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Módulo I
Trabajo Social y Familia
¿Qué familia?
Reproducción social
y configuraciones familiares
en la sociedad contemporánea

Instituto de Capacitación
y Estudios Profesionales
Autoridades del Colegio
de Trabajadores Sociales
de la provincia de Buenos Aires
CONSEJO SUPERIOR
Mesa Ejecutiva:
Presidente: MARIA JOSE CANO
Vicepresidente: MANUEL WALDEMAR MALLARDI Vocales Distrito Moreno - Gral. Rodriguez:
Secretario: MARCELA PATRICIA MOLEDDA Titular: MARCELO ANIBAL ECHAZARRETA
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Suplente: ANDREA ANTONIA OLIVA Suplente: -

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Suplente: LEANDRO JAVIER GAUNA Suplente: LILIAN MARCELA SAMMARONI

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Suplente: - Suplente: ROSANA ANDREA ALVAREZ

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Suplente: VALERIA ANDREA REDONDI Suplente: SILVIA ALEJANDRA COUDERC

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Suplente: MONICA EDITH ETCHEVERRY Suplente: CARINA SILVIA CHAVES

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Suplente: ESTEFANIA GISELE ANDRE Suplente: MARIA DEBORA JUSTINO

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Titular: CAROLINA VICTORIA DI NAPOLI Titular: MIGUEL NICOLAS LOPEZ
Suplente: - Suplente: ANALIA GABRIELA REYNOSO

TRIBUNAL DE DISCIPLINA

Vocales titulares: Vocales Suplentes:


Marisa Beatriz SPINA Maria Ines PIETRANGELI
Maria Carolina MAMBLONA Betina Luciana MATEOS
Estela Maris RODRIGUEZ VEDIA
Viviana Beatriz IBAÑEZ
Nicolas Rosario Gabriel FUSCA
Trabajo Social y Familia
¿Qué familia?
Reproducción social y configuraciones familiares
en la sociedad contemporánea

Introducción
Problematizar las configuraciones familiares contemporáneas se torna de sustantiva importan-
cia para el Trabajo Social en la actualidad, principalmente por dos razones. La primera hace refe-
rencia a la centralidad que asume la familia en los discursos hegemónicos para explicar las pro-
blemáticas económicas, sociales, políticas y culturales de la sociedad capitalista contemporánea.
Asistimos a una sucesión de discursos que con menor o mayor énfasis en algún aspecto particular
sostienen que la sociedad en la que vivimos está en crisis por una supuesta y extendida crisis de
la familia. Así, en un proceso simultáneo de invisibilización de las determinaciones estructurales
de la crisis societal se pondera excesivamente la responsabilidad de tales fenómenos en la
familia. La “familia está en crisis”, la “familia corre riesgo”, “la familia debe ser protegida”
escuchamos en discursos religiosos y/o políticos que tienen como sustrato la moralización de
las relaciones familiares y la negación absoluta de cualquier proceso que tienda a democratizar
y pluralizar a “la familia”.

La segunda razón se vincula a la relación del Trabajo Social con las relaciones familiares en
su trayectoria histórica, la cual con distintas aristas y dimensiones, implica centralmente dos
cuestiones: por un lado, las familias se ubican en el horizonte de los procesos de intervención
profesional, sea que se la considere en su totalidad o se trabaje con algunx de sus integrantes.
Por otro lado, y resultado de esta relación, la familia se ha constituido como objeto de reflexión
del colectivo profesional, razón por la cual se ha aportado al debate desarrollado en el campo de
las Ciencias Sociales a la dinámica que adquieren las configuraciones familiares en la sociedad
capitalista. En este proceso, las aproximaciones que se han desarrollado se caracterizan por
expresar el pluralismo existente en las Ciencias Sociales, por lo cual es necesario reconocer la
presencia de distintas perspectivas teórico-metodológicas en el estudio de familias1.

Sobre esta base, el presente texto pretende brindar algunos elementos iniciales que permitan
potenciar el debate en torno a la aprehensión analítica que realizamos sobre las configuraciones
familiares en los procesos de intervención profesional.

