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Margarita del Rosario Garza Menchaca

Universidad la Salle

Resumen/ Teología del pecado original y de la gracia.

Luis F. Ladaría

Dios creó al hombre dándole tres categorías de bienes o dones. Los naturales que
corresponden a la naturaleza del hombre en cuanto tal, los sobrenaturales, es decir, la amistad
con Dios y la gracia, la llamada a la divinización y a la visión beatífica, que son bienes a los que
la naturaleza humana no tiene ningún derecho; y los bienes preternaturales, que, por una
parte, no son exigidos por la naturaleza en cuanto tal, pero la perfeccionan en su misma línea,
sin que por sí mismos supongan la comunión íntima con el Creador. Entre estos bienes se
encuentran la inmortalidad y la ausencia de la concupiscencia.

El pecado de los primeros padres habría hecho perder los bienes sobrenaturales y los
preternaturales, no así los naturales, que aunque afectados por el pecado han quedado
sustancialmente íntegros; la bondad de la criatura de Dios permanece. La Redención de Cristo
ha traído la posibilidad de sanar la naturaleza caída y de recuperar los bienes sobrenaturales,
pero no los preternaturales, perdidos con la expulsión del Paraíso.

Con la sucesión en el relato del pecado y la caída, la fuente J expresa que lo que Dios pensó
para el hombre no es el pecado, sino el Paraíso. El hombre tiene la vida otorgada por Dios por
un tiempo limitado, ella aliento vital se retirará un día y el hombre morirá. Dios pone al
hombre en un jardín que ha plantado para él, esta escena es una elevación del hombre a un
estado superior al que le corresponde por su procedencia terrena, se pone de relieve su
especial cercanía a Dios, la iniciativa divina de acogerlo a la comunión con él. El hombre ha de
vivir en relación de libre obediencia a Dios, y se destruye a sí mismo en el momento en que
quiere rebelarse y ser como Dios. La relación ordenada del hombre con Dios incluye la relación
con el mundo, sobre los animales, y la estructura social del hombre en su núcleo básico
hombre-mujer.

Sin la gracia de Cristo no es posible la armonía. Sto. Tomás afirmaba que el hombre fue creado
desde el primer instante con los bienes naturales y la gracia, porque la sujeción del cuerpo al
alma y de las fuerzas inferiores a la razón de que Adán gozaba era fruto de la gracia. Trento
indica que el estado en que el hombre se encuentra antes del pecado era de <<santidad y
justicia e inocencia>>. La transgresión original trajo consigo la pérdida de esta santidad y la
muerte, por lo cual el hombre gozaba antes de la posibilidad de no morir. El hombre, por el
pecado, no ha perdido el libre albedrío, pero ha quedado inclinado al mal. La Doctrina
Tradicional dice que el hombre, si no hubiera pecado, no habría estado sometido a la muerte
corporal.

El estado de santidad y justicia en que el hombre se encontró antes del pecado, es el <<estado
original>>. El hombre ha sido llamado desde el comienzo de su existencia a la comunión con
Dios. La primera palabra de Dios sobre el hombre es el ofrecimiento de su amor y de su gracia.
La amistad con Dios, el estado de <<santidad y justicia>> es lo que fundamentalmente se
define como el Paraíso en el que Dios ha colocado al hombre después de haberlo creado. La
amistad con Dios, la justicia y la santidad le han sido ofrecidas al hombre antes de toda posible
decisión personal y antes de cualquier mérito por su parte. Este ofrecimiento de Dios al
hombre pudo ser y de hecho fue rechazado, lo que indica que el hombre en el paraíso no se
encontraba en un estado de total plenitud. El paraíso fue un comienzo que el pecado no
frustró definitivamente porque la misericordia de Dioses más fuerte que el pecado humano.
Toda la historia es el camino hacia la amistad plena con Dios. La prioridad de la gracia de Dios,
manifestada desde el primer instante, se mantiene a lo largo de toda la historia de la salvación.
Esta gracia pide y suscita la libre respuesta humana. No sabemos de la existencia de ninguna
gracia que no esté mediada por Cristo, que no derive de su Encarnación,muerte y
Resurrección. En Cristo se realiza el designio de Dios pensado desde antes de la creación del
mundo. La creación tiene como finalidad la comunicación de la vida de Dios al hombre, desde
el comienzo estamos llamados a ser imagen de Jesús. El orden que el hombre altero por el
pecado era ya el orden de Cristo, porque él es el Adán definitivo del que el primero no es más
que figura. Cristo, a la vez que Redentor del pecado, es el fundamento de todo cuanto existe.
Él es el mediador de la creación y todo tiene en él su consistencia. El pecado entra en la
Providencia Divina, con todo el misterio del mal que comporta. Lo que Cristo nos da es
superior a lo que Adán nos puede transmitir.

