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San Francisco del Monte de Oro es un pueblo de seis mil habitantes al norte
de la provincia de San Luis, a dos horas de Traslasierra y a la misma
distancia de Mendoza. Mi plan de este verano era venir sólo una semana de
vacaciones, hasta que ocurrió el incendio. Entonces sentí que tenía que
venir y vine. Vine por una semana y me quedé mucho más.
***
Tranquera por medio, Luca mi hijo de 6 años tiene un amiguito un año más
grande que él: “no es mi amigo, es mi hermano” repite cada vez que lo
nombro. Mis vecinos también son de Buenos Aires y desde hace 4 años
dejaron su vida en Av. Diaz Vélez y Yatay para vivir acá. Somos solo tres
familias las que habitamos todo este lugar.
Cuando llegué expliqué algo incómoda que esperaría dos semanas antes
de abrazarnos. Ese día agujeree dos latas y fabriqué un teléfono de hilo
para que los amiguitos-hermanos se comunicaran sin cruzar la picada, ni el
pajonal.
-¡No podés bajar a toda la gente así!- decía mientras señalaba al malón de
pasajeros que bajaban en la estación.
Esos días escribí: “Che ma, salvando las tremendas distancias medio que
estoy empezando a imaginar lo que sintieron ustedes en el 2001”, por
primera vez en la vida la crisis económica era una realidad que me
golpeaba de lleno y de frente como jefa de hogar.
Esa misma noche le escribí a mi vecina para tomar mates de esos que a
veces tomamos después de cenar, cuando los más chiquitos de la vecindad
ya no circulan más. Ana vive en un motorhome, estaciona en el terreno de
al lado y quedó varada acá. Ella es de Morón y hace dos años salió de la
ciudad en una casa rodante del año 77. Trabaja de lo que se reinventa y
pregona: “deberíamos discutir un poco esta buena prensa que tiene la
productividad”.
-Extraño mucho filmar- confesé, sin saber aún todas las cosas que me
quedaban por extrañar.
Ahí mismo, entre palabras y estrellas, sentadas delante de la
@PachaRodante, su casa Mercedez Benz 608, decidí que era un buen
momento para desenfundar la cámara y salir a buscar historias de personas
que dejaron la ciudad. “De última era la excusa perfecta para preguntar
cómo se hace esto de vivir acá” la despedí con un un abrazo. Acá los
abrazos son más largos de lo que solía acostumbrar, aprendí a disfrutar de
ese tiempo en el queso está quieto pero no es perdido.
A la mañana siguiente un audio de Ana decía: “Tenés que conocer a
Claudia, Rubén y su hija, Mora”. Dos días después agarramos las bici y
fuimos a su casa: una familia de Isidro Casanova que hace 5 años vive en el
medio del monte nos recibió monte adentro.
“Así y todo, pongo todo en la balanza me quedo” remata Rubén que vino
con plan de cambiar radicalmente de trabajo e igual tuvo que tomar unas
horas como docente.
***
Ese fin de semana la que cumplía años era mi mamá, que también ya
estaba en Buenos Aires. La llamé para avisarle que me había salido un
trabajo filmando un casamiento de unas amigas en La Plata, al que no
podía decir que no. Esa fue la última cena familiar masiva, y yo fui la única
que no estuvo ahí.
***
Acá abundan las historias de personas que revolearon la silla con rueditas
de la oficina para arrastrar una laya en un surco de tierra. Que abandonaron
los jefes para convertirse en pequeños productores.
-Sin el apoyo de los vecinos hubiéramos tenido que cerrar las puertas -se
aguanta las lágrimas Nico mientras se toca el pecho, agradecido, después
de mostrarme durante 8 horas cómo hace cerveza artesanal en un galpón al
fondo de su casa.