas tienen un sentido. Nos ocupamos de una
realidad social y humana y no podemos pretender que los instrumentos de medida
sean idénticos los unos de los otros. Sin embargo, todos estábamos de acuerdo en la
necesidad de utilizar instrumentos de medida más refinados...
En esta constatación del estado de nuestras ciencias sociales y humanas,
conviene evitar los juicios de valor, las tomas de posición demasiado radicales.
Estamos abriendo una vasta cantera de preguntas. Una de las principales, hoy en
día, es saber si hemos encontrado sustitutos, reemplazos mucho más eficaces para la
función social que nos fue asignada. Estos relevos – que yo llamaría «líderes de
opinión»– parecen cumplir esta función tanto respecto de la opinión pública como
de los responsables últimos. Finalmente, ¿es el papel esencial del pensador el de ser
«líder de opinión»?
¿Cuál es la naturaleza del paisaje en el que queremos abrir estos caminos
del pensamiento? Hoy en día existen determinaciones, banales pero evidentes: el
papel del poder, el condicionamiento masivo de todos los comportamientos indivi-
duales y colectivos, el establecimiento mediático, la redundancia, la dimensión de lo
efímero, y la inmediatez. Si el deconstructivismo se ha convertido en un neoprag-
matismo en manos de los pensadores más eminentes, lo esencial es no cerrar una
reflexión que nació como una apertura.
Michel Maffesoli
Recuerdo la escena donde el Fausto de Goethe afirma que ha leído todos los libros
y constata que la carne es triste, la vida está en otra parte. Compulsa el Evangelio de
Juan y lee «Al principio fue el verbo», y exclama: No, al principio está la acción. La
Modernidad, nuestra manera de ser y de pensar, está fundada en el verbo que se
convierte en acción. ¿Se trata ahora de encontrar el nombre capaz de sustituir la
palabra «acción», como ésta, «acción» había sustituido antes a la palabra «verbo»?
Eduardo Portella formula la pregunta: ¿«puede haber historia sin poder»?
Hasta ahora el poder y la historia han trabado una relación tetánica, semejante, en
El comienzo de la historia 113
Heidegger directamente, las presuposiciones del pensamiento que han llegado a los
límites, a partir de los cuales ya no es posible pensar. Me parece que haría falta enta-
blar una nueva discusión sobre estas bases, libre de prejuicios y de las malas inter-
pretaciones francesas de Heidegger, y preguntarse sobre las condiciones que han
llevado a Heidegger a este límite. En los Conceptos fundamentales de la metafísica,
Heidegger abordaba un tema hoy en día fundamental, y ya tratado por Hegel,
cuando afirmaba que el tedio y la frivolidad señalan que algo muy grave, muy
importante, está pasando. Según mi opinión, esta vía permitiría conducir a interro-
gaciones antropológicas y sociológicas.
Otro tema que me parece muy interesante es el del pensamiento que
conduce a la guerra. Según la interpretación de las teorías de Adorno y de
Horkheimer sobre la Ilustración, el uso de la razón ha conducido forzosamente a la
guerra. La cuestión de saber si se trata de un error ya corregido, aplicando la razón,
permanece esencial, com lo muestran los acontecimientos de Kosovo. Esta idea se
podría oponer a la percepción política, presentada en 1932, por Carl Schmitt en El
concepto de la política. Una percepción que ha sido tomada por un postulado y ha
sido, concomitantemente, muy discutida. Pero sólo era en realidad una discusión de
la idea de que todo lo que es política se reduce a la diferencia que existe entre el
amigo y el enemigo.
Se puede concluir que el problema contemporáneo de la democracia aún
se plantea como una especie de conclusión, de residuo, de terror, de falta de debate
sobre lo que fue la catástrofe europea. Como Borges, el simple latinoamericano,
puesto de cara a Europa y a las teorías de Baudrillard, Lyotard o Vattimo, se
sorprende que haya tan pocas discusiones en ese continente sobre las causas de la
Gran Guerra. Este debate acaba de empezar ahora, cincuenta años después de la
Segunda Guerra. Después de 1945, hubo silencio, como una «pérdida de la
historia».
Si el pensamiento contemporáneo se funda sobre una perspectiva europea
y se dirige al pluralismo, resulta siempre necesario cuestionar lo que se piensa en
Europa. Se vuelve imposible concebir el pensamiento europeo, incluyendo el
proyecto moderno, como algo definitivo, como un dogma. El problema de pensar,
en la medida en que se presenta como un problema del pensamiento mismo, no es
sólo un problema filosófico, sino también artístico. Recuerdo una charla de Borges
según la cual la música desespera de la música, así como el mármol desespera del
mármol. La literatura, el arte pueden crecer cuestionándose, preguntándose sobre
ellos mismos. Esta corriente del pensamiento general, no intelectual, está dotada de
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Henri Lopes
Yo no me considero un pensador. Soy un novelista. El escritor que piensa dema-
siado su trabajo de ficción, arriesga aburrir. La buena novela no piensa mucho.
Como máximo acaricia una idea, que a menudo no es quizás una gran idea. Busca
sobre todo seducir, tanto el corazón como el espíritu. El escritor es más bien
alguien que siente. Que puede sentir bien o mal. Si siente correctamente, !Bravo!
Interesa a todos aquellos que quieren curarse. Yo no escribo para enseñaros algo.
No tengo un modelo a proponeros. Escribo porque no sé. Mi escritura es una
perpetua interrogación.
La cuestión del milenio está muy de moda. Cocteau decía que lo propio
de la moda es pasar de moda. El milenio pasa de moda. Pero me pregunto en qué
medida estos milestones [en inglés en el texto] tienen un sentido. Según mi calen-
dario, el milenio comenzó un sábado. El lunes 3 de enero del 2000, cuando el largo
fin de semana del fin de siglo pasó, ¿qué ha cambiado? Cada uno piensa en su
declaración de impuestos, en los estudios de sus hijos, en su úlcera, en el mal incu-
rable de un amigo, un familiar, y tiene la impresión de que todo vuelve a empezar
como antes. ¿Y si el milenio ya empezó con el Concorde o con la informática? ¿Y
si no ha empezado, todavía? Quizás en este siglo habrá más cambios de «pensa-
miento».
¿En qué medida los pensadores han podido, verdaderamente, integrarse
en la opinión de quienes viven lo cotidiano? Cuando vine a Francia, hace cincuenta
años, los existencialistas no eran únicamente filósofos, sino también gente que se
vestía y bailaba de cierta manera en ciertos lugares. Se podría decir, pues, que Sartre
consiguió, en una cierta época, encarnarse en lo cotidiano de una sociedad. ¿Pero ha
sido cartesiano el siglo XVII francés? ¿Fue nietzscheana, fue hegeliana la sociedad
alemana del siglo XIX? ¿Tenemos derecho a considerar que se puede globalizar de
esta manera, no únicamente una sociedad, sino toda una época? ¿Cuánta gente
percibe el eco del pensamiento de los filósofos que les son contemporáneos? Si aten-
El comienzo de la historia 117
demos a los medios de comunicación, se puede considerar hoy en día que el pensa-
miento tiene mucho más eco en lo que se llama el vulgo. ¿Pero la sociedad africana
de hoy es senghoriana, o sheij-anta-diopiana? ¿O bien vive totalmente ajena a las
reflexiones de estos dos pensadores? ¿En qué medida el pensamiento de los pensa-
dores toma cuerpo en la opinión cotidiana?
Pero ¿quiénes son los pensadores de África? Mi abuela era analfabeta,
pero cuando yo le hablaba en lingala, tenía la impresión de ser yo el analfabeto, y
que ella Sócrates. Pero era un Sócrates que no ha dejado huella escrita a través de los
diálogos con sus «discípulos». ¿Cuál es la impronta que han dejado estos Sócrates
en la sociedad, en una sociedad que vive diferentemente, que se alfabetiza, que llega
al pensamiento?
Mi cuestión permanente consiste en interrogar al África remitiéndome a
las referencias que he adquirido en Europa, pero también la de interrogar a Europa
sobre lo que constato en África. ¿He hecho bien en dejarme europeizar? ¿Tienen
razón los europeos al maravillarse de todo lo que pasa en nuestra tierra y borrar, por
apertura de espíritu, la crueldad que aún existe? ¿Es esta crueldad semejante a la que
se encuentra en Europa? Abordamos aquí un tema que nos gusta mucho a Eduardo
Portella y a mí: el mestizaje. ¿Pero el mestizaje es, él mismo, una solución? ¿No es
una solución fácil, una manera de diluir la realidad en una ambigüedad que amo?
Víctor Massuh
Vivimos en una cultura del fragmento. Es por ello que que me gustaría hacer, a
partir del análisis de Eduardo Portella sobre las relaciones del fragmento con la tota-
lidad, y de la reflexión de Michel Maffesoli sobre la relación entre la acción de
pensar y la noción de destruir, una lectura de las relaciones de esta cultura del frag-
mento con relación a una totalización; sobre la manera en que el fragmento se
encuentra desvirtualizado a partir del momento en que él mismo está destotalizado.
Esta cultura del fragmento es en resumidas cuentas bastante reciente.
Comenzó con Nietzsche y se ha intensificado progresivamente en el transcurso de
los cuatro últimos decenios, a través de la deconstrucción y el nihilismo herme-
néutico, que son de hecho maneras de «pensar». La filosofía de esta cultura se
justificaba como reacción a una teoría totalizante, revestida de una significación
última, ordenadora de la historia, acompañada de una teoría substancialista y
homogénea de la realidad, expresión todavía «exclusivista» de una religión o de
una fe religiosa.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Zaki Laïdi
Me place lo que acaba de decir Víctor Massuh. Ha puesto el acento en una dimen-
sión a la que soy extremadamente sensible, la del tiempo. El elemento central de
nuestra reflexión es la rehabilitación del futuro, la rehabilitación de lo porvenir.
En este punto, y con relación a lo que dice Eduardo Portella, no creo trai-
cionar su pensamiento afirmando que no quiere reflexionar sobre el nuevo milenio
en términos milenaristas. El milenio es una puntuación del tiempo que nos permite,
El comienzo de la historia 121
Eduardo Lourenço
Las famosas preguntas de Kant sobre el sentido de nuestro ser, de nuestro pensa-
miento, de lo que debemos esperar, permanecen. Pero pienso que su validez y su
verdad procedían de una suerte de universalidad, real y abstracta a la vez, que debe-
ríamos reconsiderar, pero también, en un cierto sentido, relativizar. A partir del
momento en que estas preguntas se formulaban en el horizonte que era el de la idea
misma de la historia, una expresión, o una forma, se dibujaba, por primera vez,
como un horizonte natural, en el interior del cual el Hombre debía descifrar su
destino. Por primera vez se presentaba a la humanidad la idea de una historia
universal.
Ahora bien, pienso que actualmente ya no nos situamos ante la historia
universal construida y reforzada, durante el siglo XIX, por encima de las historias
particulares de los pueblos, ni ante la historicidad. Hoy en día estamos confron-
tados a la idea de una historia en la que no nos creemos obligados a situar el discurso
teniendo en cuenta el presente, el pasado, el futuro, para hacernos una idea de lo
El comienzo de la historia 123
que es el Hombre, esta noción que ha conocido, precisamente, una especie de decli-
namiento. Somos pues los huérfanos de esta historia.
Es en este sentido que la imagen del crepúsculo se corresponde muy bien
con el momento que vivimos, y no sólo a causa de los fantasmas engendrados por las
expectativas respecto del fin de siglo, del milenio, o incluso de los dos milenios.
Míticamente, nos cuesta captar en qué constituye, este milenio, una entidad concreta.
Conocemos evidentemente los hechos que pueden marcar este proyecto. Si decimos,
en cambio, que es el fin del segundo milenio, es diferente. Porque entonces podemos
aventurar que se trata de un tiempo histórico, perfectamente determinado desde hace
tiempo, que nos vincula con la civilización con la que comparte en términos occi-
dentales, o como civilización cristiana, esta temporalidad que es la de la Era de
Cristo. Si este segundo milenio tiene un sentido, es el que adquiere en relación a esta
hora cero, a partir de la cual contamos nuestro tiempo occidental.
Para destacar una de las características que distinguía la civilización
europea de las otras, se tenía costumbre de decir que era una civilización de histo-
riadores. No estoy seguro de que en este momento siga siendo vivida en estos
términos. Pienso que, por primera vez, la fuerza del presente contiene casi todos los
tiempos simultáneamente, o en cualquier caso la capacidad de viajar al interior de
este presente, en un sentido u otro: la memoria del pasado y la virtualidad del
futuro. Ahora bien, esta certeza de que no éramos sólo una historia, sino que
éramos la historia, por primera vez no es ya la misma.
Por otro lado, se ha hecho evidente que el concepto mismo de historia
universal es un concepto occidental. Y lo que llamamos filósofos de la historia han
nacido en el interior de la idea de historia universal. ¿Pero cuál es el sujeto de esta
historia universal? «Es la humanidad entera», decían abstractamente los pensadores
e historiadores occidentales, ocupándose ellos mismos de la historia de los demás.
Porque Europa, efectivamente, hace salir de la no-historia pueblos, como los de
Egipto, Siria, China o India, que no pensaban la historia en los mismos términos
que los nuestros. Así, se apropió de todas las historias de los otros, incluyéndolas
en la suya, en esa que se ha convertido en el paradigma de la universalidad.
Ahora bien, lo que pasa en este momento es que las civilizaciones, como ha
dicho Paul Valéry, han acabado. La historia universal, en el sentido europeo del
término, ha acabado. Ha acabado, como acaban las historias, sin acabar nunca. Y en
su finitud, debe confrontarse con la finitud o la infinitud de las otras. Pienso que es en
este sentido que Eduardo Portella ha recordado la famosa frase de Marx. Sólo estamos
en la prehistoria, vamos a entrar en la historia. Sí, en un cierto sentido siempre estamos
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Francine Fournier
La renuncia al futuro amenaza particularmente a la sociedad actual. Pero si los pen-
sadores ponen en cuestión nuestra idea de relación con la historia, entendida en tér-
minos de universalidad como ha sido pensada en Occidente, yo me pregunto si no
sucede lo mismo entre los poderosos del mundo. Recientemente he asistido a una
reunión que trataba sobre la democracia y el desarrollo, no una reunión de filóso-
fos, sino de responsables y especialistas de las ciencias sociales. Nos preguntába-
El comienzo de la historia 125
José Vidal-Beneyto
Pienso, efectivamente, que habría que rever el sentido de las palabras, pero también
lo que los nominalistas y los sofistas han dicho sobre las palabras. Hoy sabemos que
las palabras en sí no quieren decir nada fuera de una contextualización sintáctica. Y
hemos ido muy lejos en los estudios de neurofisiología y ciencias cognitivas, en
cuanto a lo que los contextos sintácticos aportan a la determinación de estas pala-
bras. Es difícil para un epistemólogo oir decir que se puede poner lo que sea bajo
los términos «democracia» o «identidad». No obstante lo hacemos, pero no porque
sea legítimo.
La gran diferencia entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias
físicas, o incluso las ciencias de la vida, es que cuando los biólogos moleculares
hablan de célula, no dicen lo mismo que los biólogos celulares cuando hablan de
célula. Pero al menos saben lo que ellos dicen bajo esta palabra «célula».
Existe una tipología conceptual de la democracia y hay que tener la hones-
tidad de referirse al tipo de democracia al que hacemos alusión. Existe la «democracia
orgánica», de los fascistas, por ejemplo, así como la democracia popular, las repú-
blicas, en los regímenes comunistas, la democracia representativa, etc. La palabra
«democracia» se utiliza con calificativos, adjetivos. No podemos «arrojar al niño con
el agua de su baño» en las ciencias sociales y humanas. Sabemos lo que quiere decir
cada cosa. Incluso la identidad de la que Alain Finkielkraut hizo la caricatura en su
libro La derrota del pensamiento. Lo que acaba de ser vulgarizado ahora con Las
identidades asesinas ya estaba claro en los seminarios de Lévi-Strauss: la identidad no
puede ser un conjunto de compuestos uniformes, idénticos, permanentes, etc.
Sabemos más o menos lo que queremos decir cuando utilizamos un término.
Michel Maffesoli
Poner las palabras en un contexto, evidentemente, es lo esencial. Pero cierto
número de términos ha quedado fuera de contexto. Cuando los términos «polí-
tica» o «ideal democrático» se inscribían en los grandes valores de la
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Zaki Laïdi
Estoy bastante de acuerdo con lo que dice José Vidal-Beneyto. Pero para ello hay
que tomar la medida de los avances y progresos reales, de lo que ha sido hecho en
relación con las cuestiones de democracia, de identidad. Las ciencias sociales han
progresado enormemente en la interpretación de estos conceptos. Pero no creo que
lo hayan resuelto todo, ni mucho menos. Antes de tirar el niño con el agua del baño,
como dice José Vidal-Beneyto, ganaríamos mucho teniendo en cuenta lo que ha
sido hecho.
Katerina Stenou
Querría evocar los holzwege. Nuestro profesor no nos dijo que los holzwege son
los senderos no trazados, sino los caminos que nos llevan a las claridades extraordi-
narias de un bosque, donde se pueden ver cosas inesperadas y muy hermosas. El
problema es que no es posible ya volver a encontrar esos senderos para regresar a
esos extraordinarios lugares.
En la UNESCO, siempre se ha defendido la idea del pluralismo, de la
diversidad, especialmente como reacción a todo lo que pasó durante la guerra y para
dar palabra y dignidad a las culturas que estaban sin voz. Después de esta toma de
conciencia y gracias a la apreciación mutua de los valores entre Oriente y
Occidente, se ha llegado a una idea más precisa, la de que habría que poner de mani-
fiesto los préstamos efectuados entre unos y otros, porque se los ignora. Como dice
Eduardo Lourenço, Occidente se ha alimentado de todas las demás culturas, repre-
sentándolas como las ha querido representar, pero sobre todo despojándolas de
todo, en el sentido civilizatorio del término. La globalización nos impone ahora una
estandarización a nivel global, pero también una fragmentación a nivel local. Hemos
tenido que aceptar la diversidad de los objetos y las ideas en nombre de la pluralidad
y ser más exigentes. No sólo tratar las ideas o los conceptos, sino también los temas
portadores de ideas diferentes. Lo local es la parte que lo global debe contener para
poder combinar un nuevo universalismo, que no será tan abstracto como el del el
siglo XVIII, sino que podría contener cada particularidad.
La cuestión del Otro en tanto que constitutivo del Símismo exige más
desarrollo. Yo señalaría, simplemente, que la palabra «símbolo», en su origen griego
symbolon, posee un significado que las otras culturas han ignorado, a saber, «un
objeto compartido por dos personas». Cada vez que vemos un símbolo, nos
confrontamos a signos despojados de sentido. Yo puedo tener un objeto sin conocer
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Françoise Rivière
Es posible advertir algunas líneas de convergencia entre los diferentes puntos de
vista expresados. Esta historia que se inicia, evocada en el subtítulo de la presenta-
ción de Eduardo Portella, significa el fin de la historia universal, o del pensamiento
europeo con pretensión universal. Éste ya no puede capturar lo real. Se trata,
entonces, de ver si podemos volver a aprender a pensar lo humano, el tiempo, espe-
cialmente el futuro en el cual no nos podemos ya proyectar, e incluso el pasado que
ha sido sobreinvestido por la memoria de manera que no podemos «historizarlo».
Esto explica esta sobrecarga del presente en la que estamos confinados, que acaba
por crear un sentimiento de malestar, de crisis, casi de angustia. Es frente a este
sentimiento de emergencia que es importante reaccionar, a fin de que podamos
volver a apropiarnos de nuestro destino y de nuestro pensamiento.
Como dice Eduardo Lourenço, este fin de la historia universal corres-
ponde quizás al inicio de una nueva historia donde cada uno podría apropiarse de
su pensamiento, su tiempo, su historia y también la de los demás, e incluso podría
atreverse a reinventar una historia. Pasamos de un universalismo abstracto, es decir
único y monopólico, a un universalismo concreto, encarnado, y por tanto plural.
Habría que centrar nuestra reflexión en este tema de la pluralidad que será segura-
mente un leitmotiv del siglo XXI , considerándolo como una riqueza más bien que
como un obstáculo. Habría que buscar en esta pluralidad los factores que nos
permitieran develar todo su potencial.
Se ha hablado igualmente de la necesidad de volver a pensar, decapar y
reinspeccionar nuestros conceptos. Entre los principales conceptos que han
formado la armadura del pensamiento occidental, se ha hablado del de la demo-
cracia; se podría abordar igualmente el de la dignidad. Quizás el mejor medio de
reinspeccionar estos conceptos sería el de confrontarlos con la percepción o las defi-
niciones que les han sido dadas en otras culturas.
Como ha precisado José Vidal-Beneyto, tenemos definiciones organi-
zadas de la democracia. Pero no creo que estas definiciones sean completas.
Podríamos definir la democracia añadiéndole adjetivos, pero no estoy segura que la
lista de los adjetivos se haya agotado. Creo que si no logramos encontrar otros, es
El comienzo de la historia 129
Zaki Laïdi
En efecto, Fukuyama sólo ha releído a Hegel, y por mediación de Kojève. La inter-
pretación que da Kojève del fin de la historia es, además, muy cuestionable. Koyré
propone otra que es mucho más prudente. De todas maneras en el hegelianismo
hay una contradicción absoluta entre fin de la historia y dialéctica de la historia.
Pero lo que me parece fundamental, es el derrumbamiento de la matriz de
progreso.
La pérdida de confianza en un progreso lineal no es simplemente ideo-
lógica. El hundimiento de la linealidad se constata en todos los campos, no sólo
en el de la historia o de las ciencias sociales. Si se observa la organización del
sistema productivo, el postfordismo, el modelo dominante de la época en la que
El comienzo de la historia 133
Víctor Massuh
Estoy de acuerdo en la utilización del concepto de fragmento por parte del roman-
ticismo alemán y en la manera en la que Hegel la presenta. Pero hay que ver que, en
el pensamiento romántico alemán o el idealismo alemán, la afirmación de la frag-
mentación, así como de la división y la alienación, están unidos a un contexto de
totalidad, sea presente o porvenir. En el caso del romanticismo alemán, se trata de
un contexto presente. La idea de fragmento está, en el fondo, unida a una totalidad
o a la unidad. Para Hegel, en cambio, el contexto que da la unidad, o la totalidad a
este fragmento es del orden del futuro, de la superación de la alienación bajo una
forma de absoluto.
Hay en este pensamiento postmoderno, en el pensamiento de la decons-
trucción, una lectura del fragmento como afirmación de la pluralidad, una valoriza-
ción de los particularismos. Esta lectura me parece muy rica y legítima. Pero, en la
valorización de los diferentes trabajos, diferentes funciones, diferentes pertenencias,
de diferentes «identidades», en fin de las diversas pluralidades, no hay referencias a
la totalización, a la totalidad, a la unidad que engloba o contiene al fragmento. Dudo
en utilizar el término «totalidad» –que evoca la totalización–, incluso cuando podría
legitimar o completar el discurso sobre el fragmento. No obstante, me parece nece-
sario precisar que el fragmento no pierde su carácter de partícula, aislada del
contexto social o del Otro, sino cuando está interpretado en relación con un
contexto englobador, susceptible de integrarlo en una familia, en un contexto, en
Otro, finalmente.
sible en este contexto. El fragmento, como todo fenómeno moderno, ha sufrido una
transformación, una destotalización. La frase de Hannah Arendt «lo verdadero es
lo no-total» es bastante crítica en este respecto. Habría que reconocer el contexto
cuando se cita la totalidad. Con la deconstrucción, la aceptación de un contexto es
simplemente nominal.
Cuando se habla de fragmento, se olvida la historia del fragmento. Se
olvida que el fragmento era, al principio, un punto de partida de la integración y
que, en el plano dialéctico, era la totalidad. Lo que queda es un fragmentarismo
huérfano de sus referencias. Es la razón por la que he hablado de «romanticismo
desromantizado».
José Vidal-Beneyto
El fragmento hoy ya no tiene efectivamente el mismo significado que en el siglo XIX.
Pero los dos fragmentos tienen en común el problema de la inteligibilidad que pre-
senta un interés particular en relación al multiculturalismo. ¿Cómo puede ser el
multiculturalismo inteligible si no hay marco común que haga inteligible al frag-
mento, a la pluralidad? Se ha dicho aquí, muy acertadamente, que el fragmento
remite necesariamente a una totalidad, porque la condición de su inteligibilidad es
el marco común.
Rafael Argullol
Hemos de advertir que, desde el momento mismo en que comenzamos a indagar
para saber cuál es la escena en la que evolucionamos al pasar a un nuevo milenio, en
procura de nuevos caminos para el pensamiento, mostramos nuestra tendencia a
centrarnos en ciertas posiciones intelectuales que han perdido su prestigio social
desde el fin del siglo XIX. En cuanto a la creatividad, la pérdida de influencia o de
peso social de lo que podríamos llamar el «pensamiento tradicional» y de lo que
podríamos llamar «arte» es totalmente evidente. Podría referirme a una encuesta
llevada a cabo en la Facultad de Letras de mi universidad, que revela una falta total
de confianza de los estudiantes con respecto a las disciplinas de su elección. Los
jóvenes consideran que la influencia del arte contemporáneo es nula, y confían en
las ciencias más que en las humanidades.
La creatividad artística contemporánea es proporcionalmente menor que
en el momento de la eclosión de las vanguardias, por ejemplo. Tanto como la rela-
ción filosófica, hoy infinitamente menor que la que se encontraba a principios de
siglo, especialmente en lo que se refiere al fenómeno de las ideologías colectivas en
Occidente. La interrelación de las figuras del filósofo y del ideólogo, la relación
entre ruptura y subversión artística, ruptura y subversión ideológica, eran supe-
riores a fin del siglo XIX y en el primer tercio del siglo XX que hoy en día. No sólo
desaparece la posibilidad de que esas ideas filosóficas sean organizadoras, sino hasta
que sean simplemente cómplices. Uno de los impedimentos más importantes en los
medios artísticos es justamente éste. Lo mismo ocurre en los medios filosóficos.
Las conclusiones a las que arribo sobrepasan nuestra terminología
–Modernidad, postmodernidad, Baja Modernidad. De hecho, jamás he estado muy
convencido del término «postmodernidad». Ha servido para designar rupturas en
el edificio de la Modernidad. Pero la postmodernidad como programa positivo de
arte, de literatura, de arquitectura y de filosofía se ha mostrado más bien decep-
cionante.
