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Diego Gracia
Bioética mínima
Madrid, 2019
COLECCIÓN HUMANIDADES MÉDICAS, N.º XX
Bioética mínima
1.ª edición, Madrid, Triacastela, 2019
© Diego Gracia, 2019
Impresión:
ISBN: 978-84-95840-96-7
Depósito legal: XXXX
Índice
Prólogo................................................................................................... 9
1. La experiencia moral........................................................................ 19
2. Hechos, valores, deberes.................................................................. 39
3. La deliberación y sus sesgos. ........................................................... 63
4. El origen de la vida.........................................................................107
5. El final de la vida. ..........................................................................145
Conclusión. ..........................................................................................177
Bibliografía..........................................................................................283
Prólogo
de casi todas las funciones vitales del organismo, lo que hizo surgir
una categoría nueva, hoy de dominio común, las llamadas «técnicas
de soporte vital», que fue preciso reunir en servicios hospitalarios de
nueva creación, las unidades de cuidados intensivos, a las que algo
después se unieron, con fines muy distintos, pero en cualquier caso
complementarios, las unidades de cuidados paliativos. Y junto a unos
avances y otros, los del principio y los del final de la vida, los no me-
nos sorprendentes ni revolucionarios que han afectado al diagnóstico
médico en el medio de la vida, como son las llamadas, nueva cate-
goría, «técnicas diagnósticas no invasivas», a la cabeza de todas el
humilde ecógrafo.
Se comprende, a la vista de lo anterior, que durante décadas haya
cundido la sospecha de que la bioética era el nuevo rostro de la clá-
sica ética médica. Se trataba, por tanto, de una más entre las éticas
aplicadas. De igual modo que existe una ética del periodismo o de la
abogacía, hay otra, curiosamente más antigua que todas las demás, la
ética médica, o la ética de las profesiones sanitarias, que últimamente
habría cobrado importancia nueva y a la que por tanto se designaba
mediante un nombre también nuevo, el de bioética.
Desde hace muchos años vengo protestando contra este modo de
entender la bioética. De hecho, no fue esa la idea de su fundador,
Potter. No se trataba de una ética aplicada más, la ética de las profe-
siones sanitarias, sino de la ética de la vida. Aquella confrontación
Este-Oeste, propia de los años cincuenta y sesenta, ha ido poco a poco
disolviéndose, a la par que surgía otra igual o más grave, la confron-
tación Norte-Sur, que es precisamente la confrontación de la vida,
del presente y futuro de la vida sobre el planeta, y de la calidad de
vida. Hace algunas décadas esto no era fácil de argumentar, y me-
nos cuando se hablaba a público sanitario. Pero hoy todos nos hemos
convertido, velis nolis, en ecologistas. Ya no hace falta dar grandes
explicaciones. De lo cual se deduce algo de la máxima importancia,
que la bioética, lejos de ser una ética aplicada, es la ética sin más, la
ética propia de la sociedad humana en estos albores del siglo XXI.
PRÓLOGO 13
del reino de los fines kantiano, en la que los seres humanos puedan
llevar a término sus ideales de felicidad y perfección. Las situacio-
nesreales nunca se adecuarán completamente a esos cánones ideales,
por lo cual la norma jurídica habrá de expresar unos «mínimos» de
justicia, que no cubran, pero tampoco impidan el que las personas
concretas puedan hacer su vida yendo más allá de esos mínimos a
través de sus sistemas privados de valores y creencias, lo que daría
lugar al logro de las distintas «éticas de máximos». La ética mínima
sería, por tanto, algo así como los mínimos exigibles a todos a través
de normas en una sociedad de seres humanos bien ordenada, aunque
desde luego no perfecta.
Hace tiempo que vengo criticando esta distinción entre ética de
mínimos y de máximos. La ética no puede ser más que de máximos.
Su objetivo es tomar decisiones concretas de modo correcto, respon-
sable o prudente. Y eso exige siempre y necesariamente tomar la me-
jor decisión posible. Buen cirujano es el que hace la mejor operación
posible, y buen juez el que dicta la mejor sentencia posible. La ética
no va de lo bueno a secas sino de lo óptimo. Lo que no sea óptimo es
por definición malo. Así son las cosas. Hay que acabar con la vieja
cantinela de los preceptos y los consejos, como si los primeros mar-
caran el nivel exigible a todos y el segundo el campo que se deja a la
libertad de cada uno. Con el primero uno sacaría aprobado, o evitaría
el suspenso, y el segundo sería el nivel de los que aspiran a nota. Por
más que haya estado vigente durante siglos y siglos, esta doctrina
es impresentable, y debe su error a algo que también ha dominado
la historia de la ética más de lo que debía, a saber, que los preceptos
consisten en el cumplimiento de la ley, a la postre penal, cuyos lími-
tes no pueden, o al menos no deben ser traspasados, en tanto que los
consejos marcan una dirección, pero no establecen un límite. Todo
viene de la confusión entre ley y obligación moral, entre el derecho,
incluido el derecho natural, y la ética.
La ética, que es una disciplina práctica, no trata de lo que se debe
hacer en abstracto, o de la norma que hay que cumplir, sino de la
PRÓLOGO 15
conseguirá ser estrictamente justo. También en esto, las éticas del dis-
curso pecan de idealistas.