La oferta inicial que Dios hace de su gracia es la doctrina del estado original, los dones de no
morir y la ausencia de la concupiscencia.

La muerte es el signo de la exclusión de la comunidad de la alianza. La vida significa estar en


relación con Dios y tener la posibilidad de alabarle, estar así en comunión con el pueblo
elegido. Vida y muérete son nociones que rebasan lo biológico, son expresión de la presencia o
ausencia de la amistad con Dios. La vida es el bien prometido al hombre si obedece a Dios y es
fiel a la Alianza; la muerte es, el castigo por la desobediencia. Elegir entre la vida y la muerte es
elegir a favor de la Alianza o contra ella. El la Sagrada Escritura las nociones de vida y muerte
no se reducen a lo biológico; la vida tiene un sentido cristológico, la muerte, se relaciona con el
apartamento de Dios y de Cristo. En Cristo se ha cambiado definitivamente el signo de la
muerte; en él se nos ofrece una esperanza definitiva de la inmortalidad y de vida futura. La
inmortalidad ofrecida al hombre en el paraíso recibe su luz definitiva de la Resurrección de
Cristo. El destino original de Dios al hombre no se ha frustrado, sino que en Cristo se realiza
plenamente.

La concupiscencia es la manifestación de la fuerza del pecado que domina al hombre y ejerce


su poder sobre él, la concupiscencia es algo con lo que el hombre, incluso el bautizado, ha de
contar durante toda su vida. La concupiscencia proviene del pecado e inclina a él, aunque no
puede ser llamada en sí misma pecado. Hay que identificar con ella las tendencias
desordenadas. Según K. Rahner, la concupiscencia no es sólo el deseo del mal, sino más bien
todo acto apetitivo, indeliberado, que precede a la decisión libre del hombre; esta decisión es
la posición que el hombre adopta frente a la apetencia espontánea de un bien u otro. El libre
albedrío no puede entenderse como la capacidad de elegir entre las posibilidades que se
ofrecen al hombre, se trata de la capacidad de hacer uso de la libertad para el bien, de seguir
la atracción del Espíritu de Dios. El pecado reduce la capacidad de elección del bin, disminuye
nuestra libertad como posibilidad de seguimiento de la llamada de Dios. También ha quedado
afectada nuestra capacidad de conocimiento, de captar lo divino, de aspirar a la verdad. La
opción pecaminosa realizada en condiciones en que no disponemos enteramente de nosotros
mismos menos grave que si eligiéramos en total libertad. El pecado, aún perdonado y
arrancado de raíz, disminuye nuestra capacidad de conocer y seguir la llamada de Dios porque
tiene consecuencias negativas sobre nuestro ser creatural. El Espíritu de Dios ha de vencer una
resistencia al bien un no existiría si los hombres hubiéramos sido siempre dóciles a sus
inspiraciones. La concupiscencia nos obliga a una lucha para hacer el bien, a una superación de
las malas inclinaciones.