1 Para una aproximación a este debate en las Ciencias Sociales ver Cicchelli y Cicchelli, 1999, en el campo del Trabajo
Social, algunos elementos de este debate se encuentran en Gianna, 2015 y Cavalleri, et. al., 2017.

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Familia y Trabajo Social: algunas notas desde el análisis de la intervención profesional
A fin de realizar una primera aproximación a las formas en que la familia es considerada en los
procesos de intervención profesional, se recupera un trabajo colectivo que tuvo como finalidad
caracterizar la producción de informes sociales realizados por profesionales del Trabajo Social2;
trabajo que permitió arribar a algunas consideraciones preliminares que deben profundizarse en
la continuidad de los procesos investigativos.

Sobre los elementos abordados en dicho texto, nos resulta oportuno recuperar algunas di-
mensiones de análisis a fin de utilizarlas de ejemplo de lógicas y tendencias generales. Así, por
ejemplo, cuando se observan las caracterizaciones de la inserción de los sujetos en el mundo
del trabajo, se hallan miradas y discursos que, en gran parte, se distancian del plano analítico y
encuentran refugio en descripciones pormenorizadas de los ingresos económicos, donde se im-
brican y naturalizan: a) relaciones sociales de producción, referidas específicamente, a la venta
de la fuerza de trabajo, y b) el acceso a recursos de subsistencia: mediante políticas sociales
asistenciales y/o redes de ayuda mutua.

Aquí se puede observar una predominancia de aspectos descriptivos que grafican la situación
laboral de los sujetos, naturalizando procesos de informalidad, inestabilidad y precariedad labo-
ral, adjudicándolos a meras situaciones individuales escindidas de las relaciones estructurales y
el contexto socio–económico particular. Además, aparece desde una lógica de convalidación de
la información, los discursos de los referentes familiares, donde subyace la idea que el “trabajo
dignifica y ordena la vida cotidiana”, es así que desde el plano del deber ser, se rescatan per-
cepciones ideológicas propias de los valores morales tradicionales que determinan un modo de
ordenamiento social funcional a las clases dominantes.

También se observa la presencia de un análisis transversal y recurrente en todo el universo de


estudio, donde la figura del hombre resalta por sobre la mujer a la hora de evaluar los ingresos
económicos, reflejando la asimilación de roles asignados al interior de la unidad familiar, donde
el primero se ve envuelto en la obligación de vender su fuerza de trabajo, y la segunda, en la
atención y organización del cuidado doméstico. En este sentido, las aproximaciones fenoménicas
invisibilizan intersecciones sociales, económicas, políticas y culturales que hacen a desigualda-
des de género, clase, generacionales, entre otras.

Esto se vincula a las consideraciones que se realizan en torno a las prácticas de cuidado al
interior de las unidades familiares. En tales reflexiones, aparece como común denominador, la
convergencia de miradas a priori desde un plano que refrenda los roles tradicionales asignados
al hombre (sea este abuelo, padre, hijo, hermano) y a la mujer (sea esta abuela, madre, hija,
hermana) al interior de la unidad familiar. Por tanto, distan de ciertos análisis pormenorizados
que busquen desandar las prácticas del cuidado como una actividad reservada al espacio privado,
lugar donde la mujer está llamada a cumplir el rol central.

Se extiende en el análisis de las prácticas de cuidado su la maternalización, es decir, se asigna


principalmente a la mujer, en tanto madre, como la hacedora principal de las prácticas de cui-
dado, exaltando sus capacidades naturales para su realización; y en su defecto, si la madre por
diversos motivos no puede cumplir dicha actividad, será la hija que más edad tenga y/o la abue-
la, quienes deberán encargarse de tales responsabilidades en torno al cuidado (materializado en

2 Ver: Mallardi, Musso y Gonzalez, 2017.

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sus diversas formas: acompañar a niños/as a la escuela, cuidarlos, dar afecto, hacer la comida,
limpiar la casa, lavar la ropa, organizar la rutina y los tiempos, etc.)

Es así que esta dimensión se presenta regularmente en los informes, a través de un razona-
miento maternalizador de las prácticas de cuidado, donde quien no se ajuste a los parámetros
definitorios de la funcionalidad materna, aparecerá vinculado a algún tipo de anomia, donde
gran parte de los profesionales del Trabajado Social proponen resolver este problema mediante
acciones que responsabilicen a la mujer en torno a los cuidados domésticos.

