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A MODO DE INTRODUCCIÓN

El tema propuesto para esta charla es “el abordaje del menor víctima de
violencia” incluyendo dentro de ese rubro la violencia sexual en su forma
de abuso.
Como creo que muchos aquí estamos relacionados en mayor o menor
medida con ámbitos en los cuales somos testigos de las consecuencias de
las prácticas de la violencia me pareció interesante pensar en un punto de
vista que nos ayude a reflexionar a todos desde qué óptica estamos
abordando el fenómeno de la violencia, en qué dichos fenómenos
impactan a nuestra subjetividad y cómo ello influye en los modos de
aprehensión y resolución de las intervenciones.
Me gustaría empezar entonces por intentar definir a qué vamos a
denominar violencia y a qué abuso a fin de encontrar ejes comunes para
la comunicación y tratar de establecer, aunque sea de forma somera, su
génesis y su actualidad en las intervenciones a las que somos convocados.
Las viscisitudes de la vida me llevaron a la Institución jurídica después de
algunos años de práctica clínica, estudio y análisis personal. Producto de
ello mi posición ética ha sido darle la palabra a los sujetos que por
diversas razones llegan al Equipo Técnico de Menores para ser
“periciados”. Con motivo de ello los magistrados nos ordenan establecer
criterios tales como “personalidad”, “patologías actuales” “relaciones con
el endo y exo grupo”, e incluso algunos más comprometidos tales como
“capacidad del periciado para cumplir el rol”.
Ello ha implicado para mí la apertura de una serie de interrogantes que
hoy me gustaría compartir con ustedes, alejándome de los prejuicios e
invitándolos a reflexionar sobre el fenómeno de la violencia, hecho
constitutivo de la condición humana.

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¿A QUE LLAMAMOS VIOLENCIA?

La violencia es una de esas cosas que a uno le cuesta mucho definir con
precisión pero está seguro cuando está frente a una situación de violencia
de lo que es. Toda situación de desigualdad es lugar adecuado para que el
gérmen de la violencia haga su jardín, encontrando incluso en los actos
más triviales algo de agresividad, sino de violencia.
Entonces, buscando una definción de la que carecen casi todos los textos
que tuve oportunidad de leer en lo referido a la ley de violencia familiar,
encontré algunas que quisiera compartir con uds.

VIOLENCIA ES CUALQUIER ACCIÓN U OMISIÓN, VOLITIVA O NO, QUE CAUSE


DAÑO FÍSICO Y/O PSÍQUICO A SÍ MISMO O A TERCEROS, SEAN ÉSTOS
PERSONAS, ANIMALES U OBJETOS INANIMADOS.

Esta definición está tomada de un estudio realizado por el COMFER que se


llama “INDICE DE VIOLENCIA DE LA TELEVISIÓN ARGENTINA” donde para
poder medir los índices de violencia de las emisiones televisivas deben
definir qué es violencia.
Otra definición reza: "La violencia es la presión síquica o abuso de la
fuerza ejercida contra una persona con el propósito de obtener fines
contra la voluntad de la víctima".
Otras definiciones, otros escenarios, en casi todos los mismos elementos:
una víctima (pasiva) un victimario (activo) y un acto que los liga. Es decir
dos actores y una trama que los ordena, que los nomina, que los sitúa. En
los casos planteados al parecer siempre partimos de que previo al acto
violento ambos sujetos son libres y dueños de sus acciones y que la
eficacia del acto es lo que los desequilibra, estableciendo la relación
disimétrica de ambos.
Pero aquí estamos enfocados en un fenómeno que tiene sus
particularidades: los niños son las víctimas de la violencia…y aquí supongo

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porque no puedo afirmarlo… por parte de un adulto con quien el niño ha
trazado algún tipo de vínculo o dependiencia.
Digo esto y recuerdo un expresión particular de violencia que pude
presenciar mientras vivía en España: allí las guarderías son muy onerosas,
y las que son públicas están casi siempre completas de niños inmigrantes
ya que por mal que le vaya a un español no se compara con las penurias
de un inmigrante. Por ello las familias suelen dejar a sus hijos pequeños no
escolarizados, menos de 5 años, con sus mayores, abuelos y abuelas,
quienes ya entrados en años no suelen tener la misma disposición ni
mental ni física para poder cuidar y contener a los niños. Esto da como
resultado…. Sí, abuelos maltratados, física y emocionalmente por niños…
de menos de 5 años, quienes toman a su favor las diferencias físicas con
sus guardadores. Con el correr del tiempo no sólo sus guardadores son
objeto del maltrato, este se generaliza. Las denuncias de padres contra hijos
por maltrato, amenazas y violencia verbal, física y psicológica se han
multiplicado por término medio y, en general, hasta ocho veces más en tan sólo
cuatro años. Los hijos que insultan y golpean a sus progenitores sufren el
denominado "síndrome del emperador". Este síndrome que muchos
adolescentes padecen y bajo cuyos síntomas actúan comportándose como
auténticos déspotas y tiranos, al igual que los emperadores de la Historia lo
fueron con sus súbditos, es una conducta de cuya incidencia se conoce sólo "la
punta del iceberg". Para la psicología actual, de esta perturbadora conducta o
síndrome de los menores sólo se conoce una reducida parte de un complejo
profundo y extenso problema.