El entorno en el que vivimos está marcado, sobre todo, por un aconteci-
miento que a nosotros, europeos, nos cuesta integrar en nuestros arquetipos de
educación. Se trata de la ruptura radical de la lectura del mundo. Y diría más: mien-
tras existía la Guerra Fría, y hasta la caída del muro de Berlín, la lectura del mundo
era relativamente fácil. Se disponía aún de algunas certezas.
El progreso es un parámetro europeo bastante reciente. No se afirmó
antes del siglo XVIII, y no existía en la época del Renacimiento. El concepto de
progreso comenzó a surgir sólo a partir del siglo «ilustrado». Un camino histórico,
El comienzo de la historia 137
sin duda unido a un camino teleológico que confluía con nuestra herencia judeo-
cristiana, a menudo fue confundido con la escatología de nuestra propia tradición.
Cuando los mitos del progreso y de la emancipación social, traducciones de nuestra
tradición historicista, teleológica y escatológica, tuvieron que diversificarse en la
Modernidad, no cambiaron en su sustancia. Los mitos regeneradores de la civiliza-
ción moderna forman parte de cambios jerárquicos que comenzaron a producirse
en el siglo XVIII. La lectura del mundo entraba entonces en parámetros relativa-
mente simples, fáciles. En todo caso hablamos de producciones europeas. El hege-
lianismo y el marxismo son producciones europeas. Es muy interesante observar la
desastrosa experiencia histórica de Rusia, territorio casi no europeo, o fronterizo,
en relación con la concepción europea del mundo. Pero en Rusia se transpuso
completamente una concepción europea hegeliano-marxista imbricada en la tradi-
ción escatológica judía.
No es sólo la Modernidad, ni el juego entre la totalidad y el fragmento, lo
que entra en profunda crisis en siglo XX. Esta dialéctica entre fragmento y totalidad
ha existido a lo largo de la Modernidad. Recordamos el paraíso de Marx, las utopías
eternas, las angustias de Hegel. Pero no olvidemos que Baudelaire, uno de los
primeros en representar la Modernidad de manera explícita, tenía tendencia a
defender una concepción antihistoricista de la Modernidad. Celebramos el
doscientos cincuenta aniversario del nacimiento de Goethe, y podríamos, a título de
ejemplo de una Modernidad abierta y no teleológica, referirnos al fin del segundo
Fausto. Este Fausto, contrariamente al primero que se proponía obtener la tota-
lidad, evocaba la existencia, tan bella, de una humanidad plenamente rodeada de paz
y de peligro, de una utopía abierta y no cerrada. Una doble perspectiva de
Modernidad se abre en el curso de los siglos XIX y XX. El resultado catastrófico de
estos sueños transformados en pesadilla, las consecuencias de Hiroshima, de los
goulags, de Auschwitz, pesan sobre nosotros hoy en día. Pero, si bien podemos
identificarlos plenamente con la Modernidad, sólo forman una parte de ella.
Hoy, la expansión ad infinitum de la lectura del mundo desconcierta
nuestra mirada. El problema es que el futuro parece llevar la máscara del pasado.
Cuando estemos en condiciones de plantearnos la cuestión de la reconversión de
nuestra mirada sobre el futuro, nos tendremos que preguntar acerca de la mirada
que tenemos sobre nuestro pasado, es decir sobre lo que llamamos la identidad.
En el fondo, nos encontramos en la situación de Edipo. Vivimos colectivamente
su situación. Como él, nos damos cuenta de que estamos delante de una alterna-
tiva. ¿Cuál es nuestra elección frente a todo esto? Mi opción personal, la de
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
asumir esta perplejidad, se duplica por el hecho que sólo puedo asumirla con mis
armas europeas.
La asunción de la multiculturalidad, de la pluralidad, se hace pues desde
una crítica profunda de su propio camino y, entre otros, del de la Modernidad.
Existe el peligro claro, que ya se manifiesta, de caer en lo peor, es decir en lo que se
difunde por los medios de comunicación de masas. Hace diez años, la multicultu-
ridad parecía subversiva. Hoy es «políticamente correcta». En España, al menos, las
grandes empresas, los grandes poderes, utilizan la solidaridad, las ONG, todos los
grandes temas de la nueva fraternidad. En consecuencia, lo mejor que podríamos
hacer sería, por una parte, intentar comprender esta nueva y desconcertante lectura
del mundo, y por otra parte, proceder a una autocrítica profunda de esta
Modernidad: no desde el punto de vista de la postmodernidad, sino simplemente a
partir de lo que llamamos la «modernidad», porque considero que aún estamos –en
un grado quizás diferente– inmersos en ella. En la Modernidad se proyectan toda
clase de elementos de manera contradictoria, que constituyen los únicos medios que
tenemos a mano. El nihilismo universal, por su parte, está, en el fondo, bajo la dicta-
dura intelectual de las multinacionales y los medios de comunicación.
Zaki Laïdi
Estoy de acuerdo con lo que acaba de decir Rafael Argullol sobre la Modernidad.
No la hemos dejado todavía. Debo decir que los resultados de vuestro sondeo entre
los estudiantes de letras de su universidad, que parecen afligentes y que demuestran
que tienen más confianza en las ciencias que en las artes y las humanidades, no me
impresionan. Lo que es llamativo en nuestras sociedades es que toda la problemá-
tica del riesgo se funda igualmente sobre una pérdida de confianza en las ciencias.
Esta problemática del riesgo propone un elemento de duda, de reflexividad
creciente ante las conquistas científicas. Estoy seguro de que si interrogáseis a estu-
diantes de ciencias, veríais que sus dudas son extremadamente grandes, incluso ante
las disciplinas científicas.
La influencia de la filosofía, su influencia inmediata, es efectivamente muy
débil hoy. Pero el mundo en el que vivimos está empapado de ideas. Es terrible-
mente normativo y está fundado sobre valores, sean o no implícitos, y no podemos
escapar a sus condicionamientos, a sus implicaciones, y esto es así aunque tengamos
la impresión de que, filosóficamente, no ejerceremos ninguna influencia. Pues se
puede creer que, pre-subjetivamente, la influencia de un pensamiento filosófico del
El comienzo de la historia 139
individualismo sobre los individuos es nula. Sin embargo, la influencia de una filo-
sofía individualista es extremadamente fuerte en la vida de los individuos. Todo el
mundo vive implícitamente en sistemas de sentido, incluso si algunos no son cons-
cientes. No pienso que sea necesario reconocer una tendencia filosófica para estar
sometido a su influencia.
En cuanto a la influencia que puede ejercer una creación artística, diría
que es difícil de medir, porque sólo es mesurable a largo plazo. Es posible estar fuer-
temente influenciado por formas de creación sin tener conciencia de estar siendo
objeto de esa influencia.
Sobre esta idea de progreso que emana del modelo occidental, estoy total-
mente de acuerdo con vosotros cuando decís que le ha hecho falta mucho tiempo
para establecerse, a pesar de su herencia judeocristiana. Incluso la idea de historia,
la visión histórica, empieza con Giambattista Vico, no antes. Occidente ha vivido
pues con esquemas de pensamiento que tenemos tendencia a considerar como anti-
guos o eternos, pero que son históricamente muy recientes.
Por lo que respecta a la cuestión del progreso, sin embargo, me parece
muy difícil diferenciar el universo occidental y el universo no occidental. Porque, si
bien Occidente está en el origen de esta problemática, también es cierto que ha
sembrado por todo el mundo. No se puede sostener que la ideología del progreso
sea puramente occidental. Los cuestionamientos del progreso existen también en las
sociedades no occidentales. El problema de las referencias, la cuestión del sentido,
la cuestión de la orientación, la cuestión del objetivo, cuestiones filosóficas que eran
originariamente occidentales, existen también en países no occidentales. En Japón,
existe una profunda interrogación sobre la evolución de la sociedad y sobre la capa-
cidad de esta sociedad para preservar su particularidad en un universo mundiali-
zado. Las preguntas que se plantean hoy en todos los rincones del mundo son
extraordinariamente vecinas, incluso si los sistemas a los que se refieren son extre-
madamente diferentes. No se gana mucho viendo la cuestión de la herencia occi-
dental como un problema solamente occidental. Las sociedades no occidentales
también se plantean numerosas preguntas sobre ellas mismas y su futuro.
En último lugar, hemos evocado los temas de la fraternidad y la solida-
ridad, que habrían devenido tópicos. Los temas serán comunes, pero no necesaria-
mente lo son las prácticas. Porque hay una idea que retrocede en nuestras
sociedades, es la idea de la solidaridad, la legitimidad de la noción de redistribución
en el seno del Estado-nación. Se ven surgir, por ejemplo, movimientos particula-
ristas, con pretención secesionista, que legitiman sus reivindicaciones sobre la nega-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Fernando Ainsa
En este mundo donde todo parecer llegar a su fin, se habla también del fin de las
utopías. La palabra «utopía» ha adquirido un sentido peyorativo. Es casi rechazada
en las reflexiones contemporáneas. Sin embargo, pienso que la rehabilitación de la
promesa, del proyecto, pasa no por la utopía como tal, sino por la función utópica.
Es esta función que establece la resistencia natural de los seres humanos a aceptar
las cosas como son, o la tensión entre lo que son y lo que podrían ser. La utopía es
una manera de hacer frente al futuro. Se ha hablado de opresiones, pero la utopía
permanece necesaria. A pesar de todos los riesgos que se corre hablando de utopía,
incluso integrando los fracasos de las utopías recientes, hay que reconocer que,
frente a las creencias que han perdido su fuerza, se impone una reflexión sobre la
utopía.
En el pensamiento utópico, hay una aporía de base, porque si la utopía
cierra el futuro, abre el campo de la imaginación. Si se sitúa más allá de la realidad
presente, es para delimitar mejor un espacio, fijar direcciones, establecer signos o
señales. El ser humano tiene necesidad de fijarse señales. Hay necesidad de esta-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
blecer pequeñas marcas que serán una forma de «planificación» del futuro, un
cronograma para todos nosotros. Igualmente tiene necesidad de imaginación.
¿Cómo podemos imaginar nuevas utopías, hoy? Evidentemente, ya no
serán utopías totalizantes estructuradas por planes quinquenales. Para encontrar
sitio en este frágil espacio de lo posible, de entrada las utopías deben empezar a
componerse a partir de un patchwork de fragmentos de culturas que encontramos
como restos del banquete ideológico que este siglo nos ha ofrecido, especialmente
después de los años 60.
Hay que partir de un «bricolaje». Ya no se puede tratar de construir obras
de ingeniería ni imaginar cómo hacer castillos en el aire. Hay que preparar, volver
a fundar nuevas culturas a partir de fenómenos como el multiculturalismo o la
hibridación –palabra que prefiero al mestizaje. Las reliquias del mundo actual
deben reforzar las afinidades, integrar los problemas comunes e imaginar nuevos
proyectos colectivos. Vamos a vivir en un mundo cada vez más interdependiente.
Tendremos que aprender a catalizar las diferentes líneas creativas, siempre con esta
tensión creciente. Es la armonía de lo local y lo global –«pensar globalmente, actuar
localmente»–, viviendo en este mundo y refiriéndose al desarrollo tecnológico
actual.
Henri Lopes
Este debate me interpela porque, de manera cotidiana, cuando escribo, me
pregunto por qué escribo y de qué sirve. Mi respuesta es, cada vez más frecuente-
mente: «poco importa». Pero ¿por qué me planteo esta pregunta? Creo que es en
relación al universalismo , al pluralismo, al mundo olvidado, a la cuestiones
evocadas aquí. Escribo para y sobre gente que apenas sabe leer, sobre aquellos que
no me leerán, por lo menos en esta generación, ofreciéndome modelos totalmente
diferentes del mundo de donde vengo.
¿En qué medida el pensador consigue incorporar a su vida lo que se llama
sentido común? Según las religiones, se puede dar una respuesta segura. Los grandes
libros se han difundido en el mundo, las sectas lo han hecho, también, con los
menos grandes. Pero no se puede decir si hoy hay más o menos creación artística.
Porque antes no se tenían las herramientas, los métodos para pensar. Nunca nos
hemos preguntado cuál fue la influencia de Maupsassant en el común de los fran-
ceses. Se tiene una idea, se imagina que la sociedad de antaño era más cultivada. Pero
no se tiene ningún instrumento para verificar si verdaderamente lo era.
El comienzo de la historia 143
Víctor Massuh
Somos muchos en reconocer el poco prestigio de los filósofos en la sociedad
contemporánea. Su papel ya no tiene gran peso e incluso sufren cierta marginalidad.
Esta pérdida de prestigio no se explica por la ausencia o la falta de grandes filósofos.
Pienso que la filosofía tiene una falta cruel de público, porque éste se vuelve hacia
el espectáculo, el desarrollo técnico, la ciencia y la magia del deporte. La filosofía se
convierte en la voz que clama en el desierto. La filosofía pierde en flexibilidad y en
capacidad de cambio. El verdadero actor del cambio, ya no es el filósofo, sino el
investigador científico. La vida hoy está configurada por una serie de urgencias que
acosan al ser humano y confiscan su atención. El hombre ya no está a la búsqueda
de teorías. Está acosado por problemas que lo desbordan.
Sabemos que la Revolución Francesa fue obra de los filósofos. Tratándose
de una lectura del mundo en una perspectiva utópica, hay que reconocer a los hom-
bres de la Ilustración su papel fundamental. Los revolucionarios americanos no
provenían sólo de la esfera política, sino más bien de la gran tradición filosófica libe-
ral de Locke y Hume. Una filosofía hizo posible a la Revolución Rusa. Esto ya no
es así en nuestra época. Los cambios de nuestra sociedad ya no tienen fuentes filo-
sóficas. No hay que olvidar que las grandes obras filosóficas que han transformado
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Zaki Laïdi
Usted dice que el filósofo ya no puede pensar el cambio. Ya no sabemos lo que es
cambiar una sociedad. El problema rebasa la filosofía. Ya no tenemos teoría de
cambio social. Ya no tenemos perspectiva o proyecto de cambio social y, funda-
mentalmente, ya no sabemos qué es una sociedad o qué funda el «vivir juntos». Lo
sorprendente, es el contraste entre los instrumentos estadísticos, tecnológicos con
que contamos hoy en día para cuantificar, efectuar sondeos, y la extraordinaria
dificultad que tenemos para interpretar el conjunto de esos datos. Estamos
confrontados a un problema de inteligibilidad. Ya no conocemos la dinámica de la
sociedad.
Ahora bien, la dificultad de pensar en el cambio social es una cuestión que
el filósofo debe afrontar. Se trata de una paradoja, porque lo único que sabemos
cambiar es el Hombre. Podemos modificar el patrimonio genético del Hombre,
pero ya no sabemos cambiar la sociedad. De ahí el retroceso de todas las interpre-
taciones generales del comportamiento en provecho de interpretaciones individua-
lizadas, o genéticas. Podría citar el ejemplo de las teorías que explican la violencia
por la existencia de un gen de la violencia.
El problema radica en la dificultad de pensar el cambio. Creo que
tenemos que volver a pensar la cuestión de la utopía sabiendo a qué se aferra la
utopía y por qué no logramos más pensarnos bajo el modo de la utopía. ¿Cómo
superar el encantamiento o la necesidad de utopía? ¿Cómo puede ser que tengamos
necesidad de utopía, y que al Hombre le cueste tanto reformularse la utopía? En una
sociedad donde la idea de proyecto está profundamente cuestionada, ¿a qué clase de
proyecto colectivo nos podemos referir?
Hoy, cada empresa tiene un proyecto. Pero cuando miráis las cosas de
cerca, percibís que la concepción del proyecto, en el sentido del Quattrocento, de
Piero della Francesca, de un distanciamiento entre la concepción y la realización, es
una idea hoy cuestionada, incluso en el gran sistema al que me refería, la noción de
ciclo iterativo. ¿Por qué tenemos tanta dificultad para pensar lo colectivo? Porque
la noción del bien común plantea problemas hoy. Si no se intenta refundar, en el
El comienzo de la historia 145
Françoise Rivière
Querría hacer constar aquí al menos cuatro propuestas que son objeto de aceptación.
Se trata de constataciones de aporía, a partir de las cuales podríamos considerar una
aproximación pragmática de las formas y contenidos del pensamiento actual.
La primera es la del fin de la lectura universal del mundo unívoco por
proyección del pensamiento occidental con pretensión universal, a la vez por el
descubrimiento de la pluralidad, de la existencia de otras interpretaciones, pero
también por aporía: la incapacidad del pensamiento moderno para comprender la
complejidad, el cambio social y el futuro.
La segunda propuesta se refiere al dominio del presente. Las sociedades
ya no son teleológicas. Ya no son atraídas por el futuro, y ya no llegan a concebir
utopías constructivas, ni incluso restos de utopía que permitieran un montaje burdo
del futuro. Sin proyecto, quedan confinadas en el presente donde la historia misma
está negada por sobrevalorización de la memoria, sin posibilidad de proyección en
el futuro.
En tercer lugar, se asiste al agotamiento de la matriz del progreso. No
en el sentido de Fukuyama, o en el marco del pensamiento único –según el cual el
progreso, habiendo llegado a su apogeo, sólo podrá repetirse indefinidamente, sin
aportaciones exógenas, o que el futuro ya está contenido en el presente–, sino en
el sentido del debilitamiento de la linealidad que había caracterizado al pensa-
miento occidental, al menos desde hace algunos siglos. Esta linealidad retrocede
en provecho de otras lógicas, tales como la lógica iterativa, que están a la orden
del día en los sistemas de organización humana, industrial, productivista, incluso
de una lógica sistémica, que excede el pensamiento lineal tradicional e implica la
noción de ruptura. ¿De qué clase de ruptura se trata y cómo efectuar estas
rupturas salvadoras?
La cuarta proposición se refiere a la valorización, incluso a la sobrevalo-
rización del fragmento con relación a la totalidad. Pero en nuestra época, la valori-
zación de lo fragmentario se hace sin relación con el sentido de la totalidad. Esta
observación referente a la filosofía contemporánea se aplica igualmente al pensa-
miento político, como lo ha demostrado José Vidal Beneyto, al ligar esta fragmen-
tación con el problema de la inteligibilidad del multiculturalismo. Sobre este punto,
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
que todo pensamiento que nos empuje hacia la no-ruptura, hacia la no-innovación,
sea siempre esencial. Hoy todos somos volatineros. Necesitamos una red de segu-
ridad que nos proteja.
¿Cómo podemos reducir estas características tanto modales como de con-
tenido para devolverle al pensamiento, no rigor, sino vigor? Porque el adjetivo más
prestigioso hoy – y es el signo de una época débil– es «fuerte»: «un pensamiento
fuerte», «una propuesta fuerte». Para llegar allí, tenemos que intentar encontrar otros
determinantes objetivables susceptibles de remplazar los que tenemos hoy, o al
menos completarlos. Descubrir, finalmente, nuevos caminos para el pensamiento.
Rafael Argullol
Sería importante abordar el por qué, comprender las causas del prestigio de palabras
como «fuerte» o «débil». Creo que podríamos debatir sobre algunas de estas causas.
Nos encontramos ante el reflujo del desastre del gran mito de la
Modernidad y esto nos llena de un miedo confuso. No tenemos el coraje de atre-
vernos a construir un gran proyecto. Pero pienso que toda filosofía, desde los
orígenes griegos, tiene una vertiente utópica. Es imposible pensar el mundo única-
mente en términos de realidad empírica. El pragmatista más feroz es proyectista.
Añade algunos toques de utopía. Hoy, sin embargo, entramos en contradicción con
esta necesidad de proyectar. Porque la audacia del pensamiento exige una proyec-
ción. Los estoicos ya se situaban en la triple perspectiva del cosmos, de la polis y del
Mismo. A pesar de la dificultad de pensar bajo este triple aspecto, el efecto proyec-
tivo subsiste a pesar de todo. Pensar el presente corresponde a vivir y a alimentarse
de la acción misma de mutilación de la acción de pensar. Por un breve lapso de
tiempo, todo parece, pues, helado. Estamos ante una congelación del pensamiento
proyectivo, ante un contexto mutilado.
Además, nos sentimos desplazados con relación a la escena misma del
pensamiento moderno, porque, se quiera o no, es eurocéntrica. No es universal y
esto perturba nuestras perspectivas.
Finalmente, no podemos olvidar el complejo de inferioridad, la falta de
fuerza, la posición desventajosa del pensamiento humanista tradicional frente a
tendencias tales como la ciencia, la técnica y la imagen.
Toda una serie de elementos concurren a lo que en nuestros coloquios se
vive de manera aporística, y cualquier diálogo sobre un pensamiento proyectivo
acaba por convertirse en una especie de monólogo sobre nuestras propias tradi-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Françoise Rivière
Todo el mundo reconoce que hay una necesidad de ruptura. Habría que abordar
este problema del miedo a la ruptura, esta necesidad de seguridad, que constituye
un freno a la audacia de pensar.
Henri Lopes
Muchos de entre vosotros habéis dicho que la filosofía, las ciencias humanas, están
demasiado marcadas por el eurocentrismo. Pero nadie ha ido más lejos. Pienso que
no deberíamos olvidar, no sólo África, sino igualmente Asia, y sobre todo América
Latina, que para nosotros, africanos, es una fuente de inspiración porque se trata de
una región del mundo que se ha transformado más allá de la colonización,
asumiendo la colonización y la herencia antigua. Para que nuestro pensamiento esté
a la altura del tema del milenio del que ya hemos hablado, tenemos que situar las
reflexiones sobre la humanidad entera.
Que el pensamiento europeo haya contribuido a la vida intelectual de
África es algo que hemos tenido tendencia a negar en los años de liberación y en los
posteriores, pero que en lo sucesivo debemos aceptar y asumir con mucha hones-
tidad intelectual. Se exaltó, en los años 50-60, un pensamiento africano, o más bien
unos pensamientos llamados «tradicionales», que no eran pensamientos de indivi-
duos sino pensamientos de comunidades, de una cultura, de una civilización.
Contrariamente al pensamiento occidental, que se basa en confronta-
ciones, debates seculares, el pensamiento africano parece haber sido siempre objeto
de un consenso. Toda la comunidad comparte la misma filosofía, la misma manera
de ver e interpretar el mundo.
El comienzo de la historia 151
Rafael Argullol
¿Por qué este silencio de los intelectuales africanos?
Henri Lopes
Creo que los intelectuales africanos fueron muy presuntuosos en la vigilia y después
de las independencias. Nosotros éramos jóvenes y constituíamos la primera genera-
ción en beneficiarse de una formación que iba hasta la enseñanza superior. Ocurrió
una ruptura total entre nosotros y las poblaciones para las que queríamos pensar. A
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Víctor Massuh
Para nosotros, latinoamericanos, el eurocentrismo es una cuestión primordial.
Siempre nos hemos sentido europeos, pero europeos de los márgenes, de los
confines. Hemos estado influenciados por la presencia de españoles, luego por las
ideas que hemos calificado de indígenas, incluso africanas para hacer frente a la
presencia española durante el período de la independencia.
Conviene a propósito de esto recordar que, durante el período de inde-
pendencia, los diferentes países de América Latina debieron, con ideas europeas,
oponerse a España. Los libertadores, los liberadores del continente, decían que
luchaban contra España para ser europeos. La presencia de España fue tal que este
gran conglomerado de países se sintió español durante cerca de cuatro siglos.
Paradójicamente, la independencia fue conquistada bajo la influencia de las ideas
francesas. La consecuencia fue el cuestionamiento de Europa, especialmente de
España. La cultura europea se convirtió entonces en sinónimo de barbarie en la
medida que provenía de la España colonizadora. No hay que olvidar que la iden-
El comienzo de la historia 153
Henri Lopes
¿Piensa que los supuestos que hemos establecido a propósito del pensamiento en
Occidente son aplicables a la actualidad latinoamericana?
Víctor Massuh
Pienso que los temas que hemos estado abordando, por el hecho de ser filosóficos
y por lo tanto universales y generales, han sido pertinentes para América Latina.
Los pensadores de Brasil, Argentina, México, etc., conocen a Heidegger y se han
formado en el pensamiento europeo. La dimensión universalista del pensamiento
que abordamos ayer existe igualmente en América Latina. Debido a que tuvimos
que beber de fuentes culturales muy diferentes de la fuente española, para nosotros
un filósofo alemán equivale a un filósofo italiano. Pero esto quizás no es así para un
europeo: el pensamiento alemán, el pensamiento europeo, a menudo se han carac-
terizado por un provincianismo muy estrecho. Es pues difícil encontrar en
Alemania autores alemanes que conozcan y reconozcan obras de sus colegas espa-
ñoles, franceses, etc. Pienso que esto vale para España, Francia. Para nosotros, en
América Latina, el cosmopolitismo es elemental, fundamental por las razones histó-
ricas ya mencionadas.
El eurocentrismo de los europeos no es sólo un modo de mostrar su supe-
rioridad, sino que refleja su incapacidad para abordar el mundo en su universalidad.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Henri Lopes
En un texto que escribí sobre mis tres identidades –identidad original, identidad
internacional e identidad personal–, afirmé que «es por mí que Montaigne se hizo
amerindio, es por mí que Montesquieu se hizo persa». ¿Me equivoco al afirmar esto,
puesto que, según vosotros, Europa es incapaz de ir hacia el exterior? Yo que no soy
europeo, voy a afirmar incluso que Europa me ha ayudado a verme.
Michel Maffesoli
Existen focos culturales diferentes que se deben comprender si se quiere dar todo
su sentido al término mestizaje. Creo que el mestizaje es una gran idea que no data
de hoy y no pertenece a un solo país, sino a toda cultura en su momento fundador.
Así, la cultura europea, en su momento fundador, se tradujo en una inmensa circu-
lación de Hombres y de ideas en torno al Mediterráneo. Por ello debemos ser
«errantes» del pensamiento, a fin de dejar atrás los dogmas, a fin de estar lo más
cerca de ese vagabundeo social y cultural que nos caracteriza en esta época.
