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4. HAGAMOS SILENCIO
"Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su
carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real…"
(Sb 18,14-15). El silencio es una de las formas regulares de estar en oració n. Nos permite estar
atentos y dispuestos a las mociones del Espíritu. Cada una de ustedes en estos días ha de poner
todo su esfuerzo en lograr un clima de silencio que propicie la contemplació n de la Vida de Jesú s.
En la mística del amor, un favorable ambiente de silencio es el que permite unir la
contemplació n y la acció n, la misió n y la caridad, la liturgia y la vida, la espiritualidad y el
apostolado, nuestros ideales y la realidad, todo para un servicio má s efectivo en la persona de los
pobres. El silencio enmarca nuestra familiaridad con Cristo: "Estamos convencidos de la necesidad
de acudir constantemente al Evangelio para dejarnos transformar por Cristo día tras día. Para
recibir de Cristo la audacia de la Caridad y de la Misió n, necesitamos alimentar la sed de
encontrarle y entrar cada vez má s en una relació n de intimidad profunda con É l. Para esto,
atrevá monos aú n má s a: Cultivar la interioridad, a ejemplo de Jesú s que se retiraba en silencio
para orar y buscar la voluntad del Padre. Contemplar, juntos, a Cristo en el Evan
gelio para construir día tras día una Comunidad de fe. Intensificar nuestros intercambios
sobre la Palabra de Dios y sobre nuestras experiencias de fe con sencillez y espontaneidad.
El silencio nos ayuda a retomar el proyecto de Dios, a recobrar las fuerzas para continuar la
misió n, a edificar de nuevo, a vivir con atenció n. El silencio es aprender a vivir
ininterrumpidamente ante la Presencia de Dios. Es vivir la eternidad encerrada en el instante.
Todo está en cada instante. Nada nos separa de la presencia de Dios si estamos atentos. «Ya no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). El silencio puede hacer que Dios se haga evidente.
Sin intermediarios. El silencio no es otra cosa que la bú squeda de ese Reino. Y el Reino está dentro.
Al hacer silencio abrazamos la nueva vida que nos ofrece Jesucristo.
Lo mejor de la vida es ella misma. La vida no es el resultado de un esfuerzo. La vida llega a
nosotros porque sí. No es un logro ni una conquista. No es el resultado de nuestro afá n. Esta
pandemia nos hizo detener de todas nuestras prisas. Y al detener nuestra marcha acelerada
pudimos advertir lo esencial de la vida; que en lo pequeñ o se ve la Vida; se ve a Dios. Que la vida
acontece en cada instante, que cada segundo que podemos respirar con nuestros propios medios
es total regalo de Dios y no hay ningú n capital material que lo pueda comprar. La vida entonces no
es lo que producimos sino lo que recibimos.
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El silencio es ocasió n para el descanso: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y
descansad un poco» (Mc 6,31). El silencio es respuesta al dolor humano «Aunque hable no cesa mi
dolor» (Job 16,6). El dolor no se demuestra. Siempre se vive sin má s. El silencio se vive en
confianza. El silencio es creativo. Y hay diversas modalidades de silencio: Silencio de humildad.
Silencio de admiració n. Silencio de asombro. Silencio de la alegría. Silencio del amor. El estilo de
Dios es la humildad y el silencio, no el espectá culo (Francisco).
Invoquemos al Espíritu Santo con palabras propias de Santa Luisa: «Suplico a la bondad de
Nuestro Señor que disponga nuestras almas para recibir al Espíritu Santo y que así, inflamadas con
el fuego de su santo amor, se consuman ustedes en la perfección de ese amor que les hará amar la
santísima voluntad de Dios…» (C. 362 a Sor Ana Hardemont). Este el mismo Espíritu inspiró a san
Vicente y a santa Luisa y condujo a las Hijas de la Caridad a responder a las llamadas de los pobres
y a las orientaciones de la Iglesia, en fidelidad al carisma legado por nuestros Fundadores. Que É l
siga guiando hoy nuestra reflexió n y continú e acompañ á ndonos en este camino que conduce a la
Asamblea general. A María, la Inmaculada, totalmente abierta al Espíritu… y la Sierva, humilde y
fiel, de los designios del Padre (Cf. C. 15b), confiamos este proceso, fuente de conversió n y de
renovació n para todos. Que podamos vivir estos ejercicios espirituales con la misma “gran alegría”,
con que en su momento la Madre Kathleen Appler, Hija de la Caridad, les comunicó el tema de la
pró xima Asamblea general y les hizo llegar todos los documentos necesarios para las Asambleas
domésticas y para su Asamblea provincial.
5. EL RELOJ PERDIDO
Un hombre perdió un valioso reloj mientras trabajaba en una casa de hielo. Lo buscó
diligentemente, cuidadosamente rastrillando entre el aserrín, pero no pudo encontrarlo. Sus
compañ eros de trabajo también buscaron, y a pesar de sus esfuerzos, todo fue en vano. Entonces
se resignaron a perder el reloj y se pusieron a tomar café y a jugar cartas.
Un pequeñ o muchacho, que oyó sobre la infructuosa bú squeda, se deslizó en la casa de
hielo durante la hora del mediodía y pronto salió con el reloj. Sorprendidos, los hombres le
preguntaron có mo lo había encontrado. "Cerré la puerta," -contestó el muchacho- "me acosté en el
aserrín y me quedé sereno y en absoluto silencio. De repente, oí el tic tac del reloj." A menudo, la
pregunta no es si Dios está hablando, sino si nosotros mantenemos la serenidad suficiente -y
guardamos el silencio suficiente- para oír. (Autor desconocido).