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Estaba sentada una pastorcita en la orilla de un lugar del altiplano mientras cuidaba a sus llamas y

tejía para entretenerse, de repente ve que un hombre que se le acerca y le dice:

—Pastorcita, ¿por qué estás tan sola, no quisieras jugar un rato para entretenernos?
—No puedo, porque estoy tejiendo, pero puedes esperar a que termine si quieres.
El hombre, que en realidad era un cóndor disfrazado de hombre, se puso a su lado a esperarla.
Cuando la niña terminó de tejer su aguayo (que es una manta donde las mujeres cargan a sus
bebés) acepta jugar con el hombre-cóndor y él se puso feliz de que la pastorcita hubiese caído en
su trampa.

Ella se sube a la espalda del hombre y él la lleva saltando por los bofedales, riendo y cantando
pero el cóndor lo que quería realmente era llevarla a su cueva en lo alto de las montañas para
casarse con ella.

De pronto entre medio del juego, el hombre comenzó a correr más y más rápido hasta que de
pronto sus pies se despegaron de la tierra y comenzaron a volar, emprendiendo vuelo hacia las
peñas más altas, donde el pájaro tenía su hogar y donde era imposible que un ser humano pudiera
bajar. Solo el cóndor lo podía hacer, y volando.

Cuando la pastora estaba en la cueva, se puso muy triste porque ya nunca podría volver a ver a su
familia. Sentía frío y hambre, pero también miedo porque no quería casarse con un pájaro. Esta
idea que la desesperaba, y la pastora lloraba porque nadie la podía ayudar.

El cóndor trataba de hacerse el amable y atenderla lo mejor posible, le llevaba harta comida, pero
siempre era comida cruda y carne podrida. La pastorcita lloraba porque ella no comía nada de eso
y el cóndor se desesperaba porque no sabía comía alimentar a una humana.

El cóndor entonces fue al pueblo y encontró una yareta (planta como el cactus) que había sido
quemada hacía mucho tiempo, y entre las cenizas que quedaban había un pedazo de carne sucio
que decidió llevar a la pastora.
Pero mientras el cóndor estaba en el pueblo, la pastorcita seguía llorando, estaba en eso, se le
acercó un pajarito, un picaflor, que le preguntó:

—¿Por qué estás llorando, linda pastorcita?


—Porque el cóndor me trajo engañada, me trajo a la fuerza y quiere casarse conmigo y yo no
quiero. Quiero irme a mi pueblo y estar con mi familia— contestó la niña.
—Si quieres regresar, yo te puedo ayudar— dijo el picaflor.
—¡¡Pero cómo, si tú eres un pájaro tan chico!!
—De eso no te preocupes. Solo te pido que por llevarte donde tu familia me regales el bonito collar
blanco que tienes en el cuello.
—Trato hecho— contestó muy feliz la pastora.
—Agárrate de mi cuellito y cierra tus ojos— le dijo el pajarito.
Y así fue como rápidamente dejaron atrás la montaña y descendieron hasta el bofedal.

Al momento de despedirse ella le entregó el collar y esta es la razón por la cual el picaflor tiene en
su cuello, un collarcito blanco.

La pastorcita corrió desde el bofedal hasta su casa, donde encontró a sus padres llorando de pena.
Ella les contó lo que había pasado y cómo el cóndor la había robado para casarse con ella.

El padre de la pastorcita, que era un yatiri muy sabio dijo:

—Seguro que este kunturi, vendrá a buscarte con sus amigos, pero vamos a prepararnos para
corretearlos.

Entre el padre, la madre y todos los hermanos escondieron a la niña bajo la cama.

Al rato, como había dicho el padre, apareció el cóndor haciéndose el desentendido y preguntando
por la pastora.

—Qué viene a buscar aquí, ladrón— dice el padre, al tiempo que le lanzó un balde de agua
hirviendo por la cabeza y el cogote. El agua caliente también cayó en el cuello de los otros c
´ondores que lo acompañaban y huyeron del lugar.

El cóndor quedó muy herido, y llorando de pena se fue. Lloraba por su cuello y lloraba por el amor
de una linda pastorcita.

Cuentan los abuelos aymaras que desde esa vez el picaflor lleva en su cuello un hermoso collar
blanco y también por eso, el cóndor tiene el cogote pelao.

FIN

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