Aquí por «bioética mínima» no entendemos la ética del Estado, o
la que debería, en una situación ideal, caracterizar al Estado. Se trata
de «lo mínimo» o «lo imprescindible», aquello que nunca debe faltar
en un programa de ética. Lo cual significa, cuando menos, dos cosas.
Primera, que dejará fuera muchos temas y problemas que tanto el
autor como probablemente también el lector considerarán muy intere-
santes, y de los que este minimalismo obliga a prescindir. Y segunda,
que todos esos capítulos, con ser muy importantes, no es imprescin-
dible tratarlos aquí. La razón está en que pueden ser analizados autó-
nomamente por el propio lector, siguiendo las pautas aquí ofrecidas.
Más que tratar todos los temas, algo por principio imposible, lo im-
portante es proveer al lector con los instrumentos necesarios para que
él mismo pueda llevar a cabo esa labor. Como la bioética va de tomar
decisiones correctas, es conveniente, más aún, imprescindible seguir
un método de análisis, y ese es el que se intenta exponer a lo largo
de los tres primeros capítulos del libro. En los otras dos, el método
descrito se aplica a dos grandes áreas de problemas, los relativos al
comienzo y al final de la vida. El lector puede tomar estos últimos
capítulos como ejercicios de aplicación del método, que luego él po-
drá y deberá ir aplicando a todos los demás. Y como conviene que el
método tenga un nombre, démoselo ya desde el principio. Se llama
«deliberación».
Todo tiene su génesis, y este pequeño libro, también. Surgió de
una demanda que me hizo el Patronato de la Fundación Politeia: dar
un breve curso de cinco lecciones al numeroso y selecto público que
año tras año sigue sus cursos. El de 2017-18 estuvo dedicado a la
historia y cultura en las décadas finales del siglo XX y los comien-
zos del XXI. Como novedad importante surgida en esos años, di una
conferencia sobre el nacimiento y desarrollo de la bioética. Para mi
sorpresa, fueron muchos los oyentes que se vieron sorprendidos. Así
que me pidieron un seminario más amplio, de cinco lecciones, para
PRÓLOGO 17
La experiencia moral
EL FENÓMENO MORAL
Como resumen de todo lo anterior, cabe fijar algunas de las notas más
características de la experiencia moral. Cuando menos, las siguientes:
Universalidad
Originariedad
Autonomía
distintos a los del deber; por ejemplo, por gusto, por comodidad, por
obediencia, por presión social, por imitación, etc. En todos estos casos
no se hacen las cosas por deber sino por otros motivos. Esto significa
que no se actúa por criterios moralmente autónomos sino moralmente
heterónomos. El significado etimológico de autonomía es autogobierno
o autolegislación. Aquí hablamos del autogobierno y autolegislación
morales, es decir, realizados por el motivo moral, que es el deber, no
por cualquier otro. Hay muchas proposiciones humanas que no son
morales ni imperativas, sino descriptivas (así, cuando digo «la mañana
está soleada», estoy haciendo un juicio de hecho, no un juicio moral).
Yo puedo formular este juicio porque quiero, es decir, autónomamen-
te, pero no por un motivo moral, en cuyo caso no se trata de un juicio
o una decisión moral. No cualquier decisión es moral. Para ello tiene
que estar hecha por deber, porque uno cree que debe hacerlo. Si es otro
el móvil de la decisión, esta no es directamente moral. Ello explica el
hecho de que muchas personas tomen decisiones autónomas (por ejem-
plo, pasear, o ir en autobús), pero que no son en el rigor de los términos
morales. Para que suceda esto último es preciso que lo hagan por deber
y no por otra razón. Cuando no sucede así, cuando se toman por un
móvil distinto del deber, las decisiones son moralmente heterónomas,
por más que se hayan tomado informada y libremente, es decir, aunque
sean autónomas en sentido coloquial, pero no en el moral. Una decisión
puede ser autónoma desde el punto de vista psicológico, jurídico, etc.,
y ser heterónoma en perspectiva moral, y viceversa. Pues bien, la expe-
riencia moral es la experiencia de la autonomía moral. Y eso es lo que
denominamos experiencia del deber.
Falacias y reduccionismos
mitivo, el originario. Según él, todo ser humano tiene ética, habida
cuenta de que todos tenemos hábitos o costumbres. Así se explica
que los antropólogos hablen de las costumbres morales de los habi-
tantes de las islas de Oceanía, etc. Este es el sentido amplio o impre-
ciso de los términos ética y moral. Porque no todos esos hábitos están
proyectados. La mayor parte, de hecho, no lo están. Quizá lo fueron
en un comienzo, pero luego, cuando la repetición de actos acabó
constituyendo un hábito, el proyecto fue disminuyendo en intensidad
hasta casi desaparecer. Y al final resulta que el hábito nos puede,
incluso cuando proyectamos hacer lo contrario. La medicina es buen
testigo en esta causa. Cuando se diagnostica en un paciente una dia-
betes tipo II, se le dice que debe cambiar sus hábitos alimentarios.
