Está en la página 1de 17

CULTURA POPULAR Y CULTURA POLÍTICA: SU RELACIÓN CON LA

UNIVERSIDAD EN EL PENSAMIENTO DE ANTENOR ORREGO


(Ponencia sustentada en el Coloquio “Antenor Orrego, la unidad continental y los
orígenes de la modernidad en el Perú”. Lima, 2, 3 y 4 octubre del 2002, Sala “Raúl Porras
Barrenechea”, Congreso de la República.)

Por ELMER ROBLES ORTIZ


1. CULTURA Y EDUCACIÓN
Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador insigne, la formación del
hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. El hombre, afirma,
vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan
negativas sino por las que ennoblecen. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-
ser”. Por eso relaciona las pasiones con la educación en estos términos: “El problema de
la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El
problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en
servirse de ellas como instrumento del espíritu” (1). Estuvo, por lo tanto, en contra del
concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría a la castración
moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los valores, no
a las que traicionan el destino del hombre tornándose monstruosa negación.
Para él, la educación no implica modelar el alma del niño, por cuanto éste tiene
demasiado porvenir como para que el pasado -representado por sus padres o profesores-
pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras breves pero profundas: “La
educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El
alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su
capricho” (2). Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del
quehacer pedagógico
Con tales ideas, publicadas el año de 1929 en su obra El monólogo eterno, Orrego se
adelanta a las corrientes psicopedagógicas que sustentaron, mucho tiempo después,
Vygotsky, Piaget y Ausubel, entre otros, hoy en boga. Lo que él sostuvo hace más de 70
años, ahora impregna el quehacer educativo. Efectivamente, Orrego piensa que el
profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto personal, que no
debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir
sus potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser
protagonista del proceso cultural. Postula, pues, una educación para perfeccionar al
hombre en el sentido de su humanización, de manifestar o expresar sus cualidades como
creador de cultura y elevar al máximo las energías vitales de su ser. Pero al mismo tiempo,
una educación para la transformación, de modo que habrá de preparar al cerebro del
estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante problemática de su entorno y
del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma, dinámica,
siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las
posibilidades del espíritu
Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan
permanentemente, hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es
hacer obra constructiva, educadora, imperecedera; es una acción que, en medio de hondas
y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el espíritu, y con la cual el hombre deja
su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura debe ser una cultura
histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco un simple escarceo
de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las
fibras de nuestra vida. No debemos, tampoco, confundir cultura con ilustración
académica; ésta implica memoria fría e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así,
repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear y vivificar el ambiente
espiritual de una cátedra es una muestra de cultura. Y Orrego fue verdaderamente un
hacedor de cultura.
2. UNIVERSIDAD Y PUEBLO
Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en
los libros”, son precisos, según Orrego “dos elementos primordiales: de un lado la
universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador
intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se
complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es utilizada por grupos
minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia
permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la
divergencia entre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros países.
“La universidad ha tenido -escribe Orrego- una semi-cultura de gabinete y de pupitre pero
no ha tenido ni tiene una verdadera cultura vital. La cultura hay que vivirla en principio
y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y defender en el aula las
llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la calle y en la vida
cotidiana”.
Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que declara.
La aguda observación de Orrego contenida en la cita anterior así como en la siguiente
exhibe una dolorosa realidad. Son sus palabras: “No vale la pena que en los exámenes se
declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia y en la vida se les befe,
o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos categóricos” (3).
Las dos citas nos ponen frente a situaciones de pasmosa vigencia no obstante
remontarse al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y
universitaria.
Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la
cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones
filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa de
los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de sustancia,
que no sirve para la mejora individual ni colectiva. Postula, por el contrario, el
conocimiento de nuestra problemática. Necesitamos, escribe, “crear nuestro propio
pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia economía, nuestra propia estética,
nuestra propia historia” (4). Y en lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal
aplicados, desorientan y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, necesitamos
maestros que nos enseñen a conocer y amar nuestra América, que vivan junto a la
juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente
integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra
recóndita realidad.
Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maestros y discípulos, en
un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene que
para crear una cultura viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar el libro