Rafael Argullol
Nuestro debate sobre el eurocentrismo me ha impresionado por su similitud con la
novela de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros en la que el héroe espera durante
años la llegada de los tártaros, es decir de los bárbaros. Los europeos, que han
sufrido el contragolpe de las catástrofes del siglo XX, la ruina del imperialismo, del
colonialismo, de las utopías, se han dado cuenta de que el mundo es pluricentrado,
multicultural. Pero nadie ha venido, nadie ha surgido del «desierto de los tártaros».
Aún hoy, interrogamos el silencio. Los intelectuales africanos remontan al África de
hace cuarenta años e integran este contexto pasado, caduco. La producción intelec-
El comienzo de la historia 155
Eduardo Lourenço
Nunca estamos en lo particular y en la diferencia. Estamos siempre, lo queramos o
no, en lo universal. Borges habla, en una de sus novelas cortas, de bárbaros que
sitian Ravena. Penetran en la ciudad, contemplan sus esplendores y deciden final-
mente quedarse en el interior de esta fortaleza que habían ido a destruir. Soy muy
crítico de un discurso hegemónico, imperialista, que Europa ha producido y condu-
cido hacia otras zonas. Pero entro en la fortaleza Europa como el último de los
bárbaros para sostener esta barbarie, porque estoy cansado de esta destrucción
permanente. En efecto, Europa es una cultura que se autodestruye sin cesar. La
cultura europea es un continuo derrumbamiento de sus propios topos, una destruc-
ción que empezó en Grecia y que jamás ha terminado. Hubo, claro, períodos de
consolidación, cuando filosofía y religión se reflejaban la una a la otra, como
espejos. Fue el caso en la Edad Media –aunque la Edad Media fue un período esqui-
zofrénico de continuas polémicas.
No obstante, nos damos cuenta de que esta propensión de la cultura
europea a criticarse tenía sus límites. Europa nació verdaderamente en el momento
en que descubrió el Nuevo Mundo. Fue en ese momento cuando se convirtió en
Viejo Mundo. Aquí empezó otro tiempo histórico, y lo que hizo posible este nuevo
comienzo fue el descubrimiento de algo nuevo.
Cuando Montaigne, para criticar el funcionamiento del pensamiento
europeo, se aferra, a través de otros textos, al Indio mítico, está a la vez en el inte-
rior y en el exterior de este pensamiento europeo que relativiza y, simultánea-
mente, universaliza. La universalización pasa por el reconocimiento del Otro. Del
mismo modo, cuando Montesquieu escribe las Cartas persas, lleva el pensamiento
europeo a convencerse de que él es lo universal, ya que da la palabra al Otro. En
su Filosofía de la Historia, Hegel escribió algunas páginas sobre una América que
sólo conocía a través de textos. Desde la naturaleza hasta la sociedad, todo estaba,
según él, inacabado. Llega incluso a decir que los ríos de América Latina no llegan
a ser verdaderos ríos.
También quiero plantear otro problema a propósito de la cultura y de la
identidad sudamericanas. ¿Quién habla en nombre de América Latina? ¿Es el indio?
El comienzo de la historia 157
¿Es el negro quien se empieza a oír a través de la literatura? Como hija de la colo-
nización ibérica, América Latina tiene un discurso de ruptura. Pero los brasileños
son y siguen siendo en su mayoría portugueses, europeos desplazados del otro lado
del Atlántico. Y no sólo desde el punto de vista étnico, sino también cultural. Y
Borges es el que tiene el discurso más universal posible. Ningún europeo ha podido
producir una visión del mundo como la suya. Pero, al mismo tiempo, su discurso es
el discurso más europeo que podamos encontrar.
Sin embargo, nosotros, europeos, somos percibidos desde el exterior del
mismo modo en que vemos al Otro a partir del interior de nosotros mismos. Ya no
disponemos del monopolio en el plano de lo imaginario. El pensamiento, las
visiones del mundo nos llegan del mundo entero. La pluralidad cultural está allí. No
es necesario criticar el eurocentrismo: la realidad ya se ha encargado de hacerlo.
Todo esto está resumido en la epístola de San Pablo: «Ya no hay judíos ni paganos.
Hay género humano». No conozco ningún fundamento de la universalidad que no
pase por este texto.
Víctor Massuh
En nuestra América Latina no hay verdaderamente debate en torno al eurocen-
trismo. Si hay una experiencia fuerte, que es una experiencia completamente nueva:
la de los contactos que se anudan entre nuestras repúblicas iberoamericanas.
Tradicionalmente, nuestros contactos con la producción mexicana se hacían por
mediación de las editoriales españolas. Era más fácil encontrar en Argentina un
libro de Vattimo o de Baudrillard que un libro de un filósofo mexicano o peruano,
que son vecinos nuestros. No había intercambios ni circulación de ideas entre
países vecinos que comparten la misma lengua. Se produjo una fractura real, tras la
independencia, entre países que sin embargo habían sido unificados, cultural y
lingüísticamente, durante el período de la colonización española. En estos veinte
últimos años, se han producido fenómenos verdaderamente creadores a partir de
unidades puramente económicas, como el MERCOSUR, que finalmente se han
traducido en acercamientos culturales y filosóficos. Es importante señalar cuán
necesaria es la presencia del pensamiento filosófico y teórico en la elaboración de
estas uniones, porque se trata de reflexionar sobre los problemas del mercado, de
la producción técnica y de los contactos culturales. Esta nueva experiencia se
produce en base a participaciones totalmente heterogéneas. Es sorprendente descu-
brir que en los encuentros de carácter puramente económico, también se expresan
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Michel Maffesoli
Europa ha sido siempre lugar de efervescencia cultural permanente, posible merced
a una intensa circulación, el mestizaje. Creo que ya está bien, pues, de atacar y de
querer destruir el eurocentrismo. De hecho, existen cada vez más imperios, como
en los siglos II y III de la era cristiana. Todo el problema consiste en llegar, a partir
de proposiciones económicas, filosóficas y políticas muy diversas, a asegurar la
cohesión sin encerrarse.
Junto a la lógica oficial, de Aristóteles a Hegel, ha habido siempre una
lógica menor, como la de Nicolás de Cusa, la famosa lógica de la coincidentia oppo-
sitorum, donde cada elemento o fragmento guardaba su especificidad, aunque
todos llegaban a juntarse. Pienso en un neologismo propuesto por el físico
francés,Stéphane Lupasco, lo «contradictorial» es decir una contradicción que no
se supera en síntesis. Se trata de un equilibrio que no reside en la resolución de los
problemas, sino en la tensión de lo heterogéneo. Los diferentes elementos de lo
heterogéneo pesan los unos sobre los otros y llegan a constituir una entidad.
Pienso entonces que lo «contradictorial» corresponde a la lógica de este nuevo
lenguaje, que debe dar cuentas de una nueva realidad hecha de imperios, de
culturas diferentes que no son reductibles a la unidad. Esto supera, en mi opinión,
el pensamiento platónico proyectivo que se encuentra en Adorno, cuando habla de
Zweck Rationalität. Junto a la coincidentia oppositorum de Nicolás de Cusa,
recuerdo que existía el pensamiento filosófico de la ratio seminalis, una razón
interna cuya tarea era integrar elementos muy diversos. El pensamiento insolente
que hemos evocado sería justamente un pensamiento que integraría a su contrario.
Y es lo que llamo una «razón sensible». Así, sería importante llegar a reunir lo que
es del orden de la razón y su contrario. Charles Fournier, utopista francés, hablaba
de «hiper-racionalismo», es decir un racionalismo enriquecido con lo imaginario,
lo onírico, lo lúdico. El pensamiento insolente debería, en mi opinión, integrar
estos elementos diversos que la lógica clásica había dejado de lado pero que una
El comienzo de la historia 159
lógica «contradictorial» sería capaz de combinar. Hay pues que hacer un llamado
al pensamiento caprichoso.
Gianni Vattimo
Cuando regreso de América del Sur, donde la postmodernidad suscita mucho
interés, mis amigos italianos me preguntan qué hay de postmoderno allá. Pienso
que la vocación postmoderna de América Latina proviene del hecho que esta
región constituye efectivamente un lugar de contaminación menos rígida, más
flexible, entre los residuos del pensamiento europeo actual y el pensamiento local.
Al llegar allá, el pensamiento europeo se mezcla de una manera original con la
cultura local. Se observa sí, en ciertos países como México, una adhesión a una
tradición más local, a veces animada por corrientes muy polémicas respecto del
eurocentrismo. Pero también se nota el esfuerzo por combinar una tradición
europea con una dinámica endógena. La literatura de autores como García
Márquez ilustra bien esta exportación contaminadora, y un poco desmitificadora,
de cierto espíritu europeo que se ve renovado en una región diferente. Sería inte-
resante ver si en la filosofía latinoamericana hay algo comparable a la literatura de
escritores como García Márquez u Octavio Paz, autor éste que mezcla literatura,
filosofía y poesía.
Si París fue la capital cultural del siglo XIX, estaría tentado a decir que las
culturas y los pueblos más naturalmente mestizados de Sudamérica podrían
presentar en el siglo XXI una cultura nueva, mucho más allá de la Europa de Max
Weber, de esta «jaula de acero». Pero esta hipótesis también tiene sus límites. Es
difícil llegar a una unidad, a un nuevo pensamiento, partiendo de este mundo
latino, e integrando la contribución de América del Sur, porque esto supone una
capacidad de síntesis de la tradición europea (desde una distancia un poco más
marcada que en la misma Europa) con la aportación de una cierta cultura, por así
decir, endógena.
Mi experiencia italiana y europea es la de una sensación de falta de lo que
se llama, en Italia –polemizando contra mí, por ejemplo–, valores «fuertes».
Recientemente tuve la ocasión de participar en un debate en la televisión italiana
sobre los problemas de la fecundación artificial, de las familias de facto y de las
uniones civiles. Y el único argumento que se me diera en réplica está basado en la
hipótesis de que las masas vuelven a los valores fuertes, representados por la Iglesia
y las tradiciones religiosas en general. En Francia también se ha asistido última-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
mente a una gran manifestación pública contra el PACS3, en la que han participado
todas las grandes tradiciones religiosas. En el debate televisivo en el que participé,
los parlamentarios conservadores del partido neofascista italiano se unieron en
torno a la defensa de los valores de la familia. ¿Pero hay un verdadero movimiento
de opinión pública sobre esta cuestión? ¿Qué pasa realmente en la conciencia
pública? Recuerdo el gran referendum de hace veinte años en Italia sobre el divorcio
y el aborto. Todo el mundo predecía que la mayoría católica italiana votaría contra
estos dos proyectos, y finalmente, sucedió todo lo contrario. Si se leen hoy los
resultados de las encuestas sociológicas sobre el comportamiento de los católicos
italianos practicantes, se verá que los católicos no toman verdaderamente en serio
las doctrinas religiosas sobre la familia y la sexualidad. Nos damos cuenta que los
discursos de los parlamentarios italianos que se identifican con la Iglesia –por
razones electorales–, son reaccionarios con relación a la posición de la mayoría de
los católicos del país.
Toda esta lógica alternativa de la que hablaba Michel Maffesoli, esta lógica
contradictorial, caprichosa, que se podría calificar igualmente de postmoderna,
¿existe de facto en la sociedad? Una manifestación como la que tuvo lugar en París
contra el PACS ¿significa que existe una mayoría silenciosa? ¿No existe más bien
una mayoría medio silenciosa, una mayoría postmoderna, múltiple, incluso un poco
más abierta a las experiencias de subjetividad?
Actualmente se constata un declive del psicoanálisis, porque la gente
recurre cada vez más a las pastillas. ¿Por qué pasar años tumbado en un diván si las
pastillas pueden ayudarnos a salir de la depresión? Se ve también cómo se forman
alianzas inesperadas. Psicoanalistas que se alían a sacerdotes para afirmar que no se
pueden curar con píldoras los problemas psicológicos, las enfermedades del espí-
ritu, que hace falta años de sacrificios, de sufrimientos y una verdadera conversión
interior. Se podría llegar a decir que Freud es un poco el heredero de la moral cató -
lica. Tengo la impresión de que mis alumnos en la universidad adoptan una actitud
más musiliana y menos religiosa a propósito de la subjetividad, una actitud menos
centrada en los valores llamados «fuertes», menos «psicoanalizantes». Están a favor
de una experiencia más difusa, más elástica. Pero aquí habría que convocar a los
sociólogos para medir la pertinencia de lo que no son más que mis propias intui-
ciones. No sé si hay trabajos que confirmen lo que acabo de decir.
Para concluir, veo pues una vía latinoamericana de la postmodernidad, de
la que espero mucho, pero de la que no tengo muchos documentos. Paralelamente,
me encuentro confrontado en Europa con la teoría de los conservadores que nos
dicen: «llega tarde, usted está todavía en el espíritu de 1968, mientras que las masas
se vuelven hacia el Papa y los valores fuertes». En tanto, los sondeos indican que la
gente se siente mucho más libre con relación a estos valores. Es cierto que también
se revela una exigencia progresiva de arraigamiento, en la Babel postmoderna. Pero,
¿podemos imaginar cohesiones «no fuertes», no forzosamente fanáticas, en el
sentido de la creencia total? ¿Podemos imaginar una subjetividad postmoderna, una
sociedad no autoritaria, compartiendo valores que permiten circular libremente por
las calles sin escolta policial? Porque la interiorización de cierto número de valores
nos permitiría vivir en sociedad sin recurrir sistemáticamente a la policía. Tengo la
impresión de que, paradójicamente, el fenómeno de la inmigración salvaje, que
suscita tantos rechazos y reacciones, nos obligará en repensar una sociedad. Hay, en
Italia, mucha oposición con respecto a la inmigración. Pero no se pueden poner
policías en todas las esquinas. Muy recientemente, un ministro propuso la conce-
sión de permisos de residencia a una gran cantidad de extranjeros «sin papeles».
Esto recuerda el debate entre el prohibicionismo y el antiprohibicionismo: como no
se llegua a hacer respetar una legalidad muy estricta en una situación incontrolable,
habrá que considerar una situación más libre, capaz de llevar a la reconstrucción de
una posición de libertad responsable. Digo responsable, pues no se trata de una
libertad donde todo el mundo hace lo que quiere. Hay que reconstruir una sociedad
más elástica, fundada sobre una libertad verdaderamente responsable. Es quizás la
única posibilidad práctica de supervivencia en este mundo.
Víctor Massuh
Querría relatar una experiencia interesante relativa a esta cuestión de saber si se
puede esperar o no una sociedad menos autoritaria, menos policíaca. Mi país se
encuentra hoy preso de la inseguridad: los delitos se multiplican, y la policía afirma
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
que dos tercios de ellos son cometidos por inmigrantes ilegales llegados de países
vecinos. Esta información ha provocado inevitablemente una fuerte reacción de
xenofobia. Los inmigrantes sin papeles representan un 10% de la población; son
alrededor de 3,5 millones. También el Estado ha anunciado la adopción de una ley
rigurosa en cuanto a las condiciones de estancia de los extranjeros en la Argentina.
Lo que es interesante en este asunto, es la campaña mediática que ha precedido a la
adopción de este proyecto de ley. Se mostró en la televisión a inmigrantes sin
papeles que reaccionaban contra la amenaza. Muchos de entre ellos reconocían
haberse equivocado viniendo a la Argentina, donde no encuentran trabajo y donde
su situación está lejos de ser el paraíso con el que soñaban. Contra toda expectativa,
los argumentos de los inmigrantes fueron asumidos por la sociedad civil, que se soli-
darizó verdaderamente con ellos. Frente a tal movimiento de la opinión pública, se
pospuso el voto de este proyecto de ley. En la medida en que los inmigrantes han
podido expresarse y suscitar una reacción de la población, cabe considerar que la
democracia funciona: la intervención de la sociedad civil contribuye a limitar la del
Estado.
Michel Maffesoli
Vuelvo a la cuestión de los poderes contra el poder. Hay, de un lado, el poder de
hacer y el poder de decir, que representa la intelligentsia y, por otro lado, está el
poder de la base, que es el más fuerte. Este último es fundamentalmente postmo-
derno: no se reconoce ya ni en los discursos de izquierda, ni en los discursos de
derecha, ni tampoco en los de las instituciones. Por lo que respecta a los comporta-
mientos sexuales, veo que las prácticas juveniles no son en absoluto obsesas, sino
simplemente vivas. Se asiste a algo que ya no es del orden de la liberación sexual,
sino más bien de lo que llamaría libertades «intersticiales», libertades vividas.
Respecto a la violencia, en Francia hay un gran debate sobre la inseguridad. Se trata
de un falso problema. No hay más violencia hoy que en la Edad Media. Pero se
presentan los falsos problemas como problemas esenciales. En la realidad, y de
manera general, ciertos valores son mucho más vividos que pensados. En su origen,
el pensamiento erudito se situaba contra la doxa, contra las opiniones; hoy, estoy
convencido, nuestros pensamientos eruditos se han convertido en doxa.
Repentinamente, hay desconexión entre estos pensamientos convencionales, estos
doxa, y la realidad de base, que es mucho más libre, sana, vital. Muchas cosas son
vividas. Ahora, se trata de pensarlas. Este es el reto de estos nuevos lenguajes, de
El comienzo de la historia 163
Eduardo Lourenço
No se ha abordado todavía la cuestión de saber dónde nos encontramos en este
momento de nuestra civilización occidental, judeocristiana. Podríamos pensar que
estamos, en un plano fantasmagórico y práctico, aún insertos en este horizonte
definido que es la religión. Sin embargo, acaso estamos asistiendo en este fin de siglo
al principio de una nueva forma de civilización, y no sólo en el plano práctico, sino
también –a partir del momento que Dios está muerto– en el dominio del pensa-
miento. Creo que una era atómica, una era postcristiana comienza. Las prácticas
religiosas actuales no tienen prácticamente nada que ver con las de mi infancia. El
modo de vida moderno es el de la diversión organizada, nocturno y diurno, en
oposición total con la visión ascética que la religión cristiana había impuesto hasta
entonces como horizonte ineludible. Si tomamos los términos y la profecía de
Malraux, que «el próximo siglo será religioso o no será», reconozco que una cierta
forma de religiosidad está todavía presente, como horizonte de sentido. No
obstante, la forma ha cambiado. Un cierto budismo encuentra un eco extraordi-
nario, tanto entre los pensadores como en la población general. Sucede algo que se
traduce, por ejemplo, en el fantástico y universal éxito de escritores como Paulo
Coelho, cuyos libros vehiculan un mensaje lenifiante, de bondad, mientras que el
mensaje tradicional de las iglesias ya no es creíble. Responden a una necesidad de
ver la vie en rose y se convierten en una especie de evangelio universal. ¿Nos esta-
remos dirigiendo hacia un siglo en el que Paulo Coelho será el nuevo Mahoma?
Rafael Argullol
Me parece inevitable suscribir al tipo de argumentos que Gianni Vattimo sostiene
frente a la catástrofe de la Modernidad fuerte de la que hemos hablado. Una
Modernidad más débil, es decir más heterogénea, mucho más contradictoria, y sin
duda más atractiva. La Modernidad, que no ha aprendido su lección y que continúa
defendiendo posiciones fundamentalistas, acercándose en esto a las iglesias más
fanáticas, muestra una faz catastrófica. Hay que acabar con los dogmas y las
verdades fuertes y recoger lo que la vida ofrece, aprovechar su multiplicidad.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Michel Maffesoli
Lo que me impresiona en esta discusión caprichosa, y que está relacionado con la
cuestión de la religiosidad evocada por Eduardo Lourenço, es la convicción de que
todos sabemos que existe una diferencia entre lo que vivimos y lo que pensamos.
Constato, por ejemplo, en Francia, una verdadera desconexión entre la intelligentsia
y la sociedad civil. Hay manifiestamente más tolerancia en estos poderes de base,
que en los discursos que supuestamente dan cuentas de ellos. Diarios como Le
Monde o Libération son, para mí, boletines parroquiales: contienen discursos muy
rígidos, como que son dirigidos por clérigos. No traducen pues la realidad social,
sino más bien la doxa, el pensamiento único. Cierto número de temas de la post-
modernidad pueden aparentemente reflejar el liberalismo triunfante, o bien este
mundialismo contemporáneo. Pero pienso que se trata de algo total y estructural-
mente diferente.
El comienzo de la historia 165
Rafael Argullol
En España, el partido popular, el viejo liberalismo, que es el que me parecería tener
más posibilidades de transformarse en un liberalismo abierto a la vida, no se atreve
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Eduardo Portella
Existe por cierto una voluntad y una tentativa de reconstruir un pensamiento fuerte
para salir de lo que Gianni Vattimo llama el «pensiero debole» el pensamiento débil.
Yo sería más bien de la idea de complicar la vida del «déspota ilustrado». En este
sentido, el pensamiento de Gianni Vattimo juega un papel fundamental porque nos
permite penetrar en un espacio menos autoritario.
Como profesor, compruebo también que los estudiantes me piden algo
más que la simple crítica de los autoritarismos, manifestaciones del totalitarismo.
Me piden algo más allá de la «deconstrucción». Estamos hartos de la deconstruc-
ción: hace cuarenta años que gemimos bajo su yugo. Quizás haría falta remontar a
lo que pasaba antes de 1968. Si hacemos hoy un balance, cabe preguntarse: ¿qué se
puede poner en el lugar de la deconstrucción? ¿una reconstruccion poco consen-
sual, como la que desearía Habermas? ¿una consensualidad bastante poco libre,
dado que se trata de un consenso prefabricado? ¿Qué podemos responder a nues-
tros estudiantes que nos piden más, que nos piden que les indiquemos una direc-
ción, un camino?
liberalismo en diversos países. Pienso que a muy corto plazo, a cinco o diez años
vista, será necesario reflexionar sobre la interpretación destructiva de este pensa-
miento débil.
Gianni Vattimo
El desarrollo en Italia del concepto de «pensamiento débil» acompaña, de manera
espectacular, la situación política italiana. A principios de los años 70, yo había
comenzado a proponer un nietzscheísmo de extrema izquierda inspirado por
Heidegger. La filosofía del postultramarximo de 1968 se quería un marxismo
alimentado por Nietzsche, en el sentido entendido por Marx, es decir no sólo la
transformación del poder (porque el poder se ejercía todavía de la misma manera
en Rusia), sino también la transformación de la subjetividad prevista y promovida
por Nietzsche, en el sentido de Marcuse. Se asistió enseguida en Italia a la deriva
de estas esperanzas revolucionarias en el terrorismo de las Brigadas Rojas de los
años 70.
Concluimos que la idea de revolución conducía al leninismo. Un grupo,
una minoría «iluminada» tomaba la responsabilidad de transformar la sociedad para
los demás. Entonces interpreté una teoría de Gramsci, la idea de hegemonía, reto-
mada por el PCI en los años 50-60, según la cual no se puede tomar el poder por la
violencia porque eso no dura. Hay que construir un consenso social amplio, con el
apoyo de la Iglesia, atestiguado ya por los Pactos del Letrán, que instauraron una
relación privilegiada entre el Estado italiano y la Iglesia católica.
Me dije, en esa época, que hacía falta producir más bien un movimiento
caprichoso, como el del caballo en el ajedréz. Se trataba de la idea de una autonomía
de comunidades marginales, retomada hoy bajo formas variadas, como la de los
«bancos éticos», que son bancos con rostro humano. Esto ilustra la construcción de
un sistema alternativo en el interior del sistema tradicional. La historia del Partido
Comunista Italiano refleja la misma evolución. El PCI se convirtió en un partido
demócrata de izquierda que se esfuerza por practicar una política reformista y no
una política revolucionaria extremista, porque esto no lleva a nada. Nadie quiere
veinte años de guerrilla seguidos de cuarenta de stalinismo.
Efectivamente soy un pensador postmoderno, en el sentido de que no
invento nada, pero escucho «la llamada del ser», como decía Heidegger. Desconfío
profundamente de las teorías que pretenden fundarse de manera rigurosa, lógico-
metafísica, y que se presentan como más esclarecidas de lo que son en realidad. El
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
un liberalismo de izquierda, diría que la derecha sólo registra las diferencias natu-
rales. La libertad de izquierda, por su parte, consiste en poner a todo el mundo en
la misma condición de partida, para, digamos, la lucha. Desde este punto de vista,
pienso que Nietzsche tenía razón: hay una voluntad de poder que puede ejercerse
principalmente como voluntad de proponer e imponer eventualmente interpreta-
ciones más aceptables del mundo.
El liberalismo de izquierda es un liberalismo de proyecto, mientras que el
liberalismo de derecha es un liberalismo de fuerza. Esto implica también la nece-
sidad de definir estructuras políticas capaces de realizar esta diferencia. En esto, el
cuestionamiento de Rafael Argullol es correcto. ¿Hay en nuestras perspectivas filo-
sófico-políticas un proyecto político que no esté simplemente abandonado a las
fuerzas animales, a las fuerzas del mercado? No soy partidario de la abolición del
welfare State. Pero me pregunto si es posible instaurar un welfare State que no sea
paralizante desde el punto de vista del desarrollo económico de las sociedades. En
mi país, la derecha dice que Italia es el último ejemplo de socialismo existente. Pero
si, en efecto, tenemos una gran fuerza sindical, ésta sólo representa a los trabaja-
dores de las grandes fábricas. El pequeño trabajo marginal es todavía un trabajo en
negro. Escapa pues al impuesto y a la protección social.
Me pregunto, desde un punto de vista filosófico, hasta qué punto la
invención de un liberalismo de izquierda, que no sea simplemente la libertad de un
liberalismo de mercado, no está trabado y retardado por la continuación de prejui-
cios de tipo proyectivo fuerte. ¿Hasta cuándo continuarán los intelectuales liberales
de izquierda pensando que el Estado ideal es el Estado socialista, y que el error de
los rusos no es haberlo realizado sino, por el contrario, de no haberlo realizado
verdaderamente?
Ustedes conocen sin duda Achieving Our Country, un librito político-
filosófico que Rorty ha publicado recientemente. Se trata de una crítica de la nueva
izquierda americana hecha en nombre de la izquierda más tradicional, liberal. Mis
colegas americanos, que son mucho más radicales en la deconstrucción lingüística
de la literatura, me reprochan frecuentemente ser demasiado de derechas. Pero ellos
no hacen nada desde el punto de vista político. Se pasan el tiempo criticando el
eurocentrismo. Rorty, sin embargo, es muy sensible a este problema. Intenta incluso
convencer a sus colegas de lanzarse a una actividad política sindical.