Y el paciente proyectará hacerlo. No solo eso, sino que comenzará
cumpliendo a rajatabla las prescripciones del médico. La experiencia
demuestra, sin embargo, que al cabo de meses o años, un amplio nú-
mero de personas habrá vuelto a sus hábitos alimentarios primitivos.
El hábito vence al proyecto.
Aún hay más. Todos comenzamos nuestra vida moral introyectan-
do las normas que nos dictan nuestras figuras de autoridad, padres,
maestros, líderes religiosos o sociales, etc. Nadie empieza proyec-
tando sus actos. El niño pequeño diferencia lo bueno y lo malo por
imitación de la conducta de sus mayores. En los orígenes de nues-
tras costumbres está la mímesis obediente, no el proyecto autónomo.
Dicho en términos más técnicos, todos comenzamos siendo moral-
mente heterónomos. Pues bien, hay que decir que la madurez moral
consiste en el paso de la heteronomía de la infancia a la autonomía
de la vida adulta; si se prefiere, del acto meramente imitado al acto
proyectado. Solo este último tipo de actos es moral en el sentido
estricto de la palabra, porque solo de estos somos verdaderamente
responsables. Cuando actuamos por mera imitación, si se prefiere,
por obediencia ciega, delegamos la responsabilidad de nuestros actos
en otras personas, padres, maestros, líderes, o en otras instituciones,
las iglesias, las normas jurídicas, los usos y costumbres sociales, etc.
42 BIOÉTICA MÍNIMA
bles pueden hacer que sea prudente o necesario hacer una excepción
a la regla, cual es el caso de la llamada guerra justa en lo relativo al
valor paz. Ni que decir tiene que quien hace la excepción tiene de su
parte la llamada en lógica carga de la prueba, de modo que si no es
capaz de justificar adecuadamente la necesidad de la excepción, está
obligado a no hacerla, y por tanto a seguir la regla.
que el lenguaje de los valores sea no solo más radical, sino también
más rico y plástico que el de las normas o los principios. Si de veras
queremos aprender a razonar moralmente sin concesiones, debemos
hacerlo a partir de los valores. Conseguido esto, todo lo demás se nos
dará por añadidura.
por sí mismo, sin referencia a ninguna otra cosa. Si del mundo desa-
pareciera la belleza, o la salud, o el amor, o la amistad, o la vida, o la
justicia, o la paz, creeríamos haber perdido algo valioso, por más que
no variaran las demás cosas.
Esta distinción entre valores intrínsecos y valores instrumentales
es fundamental, porque ambos tienen propiedades muy distintas. Los
valores instrumentales pueden permutarse entre sí sin problemas. Si
yo encuentro un fármaco que alivia mejor un síntoma que el que ve-
nía usando, lo cambio sin dilación. La segunda propiedad es que la
unidad de medida de los valores instrumentales es económica, es el
precio, de tal modo que su valor se expresa en unidades monetarias.
La moneda es el instrumento de los instrumentos, precisamente por-
que no tiene otro valor que el de cambio.
Opuestas a las dos citadas son las propiedades de los valores in-
trínsecos. En primer lugar, no son intercambiables, precisamente por-
que cada cosa con valor intrínseco es valiosa por sí misma. Un ser
humano no puede permutarse por otro, debido a que los seres huma-
nos estamos dotados de un valor intrínseco que es la dignidad. Pero
esto vale también para las realidades no humanas. Por ejemplo, la
belleza de un cuadro no es intercambiable por la de otro. Si perdemos
la belleza de los cuadros de Velázquez, habremos perdido un valor
intrínseco, por más que nos quede la belleza de los cuadros de Goya o
de Rubens. Los valores intrínsecos son valiosos por sí mismos, y por
esa razón no son permutables. Y además, no se miden en unidades
monetarias. Kant dijo que el ser humano tiene dignidad y no solo pre-
cio. Y Antonio Machado escribió que solo el necio confunde el valor
(intrínseco) con el precio (valor instrumental).
Los valores, sean intrínsecos o instrumentales, no están en el
aire sino en las cosas. Son estas las que estimamos como bellas o
feas, caras o baratas, etc. Esto se expresa diciendo que los valores
tienen «soporte», están soportados por las cosas. Dependiendo de
cómo sean estas, los valores se llamarán «materiales», si los soporta
cualquier cosa que tenga materia, «vitales», si solo los soportan los
HECHOS, VALORES, DEBERES 55
CULTURA Y CIVILIZACIÓN
uno. Lo que nos define como seres humanos no son los hechos sino
los valores que asumimos como propios, religiosos, culturales, polí-
ticos, éticos, económicos, etc. Es más, hemos protegido el mundo de
nuestros valores con unos derechos específicos, a fin de que resulten
impenetrables para los demás. Ese es el objetivo de los derechos a
la intimidad y a la privacidad, así como el de confidencialidad de
nuestros datos. Nuestros valores están escondidos en el lugar más
recóndito de nosotros mismos, y protegidos con derechos que les
hacen inexpugnables. De ahí que nos resulte violento exteriorizarlos,
y aún más el hablar y discutir sobre ellos. Es como desnudarnos de-
lante de otras personas. Si a esto se añade que en un proceso delibe-
rativo tales personas pueden dar razones a favor de valores distintos
e incluso opuestos a los nuestros, se comprende nuestra resistencia
casi instintiva a la deliberación sobre estas cuestiones. Deliberar so-
bre valores es muy difícil, y sin embargo constituye una auténtica
obligación moral. Es algo que hemos de aprender. Hay que partir del
principio de que en este proceso no pueden ayudarnos quienes tienen
nuestros mismos valores o piensan exactamente igual que nosotros,
sino aquellos que tengan perspectivas distintas a las nuestras. Ellos
son los que pueden ayudarnos a madurar, a ver los puntos débiles de
nuestros valores, a modificarlos, perfeccionarlos, etc. Ni que decir
tiene que para esto hay que aprender a escuchar, a considerar que
quien tiene valores distintos a los nuestros puede tener, al menos,
tanta razón como nosotros, a respetar a los disidentes, sin por ello
convertirlos en enemigos, etc. Algo que debería aprenderse desde la
escuela primaria, pero que en las actuales situaciones resulta extre-
madamente difícil de aceptar.