y la letra muerta; escudriñar nuestra realidad y desde allí elevar nuestro pensamiento.
Critica a las universidades porque no han despertado ni formado al hombre en los
profesionales salidos de sus aulas. Tales profesionales aparecen, entonces, como criaturas
débiles que marchan por la vida agobiadas por su título, por su carrera y por su lucro, sin
responsabilidad moral, que lo mismo les da vivir con sus ideas, con la justicia, con la
verdad, o sin ellas y hasta en contra de ellas. De esta manera, nada podemos esperar y
exigir de profesionales con tales características, que son la degradación de la actividad
universitaria. Formar al hombre y al ciudadano antes que al profesional es, pues, tarea
primordial de la universidad.
Pide a las nuevas generaciones realizar el objetivo más sagrado del hombre: la
responsabilidad suprema de crear una nueva vida, esto es, vivir la cultura, realizarse por
medio de ella, que le es privativa y sin la cual pierde su condición humana Y para vivir
la cultura, en opinión del egregio maestro, es indispensable que la universidad se proyecte
al pueblo y que éste se incorpore a la universidad. Sobre esta relación entre universidad
y pueblo acota los siguientes términos: “Universidad y pueblo son dos vasos
comunicantes cuyo nivel superior o inferior lo determinan la mayor o menor mentalidad
y moralidad de ambos. Son si se quiere dos factores intercambiables que presiden todo el
proceso histórico” (5). Estos conceptos fueron escritos en 1928; consecuente con ellos,
en 1947, desde el cargo de Rector de la Universidad Nacional de Trujillo sostuvo que la
universidad “tiende a satisfacer las justas aspiraciones de los hijos del pueblo porque la
universidad es, y así debe ser, la institución máxima de los hijos del pueblo” (6). Pero no
se quedó sólo palabras, sus ideas las llevó a la acción. Y allí están sus realizaciones que
han servido y siguen sirviendo a los hijos del pueblo: organismos académicos y obras
materiales.
La más alta misión espiritual que asigna a las universidades, aparte de la no menos
alta que debe ejercer en el campo personal, es la de ser depositaria y discernidora de la
experiencia histórica de un pueblo, sin la cual es imposible conseguir la consolidación y
la estabilidad de las instituciones políticas. Esto conlleva la idea de una universidad
dinámica e integral, puesta a tono con la vida contemporánea en todas sus
manifestaciones.
Por eso siente satisfacción al constatar que felizmente en el Perú, las generaciones
universitarias del movimiento reformista iniciaron el acercamiento de la universidad al
pueblo y de éste a la universidad, con el cual por primera vez se crea cultura opuesta al
libro frío y a la letra muerta.
3. CULTURA Y POLÍTICA
Como la idea de cátedra implica la de aporte, propuesta o planteamiento, Antenor
Orrego desarrolló cátedra no sólo en el aula, sino por diferentes medios: el periódico, la
revista, el libro, la tribuna pública, y lo hizo en diversas esferas: filosofía, literatura,
educación, historia, política... Ellas forman un todo polifacético pero coherente de su
pensamiento, cuyo profundo humanismo lo llevó a sostener que el supremo fin del Estado
es “la exaltación del hombre a su máxima plenitud espiritual, única razón de su origen y
de su existencia” (7). Es decir, concibe un Estado al servicio del hombre, y éste como el
centro y eje de las aspiraciones políticas surgidas en una determinada sociedad. Y como
considera que el hombre no puede abstraerse del quehacer político, por ser inherente a
toda sociedad, bien hubiera suscrito las palabras de Georges Balandier cuyos estudios
antropológicos muestran “que las sociedades humanas producen todas lo político y que
todas ellas están expuestas y abiertas a las vicisitudes de la Historia” (8).
En su concepto, la política que merece llamarse tal tiene que ser vista y practicada
como método o principio de gobierno, como línea coherente y permanente de acción, no
como un simple anhelo pasajero nacido en vísperas de un proceso electoral. Y para que
la política asuma un rango científico “es preciso que se alce sobre todos los puntos de
vista particulares, y que sea capaz de coordinar una concepción global de la historia en
cada situación concreta” (9). Esto entraña que el contenido de la ciencia política reside en
“comprender con claridad la necesidad del cambio o transformación social, que no es
cualquier cambio arbitrario, caprichoso o utópico, sino aquel que fluye en un momento
determinado de las situaciones morales, económicas, sociales y políticas de un país”. En
tal sentido: “El talento o genio del gran estadista consiste en comprender y obrar en
consecuencia en el sentido de ese cambio” (10). Precisamente, para Orrego “Estadista
significa hombre previsor, cuya mirada sea capaz de abrazar grandes perspectivas de
tiempo” (11). De esta forma, en el pensamiento de Orrego, el estadista es el personaje que
encarna y despierta los valores de la libertad de un pueblo como realidad concreta que
emana de la historia, no como un conjunto de principios abstractos y, por consiguiente,
es el hombre que sabe conducir a su pueblo a la posesión y goce de esa libertad; y el
político es el que moviliza la opinión pública estructurando los partidos políticos,
orientando y coordinando la acción táctica de la vida política de un país, en ejercicio de
la libertad y eludiendo los obstáculos de las ambiciones egoístas e intereses mezquinos.
Categóricamente, Orrego afirma: “Cuando en un solo hombre se da, a la vez, el estadista
y el político, los pueblos poseen el gobernante perfecto” (12).
Antenor Orrego defendió ardorosamente el derecho de los ciudadanos a organizarse
y orientarse mediante los partidos políticos, entidades o núcleos de la opinión ciudadana
sustentados en principios y programas. Textualmente dice: “El concepto cabal de partido
entraña la formulación de un programa orgánico de gobierno y de una línea coherente y
constante de opinión pública para colaborar en las actividades del Estado o para alcanzar
el ejercicio del poder público” (13). Entonces, orgánica y vigorosamente estructurados en
una doctrina, los partidos políticos están llamados a cumplir una gran función educadora
en la vida nacional, de modo que orienten a la ciudadanía en uno u otro sentido, controlen
el poder, fiscalicen los actos gubernativos y, por lo tanto, el saneamiento de la