No siendo ya escuchada por el Estado, la filosofía debería inclinarse más,
quizás, hacia la praxis. Incluso en la hermenéutica, por otra parte, existe un lado
práctico que debe convertise en concreto. Yo mismo me encuentro proyectado en
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
la realidad, no cuando teorizo, sino cuando emprendo iniciativas prácticas, con mis
estudiantes por ejemplo. La teoría pierde su credibilidad cuando se convierte en
doxa.
Henri Lopes
Me he dado cuenta, escuchando a unos y a otros, que ustedes comparten mi cues-
tionamiento sobre el eurocentrismo. En efecto, el tema de la inmigración se ha reto-
mado en varias de sus intervenciones. No se trata de un fenómeno nuevo. La
novedad reside en el hecho de que, por primera vez, la emigración no se hace desde
Europa hacia el resto del mundo, sino del resto del mundo hacia Europa. El mundo
extra urbi viene ahora hacia la ciudad. Yo mismo me considero como uno de estos
bárbaros venidos al interior de la ciudad, incluso cuando estoy en mi casa, en
Brazzaville.
Georges Kutukdjian
En resumen, podemos decir que la filosofía ha sido absorbida por la lógica, la epis-
temología y la lógica matemática, así como, en general, en la misma línea, por las
ciencias humanas, la antropología, la historia, la lingüística, y en ciertos aspectos, el
psicoanálisis. Cabe preguntarse entonces cuál es la identidad de la filosofía en el
mundo contemporáneo. Puesto que hablamos del milenio que comienza, ¿cómo se
puede volver a dar un lugar a la filosofía en la cultura del siglo XXI?
Rafael Argullol
Creo que Rafael Gutiérrez Girardot defiende un aspecto de la práctica filosófica
que jamás podremos desmentir ni renegar como perspectiva personal, la perspectiva
de la actividad que consiste en filosofar. Para quien quiera pensar, quiera pregun-
tarse filosóficamente, hay toda una vertiente casi intempestiva, negativa –incluso
irónica, para utilizar esta palabra que se ha impuesto en la tradición occidental– que
permite el distanciamiento y el asombro. Estamos de acuerdo en decir que esta pers-
pectiva de la filosofía no tiene gran cosa que ver con la enseñanza de la filosofía o
los congresos, los simposios o los manuales de filosofía. Se trata de una actividad
diferente, que tendría que ver, de hecho, con la autenticidad más profunda y la más
íntima del pensamiento.
Creo sin embargo también que, cuando nos reunimos alrededor de una
mesa para hablar del pensamiento actual, se espera una cierta complicidad, o al
menos a una apuesta de coherencia, de convergencia de esta intempestividad, de este
asombro. Se espera una exigencia, una voluntad de salir de esta vía pura, negativa,
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
irónica, para intentar extraer conjuntamente los signos que definen nuestro mundo
y la escena en la que evolucionamos. Esta capacidad de ironía, de intempestividad y
de asombro que debe ser el cometido mismo del pensamiento me parece funda-
mental. Pero a partir del momento que aceptamos entrar en una conversación sobre
el pensamiento, sobre el acto mismo de pensar, hay que buscar un consenso
–palabra que no me gusta demasiado; hay que aportar cierto esfuerzo para llegar a
una convergencia.
Creo que es pertinente referirse a la cuestión de la pérdida de prestigio de
la filosofía, o a la cuestión del papel absolutamente fundamental que jugaba. Pienso
que esto tiene que ver con una serie de identificaciones de la filosofía con elementos
de la Modernidad que han acabado siendo catastróficos. No se trata de cuestionar
la importancia de Hegel o de Heidegger como filósofos, incluso si Hegel, por
ejemplo, se aleja un poco ahora de nuestras pasiones, aunque no podamos dejar de
rechazar algunas responsabilidades invisibles que forman parte de su herencia. No
se trata de reclamar cuentas morales a los padres de estas ideas que se pusieron en
práctica en el siglo XX. El reduccionismo que han adoptado los caminos de la civi-
lización moderna, como la reducción operada por Lenin a partir de Marx, nos
muestran cierta pérdida de prestigio de la filosofía: no hay que olvidar que la filo-
sofía moderna encuentra a menudo en la ideología un corolario, a veces peligroso.
El filósofo se desdobla, a menudo, en ideólogo y todo ello transparenta en este
teatro de sombras chinas que para nosotros es la Modernidad.
Además, creo que la vampirización de la filosofía por parte de una filo-
sofía analítica, de un empirismo lógico, de otras escuelas, se acompaña de la impo-
tencia misma de lo que se ha llamado la «tradición filosófica central», para hacer
frente a ciertos problemas del mundo contemporáneo, empezando por los que
plantean la ciencia y la técnica. Porque si es cierto –situándonos en terreno lite-
rario– que Heidegger o Jünger han conseguido reflexionar con mucha audacia
sobre la técnica, no dejaron de hablar de un último o penúltimo capítulo de la
historia. Podemos situarnos antes del desastre estalinista, antes del desastre nacio-
nalsocialista, antes de Auschwitz, y antes de todos lo fenómenos que tuvieron
lugar durante este último medio siglo, en el que estallaron las tensiones engen-
dradas por el colonialismo y luego por la descolonización. E incluso si tenemos en
cuenta las grandes aportaciones en el terreno del intelecto, hablar de técnica como
lo ha hecho Heidegger y hablar de técnica como se hace ahora son dos cosas
distintas. Creo que la gran filosofía percibida de manera tradicional –y hablo de la
gran tradición occidental– queda un poco en el olvido, un poco al margen a propó-
El comienzo de la historia 173
Gianni Vattimo
Razonando de una manera estrictamente heidegeriana, nos podemos preguntar si lo
que Heidegger llama el «fin de la metafísica» se produjo o no. Y si efectivamente se
ha producido ¿ha cambiado por eso el papel, la forma social, del ejercicio de la filo-
sofía? El filósofo como profesor de universidad o de escuela secundaria superior es
una novedad del siglo pasado, que correspondía a una concepción de la filosofía
como ciencia con características propias, pero que, a pesar de todo, quedaba como
una ciencia entre otras. El hecho que ejerzamos en las facultades, y más concreta-
mente en la facultad de ciencias humanas, nos ha conducido a concebir la filosofía
casi como un ejercicio principalmente filológico, historiográfico.
Puedo dar el ejemplo de la enseñanza de la filosofía en las universidades
o en los institutos italianos, que hoy en día es principalmente una enseñanza histó-
rica: se trata de historia de la filosofía. No siendo yo profesor de historia de la filo-
sofía, sufro esta situación porque los que tienen el poder hoy en las universidades,
quienes dominan el mercado de la distribución de subvenciones, de las becas de
estudios y de los apoyos para los estudiantes, son historiadores. Esto es compren-
sible, porque si la filosofía se concibe en términos científicos, evidentemente es más
fácil controlar el valor científico de un estudio sobre un filósofo clásico de segundo
orden que sobre la Crítica de la razón pura. De hecho, hay mucha gente llevando
a cabo actualmente trabajos históricos sobre Kant. Pero, si Kant pidiese hoy una
subvención al CNRS para escribir la Crítica de la razón pura o la Crítica de la
razón práctica, difícilmente le sería concedida. No quiero decir que yo sea Kant ni
que sea mejor que él. Pero dada la transformación práctico-social de nuestra
sociedad –el cuestionamiento de un sistema de valores hasta ahora compartido y
fundado en autoridades como la Iglesia, la Academia y la Universidad– la pregunta
es, de ahora en adelante, si la filosofía, en ausencia de este sistema garantizado, debe
reducirse, para ser neutra, a una «doxografía» de las opiniones filosóficas del
pasado. No deseo que se introduzca en los institutos una enseñanza de tipo semi-
narista en lugar de la enseñanza histórica. Pero es cierto que la enseñanza actual
conduce a veces a una insatisfacción. Precisamente, nuestros alumnos se interesan
por la historia de la filosofía en la medida en que encuentran sistemas que pueden
aceptar como tales y enfrentarlos a otros. No les interesa conocer la historia de las
ideas en sí.
Esta crisis de la filosofía como ciencia, que corresponde justamente a lo
que Heidegger llamaba el «fin de la metafísica», es un fin de tipo social: desde que
ya no podemos ser eurocéntricos, ya no podemos pensar en una sola humanidad
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
necesario, porque si se deben juzgar los signos del tiempo, es desde un punto de
vista metatemporal; se trata aún de una metafísica de los primeros principios.
Hoy la hermenéutica podría ser definida como una crítica desde el inte-
rior del proceso mismo, es decir la idea de una racionalidad que no se reclama de
principios inmutables, inmóviles, eternos, pero que tampoco renuncia a ser una
discusión crítica de lo que pasa. Con relación a la ciencia, por ejemplo, es interesante
ver en qué medida es sobre todo la experiencia científica –y no, justamente, la meto-
dología– lo que cambia nuestra manera de considerar lo real. He aquí un ejemplo de
tarea filosófica. ¿No han cambiado acaso la física cuántica o la tecnología el sentido
de la realidad? Digamos que, desde que es posible manipular el ADN, incluso la
idea de vida se altera. La naturaleza era, como decía Vico, como uno nacía. Ahora,
un ser puede ser transformado, incluso antes de nacer. Este privilegio no está más
reservado a la naturaleza. Muchas discusiones, incluso fuera del campo de la bioé-
tica, dependen de que continuamos pensando la naturaleza como si fuese algo que
empieza totalmente por sí misma. ¿Pero dónde empieza? El proyecto del genoma,
el diseño de un mapa de todos los genes, cambiará muchas cosas. La filosofía tiene
mucho que ver con esto.
Hasta aquí, tengo la impresión de que la filosofía, precisamente a causa de
sus lazos con su propia historia humanista, con esta herencia muy respetable, por
cierto, que comparto y en la que me he formado, siempre desconfió de toda reno-
vación. Como ejemplo puedo mencionar la reacción de los que han considerado
escandalosa la carta de Heidegger sobre el humanismo, estimando que se trataba del
discurso de un «viejo nazi» contra el humanismo europeo. Hoy, se piensa en las
resistencias anticientíficas y antitecnológicas, en nombre de un ideal de humanidad
que es sin duda respetable, pero que es también, quizás, el ideal de humanidad de
los siglos XVI, XVII, XVIII. Debiéramos ser más abiertos y preguntarnos sobre las
posibles transformaciones del ser humano por medio de la ciencia y la tecnología.
¿Cómo formular un juicio de este problema? Cuando decíamos que nece-
sitamos un horizonte constructivo, les confieso que me hace pensar en la idea cris-
tiana de caridad, que está muy cerca de la idea kantiana del respeto al Otro. Así, en
esta perspectiva de apertura a las transformaciones, nos referimos a un solo valor.
Acepto todo lo que no viole mi actitud de respeto al Otro, mi actitud caritativa
hacia el Otro, aunque también la caridad podría ser objeto de discusión. ¿Por qué
hay que amar al prójimo? Seguramente no porque sea como yo, porque si fuese el
caso, no tendría la obligación de amarlo. Yo me conozco muy bien, ergo mi prójimo
es tan lamentable como yo. Entonces ¿por qué amarlo? ¿por qué respetarlo? Es
El comienzo de la historia 179
Zaki Laïdi
No estoy necesariamente de acuerdo con todo lo que ha sido dicho, pero creo que
asistimos, como dice Gianni Vattimo, a una dilución de la filosofía en el conjunto
del campo social. En Francia, en todo caso, esta evolución es muy evidente. Si la
filosofía no seduce como técnica, seduce enormemente como cuestionamiento. La
actualidad nunca ha sido, desde este punto de vista, tan propicia para las ciencias
sociales. Politólogo de formación, yo mismo me veo conducido cada vez más a
incorporar un cuestionamiento filosófico; el análisis político tropieza sobre cierto
número de problemas y de envites a los que sólo la filosofía puede responder –y no
como disciplina o técnica, sino como cuestionamiento. Por otro lado, cuando se
habla de filosofía no hay que descuidar la filosofía política, muy presente en los
debates de sociedad y extraordinariamente conectada a las posturas que los nutren.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Creo que la filosofía política –pienso en el debate que hemos sostenido sobre la rela-
ción entre el bien y lo justo, la deontología y la teleología– permite pasar de un cues-
tionamiento abstracto o teorético a interpretaciones más empíricas y concretas.
Encuentro que las cuestiones filosóficas abstractas o generales no han respondido
nunca a necesidades tan concretas como lo hacen hoy.
Pienso que una discusión sobre la estética o el arte podría ayudarnos
enormemente a definir o repensar la cuestión de lo universal bajo su forma plural.
En 1988 por ejemplo, una exposición de arte de Oceanía que tuvo lugar en el
Museo de Arte Moderno de Nueva York intentó mostrar, implícita o explícita-
mente, el grado de conformidad de ese arte con el occidental. Este intento, muy
ambiguo o ambivalente, parecía decir: «constatamos que, desde los cánones de
Occidente, esta gente tiene algo que decir; se nos parecen un poco, por lo tanto
debemos tomarlos en serio.» Al año siguiente, la exposición Les magiciens de la
terre, organizada en el Centre Georges Pompidou en París, presentaba, precisa-
mente como reacción contra la exposición precedente, obras provenientes de
diversas regiones no occidentales, dejando de lado la cuestión de la conformidad
con los cánones occidentales.
No sé si conocen el argumento elaborado por James Clifford en su libro
Routes, que recopila ciertos análisis elaborados en Francia por Henri Atlan sobre la
manera de repensar la cuestión de lo universal, y que corresponde a las interroga-
ciones de ciertos juristas contemporáneos. El se refería a un espectro muy amplio
de la reflexión acerca de lo universal: la idea según la cual es totalmente posible la
comunicación entre las sociedades, entre las culturas, sobre bases universales –inde-
pendientemente del hecho de que sea deseable o suponiendo que lo sea. Se puede
encontrar un núcleo de valores convergentes sobre los que es posible ponerse de
acuerdo, pero este acuerdo sólo es posible al precio del respeto de un «malenten-
dido». Esto quiere decir que es posible ponerse de acuerdo sobre cierto número de
puntos, pero este acuerdo no debe excluir el hecho que tengamos desacuerdos
profundos sobre los motivos que nos llevan a buscar tal acuerdo.
El argumento que Clifford sostiene en el terreno del arte y que corres-
ponde al que esgrimía Atlan en el terreno de las ciencias se aplica, por ejemplo, a una
cuestión que me parece ejemplar desde un punto de vista metodológico: la de la abla-
ción. Atlan dice que efectivamente puede existir el propósito de poner fin a la abla-
ción. Así, recientemente, una joven de origen africano llevó a su madre ante un
tribunal francés por la cuestión de la ablación del clítoris. Se pueden sostener argu-
mentos morales y decir que la ablación, «no está bien», pero los que la practican
El comienzo de la historia 181
quizás no tengan la misma opinión. Atlan sugiere pues que nos pongamos de
acuerdo sobre la renuncia a la ablación (invocando, por ejemplo, razones de sanidad
pública), pero dejando abierta la posibilidad de mantener una continuidad de la abla-
ción como ritual. Esta operación, en adelante simbólica, continuaría llamándose
ablación. Para los que la defienden, conservaría lo esencial de su significado. Para los
que la combaten, perdería su carácter intolerable. Este ejemplo ilustra un caso en el
que se está de acuerdo en un resultado, pero donde las razones que llevan a este
acuerdo reposan en valores y sistemas de sentido que son radicalmente diferentes.
Pienso que los debates sobre la universalidad y el relativismo podrían
alimentarse de este «malentendido dinámico» o «malentendido creativo». Porque
hoy la posibilidad de ponerse de acuerdo en todo, en una especie de transparencia
universal, no es ya viable, y al mismo tiempo una suerte de relativismo generalizado,
aunque se presente incluso bajo formas anti-etnocéntricas, no ofrece muchas solu-
ciones. Sería interesante, en un paso ulterior, ver cómo este problema se plantea en
diferentes dominios. Los juristas, por ejemplo, constatan que la homogeneización
ya no es posible, y preconizan una especie de convergencia, un cierto nivel de
compatibilidad.
Eduardo Lourenço
Querría volver a la cuestión del arte. En el fondo, no sabemos muy bien lo que
significa esa palabra. Pero existe una especie de consenso para nombrar «arte» a un
tipo de producción humana capaz de dar forma a las imágenes o de representar el
universo exterior de una manera particular. El arte sería así un campo en el que
resultarían más aceptables, y de alguna manera ya encarnadas, todas estas aporías
que encontramos en una filosofía no sólo perteneciente a un mismo sistema, sino
también alimentada de sistemas diferentes, de esta universalidad no restrictiva e
informada por un logos que estaría, también él, en el origen de esta coacción.
De hecho, antes del siglo XIX, pero sobre todo antes del siglo XX, el arte
europeo constituye una especie de sistema, al menos hasta Cézanne y en todo caso
hasta Delacroix. En el siglo XX, repentinamente, la creación artística europea, espe-
cialmente en pintura y música, integró con toda naturalidad –sufrió– una suerte de
fascinación por el arte no occidental. Aún se piensa a Europa como una entidad
demasiado homogénea en su funcionamiento interior, pero en realidad vive en
permanente estado de cambio, de ruptura. Todas las culturas son así, pero la nuestra
lo es en particular. Así fue como Picasso y algunos de sus contemporáneos se inte-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
resaron en lo que se llama arte africano. La tradición del arte europeo descubrió un
arte y le ofreció un lugar predominante en su seno, que fue, desde entonces, objeto
de rechazo. Este rechazo de la tradición europea, académica o no, constituye por
otra parte una de las características del siglo XX y de lo que se ha llamado futurismo.
¿Pero qué ha pasado con Picasso? ¿Se africanizó? ¿O bien ha «picaseado»
el arte negro, proponiendo una lectura inédita? Nos encontramos ante una doble
lectura: por una parte, el arte europeo integra una aportación proveniente de otro
planeta, no europeo; por otra parte, por un efecto de boomerang, el arte africano y
las artes de Oceanía se promocionan y se encuentran instalados en el nivel del Arte.
Son leídos, percibidos y apreciados al mismo nivel, rango, interés y valor comercial
que los objetos hasta entonces de culto en Europa, el referente europeo. No es
ambiguo, y particularmente respecto de la música, que esto se haga «desterritoriali-
zando» a Europa, en beneficio de otros terrenos, y de una manera mucho menos
individualista, menos genial, menos teatral si lo medimos en relación con el impulso
que animó al Picasso que quería fagocitarlo todo lo que se encontraba en su hori-
zonte. Lo que practicaba respecto del arte africano, lo practicó con todas las formas
con las que entró en contacto. Hizo lo mismo con las artes peruana y mexicana.
Integró toda forma de arte en su sistema, que estaba ligado al sistema europeo por
Cézanne y sus colegas. Así es como a finales del siglo XX, y ya desde los años 50, el
arte europeo perdió su estatus de Arte, de modelo, no sólo para los europeos, sino
también para los extraeuropeos.
Antes, los europeos sólo conocían su propia producción. Adoraban lo
que se creaba en su interior, que formaba parte de su tradición. Conviene apuntar
que los modelos europeos, en la medida en que eran conocidos, se imitaban fuera,
dado que formaban parte de esta Europa que se imponía a escala mundial. Cuando
un pintor europeo iba al Brasil, por ejemplo, llevaba con él pintores que iban «a
pintar Brasil». La primera pintura europea en el Brasil fue holandesa, pero su objeto
era el Brasil. Esto generó una escuela brasileña que perduró después de la retirada
del imperio holandés. El arte barroco se desarrolló en la tradición luso-brasileña de
la época, hasta que el circuito se interrumpiera.
Promediando el siglo XX se produjo algo extraordinario. Mientras el arte
europeo parecía ser –al menos en pintura – el único modelo universal, no sólo para
los europeos sino para el mundo entero, apareció otro polo de arte, otro París. Se
trata de Nueva York, la ciudad que iba a convertirse en la capital del planeta. De
pronto, se estructuraban al menos dos campos de creatividad artística en pintura.
Del otro lado del Atlántico existía un arte que no era europeo pero que era más
El comienzo de la historia 183
apreciado. Una nueva fascinación por otra especie de planeta llega, con toda natu-
ralidad, con el descubrimiento sucesivo por parte de los europeos del arte de otros
países. Y es recíproco. ¿Están los europeos más fascinados por el arte de Japón que
los japoneses por el arte europeo? Todo el mundo sabe que los japoneses son, en un
cierto sentido, hiperoccidentales, y que su fascinación por todo lo que tiene que ver
con el arte occidental es grande. ¿Pero tiene el arte europeo tanta influencia en el
imaginario japonés como sucede a la inversa?
Por lo que respecta a la música, las cosas no están más claras. Uno de los
fenómenos más extraordinarios del siglo XX es, en mi opinión, la desestructuración
que se opera en el imaginario y en la sensibilidad estéticas de Occidente a través de
la música. No a nivel de la música llamada «noble», sino de la música que viene,
como se dice vulgarmente, de «abajo». África está en la fuente de este fenómeno.
Creo que el jazz es una de las creaciones que más ha deconstruido nuestra manera de
escuchar la música y que más ha cambiado toda una memoria musical. El jazz ha
rebasado progresivamente su estatus de música llamada «tribal» o «étnica», funda-
mentalmente ligada a una matriz de origen africano. Europa ha intentado integrar
–como atestigua, por ejemplo, la música de Stravinski– esta otra visión del mundo,
esta otra manera de sentir las cosas, este otro ritmo hasta entonces desconocido por
la tradición europea y que el jazz conlleva. Esta aportación espontánea viniendo de
otra cultura ha deconstruido del interior todo el ritmo que se había elaborado desde
la Edad Media. Y hoy, si continuamos pensando más o menos «en griego», sentimos
y oímos el África o la India, o el Oriente en la mayoría de las manifestaciones musi-
cales que escuchamos. Con todas las aportaciones del jazz, del rai, se configura otro
planeta, y este otro planeta es hoy el nuestro. En el plano de nuestra sensibilidad
estética, ya estamos viviendo una pluralidad concreta, que supera todas estas memo-
rias sobre nosotros que otrora llevaban la marca típica de Occidente, a un país o a
una cultura determinada. Esta música que se convierte en universal es algo verdade-
ramente nuevo, característico de nuestro siglo. Hace sólo cincuenta años no lo
hubiéramos podido imaginar.
Georges Kutukdjian
Pienso que Eduardo Lourenço ha descrito una de las primeras manifestaciones de la
irrupción de la historia de los vencidos en la historia de los vencedores. Porque no es
precisamente por casualidad que se ha producido esta forma de apropiación de la
música en el contexto de la colonización de África, así como que el jazz provenga de
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
formas musicales propias de los esclavos. Se trata pues de una irrupción de los
vencidos en la historia que escriben siempre los vencedores, la historia de su victoria.
Henri Lopes
Puesto que se evocan las culturas «exóticas», no puedo evitar pensar en un
proverbio de mi país: «Cuando tomas la palabra, ten piedad de los que te escuchan».
Querría tener piedad de vosotros.
Vuelvo al debate lanzado por Georges Kutukdjian a saber, si la filosofía se
ha alejado o no de su público y, más generalmente, de la opinión pública. Os he escu-
chado y querría expresar algunos escrúpulos –en el sentido original del término.
En el prefacio de una obra poco conocida, quizás olvidada hoy –pese a ser
una novelita muy bella– de Tchinguiz Aitmatov titulada Djamilia, Luis Aragón
escribe: «En esta época cuando la música ya no es más música, o la pintura ya no es
pintura (..), Dios, en quien no creo, te agradezco haberme dado este Djamilia en el
que creo con toda la fuerza de mi corazón». Se trata efectivamente de una novela
totalmente clásica en su forma, muy simple, como escrita por una suerte de
Maupassant moderno, a finales de los años 50, en el momento en que la novela fran-
cesa, comprendida en cierto sentido la de Aragón, no es de fácil acceso. Al fin de
cuentas, para quien conoce a Aragón, no se trata de una contradicción, ¿acaso no
sabemos que, en su momento vanguardista, surrealista, fue quien reintrodujo el
verso clásico, el alejandrino, en los temas modernos? Pensando en Djamilia, digo
que Aragón tenía razón al lanzar este grito, esta advertencia que nos lleva a la cues-
tión de la distancia entre la creación y el público.
Es cierto que ha habido una separación entre el gran público y la creación
artística en todas las tendencias modernas, especialmente en el siglo XX. Se citó a
Picasso. Podría haberse tratado de Vasarely u otros artistas, cada uno por motivos
diferentes. Es difícil imaginar campesinos comprando un Picasso o un Vasarely para
colgarlo en las paredes de su casa. Pero se les imagina enamorándose de una obra de
Toussaint o de Rembrandt, sin saber por qué, sin poseer por ello una cultura en el
dominio pictórico. La misma observación cabe a propósito de la música, donde hay
toda una corriente de vanguardia cuya producción nos conduce a preguntarnos si se
trata de música o de ruido. También se aplica a la poesía, con el surrealismo, y a la
novela. Una cuestión que nos podemos plantear, y que se hacen los creadores aún
hoy, en todos los terrenos de la creación artística, es la de saber si la creación debe
ser comprensible para su público. O si por el contrario poco importa que sea
El comienzo de la historia 185
ilegible, siendo lo esencial que el creador salga de su rutina, se entregue a una cierta
búsqueda y transite nuevas vías, dando por sentado que los «especialistas» lo
comprenderán.
En el dominio de la filosofía, tendría tendencia a pensar lo contrario.
