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URBANISMO

El urbanismo, como disciplina autónoma, surge de las contradicciones que ofrece la


realidad urbana y social de este capitalismo industrial y de su reflujo en la ordenación y
estructuración del espacio urbano, espacio que adquiere un valor económico (valor de
posición) hasta entonces desconocido. La creación de esta disciplina, iniciada desde el
plano político con la figura del técnico de administración pública y desde el plano privado
con la formación de pequeños grupos especializados, tiene un desarrollo posterior en las
universidades e instituciones profesionales donde se fueron elaborando teorías, técnicas de
construcción del espacio físico, metodologías, etc. que constituyen, junto con los
precedentes de aquellas intervenciones públicas en materias puntuales como la sanidad o
las reglamentaciones sobre las alineaciones de edificios, el caldo de cultivo de la disciplina.
Históricamente, el origen del urbanismo moderno se sitúa en las leyes del “urbanismo
sanitario” del siglo XIX, tendentes, tanto a proteger a la población urbana de pestes y
enfermedades, como a implantar los servicios de abastecimientos de agua potable,
saneamiento, normas sobre alineación de calles, ventilación de viviendas, etc. Estas leyes
surgieron por las malas condiciones de vida en las ciudades industriales. Así,
en Inglaterra surge la Public Health Act (norma cabecera de la legislación urbanística), que
aprueba los primeros reglamentos de carácter sanitario. Basándose en dicha normativa se
urbaniza, sin atención a principios orgánicos o de especialización funcional.
PLANEAMIENTO URBANISTICO
El planeamiento urbanístico o planificación urbana es el conjunto de instrumentos
técnicos y normativos que se redactan para ordenar el uso del suelo y regular las
condiciones para su transformación o, en su caso, conservación. Comprende un conjunto
de prácticas de carácter esencialmente proyectivo con las que se establece un modelo de
ordenación para un ámbito espacial, que generalmente se refiere a un municipio, a un área
urbana o a una zona con escala de barrio.

Plan de desarrollo urbano de Kabul.


La planificación urbana está relacionada con la geografía, la arquitectura y la ingeniería
civil en la medida en que ordenan espacios. Debe asegurar su correcta integración con
las infraestructuras y sistemas urbanos. Precisa de un buen conocimiento del medio físico,
social y económico que se obtiene a través del análisis según los métodos de la geografía,
la sociología y demografía, la economía y otras disciplinas. El planeamiento urbanístico es,
por tanto, una de las especializaciones de la profesión de urbanista, aunque normalmente
es practicado por arquitectos (mayoritariamente) y también por geógrafos, ingenieros
civiles y otros profesionales, en los países en los que no existe como disciplina académica
independiente.
Sin embargo, el urbanismo no es sólo el planeamiento, sino que precisa gestión lo cual
conlleva organización político-administrativa.
La planificación urbana se concreta en los Planes urbanísticos, instrumentos técnicos que
comprenden, generalmente, una memoria informativa sobre los antecedentes y justificativa
de la actuación propuesta, unas normas de obligado cumplimiento, planos que reflejan las
determinaciones, estudios económicos sobre la viabilidad de la actuación y ambientales
sobre las afecciones que producirá.
La planificación urbana establece decisiones que afectan al derecho de propiedad, por lo
que es necesario conocer la estructura de la propiedad y establecer cual puede ser el
impacto de las afecciones a la propiedad privada sobre la viabilidad de los planes.

CRITERIOS PARA UN BUEN URBANISMO

Imagen del edificio del cine Odeón tomada en


los años 40 del siglo pasado . // FdV

El receso estival tiene sus ventajas: la


posibilidad de paseos atentos para revisitar
entornos ya conocidos y la oportunidad de
lecturas sosegadas para solazarse con obras
que no pertenecen en sentido estricto al
ámbito profesional del lector. 
En este caso, me refiero a la lectura de una
obra excepcional, "Vigo. La Ciudad que se perdió", cuyo autor es el arquitecto Jaime
Garrido Rodríguez y que ha sido acertadamente publicada en su quinta edición (2008) por
la Diputación de Pontevedra. 
Estos tiempos de comienzo de mandato municipal son propicios para recordarles a las
autoridades locales y, cómo no, recordarnos a los ciudadanos los criterios que, en materia
de urbanismo, debemos todos tener en cuenta para "hacer ciudad", con el respeto debido
al patrimonio histórico y cultural y, muy especialmente, al de carácter arquitectónico.
Además, obvio es, de la necesidad de evitar a toda costa pasados errores y recuperar la
memoria que nunca se debió perder. 
Es evidente que el pasado está dado y no se puede cambiar, pero sí conservar y en lo
posible rehabilitar. Los criterios (perennes, quizá) que pueden deducirse de la lectura del
precioso libro mencionado para llevar adelante tan relevantes tareas, son varios y
extraordinariamente ricos. Criterios, en todo caso, que deberían estar guiados por un
objetivo estratégico: rescatar la identidad de Vigo como ciudad de piedra. 
En primer lugar,

Uno de los criterios básicos es que toda obra en piedra debe conservarse y no sustituirse
-por mero automatismo de mercado- por otro material de menor coste. No puede olvidarse
y menos ignorarse, que Vigo es una ciudad con una magnífica arquitectura en piedra,
frecuentemente labrada con espléndidas formas decorativas y todo tipo de cantería noble,
que no debe reemplazarse por cemento, ladrillo, asfalto u otros materiales de pobre valor. 