administración pública. “En verdad, éstos -se refiere a los partidos, y cito nuevamente sus
palabras- deben ser canales vivos y permanentes por donde fluyan, hacia la nación, las
corrientes de docencia política que surgen de cada núcleo de opinión”. “Sin partidos
políticos auténticos, que sientan profundamente su misión docente, desde su propio
campo doctrinario, no tendremos jamás una verdadera democracia” (14).
Orrego se preocupa por el liderazgo político y académico, porque sin liderazgo el
país y sus instituciones carecerían de rumbo. Y al respecto pregunta: “¿Qué es pues la
política? ¿Cómo debe ejercerla la minoría del pensamiento?”. El mismo responde así:
“Pensando y haciendo pensar a la masa; defendiendo nuevos sentidos de libertad;
incorporando en la sensibilidad y en el pensamiento colectivos la necesidad de nuevas
superaciones. La política no es dar un gobierno perfecto idealmente; es hacer que el
pueblo merezca una autoridad mejor; es procurar que la colectividad sienta la urgencia de
un gobierno más perfecto” (15).
Orrego relacionó la cultura popular y la cultura política con la cultura universitaria.
En oposición a los académicos europeos que vivían en su torre de marfil, el movimiento
de reforma universitaria, propagado por toda América Latina a partir de 1918 y 1919 -del
cual el gran maestro fue protagonista-, asignó a las universidades un rol social, ahora
indiscutible. La reforma universitaria fue esencialmente un movimiento académico y
social que abrió las puertas de las universidades al pueblo y contribuyó a democratizar el
sistema educativo en general, al tiempo que se propuso crear una auténtica cultura
latinoamericana. Fue el movimiento de más amplia proyección cultural que ha dado
nuestra patria continental. Y esa proyección tenía al pueblo como su destinatario. En tal
sentido, Orrego sostuvo que la universidad no podía vivir y quedar aislada “en la periferia
de los pueblos sino en la médula vital de su ambiente o contorno”. Y como la universidad
ha vivido los vaivenes de la vida política de la república, en un movimiento pendular de
gobiernos democráticos por su origen y de gobiernos autoritarios, Orrego y las juventudes
reformistas pensaron a lo largo y ancho de América Latina que la docencia en esta parte
del mundo habría de caracterizarse por ser, primordialmente, docencia ciudadana,
educación civil y política. En un Estado en el cual no se respetaban los derechos humanos,
la universidad no podía vivir encerrada como en un claustro colonial, ciega, sorda, muda,
insensible a las angustias del pueblo y al grito redentor de las multitudes. Tenía y tiene la
ineludible obligación de proyectarse socialmente; asumir un compromiso con la justicia
social. De allí la pregunta formulada por Orrego y su correspondiente respuesta: “¿Cómo
puede el hombre consagrarse a la ciencia, a las artes y al ejercicio de las disciplinas
intelectuales sino no hay libertad? Hay que esforzarse por conquistarla previamente.
Hagámonos, primero países justos para hacernos, luego países sabios (16).
En todos los campos de la actividad humana, invitó a la juventud a emprender la
búsqueda del Perú y América Latina, alejándose del hechizo de la imaginación exótica,
para encontrar su propia ruta, aunque lacerante, ruta auténtica, nuestra. “Política y
culturalmente -anota- no seremos libres, sino simplemente libertos y manumitidos
mientras sintamos la añoranza de las palabras y de los ademanes extraños. Si sentimos el
pensamiento europeo como yugo y no como sustancia nutricia y alumbradora, ¿cómo
habremos de alcanzar nuestra autonomía, nuestra soberanía y mayoría espirituales?” (17)
En verdad, es reiterativo al pedir a la juventud que piense con autonomía, a no esperar
que otros lo hagan por ella. En un mundo cambiante a velocidad vertiginosa, no hay lugar
para el ocio de otros tiempos. Nuestro tiempo exige a todos, pensamiento divergente y
acción constructiva, rumbo auténtico sin ignorar el acaecer mundial.
En uno de sus aforismos, Orrego escribe: “No hay más cobardía que no hacer tu
acción o no decir tu palabra. Que esta sea tu moral” (18).
Pues bien, como ciudadano, político, escritor y universitario (estudiante, maestro o
autoridad), él siempre dijo su palabra y realizó su acción. Fue consecuente con sus ideas.
Y vivió plenamente su moral.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Antenor Orrego. El monólogo eterno (Aforística). Trujillo, Empresa Editora La
Razón, 3ra. ed. 1977, p. 18. Cf. Obras completas, t 1, Lima, Cambio y Desarrollo-
Instituto de Investigaciones, Editorial Pachacutec, 1995, p. 84.
2. Ibid., p. 18.
3. Las citas de este párrafo y del anterior proceden de: Antenor Orrego,
“Cultura
universitaria y cultura popular”. Tomado de Elmer Robles Ortiz. Las ideas
educacionales de Antenor Orrego. Trujillo, Universidad Nacional de Trujillo,
Gráfica Ariseb, 1992, p. 73-74. Primigeniamente publicado en Amauta, Año III, N°
16, Lima, julio de 1928, p. 35-36. Incluido en Obras completas, op. cit. t. 1, p. 305-
310.
4. Ibid., p. 76.
5. Ibid., p. 79.
6. Véase Memoria del Sr. Dr. Don Antenor Orrego, Rector de la Universidad
Nacional de Trujillo, leída el día de la apertura del año académico. Trujillo,
Librería e Imprenta Moreno, 1947,p. 36. Incluida en Elmer Robles Ortiz, op. cit.
p.128.
7. Antenor Orrego. Obras completas, t. 1, p. 47.
8. Georges Balandier. Antropología política. Barcelona, Ediciones Península,
1969, p.6.
9. Antenor Orrego. “La política como teoría”. En: Obras completas, t. 3, p. 252.
10. Ibid., “La materia de lo político”. En: Obras completas, t.3, p. 256.
11. Ibid., “De nuevo en la lucha” En: Obras completas, t. 2, p. 279.
12. Ibid., Discriminaciones. Lima, Universidad Nacional Federico Villareal,
Editorial Jurídica, 1965, p. 19. Incluido en Obras completas, t. 2, p. 324.
13. Ibid., “Partidos y paz interior”. En: Obras completas, t.4, p. 27.
14. Ibid., “Nnivel de cultura política”. En: Obras completas, t. 4, p. 41.42.
15. Ibid., “Política”. En: Obras completas, t. 1, p. 68.
16. Las citas de este párrafo han sito tomado de “La cruzada por la libertad del
estudiante”, Elmer Robles Ortiz, op. cit., p. 82-83.
17. Antenor Orrego, Pueblo continente .Ensayos para una interpretación de la
América Latina. Buenos Aires, Ediciones Continente, 2ª. Ed. 1957, p. 18. Cr.
Obras completas, t. 1, p. 121.
18. Ibid. Obras completas, t. 1, p. 73.