En síntesis, estas consideraciones expresan, en líneas generales la naturalización de las activi-


dades domésticas y la descripción de funciones sin cuestionar patrones familiares y estructurales
que ordenan y disciplinan tal funcionalidad, y en particular, la desigualdades en torno a la orga-
nización del cotidiano familiar, donde lo que prima es una relación asimétrica al interior del seno
familiar, que da cuenta del rol de la mujer como propietaria del espacio privado, y en ese marco la
posibilidad de pensar por fuera de él, actividades laborales esporádicas e inestables que resultan
de esa misma relación (actividades que le otorgan rentabilidad económica, mientras que en el seno
familiar se encuentran invisibilizadas). Es así como el hombre, sólo entra en los relato, como el en-
cargado de proveer económicamente a la familia, tal como se observaba en la dimensión anterior.

Finalmente, otro elemento que nos resulta válido retomar refiere a las consideraciones en torno
a las condiciones de vida de las unidades familiares. En la particularidad de la elaboración de
informes sociales su consideración tiende a realizarse sobre la base de dos tendencias claramen-
te articuladas. En primer lugar, adquiere preponderancia la enumeración de características de
la vivienda, dando énfasis al carácter descriptivo de las condiciones de vida. En segundo lugar,
sobresale la valorización subjetiva e individual del profesional que se traduce en el uso de ad-
jetivos calificativos basados en la dicotomía bueno/malo. En relación al énfasis otorgado a la
enumeración de las condiciones de la vivienda, el carácter descriptivo de las aproximaciones a las
particularidades de las condiciones de vida se asocia a la enumeración de ambientes, la mención
a los materiales de construcción, en algunos casos se llega a la identificación de las magnitudes
de los espacios, y los servicios disponibles en el ámbito de vida de la unidad familiar. En segundo
lugar, en torno a las reflexiones que realizan las profesionales sobre las condiciones de habita-
bilidad y la disposición, o no, de bienes materiales necesarios para la reproducción cotidiana,
aparecen centralmente valoraciones realizadas sobre la base de dicotomías subjetivas, tales
como adecuada/inadecuada, ordenada/desordenada, suficiente/insuficiente, acorde/no acorde,
precario/no precario, entre otras

Como corolario de estas aproximaciones, se encuentra el fundamento analítico que considera a


la familia negando sus determinaciones y expresiones contemporáneas, y que, por ende, refuer-
zan aproximaciones biologicistas (familias sanas o enfermas o patológicas), posturas valorativas
superficiales (familias o relaciones intra-familiares buenas, malas, positivas, negativas, etc.) o la
crítica desde patrones o estándares de normalidad y funcionalidad (familias anormales, caóticas,
desestructuradas, anómicas, desorganizadas o disfuncionales).

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Comenzando a desandar los discursos hegemónicos: la familia como relación social
La lectura de textos vinculados a familia permite apreciar una permanente necesidad de avanzar
en la definición de las implicancias de esta categoría, es decir, poder determinar cabalmente qué
es y qué no es familia. Asociado a esta preocupación, también asistimos a la definición de un con-
junto de tipologías familiares que permiten clasificar, sobre la base de diferenciar entre estructura y
dinámica familiar, distintas lógicas en su configuración. Así, la familia busca ser aprehendida desde
marcos clasificatorios que generalmente no logran captar su procesualidad histórica.

La familia pasa a ser definida, entonces, como institución3, célula básica u órgano de la
sociedad; definiciones que, con menor o mayor énfasis, suponen un proceso de abstracción de
la misma de la totalidad en la cual forma parte, la sociedad. En este proceso, el pensamiento
hegemónico tiende a abstraer a la familia de sus determinaciones sociohistóricas y avanza en un
proceso de naturalización y cosificación.

En términos generales, puede decirse que el fenómeno de la cosificación remite a la naturaliza-


ción de las relaciones sociales, donde los agentes sociales particulares no reconocen el devenir de
sus prácticas sociales. Así, mediante un complejo proceso de reificación de las relaciones sociales,
la apariencia fenoménica inmediata del mundo y de la conciencia pasa a gobernar la totalidad de la
sociedad burguesa (Infranca, 2007); proceso donde se produce una naturalización de las relaciones
sociales, lo cual supone la negación de la praxis de las personas en su configuración.

