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Unamuno, Ganivet, Benavente, Baroja, Azorín, Maeztu, Jiménez y Machado.

Estos hombres forman una generación literaria porque en ellos se cumplen los
requisitos antes apuntados. Todos nacen dentro de un período que no alcanza los
veinte años, desde 1864, en que nace Unamuno, hasta 1881, en que lo hace Juan
Ramón Jiménez, el más joven del grupo. Todos reciben parecida educación.

Los literatos de esta generación aspiran a una apropiada selección de vocabulario,


huyen del lugar común y de la frase trivial sin desdeñar el uso de provincialismos,
arcaísmos y neologismos.

Ramiro de Maeztu mantuvo, en su juventud, una cierta amistad con algunos de sus
compañeros del 98, en especial con Pío Baroja y Azorín, con quienes constituyó el
"Grupo de los tres", considerado tradicionalmente el núcleo inicial de la Generación.

Parece ser que son los años de la primera guerra europea, los de la gran lucha
interior de Maeztu, en los que su ideología da un giro copernicano en todos los
terrenos, pero en primer lugar en el religioso. Se habla generalmente de
conversión para referirse a esta transformación espiritual de Maeztu, e incluso hay
un célebre artículo suyo que se titula “Razones de una conversión”, en que se
lamenta de los extravíos de su primera juventud.

Sea como fuere, lo cierto es que en esos años es cuando empieza a tener
conciencia de su catolicismo, y es ahora cuando, de una vez para siempre, inicia
una vida nueva en que la preocupación por la patria se conjuga con la
preocupación por la religión católica. "Ha sido el amor a España y la constante
obsesión con el problema de su caída, lo que le ha llevado a buscar en su fe
religiosa las raíces de su antigua grandeza”.

Fue Maeztu, esencialmente, un periodista que manejó como ninguno la técnica


del articulo.

Fue el primer corresponsal español en Londres, cuando, hasta entonces, todos


los hechos internacionales los recibíamos a través de París. El artículo a la
inglesa, "definidor de cuestiones palpitantes y de los grandes temas
universales", fue su especialidad, y a ella consagró, casi exclusivamente, su vida
de escritor.

Nos ha dejado Maeztu un notable estudio literario: Don Quijote, Don Juan y La
Celestina. No cabe duda que hubiera bastado esta obra, que subtituló Ensayos en
simpatía, para consagrarle como uno de nuestros mejores ensayistas. Don
Quijote, es el Amor; Don Juan, es el Poder; Celestina, es el Saber. Tres símbolos
universales de tres sentimientos universales.
La obra capital de Maeztu, sin embargo, y la más conocida, seguramente, es
Defensa de la Hispanidad. En ella se recogen una serie de artículos aparecidos
desde fines de 1931, la mayor parte en la Revista Acción Española. Si el siglo
XVIII español se caracteriza por el espíritu extranjerizante, y las Repúblicas
Hispanoamericanas se dejaron llevar del afrancesamiento, hoy se nota el retorno
hacia lo español. Y puesto en esta línea, Maeztu sueña con la unión de los
pueblos hispanos, unión que viene a ser precisamente la superación de esos
conceptos de raza y de territorio, puramente accidentales, superación que se
logra en la tarea común de enseñar a los hombres a vivir el drama de la
tremenda posibilidad cotidiana de salvarse o condenarse. Es también una
reivindicación de la obra le España en América frente a la odiosa "leyenda negra".

Del estilo de Maeztu en esta obra se ha dicho: "No falta en él la retórica del orador,
o la frase rápida del periodista, que puede, en ocasiones, sonar a tópico. El
contenido supera aquí, como en la mayoría de su obra, a la calidad
exclusivamente literaria. Así y todo hay capítulos logrados aun en su forma,
perfectos como ensayos literarios".

Sufrió Maeztu, en lo político, una evolución muy marcada del liberalismo al


tradicionalismo.

Pero siempre hay en él, por encima de cualquier vinculación ideológica, la


preocupación de España. "De todos los empiristas españoles -escribía en
1933- no habrá ninguno que haya buscado para su país más recetas
salvadoras que yo, porque las he estado persiguiendo por libros y periódicos
durante cuarenta años y por tierras de Francia, Inglaterra, Alemania y los
Estados Unidos durante dos décadas. No he hecho otra cosa, ni negocies, ni
novelas, ni obras de teatro, nada absolutamente, en estos ocho lustros. Y por eso
tiene alguna importancia si digo a mis compatriotas que el camino de su
salvación es el de la tradición que abandonaron hacia 1750 y que no han vuelto a
encontrar posteriormente, como no fuera en veredas aisladas que conducían a
él".

Representa esta obra la vuelta a la fe en el destino español, al sentido


católico, a la misión nacional y cultural.

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