PENSAMIENTO EDUCATIVO DE VÍCTOR RAÚL HAYA DE LA TORRE

Por Elmer Robles Ortiz

(Conferencia sustentada en la Universidad Privada Antenor Orrego, Trujillo, 20 de


febrero del 2002)

Extraordinario, polifacético y prominente hombre de pensamiento; creador de original


concepción política surgida en la intransferible realidad peruana y continental; infatigable
luchador por la justicia social; humanista siempre al día con el avance del conocimiento;
visionario de la integración latinoamericana; practicante de irrepetible pedagogía de multitudes,
Víctor Raúl Haya de la Torre es preclaro ciudadano universal del siglo XX, cuya obra contiene
temática diversa y profunda, centrada en el hombre, sujeto de todos sus desvelos y
preocupaciones. Por ello asigna importancia capital a la formación del hombre dentro de un
nuevo Estado y una sociedad libre de explotación, y exige ampliar la cobertura educativa sin
otro límite que la propia capacidad de los alumnos. Por ello fija su penetrante pupila tanto en la
educación formal escolar cuanto en los demás agentes con potencialidad formativa.

A través de toda su vida, desde la niñez hasta los años más avanzados; como estudiante
que peregrinó por ásperos caminos del mundo; o como trabajador de la enseñanza y maestro
del pueblo y de la juventud; en los días aciagos o felices, Haya de la Torre fue en cada momento
de su existencia un abanderado de la educación. Ya sea en los difíciles instantes cuando corría
riesgo de morir, al someterse a compleja operación quirúrgica en 1965, ocasión cuando
recomendó “Constitucionalizar la gratuidad de la enseñanza” atendida por el Estado; o en la
etapa cimera de su larga carrera de estadista cuando fue Presidente de la Asamblea
Constituyente entre 1978 y 1979, asigna a la educación importancia jerárquicamente superior
dentro de un nuevo modelo político inspirado en la justicia social. Desde el candor de los años
mozos, cuando enseñaba a otros niños en su propia casa; pasando por la fogosidad juvenil que
lo impulsa a realizar la obra excelsa de educar trabajadores en las Universidades Populares
“Manuel Gonzáles Prada”; hasta la fase postrera de su vida, al realizar periódicas y orgánicas
sesiones de sesiones de enseñanza-aprendizaje para jóvenes y adultos, utilizando el método del
coloquio, exhibe una sola línea de su conducta permanente en favor del perfeccionamiento del
hombre mediante la educación, a la cual, en su concepto, habrán de acceder todos los peruanos
sin discriminación alguna dada su elevada categoría de derecho humano fundamental.