Las categorías fundamentales de la reproducción social son cosificadas, es decir, aprehendidas


fenoménicamente, donde, por lo tanto, se niega tanto que hay una historia que las contiene y
explica como que las personas tienen la capacidad de crearlas y transformarlas. De este modo,
cuando se asume que la familia está en riesgo, en crisis o en proceso de disolución centralmente
se está tomando como válido este proceso de naturalización de las relaciones sociales, pues se
parte de considerar la existencia de un patrón normativo que debe ser respetado por las perso-
nas. No se considera posible la capacidad creativa o transformadora de las personas involucradas,
pues se los asume como entes pasivos que deben aceptar una definición suprahistórica que los
trasciende y ante la cual no queda más que la resistencia.

En contraposición a estas lógicas interpretativas, la propuesta analítica que aquí se asume en


pensar a la familia como una de las tantas relaciones sociales que es posible llevar a cabo en el
marco de la reproducción cotidiana. Asumir que la familia es una relación social implica conside-
rar que en ella, como en el resto de las relaciones sociales, se producen procesos convergentes
que suponen básicamente la presencia de personas que desarrollan determinadas prácticas a par-
tir de la definición de ciertos objetivos e intereses, todo en el marco de un contexto económico,
político, social y cultural determinado.

Asimismo, y como consecuencia de los elementos anteriores, aprehender a la familia en tanto


relación social implica asumir que tanto su génesis como su desarrollo y expresión sociohistórica es
el resultado de las prácticas que asumen quienes la integran; por ende aquellos que algunos llaman
crisis no es más que el permanente proceso de transformación que toda relación social supone.

3 Claramente la mayoría de las aproximaciones que recurren a esta categoría no remiten a los análisis del institucio-
nalismo francés.

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Algunas certezas empíricas sobre las configuraciones familiares
Problematizar las configuraciones familiares en la sociedad contemporánea se torna, como se
dijo, tarea necesaria para cualificar los procesos de intervención profesional; mas esta tarea no sur-
ge de una intencionalidad abstraída de las tendencias objetivas de la realidad, sino, todo lo contra-
rio, por la necesidad de aprehender cómo efectivamente son las familias en la contemporaneidad.

Una rápida lectura de la bibliografía especializada sobre familia en la actualidad permite apre-
ciar el reconocimiento de su pluralidad, razón por la cual en lugar de discutir familia se reconoce
la presencia de familias, cuyas configuraciones se han ido construyendo históricamente. En gran
parte de dicha bibliografía resulta llamativo el momento histórico que se constituye como refe-
rencia para asumir y/o reconocer la presencia dicha pluralidad, pues generalmente se comienzan
las reflexiones a partir de la denominada familia nuclear monogámica y sólo se reconocen las
diversas expresiones que surgen posteriormente a su consolidación.

Frente a esta tendencia, la experiencia histórica permite apreciar que la pluralidad de expre-
siones en la familia es una de sus características constitutivas; aspecto cabalmente corroborado
en textos como los elaborados por Engels (2007), Lessa (2012), Lerner (1990), Hareven (1995),
Segalen (1992), Fedirici (2015), Arruza (2010), entre otros. Centralmente, estas producciones
nos brindan elementos fundamentales para, por un lado, recuperar el carácter socio-histórico de
la familia, quitándole su velo ahistórico y natural y, por el otro, asumir que la familia nuclear
monogámica es un hito en una larga historia que la trasciende.

Necesariamente toda problematización sobre las configuraciones familiares debe reconocer


los fundamentos de la familia nuclear monogámica, pero dicho reconocimiento se debe realizar
asumiendo la historia silenciada, las resistencias pasadas y presentes, y, en consecuencia, los
procesos contrahegemónicos que han logrado pervivir.