En la parusía y resurrección final, Cristo triunfará sobre la muerte, entregará al Padre el reino y
Dios será todo en todas las cosas. El hombre será la imagen perfecta del Hijo resucitado y
cumplirá su vocación inicial de imagen divina. El pecado no ha destruido el plan de Dios. La
creación es el principio de la <<nueva creación>>, ya que tiene a Cristo por cabeza y existe en
función de esta última.

La falta de acogida y de apertura a la gracia de unos seres humanos influye en la situación de


los demás; la solidaridad de los hombres en el bien y el mal inherente a su naturaleza social y
comunitaria. No pecamos sólo personalmente, formamos parte de una humanidad pecadora.
La noción de pecado se refiere a la relación del hombre con Dios, a la situación que deriva de la
ruptura de la amistad con Él, de la infidelidad a la Ley de la Alianza. En el A. T. no hay un
término para pecado, es la relación con Dios la que se ve afectada en el mal, la injusticia,
ruptura con Dios (hata’, ‘asa, pasa’). El pecado supone una previa amistad, fruto de la gracia y
del amor que Dios hace. El pecado viene a poner término a una armonía que se vive cuando se
está en paz con Dios. El cumplimiento del Decálogo asegura La Paz y la amistad con Dios. La
bendición es la fidelidad de Dios que se concreta en la posesión de los bienes necesarios para
la vida en plenitud y abundancia.

El pecador es el que no escucha la voz de Dios, el que actúa contra la Alianza y contra la paz. Es
a la vez ruptura con Dios, con la comunidad y destrucción de la armonía. Para bien o para mal
el influjo de un hombre sobre el pueblo es tanto más grande cuanto más relevante es su
posición. Por el pecado de uno todos sufren castigo, ya que toda la comunidad tiene la
responsabilidad de excluir de su seno al pecador y así restablecer La Paz con Dios. En los libros
históricos, proféticos y sapienciales está la idea de la responsabilidad y castigo colectivos por
los pecados e injusticias e insisten en la responsabilidad personal de cada uno por sus actos.
No se trata de que se castigue a unos por un pecado de otros que interiormente no les afecte,
sino que la solidaridad se da en el mal mismo, no sólo en las consecuencias que de él derivan,
los hijos siguen el camino de perdición de los padres y son peores que ellos. No es una
extensión caprichosa del castigo a los demás por un pecado que no han cometido, sino del
influjo de la libertad de cada uno sobre los otros.

El hombre pecador se oculta ante Dios y no reconoce su culpa, descarga en su mujer su


responsabilidad, ella a su vez en la serpiente. El hombre y la mujer, aunque sufren el castigo,
no dejan de ser protegidos por Dios. El castigo por el pecado es la expulsión del paraíso, la
pérdida de aquella situación en que el hombre se encontraba en la amistad y armonía con Dios
y con el mundo. Después del primer pecado, con la consiguiente pérdida de los bienes del
paraíso, sigue la historia de pecado y muerte. El pecado contra Dios lleva consigo al pecado
contra el hombre, las dos dimensiones están unidas. A partir de Adán y Eva empieza el
encadenamiento de hechos pecaminosos y consecuencias del pecado. El pecado es universal,
afecta a todos los hombres.

Adán y Cristo son dos comienzos de la humanidad, de signo diverso: Adán para la muerte,
Cristo para la resurrección de los muertos. La muérete tiene su origen en Adán, como en Cristo
lo tiene la resurrección de los muertos. La vida y la muerte de todos dependen de dos
personas. El pecado ha entrado en el mundo por el pecado de Adán, y su presencia se pone de
manifiesto en la muerte y en el pecado que a todos alcanza y que todos personalmente
ratifican. Con el recurso a Adán, Pablo nos explica de qué nos libra Cristo: no sólo de neutros
pecados personales, sino también de esta fuerza de pecado que se impone a nuestra decisión.