Vuelvo al maltrato infantil: aquí priva la dependencia como elemento


determinante ya que ella es el factor fundamental de las posiblidades
abusivas de los victimarios sobre sus víctimas.
Hasta aquí lo planteado no se sale del marco de lo tantas veces expuesto.
Es allí donde quisiera intentar proponer algunas preguntas para
reflexionar sobre el fenómeno:
- Para qué la violencia?.
- Qué prohíbe a la violencia, qué autoriza a la violencia?
- Cómo se inscribe la violencia en los niños?
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- Cómo encuadrar la función del perito en la Justicia de Menores?

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1- Para qué la violencia?

Me parece adecuado como primera medida despejar que nosotros como


operadores públicos no estamos en contacto directo con la violencia sino
con el resultado de ésta: los signos, síntomas e indicadores psicológicos
de haber sido o estar siendo objeto de maltrato. Pero dentro del espectro
del maltrato nos abocamos a un tipo particular ya que la vulnerabilidad es
el elemento central.
Intentaremos entonces abordar el sustrato psicológico de la violencia
como expresión de agresividad para poder situarla más precisamente
como elemento de aplicación dentro de una relación de poder y disimetria.

La historia religiosa comenzó con un acto de violencia: Caín mató a Abel


por celos, lo que a mi modo de ver no planteó un “buen comienzo” para la
raza humana.
En el mito de los orígenes casi siempre encontramos a la violencia dando
acto inaugural de la historia como elemento distintivo de las diferencias y
congruencias de las relaciones humanas. Tal y como lo planteara HEGEL
en su dialéctica del amo y el esclavo uno de los dos, enfrentados a muerte
en una lucha por el puro prestigio, decide ceder en resguardo de su vida
planteando así la asimetría. Para HEGEL la construcción de la subjetividad
se centraba en una renuncia, en un vasallaje, en una radical diferencia. La
obra considerada central en la etapa de reflexión sobre el poder de M.
Foucault encontramos “Vigilar y castigar” y encontramos en ella el
traspaso del derecho de castigar desde el soberano hacia la sociedad
como conjunto, “humanizándose” los castigos, siendo éstos más “justos” y
retaliativos y eliminando de ellos el “placer de la venganza”.
En cuanto a nuestra disciplina rectora, el psicoanálisis, encontramos que
Freud nos presenta el “mito de los orígenes” ligado al crimen más
horrendo, al parricidio, producto de la tiranía que el padre ejercía sobre su
prole “prohibiéndoles el goce”. Más tarde, en “El Malestar en la cultura”

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Freud nos habla de los efectos subjetivos de la renuncia pulsional a la que
nos vimos confrontados para poder formar parte del conglomerado
afirmando que si en un primer momento fue exterior, a cargo de los
padres, posteriormente se interiorizó como “conciencia moral”, más tarde
llamado superyo, y desde allí rige los destinos pulsionales del sujeto,
aportando como corolario la paradójica situación de ser insaciable en sus
aspectos de renuncia: a mayor renuncia, mayor tiranía. Es decir que
nuestro psiquismo se confía a la construcción por sedimentación de una
instancia que nos proveerá de la fuerza necesaria para renunciar a
nuestros impulsos, que podríamos dividir en dos grandes grupos: sexuales
y agresivos, respondiendo estos últimos a lo que Freud llamó narcisismo.
Un ejemplo claro de esto es el cuadro psiquiátrico denominado paranoia
donde la disyuntiva es llevada al extremo: o yo o el otro, dejando al
descubierto la terrible elección a la que el sujeto se ve sometido en ese
instante de reconocimiento especular; si hay suerte esa imagen que
devuelve el espejo se transforma en depositaria de mi ser, siendo ella y no
yo quien cumple con ser el objeto de deseo del otro; si no hay
suerte…..bueno, ya conocemos el resultado plasmado en innumerables
crímenes cometidos contra personas del entorno cercano, quienes de ser
objeto del afecto pasaron a serlo del odio y la persecución. Para ejemplo
me remito a las declaraciones del Dr. Barreda durante su juicio.
Planteamos entonces que nuestra existencia se sostiene de la pretensión
de eliminación del otro, algo muy similar a lo ya mencionado por Hegel. En
algún tiempo, cuando Lacan todavía no era lacaniano y era entendible
escribió un texto llamado “Los complejos Familiares” en el que plantea
como fundamental en la constitución del psiquismo humano al “complejo
de intrusión”. Los celos infantiles han llamado la atención desde hace
mucho tiempo: «He visto con mis ojos, dice San Agustín, y observado a un
pequeño dominado por los celos: todavía no hablaba y no podía mirar sin
palidecer el espectáculo amargo de su hermano de leche» [Confesiones, 1,
VIII]; no obstante lo cual es innegable su función en la sociabilización.