En este reconocimiento, indudablemente la familia nuclear monogámica se asume como


heredera de las relaciones patriarcales que implican la dominación del hombre para con la
mujer, en primer lugar, y para con los hijos, por extensión (Engels, 2007). Dominación que se
extiende al cuerpo de las mujeres, controlando su sexualidad, la reproducción humana sexuada
y las relaciones de reproducción social (Ciriza, 2007). Necesariamente, la familia nuclear mo-
nogámica se funda en la heterosexualidad normativa, que supone que familia implica la unión
original entre hombre y mujer y desde cuya norma las prácticas familiares son examinadas e
impugnadas, de ser necesario (Riveiro, 2015).

De este modo, la familia patriarcal supone una organización familiar bajo el poder paterno del
jefe de ésta, con la privatización de la esfera de la reproducción, es decir, aquellas actividades
orientadas a garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo en el plano físico, mental y emo-
tivo (Arruzza, 2010). Consecuentemente, las mujeres fueron confinadas al ámbito doméstico,
en tanto que su trabajo se ligó a la reproducción biológica y social de la especie. Tales tareas
fueron consideradas como asuntos privados y un tipo de trabajo socialmente irrelevante, reves-
tidos ideológicamente como actos de amor (Ciriza, 2007). Este nuevo contrato sexual, sostiene
Fedirici (2015) definía a las mujeres como madres, esposas, hijas, viudas, negando su condición
de trabajadoras, mientras que daba a los hombres libre acceso a los cuerpos de las mujeres, a su
trabajo y al cuerpo y trabajo de sus hijos.

Es así que la familia nuclear monogámica, aquella llamada por el sentido común como familia

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tipo, se torna ideario de la sociedad burguesa; mas esto no significa que no coexista con rela-
ciones familiares alternativas. El desafío analítico que se nos presenta es poder identificar los
alcances de esta pluralidad. En tal sentido, las primeras observaciones que podemos hacer al
respecto más que avanzar en la peculiarización de precisiones acabadas, invitan a asumir que
ésta se fundan en un doble proceso que articula la heterogeneidad y diversidad en sus expresio-
nes con la permanencia y continuidad en torno a la funcionalidad sociohistórica de la familia.

Si nos preocupamos por caracterizar la heterogeneidad que atraviesa a las familias contemporá-
neas, claramente se aprecia como el patrón normativo dominante ha sufrido importantes embates,
donde en las culturas occidentales se han ampliado los márgenes social y legalmente aceptados
por amplias mayorías de la sociedad. Así, la práctica cotidiana ha comenzado a instalar nuevas
configuraciones familiares que paulatinamente se han ido incorporando en la normativa vigente, lo
cual supone asumir que aún hay experiencias que no se han consolidado y extendido para tornarse
contrahegemónicas. Los márgenes de posibilidades se han ido ampliando, interpelando el complejo
categorial vigente y, por ende, exigiendo el mismo dinamismo que la realidad presenta.

Pensar la familia en la actualidad supone considerar la conformación de parejas del mismo sexo,
como así también expresiones asociadas a la presencia de múltiples identidades sexogenéricas.
Asimismo, implica asumir la coexistencia de trayectorias donde la conformación y disolución
de las familias permite la articulación de experiencias personales bajo modalidades complejas;
modalidades generalmente suelen definirse a partir del grado de cercanía o distanciamiento con
el patrón normativo tradicional: a la familia nuclear, se le agregan las familias ensambladas,
extendidas, monoparentales, homoparentales, muchas veces clasificadas a partir de la medición
de los grados de desviación de lo idealmente esperado4.

Sintetizando las transformaciones familiares actuales, Barg (2017) afirma que mientras que
han disminuido los casamientos y aumentados las uniones convivenciales, los vínculos de pareja
han perdido duración, como así también ha disminuido la fecundidad y el tamaño de los hogares.
En la misma línea, Binstock (2010) analiza los cambios en las pautas de formación de la familia
en Argentina y demuestra cómo éstos se encuentran vinculados a las trayectorias educativas y
laborales de las personas. Así, por ejemplo, las uniones de hecho o consensuales conviven social-
mente con el matrimonio, en algunos casos como decisión consciente producto de los cambios
valorativos en torno al matrimonio y en otros como “período de prueba”, camino al matrimonio.