Haya de la Torre ha dejado estupendas páginas sobre su pensamiento educativo. A pesar


de la dispersión, sus escritos denotan unidad en el conjunto de esta materia. Toda su producción
pedagógica revela a Víctor Raúl Haya de la Torre como un teórico y como un realizador de este
campo. Faceta poco explorada por los estudiosos de su rico pensamiento en el que se encuentran
insospechados y sustanciosos temas educacionales. Sus ideas al respecto son como un abanico
que se abre para mostrar distingas líneas, algunas de las cuales serán abordadas aquí,
panorámicamente. Ojalá tengamos ocasión y tiempo para tratar después, con detenimiento este
fascinante campo.

Cuando se carece de nociones fundamentales en la ciencia de gobierno, no faltan políticos


que se prenden de ciertas palabras como si fuesen tablas salvadoras de un náufrago. Una de esas
palabras es educación. “Pero la educación -escribe Haya de la Torre- no es una palabra ni un
concepto ni un programa de gobierno aislado. Pertenece a un conjunto orgánico de
sistematización y política que se afirma en una concepción política integral de la vida de un
pueblo”. Y añade: “Nuestro punto de partida es el enfocamiento del Estado como escuela, como
educación, como cultura, como paideia”. En esta perspectiva, la lucha por la liberación,
soberanía y justicia social representa una tarea multidimensional, por lo tanto, exige la
elaboración de un “proyecto educativo integral” capaz de forjar, democráticamente, la
conciencia de nuestro rol histórico. En forma expresa propone, pues, la planificación de la
educación formal escolar junto a los demás sectores del desarrollo. Y esto requiere una
organización técnica que la estructure y conduzca de acuerdo a una filosofía del desarrollo, de
formación integral del hombre y de transformación social. No obstante las múltiples voces sobre
este asunto, algunas ya lejanas en el tiempo, el Perú no tiene todavía un Proyecto Nacional de
Desarrollo ni, específicamente, un Proyecto Nacional de Educación. Hemos perdido y seguimos
perdiendo el tiempo. Con motivo del bicentenario de la independencia, al que nos estamos
acercando, deberíamos haber elaborado ya el Proyecto Nacional de Desarrollo 2001-2002; y,
dentro de él, el Proyecto Nacional de Educación, denominados, respectivamente, con los
hombres próceres de “José Faustino Sánchez Carrión”, el Fundador de la República y “Toribio
Rodríguez de Mendoza”, el Maestro que formó a la juventud para abrazar la causa patriota.

Diversos filósofos y pedagogos han entendido, clásicamente, a la educación como un


hecho que conduce, de modo principal, a lograr propósitos individuales y al perfeccionamiento
del hombre, sin atribuirle dimensión social alguna. Por el contrario, para otros autores, la
educación es un fenómeno exclusivamente social, pues la ven como realidad tangible en una
sociedad determinada. Pero estas dos posiciones extremas han sido ya superadas por las
moderas ciencias de la educación al concebir a ésta como proceso consustancial al hombre y
que persigue, a la par, fines individuales y sociales, por lo tanto como vía de humanización e
imprescindible instrumento del desarrollo de los pueblos. Precisamente, así lo comprendió
Víctor Raúl Haya de la Torre. Y meditó en la educación vista como fenómeno pedagógico y
social, que ocurre en el aula y en las diversas actividades de la ida humana. “La educación no
puede darse simplemente en la Escuela, sino en el Hogar, en la calle y en todas partes”, decía.

Haya de la Torre se preocupó por los problemas socioeconómicos y financieros del país;
por las relaciones internacionales; por las obras materiales y por todas las variables del
desarrollo. Pero por encima de todo se desveló por el protagonista de tales cosas: el hombre.
De este modo, asignó importancia capital a la transformación del hombre, respecto a sus
derechos y el cumplimiento de sus obligaciones, dentro de lo cual, lógicamente, la educación
desempeña rol central. Sin el cultivo del hombre no hay mística y sin ésta no existe ninguna
posibilidad de hacer una auténtica revolución orientada a terminar con el injusto orden social.
Entonces, el primer paso de nuestra segunda revolución emancipadora habrá de comenzar en el
ámbito educacional con la formación integral del nuevo hombre apto para romper los viejos
moldes mentales creados por un sistema educativo deformante de nuestra personalidad
histórica, social y cultural.