Finalmente, la deliberación tiene un tercer estrato. No solo hay
que deliberar sobre los hechos y sobre los valores, sino también so-
bre los deberes. Esto de nuevo necesita de entrenamiento, que solo
puede adquirirse con la práctica. Un conflicto de valores puede o no
tener solución. Si no la tiene, no hay nada que deliberar. Tampoco es
preciso hacerlo cuando la solución es solo una. Esto es rarísimo en
60 BIOÉTICA MÍNIMA
la vida real. Para deliberar se necesita que las soluciones o los cur-
sos de acción sean o puedan ser, al menos, dos. Cuando un conflicto
no tiene más que dos cursos de acción, estamos ante un «dilema».
Es muy frecuente hablar de dilemas. Sin embargo, en la práctica son
muy raros. De hecho, no se dan más que en situaciones extremas.
Normalmente los conflictos de valores tienen bastantes más de dos
soluciones, razón por la cual no les cuadra el nombre de dilemas
sino de «problemas». Lo que sí sucede es que la mente humana
busca inconscientemente simplificar los problemas, reduciendo ar-
tificialmente los cursos de acción a solo dos, ya que de ese modo se
simplifica la toma de decisiones. Cuando esto sucede, que es muy
frecuentemente, quedan solo los cursos extremos, es decir, aque-
llos que consisten en la opción por uno de los valores en conflicto,
desatendiendo el otro, y viceversa. La cosa no sería excesivamente
grave, si no fuera porque de ese modo se lesiona completamente
un valor, lo cual solo estará permitido cuando no haya otro medio
de salvar ambos valores en conflicto. Esto último solo se consigue
buscando cursos que no sean extremos sino intermedios. La expe-
riencia enseña que por lo general hay varios, a veces bastantes, y
que solo cuando fracasan todos ellos es lícito optar por un curso
extremo. Dicho de otro modo, a los cursos extremos nunca debemos
ir directamente sino solo llevados por el fracaso de los cursos inter-
medios. Ni que decir tiene que la búsqueda de cursos intermedios
se enriquece mediante la deliberación colectiva entre personas de
diferente ciencia y experiencia. Solo cuando se haya enriquecido el
abanico de cursos de acción tanto como sea posible, debe pasarse
a la elección del curso óptimo. Adviértase que la obligación moral
consiste siempre en elegir el curso óptimo, aquel que promueva más
o lesione menos los valores en conflicto. La ética no trata de lo bue-
no sino de lo óptimo, de tal modo que cualquier decisión distinta
de la óptima es mala. Debe tenerse también en cuenta que no todo
el mundo necesita ver como óptimo el mismo curso de acción. Se
delibera para incrementar la prudencia en la toma de decisiones, no
HECHOS, VALORES, DEBERES 61
BIOLOGÍA DE LA DELIBERACIÓN
El resultado del epígrafe anterior es que hay, cuando menos, dos sen-
tidos del término deliberación, el aristotélico y el estoico, y que la
parte del león en la cultura occidental se la ha llevado el segundo de
ellos. En los dos casos se trata del método de la racionalidad práctica,
pero entendido de modo muy distinto. En el caso de Aristóteles se
parte de unos «bienes en sí» o de unos «valores», y a partir de ellos
se busca determinar el modo «prudente» de actuar en las situaciones
concretas, en tanto que en el estoicismo el punto de partida lo cons-
tituyen las «leyes naturales» entendidas como principios deontoló-
gicos absolutos y sin excepciones, de modo que la deliberación solo
versará sobre las «circunstancias» de aplicación de la ley o norma a
las situaciones concretas. Cabe decir, por ello, que en el primer caso
la deliberación moral tiene carácter «sustantivo», en tanto que en el
segundo es meramente «accidental».
En cualquier caso, la deliberación no es privativa de la ética. To-
dos los seres humanos deliberamos, y deliberamos continuamente.
No podemos vivir sin deliberar. Y es que deliberar es una necesidad
biológica. Los seres humanos estamos profundamente inadaptados a
nuestro medio. Al nacimiento, somos casi tan inmaduros como los
osos panda. Necesitamos de unos enormes cuidados. Y cuando con-
seguimos superar la llamada fase fetal posnatal, seguimos teniendo
unas cualidades biológicas muy pobres, incapaces de adaptarnos ade-
cuadamente al medio y permitir nuestra subsistencia. De acuerdo con
los principios darwinianos de adaptación al medio y supervivencia
del más apto, la especie humana estaría sin duda condenada al mayor
de los fracasos.