Ahora bien, si bien es cierto que en la actualidad asistimos, al decir de Jelin (2010) a una cre-
ciente multiplicidad de formas de familia y de convivencia, se torna necesario avanzar en la con-
sideración de los rasgos de continuidad que estas expresiones de familia presentan. Al respecto,
Riveiro afirma que “si bien las formas que adoptan las relaciones familiares van transformándose
a lo largo de la historia, su razón de ser en el capitalismo permanece inalterable” (2015: 254).

Esto implica considerar la persistencia de la funcionalidad social de la familia, su participación


en la transmisión de valores y costumbres necesarias para la reproducción social y el desarrollo
de prácticas cotidianas vinculadas a la reproducción material de las personas. En tal sentido, no
es posible aprehender las prácticas que se desarrollan al interior de las unidades familiares si no
comprendemos que en el marco de la reproducción social la familia tiene la finalidad de aportar
a la reproducción de la fuerza de trabajo actual o futura (Torrado, 2003; Barg, 2003; Riveiro,
2015). Esto implica necesariamente que la familia vehiculiza normas y valores y desarrolla de-
4 Una expresión de esta lógica clasificatoria se encuentra en Méndez Guzmán, 2015.

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terminadas prácticas vinculadas a la sexualidad, la reproducción, la socialización y el cuidado de
sus miembros (De Jong, 2001); valores y prácticas que se encuentran observados, regulados y
complementados por la sociedad, principalmente mediante distintas instancias estatales. Sobra
relevancia de las prácticas cotidianas en la reproducción social, Pérez Orozco sostiene que “el
funcionamiento de los mercados, el devenir de las estructuras políticas, la creación de cultura
y pensamiento... todo aquello que normalmente evaluamos para hablar de desarrollo tiene una
condición sine qua non: la producción y reproducción diaria de vida y salud de las personas, es
decir, los cuidados de todas ellas” (2009: 6).

Relaciones familiares y prácticas cotidianas


En el análisis de la vida cotidiana de las familias se suele recurrir a la utilización de parámetros
y/o categorías que esencializando las relaciones sociales refuerzan roles o funciones en su in-
terior. Una de las aproximaciones más comúnmente presente en las instituciones está vinculada
a la presencia, al interior de las familias, de funciones parentales, básicamente las funciones
paterna y materna, donde la primera se asocia al mandato normativo y la segunda al afecto y al
cuidado. Si bien suele aclararse que función no equivale a persona, es necesario problematizar
este tipo de incorporaciones que suelen hacerse de manera fragmentada de sus fundamentos
disciplinares, corriendo el riesgo de simplificación.

Al respecto, recuperando las prácticas que se suceden al interior de las familias se considera
oportuno problematizar este tipo de categorías que normativamente prescriben roles y funcio-
nes, para adentrarnos en la consideración de la funcionalidad que la familia posee en el marco
de la reproducción social.

Necesariamente la funcionalidad de la familia se explica por las tendencias y necesidades de la


reproducción social, por lo cual las prácticas que en su interior se desarrollan se vinculan a qué
espera la sociedad de cada unidad familiar en general y de cada integrante en particular. Por eso,
la sociedad contemporánea se caracteriza por una lógica familiar sustentada en la diferenciación
de esferas sociales, aquella vinculada al mundo del trabajo y aquella vinculada a la domesticidad.
Al respecto, Jelin afirma que

“Esta diferenciación marca ritmos cotidianos, marca espacios y tiempos, expre-


sados en el ‘salir a trabajar’. En el modelo ideal, la división social del trabajo
entre miembros de la familia es clara: hay expectativas sociales diferentes para
el trabajo de hombres y de mujeres (el hombre trabaja afuera, la mujer es res-
ponsable de la domesticidad), y diferencias por edad (los niños y los ancianos
son ‘dependientes’). Estos dos criterios, sexo y edad, son el eje del patrón nor-
mativo de la división del trabajo cotidiano.” (Jelin, 1994: 25)

En igual línea, Arriagada sostiene que

“El uso del tiempo en general y la realización de actividades domésticas no re-


muneradas presentan significativas diferencias entre varones y mujeres, pues el
modelo a partir del cual se estructuran nuestras sociedades relega a la mujer al
espacio privado, al lugar de la casa y a la realización de las labores reproducti-
vas. Al hombre, en cambio, se lo relaciona con lo público y con la realización de
las funciones productivas” (Arriagada: 2005: 135)