Cuando era estudiante tomaba cursos de filosofía, Husserl estaba de moda. Bajo el
efecto de un profesor husserliano, decidí cambiar de camino. Este profesor empe-
zaba sus clases diciendo «la época es fenomenológica» y se lanzaba al análisis tras-
cendental de un término, «el campo» por ejemplo. Empezaba entonces una
descripción apasionante, pero que me desconcertaba totalmente en relación a lo que
el año anterior se me había dicho que era la filosofía. Uno de los temas de diserta-
ción que este profesor nos dió, «¿cuál es el contenido metafísico del amarillo, cuál
es el coeficiente metafísico del limón?» resume el sentido de esta anécdota para
nuestra propia reflexión. Y todo esto era considerado muy serio en una clase avan-
zada de letras del Lycée Henri IV. Como conclusión, tengo más bien la impresión
de que a pesar de la existencia de tendencias filosóficas como la que acabo de
describir –sin duda de manera injusta y ciertamente caricaturesca–, dudo que pueda
haber existido en filosofía el mismo movimiento que ustedes describían anterior-
mente en el terreno de la creación artística. Porque no pienso que la filosofía, aparte
de la filosofía teológica, haya sido difundida, popularizada, durante la vida de los
filósofos mismos. Creo que en su época los filósofos sólo eran conocidos por un
pequeño grupo. Me atrevería incluso a llevar la paradoja más lejos –sabiendo que
estoy facilitando la crítica– al reconocer que los que leen filosofía, con ciertos cono-
cimientos, son hoy más numerosos que hace un siglo. La filosofía está integrada
ahora en los programas escolares en un estadio más precoz del desarrollo intelectual
que el que le era propio antes. Esto ha coincidido con la democratización de la ense-
ñanza, con el desarrollo de la instrucción pública. La cantidad absoluta y relativa de
personas que, de grado o por fuerza, se han iniciado en filosofía es mayor ahora que
nunca antes en la historia, aunque un buen número la olvide luego, vuelva a ella
posteriormente, o apenas guarde una reminiscencia.
Víctor Massuh
Entre las funciones de la filosofía, Gianni Vattimo acaba de evocar la de permanecer
en vigilia respecto de la experiencia científica, aun si expresó una marcada predilec-
ción por una ontología de la actualidad. Esta atención que la filosofia debe prestar
a la experiencia científica alimenta mi propia reflexión.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Georges Kutukdjian
La idea que voy a presentar no es nueva, pero merece reflexión. Pienso que lo filo-
sófico ha estado siempre fascinado por lo político. Como toda fascinación, la que
se opera entre el filósofo y el político es ambivalente, hecha de repulsión y de
atracción.
Platón se vuelve muy amargo tras su experiencia con Alcibíades, tirano de
Sicilia. Otro tanto ocurrirá entre Descartes y Cristina de Suecia, entre Voltaire y
Catalina II o también con Hegel, fascinado, en un momento dado, por Napoleón.
Se trata de un impulso recíproco. El político también está tentado de «flirtear» con
la filosofía o con los filósofos. Por eso pienso, como Rafael Argullol, que el filóso-
fo a menudo se desdobla en ideólogo. Esta es quizás la razón por la que, habiendo
reflexionado sobre la cuestión, los filósofos contemporáneos comienzan a tomar
distancia respecto del papel de «maestros del pensamiento» que querríamos hacer-
les desempeñar en los asuntos de la ciudad. Y es por ello que, finalmente, creo que
por momentos tienen dudas. Hay que decir muy simplemente que los filósofos,
como todos los ciudadanos, frecuentemente se han equivocado en el terreno políti-
co. Han cometido cierto número de errores de análisis y de apreciación.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Público
Mi pregunta se dirige a Gianni Vattimo. Luc Ferry acaba de proponer en Francia
una reforma de la enseñanza filosófica que pone el acento sobre la idea de la filo-
sofía como mediación cultural. La reforma se ha topado con la oposición de todos
los bandos, tanto de la izquierda como de la derecha. ¿Pero cuál es la tarea más
importante de la filosofía hoy, si no la que Nietzsche imaginó: la de mediador
cultural? ¿Es la que consiste en litigar con un mundo cada vez más inculto, cada vez
más dirigido hacia la producción, hacia la productividad por la productividad? ¿Es
la que consiste en dar sentido a la relatividad de su posición en un mundo despro-
visto de valores absolutos, incapaz de reinventar las ficciones ontológicas de otrora?
Gianni Vattimo
No entiendo muy bien si se trata de filosofía como mediación o mediatización de la
cultura o de formas de cultura, o de la idea del filósofo como médico de la cultura.
Se podría tratar de esta idea nietzscheana, pero pienso más bien en la idea haberma-
siana del filósofo como constructor. Y entonces, lo que llamaría ontología de la
actualidad sería por ejemplo una idea, una teoría, una toma de conciencia de lo que
es el ser en nuestras condiciones actuales. El ser no es algo que está en alguna parte,
de donde se vuelve, que se recuerda, que se busca bajo la mesa, etc. El ser es lo que
se expresa en la palabra «ser» en el uso de la noción de realidad por parte de las
humanidades históricas.
Durante el sitio de Constantinopla en el siglo XV, se discutía sobre el sexo
de los ángeles. Pero hoy ya no se habla de ello. Lo mismo ocurre con el tema de los
vampiros. Un reputado filósofo católico bávaro de principios del siglo XIX escribió
entre otras cosas una historia de la mística, donde se hablaba tanto de la buena como
de la mala mística. En la historia de la mística diabólica, hay páginas sobre vampiros,
que recogen –y esto siempre me sorprendió– informes de funcionarios del Imperio
de los Habsburgo, en Transilvania, que daban cuenta de que ellos habían ido a ver
un «vampiro» en su ataúd, y que, como no había sangre fresca, podían testimoniar
que no se trataba de un vampiro. Hoy, ya no sabemos si hay vampiros o no. Ya no
tenemos los medios para verificar o falsificar una proposición sobre tal tema. Ya no
pensamos en él.
Me he servido de este ejemplo de los vampiros para mostrar que la noción
de realidad se transforma. Existe una historia del ser que es también la historia de
los usos del mundo, toda una historia cargada de ontología. No se trata sólo de la
El comienzo de la historia 189
historia del lenguaje. Es la historia del ser, en el sentido de que no hay ser más allá
de lo que de él se dice, se manipula, se hace, se trabaja. Tengo la impresión de que
esta tarea incumbe a la filosofía, sobre todo en la Modernidad, porque si se define
la Modernidad a la manera de Weber, por ejemplo, a través de la especialización de
esferas de la existencia, todos corremos un riesgo de esquizofrenia, en la medida en
que nuestras existencias se han multiplicado.
Es por ello que la filosofía debe ser intérprete, traductora, síntesis, no
desde el punto de vista de la realidad última, pero desde el punto de vista del
lenguaje practicable, del logos común, de lo que se llama discurso compartido, el
lenguaje cotidiano, la cultura. Es cierto que el ser se actualiza en el lenguaje. La filo-
sofía es una disciplina del lenguaje cotidiano purificado, y en un sentido, es también
un poco medicina. No porque revele que ciertos términos no tienen sentido, sino
por la manera que ella os ayuda a reconstituir un tejido contínuo de la experiencia,
fuera de la que ya no se sabe en qué mundo vivimos.
Público
Respecto de la noción de máscara que ha desarrollado en la Era postmoderna, todo
lo que queda de un mundo sin valores es la cultura. Sólo queda la era cultural en la
que la máscara asume su importancia y su papel. ¿Cuál es el rol de la filosofía? ¿el
de indicar la relatividad deseable de la máscara, en particular, y a la vez, el de
extender esta visión a escala social sin querer transformarla?
Gianni Vattimo
En La gaya ciencia hay un aforismo donde se dice que hace falta saber seguir
soñando, sabiendo que se sueña...
191
Arte y ra z o n e s 1
Eduardo Prado Coelho
Me parece que todos compartimos la sensación de que en los últimos treinta años
ha tenido lugar un gran cambio social. De ahora en adelante la apuesta consiste en
encontrar el término que dé nombre a este cambio. Hemos dudado entre muchos
términos. Cada uno presenta a la vez ventajas e inconvenientes, tanto más cuanto
que este cambio es fundamentalmente una transición hacia lo indeterminado, lo
indeciso, lo no decidido. El hecho de atribuirle un nombre supondría acotar, limitar
este exceso de posibilidades que se nos ofrecen, entre las cuales nos movemos con
una perplejidad evidente, aunque apasionada.
Ya desde los años 50 está presente la idea de una sociedad postindustrial,
a la que tanto se refería Daniel Bell. El grado de transformación que tenía lugar en
el seno del sistema de producción provocaba importantes contradicciones, entre los
efectos tecnológicos y las contribuciones culturales del capitalismo. Los modos de
vida experimentaban un amplio abanico de mutaciones. Alain Touraine, que estudió
la multiplicación más o menos eufórica o «disfórica» de este «post» que lo atrave-
saba todo, desde el postfeminismo al Marx postmoderno, pasando por el postes-
tructuralismo y el postsocialismo, resultantes todos de la sociedad postindustrial,
retoma más adelante la expresión «sociedad postindustrial».
1. Esta presentación va seguida de un debate que tuvo lugar en Río de Janeiro el 23 de abril
de 1999.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Beatriz Resende
Quisiera aportar algunos comentarios sobre ciertos aspectos de la cultura de este
intolerante fin de siglo para pasar a relatar, a continuación, algunos ejemplos brasi-
leños. El siglo XX de la era cristiana ha albergado en su seno las guerras más
violentas que los Hombres hayan podido ocasionar. Comenzó con la Primera
Guerra Mundial y, sin haber aprendido la lección, pasó por la Segunda Guerra
Mundial, aún más larga, más violenta, más extendida y más mortífera. Una vez
terminada, esta guerra ha dejado el recuerdo del genocidio más escalofriante de
todos los tiempos, el holocausto, que tendría que recordarnos a lo que nos pueden
llevar la discriminación étnica, el sectarismo político y religioso y la intolerancia
frente a la diferencia.
A r t e y ra z o n e s 197
albaneses, zíngaros de Montenegro, disidentes de todos los confines que son perse-
guidos, expulsados y finalmente matados en nombre, una vez más, del «naciona-
lismo». Los refugidados buscan seguridad en los países vecinos, Albania,
Macedonia, Bulgaria, Rumanía, Bosnia y Croacia –los más próximos y al mismo
tiempo los más pobres– y después en Italia y Grecia. El mundo recuerda, entonces,
que la Primera Guerra Mundial había comenzado en los Balcanes y decide tomar
medidas. Se teme un «efecto dominó», que conduciría a una auténtica conflagración
en la región. Creada para garantizar la seguridad de la región del Atlántico Norte y,
sobre todo, contra lo que eventualmente pudiera constituir una amenaza comunista,
la OTAN entra en escena. Comienza entonces otro tipo de guerra, muy particular,
que opone una organización supranacional a un tirano nacionalista, racista y
fundamentalista. Comienzan los bombardeos, supuestamente precisos y dirigidos
únicamente contra objetivos militares. Se trata de una guerra extraña en la que no
puede haber víctimas. Pero el videojuego se revela en seguida imperfecto. El peligro
surge por todos lados y ya no hay salida.
Contrariamente a las guerras de antaño, las guerras actuales, sobre todo
las de Europa, se ofrecen a diario ante nuestros ojos. Las imágenes de la televisión
muestran el sufrimiento físico, la muerte, las caras que hablan de separación y de
pérdida, los niños sin hogar, sin padres. Nos muestran mujeres que lloran a sus
hijos, familias separadas que temen no volver a encontrarse nunca más, madres que
envían lejos a sus hijos esperando salvarlos. Sus rostros traducen la tristeza de
haberlo perdido todo. Las guerras cambian, pero el dolor y el sufrimiento son los
mismos. La barbarie retorna con fuerza en este fin de milenio que tendría que haber
enseñado la paz a los Hombres y el modus vivendi indispensable para la supervi-
vencia de todos: la tolerancia. ¿Qué dicen de todo esto quienes se consagran a la
reflexión, al pensamiento, a la filosofía? ¿Qué hacer para que la discusión, el diálogo
y el debate democrático tengan lugar?
Un buen día los equipos de televisión se marchan de la guerra de los
Balcanes para contar otra guerra, más pequeña pero altamente significativa. En
Colorado, dos jóvenes que juntaron fácilmente un arsenal reproducen la guerra en
una escuela. Quince personas caen asesinadas y muchas otras heridas. Los alrede-
dores de la escuela están minados. El blanco principal eran los niños que pertene-
cían a minorías étnicas. Unas madres parecidas a las de Kosovo lloran a sus hijos.
Los jóvenes en zapatillas deportivas que escapan de la masacre, los amigos, los
hermanos y hermanas de las víctimas de los dos «pequeños Hitlers» descubren una
faceta del holocausto.
A r t e y ra z o n e s 199
policíaca, símbolo de tiempos en que las fronteras, incluso las que subsistían entre
los géneros artísticos, se podían franquear.
En este momento tan incómodo que estamos viviendo, en que nuestro
milenio acaba bajo el signo de las guerras, la película emblemática, a mi modo de ver,
es la polémica Crash, de David Cronemberg, realizada a partir de una novela del
escritor inglés J.G.Ballard. Aquí predominan la indefinición del espacio –el no-
lugar–, la alternancia de la sexualidad, o la cohabitación de todas las opciones
sexuales posibles, con el dolor, el placer de la mutilación, todo en medio de una
sucesión de accidentes de automóvil que constituyen el tema aparente de la película.
El personaje principal se llama, según el modelo postmoderno utilizado también
por Paul Auster, James Ballard. El autor ya no está muerto.
Sintomática también de estos últimos momentos del siglo, y muy
próxima a cuestiones que nuestras ciudades nos plantean, es la última novela de
Ballard, Running Wild. Se presenta como una historia de detectives, lo cual es ya
una propuesta sintomática, tratándose de un género que circula, no sin dificultad,
entre lo erudito y lo popular. La historia tiene lugar en una rica copropiedad de las
afueras de Londres. Una decena de casas reagrupan a intelectuales –psicoanalistas,
cineastas–, todos «políticamente correctos», bienintencionados, inteligentes y más
bien de izquierdas, que quieren proporcionar a sus bien educados hijos una vida
agradable y confortable, pero sobre todo segura en el amenazante período en que
vivimos. Se utilizan los más modernos recursos de la informática y de la electró-
nica: ordenadores, cámaras de video y puertas electrónicas crean un nuevo modelo
de panóptica –estudiada por Foucault– para controlar y proteger a los jóvenes y a
los niños. Una mañana se encuentra a todos los adultos muertos y los jóvenes han
desaparecido. Es fácil concluir que los niños han matado a los adultos, en parti-
cular porque dominaban mejor que nadie los recursos de la Modernidad. Los
jóvenes escapan del modelo de los padres pero se convierten en prisioneros de ellos
mismos en una nueva y forzada cohabitación, la única manera de no revelar el
crimen colectivo. Si no es difícil descubrir al autor del crimen perfecto, revivir a
través del texto este conflicto que nosotros no alcanzamos a resolver en nuestra
cotidianeidad es doloroso.
En la producción brasileña de estos últimos años encontramos nueva-
mente esta vivencia de lo desagradable, de lo que molesta, en los libros de João
Gilberto Noll. Esto es evidente en su novela A céu aberto, un libro hermoso y
terrible a la vez, en el que tiene lugar, no se sabe dónde, una guerra interminable.
Nos damos cuenta de la singularidad de esta obra a partir del instante en que nos
A r t e y ra z o n e s 201
preguntamos por qué la seguimos leyendo: es la misma sensación que provoca por
momentos la película de Cronemberg. El escritor Bernardo Carvalho –una de las
revelaciones literarias más importantes de los últimos años– sigue el mismo camino
que Noll en los intercambios de identidad, de sexo, en las atormentadas persecu-
ciones, en los sueños paranoicos, en novelas como Les ivrognes et les somnambules.
En una película del brasileño Walter Salles, no en Central do Brasil, que es una obra
bella e importante aunque demasiado llena de verdades, sino en Terre lointaine,
observamos manifestaciones similares: la indeterminación del espacio –la falta de
hogar, de referencia, de amor, de dinero– es el gran problema de un hombre joven
que sale de su país para ir a morir en tierra extranjera.
Querría señalar, finalmente, un fenómeno nuevo en la producción
cultural brasileña: la aparición del excluido, del marginalizado en la escena artística
y cultural, no ya sólo como tema sino como sujeto. El excluido toma la palabra y
se convierte en autor. Personaje de nuestras guerras cotidianas, a partir de ahora las
relata y las representa, violentamente, él mismo. La principal expresión de ello es
la novela de Paulo Lins, Cidade de Deus, en la que más de quinientas páginas
narran el día a día de un espacio de exclusión, un arrabal pobre de Río, construido
en el transcurso del régimen militar para alejar del centro de la ciudad a quienes
vivían antes en las favelas. Paulo Lins, licenciado en letras, poeta, novelista y guio-
nista, ha vivido casi toda su vida en esta «ciudad de Dios». La novela muestra la
violencia que se repite, el mundo de los traficantes de droga, la policía corrupta, el
bandido traidor y los niños que juegan con una cometa y que tratan de ir a la
escuela. El infierno mismo.
Como último ejemplo de nuestra producción cultural, citaré una creación
más polémica: el grupo de rap Racionais MC’s, compuesto por jóvenes negros de la
periferia de São Paulo que componen ellos mismos sus canciones. Uno de sus raps,
Diário de um detento, que ha pasado a ser un videoclip, ganó un célebre concurso
internacional presentado por una de las grandes cadenas multinacionales de televi-
sión por cable. Más allá de las cinco nominaciones por la calidad de su «clip», el
grupo recibió el premio más importante: el de la «elección del público». Los perio-
distas, confirmando su función de portavoces de las cuestiones culturales urbanas,
no solamente se ocuparon de la ceremonia de entrega de premios, sino que buscaron
sobre todo decodificar esta elección y la reacción del grupo, el discurso de Mano
Brown, el líder del mismo, que se presentó con una camisa de la marca multina-
cional Gap, con el tradicional gorro de rap y con un diente de menos. En su alegría
por recibir el premio, los músicos se mostraron extremadamente seguros de la
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
la producción del deseo, que ya no pasa por la dimensión teatral sino por esta
dimensión maquinal, que posee una connotación curiosamente proletaria, en la
medida en que la metáfora fábrica/producción reemplaza a la del teatro –que sería
burgués– asentada en la relación palco/escena.
Pero aparecen otras «indiferenciaciones», por ejemplo, en el terreno de la
imagen, entre lo numérico y lo analógico. Nuestras imágenes se producían, antes,
con una dimensión analógica, como las de la foto tradicional. Si la imagen servía,
globalmente, como testimonio de la verdad, ahora la relación imagen/verdad ya no
se puede verificar, porque todo puede ser numerizado y todo está sujeto, pues, a
manipulación y a falsificación, mientras que nosotros seguimos creyendo en la
verdad de la imagen. Esta imagen manipulable es, entonces, más peligrosa.
Podríamos citar como ejemplo la trama de la película The usual suspects, de Brian
Singer, enteramente basada en el testimonio de uno de los personajes, un testimonio
visualmente transpuesto. Si se tratase de un testimonio oral, dudaríamos de él. Pero
como lo visible aporta una fuerte dosis de credibilidad, sólo al final de la película
nos damos cuenta de que el plano de la enunciación que sostiene la imagen es verbal
y que lo que vemos es falso. Una vez efectuado el descubrimiento, tenemos ganas
de volver a ver la película para ver la imagen en función de la mistificación global.
La «indiferenciación» plantea, a mi modo de ver, una cuestión para la que
no tengo respuesta: no tenemos posibilidad, hoy día, de encontrar un fundamento
a nuestros valores estéticos. Al mismo tiempo, cuando queremos un no-valor,
cuando valoramos el no-valor, no alcanzamos a no juzgar la ausencia de valor. Es
por eso que decimos esto es bueno, esto es malo, etc. Un ejemplo curioso de este
fenómeno es el del americano Nelson Goodman, que quiere apartar por completo
del arte la cuestión del valor para darle una dimensión cognitiva. Escribe sin
embargo, también, que cuando escuchamos una buena interpretación de una
sinfonía hecha por una orquesta de gran calidad, hay valores que se ponen en su
lugar. Otro autor que busca también evitar la cuestión del valor es Gérard Genette,
que declara, en un debate organizado por el periódico Le Monde, que ya no es
posible fundamentar un juicio de valor. Plantea el problema de forma correcta,
pero considera al mismo nivel un graffiti y una pintura de Velázquez. Después
agrega que hay cosas que le gustan y que defiende ferozmente, pero que esto sólo
le concierne a él.
Hay que reconocer que cuando las obras de arte se valoran por razones
de tipo antropológico, etnológico o sociológico, la cuestión del valor se desplaza.
Sin embargo, si seguimos en el plano del valor, ¿qué significa este desplazamiento?
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
¿Qué significa, hoy en día, el desplazamiento de la cuestión del valor hacia obras
que son valorables porque algunos creadores, que antes no tenían la palabra, la
toman y se sirven de ella?
ramos que el pensamiento pueda hablar del dolor sin sufrimiento. Esperamos que
el dolor sea aún un tema de reflexión –porque esto forma parte de la vida–, y no que
la reflexión aparezca y sea recibida por todos y cada uno como impasible.
Claudius Waddington
Eduardo Prado Coelho ha mencionado que la globalización conduce a la «indife-
renciación». Pero, ¿no provoca también un recrudecimiento del fundamentalismo,
de movimientos antagónicos, al mismo tiempo que la «indiferenciación»?
no, y el derecho pudiera tener su propia visión de la verdad –de lo que puede ser
justo o injusto. No sé hasta qué punto esta cuestión del derecho encuentra una solu-
ción de hecho al callejón sin salida que plantean el pensamiento y la racionalización.
La pasión consiste en otra cosa. Hablar de pasión es también presuponer,
saber qué es la pasión, aunque a menudo no tenemos una idea demasiado clara.
Puede ser un delirio tan incontrolable que ciegue, más que ilumine. Pero la pasión
puede también ser un proceso que permita vivir las cosas intensamente, incluido el
pensamiento mismo. Esta dimensión es la que he escogido para visualizar la pasión.
Me gustaría ilustrarlo con la película de Alain Corneau Tous les matins du monde.
Corneau relata la historia de dos músicos del barroco francés del siglo XVII. Uno de
ellos, Sainte-Colombe, experimenta un gran sufrimiento tras la pérdida de su
esposa, a la que amaba apasionadamente. Se aleja de todo y se encierra en una cabaña
del jardín de su casa para tocar la viola da gamba. Vive con sus dos hijas pero no
habla con nadie. El joven Marin Marais llega un día a su casa y le pide que le diera
cursos de música, porque el hombre que se había retirado era considerado como
uno de los mejores intérpretes de viola da gamba de su época. Había creado incluso
un instrumento que transmitía el sonido de una lamentación, de un gemido, más
intensamente. Después de haber declarado al joven que nunca sería capaz de tocar
la viola, Sainte-Colombe cede ante los ruegos de una de sus hijas, atraída por el
desconocido, y le da algunas lecciones. Un día en que el joven le cuenta que había
tocado la viola en la Corte, el profesor, molesto, rompe el instrumento de su
alumno. Desde entonces su hija introduce a su amante en la propiedad a escondidas,
para que pueda escuchar a su padre y aprender sus secretos. Cuando el padre los
descubre, le dice al joven: «Jamás seréis un músico, porque no vivís la vida con
pasión.» Su hija le pregunta, impresionada, si él vive la vida con pasión; por
respuesta, lo único que hace es un movimiento de músculos de su rostro, como si
estuviera transtornado. Esa es la prueba de que vive la vida con tal pasión que quiere
llegar al límite del dolor, traspasarlo y aprender a vencer el dolor principal.
Es sin duda bajo esta forma de pasión que no se exterioriza, y que en
realidad es intensa, como se concibió el pensamiento del siglo XVIII. En cierta
manera, el imperio de la razón terminó por ahogarse en el lema de esta impasibilidad
que, más que ayudar al pensamiento, seguramente lo estorba. Los hechos nos
rodean, y estos hechos no pertenecen al orden de la impasibilidad, sino al orden del
dolor. ¿Cómo pensar sin pensar el dolor, y cómo pensar el dolor sin que ello no esté
cargado –no digo desbordado– de emoción?
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
riencia estética, sino también sacarla del plano estético. Todo esto ha alimentado un
proceso curioso que nos ha llevado al minimalismo y después al arte conceptual. Es
interesante saber, por ejemplo, si la obra de un autor llega a ser la obra de otro sim-
plemente porque está firmada por éste. Hay, en efecto, un proceso teórico intere-
sante que no se puede eliminar por simples razones de mercado. Existen objetos
específicos. Cada uno de ellos se inscribe en una lógica de programación de alguna
cosa interna. Pero se trata, por supuesto, de un proceso de eliminación de la estéti-
ca en el proceso de creación artística.
Beatriz Resende
Quisiera hacer una observación sobre la dificultad de trabajar con todo lo que posee
la estructura de una dicotomía. Creo que una de las pocas unanimidades que
tenemos aqui es el desprecio de la idea de «marketing». Existe hoy día en Brasil, sin
embargo, un movimiento que merece ser estudiado; es el movimiento de los «sin
tierra». Se trata de una forma de organización original, de resistencia pacífica tanto
a la dominación como a las provocaciones y a las situaciones donde el desposeído
de tierra, o de otra propiedad sea la que sea, se encuentra en situación de confron-
tación. Este movimiento se caracteriza, justamente, por su voluntad de evitar la
confrontación creando al mismo tiempo una forma de organización nueva –la más
difícil de todas– que es la organización en la movilidad, sin excluir las formas tradi-
cionales, como la escuela, y confiriéndoles incluso valor. La escuela es algo que
caracteriza y refuerza el movimiento de los «sin tierra», que obra para que los niños
tengan todos y permanentemente acceso a la misma.
Así pues, este movimiento es hoy muy fuerte en marketing. Posee
símbolos y elementos de marketing que van desde volver a sacar las banderas rojas
que estaban en el armario, hasta las gorras populares de los «sin tierra». Se hace
difícil para nosotros, que aspiramos al mismo tiempo a una cierta pureza del movi-
miento de los «sin tierra», reconocer que ha salido a menudo de situaciones emba-
razosas justamente porque es muy fuerte en marketing. Ha llegado incluso a
emocionar a gente muy alejada de ellos y a inspirar trabajos artísticos como el
prefacio de José Saramago al álbum de fotos de Sebastião Salgado.
Por otra parte, el arte del escándolo de los artistas plásticos –que muy jus-
tamente habéis evocado– es también el arte de lo precario y el terror de los galeris-
tas, porque no se vende. Se buscan otras formas de ayuda o de mecenazgo, pero no
se vende. Es esa también la clase de arte, ese arte de lo precario, que mezcla las for-
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
mas más tradicionales de preservarlo pero que al mismo tiempo las renueva de
manera definitiva; como la cuestión de los museos, que forma parte también del
debate sobre los cánones del arte elitista. Pero si hablamos de ello al galerista, no le
agradará.
como naciente a principios del siglo XIX– hace referencia, de hecho, al fracaso del
Hombre frente a una serie de expectativas que jamás han sido satisfechas.