Pero la especie humana tiene un rasgo fenotípico que la diferencia
de todas las demás. Es ese rasgo que denominamos inteligencia espe-
cíficamente humana. La inteligencia, como el sistema nervioso en su
conjunto, procede de una hoja blastodérmica que es el ectodermo, la
hoja de la que se forman las cubiertas externas y los sistemas de re-
70 BIOÉTICA MÍNIMA
conseguirá eso? Es muy dudoso. Es muy probable que ese rasgo feno-
típico que llamamos inteligencia no sea capaz de lograrlo, y que por
tanto fracase como mecanismo de adaptación al medio. Otros muchos
han fracasado antes que él, y la propia inteligencia ha fracasado en
todas las especies anteriores a la humana actual, incluida la del hom-
bre de Neanderthal. Si es así, no solo habrá fracasado la inteligencia
sino también la ética. En cualquier caso, nuestra obligación, la de
cada uno, no se modifica por esa sospecha. Todos tenemos el deber de
actuar como si el proyecto humano fuera a triunfar, aunque fracase.
Todos hemos de decir: «por mí, que no quede».
Aristóteles, que fue un gran biólogo, no conoció nada de esto que
acabamos de ver. Pero sí dijo algo tremendamente interesante, y que
siempre se ha interpretado en un sentido distinto al que ahora vamos
a ver aquí. Se trata de su definición del ser humano como zôon lógon
ékhon, animal dotado de lógos. La expresión no se encuentra exacta-
mente así en ningún pasaje de la obra aristotélica, pero hay un párrafo
en la Política que dice: «La razón por la cual el hombre es, más que
la abeja o cualquier animal gregario, un animal social (politikón ho
ántropos zôon) es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no
hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra
(lógon dè mónon ánthropos ékhei tôn zóon). La voz es signo del dolor
y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su
naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer y signifi-
cársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente
y de dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a
los demás animales, el tener, él solo, el sentido del bien y del mal, de
lo justo y de lo injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que
constituye la casa y la ciudad» (Pol I 2: 1253a 7-18).
La interpretación tradicional de ese texto aristotélico es bien cono-
cida: lógos se tradujo por ratio y como consecuencia se definió al ser
humano como un «animal racional». Pero en este texto el sentido pri-
mario que tiene es el de «palabra». Los animales tienen voz (phoné),
pero solo la voz humana es palabra (lógos). ¿Por qué? Un lingüista di-
74 BIOÉTICA MÍNIMA
LÓGICA DE LA DELIBERACIÓN
Esto aclara varias cosas. Una, por qué la ética es para Aristóteles
una parte de la política. Este es un tema que nunca ha recibido una
explicación del todo convincente. La correcta, a mi modo de ver, es
la que toma las palabras de Aristóteles en sentido estricto, y por tanto
afirma que no puede llegarse a la perfección moral fuera de la ciudad,
porque solo en ella el dia-légein puede llevarse a cabo de modo sufi-
ciente, de forma que la deliberación compartida o colectiva permita
el logro de la prudencia. «Si existe algún fin de nuestros actos que
queramos por él mismo y los demás por él, y no elegimos todo por
otra cosa, es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor. Y así, ¿no
tendrá su conocimiento gran influencia sobre nuestra vida, y, como
arqueros que tienen un blanco, no alcanzaremos mejor el nuestro? Si
es así, hemos de intentar comprender de un modo general cuál es y
a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parecería que ha de ser
el de la más principal y eminentemente directiva. Tal es manifiesta-
mente la política. En efecto, ella es la que establece qué ciencias son
necesarias en la ciudad y cuáles ha de aprender cada uno, y hasta
qué punto. Vemos, además, que las facultades más estimadas le están
subordinadas, como la estrategia, la economía, la retórica. Y puesto
que la política se sirve de las demás ciencias prácticas y legisla ade-
más qué se debe hacer y de qué cosas hay que apartarse, el fin de ella
comprenderá los de las demás ciencias, de modo que constituirá el
bien del hombre; pues aunque el bien del individuo y el de la ciudad
sean el mismo, es evidente que será mucho más grande y más perfecto
alcanzar y preservar el de la ciudad, porque, ciertamente, ya es apete-
cible procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y divino para un
pueblo y para ciudades» (Et Nic I 2: 1094a 18-b 10). La política es,
pues, el saber directivo, y lo es porque en ella la deliberación puede
llegar a su plenitud, de modo que se logre la máxima prudencia, que
es la virtud fundamental del gobernante. Esto explica que la pruden-
cia por antonomasia fuera para Aristóteles, lo mismo que para toda la
tradición anterior a las revoluciones liberales, la prudencia política.