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Esta desigualdad en el acceso y participación en el mundo del trabajo se vincula a los procesos
de toma de decisiones al interior de la unidad familiar, donde socialmente se configuraron las rela-
ciones de autoridad en torno a la provisión de recursos económicos. En tal sentido, analizando la
configuración histórica de las relaciones familiares, se define al modelo de ‘proveedor único’ como
aquel asociado a la diferenciación de responsabilidades entre hombres y mujeres, donde el primero
aparece como esposo/padre responsable del sustento económico de la familia, y la mujer, en cam-
bio, en tanto esposa/madre, es responsable por el mantenimiento del hogar y el cuidado de los
hijos (Wainerman, 2005). En esta lógica, los recursos económicos están asociados con la masculi-
nidad y el fundamento del poder del hombre en el ámbito familiar. Dice la autora al respecto que

“en este modelo, materializado o ideal, la capacidad de proveer económicamente


al hogar se asocia con la masculinidad. Los recursos aportados por el esposo
constituyen la base sobre la que se asienta una dinámica familiar patriarcal que
ve en el hombre a una autoridad inapelable, tanto para los hijos como para la
esposa” (Wainerman, 2005: 93).

Este modelo, producto de cambios económicos, culturales y políticos, ha sido interpelado, por
lo cual comienza a convivir con organizaciones familiares de dos proveedores, o, en algunos
casos a una reversión total de los roles de género, donde se pasa a una organización con una
única proveedora, aunque esto no altere su mayor responsabilización en las prácticas de cuidado.

En tal sentido, si analizamos la diferenciación de responsabilidades entre hombres y mujeres en


las tareas de cuidado, aquellas referidas al cuidado físico y emocional y de preparación de todo lo
necesario para el cuidado, se observa que demuestra que las actividades cotidianas y de simple eje-
cución orientadas a la satisfacción de la supervivencia se encuentran bajo la responsabilidad de las
mujeres, mientas que aquellas que requieren mayor calificación y son ocasionales, de los hombres
(Jelin, 2010; Rodríguez Enríquez y Pautassi, 2014; Wainerman, 2005). En consecuencia, analizando
la distribución de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos, los estudios arrojan que

“los maridos no participan nada o sólo muy poco de las actividades domésticas
cotidianas de la casa […] ellos se abstienen de cocinar, lavar los platos, hacer
las camas, poner la mesa, limpiar la casa, organizar la limpieza, lavar la ropa y
planchar. Todas ellas son ‘tareas marcadas por el género’, son no masculinas”
(Wainerman, 2005: 135).

Por su parte, en cuanto al cuidado de los hijos

“son mucho más las actividades rechazadas por los varones, es decir, no mascu-
linas, que las ejecutada en forma casi exclusiva por las mujeres, es decir, marca-
das como femeninas” (Wainerman, 2005: 141).

Ahora bien, estas tendencias en la organización de la vida cotidiana no responden a funciones


pre-existentes sino a la naturalización de la capacidad de las mujeres para cuidar. Es decir, “se
considera que la capacidad biológica exclusiva de las mujeres de parir y amamantar las dota de
capacidades superiores para otros aspectos del cuidado” (Rodríguez Enríquez y Pautassi, 2014:
12). Al respecto, Rodríguez Enríquez afirma que

“existe una creencia generalizada que sostiene que las mujeres están natural-
mente mejor dotadas para llevar adelante el cuidado de los niños y niñas y, por

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extensión, esto les otorga una ventaja comparativa para proveer de cuidado a
otras personas, incluyendo a los mayores y enfermos y, de paso, al resto de los
adultos de los hogares” (2007: 231).

