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El Asombroso Viaje de Pomponio Flato,

Eduardo Mendoza
Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo
que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente", así comienza la historia que
Pomponio Flato -ciudadano romano del orden ecuestre y filósofo- cuenta a Flavio, tal y como
parece costumbre en la literatura romana. La cuestión es que Pomponio sufre de esa enfermedad
que él comenta y, tras haber consultado unos pergaminos que caen en sus manos, emprende el
camino hacia los confines del Imperio por encontrar remedio, siendo en este viaje protagonista de
varios encuentros con nabateos, legiones romanas, hombres del desierto etc. hasta llegar a
Nazaret en donde el destino le va a deparar unos acontecimientos extraños y misteriosos que van
a necesitar de los buenos oficios de un sagaz "detective". El caso es que llegando a Nazaret, se
encuentra con una serie de personajes muy conocidos del lector.

Conocidos desde un punto de vista histórico, lo que le permite establecer parangones con la
actualidad, resultando de todo ello situaciones francamente cómicas. Vemos a un José,
padre de un niño avispado e inteligente llamado Jesús a quien se le ve "en compañía de su
primo Juan y otros rufianes de la misma calaña", y que "acabó expulsado de la sinagoga por
sus opiniones heréticas y su persistente insubordinación". Jesús, ese niño díscolo, se
propone demostrar la inocencia de su padre, el carpintero José, condenado a morir en la
cruz por imputársele la muerte del rico Epulón. Vemos también a un leproso, Lázaro,
malhumorado y ruin; a una niña, Lalita, hija de la samaritana Zara, amiga de Jesús, que
acabará llamándose María y viviendo en Magdala… También se habla de "un terreno
baldío perteneciente al templo, donde pronto, por decisión expresa del rey Herodes, se
construirá un barrio de viviendas y comercios ¡al lado del Templo!...en cuanto se anuncie
su desacralización…"

Pero, con todo y que las situaciones equívocas son tan oportunas e hilarantes, lo que
realmente nos cautiva es la maestría con que Mendoza describe. Su prosa nos transporta
fácilmente al lugar que quiere y el modo como cuenta es lo que nos hace sentir que estamos
ante un escritor excepcional. Disfrutamos con su ironía, esa manera suya de usarla sin
llegar nunca al sarcasmo, muestran la habilidad con que sabe usar el lenguaje. Y como ya
he dicho, es un auténtico gozo subirse al carro de su magnífica prosa y dejarse llevar.

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