Siempre hay un abismo al alcance de la mano. Por una parte, ha existido
arte en todas las épocas y es lo que quedará y, por otra, está también el arte de lo
efímero. Es evidente que en nuestra época Marcel Duchamp ha constituido de
hecho algo positivo. Los artistas que comenzaron con la vulgarización del arte –es
decir transformando los objetos industriales en piezas de museo, participando en el
proceso de unificación que contaminaba más o menos toda la cultura– hacían ya una
caricatura del proceso cultural que estaba perfectamente instituido. Así, al contrario
que otras épocas, se llegó a la caricatura de la caricatura y a una producción en la
que todo es posible. Como ya no existen exactamente leyes, la moral ya no preo-
cupa al Hombre. Creo que la moral se descompuso a partir del siglo XIX, y que la
belleza no tiene ninguna función en el arte principal. Lo que queda en realidad es la
inmersión en el abismo, una posición del arte para conocer el alma humana hasta el
fondo y trabajar con eso. Esto ocurre siempre con la idea de catástrofe que encon-
tramos en Kant, según la cual lo que eleva al Hombre en el momento de su caída es
la conciencia que tiene de dicha caída. Me parece que hace mucho tiempo que el arte
ya no tiene nada que ver con la belleza. No sé si se puede decir que no tiene nada
que ver con la estética, porque la estética ha cambiado. Su significado ha evolucio-
nado. La estética sigue trabajando con los objetos de la creación artística, sean los
que sean: los horribles, los más feos. Esto no tiene nada que ver con la belleza,
porque lo feo es interesante y se ha integrado en el ámbito artístico, así como lo
precario y lo vulgar. Tienen finalmente algo verdadero que decir. Es posible que no
tengan nada que decir, pero a menudo tienen algo que decir. Y como el resto, lo feo
puede estar muy bien o muy mal hecho. Todo depende del talento del artista.
Claudius Waddington
Querría volver a la cuestión del derecho a partir de la referencia de Eduardo Prado
Coelho a Force de loi, de Derrida. No sería falso decir que Derrida señala una dife-
rencia entre justicia y derecho, el corpus textual del derecho, que debe ser decons-
truido porque está irremediablemente comprometido, no solamente con los
sistemas de intereses, sino también con los sistemas de coerción. Basta recordar,
para ello, el pasaje en el que Derrida subraya la unión entre el derecho y la fuerza:
«El derecho es siempre una fuerza autorizada, una fuerza que se justifica o que está
justificada al aplicarse, aunque esta justificación pueda ser juzgada por otra parte
injusta o injustificable. No hay derecho sin fuerza, Kant lo ha recordado con el
mayor rigor.» Para contrarrestar el carácter autoritario del derecho, la justicia surge
como lo que queda y como lo que vendrá al final del proceso de deconstrucción del
derecho. Se proyecta hacia el futuro, como lo afirma Derrida: «La justicia tiene
todavía que venir, está por venir, está por-venir, despliega la dimensión misma de los
acontencimientos irreductiblemente por venir. Siempre tendrá este por-venir,
siempre lo ha tenido. Quizás es por esto que la justicia, en tanto que no es tan sólo
un concepto jurídico o político, abre al futuro la transformación, la refundición o la
refundación del derecho y de la política.»
Creo que nuestra tarea en este momento de transición no es la de conso-
lidar los antagonismos. Más que nunca, nos hace falta construir puentes entre las
grandes referencias del pensamiento para no dejarnos inmobilizar por las estrategias
A r t e y ra z o n e s 217
del impasse. Para establecer un diálogo entre estas referencias, me gustaría apro-
ximar las posiciones de Derrida sobre el derecho a lo que propone Habermas en
Droit et démocratie (entre hechos y normas), y esto evidentemente desde otra pers-
pectiva.
Lo que propone Habermas no es un derecho que venga a reparar esta
sociedad deshilachada por la competitividad productivista y uniformizada por el
neoliberalismo. Su propuesta se refiere más a un derecho que necesita ser reformu-
lado, debatido y negociado por los miembros de la sociedad, de una sociedad que
tenga un nuevo contrato, reconstruida desde sus cimientos. No se trata de aprobar
el derecho instituido ni de reiterar el abismo de la sociedad que conocemos, con
toda la disgregación a la que lleva. No hay que olvidar que la defensa habermasiana
del derecho es una consecuencia directa de su opción por la inclusión del otro, como
se puede constatar en La inclusión del otro: ensayos de teoría política. No se puede
confundir la razón habermasiana con la del silogismo mismo, porque emerge de la
asociación con el otro como vector de la reconstrucción. El reto lanzado por esta
razón que se abre hacia el otro es exactamente el reto de reinventar la Modernidad,
porque sólo puede concebir el futuro comprometido con la emancipación. El
proyecto de la Modernidad es un proyecto crítico y emancipador, y creo que la
esencia crítica de la teoría habermasiana correspondería a lo que, partiendo de
Nietzche y de Heidegger, se desarrolló en Derrida como deconstrucción, salvo que
la crítica habermasiana, por haberse nutrido desde siempre de un deseo de emanci-
pación, parte de Hegel, de Marx, de Weber, de Freud y de otros pensadores, como
los de la Escuela de Francfort.
Habermas proyecta esta posibilidad del derecho, esta necesidad del dere-
cho, a partir de la reformulación de la sociedad y no de una contemporaneidad con
el estado de las cosas. La defensa habermasiana del derecho no consiste pues en cru-
zarse de brazos, sino en arremangarse.
título que colocamos aún sobre este conjunto de tensiones que hemos examinado
en nuestros debates.
En lo sucesivo se trata de pensar lo humano en relación con esta demanda
de justicia y del derecho en tanto que condición esencial de la realización de la
justicia. No de la justicia ejecutada por una élite para corroborar los privilegios de
algunos. Menos aún esa concepción tribal de justicia en la que cada uno, cada grupo
comunitario, procura hacer aprobar sus intereses e instaurar su justicia en detri-
mento de otros agentes de la sociedad. La anulación social a la que conducen estas
concepciones parciales de la justicia reintroduce el impulso primario de hacerse
justicia uno mismo. Si fuera así, entonces la moraleja de la fábula es válida: «La
razón del más fuerte es siempre la mejor.»
Pero si partimos de la idea de que el ser humano es un ser libre, debemos
pensar la igualdad y la justicia en constante asociación con la libertad. A partir de
ahora es necesario sin embargo tener en cuenta el nivel transnacional. Hasta ahora,
la idea de una sociedad justa ha sido restringida a escala de nación. Hoy se ve que la
cristalización de esta idea en el Estado democrático no era más que ficción. El
retorno de los nacionalismos demuestra que la nación se puede transformar en un
foco de fundamentalismo beligerante. La agenda del nuevo milenio reservará sin
duda alguna un lugar importante al reto que se le presentará al sistema transnacional
de invertir la escalada de intolerancia mutua, la grande y la pequeña. Habermas dice
que «es necesario seguir intentando», que no podemos simplemente abandonar la
causa de la emancipación, que debemos seguir trabajando y construir en la lucha
esta sociedad que debe ser justa e igualitaria.
Pero la libertad continúa siendo el fundamento de la justicia. ¿Se puede
concebir la justicia sin libertad? Ahí está la anticipación de un futuro en gestación.
Si echásemos por tierra estas ideas que constituyen efectivamente el corazón de la
Modernidad, ya no podríamos pensar en sociedad. La vida en común sería incon-
cebible. ¿Debemos deconstruirla, o no? A diferencia de Derrida, Habermas no
aboga por una deconstrucción. Encuentra que incluso el derecho, que evidente-
mente no es justo, se ha constituido con referencia a la idea de justicia. Los presu-
puestos son diferentes, pero creo que entre Habermas y Derrida existe una cierta
convergencia, y Eduardo Prado Coelho la ha captado con mucha clarividencia.
A r t e y ra z o n e s 219
Eduardo Portella
Los temas de la diferencia y de la alteridad han sido objeto central de sus refle-
xiones. ¿Ha podido el movimiento diferencialista, continuando en un plano dialéc-
tico, conducir a la negación del Mismo en favor del Otro?, ¿o, por el contrario,
acaso subraya el Mismo?, ¿cree usted en una tercera vía que permita una concilia-
ción del Mismo con el Otro?
Claude Lévi-Strauss
Cuando hablaba de la diferencia, no me situaba en un terreno tan abstracto. Me
encontraba en determinadas situaciones históricas en las que aún existían pueblos a
los que yo no definiría en términos absolutos como «otros», sino que representaban
experiencias sociológicas totalmente diferentes de la nuestra. Yo hablaba de dife-
rencia con respecto a esta situación.
Pero hoy día sería muy difícil hablar exactamente en los mismos
términos, porque estos pueblos han sido atrapados por el devenir histórico, porque
su condición ya no es del todo diferente a la nuestra: ha habido ósmosis. Ahora
1. Esta entrevista entre Eduardo Portella y Claude Lévi-Strauss tuvo lugar en París el 28 de
febrero de 1998.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Eduardo Portella
Un tema que me parece que se inscribe en el mismo registro es el de las identidades
abiertas y las identidades cerradas. Existen culturas en las que la historia permite
imaginar la identidad como algo cerrado. Cuando se habla, por ejemplo, de la iden-
tidad francesa, podemos imaginar una identidad dada de antemano. En cambio,
otras culturas parecen encontrarse en plena mutación y su identidad parece más
bien plural y abierta.
Claude Lévi-Strauss
Me pregunto si se trata de atributos de culturas que no cambian nunca, o si corres-
ponde a determinadas etapas, a determinados períodos de su historia en los que se
abren o se cierran sobre sí mismas. Todo lo que sé de la antigua Rusia de la época
de los zares, por ejemplo, es que era muy abierta y que en ella el extranjero gozaba
de un particular prestigio. Mi amigo Roman Jakobson hablaba siempre del prestigio
asociado al matrimonio con una princesa tártara o georgiana, u otra, cosa que
contrasta con la actitud de otros países. Pero no pienso que se trate de algo funda-
mental. Creo que esto corresponde, más bien, a etapas o épocas. Me parece que en
el siglo XVIII Francia era mucho más abierta.
Eduardo Portella
¿Se puede hablar de una oposición entre sociedades simples y sociedades complejas?
¿Existen sociedades simples y otras que, siendo abiertas, son complejas?
Claude Lévi-Strauss
Son expresiones cómodas y que corresponden o no a la realidad dependiendo del
ángulo bajo el que se considere a esas sociedades. Por ejemplo, si usted toma a los
aborígenes australianos, se puede considerar que representan, vamos, represen-
taban, una sociedad simple desde el punto de vista de la técnica, de la cultura
material. Pero desde el punto de vista de la organización social o de las relaciones
La diferencia hoy diferente 223
de parentesco, era una sociedad de una complejidad tal que, para llegar a entender
cómo funcionaba, tuvimos que recurrir a los matemáticos. Se trata pues de una
sociedad simple desde un punto de vista, y compleja desde otro. Y si los etnólogos
han elegido preferentemente las sociedades «exóticas», no ha sido a causa de su
simplicidad, sino porque, siendo muy reducido el número de sus miembros –que
no es en absoluto lo mismo–, era posible para una persona tener un conocimiento
global.
Eduardo Portella
¿Existe lo exótico, o se trata más bien de una mirada que el Mismo dirige sobre el
Otro?
Claude Lévi-Strauss
Es totalmente subjetivo. Empleo la palabra en sentido etimológico, es decir, «dife-
rente», «fuera de...».
Eduardo Portella
¿Cómo considera usted estas diferencias sociales, hoy día, frente a la mundializa-
ción? ¿Quedan aún sociedades con identidades y diferencias, o vamos camino de
una homogeneización?
Claude Lévi-Strauss
Pienso que, a pesar de la mundialización, en las sociedades subsisten aún muchas
cosas que conocemos mal, que comprendemos mal, que no hemos estudiado sufi-
cientemente y, desde este punto de vista, queda mucho por hacer. Pero, por
supuesto el fenómeno mundializador es irreversible –a menos que haya en la condi-
ción humana una necesidad interna de diferenciación que haga que, en cierto
sentido, desde determinado punto de vista, cuando las cosas se homogeneizan,
vemos aparecer diferencias que no sospechamos en absoluto, o que apenas comen-
zamos a sospechar. Pero del hecho de que las cosas sean iguales en un cierto sentido,
no se deriva necesariamente que no sean diferentes en otros.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
Eduardo Portella
Usted escribió para la UNESCO un texto célebre titulado Raza e historia y a conti-
nuación otro, Raza y cultura, que publicó después, en Las antropologías estructu-
rales. ¿Cree usted que en este fin de milenio hay un predomino de la religión en
relación con otros elementos, respecto a lo étnico, por ejemplo?
Claude Lévi-Strauss
Desde un punto de vista etnológico, se puede decir que las creencias religiosas cons-
tituyen un fenómeno universal. En el fondo, no hay sociedad que hayamos estu-
diado que no se sitúe también en un plano religioso. Es probable, pues, que el
fundamentalismo, los fundamentalismos que vemos reaparecer aquí y allá, sean una
especie de reacción contra el debilitamiento religioso precedente, y que se trate de
una suerte de movimiento basculante. Creo que la reaparición de actitudes reli-
giosas se explica también como una reacción contra el debilitamiento de la ética.
225
M i radas inve r t i d a s :
reflexiones sobre el diálogo Norte-Sur
Barbara Freitag 1
continúa siéndolo para el XX. En un reportaje crítico, la revista Der Spiegel señala
que «los buenos salvajes han sobrevivido en el imaginario de los europeos trepando
por las lianas a través de la historia contemporánea. Si haciendo esto se rompen la
cabeza, es su problema.».9
La inversión de la mirada, su sorpresa y la alienación en la que se pierde el
científico europeo no es sin embargo una característica inherente a su estatuto de
europeo. Los brasileños y los latinoamericanos en general «cultivan» sus prejuicios y
modifican sus miradas según los cuatro registros señalados aquí. La mirada positiva
del brasileño o del latinoamericano sobre Europa funciona a menudo como un
pretexto para criticar las condiciones de vida de sus propias sociedades. Así, Europa
es vista como la expresión máxima de la cultura occidental, de la humanidad misma,
lo cual subraya la miseria social y cultural del país de origen. La cultura europea
proporciona, entonces, la norma de excelencia, deliberadamente idealizada, para
asegurar la distancia respecto de la propia cultura. En esta línea de razonamiento se
encuentran los análisis de Sérgio Buarque de Holanda en su libro Raízes do Brasil .10
La mirada negativa del brasileño «nativo» ve en el europeo al colonizador,
al opresor, al explorador y al responsable de los problemas del país, antigua colonia.
Las causas de la desigualdad y de la injusticia, cuyo origen es, al menos parcial-
mente, interno, son rechazadas y se le atribuyen al «gringo», al dominador exterior
originario del hemisferio norte. En este caso, también, los clichés y los prejuicios
constituyen la parte decisiva, deformando la percepción y la evaluación del «otro»,
del «extranjero».
En el marco del programa de visitas oficiales entre Brasil y Alemania que
tuvieron lugar en 1995 –el viaje del presidente Cardoso a Alemania, en septiembre,
y el viaje del presidente Herzog al Brasil, en octubre–, se efectuó una encuesta de
opinión sobre cien brasileños elegidos según principios estadísticos. La encuesta
a la que se refiere Serpa, realizada por el Instituto de Encuestas de Opinión
ALMA/BBDO, trataba de averiguar cómo percibían los brasileños a los habitantes
de cinco países: Alemania, Francia, Italia, Japón y Brasil.11
12. Ver Claude Lévi-Strauss, «Les organisations dualistes existent-elles?», en: Anthropologie
structurale, vol. 1, París, Librairie Plon, 1968, p. 147-180, referencia a la p. 157.
M i ra d a s i n ve r t i d a s : re f l e x i o n e s s o b re e l d i á l o g o N o r t e - S u r 231
el reflejo de principios de organización social que diferencian los géneros, las rela-
ciones de parentesco y las prohibiciones de incesto, las jerarquías de poder y los
tabúes que regulan el acceso o la prohibición de acceso de una parte de los miem-
bros de la tribu a los bienes materiales, sexuales y simbólicos. Se trataría de princi-
pios estructurales universales, subyacentes al entendimiento humano, que no
solamente ordenan el espacio geográfico sino que, al mismo tiempo, estructuran la
vida social y definen, de hecho, las formas de conocimiento del espíritu humano y
la conducta de los Hombres.
Si esto es verdad, entonces la división del mundo contemporáneo en
hemisferio Norte y hemisferio Sur, en Este y Oeste, en ricos y pobres, no sería más
que la expresión de la dualidad mental y social de nuestra condición humana, mate-
rializada en estructuras sociales. Por esta razón es perfectamente comprensible que
una parte de la humanidad se perciba como «los de arriba» frente a «los de abajo»,
mientras que otra parte –la más importante– percibe el mundo globalizado como
dividido en «centro» y «periferia». Pero como acabamos de ver con Lévi-Strauss,
esta estructura dual puede –¿y debe?– traducirse en una estructura en tres partes que
permita relativizar la perspectiva dual y que amplíe las perspectivas de la lectura
«aleatoria» en tres partes. Otros científicos sociales han utilizado la expresión de
«perspectivismo» (Kohlberg), de capacidad de «descentración» (Piaget) o de
«competencia comunicativa» orientada hacia la comprensión (Habermas). El papel
de las ciencias sociales es el de clarificar estas estructuras –en general inconscientes–
subyacentes al pensamiento humano para que se hagan conscientes. Solamente así
la inversión de las miradas deja de ser un simple cambio de posiciones (arriba, abajo)
y la preservación de las estructuras sociales usuales, para convertirse en una verda-
dera ruptura de la estructura dual y su ampliación a nuevas perspectivas –una de las
cuales sería la formación en tres partes.
El análisis de la cuestión de la inversión de las miradas, que los estudios
en el ámbito de las ciencias sociales evidencia, nos muestra que estas miradas pueden
conducir a conclusiones erróneas sobre las culturas estudiadas desde el punto de
vista de otra cultura. La mirada del investigador en ciencias sociales no lleva
siempre, como se ha intentado decir, a una comprensión o a una comunicación
intercultural auténtica, a la ampliación del campo visual y del conocimiento mutuo
por el simple desplazamiento de la mirada de una cultura hacia la otra.
Los estudios sobre la dualidad de las estructuras sociales y de pensa-
miento, develadas por Lévi-Strauss, muestran, según el ejemplo de los winnebago,
de los nambikuara o de los bororo, «que la inversión de las miradas» –de la mitad
M i ra d a s i n ve r t i d a s : re f l e x i o n e s s o b re e l d i á l o g o N o r t e - S u r 233
16. Clarival do Prado Valladares, Albert Eckhout. Pintor de Maurício de Nassau no Brasil 1637-
1644, Río de Janeiro, Livroarte Editora, 1981, p. 116.
M i ra d a s i n ve r t i d a s : re f l e x i o n e s s o b re e l d i á l o g o N o r t e - S u r 235
17. Oswald de Andrade, «Do Pau-Brasil a antropofagias e às utopias», en: Obras completas,
vol. 6, Río de Janeiro, MEC-Civilização Brasileira, 1970, p. 11-12.
Capítulo 2. L a d i f e re n c i a h o y p e n s a d a
urgente. Estos prejuicios suponen que los brasileños son perezosos, lentos e irres-
ponsables, cualidades o defectos que explicarían la pobreza y el atraso relativo de la
sociedad brasileña. Tales prejuicios no resisten un examen sociológico serio.
Mientras que en Alemania el número de horas de trabajo semanales está fijado en
35, en Brasil, 40 o 48 horas son perfectamente normales. La ética del trabajo en
Alemania, tan idealizada por Max Weber y muchos otros autores clásicos del pensa-
miento alemán, ha perdido ya mucho de su esplendor. Las tasas tan elevadas de paro
(más del 12% de la población activa en 1996) y la tendencia de las empresas
alemanas –como Volkswagen– a trasladar sus fábricas de Alemania a Brasil y a otros
países, prueban que la ética y la competencia del trabajador brasileño (sin citar los
bajos salarios, altamente convenientes para la industria alemana) son ya reconocidas
por los empresarios alemanes. El canciller alemán se lamentó una vez, con gran
indignación de algunos, de que la sociedad alemana se hubiera transformado en una
«sociedad de ocio».
En resumen, el diálogo intercultural en el marco de las ciencias sociales
y de las relaciones entre Norte y Sur tiene como tarea primordial la deconstrucción
de los prejuicios cultivados por «los de arriba» y por «los de abajo», de volver
conscientes y poner de manifiesto, como ha preconizado Claude Lévi-Strauss, las
estructuras y los principios de estructuración social subyacentes a diferentes
culturas, responsables de la distorsión de las miradas. Al traducir lo que permanece
aún inconsciente y latente en cada una de las culturas a fin de registrar el saber
consciente y manifiesto, el investigador en ciencias sociales, en especial el antropó-
logo, consigue intervenir entre el blanco del Norte y el «salvaje» del Sur, entre los
«maneregi» y los «mageni», ayudando a ambas partes a construir una visión adap-
tada de sus culturas respectivas, con sus limitaciones, cualidades y defectos,
ayudándoles a que vayan más allá, recíprocamente, en el sentido de la realización
de las potencialidades de la condición humana, independientemente de sus especi-
ficidades culturales.
El día en que esto suceda, la pertinencia de un análisis en términos de
miradas invertidas será obsoleta, y el terreno estará preparado para un verdadero
diálogo «Norte-Sur».
237
S o b re el diálogo intolera n t e
Roberto Cardoso de Oliveira
de una ética planetaria,2 a saber, una ética que sea válida para todos los pueblos del
planeta y que contribuya –bajo el signo de la tolerancia, añadiría hoy– a la realiza-
ción de lo que Marcuse describió como las «condiciones previas a la creación de una
sociedad humana», como se dice en el epígrafe arriba citado.
Conviene pues recordar brevemente la cuestión tratada en aquella
ocasión, antes de extenderme en lo que constituye para mí el nudo gordiano del
problema, ¡sin que sea yo, no obstante, capaz de desanudarlo! Me gustaría, simple-
mente, proponer un abanico de debates susceptibles de generar cierto consenso.
Nada mejor para poner en marcha una reflexión colectiva que la organización de
encuentros como éstos.
En la conferencia mencionada intenté mostrar que la ética discursiva, tal
y como la formularon Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, deja un residuo de
incomprensión en la relación dialógica cuando la discusión incluye a individuos que
pertenecen a culturas por completo diferentes (por ejemplo, cuando tiene lugar
entre indios y no indios y se encuentra marcada, así, por horizontes teóricamente
inconmesurables). Es sabido que, en la medida en que se apoya en la posibilidad de
una hermenéutica –y me refiero aquí particularmente a la hermenéutica gadame-
riana–, la ética discursiva opera en una tradición histórica generalmente compartida
por los interlocutores, aunque pertenezcan a períodos históricos diferentes. Se
podría decir entonces que existe un caldo de cultivo común previo que permite la
«fusión de horizontes» entre texto y lector, comprometidos en una relación dialó-
gica –a saber, entre el horizonte del texto y el del lector. No creo que sea necesario
recurrir a Hans-George Gadamer para sostener este conocido argumento.
Tratándose por tanto de individuos que se inscriben en culturas tan diferentes como
las que hemos podido observar entre indios y no indios, la probabilidad de esta
fusión de horizontes entre individuos contemporáneos disminuye sensiblemente,
sin que pueda afirmarse, sin embargo, que sea nula, puesto que siempre se podrá
encontrar empíricamente (de ahí la aportación de la antropología) un vínculo entre
horizontes diferentes gracias al ejercicio de la argumentación racional –como lo
sugiere por otra parte la teoría misma de la ética discursiva.
2. Texto publicado por la Revista Brasileira de Cièncias Sociais (onceavo año, nº 32, 1996, p. 6-17).
Una versión de este texto fue presentada en Oaxaca, México, el 25 de junio de 1997, como conferencia
inaugural del simposio internacional «Autonomías Étnicas y Estudios Nacionales», bajo el título:
«Etnicidad, eticidad y globalización».
S o b re e l d i á l o g o i n t o l e ra n t e 241
tado como verdadero por el oyente foráneo; que posee la ‘verdad’ y es por consi-
guiente aceptado con fuerza ilocutoria (de convicción) por el mismo oyente; y que
presenta ‘rectitud’ o, en otros términos, que respeta las normas de la comunidad de
argumentación éticamente constituida, normas establecidas e institucionalizadas en
los términos de la racionalidad vigente en el polo dominante de la relación inter-
étnica.»5 Esta institucionalidad dominadora ha sido precisamente, si no la causa, al
menos un factor determinante de dominación política y social de los pueblos indí-
genas, imposible de ser eludida por el indianismo militante, oficial o particular, sea
cual fuere su buena fe. Y para Dussel, la única opción sería la de remplazarla por una
nueva institucionalidad capaz de asegurar la normatividad de una interpelación
hecha por la parte dominada de la relación interétnica. Para él, «la no-normatividad
de ‘la interpelación’ viene exigida por el hecho de que la institucionalidad futura de
la cual el ‘interpelante’ obtendrá derechos que en la actualidad no tiene, se sitúa en
un momento fundacional u original de la normatividad nueva.»6 La importancia de
esta nueva normatividad reside precisamente en el hecho de que, gracias a ella, se
puede hacer viable un discurso en el que ninguna de las partes eventualmente en
litigio vea obstaculizada su comunicación, ni corra tampoco el riesgo de hundirse en
los embrollos de una «comunicación distorsionada» –por tomar prestado ese
concepto tan útil de Habermas. Existe entonces la imperiosa necesidad de tras-
cender el discurso hegemónico, fundamentalmente eurocéntrico, que compromete
la dimensión ética de un discurso argumentativo que debería transcurrir natural-
mente en el interior del diálogo interétnico.
Podríamos considerar aquí numerosos caminos. Caminos que nos lleva-
rían a buscar –y eventualmente a proponer– medios para salir del impasse engen-
drado por la necesidad de una nueva normatividad. De momento, prefiero atenerme
a uno sólo, que me ha sugerido –por otra parte– la lista de temas del presente semi-
nario: el de la elucidación del concepto de «tolerancia» y de su aplicabilidad al
diálogo interétnico y, por consiguiente, a la ética discursiva. Con él querría concluir
este corto texto, de naturaleza exclusivamente exploratoria.