Por eso, cuando asumió la presidencia de la Asamblea Constituyente el 28 de julio de


1978, hizo girar su medular discurso en torno al hombre y a los derechos humanos en un Estado
nuevo para una sociedad mejor, cuyo último y supremo ideal será la exclusión de toda forma
de explotación del hombre por el hombre y del hombre por el Estado. Quiso asegurar, dentro
de un régimen de libertad y justicia, alimentación, vivienda, salud, trabajo, educación y cultura
para todos los habitantes del Perú. “Centrar un sistema político en torno al hombre exige
consagrar especial importancia a la preparación del hombre, nuestra Constitución debe atribuir
a la enseñanza una jerarquía dominante y superior”, sentenció en aquella histórica ocasión. Y,
consecuentemente, reclamó gratuidad de la enseñanza a cargo del Estado, atención
especialísima a los jóvenes estudiantes, para quienes no debe existir más límites en sus
aspiraciones que el marcado por sus capacidades, y exigió para ellos promoción y estímulo. Se
preocupó, asimismo, por la erradicación del analfabetismo, obligación fundamental del Estado
Antimperialista ideado por él.

Por ser un hecho inherente al hombre, Haya de la Torre concibió una educación
dinamizadora que, como proceso vital permanente, internaliza valores, comportamientos
trascendentes; que libera al hombre conduciéndolo hacia su plena y armónica realización
personal y como miembro de una sociedad concreta, hacia su perfeccionamiento, a ser cada vez
más humano; proceso que afirma y eleva la conciencia espacio-temporal y gracias a ella impulsa
el desarrollo del Perú y América Latina dentro de un proyecto orgánico integral de las
obligaciones del Estado; una educación que suscite la revolución de los espíritus en una
sociedad libre, justa y solidaria. Una educación, en la cual el hombre, centro y eje del desarrollo,
sea el fin supremo de los anhelos colectivos del Perú como nación y como Estado. Acaso sopesó
las palabras de Manuel Kant: “Tan sólo por la educación el hombre puede llegar a ser hombre”.

En nuestra opinión, centrar la educación en el hombre significa asignar al estudiante rol


protagónico en su propia formación, considerándolo un todo unitario, armónico, complejo,
integral, único e irrepetible. Se trata de mantener el equilibrio de todas las capacidades del
hombre ontológicamente considerado como un ser cognoscente dotado de exclusivas
potencialidades intelectuales; un ser actuante para transformar su realidad, protagonizar la
historia, producir bienes, prestar servicios, hacer algo; un ser profesante de valores cuya
internalización le otorgue identidad personal y colectiva. Todo lo cual perfila su
comportamiento como ser consciente de su espacio, de su tiempo y de su rol histórico frente a
mejores condiciones de vida. Sin descuidar el impulso a la ciencia, la tecnología y el desarrollo,
una educación centrada en el educando, alrededor del cual giren todas las actividades y
elementos diseñados y utilizados en su formación -planificación de la enseñanza, recursos
humanos y materiales- implica cambiar la mentalidad del hombre con miras a exterminar
concepciones, hábitos y estilos de vida atentatorios a la existencia humana por reducir al
hombre a un ser económicamente domesticado, encaminado al cumplimiento de tareas
prefijadas y cumplidas mecánicamente.

Haya de la Torre conoció el movimiento de la Escuela Nueva o Escuela Activa que, desde
fines del siglo XIX y principios del XX, irradió a través de diferentes autores, sus valiosos
aportes en el campo pedagógico y que llegan hasta hoy. Este movimiento abogó por una
educación integral, por lo tanto, una educación moral, estética, laboral y no sólo intelectualista,
propuso el uso de métodos activos y fundamentalmente reivindicó y propagó la concepción
roussoniana del paidocentrismo, que consideró al alumno en el centro del sistema educativo,
inspirada en la revolución copernicana de la física, que ubicó al sol en el centro del sistema
planetario. En más de una ocasión, Haya de la Torre se refirió a los representantes de la Escuela
Nueva, entre ellos a la italiana Maria Montessori y su obra en la Casa de los Niños. Ya en
1923, en el primer número de la revista Claridad, que él fundó y dirigió, apareció en la página
intitulada “La voz de los estudiantes”, una dura crítica a la cátedra de pedagogía de la
Universidad de San Marcos acusada de “insuficiencia absoluta” y de no haberse renovado como
en las demás universidades del continente puesto que esa materia alcanzaba relieves singulares
en todo el mundo. Se le imputaba su carácter discursivo, de no introducir nuevas ideas y callar
la obra educativa de otros lugares. El cronista formulaba, en alusión a la Escuela Nueva, la
siguiente pregunta: “Qué hay de las nuevas teorías pedagógicas?” Si dicho texto no fue escrito
por el propio director, Haya de la Torre, de todos modos, fue autorizado por él.

