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Análisis ambiental en Irak

Nairobi 28 DIC 2017 - 08:10 CET


A lo largo de los meses del invierno del Estado Islámico, los habitantes de la
región de Qayyarah (Irak) no podían ver el sol. Un denso humo negro
proveniente de los pozos de petróleo en llamas cubrió el cielo durante el verano
de 2016. Los incendios provocados por el grupo yihadista, cada vez más
frecuentes y numerosos, tenían como objetivo dificultar las operaciones militares
aéreas en su contra, retrasar el avance de las fuerzas iraquíes o simplemente
destruir los recursos naturales. Para finales de marzo de 2017, los fuegos ya
estaban extinguidos, pero la región pagará aún durante mucho tiempo las
consecuencias en términos de contaminación y riesgos para la salud de la
población.
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La misma historia se repitió en las montañas de Hamrin, en la refinería de Baiji y


en Kirkuk, entre otros lugares en los que la presencia de artefactos explosivos
improvisados y minas complicaba la tarea de apagar los incendios. No se trata
solo de petróleo, ni el grupo yihadista es el único responsable del desastre
ambiental que azota a Irak. Además de causar cientos de víctimas, los conflictos
en curso en las últimas tres décadas y la escasa atención de las autoridades
locales han llevado el país al borde de un desastre ambiental. Estas son las
conclusiones de un informe realizado por la ONG holandesa PAX y presentado
recientemente en la Asamblea de Naciones Unidas sobre Medioambiente,
celebrada a principios de diciembre en Nairobi (Kenia).

En los últimos años, centros de producción de petróleo, depósitos y oleoductos de


todo el país también han sido blanco de acciones militares por parte de la
coalición liderada por Washington con el objetivo de privar al Estado Islámico de
los ingresos del crudo. Los frecuentes derrames del líquido derivados de estas
intervenciones han envenenado terrenos agrícolas y reservas de agua potable,
causando daños en el hígado, en el riñón, en el sistema respiratorio y cáncer entre
la población local.

Sin acceso a las infraestructuras de producción de petróleo tradicionales, tanto los


yihadistas como las comunidades locales han recurrido a métodos artesanales y
altamente contaminantes. Solo en el norte del país, han surgido más de 1.600
pequeñas refinerías artesanales, en las que los trabajadores están expuestos a un
entorno insalubre, denuncia PAX.

Otra amenaza viene de los residuos bélicos tóxicos. La ONG lamenta la falta de
transparencia sobre el uso de armas con uranio por parte de Reino Unido y
Estados Unidos durante las guerras de 1991 y 2004 en zonas con una elevada
densidad de población.

Los combates prolongados en entornos urbanos también tienen un impacto en la


salud de los iraquíes. La destrucción —a veces intencional— de infraestructuras
clave, como redes de agua o electricidad, ha reducido el acceso a saneamiento y a
la energía, al mismo tiempo que falta un plan de limpieza de escombros, que a
veces pueden contener sustancias peligrosas. El informe estima que solo el coste
de transportar estos residuos fuera de Mosul rondaría los 250 millones de dólares
(unos 212 millones de euros). Los movimientos de 3,1 millones de personas
desplazadas al interior del país han incrementado la presión sobre los escasos
recursos de algunas regiones como Kurdistán.

El medioambiente se ha convertido en un arma de guerra,


tanto por parte del ISIS como de actores estatales

El Estado Islámico está acusado también de contaminar directamente las fuentes


de agua, convirtiendo el medioambiente en arma de guerra. El grupo yihadista,
según el informe, usaba el río Tigris como fosa común —en una ocasión llegó a
arrojar al agua al menos 100 cadáveres a la vez— y vertía crudo o sustancias
tóxicas en lagos y ríos.
Pese a centrarse en las consecuencias del conflicto, el estudio recuerda que los
problemas medioambientales del país vienen de más atrás. El cambio climático
ha originado frecuentes sequías a lo largo de la última década, acelerando los
procesos de salinización y desertificación, y la gestión ineficaz del agua por parte
de las autoridades locales se ha traducido en contaminación y desperdicio.

Los esfuerzos encauzados a la reconstrucción tras la invasión de Estados Unidos


en 2003 y la posterior lucha en contra del Estado Islámico, iniciada en 2014, han
contribuido a relegar a un segundo plano estos problemas. "Se trata de temas que
normalmente son subestimados en el trabajo humanitario y de reconstrucción",
explica Wim Zwijnenburg, autor del informe de PAX. "Sin embargo, pueden
generar problemas muy graves y crónicos para la salud de la población". La
ONG insiste en que es necesario mejorar la recogida de datos sobre estos
problemas para responder de manera adecuada.

Los problemas ambientales, según el periodista Peter Schwartzstein, que


participó en la presentación del informe en Nairobi, también repercuten en el
clima de seguridad ya que la guerra por los recursos y la escasez de agua,
argumenta, facilitan la tarea del Estado Islámico de reclutamien

"El petróleo podría haber sido una bendición si Sudán del Sur lo hubiera usado
bien [...], pero está pasando exactamente lo contrario", explicaba en 2009 el
monseñor Roko Taban Mousa, afincado en el país, en una entrevista a AFP. La
situación desde aquel entonces no ha variado mucho. El crudo sigue
representando un factor clave en los conflictos que desangran al país y, además,
es responsable de contaminar el medioambiente y amenazar la salud de la
población.

La ONG alemana Sign of Hope ya alertó hace casi una década de que 180.000
personas de la región de Thar Jath, en el norte del país, están expuestas al riesgo
de beber agua contaminada por la industria petrolera, debido a los derrames y los
residuos de la producción que han penetrado en el terreno.

"Los lugareños empezaron a quejarse de que el agua que tomaban tenía un sabor
muy malo, era muy salada y les provocaba dolores de garganta y diarrea. También
se dieron cuenta de que las plantas y el ganado empezaban a morir", recuerda
Klaus Stieglitz, vicepresidente de Sign of Hope. Los análisis realizados por su
organización (exámenes del cabello y de calidad del agua) confirmaron las
sospechas: las sustancias tóxicas derivadas de la industria petrolífera estaban
envenenando los recursos naturales. Pese a exigir un cambio de actitud por parte
de empresas internacionales, la ONG lamenta que no se han registrado avances
desde entonces. "No obstante, está creciendo la conciencia entre la población y
están surgiendo movimientos para reivindicar el derecho a vivir en un entorno
salubre", señala el experto.

Después de que Sudán del Sur lograra la independencia de su vecino del norte en
2011, varias ONG y el Programa de las Naciones Unidas para el
Medioambiente pusieron en marcha iniciativas para proteger al entorno natural,
como la restauración de la región del Alto Nilo, donde abunda el oro negro. Sin
embargo, el estallido de la última guerra civil en 2013 marcó un retroceso y un
ulterior deterioro del medioambiente. Pese a que la normativa obliga a las
empresas extranjeras a establecer fondos para cuidar la naturaleza, en la práctica
existen numerosos obstáculos para la implementación de la ley, denuncia Stieglitz,
y las autoridades siguen prestando escasa atención a los problemas
medioambientales

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