En segundo lugar

Conviene recordar que los cambios de usos en Vigo han traído profundos y nefastos
efectos sobre una magnífica arquitectura variada y diversa, que deberían haberse evitado.
Cambios que han supuesto la desaparición de una arquitectura de primer orden para el
ocio y los espectáculos: cines y teatros como los inolvidables -para los vigueses de mi
generación- Tamberlick y Odeón, bares, cafés y palcos de música. O la destrucción de una
arquitectura de mercados como el mercado de A Laxe, sustituido por el actual Hotel Bahía
por "considerarlo una construcción "singular" (Sic) -declaración textual, no se sorprenda el
lector, del Ayuntamiento de entonces- y el mercado del Progreso, víctimas uno y otro del
"desarrollismo" de la década de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo. O
la destrucción asimismo de una buena parte de la arquitectura de la industria y el comercio,
que respondía en su momento al gran crecimiento en la ciudad de los sectores de pesca,
conservas, alimentación, construcción naval, hostelería, transportes y metalurgia. 

En la memoria de los edificios caídos, uno en especial golpea nuestra mente: el conocido
popularmente como Rubira, en el cruce de Colón y García Barbón, con "sus esculpidas
piedras", que "formaba parte de una manzana armónicamente conjuntada en el centro
comercial de la ciudad" (op.cit., p. 380) y cuyo derribo nos remite a pasadas prácticas
urbanísticas que nunca más deberían repetirse. 
Cambios de usos que, con frecuencia, todo hay que decirlo, lo son para ser ocupados, en
general, por actividades generadoras de mayores plusvalías y, en particular, por entidades
financieras -¡Con la banca hemos topado Sancho!- , que permiten lograr apreciables rentas
diferenciales sobre anteriores usos. Es evidente que habrá que tener en cuenta que la
rentabilidad privada y la especulación inmobiliaria o el consumismo no pueden primar sobre
el interés público y la conservación de la memoria colectiva de la ciudad. 

En tercer lugar
Sucede también que hay inmuebles centenarios de elevado valor arquitectónico y
patrimonial, en pésimo estado y con efectos negativos sobre el entorno por su evidente
deterioro, que pasan años y años sin que -por una razón u otra- se adopte una decisión
sobre su futuro, tanto por los propietarios (rehabilitación) como por parte del Ayuntamiento
(adquisición, expropiación o subvención para su renovación). Son casos en los que los
perjuicios públicos son muy superiores a los beneficios privados, que se ven bloqueados
por la falta de iniciativa de sus propietarios, las insuficiencias de una política de ordenación
urbanística o la inadecuación de los instrumentos de naturaleza financiera y fiscal.
En este sentido, son elogiables recientes decisiones coercitivas municipales ejercidas
sobre los propietarios de edificios en mal estado de conservación. Decisiones, amparadas
en ordenanzas de protección del patrimonio arquitectónico, que se justifican bien por el
legado cultural que dichos edificios encierran, bien por la reutilización que puede hacerse
de los mismos en nuevas funciones residenciales, comerciales, socio- culturales o en
general terciarias. Decisiones que, en todo caso, evitan el derribo de edificaciones de
reconocido valor, mutilaciones impertinentes y pastiches o adiciones inarmónicas con el
entorno.

En cuarto lugar
La fachada marítima de la ciudad es otro ámbito que necesita especial cuidado por ser
particularmente sensible a la mayor demanda de construcciones en altura. Por una parte,
debe garantizarse la edificación escalonada -propia de una ciudad construida en ladera-
para que no se impida en ningún caso la vista al mar por edificios en primera fila
desproporcionadamente elevados. Y, por otra, deben evitarse los efectos negativos de los
sucesivos rellenos portuarios, mediante un pacto que garantice el respeto del puerto con la
urbe y priorice la apertura de la ciudad al mar. 
En este sentido, especial respeto merecen las bellas muestras de la arquitectura popular
marinera que, como viva expresión del pasado pesquero de la ciudad, todavía perviven. El
Berbés es un ejemplo señero, con sus arcadas de granito formando soportales, que Vigo
debe conservar como "oro en paño". Sin olvidar, desde luego, el Casco Vello de la ciudad,
en el que se vienen observando lentos pero interesantes avances. 
Las propias autoridades debieran predicar con el ejemplo y plantearse seriamente darle
mejor destino a la torre-adefesio del mismísimo Ayuntamiento o al edificio-pantalla de la
Xunta en orilla mar, por el bien de la ciudad y ejemplo de reconciliación con un urbanismo a
la altura del siglo XXI. Quizá, tras esto, los ciudadanos empezaríamos a creer algo más en
nuestros políticos, en su voluntad de corregir pasados desafueros y en su compromiso con
lo mejor de nuestra tradición arquitectónica. 

Por último
Los criterios expuestos no tratan de subestimar las mejoras realizadas en Vigo con las
recientes obras de "humanización". Todo lo contrario, reclaman un esfuerzo renovado para
hacer la ciudad más habitable y el paisaje urbano más estético, exigen la recuperación de
espacios públicos para el ciudadano y demandan el ejercicio de una disciplina urbanística
en la que el interés público predomine sobre el interés privado

Normas urbanas que nunca hay que olvidar

Queremos que nos vean como una generación progresista y abierta, pero a veces no sé

qué pensar sobre lo que es progreso y evolución, sobretodo cuando salimos a la calle.

Cuando lo hacemos convivimos con estilos, gente, voces familiares o desconocidas,

caminamos para ir al trabajo, paseamos a nuestro perro y saludamos a nuestros vecinos, y

hay que tener en cuenta que en ese tiempo muchas personas se encargan de mantener

limpio el espacio público, de recoger y ordenar.

En alguna ocasión a causa de las prisas no le doy importancia al comportamiento de otros,

pero otras, sinceramente, me es imposible, ya sea porque alguien se olvidó de su cultura

en casa, o porque simplemente esta se perdió en la comodidad de que otro recogerá lo que

dejamos en el suelo, pues para eso pagamos impuestos.


Normas básicas, como:

 No tirar basura en espacios públicos, siempre hay una papelera si se busca.

Recoger lo que dejamos en playa, paseos y botellones (al día siguiente los niños juegan

en el parque y son propensos a cortarse con posibles cristales).

 No arrojar las colillas del cigarrillo o chicles al suelo. La calle no es un cenicero

enorme.

 Al pasear al perro, siempre recoger sus desechos. La gente no tiene porque

aguantar esto, la calle es para caminar no para saltar obstáculos.

 Si vamos en el trasporte público, no hay que hablar alto, ni dejar los bolsos sueltos

para que golpeen la cabeza de nadie. Hay gente que viene de largas horas de trabajo.

 Se dice que es mejor perder un amigo que una tripa, pero si hay otros 5 pensando lo

mismo en un autobús, no será un viaje muy gratificante.

 No escupir en la calle, con la excusa de que tienen gripe o no pueden aguantarse,

da mucho asco, imaginemos que lo hacen en el suelo de nuestra casa.

 Respetar el paso de peatones, dejar espacio para que caminen los transeúntes.

 Me encanta el arte, pero que se haga de los portales un arte sin sentido con grafitis

sin mensaje, hacen una ciudad sin estética y sucia.

 Respetar los estatutos de vecinos, no se puede colgar un cuadro a las 12 de la

noche, y menos un domingo.

 No orinar en espacios públicos, es de muy mal gusto. Una costumbre más propia de

hombres que de mujeres, si ellas se aguantan, creo que nosotros podemos.


Y un largo etcétera, a medida que avanza la tecnología me parece que se deteriora una

parte del comportamiento social que debería avanzar de igual forma. Hay que pensar en

los demás, preocuparse por el sentido de pertenencia, las cosas están para disfrutarlas y

mantenerlas, así otras generaciones podrán hacer lo mismo. ¿Vosotros qué opináis?

Cada día debe ser una muestra de ello, la limpieza y cuidado no sólo depende de los

trabajadores que estén contratados, sino de todos, por algo se dice que no es más limpio el

que más limpia sino el que menos ensucia.

Las normas urbanas que nunca hay que olvidar se resumen en las que no incomoden a mi

vecino, en lo que nunca hago en mi casa y por tanto no haré fuera de ella.
REGLAMENTO

Un reglamento es un documento que especifica una norma jurídica para regular todas las


actividades de los miembros de una comunidad. Establecen bases para la convivencia y
prevenir los conflictos que se puedan generar entre los individuos e invita a la convivencia .
La aprobación corresponde tradicionalmente al poder ejecutivo, aunque los ordenamientos
jurídicos actuales reconocen potestad reglamentaria a otros órganos del Estado.
Por lo tanto, según la mayoría de la doctrina jurídica, se trata de una de las fuentes del
derecho, formando pues parte del ordenamiento jurídico. La titularidad de la potestad
reglamentaria viene recogida en la Constitución. También se le conoce como reglamento a
la colección ordenada de reglas o preceptos.

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