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Posteriormente, en “La agresividad en psicoanálisis” plantea las
consecuencias enajenantes del estadio del espejo y dice:
Hay aquí una especie de encrucijada estructural, en la que debemos acomodar
nuestro pensamiento para comprender la naturaleza de la agresividad en el
hombre y su relación con el formalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación
erótica en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí
mismo, tal es la energía y tal es la forma en donde toma su origen esa
organización pasional a la que llamará su yo.
Con todo esto hemos intentado poner de relieve que la agresividad, el
deseo de destrucción del otro se encuentra enclavado en el corazón de la
subjetividad y por ello las expresiones de violencia que podemos apreciar
están atadas a la consideración que tengamos del otro como elemento
formador de nuestro psiquismo.
Me permito aquí una digresión clínica para apoyar mis postulados: no hay
sujeto más preocupado por el otro, y por no dañar que el neurótico
obsesivo, sujeto en el cual apreciamos a través del trabajo de análisis la
enorme carga de agresividad y desprecio por el otro que siente, todo ello
traducido en términos de “preocupación”.

2- QUÉ PROHIBE Y QUÉ AUTORIZA A LA VIOLENCIA?

Siguendo el camino de nuestras disquisiciones vemos que por una parte


emerge una instancia que prohíbe el ejercicio satisfactorio de la violencia
y que sanciona con la culpa los actos tendientes a destruir el cuerpo del
otro y que por otra parte las relaciones de poder y de subordinación
implican la posibilidad de dar rienda suelta a estos sentimientos. Podemos
hablar entonces de un equilibrio entre dichas fuerzas?
Aquí retomamos los planteos freudianos de “El malestar en la cultura”
para comprender las razones de peso que llevan a “pactar” un sistema de
normas y prohibiciones que establezcan la posibilidad de compartir
espacios e intercambios sin que ello derive en la sucesiva eliminación de
los participantes. Así, atado a la renuncia pulsional en su expresión bruta y
descarnada surge la construcción ficcional llamada Ley, que establece una
división entre lo permitido y lo prohibido y creando con ello un campo
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donde las satisfacciones puedan ser evacuadas en el marco de la
cultura….aunque ya no será lo mismo: el goce estará perdido y sólo
mediante rodeos y deformaciones los sujetos lograrán poner al servicio de
sus intereses la pulsión agresiva (piensen por ejemplo en la labor que
desarrolla un cirujano) reduciendo a la fantasía el ámbito de la trasgresión
y con ello dotando al acto perverso de ese matiz de escándalo con que se
nutren los amarillismos actuales.
En otro eje de análisis nos encontramos con las implicancias que tuvo lo
que llamamos el tránsito del antiguo al nuevo régimen. Lo que hoy
consideramos como inmanencia a la condición humana no fue siempre así.
Hubo que esperar al surgimiento de la burguesía y las teorías económicas
del siglo XVI para que aparecieran los criterios de subjetividad e
individualidad que hoy parecen sustanciales a cualquiera. Convengamos
que incluso al presente la reducción a la servidumbre no es ajena a una
serie de culturas y pueblos. La esclavitud ha trasmudado sus vestimentas
y se ha trasvestido en dependencia económica. El lema emblemático de la
revolución francesa “libertad, igualdad, fraternidad” rompió con un
aceitado esquema de poder y con los diques culturales que hasta
entonces contenían las expresiones pulsionales. Hoy el ámbito de la
restricción está cada vez más cercenado y la puesta en escena de lo que
antiguamente se sumía a la privacidad inunda nuestro mundo. Lo
paradójico de la cuestión es que si afinamos nuestra mirada la
universalización de la ética es equivalente al extremo libertinaje, donde el
imperativo, sea moral o de goce, hace desaparecer las subjetividades y
borra los matices produciendo como efecto más sintomático los “niños
pacientes”, urgidos a la “normalización” por un sistema educativo que no
tolera diferencias. En ese marco las expresiones de violencia no tienen por
qué ser ajenas al vértigo social.

