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Otro factor que debe considerarse en el consumo en unión con la ciudadanía es que
con esta práctica se pretende generar un sentido de pertenencia frente a un mundo donde los
significados son inestables. Según García Canclini, el mercado puede hacer que los grupos
sociales obtengan de manera selectiva diversos bienes que a su vez provengan de otros
contextos (lo tradicional, lo popular, lo moderno, lo autóctono, lo foráneo, etc.) para
fortalecer sus códigos de sentido. Esto es un proceso dinámico y cambiante, por lo que se
producen pactos sociales renovables que mantienen el orden de consumo y estructura
sociocultural. No obstante, el teórico argentino enfatiza que en cada sociedad existen
grupos hegemónicos que con el apoyo del mercado se apoderan de bienes que favorecen la
participación ciudadana, como la educación o la tecnología, y en consecuencia limitan la
actividad pública de los grupos subalternos. Frente a este problema, García Canclini
propone como solución acciones políticas que promuevan por múltiples vías ofertas vastas
y diversas para todos los sectores de la población; información confiable acerca de los
bienes, y el cultivo de la crítica y de la participación democrática de los consumidores ante
posibles distorsiones de la publicidad y la propaganda, cuyos mensajes pueden dificultar el
uso adecuado de los bienes en el escenario público. De ese modo todo consumidor, con el
apoyo del Estado, tiene garantizados su visibilidad social y su derecho a ser parte de una
sociedad que utiliza bienes como herramientas de desarrollo sociocultural.
En el contexto del dominio de una sociedad, un territorio y una cultura existen dos
ámbitos: el del colonizador y el del colonizado. Entre ambos existe una dinámica asimétrica
de oposiciones y de conciencia de un “otro” distinto. Para el colonizado, el colonizador
puede ser su salvador o su verdugo, el promotor de la civilización o de la barbarie. Sin
embargo, desde los ojos del colonizador el colonizado siempre está en un plano inferior: el
“otro” es un bárbaro, un salvaje, un incivilizado, un ser controlable, entre otros
calificativos. Ese “otro” incluso puede ser cosificado, es decir, se le niega su humanidad.
Este perfil ha sido analizado por diversos autores pertenecientes a la corriente de los
estudios poscoloniales, como los martinicanos Aimé Césaire y su pupilo, Frantz Fanon.
Ambos comparten una perspectiva crítica en contra del discurso colonizador, quien no sólo
discrimina al “otro” colonizado por su cultura y costumbres, sino también por su color de
piel. En ese sentido, Césaire y Fanon incluyen lo racial en sus reflexiones poscoloniales,
donde el negro se muestra siempre en desventaja frente al blanco.
A partir de este fragmento, se puede afirmar que el negro puede padecer un rechazo
de su propio cuerpo producto de un discurso heredado e implantado en su conciencia. Por
lo tanto, el individuo se vislumbra como “otro” negativo respecto al blanco, quien
representa un “mundo honrado”.
Más adelante, Fanon explica que el negro es incapaz de negar su imagen de “otro”,
como el judío, quien puede ocultar su nombre hebreo y no carga con los estigmas del negro.
El teórico amplía sobre ese asunto:
Tal como Césaire, Fanon incluye lo racial en la problemática del colonizado, quien
es víctima del discurso del “otro” colonizado, un discurso que niega su humanidad, su
dignidad y su autonomía en el mundo. Para ambos teóricos, el color de piel es un agregado
del discurso colonizador, ya que la noción de progreso construido por el europeo se
sostiene en su color de piel y para encontrar valores opuestos, asoció lo negro con lo
salvaje, lo incivilizado y lo negativo.
Referencias bibliográficas
Fanon, Frantz. “La experiencia vivida del negro”. Piel negra, máscaras blancas. Madrid:
Akal, 2009. 111-132.
García Canclini, Néstor. “El consumo sirve para pensar”. Consumidores y ciudadanos.
Conflictos multiculturales de la globalización. México: Grijalbo, 1995. 41-55.