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Este lugar de espectador de la escena Lacan lo destaca en el análisis del sueño de un sujeto
obsesivo reñido con su virilidad y recuperado por la sagaz formación del inconsciente de su
partenaire, quien sueña tener un falo y a la vez desea gozar de él. Así el deseo puesto más allá
de la demanda garantiza la prohibición, la interdicción del Otro sobre su deseo. En términos
discursivos lo encontramos plasmado en la presunta elección “forzada” (“no tenía otra
opción”) con la que resuelve la puesta en juego de su deseo anulando parcialmente su
responsabilidad en el acto.
Una madre que “da todo” y que se reduplica en los objetos de amor que el sujeto elige
contribuyen a lo que Freud llamó la “degradación de la vida erótica” donde una mujer no
puede ser deseada y amada a la vez; además la mujer deseante no hace más que presentificar
la castración que arroja al obsesivo a la angustia, de allí su falta viril.
Una última cita del seminario que Lacan dedicó a las formaciones del inconsciente sirve como
corolario de la posición del obsesivo en relación al deseo:
Terminamos nuestro discurso sobre el obsesivo diciendo, en suma, que él debe
constituirse en alguna parte frente a su deseo evanescente. Hemos comenzado a indicar
en la fórmula del deseo como siendo el deseo del Otro porque en el obsesivo este deseo
es evanescente. Este deseo es evanescente en razón de una dificultad fundamental en su
relación con el Otro, con el gran Otro como tal, este gran Otro, en tanto que es el lugar
mathema para resumir los tiempos lógicos de la fantasía trabajada por Freud en su
texto “Pegan a un niño”, donde el segundo tiempo (soy castigado por el padre, me pega
porque me ama) no puede ser recordado por ser una construcción pero cuya necesariedad se
demuestra en el encadenamiento de los tres tiempos.
En el Seminario VIII, La Transferencia, en la clase del 19 de abril del 61 Lacan escribe el
mathema del fantasma en el obsesivo:
Para destacar que la no está reprimida, bajo la barra, como en la histeria afirmado que: El signo
de la función fálica emerge por todas partes a nivel de la articulación de los síntomas , la falta del Otro se
rellena con los objetos erotizados de su deseo, promoviendo la degradación del significante
fálico.
Por otra parte encontramos la emergencia compulsiva de fantasmas sádicos y escatológicos,
vías de emergencia de la pulsión que surge despersonalizada, desubjetivada, a fin de preservar
la homeostasis del sujeto, el carácter construido con la apropiación de determinados síntomas
que Freud describe como “egosintónicos”. Es por ello que los deseos del obsesivo sólo se
aprecian como su contracara: tal el excesivo cuidado o el temor a la desgracia de un ser
querido que surge de un deseo incosnciente de muerte.
La palabra obsesivo proviene del verbo latino obsidere, asediar, y de allí obsessus, sitiado.
Desde ese lugar aislado, a salvo de la castración y del paso del tiempo la vida del obsesivo
transcurre en un infinito presente que se metonimiza en las vías del significante fomentando
sus cavilaciones sobre la muerte y la vida (“estoy vivo o muerto?” será la pregunta que Lacan
sitúa en la obsesión), los temas trascendentales o la infinita procrastinación, postergación que
deja siempre la opción de elegir “otra cosa” que aquella por la que nunca se decide.
Si la histérica se sacrifica al goce del Otro el obsesivo lo hace para que “el Otro no goce” ya
que su padecimiento es el “ser el objeto adecuado al goce del Otro” (allí se ve con claridad la
función del segundo tiempo del fantasma “Pegan a un niño”). Esta prohibición a rajatabla del
goce da cuenta de un superyó estricto que reclama a viva voz la renuncia al goce y que aspira
siempre a más. La exaltación y la degradación de su propio yo son un eterno vaivén, sin la
menor intención de aceptar una crítica o reproche, para eso se basta a sí mismo.
En estos términos la demanda de análisis del obsesivo suele estar acompañada de una
conmoción fantasmática y de una fuerte angustia, lo que lo lleva a superar sus temores y
aceptar desplegar sus cavilaciones a un tercero. ¿Qué respuesta a ello? No encarnar al Otro
del goce porque ello aplana la estructura y destruye la posibilidad de que el sujeto se
aproxime a su deseo y su castración a fin de poder hacer surgir la pregunta que histerice su
discurso.