Asimismo, de sus escritos, como también de sus realizaciones, fluye con claridad que
Haya de la Torre es un precursor de la pedagogía de liberación surgida hace más de 30 años en
América Latina y que tuvo en Paulo Freire a su principal exponente. Este autor critica la injusta
organización social de América Latina frente a la cual la educación permanece ciega y muda,
por ello preconiza una educación dialógica y concientizadora para terminar con la alienación
domesticadora y lograr la liberación de los oprimidos. Por su parte, Haya de la Torre, antes que
Freire expusiera sus ideas, ya combatía los “virreinatos del espíritu” o colonialismo mental, es
decir la alienación, y luchaba contra la dominación y explotación de los países latinoamericanos
provenientes de los centros imperialistas del mundo, lo cual tiene su expreso correlato en el
campo educativo. En efecto, en 1923, siendo estudiante sostenía: “Un pueblo instruido es un
pueblo libre, mientras el pueblo sea ignorante será esclavo”. Y en sus Pensamientos de crítica,
polémica y acción, escritos antes de 1930, insertos en su libro Impresiones de Inglaterra
imperialista y Rusia soviética (1933) se lee: “No se educa solamente enseñando a leer y escribir,
porque el conocimiento en sí es un instrumento que puede servir para el bien o para el mal, para
la explotación o para la liberación. Importa educar hacia la libertad en una escuela de optimismo
que demuestre que la justicia social es la única meta de la sabiduría integral”. Años más tarde,
en 1946, dirá: “No hay democracia que no sea en sí, en su más egregia esencia, educación para
la libertad”. “Educar para la libertad es la tarea más alta de la democracia”. “La escuela debe
ser la preparación del hombre desde niño para el ejercicio político de la libertad”.
En el humanismo preconizado por Haya de la Torre, la educación desempeña rol central.
Fuerza impulsora de las capacidades creativas del hombre; liberación de las energías humanas
a plenitud; vertiente del espíritu del hombre; proceso que así como recibe influencias del
contexto social y cultural, a su vez, influye sobre los demás y permite transformar el medio
físico, la educación es un hecho sin el cual no se puede hablar de dirección y sentido del ser
humano dentro de su conglomerado social ni tampoco se puede pensar en el desarrollo. Vale
decir, Haya de la Torre pensó en una educación humanista como eje de un sistema político que
gire en torno al hombre.

Según su pensamiento, la educación debe, pues, desarrollarse como un proceso que eleve
la libertad en calidad de aspiración superior del hombre; que busque formar hombres y pueblos
libres de toda dependencia, con la mirada puesta en el futuro, pero sin ignorar el pasado ni
descuidar el presente; que abra paso a la verdad, a la crítica y a las nuevas vías de realización
del hombre. Vale decir, según Haya de la Torre, educar es liberar.
Voces procedentes de diferentes partes señalan el olvido del hombre como único fin y
sentido de la realidad, por consiguiente, centro y fundamento de la educación vista
antropológicamente como “medio en virtud del cual el animal -el hombre- se convierte en ser
humano”, según conceptos de Clara Nicholson. Aunque cuestionados, aún subsisten ideas y
hechos obstructivos del desarrollo de las capacidades del hombre, de la intensidad de su ser y
del incremento de su vitalidad. Pero al mismo tiempo, y en medio de la borrasca, como también
en la orilla opuesta, se acude a la educación cual tabla de salvación para que el hombre logre su
cabal y plena existencia, potenciar su ser, formar su personalidad, alcanzar originalidad,
relacionarse de modo positivo con sus semejantes y su medio circundante, aspirar al
perfeccionamiento, expresarse y desarrollarse en un clima de libertad y solidaridad, fomentar
su capacidad de transformación creadora e integrarse al mundo actual y futuro.

Haya de la Torre abogó por cambiar radical e íntegramente la educación, que si bien tiene
asiento en la realidad presente, se proyecta hacia el porvenir. “Educar es amasar el pan del
futuro de nuestra historia, educar es realizar la obra más excelsa... Una obra de educación es un
salto adelante, de la caverna hacia la cultura”, decía en alusión al sentido previsional, a la
trascendencia y el carácter privativo de la educación, en cuyo proceso el hombre identifica su
propio destino, cultiva, su ser, manifiesta su creatividad y se realiza humanamente en los
elevados niveles de la perfección.

Por el fenómeno de alienación, según la terminología de Freire, o colonialismo mental,


denominación preferida por Haya de la Torre, los peruanos y latinoamericanos nos hemos
habituado a copiar, imitar o repetir formulaciones provenientes de otras realidades, que sin
análisis alguno las aplicamos para solucionar nuestros problemas con el consiguiente fracaso.
Esto ha ocurrido y ocurre en una u otra área, incluida la educación. Y así no aprendemos la
lección. Aplicando las ideas de Haya de la Torre al área que nos ocupa aquí, estaremos en
condiciones de afirmar que es imposible resolver el problema educacional mediante el
trasplante de modelos tal cual fueron concebidos y puestos en práctica en otros espacios en
función de sus propios procesos históricos, es decir en función de su propia realidad. El aporte
ajeno es útil pero sólo como punto de referencia y de evaluación de la experiencia humana en
otros contextos. Entonces, el Perú deberá buscar las soluciones más adecuadas a su
problemática educativa, sobre la base de sus peculiares necesidades socioeconómicas.