«Vemos que toda ciudad es una comunidad y que toda comunidad
78 BIOÉTICA MÍNIMA
LA DELIBERACIÓN MORAL
Por hechos entendemos aquí no solo lo que Bergson llamaría «los da-
tos inmediatos de la conciencia», lo que vemos u oímos, sino también
los hechos científicos, que nunca son de evidencia inmediata. Esto es
de enorme importancia, ya que sobre los hechos inmediatos podemos
formular proposiciones «ciertas» (por ejemplo, «está lloviendo»), pero
no sobre los hechos científicos. La ciencia se expresa en formulacio-
nes universales, y estas parten siempre de una base empírica limitada.
Lo cual significa que tales proposiciones no son nunca ciertas sino
solo probables o falsables. Esto hace que las proposiciones científicas
hayan de someterse continuamente a revisión. No hay proposiciones
científicas de carácter absoluto. Trabajar con hechos significa manejar
incertidumbre, porque las situaciones concretas añaden siempre a la
abstracción de cualquier teoría científica un cúmulo de circunstancias
y previsibles consecuencias que la mente humana nunca puede agotar.
Los juicios sobre hechos no son apodícticos sino dialécticos. De ahí la
LA DELIBERACIÓN Y SUS SESGOS 85
La deliberación moral exige pasar por estos tres niveles. No cabe re-
ducirla al tercero. De ahí su dificultad. Basta asomarse a las tertulias
de la radio o de la televisión para ver cómo se hacen afirmaciones
morales sin un análisis adecuado de los hechos y de los valores que
están en la base del problema. Así no puede hacerse una verdadera
deliberación moral, ni por tanto llegarse a conclusiones razonables,
responsables o prudentes.
DIFICULTADES DE LA DELIBERACIÓN
aires, aguas y lugares, que parece conocer (cf. Pol IV 11: 1330a 34-
1331a 14). La naturaleza integra también las condiciones geográficas,
y no solo la geografía física sino también la llamada geografía huma-
na. No es bueno vivir en climas extremos, muy fríos y muy calientes.
«La raza griega, así como ocupa localmente una posición intermedia,
participa de las características de ambos grupos y es a la vez briosa e
inteligente; por eso no solo vive libre, sino que es la que mejor se go-
bierna y la más capacitada para gobernar a todos los demás si alcanza
la unidad política» (Pol IV 7: 1327b 29-34). La naturaleza comprende
también las condiciones que hoy llamamos sociales.
La naturaleza viene dada por el nacimiento. Pero el hábito y la
razón dependen de la educación, y por tanto constituyen lo que tradi-
cionalmente se ha denominado la «naturaleza segunda». Aristóteles
entiende por hábito el control de las partes irracionales del psiquismo,
la concupiscible y la irascible, y por razón la propia de la parte supe-
rior, intelectiva o racional (cf Pol IV 15: 1334b 1-28). El hábito tiene
que ver con las llamadas «virtudes éticas o morales», y la razón con
las «virtudes dianoéticas o intelectuales».
Todo eso es lo que Aristóteles considera necesario para una buena
deliberación: buena naturaleza, buenos hábitos y buena inteligencia.
Hoy las cosas son, sin duda, muy distintas, pero el problema sigue
siendo el mismo que en tiempos de Aristóteles: qué condiciones se
necesitan para deliberar bien (euboulía).
Hay unas que tienen que ver con la naturaleza. Hay personalidades
tan rígidas que en ellas la deliberación resulta prácticamente imposi-
ble. Cuando esta rigidez es patológica, constituye un capítulo de los
que en Psiquiatría se llaman «trastornos de la personalidad» o «perso-
nalidades anormales». Una de ellas es la «personalidad fanática». Esto
también lo conoció Aristóteles, que lo llama akolasía o «perversión»
o «desenfreno», a diferencia de la akrasía o «licenciosidad» o «incon-
tinencia». Para él la perversión es una alteración de la «naturaleza pri-
mera», en tanto que la licenciosidad lo es de la «naturaleza segunda».
De esto se ocupa en el libro séptimo de la Ética a Nicómaco.
LA DELIBERACIÓN Y SUS SESGOS 91
El origen de la vida
una gracia, de modo que hacia ella no cabe otra actitud que la de res-
peto agradecido. De ahí que tenga sentido hablar del carácter sagrado
de la vida humana, como ya hizo Séneca. La vida no es primariamente
un hecho moral sino religioso. La experiencia moral es la del deber,
en tanto que la experiencia religiosa es la del don. Y la vida es prima-
riamente esto, un don. Al comienzo de El mundo de Sofía, de Jostein
Gaarder, la jovencísima Sofía se pone a reflexionar sobre de dónde
viene el mundo. Sus pensamientos los describe así Gaarder:
«No hacía mucho que había muerto la abuela de Sofía. Durante más
de seis meses, Sofía la había echado en falta cada día. ¡Qué injusto es
que la vida tenga que acabar!
Sofía estaba de pie sobre el asfalto, pensando. Intentaba pensar
con todas sus fuerzas sobre el hecho de estar viva, a fin de olvidar que
no lo estaría siempre. Pero era imposible. Tan pronto como se concen-
traba sobre el hecho de estar ahora viva, el pensamiento de la muerte
le venía inmediatamente a su mente. Lo mismo le sucedió en sentido
contrario: solo ante la sensación que sintió un día que estuvo enferma,
pudo apreciar lo terriblemente bueno que era estar viva. Eran como
dos caras de una moneda que conoció dándole vueltas una y otra vez.