Como Pablo, Ireneo contempla la doctrina del pecado en función de la Redención, y por tanto
a Adán como contrapunto de Cristo: por la desobediencia de un hombre entró el pecado en el
mundo y por éste la muerte, y por la obediencia de uno entró la justicia que trae la vida a los
hombres que habían muerto. En Tertuliano aparece el problema del pecado original ligado al
bautismo de los niños. Afirmaba que toda alma es impura mientras esté adherida a Adán y no
se adhiera a Cristo; el no bautizado lleva además la i amén del hombre terreno, Adán.

San Cipriano habla de los pecados ajenos, que se perdonan a los niños, ya que por haber
nacido carnalmente según Adán han contraído el contagio de la antigua muerte. En los Padres
orientales el pecado de Adán es causante de la corrupción de la naturaleza. Hilario de Poitiers
contempla a Adán y Cristo unidos a toda la humanidad, el pecado y la salvación pueden así
tener efectos para todos. Diferencia entre Adán y Cristo, el pecado y la gracia: el pecado reina
por un tiempo, pero la gracia reinará para la eternidad. Sólo la unión con Cristo pude introducir
en la vida eterna, el bautismo es necesario para todos, es el auténtico renacimiento del
hombre. Toda la humanidad en cuanto está fuera de Cristo, es una masa de condenación y de
pecado, de la que sólo se sale por la gracia de Cristo. El pecado de Adán no sólo le ha
perjudicado a él, sino también a su descendencia, en cuanto le ha transmitido no sólo la
muerte corporal, sino el pecado, que es la muerte del alma. El pecado original es una culpa
personal de Adán, que se convierte en pecado propio en la concupiscencia que todos
experimentamos, es la inclinación al mal y la imposibilidad de hacer el bien, de amar a Dios.

Todos los hombres desde el primer momento están llamados a reproducirla imagen de Cristo y
a formar parte de su cuerpo que es la Iglesia. Solo a partir de Cristo conocemos hasta el fin la
realidad del pecado, sólo a partir de la solidaridad y unión en Jesús podemos entender que el
pecado es todo aquello que la rompe y la disgrega. Los hombres al ser imagen de Jesús están
llamados a mediar para los demás la gracia de Cristo.

Cada uno de nosotros sufre las consecuencias de la ruptura interna y externamente, pero
también afecta a toda la vida humana, individual y colectiva. Nada de lo que los hombres
hacemos es indiferente para los demás. Jesús nos une en el don de su gracia; sólo tiene
sentido hablar de pecado como el rechazo y la privación de ésta.

Los pecados personales del bautizado, no son en su raíz ni en sus consecuencias personales. La
mediación negativa del mal sigue actuando en nosotros mientras estemos en este mundo. La
plena justificación del pecador es un bien escatológico.

CONCLUSIÓN

El hombre fue creado por Dios y llamado a compartir su vida divina, sin embargo, el hombre al
ser creado libre, tiene la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, de aceptar o rechazar la
amistad de Dios. Como consecuencia de esto, vemos desde el libro del Génesis que el hombre
pecó, es decir, rechazó la gracia divina que Dios le había ofrecido gratuitamente. A pesar de
esta caída del hombre, Dios no lo abandonó, pudiera parecer que con el pecado ha destruido
el plan de Dios para con el hombre, pero no es así, podemos decir que sólo se modificó el
modo de llevarlo a cabo. Toda la historia es el camino hacia la amistad plena con Dios.
En los inicios de la predicación de los Padres de la Iglesia, ya aparecía el problema del pecado
original, desde Tertuliano hasta los Padres orientales predicaban que el pecado era el
causante de la corrupción de la naturaleza. También contemplaban a Adán y a Cristo unidos a
todo el género humano. Veían en Cristo al nuevo Adán, ya que el anterior nos engendraba
corrompidos por el pecado y Cristo, nuevo Adán nos devolvía la gracia. El Magisterio de la
Iglesia a través del tiempo y los diferentes Concilios y los Padres de la Iglesia coinciden en decir
que el pecado es una privación de la Amistad del hombre con Dios su creador.

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