Entre las diversas acepciones de la palabra «tolerancia» que figuran en los
diccionarios, escogería la que me parece más relacionada con nuestra problemática.
Esta es la tercera acepción de ese término, tal como aparece en el Vocabulaire tech-
nique et critique de la philosophie de André Lalande (5.ª edición, 1947, p. 1111):
«Disposición de espíritu, o regla de conducta, consistente en dejar a cada uno la
libertad de expresar sus opiniones, aunque no se las comparta.» Así formulada, la
idea de tolerancia expresa una actitud que, siendo democrática, ¡es profundamente
moral! Aunque, justamente, esta virtud de la tolerancia está lejos de caracterizar el
diálogo interétnico. Se puede decir que la etnografía conoce, evidentemente, no sólo
en Brasil sino también en el mundo entero, las dificultades que parecen ser inhe-
rentes al tipo de diálogo comúnmente observable en el interior de los sistemas inte-
rétnicos. En este sentido, hemos de reconocer la existencia de dificultades en las
relaciones sociales que allí se forman, y que engendran representaciones marcadas
por el prejuicio y profundamente discriminatorias del Otro –especialmente cuando
ese Otro se aleja al máximo de los parámetros culturales del polo dominante de la
sociedad global. Pero lo que no siempre sabemos reconocer, a falta de una densidad
social empíricamente identificable por la etnografía, es el plano del lenguaje, o más
bien del discurso en tanto que modo de relación intercultural. Es verdad que lo que
se llama el «linguistic turn», surgido del pensamiento filosófico contemporáneo, se
introduce poco a poco en la antropología, y que ciertamente contribuye a intro-
ducir en el horizonte de esta disciplina el fenómeno del discurso y, en particular –lo
que aún nos interesa más–, el problema del discurso interétnico. Por tanto, si pudié-
ramos atribuir un margen a este discurso, diríamos que sería el de la intolerancia. Y
es esta intolerancia la que las monografías registran ad nauseam. Sin embargo, sin
querer reducir el problema de la persistencia del discurso hegemónico, habitual en
el diálogo interétnico, a un factor de orden exclusivamente psicológico, trato por el
contrario de situarlo más allá de todo psicologismo, a fin de examinarlo en términos
de moralidad (la del reconocimiento de la idea de «buen vivir» del Otro) y de
eticidad (la del reconocimento de la idea del «deber» de negociar democráticamente
la posibilidad de llegar a un consenso con el Otro). Entiendo –de acuerdo siempre
con Lalande– que es imperativo separar de la noción de tolerancia todo significado
que la vincule a un cierto sentimiento de caridad con respecto al Otro, tratado
entonces como un ser subalterno. Porque la tolerancia debe ser comprendida como
un respeto en ausencia del cual la dignidad moral resulta vulnerada. En este sentido,
para Lalande –siguiendo a Renouvier– «lo que se llama tolerancia es una virtud de
la justicia, no de la caridad» (ibidem). Disipada esta posibilidad de equívoco,
podemos finalmente formular el concepto de tolerancia como una cuestión de
derecho, además de poder situarla al nivel de la moralidad y de la eticidad. Siendo
esto así, el rechazo del diálogo intolerante restituye la justicia, y las relaciones inte-
rétnicas subyacentes se deben tratar en un plano de moralidad legítima y no sola-
mente como una realidad política a administrar, exclusivamente mediante la
democratización de estas relaciones. No se trataría ya, entonces, de una concesión
política del polo dominante, es decir, del Estado, sino de un imperativo moral.
No veo otra dirección posible si lo que se quiere es abordar el problema
creado por la constatación de la necesidad de institucionalizar una nueva normati-
vidad –como sugiere Dussel– capaz de sustituir la del discurso hegemónico que
emplea el polo dominante del sistema interétnico. Para el indigenista, orientado
hacia el perfeccionamiento de prácticas interétnicas y eventualmente hacia una
especie de «antropología de la acción», las cuestiones que tratamos pueden
presentar cierto interés, porque siempre lo podrán conducir a repensar modalidades
habituales de relación, generalmente condenadas al fracaso. En cuanto al papel de la
antropología como disciplina académica, me parece que le incumbe –gracias a la
clarificación del concepto de tolerancia, así como del lugar que ésta ocupa en el seno
del diálogo interétnico–, no solamente conducir la reflexión teórica en el sentido de
la dimensión empírica (etnográfica) de cierta clase de diálogo (reflexión inclinada
más bien a incursiones filosóficas), sino de contribuir también indirectamente a la
formulación de políticas indigenistas que sean compatibles con los imperativos de
eticidad y de moralidad.
247
Sociedad o comunidad:
tribalismo y sentimiento de pertenencia
Michel Maffesoli
que saber cuál es el elemento de la tríada temporal que este conjunto privilegia: el
pasado, el presente o el futuro. Identificamos así sociedades volcadas hacia el
pasado, las llamadas sociedades tradicionales, en las cuales nada se innova y todo se
hace con referencia a la tradición, esto es, a lo que ya pasó. En contraste, ciertas
sociedades enfatizan el presente, mientras para otras, todo se constituye en función
del futuro. La sociedad moderna ha funcionado así, en referencia al porvenir,
teniendo como consecuencia el mito del progreso, expresión mayor de este tiempo
finalizado. Es muy difícil saber por qué nuestras sociedades se orientaron así, en
esta concepción de tiempo finalizado. Podemos sólo constatar, a partir de los
siglos XVII y XVIII y, más aún, en el siglo XIX, el auge de esta orientación de la
sociedad en función de su futuro. Así, toda la filosofía hegeliana de la historia, todos
los diversos análisis de filósofos o sociólogos tales como Auguste Comte, se
formulan en torno al porvenir. El hoy sólo vale en función del mañana. Es también
lo que indica Freud cuando habla del «aplazamiento del goce».
Este concepto de tiempo finalizado, de tiempo siempre pensado en
función del futuro, es uno de los primeros elementos de constitución de la épistéme
de la Modernidad. Se trata, pues, de una percepción proyectiva: el proyecto es cons-
titutivo del individuo, como también del conjunto social en su integridad. El vector
de este tiempo finalizado, el hecho de no pensar el mundo sino en función del
futuro, es una manera de acentuar la razón.
Evidentemente, la racionalidad es una de las características del animal
humano. Pero esta racionalidad, en ciertos momentos de su historia, adquiere en el
Hombre una orientación específica. Me refiero aquí a los filósofos de la Escuela de
Francfort que demostraron bien cómo, en el siglo XIX, la racionalidad devino racio-
nalismo. En alemán el término es más significativo, la Zweck Rationalität es una
razón que se orienta en función de un objetivo. (Zweck: «intención», «objetivo».)
Según esta perspectiva «n´a de sens, que ce qui a du sens» (sólo tiene sentido lo que
tiene sentido), por tanto, lo que no tiene sentido es insensato. Desde este punto de
vista, la polisemia de la formulación en francés (y en castellano) es interesante, dado
que permite destacar que aquí, en el ámbito de esta gran capacidad humana que es
la razón, solamente se admite un tipo de razón: la que sólo tiene sentido en función
del futuro. La expresión «razón instrumental» traduce efectivamente este concepto
de la Modernidad, que requiere que todo valga sólo en la medida en que sirve, en
que se sustenta en la utilidad. Podría aquí referirme a Heidegger, cuando habla de
«utensilidad». A partir de ahí surgen una serie de consecuencias sociales que
merecen atención.
Sociedad o comunidad: tribalismo y sentimiento de pertenencia 251
La gran concepción utilitaria del mundo, que cada uno adquiere progre-
sivamente a través de la educación, en la socialización, es el hecho de que conviene
controlarse. Esa es la concepción económica de la Modernidad: economía de sí,
economía del mundo. Para el individuo, se trata de aprender a tener una identidad
dueña de sí misma y, en consecuencia, aprender con otros que han llegado a ese
mismo control, a esa maestría, a dominar el mundo. Es interesante recordar esta
fórmula de Corneille en Cinna, dicha prescisamente en una época que es el inicio
mismo de la Modernidad. Cinna dice: «Yo soy dueño de mí mismo como del
Universo, lo soy, quiero serlo». Los poetas han tenido frecuentemente la capacidad
de cristalizar el tiempo en el que viven.
El pivote de este esquema de la Modernidad, que es del orden de la
evidencia, es el individuo, o el individualismo. El individualismo aparece de algún
modo como la expresión teórica de la Modernidad, se inscribe en su cuadro general.
El principium individuationis es, ciertamente, el punto esencial a partir del cual se
piensa la Modernidad, a partir del cual nosotros elaboramos todos nuestros
sistemas. Pero el hecho de restituirlo así en el seno de la Modernidad nos indica que
es un fenómeno puntual, que no había existido antes; y que no necesariamente exis-
tirá siempre. Se puede decir que ese principium individuationis está saturado en los
hechos, aunque no en nuestras mentes, al menos en las mentes de la intelligentsia,
es decir de aquellos que tienen el poder de hacer y de decir.
Es posible hacer una breve genealogía del principio de individuación.
Cuando Descartes propone su cogito ergo sum, indica, en relación a lo que era el
pensamiento colectivo en la Edad Media, que sólo hay pensamiento individual. Por
otra parte, la fórmula latina en su redacción completa es más interesante: cogito ergo
sum in arcem meum, «pienso, luego soy, en la fortaleza de mi espíritu». Esta
fórmula muestra bien la «cerrazón» específica que es la constitución del individuo
al comienzo de la Modernidad. Muestra bien, también, esa diferencia fundamental
en relación con un pensamiento anterior, que era colectivo. Y no es imposible que
retornemos a un pensamiento colectivo.
La Reforma, casi contemporánea al cartesianismo, introdujo igualmente
algo del orden del individualismo, dado que en ella la relación con la deidad deja
de ser asunto colectivo. Lutero y Calvino introdujeron la noción del libre albedrío,
la expresión de una relación individual que un «yo» establecerá con la alteridad
absoluta.
Jean Jacques Rousseau hará otro tanto. Es a partir de un individuo
racional que se puede pensar un contrato social, como el que aparecerá en la
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
y se tornan más y más porosas. No es que ya no existan, sino que existen en estado
de remanentes, y no como referencias en relación a las cuales deberíamos situarnos.
Hoy estamos confrontados a una suerte de patchwork, de mezcolanza ideológica,
de ideologías portátiles, múltiples y diversas, de una forma de «babelización del
pensamiento».
En el contexto de esta heterogeneización, o de esta hipótesis de heteroge-
neización política, institucional, ideológica, parece necesario cuestionar lo que he
definido hace un momento como el pivote de la Modernidad, es decir, el individuo,
su identidad específica, sexual, ideológica, profesional.
Parece que el individuo debiera dejar paso a alguna otra cosa, cuyo
nombre aún no se ha hallado. Por mi parte propongo el de persona, en el sentido
etimológico del término, cuyo significado señala que estamos confrontados a
«máscaras», y que presentamos menos una identidad que diversas identificaciones.
La adquisición de la identidad fue hasta ahora la cima de la educación, el apogeo de
la socialización. Pero ahora asistimos a un pasaje de la identidad hacia las identifi-
caciones múltiples. Considero que este pasaje funda el nacimiento, acaso el renaci-
miento, de formas tribales de existencia. El tribalismo es, así, una metáfora útil para
tratar, provisionalmente, de tomar nota de la saturación que nos concierne, y del
hecho de que el individuo –o el individualismo– comienza a difuminarse en bene-
ficio de micro-conjuntos, de formas comunitarias. Tenemos en demasía el hábito de
insistir en el individuo o en el individualismo. De hecho, ahora prevalecen las «afini-
dades electivas», que ya no se limitan a algunos, sino que afectan a muchos de entre
nosotros. Nos constituimos en tribus en el seno de las instituciones. Es impresio-
nante cómo funciona en el mundo universitario, por ejemplo, o en el orden religioso
donde es evidente la expansión sectaria. De hecho, todas las instituciones se frag-
mentan en entidades microscópicas.
Es ahí donde la idea de autonomía que fue constitutiva de la Modernidad,
deja paso a otra cosa. Se podría hablar de heteronomía, en el sentido que yo no soy
más mi propia ley. Mi ley es el Otro. Yo no existo sino en y por el espíritu del Otro,
que en y por la mirada del Otro.
El «devenir moda del mundo» es, en cierto sentido, interesante: moda
indumentaria, moda lingüística, moda corporal, moda sexual. Como en el fenómeno
moda, hay algo que se establece en nuestra sociedad y que no reside en nuestra
voluntad sino en la contaminación. Es algo del orden de la viralidad. La moda es del
orden de lo viral. Da lugar a epidemias. Hay, tal como lo percibo, algo de ese orden
en todos los dominios. El pensamiento mismo forma parte de este fenómeno, y es
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
particularmente impresionante. Allí donde cada quién debería pensar por sí mismo,
vemos cómo se constituyen pequeñas entidades, sectarias, fanáticas, opuestas las
unas a las otras.
Por oposición al contrato, caracterizado por su naturaleza racional y
voluntaria, se está constituyendo otra manera de ser, otra forma de socialidad. Esta
otra manera de ser va a recuperar los elementos que el análisis social había dejado
de lado: lo emocional y lo afectual. Lo afectual y lo emocional no son sólo del orden
de lo emotivo o de lo afectivo, sino que constituyen un plano específico que reposa
sobre el proceso de contaminación, sobre el hecho de que toda una serie de
«trances» a veces macroscópicos, frecuentemente microscópicos, constituyen el
abono de la vida social.
En ese sentido el homo politicus, o el homo economicus, deja cada vez más
paso –para bien o para mal–, a un homo aestheticus. Y este último se constituirá
sobre las emociones compartidas. En lo sucesivo nos será necesario pensar a ese
homo aestheticus, base de lo que designo con el término de tribalismo, según la
capacidad para poner en juego lo emocional y lo afectual.
255
Comunicación y L e b e n s w e l t
Muniz Sodré
Nietzsche introdujo esta fábula en El crepúsculo de los ídolos, como resultado del
fin del «mundo verdadero», es decir el de las esencias estables, que corresponden a
las ideas platónicas. Sin la hipótesis de una verdad eterna que permita tener un
punto de referencia, el mundo, afirma Nietzsche, «se convierte en una fábula».
A raíz de esta fábula, el italiano Gianni Vattimo prolonga más allá del
significado de «la epopeya de los orígenes» el sentido de «saga» (sage en alemán),
una de las palabras utilizadas por Heidegger para evocar la esencia no metafísica del
lenguaje. La «saga» fabuladora puede ser tanto la remembranza de un aconteci-
miento fundador como la interpretación del sentido de la existencia bajo su forma
contemporánea.
A fin de plantear la cuestión ética en el marco de una reflexión sobre la
comunicación en el mundo de la tecnología planetaria y de la organización total,
parece oportuno remontarse dos milenios y medio atrás y escuchar la fábula del
chino Chuang Tsu:
«Dsi Gung atravesaba la región del norte del río Han cuando vió a un
anciano muy atareado regando un campo. Había cavado surcos en el suelo y esca-
laba penosamente las paredes de un pozo con un cántaro en la mano, para hacer
subir el agua hasta sus plantaciones. A pesar de sus esfuerzos, por sus acequias
corría muy poca agua.
Dsi Gung se acercó y le dijo:
– Hay una manera más fácil de transportar mucha más agua en poco
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
tiempo y con menos esfuerzo. Se puede así obtener buenos resultados con menos
trabajo.
El anciano se detuvo y preguntó:
– Y ¿cuál es esta manera?
– ¡Pues la técnica! Se instala una bomba y se obtiene toda el agua que se
quiera, le respondió Dsi Gung.
Una amplia sonrisa atravesó los labios del anciano, que dijo:
– Hace ya mucho tiempo oí decir que para utilizar la técnica hay que
hacerlo todo de forma técnica; hace falta un corazón técnico. Pero, quien lleva
dentro de sí un corazón técnico pierde la inocencia de la vida y vive en el temblor
del miedo. Y el que tiembla de miedo no sabrá encontrar el misterio de la realidad
en sus actuaciones. No es que ignore las cosas técnicas, sino que aún no he apren-
dido a mantener con ellas una relación acorde con el sabor de creación de la tierra.»
«Inocencia» significa, etimológicamente, «no perjudicar», «no hacer
daño». Perder la inocencia equivale, en esta fábula, a renunciar a la relación de
armonía con las fuentes de la vida o con lo que la fenomenología de Husserl llamaba
Lebenswelt, «el mundo de la vida» –el medio o la multiplicidad de horizontes dados
al sujeto en el origen.
Aquí, «sujeto» no se confunde con «persona», porque no incluye ninguna
idealización. Este sujeto es el ser existente. Afirmarlo tal y como se articula origi-
nalmente en el Lebenswelt supone concebir la esencia subjetiva no en tanto que
simple cogito reflexivo o consciente desligado del mundo, sino como un ser inte-
grado en la espacialidad original y sincrónica con el presente del otro.
El otro, tal y como se explica en la historia del anciano y su pozo, incluye
a los hombres, la tierra y los árboles. Podríamos añadir a los animales y a los dioses.
Aquí el mundo de la vida aparece en una perspectiva diferente de la idealización
subjetiva para caracterizar al hombre, no como pura conciencia, sino como ser
ligado a las dimensiones esenciales de la territorialidad y de la comunidad.
Jürgen Habermas emplea el término Lebenswelt (ver Conciencia moral y
acción comunicativa) para designar el orden simbólico o cultural que se enraíza en
las instituciones, los esquemas cognitivos o las estructuras de personalidad de los
individuos. Para evitar que la noción vuelva a caer en el idealismo, Habermas la
vincula a la teoría de sistemas. Lebenswelt (mundo vivido) y sistemas (mundo
social) serían las dos caras de una misma moneda: una consagrada a lo vivido cultu-
ralmente y la otra a la actividad socialmente integrada de grupos o de instituciones.
Para Habermas, el problema que plantea una sociedad regida por una
Comunicación y Lebenswelt 257
cosas «en el sabor de creación de la tierra» –es decir, no tanto lo que hacen explí-
cito las instituciones estrictamente políticas, sino más bien la manifestación de una
estructura sensible de la percepción del marco social rememorativo de la expe-
riencia democrática.
En cuanto a la expresión «memoria colectiva», no podemos omitir el
pensamiento de Maurice Halbwachs, para quien acordarse o recordar consiste, no
en dar la espalda al presente o a la exterioridad pública, sino en reconstruir el pasado
a partir de una inteligencia presente de la vida social.
El recuerdo no es una mera repetición, ya que ninguna memoria pura y
simple es capaz de hacer revivir el pasado. El reencuentro renovado con el pasado
no se realiza más que en la reconstrucción de la memoria hecha por un sistema de
valores que coincide con el marco social presente, siendo él mismo un recuerdo
estable y dominante, semejante al mito como estructura dinámica de revelación de
lo real.
Sin reconstrucción, la memoria no es más que un stock difunto de acon-
tecimientos pasados –en forma de libros, de obras de arte, de monumentos, de
saberes y de archivos– y cómplice de eventuales repeticiones anacrónicas. La
memoria «mecánica», que se practica hoy ampliamente y de las formas más diversas,
no es más que nostalgia «utópica» de las ruinas. El resurgir del racismo y de grupos
totalitarios en Europa, acompañado de la indiferencia bien alimentada de la clase
intelectual, demuestra que la cultura que se considera la más ilustrada del planeta,
desde el instante en que se basa en la memoria mecánica, se vuelve retrógrada, anti-
democrática, «sin el sabor de creación de la tierra».
La democracia que hay que construir –la que ha de emerger de la erosión
progresiva de los mecanismos de poder del Estado-nación clásico– supone la repre-
sentación o la memoria colectiva de la experiencia histórica de la democracia polí-
tica, con sus afirmaciones y contradicciones, pero transformada por el nuevo marco
social de la Baja Modernidad, en que la actitud y el comportamiento democráticos
deben extenderse orgánicamente a todas las esferas de la existencia cotidiana del
socius, transformándose en fenómeno de sentido común.
El sentido común democrático presupone un modelo sociocultural que
confiere al sujeto individual y colectivo una relativa autonomía en relación con el
proceso de formación de la voluntad y de las posibilidades de apertura hacia el
Otro. Voluntad y apertura son facultades ligadas a los mecanismos psicocognitivos
del sujeto.
La cuestión es saber cómo organizar este sentido común a partir de
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
valores humanos que se hacen cada vez más escasos en los espacios urbanos
«megamaquinales», en los que la descomposición acelerada de grupos comunitarios,
en ausencia de mediaciones simbólicas adecuadas, provoca desequilibros y anomias
sociales.
La tendencia más corriente hoy en día es la de cuestionar el campo de la
comunicación y de las tecnologías comunicativas que, bajo la influencia de un
verdadero paradigma analógico-digital, constituye una mutación de los modos de
integración de los mecanismos psicocognitivos del sujeto en el orden social contem-
poráneo. La pregunta que se planteaba al inicio de esta ponencia es: ¿existe el
«mundo de la vida» en el seno del régimen tecnocomunicativo contemporáneo?
Mucho se ha dicho sobre telepopulismo televisivo y sobre la opinión
pública formada por los flujos tecnoculturales de un sistema estadístico, en el filón
de la economía de mercado. Sin embargo, ante las modificaciones técnicas sugeridas
por las tecnologías de la información de última hora, Internet en particular, la
actitud más corriente consiste en insistir en las inmensas posibilidades de elección o
de libertad que se le ofrecen al consumidor, en lo sucesivo emancipado, aparente-
mente, de su condición pasiva o de las servidumbres comerciales. Las metáforas de
la «inmersión» y de la «navegación» tienen, así, vía libre.
Sin embargo, habría que rendirse a la evidencia de que los nuevos dispo-
sitivos tecnológicos permiten o permitirán a las empresas y a la economía de
mercado controlar a los potenciales consumidores de manera mucho más eficaz y
«capilar». Gracias a nuevos sistemas televisivos (cable, pay for view, video on
demand, etc.), se puede conocer al espectador individualmente por sus actos de
consumo, a medida que las transacciones comerciales se van intensificando a través
de las redes telemáticas.
Si bien es verdad que este nuevo orden tecnológico aumenta la capacidad
de acceso de ciertos grupos a vagas fuentes de conocimiento, estimula por otra parte
un crecimiento, sin duda exponencial, del poder de una publicidad de mercado
amenizada con recursos inéditos de marketing directo. El flujo de datos sobre el
individuo que el sistema empresarial podrá controlar es de tal envergadura que pone
ya en cuestión la romántica libertad «navegadora», proclamada como una utopía
ciberespacial.
La idea liberal o neoliberal de un mercado autorregulado, independiente
de otras variables humanas, se desdobla en una noción de comunidad puramente
electrónica, destinada a ocupar el tiempo mental de los individuos y produciendo
únicamente, igual que una droga, stress cognitivo. El encuentro del «misterio de la
Comunicación y Lebenswelt 261
1. Esta presentación va seguida del debate que tuvo lugar en Río de Janeiro el 22 de abril
de 1999.
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
Nadie les preguntó a los japoneses si querían ser democratizados. La democracia les
fue impuesta con la misma fuerza y la misma dictadura de que se acusaba al Mikado.
El maestro de Kioto invitó, entonces, al antropólogo a asistir y presenciar la cere-
monia del té. El antropólogo se disculpó, no podía aceptar la invitación porque no
disponía de mucho tiempo, aún tenía que visitar otras regiones. Bastaba con que los
monjes del monasterio de Kioto respondiesen a las trescientas preguntas desde el
punto de vista del zen.
El maestro lo hizo sentar, le tendió una taza zen y le dijo que le serviría el
té, que todos responderían a sus preguntas. El antropólogo extendió la taza y el
monje comenzó a verter el agua caliente sobre las hojas de té, y continuó vertiendo
hasta que el agua empezó a rebalsar el recipiente. El antropólogo se levantó y
exclamó: «¡ya está llena, no cabe nada más en la taza!». El maestro devolvió
entonces el cuestionario con las trescientas preguntas y le advirtió: «ya está lleno,
no cabe ninguna respuesta más». Esta es la historia de una cabeza llena que ya no
piensa más. Al menos no piensa con respecto al silencio.
Para comprender el pensamiento del silencio se impone otra cualidad de
ser, otra índole de lectura de los fenómenos, se exige otro nivel de realización, dife-
rentes de la comprensión y del conocimiento al servicio de la operación y de la
producción. Para todo esto es necesaria una paciencia extraña, aquella paciencia de
la que habla el fragmento dieciocho de Heráclito, cuando dice: «la espera de lo ines-
perado es condición para tener la posibilidad de encontrarlo».
Como transformarse es penoso, como esperar lo inesperado angustia,
como crecer da trabajo y madurar crea dolor y sufrimiento, el silencio del pensa-
miento es, naturalmente, oscuro, confuso, enigmático y difícil de comprender.
Cuando se está por debajo del nivel en el que se mueve el pensamiento, el silencio
no se puede comprender, y por eso su contribución y su advenimiento son siempre
un obstáculo. La experiencia del silencio indica la disposición de abrirse, de estar
contínuamente disponible para las transformaciones de los padrones de comporta-
miento y de las fuerzas instauradoras de estructuras y expectativas.
Los grandes pensadores de la historia de Occidente siempre hablaron en
términos de paradojas y contradicciones. Por eso se dice que los filósofos se carac-
terizan por ese contradecirse mutuamente, donde uno dice «sí» el otro dice «no». Y
la característica de un filósofo original consiste en contradecirse a sí mismo y
cuando dice «sí» dice, al mismo tiempo, «no».
Para evitar la paradoja y escapar a la contradicción sólo contamos con un
camino: substituir lo real en la simplicidad de su realización por sistemas de teorías
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
Eduardo Portella
Esta exposición del profesor Carneiro Leão llama la atención sobre el estatuto onto-
lógico del silencio en el marco del pensamiento a lo largo de la historia de
Occidente. Uno de los envites de este esfuerzo común que nos ocupa es justamen-
te el de definir el recorrido de la metafísica objetiva como un lugar de estridencia,
un lugar donde el clamor ha predominado, un lugar del que se ha excluido el silen-
cio. La manera de ser del conocimiento ha sido, en gran medida, un movimiento
hacia la eliminación, hacia la exclusión del silencio.