Y cuanto más claro se hacía un lado de la moneda, más claro se hacía
también el otro.
No puedes experimentar el estar vivo sin comprender que tienes
que morir, pensó. Pero es imposible entender que tienes que morir sin
pensar lo increíblemente excitante que es la vida.
Sofía recordó a Granny contándole lo que pensó el día en que el
médico le dijo que estaba enferma. “Nunca me había dado cuenta de
lo rica que es la vida hasta ahora”, dijo.
¡Qué trágico es que mucha gente tenga que estar enferma antes de
darse cuenta del regalo que es estar vivo!».
moral de todo ser humano hacer que sean prudentes. Una pruden-
cia que, obviamente, no está reñida con la incertidumbre ni aun con
el error. Saber cuándo muere una persona es algo que nunca puede
alcanzarse de modo absoluto, y que las diferentes culturas han ido
resolviendo de distinto modo a lo largo de la historia. Al hacerlo así
han pretendido ser prudentes, pero eso no las ha inmunizado contra el
error. De hecho, la cultura occidental se ha visto obligada a redefinir
la muerte hace muy pocas décadas. Y nadie dice que el proceso esté
acabado. Lo mismo cabe afirmar en el otro ámbito, el de las cuestio-
nes relacionadas con el principio de la vida. Tampoco aquí son po-
sibles soluciones definitivas, y la evolución histórica de los criterios
es un hecho. En los confines de la vida las decisiones han de ser, por
definición, prudenciales, no absolutas.
• Sexualidad y reproducción
o Ética de la sexualidad
o Ética de la reproducción
• Edición génica o terapia génica
o Negativa
• En células somáticas
• En células germinales
o Positiva
• En células somáticas
• En células germinales
122 BIOÉTICA MÍNIMA
• Clonación
o Gemelación artificial
o Pseudoclonación
o Clonación verdadera
--Reproductiva
--Terapéutica o no reproductiva
• Células troncales (stem cells)
o Totipotenciales
o Pluripotenciales
o Multipotenciales
• Programación y reprogramación celular
o ¿Qué es una célula embrionaria?
o ¿Qué es un embrión?
• Anticoncepción:
o Métodos naturales
o Métodos artificiales
o Anticoncepción de emergencia (píldora del día después)
• Técnicas de reproducción asistida
o IA
o FIV
o TE
o GIFT y ZIFT
o Maternidad subrogada
• Secuenciación genética de embriones y neonatos
• Diagnóstico preimplantatorio
• Diagnóstico prenatal
• Aborto
• Grandes prematuros
• Recién nacidos defectivos
uno de ellos, aquel que pasa por ser el más grave, el aborto, habida
cuenta de que supone la interrupción de una vida humana en desarro-
llo. Y para llevarlo a cabo, vamos a proceder como hemos expuesto
en los capítulos anteriores, de tal modo que analizaremos primero los
«hechos», después los «valores» y los conflictos de valor, y finalmen-
te intentaremos contestar a la pregunta por los «deberes», que es la
estrictamente moral.
Los hechos que están en la base de los debates actuales sobre el aborto
son muchos y de diferente tipo. La literatura sobre esto es enorme, por
lo que me limitaré a señalar los que resultan más relevantes.
Hechos biológicos
Hechos económico-sociales
Hechos culturales
Basta lo dicho hasta aquí para advertir que los hechos descritos no
son «puros» sino que van necesariamente unidos a valores. Conviene,
pues, que analicemos ahora cuáles son los valores implicados y el
modo como entran en conflicto.
El valor de la vida
El conflicto de la gestante
Una vez explicitados los valores en conflicto, hay que identificar las
diferentes salidas o cursos de acción que tiene ese conflicto. No se tra-
ta de saber los cursos posibles o ideales, sino los reales en la situación
concreta en que deba decidirse qué hacer. Por tanto, la deliberación
sobre los deberes añade un nuevo factor a la previa deliberación sobre
los hechos y sobre los valores, y es el análisis de las circunstancias
concretas del caso y las consecuencias previsibles. Es evidente que
ese análisis nunca puede ser exhaustivo, ni agotar las circunstancias
y las consecuencias, por lo que hemos de contentarnos con reducir la
incertidumbre hasta límites razonables o prudentes.
Las tragedias
Los dilemas
Los problemas
• Puede haber casos en que fallen todos los cursos intermedios. En-
tonces no quedará otro remedio que optar por un curso extremo.
o Pero eso solo podrá hacerse caso de haber resultado infructuo-
sos los cursos intermedios; por tanto, de modo excepcional. No
es correcto convertir la excepción en regla.
o Tampoco va de suyo que todo el mundo tenga que optar por el
mismo curso extremo.
140 BIOÉTICA MÍNIMA
La objeción de conciencia
CONSIDERACIONES FINALES
El final de la vida
EL SUICIDIO Y LA EUTANASIA
rizan por su rápido inicio y también por su final súbito. Este final
es lo que los autores griegos denominaron con el término krísis,
que los latinos tradujeron por resolutio o resolución. Las enferme-
dades crónicas, por el contrario, son de lenta instauración, curso
progresivo y final pausado. Es lo que los hipocráticos expresaron
mediante el término lýsis, que los latinos tradujeron por dissolutio,
disolución.