Y luego agrega que

“queda claro a esta altura que no hay evidencias que sustenten este tipo de
afirmaciones, y que la especialización de las mujeres en las tareas de cuidado es
una construcción social, basada en las prácticas patriarcales hegemónicas. Este
proceso social y cultural de especialización de las mujeres en las tareas de cuidado
va de la mano de la separación de las esferas de la producción y reproducción, y de
la consecuente exclusión y segregación de las muj<eres en el mercado de empleo”

En síntesis, puede observarse como la reproducción cotidiana en el ámbito de la unidad fami-


liar implica la articulación de prácticas vinculadas al cuidado y a la obtención de los recursos
necesarios para la subsistencia; cuestión que históricamente se fue configurando a partir de la
división sexual del trabajo y que, por ende, no puede ser naturalizada ni cosificada.

Resulta necesario avanzar en las aproximaciones e indagaciones en torno a la incidencia de la


pluralidad de familias en las prácticas cotidianas, analizando la continuidad y ruptura con estas
lógicas hegemónicas. Interrogantes en torno a cómo se han reconfigurado las prácticas de cuida-
do en las nuevas expresiones familiares, qué incidencia tienen las transformaciones en el mundo
del trabajo en las relaciones familiares y en sus procesos de democratización, qué categorías
analíticas es necesario recuperar para superar prácticas clasificatorias y normativas en torno a fa-
milia, son, sin duda, aspectos que deben guiar el intercambio actual en el colectivo profesional.

A modo de cierre: Sobre la necesidad de superar marcos clasificatorios en la inter-


vención con familia
La intervención profesional en relación a familia no puede ser desvinculada de los procesos
sociales y de las configuraciones del espacio profesional en los distintos espacios ocupacionales.
En tal sentido, tal como expresamos en otro trabajo (Mallardi, 2018), la intervención con fami-
lias es atravesada por la vigencia de políticas y prácticas institucionales focalizadoras, donde
sigue vigente el mandato hacia un Trabajo Social fiscalizador de la pobreza.

Fiscalizar la pobreza, para la lógica burguesa imperante, es demostrar que el sujeto que re-
quiere de la intervención profesional no puede afrontar determinadas situaciones por sus propios
medios, que se ha esforzado por hacerlo mediante la inserción en el mundo del trabajo y que, de
no poder hacerlo, el esfuerzo realizado justifica el accionar profesional y/o institucional.

Fiscalizar la pobreza, para un Trabajo Social conservador y disciplinador, implica aproximarse a


la vida cotidiana de las unidades familiares procurando identificar las fallas o disfuncionalidades
individuales o familiares que explican la situación problemática atendida.

En esta línea, el sujeto es sujeto trabajador y todas las demás dimensiones de su ser quedan
negadas o reducidas a la mínima expresión. El acceso, o no, a una determinada prestación o a
un servicio social particular se asocia, generalmente, a la posibilidad o imposibilidad de acceder
al mismo mediante la lógica mercantil. Quien no logra hacerlo, debe afrontar procedimientos

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institucionales y profesionales de control y disciplinamiento.

Controlar la vida cotidiana de las unidades familiares implica poder clasificarla, describirla
y caracterizarla según categorías o marcos clasificatorios estandarizados. Conlleva, enton-
ces, prácticas que articulan el control, la fiscalización y el disciplinamiento. Quién accede
a un servicio social debe saber, según el mandato hegemónico, que está haciendo un uso
indebido de recursos que no le pertenecen.

Sobre esta base, las aproximaciones a las relaciones familiares posicionadas en la trayectoria
del Trabajo Social crítico deben poder trascender las aproximaciones hegemónicas y los manda-
tos institucionales asociados a la estigmatización de la población. Por ello, se torna necesario
trascender aproximaciones que se preocupan por el estado de situación en la unidad familiar,
describiendo inserciones laborales, pasadas y presentes, condiciones de las viviendas, problemas
de salud e inserción, o no, en el sistema educativo, para avanzar hacia explicaciones que recu-
peren el significado socio-histórico del cotidiano de cada unidad familiar.

Explicar el cotidiano implica articular las trayectorias particulares de las personas involucradas
con determinaciones sociales, económicas, políticas, culturales e ideológicas con las cuales se
relacionan de manera dialéctica. Se trata de desentrañar las estrategias familiares de vida, sus
lógicas y sus fundamentos, con el fin de reconstruir el significado de las relaciones cotidianas
que se desarrollan entre los miembros de cada unidad familiar y entre cada uno de ellos y de la
familia en su conjunto con el resto de la sociedad.

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