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Uno de los criterios básicos es que toda obra en piedra debe conservarse y no sustituirse
-por mero automatismo de mercado- por otro material de menor coste. No puede olvidarse
y menos ignorarse, que Vigo es una ciudad con una magnífica arquitectura en piedra,
frecuentemente labrada con espléndidas formas decorativas y todo tipo de cantería noble,
que no debe reemplazarse por cemento, ladrillo, asfalto u otros materiales de pobre valor.
En segundo lugar
Conviene recordar que los cambios de usos en Vigo han traído profundos y nefastos
efectos sobre una magnífica arquitectura variada y diversa, que deberían haberse evitado.
Cambios que han supuesto la desaparición de una arquitectura de primer orden para el
ocio y los espectáculos: cines y teatros como los inolvidables -para los vigueses de mi
generación- Tamberlick y Odeón, bares, cafés y palcos de música. O la destrucción de una
arquitectura de mercados como el mercado de A Laxe, sustituido por el actual Hotel Bahía
por "considerarlo una construcción "singular" (Sic) -declaración textual, no se sorprenda el
lector, del Ayuntamiento de entonces- y el mercado del Progreso, víctimas uno y otro del
"desarrollismo" de la década de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo. O
la destrucción asimismo de una buena parte de la arquitectura de la industria y el comercio,
que respondía en su momento al gran crecimiento en la ciudad de los sectores de pesca,
conservas, alimentación, construcción naval, hostelería, transportes y metalurgia.
En la memoria de los edificios caídos, uno en especial golpea nuestra mente: el conocido
popularmente como Rubira, en el cruce de Colón y García Barbón, con "sus esculpidas
piedras", que "formaba parte de una manzana armónicamente conjuntada en el centro
comercial de la ciudad" (op.cit., p. 380) y cuyo derribo nos remite a pasadas prácticas
urbanísticas que nunca más deberían repetirse.
Cambios de usos que, con frecuencia, todo hay que decirlo, lo son para ser ocupados, en
general, por actividades generadoras de mayores plusvalías y, en particular, por entidades
financieras -¡Con la banca hemos topado Sancho!- , que permiten lograr apreciables rentas
diferenciales sobre anteriores usos. Es evidente que habrá que tener en cuenta que la
rentabilidad privada y la especulación inmobiliaria o el consumismo no pueden primar sobre
el interés público y la conservación de la memoria colectiva de la ciudad.
En tercer lugar
Sucede también que hay inmuebles centenarios de elevado valor arquitectónico y
patrimonial, en pésimo estado y con efectos negativos sobre el entorno por su evidente
deterioro, que pasan años y años sin que -por una razón u otra- se adopte una decisión
sobre su futuro, tanto por los propietarios (rehabilitación) como por parte del Ayuntamiento
(adquisición, expropiación o subvención para su renovación). Son casos en los que los
perjuicios públicos son muy superiores a los beneficios privados, que se ven bloqueados
por la falta de iniciativa de sus propietarios, las insuficiencias de una política de ordenación
urbanística o la inadecuación de los instrumentos de naturaleza financiera y fiscal.
En este sentido, son elogiables recientes decisiones coercitivas municipales ejercidas
sobre los propietarios de edificios en mal estado de conservación. Decisiones, amparadas
en ordenanzas de protección del patrimonio arquitectónico, que se justifican bien por el
legado cultural que dichos edificios encierran, bien por la reutilización que puede hacerse
de los mismos en nuevas funciones residenciales, comerciales, socio- culturales o en
general terciarias. Decisiones que, en todo caso, evitan el derribo de edificaciones de
reconocido valor, mutilaciones impertinentes y pastiches o adiciones inarmónicas con el
entorno.
En cuarto lugar
La fachada marítima de la ciudad es otro ámbito que necesita especial cuidado por ser
particularmente sensible a la mayor demanda de construcciones en altura. Por una parte,
debe garantizarse la edificación escalonada -propia de una ciudad construida en ladera-
para que no se impida en ningún caso la vista al mar por edificios en primera fila
desproporcionadamente elevados. Y, por otra, deben evitarse los efectos negativos de los
sucesivos rellenos portuarios, mediante un pacto que garantice el respeto del puerto con la
urbe y priorice la apertura de la ciudad al mar.
En este sentido, especial respeto merecen las bellas muestras de la arquitectura popular
marinera que, como viva expresión del pasado pesquero de la ciudad, todavía perviven. El
Berbés es un ejemplo señero, con sus arcadas de granito formando soportales, que Vigo
debe conservar como "oro en paño". Sin olvidar, desde luego, el Casco Vello de la ciudad,
en el que se vienen observando lentos pero interesantes avances.
Las propias autoridades debieran predicar con el ejemplo y plantearse seriamente darle
mejor destino a la torre-adefesio del mismísimo Ayuntamiento o al edificio-pantalla de la
Xunta en orilla mar, por el bien de la ciudad y ejemplo de reconciliación con un urbanismo a
la altura del siglo XXI. Quizá, tras esto, los ciudadanos empezaríamos a creer algo más en
nuestros políticos, en su voluntad de corregir pasados desafueros y en su compromiso con
lo mejor de nuestra tradición arquitectónica.
Por último
Los criterios expuestos no tratan de subestimar las mejoras realizadas en Vigo con las
recientes obras de "humanización". Todo lo contrario, reclaman un esfuerzo renovado para
hacer la ciudad más habitable y el paisaje urbano más estético, exigen la recuperación de
espacios públicos para el ciudadano y demandan el ejercicio de una disciplina urbanística
en la que el interés público predomine sobre el interés privado
Queremos que nos vean como una generación progresista y abierta, pero a veces no sé
qué pensar sobre lo que es progreso y evolución, sobretodo cuando salimos a la calle.
hay que tener en cuenta que en ese tiempo muchas personas se encargan de mantener
en casa, o porque simplemente esta se perdió en la comodidad de que otro recogerá lo que
Recoger lo que dejamos en playa, paseos y botellones (al día siguiente los niños juegan
enorme.
Si vamos en el trasporte público, no hay que hablar alto, ni dejar los bolsos sueltos
para que golpeen la cabeza de nadie. Hay gente que viene de largas horas de trabajo.
Se dice que es mejor perder un amigo que una tripa, pero si hay otros 5 pensando lo
Respetar el paso de peatones, dejar espacio para que caminen los transeúntes.
Me encanta el arte, pero que se haga de los portales un arte sin sentido con grafitis
No orinar en espacios públicos, es de muy mal gusto. Una costumbre más propia de
parte del comportamiento social que debería avanzar de igual forma. Hay que pensar en
los demás, preocuparse por el sentido de pertenencia, las cosas están para disfrutarlas y
Cada día debe ser una muestra de ello, la limpieza y cuidado no sólo depende de los
trabajadores que estén contratados, sino de todos, por algo se dice que no es más limpio el
Las normas urbanas que nunca hay que olvidar se resumen en las que no incomoden a mi
vecino, en lo que nunca hago en mi casa y por tanto no haré fuera de ella.
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