La medicina ha sido tradicionalmente muy poco intervencionista
en las fases finales de la vida de las personas. El juicio diagnósti-
co y pronóstico más grave que llevaba a cabo el profesional era el
del «desahucio». A partir de ese momento, la medicina pasaba a un
discreto segundo término, cediendo la delantera a otros profesio-
nales, como el notario, para que el paciente arreglara sus asuntos
temporales, y sobre todo al sacerdote, para que pusiera en orden los
espirituales. Ha sido necesario esperar a la segunda mitad del siglo
XX para que la medicina se decidiera a intervenir activamente en
estas fases finales de la vida. Lo cual ha obligado también a renovar
la terminología, de modo que el viejo término de «desahucio» ha
dejado de utilizarse, sustituido por el de «paciente terminal», y para
las crisis propias de las enfermedades agudas se ha acuñado la ex-
presión «enfermo crítico». La crisis es el cambio brusco, bien hacia
la curación o hacia el fallecimiento.
El esfuerzo de la medicina de la última centuria tanto por con-
trolar las situaciones críticas como por manejar adecuadamente las
terminales, ha dado lugar al nacimiento de dos estrategias radical-
mente distintas y a la vez complementarias. La primera, propia del
área de las enfermedades agudas, ha llevado al nacimiento de una
nueva especialidad médica y a la creación de unos nuevos servicios
hospitalarios, las «unidades de cuidados intensivos», el primero de
las cuales se estableció en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore
en el año 1958. La segunda, específica de las situaciones crónicas,
también ha generado una nueva especialidad y unos nuevos servi-
cios, conocidos con el nombre de «unidades de cuidados paliativos».
EL FINAL DE LA VIDA 157
Eso hace que los valores en juego sean, de una parte, la vida, y de
otra la autonomía o libertad de tomar decisiones del paciente sobre
su propio cuerpo.
El conflicto moral se plantea porque si bien la vida biológica de
toda persona humana tiene valor y exige su respeto, puede no coin-
cidir con otros valores que también exigen su respeto. Dicho de otro
modo, la vida no es el único valor a proteger y promover, y tampoco
está dicho que deba ser el valor prioritario en caso de conflicto con
otro u otros. Muy al contrario, siempre se ha admirado a quienes dan
la vida por la defensa de otros valores, como la religión, la patria,
etc. Lo cual demuestra que la vida no ha sido considerada nunca un
valor absoluto, o el valor supremo, ante el que han de ceder necesa-
riamente todos los demás. Hay valores que se consideran, al menos,
tan importantes como la vida. Estos no han sido siempre los mismos.
En un mundo muy secularizado como el actual, es probable que no
existan muchas personas dispuestas a dar la vida en defensa de una
creencia religiosa, y algo similar cabe decir a propósito de la patria.
Pero a la vez que estos parecen batirse en retirada, otros pasan a pri-
mer término.
Los valores dependen de las culturas, y dentro de estas de las per-
sonas. Es obvio que no todas las culturas tienen hoy un sentido tan
acusado del valor de la autonomía como la cultura burguesa y occi-
dental. Esto es preciso tenerlo en cuenta, porque tampoco podemos
nivelar a todos de acuerdo con el sistema de valores propio de la cul-
tura occidental. De hecho, en otras culturas distintas de la nuestra,
valores como la patria o la familia siguen teniendo una vigencia que
en la nuestra, al menos en parte, han perdido. En esas culturas, por
lo demás, el aprecio de la vida terrena es muy relativo, quizá porque
tienen más fe que el hombre occidental en la existencia de otra vida,
cosa que les permite relativizar la valoración o aprecio de esta. Ello
resulta muy evidente aún hoy en culturas como la árabe, o incluso
las de América latina, en las que el valor de la vida es muy distinto al
propio de nuestra cultura, y las personas están dispuestas a dar buena
EL FINAL DE LA VIDA 165
Los cursos extremos suelen ser muy intuitivos y por lo general resul-
tan de muy fácil identificación. No sucede lo mismo con los posibles
cursos existentes entre ambos extremos, que por ello resultan con fre-
cuencia difíciles de identificar. Son, sin embargo, los de máxima im-
portancia ética, ya que los cursos intermedios intentan siempre salvar
todos los valores en conflicto o lesionarlos lo menos posible. En el
caso de las situaciones críticas, buscarán promover y proteger todo lo
que resulte posible la vida, a la vez ser respetuosos con la eficacia, la
eficiencia, la efectividad y además respetar la decisión del paciente.
El conflicto entre valores hará que quizá no sea posible respetar todos
ellos de forma completa, pero sí que se lesionen lo menos posible. Por
tanto, podrá haber limitación del esfuerzo terapéutico, pero dentro de
unos límites que establecen los siguientes criterios:
Las dos posturas son extremas, y en tanto que tales, no deseables. Las
actitudes más razonables y prudentes serán siempre las intermedias,
intentando compaginar el respeto de la vida biológica y el de la vida
biográfica, o el de la vida y la libertad. Entre los cursos de acción in-
termedios hay varios especialmente útiles en la actualidad: