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Los Ochoa

Juan Filloy

El presente volumen de cuentos fue el primero publicado por Juan Filloy en 1972
(1894-2000, Córdoba), específicamente son ocho cuentos largos dentro de la “Saga nativa de
los Ochoa”: El Juido (El Patriarca), As de espadas, Carbunclo, Alatriste, Alias “Hurguete”,
Zoraida, El dedo de Dios y Crisanto Funes Domador.

Filloy vivió y nació en Córdoba, Argentina, fue un autor prolífico y uno de los más
secretos de nuestra literatura. De forma paralela ejerció la literatura y el derecho, ambas con
el mismo entusiasmo. Durante el tiempo que ejerció de juez, no publicó, aunque continuó
escribiendo sin descanso. La academia casi no lo ha reconocido y la crítica lo ha destinado
al olvido, por consiguiente, puede ser considerado un escritor por fuera del canon literario.

A pesar de ser un escritor poco reconocido por la crítica contemporánea de su época,


su obra literaria inspiró a escritores como Julio Cortázar y Alfonso Reyes. Tenía una afición
sublime por la palindromía, compilada en Karcino, y acostumbraba a titular sus obras con
siete letras, buscando que al menos una de ellas corresponda a cada letra del alfabeto.

En esta “saga nativa de los 8 A”, el escritor cordobés utiliza el mismo estilo que José
Hernández en el Martín Fierro, poniéndole voz al linaje Ochoa A con un cúmulo de
características singulares. Los Ochoa A viven en la “pampa seca”, “individuos desperdigados
de aquí y allá” en “los prolegómenos de la organización del país” y recién en el siglo XX
comienzan a recibir educación. Transitan distintas épocas, como la campaña al Desierto, los
ferrocarriles y la inmigración; entre la saga hay un gaucho santafesino, el Proto Orosimbo 8
A (1921) que vivió con los ranqueles.

En los cuentos de Filloy, Los Ochoa A, son una familia muy particular en la que el
viejo Primo Ochoa A va a determinar a todo el linaje con sus picardías, similar al viejo
vizcacha de Martín Fierro. La ficción va recuperando la vida rural, las costumbres, el lenguaje
y las astucias de este clan familiar.

En el primer cuento, El Juido (El Patriarca), el escritor utiliza una palabra del lunfardo
haciendo alusión al criollo argentino y da inicio a la saga diciendo que lo mismo le pasó al
Martín Fierro: Anduvo siempre juyendo/ Siempre pobre y perseguido;/ No tuvo cueva ni nido/
como si fuera un maldito;/porque el ser gaucho, carajo/ el ser gaucho es un delito.// También
presenta arcaísmos y una fonética peculiar, narrando la vida rural, las aventuras y los
sufrimientos cotidianos que les ocurren a los hombres que habitan alejados de la ciudad,
buscando por medio de la voz, imitar su habla y su visión particular del mundo.

Entre otros elementos propios de la gauchesca, el autor recurre a la intertextualidad,


no solo de El Martín Fierro, sino de la Laguna del Pollo: “Ansina orillé la Laguna del Pollo”
(pp.16), haciendo un guiño al lector. Más adelante las picardías del viejo vizcacha, ahora
Proto Orosimbo 8 A, se suceden una tras otra: como el hecho de “tocar’le el culo a una
fontinera de su’ amistá”.

Con As de espadas el autor nos introduce en el mundo del truco: “El truco es un breve
certamen de envites y arrogancias, de desafíos y defensas, verificando entre pullas y mentiras,
entre dudas y carcajadas”(pp. 23). De nuevo la picardía del viejo vizcacha presente en Primo
Ochoa, quién hace cualquier cosa para ganar, hasta ponerle una garrapata de perro a los
porotos que luego causarían una trifulca entre los jugadores. Para terminar la partida con la
muerte del oponente de Primo Ochoa.

Carbunclo narra la historia de Don Primo Ochoa, viejo, anda montando un caballo de
nombre “malacara” y con una maña, orinar en cualquier lugar sintiéndose orgulloso de su
chorro curvado y enérgico, llamando la atención de los paseantes, sin ningún pudor: “-
¡Miren, carajo, apriendan, esto se llama mear!”(pp.36). El problema del viejo fue que lo
encontraron in fraganti delito, el veterinario del pueblo y su señora, siendo ésta última la más
afectada por la acción, le dijo a su marido que lo denuncie por “beodez consuetudinaria”,
“escándalo público”, “provocación”, “injurias”, “ultraje al pudor”.

El viejo fue arrestado no por la falta de respeto sino por desacato a la autoridad como
era de esperar de un Ochoa y termina preso diez días. Don Primo, no era un gaucho malo, al
contrario, era solo un “gaucho jodón” sin embargo se había metido en un gran lío. No
obstante, no iba a permanecer preso eternamente, el juez observa su caso y le pide
declaración. El viejo utiliza la lástima y el “hacete amigo del juez” del viejo vizcacha,
logrando salir de prisión. Una vez afuera, lo primero que hizo fue orinar y en público, para
no perder la costumbre.