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
que sea el silencio del pensamiento, no agota, por su función, la parte de realidad
que el pensar recibe de lo real. Respetar, dentro de ciertos límites, esta donación de
realidad a través de lo real es lo que distingue al silencio. El silencio no es, entonces,
lo contrario de la palabra. Precisamente, no existe sino porque existe la palabra,
porque se dice algo, porque se opera un cierto tipo de transformación sonora.
Lo que el pensamiento del silencio subraya es que no se debe rehusar la
escucha de lo que se retira, como el silencio, en el clamor de lo que se piensa, de lo
que se dice, de lo que se conoce, de lo que se obra. Para todo todo ello existe más
de una forma de operación, de conocimiento. La que disponemos no agota todo el
potencial de la realidad operable. ¿Dónde se encuentra ese «algo más»? Es «puesto
en silencio» en lo que se llega a obrar, a trabajar, a producir. Por tanto, el pensa-
miento del silencio no se propone ser un substituto del pensamiento final, comple-
to, total, universal, de todas las tentativas que han hecho los pensadores a lo largo
de la evolución histórica de Occidente. Lo que viene a mostrar es que, entre todos
esos pensamientos, lo que constituye verdaderamente la creatividad permanecía en
silencio. Dirigir la atención de nuestra palabras hacia el silencio de lo que decimos
constituye el desafío del pensar futuro.
Eduardo Portella
Me parece que está más o menos claro que el pensamiento del silencio no es un
pensamiento alternativo y que el silencio no es un no-decir. El silencio es todo lo
que se dice en lo que se calla. En consecuencia, el silencio es la palabra concentra-
da a un nivel de máxima densidad, la palabra reforzada hasta el punto de que ya no
tiene alternativa sino de callar. De callar para decir más. Hasta donde lo he com-
prendido, no debemos jamás ver al silencio como a un pensamiento alternativo; no
se trata de oponer el silencio a un pensamiento vigente, al pensamiento que acaba
de gestarse, o a las posibilidades del pensamiento. Se trata, simplemente, de añadir
a las modalidades de ser del pensamiento esta modalidad furtiva y poco visible que
ha sido demasiado poco escuchada y que es la modalidad del silencio.
Muniz Sodré
En las comunidades y terreiros de Bahía hay un proverbio que dice que «el silencio
da a luz a la palabra», es el silencio el que engendra la palabra. Es entonces de la
palabra que nace el silencio. Aristóteles utiliza también un término que Emmanuel
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
Carneiro Leão conoce bien –epieikia–, que se traduce del griego como «rectifica-
ción», «adaptación de las leyes a la complejidad de lo real», ya que la complejidad
de lo real es siempre más grande que lo que la ley, el ordenamiento y la regla insti-
tuyen. No por falta de la ley, sino por la complejidad, las peripecias y las dificultades
que encuentra toda realización de lo real. Es pues necesario rectificar la ley ince-
santemente para acomodarla a lo real.
Pero esta diferencia entre la regla y este espacio ofrecido por su puesta a
punto, esta diferencia entre la palabra y lo que la engendra, que es el silencio, me
llevan a evocar otro término griego, la fronesis, que es en verdad el saber ético, un
saber que se opone al saber delimitante, determinado, prefigurador, que es el saber
técnico y el saber por sí mismo, un saber que hace también posibles la coexistencia
y la relación con el otro. Por tanto un saber visceralmente, radicalmente, ético.
Pienso que esta cuestión del silencio, el hecho de considerar los límites
de la palabra, los límites de la regla, tiene así mismo una aplicación práctica. Por
ejemplo, cuando se habla en estos momentos de reforma de la enseñanza, de
reforma de las universidades, de reforma en las reservas del saber, de las posibili-
dades del saber, la posición del Ministerio de Educación y Cultura (que es también
un poco la del Banco Mundial en las instrucciones que proporciona) es, actual-
mente, de desacreditar todo saber, todo discurso que no esté directamente ligado a
la ley de la técnica, a la ley del saber para producir, a la ley del saber para erigir.
Entonces se empiezan a suprimir en las universidades los campos del saber que no
estén directamente destinados a una utilización. Yo diría, refiriéndome a lo que ha
dicho Carneiro Leão, que la posibilidad de reflexión y de pensamiento es un lugar
de silencio. Es el lugar del silencio en relación con la técnica, en relación con el
saber productivo. Es, por tanto, el lugar y la posibilidad de una fronesis. Creo que
la utilización y la posibilidad de utilizar este tipo de pensamiento es actualmente
uno de los caminos para volver a ligar la educación a la cultura y al pensamiento,
y para revisar el lugar y la posición de la filosofía y de las ciencias humanas en el
contexto general de esta tecnologización del saber.
Eduardo Portella
Encuentro su observación muy oportuna, ya que lo que define, por lo menos a las
políticas públicas brasileñas en materia de educación y cultura, es una ausencia de
pensamiento, como si asistiéramos a una suerte de pilotaje automático, de vuelo
rasante. Y ello se efectúa, como usted bien lo ha analizado, en íntima conexión con
El pensamiento al servicio del silencio 275
los modelos políticos del Banco Mundial. En el esfuerzo de reflexión que incluye el
silencio, sería difícil sostener una conversación monetaria que nos permita saber
dónde está el coste y dónde el beneficio. Pienso que su observación toca una realidad
muy próxima a todos nosotros, realidad fundamental en la vida del país.
Ivan Junquera
Desde el punto de vista de la filosofía y del lenguaje, ¿cuál sería el lenguaje de comu-
nicación del pensamiento del silencio? Cuando Heidegger dice que el lenguaje es la
casa del ser, ¿en qué se convierte la situación del pensamiento del silencio, desde el
punto de vista de un lenguaje que se transmite?
Claudius Waddington
¿Se ha referido ya, la filosofía occidental, al horizonte del silencio a través del
concepto de alteridad? Si tal es el caso, ¿ha ayudado a la comprensión, tanto del otro
como del horizonte del silencio?
infranqueable del Mismo, del sí-mismo y de sus poderes, de sus potencias. Pues el
conocimiento está dotado de un poder extraordinario, pero ese poder no es abso-
luto. Esto es lo que la poesía y la alteridad, el Otro, aportan como contribución del
silencio.
Pedro Lyra
Si el pensamiento del silencio está articulado al Otro, ¿qué sería el Otro del silencio?
¿Será el decir? ¿Qué sería, entonces, el silencio del poema? ¿Lo que no dice, lo que
sugiere? ¿lo que está escondido en las metáforas o en las insinuaciones de ese
lenguaje que no dice explícitamente?
Muniz Sodré
Jean Baudrillard cita en uno de sus libros un cuento que aprecio mucho, una especie
de parábola que cuentan los monjes tibetanos que pasan sus vidas recitando el
nombre de Dios. Hay diez mil millones de nombres y el culto consiste, principal-
mente, en recitarlos. Un día, técnicos de IBM visitan a esos monjes del Tíbet y les
proponen la creación de un programa que permita a los ordenadores pronunciar
rápidamente todos los nombres. Los monjes aceptan, pero añadiendo que, según la
profecía, el mundo acabará cuando todos los nombres de Dios hayan sido pronun-
ciados. Obviamente los técnicos, que no creían en ello, diseñan el programa, y al
cabo de algunas horas, las computadoras, con una rapidez extraordinaria, recitan
todos los nombres de Dios. Mientras los monjes esperaban, los técnicos, comen-
zaron a descender de la montaña, y vieron, a mitad del camino, cómo las estrellas se
iban apagando, una a una. Entonces exclama uno: «se diría que el fin del mundo ha
empezado». Y así se acaba el cuento.
Esta idea de la recitación, de la utilización de las palabras y del conse-
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
cuente fin del mundo por la utilización de los nombres de Dios, me parece particu-
larmente ligada a la poesía, porque que el silencio, creo, interviene aquí como la
posibilidad de aniquilar el valor de la utilización, el valor de cambio que la lengua
impone a las palabras, es decir, la economía política del sigma de las palabras que es
establecida por el código de la lengua. Es lo que Roland Barthes propone cuando
dice que la lengua es fascista. La expresión es un poco exagerada, pero toda lengua
es un código de restricciones.
Sea abstracta o concreta, la poesía es una manera recurrente de aniquilar,
ya que la función del poeta, con todos los recursos que utiliza, es la de invertir en la
lengua y de crear nuevos horizontes, nuevas posibilidades, pero aniquilando el valor
de utilización habitual, convencional y burgués de las palabras. Hay, entonces, diría,
una alteración del aniquilamiento del valor estable del signo. Veo pues, en ello, otra
lección de silencio que muestra que, incluso la utilización de la palabra tiene sus
límites, y que el límite de la palabra y de su valor es el silencio.
Eduardo Portella
Muniz Sodré ha sido muy explícito y muy claro. La poesía no puede realizarse sino
al nivel de los sistemas de signos, no puede ser solamente lengua. Pasar por la
lengua es indispensable, pero quedarse en la lengua no lo es. Nadie deviene poeta
permaneciendo únicamente en la lengua. El lugar, el depositario inviolable de la
lengua, las residencias oficiales de la lengua, son los diccionarios y las gramáticas.
Y yo dudo que alguien no haya sonreído o llorado alguna vez ante un diccionario
o una gramática. Es por ello que la lengua debe ser transformada en lenguaje para
que se llegue a la dimensión poética, al lugar poético si lo preferís. Hace falta alterar
el sistema autoritario de la lengua y engendrar el lugar del lenguaje. Es en el
lenguaje donde reside la poesía, aunque el lenguaje tenga que pasar obligatoria-
mente por la lengua.
Hillary Wiesner
¿Por qué la filosofía tradicional, clásica, como ha sido practicada durante siglos en
Occidente, desemboca hoy en una suerte de aporía, se encuentra en un punto
muerto? Quizás se deba a un error fundamental que reside en la imagen que los filó-
sofos tienen de ellos mismos y de su disciplina, de su esfera de competencias y de
sus límites. A veces la filosofía y la lógica tradicionales aclaran los problemas aún si
El pensamiento al servicio del silencio 281
no los resuelven. Mas, muy frecuentemente los multiplican. Conviene recordar que,
en su tratado sobre la paz perpetua, Kant escribió que aún si la paz absoluta y
perpetua descendiera sobre la Tierra, quedaría siempre un grupo de seres vivos que
continuaría combatiéndose mutuamente por toda la eternidad. Ese grupo, segura-
mente, es el de los filósofos. Kant lo subraya citando un poema de Kästner:3
Auf ewig ist der Krieg vermieden,
Befolgt man, was der Weise spricht;
Dann halten alle Menschen Frieden,
Allein die Philosophen nicht. 4
En efecto, para los filósofos a todo «sí» corresponde un «no». Y para todo
«no», hay un «sí». Para toda generalización hay excepciones. Y para cada afirma-
ción existe un nivel de generalidad o bien de especificidad, o una perspectiva según
la cual esta afirmación es falsa. Heráclito y Parménides tenían razón, ambos.
Recuerdo también una reflexión del poeta Baudelaire que explica que la incom-
prensión mutua hace girar al mundo y hace posible la vida colectiva. Si un día la
gente comenzara a comprenderse, los conflictos de lógica serían incesantes.
Por eso creo que el siglo por venir nos aportará, debe aportarnos, un
conocimiento de las fronteras y de los límites de la racionalidad, de la lógica
clásica binaria y del reduccionismo cegador. Necesitamos coordinar los instru-
mentos de percepción con sus materiales de estudio, para identificar por fin los
límites de esos instrumentos y saber lo que no sabemos. El instrumento de
percepción determina lo que es percibido. Hay ciertas escuelas de filosofía, como
la fenomenología de Husserl, o los intentos de aproximación transdisciplinarios,
que nos permiten sobrepasar esas coacciones de la filosofía clásica y tradicional y
darnos cuenta hasta qué punto esta filosofía está inadaptada al estudio de los
problemas complejos.
Más aún, el porvenir, acaso, terminará enterrando el positivismo –al
menos, lo espero– e irá más allá de la falaz oposición entre ciencia y religión. Es
también necesario poner fin a la reivindicación de hegemonía de la filosofía analí-
3. «Ankvendigung des nahen Abschlusses eines Traktates zum ewigen Frieden in der
Philosophie», en: Berliner Monatsschrift, diciembre de 1796, p. 485-504.
4. Por siempre se evita la guerra,
Siguiendo lo que el sabio dice;
En paz los Hombres vivirían.
Excepto los filósofos. (Trad. L. A. Bredlow).
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
sofía debe callar, principalmente, sobre lo que más le pertenece, su aspecto metafí-
sico, el aspecto que no llega a problematizar de modo claro y preciso.
Hegel sostenía que cuando la razón problematiza la realidad, lo hace
buscando la racionalidad, ya que «el todo» es racional. Por lo tanto esta línea
posmoderna, esta primera vertiente, comienza a rechazar la creencia en la realidad
y a creer de modo radical en la racionalidad. Acaba por abandonar la cuestión
propia de la razón y parte, naturalmente, a la búsqueda del «otro» de la razón.
Es entonces que se produce el otro «viraje lingüístico», pragmático, que
Habermas intenta reformular de un modo intersubjetivo: se trata de la cuestión de
la Modernidad. Es interesante subrayar que de la Modernidad de la que hablamos
de un modo tan evidente, no es nada clara, siempre ha sido extremadamente
ambigua, y por eso da lugar a tantas interpretaciones. En cierto modo, si esta inter-
pretación intersubjetivista –me refiero aquí a la teoría del obrar comunicacional de
Habermas–, procura continuar en esta línea, es porque la Modernidad, según lo veo,
es un proyecto de razón, un proyecto de pensamiento, un proyecto de interpreta-
ción de la realidad, un proyecto hacia un camino de interpretación de la realidad aún
inconcluso y que lo será siempre. Vale la pena continuarlo, vale la pena continuar
creyendo en él.
Demás está decirlo, si nos situamos en de la línea postmetafísica de
Habermas a fin de continuar, de trabajar y de comentar ese trabajo de la razón, nos
encontramos de golpe en el campo de una teoría crítica de la sociedad. De donde la
necesidad de ubicar a la razón en un contexto de práctica. Se trata de una razón
siempre atraída por lo que se llama, de modo muy vago y por demás ambiguo, la
autonomía y la emancipación del sujeto humano. No se interesa solamente –y la
crítica de Heidegger lo corrobora–, de reproducir, de representar la realidad. Su
objetivo es siempre el de transformar la realidad proyectando el punto focal de la
emancipación del sujeto humano.
A partir del momento en el que nos hemos situado en la perspectiva de
una teoría crítica de la sociedad, es posible descubrir que ese camino del pensa-
miento puede conducir hacia lo que llamaría una racionalización comunicacional de
la existencia humana o del «mundo de la vida». Reconozco, por otro lado –y todas
las críticas del «autoritarismo» y aun del «terrorismo» de la razón comunicacional
lo han hecho ya–, que puede también conducir a una razón funcionalista. Es nece-
sario tener siempre en cuenta esta doble posibilidad. Pero hay que tener valor para
permanecer en la primera alternativa, según Habermas lo observa. Hay que tomarlo
como un desafío. Si llevamos la razón, es decir, la Modernidad, al contexto de una
El pensamiento al servicio del silencio 285
Claudius Waddington
¿No es curioso que en una época donde aparentemente todo el mundo disfruta de
la libertad de hacer cualquier cosa –en el que hay incluso un clima de «todo vale»,
de «liberación total»– nos topemos aún con la necesidad de emancipación del
Hombre?
Muniz Sodré
Yo me planteo cada vez más preguntas sobre la teoría del obrar comunicacional.
Habermas presupone una racionalidad sustancial en el intercambio dialógico, es
decir, en la comunicación misma, como si esta racionalidad pudiera surgir –inde-
pendientemente de las situaciones concretas e históricas–, casi como por obra del
Espíritu Santo. Como si la razón fuese algo metafísicamente intemporal, que cae
sobre las situaciones. Como si esa racionalidad se hiciera en el diálogo, lógicamente,
exponiendo lo que el error y la ilusión aportan y lo que prohiben. Digamos,
entonces, que lo que toda ética ambiciona –lo justo– sería, por así decirlo, ajustado,
«pactizado», obtenido cuando la racionalidad substancial, conducida por el inter-
cambio comunicacional, expusiera, demistificara los errores de las ilusiones. Pero
me doy cuenta de que ese justo no es únicamente velado por errores e ilusiones, sino
El pensamiento al servicio del silencio 287
también por la ceguera que proviene de las pasiones. Y la pasión de la razón tal
como se presenta en el mundo puede ser cegadora.
Es esta ceguera lo que me parece constituir el límite del sistema de
Habermas. Pues la razón entronizada es siempre la razón occidental, esta misma
razón que falla siempre en los momentos precisos, aunque lo que sucedió en los
Balcanes es perfectamente racional. Lo que sucedió allá fue un nuevo nomos –lo que
demuestra Carl Schmitt, teórico del Estado moderno–; siempre hay un nomos, una
regla de distribución de la tierra en los espacios impuestos por Occidente. Primero,
por estado de excepción se constituye la excepción soberana, se crean las reglas, se
crea la razón. Después, eso debe cambiar. El sujeto se sustrae de nuevo a la razón,
se sustrae a la regla, y crea un nuevo nomos. No se trata de un retorno al estado
natural o salvaje, sino simplemente de un retorno a un estado de excepción de la
civilización humana, para instituir sobre la Tierra un nuevo nomos, una nueva regla
de distribución de los espacios nacionales o regionales. La razón, tal como se
presenta, con esta inmutabilidad, se convierte en un juego. Es la única razón que
tenemos y, en realidad, no sé si funciona verdaderamente, ya que lo que se produce
primero es siempre el hecho, es siempre el acto, siempre la fuerza, después el
discurso de la razón lo cubre todo. Y esto no me parece del todo ajeno a las inten-
ciones del obrar comunicacional de Habermas.
Eduardo Portella
¿Ha habido, en el caso de Europa central, un choque de dos razones? O se trata de
dos expresiones de la misma razón hegemónica que, totalmente contrarias y refrac-
tarias a las impurezas, acabaron por chocar entre sí? Me parece muy interesante
acercarse a la cuestión de la Modernidad a partir de dos perspectivas: una, preferida
por los franceses, deconstruccionista, es la de creer que la Modernidad ha terminado
su recorrido y no tiene más nada que decir; la otra, reconstruccionista, de
Habermas, es la de creer que la Modernidad es un proyecto inacabado que nos
incumbe continuar.
En cierto momento el deconstruccionismo francés me atrajo, pero debo
reconocer que, como me señaló un día mi amigo Sérgio Paulo Rouanet, los
discursos edificantes de la Modernidad están aún en pie. Todas las campañas electo-
rales se hacen en nombre de la justicia, de la democracia, de la libertad, de las
grandes referencias que el Occidente ha vendido, ha colonizado, y con las cuales
continúa creando una hegemonía fundamental, ya sea bajo la forma de la impostura
Capítulo 3. H a c i a n u ev o s l e n g u a j e s
Los participantes
Rafael Argullol Murgadas, filósofo, autor de numerosos ensayos, entre los cuales El
quatroccento; La atracción del abismo; El héroe y el único; El cansancio de
Occidente, es también dramaturgo, novelista y poeta. Está a cargo de la cátedra
Estética y Teoría del Arte en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Sus inves-
tigaciones se centran en la filosofía de la cultura, los mitos culturales y literarios, y
la tragedia griega. Ha creado el concepto de escritura transversal, relativo al bloqueo
de los géneros literarios generados por la divergencia ideas-sensaciones.
Index
A B
Adorno, T W: 32, 33, 34, 35, 36, 37, 40, 41, Baja modernidad, v. modernidad
42, 43, 49, 57, 115, 283 Barbarie: 49, 56, 82, 83, 84, 86, 89, 90, 119,
África: 113, 117, 143, 150, 151, 174, 182, 183 154, 156, 174, 200
Alteridad: 16, 18, 34, 35, 42, 65, 67, 72, 84, Baudelaire, C: 137, 140, 281
85, 87, 91, 92, 127, 128, 134, 156, 178, 179, 196, Baudrillard, J: 69, 70, 71, 73, 79, 80, 115, 194,
199, 221, 223, 227, 231, 242, 245, 251, 253, 256, 199, 279
257, 259, 265, 268, 278, 279, 282, 285, 286 Benjamin, W: 46, 109
América del Norte: 124, 129, 131, 135, 143, Borges, J L: 115, 130, 157, 196
176, 194, 211 Budismo: 8, 41, 270, 275, 283
América Latina: 80, 113, 135, 152-154, 155,
156, 158, 159, 182, 229, 231 C
Antigüedad griega: 8, 48, 71, 73, 75, 82, 149, Caos: 16, 54, 62, 67, 79, 85, 118
156, 249, 263, 264, 276, 278 Ciencias exactas, hegemonía de las: 38,
Antropología: 30, 115, 121, 186, 187, 205, 112, 149
222, 226, 234, 236, 238, 240 Ciencias exactas: 27-29, 31, 62, 118, 125, 129,
Apel, K O: 44, 240, 241, 242 136, 138, 143, 144, 147, 149, 159, 173, 176, 177,
Arendt, H: 50, 51, 53, 54, 55, 57, 59, 135, 178, 178, 185, 186, 187, 214, 215, 276, 277, 281,
204, 252 284, 283
Aristóteles: 17, 56, 71, 158, 165, 264, 278 Ciencias sociales y/o humanas: 28, 29, 64, 73,
Arte: 15, 19, 25, 26, 35, 60, 72, 73, 81, 75, 111, 112, 125, 132, 136, 138, 140, 147, 147,
99, 108, 115, 119, 121, 130, 136, 137, 138, 140, 150, 151, 179, 233, 236, 274
174, 180, 181, 183, 183, 184, 192, 199, 202, Compasión: 82, 97
205, 205, 207, 209, 210, 211, 212, 213, Comte, A: 95, 250
214, 215, 216, 234, 249, 283 Conciencia: 7, 16, 24, 63, 66, 70, 79, 106, 256
Asia, v. Oriente Contradicción: 15, 158, 194, 265
Creencia: 52, 54, 60, 161, 199
Index
Ilustración (la): 17, 43, 50, 108, 115, 118, 121, Luhmann, N: 140, 192, 211
129, 143, 193, 252 Lukács, G: 86, 126, 204, 208, 283
Indeterminación 62, 106, 108, 194
Individualismo: 51, 74, 251, 253 M
Inhumano: 62, 63, 66, 97 Mal: 56, 57, 78, 84, 91, 199, 257
Intelectual, papel del: 36, 38, 89, 98, 99, Marx, K: 25, 28, 70, 85, 86, 91, 95, 105,
111, 112, 114, 131, 135, 138, 140, 142, 158, 143, 113, 124, 130, 132, 137, 167, 172, 191, 196, 217,
151, 152, 155, 164, 166, 168, 169, 170, 252, 283
171, 173, 175, 176, 177, 179, 179, 179, 184, Media: 18, 64, 78, 80, 90, 94, 95, 97, 98,
185, 187, 188, 189, 259 99, 112, 117, 131, 147, 149, 197, 200, 200, 201,
Intersubjetividad: 44, 241, 285, 285, 286 205, 258, 260
Mestizaje: 117, 119, 152, 159, 159
J Metafísica: 15, 16, 23, 25, 26, 27, 30, 32, 33,
Jaspers, K: 74 65, 81, 106, 107, 111, 129, 167, 175, 195, 264,
Judeo-cristianismo: 49, 51, 52, 74, 80, 113, 272, 277, 282, 285
123, 126, 136, 139, 163 Mito: 19, 75, 118, 124, 137, 174, 249, 278,
Juego: 66, 67, 69, 79 Modernidad: 16, 17, 18, 42, 43, 52, 54, 57, 71,
Justicia: 55, 57, 58, 93, 119, 207, 208, 211, 75, 79, 80, 90, 96, 106, 107, 112, 114, 115, 126,
211, 216, 217, 218, 285, 287 129, 130, 133, 134, 135, 136, 137, 138, 159, 161,
163, 165, 167, 172, 173, 189, 191, 193, 193, 195,
K 200, 204, 205, 207, 210, 217, 247, 249, 250, 252,
Kant, E: 24, 25, 33, 34, 43, 57, 111, 122, 175, 252, 283, 285, 284, 286, 287
178, 179, 193, 214, 215, 216, 281 Multiculturalismo, v. pluralismo
Mundialización, v. globalización
L
Lacan, J: 62, 194, N
Lenguaje: 9, 19, 23, 30, 31, 32, 38, 62, Naturaleza: 29, 74, 76, 77, 82, 118, 119,
64, 66, 69, 74, 78, 94, 106, 112, 113, 118, 125, 173, 178
126, 128, 141, 148, 158, 162, 163, 181, 189, Nietzsche, F: 8, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 32,
206, 212, 215, 244, 245, 248, 255, 257, 263, 266, 33, 38, 39, 43, 72, 79, 95, 109, 110, 113, 116,
271, 272, 275, 276, 280, 282, 283, 286 117, 126, 129, 130, 167, 169, 171, 188, 217, 249,
Lévinas, E: 32, 34, 35, 36, 43 255, 277
Lévi-Strauss, C: 125, 165, 194, 225, 226, 227, Nihilismo: 26, 27, 117, 118, 138, 148
228, 230, 231, 233, 236 Normatividad, v. derecho
Leyes, v. derecho
Liberalismo: 84, 86, 121, 164, 165, 167, 169, O
169, 217, 258, 260 Objeto: 42, 44, 45, 57, 61, 62, 65, 66, 71, 72,
Libertad: 16, 17, 19, 41, 84, 86, 87, 97, 98, 73, 75, 77, 79, 80, 106, 268
114, 121, 161, 218, 260, 261, 285, 287 Occidente: 7, 15, 70, 71, 80, 81, 82, 83, 84, 85,
Literatura: 85, 115, 116, 119, 129, 130, 136, 86, 90, 92, 98, 123, 125, 127, 136, 139, 145, 151,
140, 147, 151, 155, 159, 169, 201, 211, 234, 275, 231, 264, 269, 271, 276, 277, 278, 280,
276, 277, 279 287, 288
Lógica: 23, 25, 56, 68, 111, 206, 264, Ontología: 24, 34, 40, 41, 111, 148, 177, 186,
276, 277, 280 189, 268, 271
Index
W
Weber, M: 44, 126, 159, 189, 217, 236
Wittgenstein, L: 30, 31, 212, 241, 266, 283