Pasando a analizar el lado positivo del ejercicio de la violencia sobre otro


comenzamos por ubicar la sanción que las trasgresiones a los pactos, a la
ley, implicaba para los sujetos. En una bonita metáfora el libro sagrado

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sitúa el comienzo de las desgracias del hombre en un acto de
desobediencia, inaugurando con el desierto del goce. De allí en más las
prácticas sancionatorias han atravesado la historia de la civilización en el
más amplio de los espectros y apuntando generalmente a la retaliación
expiatoria bajo las especies de daño inflingido al cuerpo.
Por la razón o por el consenso se fue imponiendo una figura subrogada del
poder divino que hacía las veces de autoridad de ejecución de la justicia, y
más que de la justicia podemos decir que era la encargada de todo lo
atinente a mantener el orden preestablecido. Jefe, jeque, rey, señor
feudal, distintos nombres la misma misión. Cada cual, al estilo del sistema
castas que hoy tanto nos asombra de la India, sabía cual era su origen y
cual su destino y toda alteración era penada con el castigo.
La evolución de las sociedades y el cambio de régimen obligaron a un
replanteo de las relaciones de autoridad y entre ellas fue readaptándose al
nuevo sistema capitalista la del actual sistema familiar restringido,
recayendo sobre los progenitores, o sus parejas, el cuidado, la atención y
la disciplina atinente a los niños. Desde aquellos métodos que el Dr.
Schreber1 describiera en su “Manual de gimnasia médica casera”, y que
dedicara a la “salvación de las futuras generaciones”, en el que
encontramos los más variados y refinados métodos de destrucción
sistemática de todo atisbo de resistencia a la autoridad y aplicación de
aparatos destinados a la “corrección” de las posturas, hasta los modelos
hippies de los 70 donde la comunidad tomaba a su cargo a los menores
distintos modelos atados al vaivén de las guerras y la economía han
intentado recortar y moldear el espacio íntimo reservado a la familia
nuclear. Incluso la idealización que se realiza de las funciones parentales,
que sólo abrigarían buenos sentimientos para con sus hijos y que
execraría cualquier intención gravosa para con su prole, ha promovido la
condena más absoluta para los casos que han salido a la luz (basta
recordar a la hoy tristemente célebre Eli; o algunos casos espeluznantes
que dan cuerpo al nominado sindrome de Munchausen). Ante tamaña
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Sobre el particular nos parece ilustrador el trabajo de Morton Schatzman en un libro
llamado “El asesinato del alma”.
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evidencia nos resulta imposible no aceptar que más allá de la función
simbólica que determinados sujetos, masculinos o femeninos, son
llamados a ejercer como referentes de autoridad y afecto de los menores
ellas se encarnan en cuerpos sujetos a las pasiones y afectos que no
siempre gozan del mismo prestigio. Si no aceptamos en principio dicha
coexistencia estaremos luchando contra un enemigo invisible, no
encarnado. Asimismo debemos confiar en su buen criterio para saber
dirimir qué enseñar y qué no a los niños apelando a los modelos más
diversos sea religiosos, morales, éticos o culturales, y que incluyen una
buena dosis de prejuicio. A esos educadores y cuidadores es a quienes
nosotros pedimos rindan cuenta de sus actos.
Es aquí donde podemos situar el meridiano que divide de manera invisible
pero efectiva los territorios de la autoridad y la violencia, el autoritarismo,
el maltrato, con que cotidianamente nos encontramos en nuestra función
pericial.
Es común ver que los sujetos adultos involucrados en vínculos donde se
expresa la violencia doméstica provienen de hogares donde el maltrato y
la violencia eran moneda corriente: es muy común escuchar la expresión
“a mí me castigaron cuando era chico para que aprenda y
aprendí” tomando al castigo físico como elemento indispensable en la
corrección y aprendizaje de los menores, naturalizando así una conducta
que a todas luces resulta gravosa para la integridad física y psíquica del
niño. Cierto es que no podemos juzgar del mismo modo la cachetada
arrancada de las manos en una situación de ofuscación o impotencia que
el castigo crónicos periódico y permanente considerado indispensable en
la educación de los menores. Tampoco resulta educativo el castigo que
evacua la conflictiva proveniente de otras situaciones tales como la
carencia de necesidades básicas satisfechas, la pobreza, el abuso de
sustancias psicoactivas o el descontrol afectivo. Y es en este marco, y
obligados a hacer gala de una plasticidad rayana en lo líquido, donde nos
es requerida la intervención.