Este cuento tiene intertextualidad con As de espadas, el personaje del viejo Primo
Ochoa es el mismo que le metió la garrapata en el poroto a Cuquejo, quién finalmente muere
de un golpe de sifón propinado por el viejo.

El final del cuento resulta inesperado porque el hijo del viejo muere por carbunclo al
no ser atendido a tiempo por el veterinario. Sin embargo, Don Primo hace su última picardía
y poniéndole una botella de vino al hijo muerto, contagia a otros tres de carbunclo para
terminar muertos también.

Alatriste constituye el cuento más corto de Los Ochoa, escrito en forma estrófica, con
versos irregulares y rima consonante. Noveno Ochoa, lo apodan Alatriste en virtud de matar
a su hermano, Once Ochoa, un día de tantos en los que estaba borracho. Filloy lo define como
criollo, paisano y un personaje condenado al alcohol por aquella fatalidad. “Mamúa tras
mamúa”, Noveno Ochoa, no puede salir de su tristeza, el remordimiento por la muerte de su
hermano lo encierra en un estado calamitoso y permanece así sin ver otra salida.

Alias “Hurguete”, Octavo Ochoa, llamado así por la costumbre de revisar las blusas,
camisas y pantalones de las mujeres manoseando sus cuerpos; este Ochoa se dedica a beber
en exceso y a manosear a cuanta mujer se le cruce en el camino. Filloy describe a este
personaje como “rebelde e indócil”, “sin educación” y con “herencia alcohólica”.

Aparecen otros dos personajes en este cuento, Conrado Brinner, hijo del dueño del
“Establecimiento Temimbotá”, y el capataz Isauro Chepe; Conrado e Isauro viajan a Córdoba
a realizar unas diligencias, cuando paran en una fonda de San Basilio, se van a encontrar con
“Hurguete” que está ebrio y agresivo. De tal encuentro va a resultar que Isauro se cansa de
las habladurías de aquel Ochoa y termina introduciendo su propio revólver en el trasero.

El cuento va intercalando el lenguaje judicial con el de los peones rurales; al inicio


de cada parte, existe una pequeña introducción a los hechos como si fuera la presentación de
un caso judicial. En el final, cuando se produce la pelea entre Octavo e Isauro, se visualizan
los informes médicos legales, la requisitoria del Fiscal de Cámara y la Resolución del
Tribunal judicial. A pesar de que este cuento contiene un lenguaje muy jurídico resulta
sumamente gracioso y entretenido.

Zoraida nos introduce en la vida de una mujer casada que por abulia acaba
cometiendo adulterio; la aburrida mujer va a ser seducida por Mil Ochoa y finalmente,
asesinada por el marido. La presentación de Mil Ochoa como el seductor y el hombre sin
escrúpulos, continúa la línea de la picardía de la saga. La mujer se vuelve apática porque su
marido está enviciado con el juego.

El cuento, El dedo de Dios, muestra la astucia y la picardía en su máximo esplendor


ya que Séptimo Ochoa, conserva el dedo de su padrastro y con él sigue estafando al Fisco de
una manera muy original. Gracias al dedo de Don Casildo otorga la supervivencia requerida
y continúa cobrando la jubilación.

El octavo cuento, Crisanto Funes Domador, relata la historia del tataranieto de la


Nona Ochoa cuya profesión es la de peón de estancia. Crisanto doma caballos y va a competir
en la última domada del año. En la estancia hay un mayordomo nuevo, Ciro Lafuente, que
cambia las costumbres del lugar y es odiado por todos los peones. Por medio de un cartel en
la pared, los peones se burlaron de Lafuente: “En este lugar sagrado/ donde acude tanta gente/
yace sorete acostado,/ el mayordomo Lafuente”. Al final del cuento, siendo el único cuento
en que no hay una muerte, Crisanto gana la doma de caballos, dándose cuenta de que el
mayordomo no es mal hombre, pinta el cartel que había escrito. Termina diciendo el narrador,
“Dicen que los criollos no lloran. En realidad, no lloraron; pero fundidos en un abrazo se les
humedecieron los ojos a los dos”.

Filloy ha logrado su propósito de crear un universo literario donde revive la picaresca


rural, la gauchesca y el lenguaje, siendo éste último cuidadosamente trabajado a través de
metáforas exquisitas y de descripciones impresionantes. El lector de Los Ochoa se adentrará
a este mundo literario que le parecerá conocido, encontrará un lugar donde se vislumbran
sobre todo las características del ser argentino.

María Virginia Porrino, agosto de 2017

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