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Con frecuencia suele observarse que cualquier acumula-

ción de fortuna —entre determinados pueblos— trae apare-


jado muy pronto su desembolso. El objetivo de reunir for-
tuna es, en realidad, con frecuencia, el de regalarla. Veamos,
por ejemplo, lo que escribe Burnett acerca de los indios
de la Costa Noroeste de los EE. UU.: «La acumulación en
cualquier cantidad realizada gracias a préstamos o por otros
recursos es inconcebible a menos que se piense en su inme-
diata redistribución» (1938, pág. 353). Podríamos permitir-
nos la proposición general de que el intercambio material en
las sociedades primitivas tiende, en conjunto, a apartarse de
la acumulación y a acercarse a la insuficiencia. Es así que:
«Puede decirse que, en general, nadie se muere de hambre
en una aldea Nuer a menos que todos se estén muriendo
de hambre».(Evans-Pritchard, 1951, pág. 132). Pero te-
niendo en cuenta las observaciones anteriores es necesario
hacer una aclaración. La inclinación hacia los que no tienen
es más marcada en lo que se refiere a las mercaderías de
urgencia más inmediata que a aquellas que no son tan nece-
sarias, y también más marcada dentro de las comunidades
locales que entre ellas. Si suponemos la existencia de ciertas
tendencias a compartir en favor de los necesitados, aunque
esto lo determine la comunidad es posible llegar a otras
inferencias acerca de la conducta económica durante épocas
de escasez general. Durante estaciones poco abundantes en
alimentos, la incidencia del intercambio generalizado debería
elevarse por encima del promedio, en particular en los secto-
res sociales más apremiados. La supervivencia depende ahora
de una aceleración duplicada de la solidaridad social y la
cooperación económica (véase apéndice C, por ejemplo,
C.1.3). Esta consolidación social y económica es concebible
suponer que podría progresar al máximo: las relaciones
recíprocas normales entre las unidades domésticas se sus-
penden en favor de una comunidad de recursos mientras
dura la emergencia. Tal vez la estructura jerárquica se ve
movilizada y comprometida, o bien, en lo que se refiere
a la administración de los bienes comunes o bien en poner
en circulación las reservas alimenticias del jefe.
Sin embargo, la reacción ante la depresión depende de
muchas cosas: depende de la estructura social puesta a
prueba y de la duración e intensidad de la escasez, ya que las
fuerzas que contrarrestan se ven fortalecidas en estos tiempos
bisa-basa, la tendencia a cuidar los intereses familiares y
también la tendencia a que la compasión esté más propor-
cionalmente inclinada hacia el lado de los parientes próximos
que hacia el de los más lejanos que se encuentren en las
mismas condiciones. Tal vez toda organización primitiva
tenga su punto de ruptura, o por lo menos su punto de

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