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3- COMO SE INSCRIBE LA VIOLENCIA EN LOS NIÑOS?

Los niños criados en hogares donde se los maltrata suelen mostrar


desórdenes postraumáticos y emocionales. Muchos experimentan
sentimientos de escasa autoestima y sufren de depresión y ansiedad por
lo que suelen utilizar el alcohol y otras drogas para mitigar su estrés
psicológico. Los efectos que produce el maltrato infantil no cesan al pasar
la niñez, mostrando muchos de ellos dificultades para establecer uan sana
interrelación al llegar a la adultez. Otras veces no toman en cuenta que el
maltrato al que son sometidos es un comportamiento inadecuado y asi
aprenden a repetir ese modelo inconscientemente. La falta de un modelo
familiar y vincular menos dañoso les dificulta crecer y al desarrollarse y
perfeccionar el modelo ello dificulta sus posibilidades de relación.
Incluso, en una forma que Freud describió magistralmente en un texto que
llamó “Pegan a un niño” y cuyo subtítulo es “Contribución al conocimiento
de la génesis de las pervesiones sexuales” y en el cual a partir de la
fantasía de ciertos sujetos respecto a la satisfacción obtenida en ver a un
niño siendo castigado obtiene una sucesión de tres momentos, de los
cuales el segundo, soy castigado por el padre, permanece en carácter
de inconsciente y debe ser “reconstruido” ante la imposibilidad de
recuperarlo como recuerdo. Aquí el amor y el castigo se entrelazan de
manera primitiva dando origen a lo que después llamará “masoquismo
primordial” y que debe ser tomado en cuenta al analizar los fenómenos de
violencia.
Aquí no saco un conejo de la galera, sólo recurro a la mal llamada
sabiduría popular que reza del niño al que le nació recientemente un
hermano: “quiere llamar la atención haciéndose castigar”.
Debemos reconocer no obstante que el psiquismo del niño no se
constituye por un FIAT LUX y que serán muchas las secuencias de ensayo
y error en sus respuestas que irán conformando los rasgos distintivos de
su personalidad. Por ello el tiempo es valiosísimo en estos casos dado el
poder regenerativo y el indulgente manto de amnesia que echamos sobre

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nuestra niñez. Causa estupor la presteza con que los niños regeneran
vínculos afectivos sanos al ser colocados en ambientes menos nocivos que
los habitados hasta la intervención, llegando a hacer progresos
inimaginables es sus habilidades, sean motoras, de lenguaje o cognitivas.
Por ello si bien la persistencia de las situaciones de vulnerabilidad
contribuyen a la fijación de conductas atípicas, expulsivas, o incluso
antisociales en los niños la intervención Judicial abre muchas veces una
instancia de replanteo que en determinados actores del drama expuesto
tienen al menos la posibilidad de hacer algún tipo de inscripción crítica de
sus conductas, procederes y prejuicios. Esa es nuestra apuesta.

4- Cómo encuadrar la función del perito psicólogo en la Justicia de


Menores?
Por ser el ámbito prevencional el que mayormente demanda nuestros
servicios la función del perito psicólogo está fundamentalmente orientada
a poder presentar a S.S. un panorama personal y vincular de la persona o
grupo periciados en los ámbitos que exceden a la mirada del Juez
proporcionándole elementos de análisis respecto a los modos de ser y
posibles respuestas ante determinadas situaciones de crisis, todo ello
encaminado a tomar las medidas necesarias para proteger la integridad
física y psíquica del o de los menores involucrados. Es decir la intromisión
en la intimidad de los sujetos entrevistados está justificada por la
protección que se pretende de los menores afectados.
En estas circunstancias se plantea un debate ético respecto a los modos
de intervención y diagnóstico que representa un reto y una invitación a
investigar las causas y las consecuencias de la intervención psicológica no
sólo como auxiliar de la Justicia sino como operadora de cambios que
acontecen a los ámbitos donde se interviene. Por ello es importante
mantener una ética no intervencionista y desprejuiciada acerca de los
fenómenos de violencia y abuso en los que nos toca intervenir sin olvidar
que los meandros de nuestra subjetividad esconden remansos de esa
misma argamasa.

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