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En este sentido, podría parecer razonable sostener que la ciencia no tiene límites, en
parte por la realidad del universo (¿infinito?) que estudia; sin embargo, sí se le
presentan algunos límites (o restricciones) y son varios. No obstante, cabe aclarar que
los límites que se expondrán no forman parte de la ciencia misma, vista desde dentro.
En realidad, en base al documental llamado “los límites de la ciencia”, se identifican
ciertos límites que se perciben si miramos a la ciencia desde fuera, es decir, desde un
enfoque general en relación con la civilización. Teniendo en cuenta que, en palabras de
Evandro Agazzi, “la ciencia es tan solo un subsistema dentro del sistema más global que
es la vida humana”. (citado por Marcos, 2014, p. 46).
A pesar de que muchos consideran que la ciencia es éticamente neutral, lo cierto es que
un aspecto integral del quehacer de la ciencia y sus investigaciones es atenerse a valores
y principios éticos. Resulta que, por muy imparcial y objetiva que busque ser la ciencia,
al ser seguida como una meta o fin, no es ajena a la subjetividad o incluso a las
tradiciones culturales de la sociedad, las cuales fungen, sea de forma temporal o
permanente, como límites. De esta manera, la ciencia se ve restringida dentro de un
marco que “permite garantizar el respeto a la dignidad humana, la protección de los
animales y del medio ambiente”. (Puigdomènech, 2015).
Ahora bien, debe señalarse que aquel no es el único modo a través del cual la sociedad
retiene la aplicación de la ciencia. De hecho, la sociedad también impone una serie de
limitaciones en las finalidades por las cuales se llevan a cabo las investigaciones. Se
trata del pragmatismo con el cual se pretende guiar a la ciencia hacia una utilidad
directa para la civilización. Así, partiendo de una visión utilitarista y comercial de la
actividad científica se busca solo obtener beneficios rápidos, en forma de retornos
tecnológicos. A este respecto, de acuerdo con Bunge, tales proyectos de investigación,
al no buscar leyes y poseer fines estrechamente utilitarios, son ridículos y muy
parecidos a la pseudociencia. (2002, p. 212)
Siendo las cosas así, se logra explicar el enlazamiento de dicho pragmatismo para las
investigaciones científicas con el plano político. De acuerdo con Alfonso (2016), “la
toma de decisiones depende cada vez más de una legitimación científica”. (p. 239).
Resulta claro, entonces, que la ciencia ha modificado nuestra política, a tal punto que es
clave al marcar diferencia en el equilibrio de esta. Así, se constituye otro límite para la
ciencia, pues son los estados y las autoridades quienes deciden qué se va a investigar.
De manera que, en algunas ocasiones, los organismos subvencionadores, obedeciendo a
la funcionalidad y utilidad, impulsan las investigaciones desde una posición ajena a todo
lo teorético.
Dentro de este orden de ideas, se va vislumbrando otro límite para la ciencia, el límite
económico. Evidentemente, la actividad científica puede producir significativos
beneficios económicos para los países, pero a medida que el fortalecimiento de los
Estados depende de los descubrimientos científicos, la ciencia necesita del
financiamiento de estos. Sucede que, debido a los sofisticados instrumentos requeridos,
las investigaciones implican inmensos costes que, si no son asumidos por la empresa
privada al estar fuera de su alcance, son asumidos con el dinero público. En este
aspecto, al no poder ejecutarse todos los proyectos, “se deben definir prioridades que
determinan las direcciones principales de las investigaciones”. (Puigdomènech, 2015).
Referencias bibliográficas
New Atlantis Full Documentaries. (2015). Los límites de la ciencia. [archivo de video].
YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=jKyt63cpZ2U