Siendo la educación un proceso de realización humana, de perfeccionamiento y un


instrumento del desarrollo de los pueblos, habrá de ser concebida, defendida, planificada,
implementada, conducida y evaluada dentro de una específica estructura social, dentro de una
realidad intransferible.

La teoría, tecnología y práctica de la educación, sus fundamentos y sus soluciones,


tendrán que ubicarse, pues, aquí y ahora, en la realidad peruana, en nuestro espacio y nuestro
tiempo, inserto dentro del devenir del pueblo-continente latinoamericano, que tiene su propio
campo gravitacional de la historia y su inconfundible espacio-tiempo educativo.

Se impone, así, la necesidad de profundos cambios en nuestros esquemas mentales, de


orientaciones con sentido realista en el estudio de los fenómenos histórico-sociales,
particularmente educacionales, buscar aquí y no fuera soluciones a nuestros problemas.

Dentro de esta nueva actitud, la educación es factor primordial para formar la conciencia
histórica, que no será otra que la del espacio y tiempo del hombre peruano. Es decir, las
experiencias de enseñanza-aprendizaje serán medios para agitar las inteligencias con miras a
transformar al hombre y la sociedad.

Indudablemente, son importantes las vivencias directas del observador para explicar los
fenómenos desde la perspectiva peruana y latinoamericana. Pero es más importante que
mentalmente el observador se encuentre aquí, aunque físicamente esté fuera. Al respecto se dan
casos de diseñadores de currículos y autores de textos para estudiantes que, si bien caminan
sobre tierra peruana, tienen sus mentes fijas en países desarrollados, no para transferir aportes
con sentido crítico y creativo, sino para copiarlos ciegamente. Actúan pensando en otras
realidades, no en la tierra que pisan. El deslumbramiento que provoca lo extranjero es insuflado
en el programa o sílabo y el texto, sin conexión con los problemas reales de nuestro espacio y
nuestro tiempo. De este modo, el profesor enseña y el alumno aprende contenidos
desconectados de la realidad peruana. Es más: se generan en diversas asignaturas actitudes
atentatorias contra nuestra identidad cultural, o que no contribuyen a formar íntegramente al
educando, ni al desarrollo nacional. No exaltan los valores culturales autóctonos ni asignan
importancia a la formación laboral. Existe, pues, desarticulación de la educación frente a nuestra
cultura y a nuestro proceso social.

Separados por grandes distancias mentales de los pueblos que protagonizan la revolución
intelectual de nuestro tiempo, los peruanos y latinoamericanos no somos creadores de aportes
descollantes, sino estupefactos espectadores o, a lo sumo, repetidores, con retraso o sin
filtración alguna, de las grandes hazañas de los países que marchan a la vanguardia científica y
tecnológica. Nuestro sistema educativo, sumergido dentro de este fenómeno, no es capaz de
transmutar conciencias y descubrir medios idóneos para acortar dichas distancias que, con el
portentoso desarrollo de la ciencia y tecnología, se han hecho descomunales.

El punto de partida para echarse a caminar a mayor velocidad será la formación de la


conciencia de nuestra realidad. El principal medio para lograrlo, la educación. En tal sentido,
la tesis del espacio-tiempo histórico de Haya de la Torre es un aporte significativo a la teoría
educativa contemporánea.

Haya de la Torre fue, al mismo tiempo que practicante de la docencia, un teórico de la


educación. El mismo de definía como “trabajador de la enseñanza”. Por varios años, de modo
simultáneo a sus estudios en la Universidad de San Marcos y a sus funciones profesorales y
rectorales en las Universidades Populares, ejerció convencionalmente el magisterio en los
niveles primario y secundario en colegios de Lima. Tal vez sus vivencias fueron más intensas
en el Colegio Anglo-Peruano, dirigido por John A. Mackay. “En él hice por tres años mi trabajo
inicial de práctica pedagógica”, escribirá en 1930. También fue profesor del Liceo Santa Rosa
y de otro plantel limeño. En ellos desarrollaba los cursos de constitución, geografía, historia y
filosofía.

En la sección primaria del Colegio Anglo-Peruano organizó una “liga de orden y


limpieza” como respuesta a una suerte de sociedad secreta creada por los alumnos con el fin de
ayudarse mutuamente para resistir el severo castigo de escribir cientos de renglones que, como
acción disciplinaria, imponían ciertos profesores. Y en la secundaria hizo funcionar los
“tribunales de honor”, integrados por alumnos, cuyo objetivo era el juzgamiento de sus propios
compañeros infractores de normas del colegio. Esta interesante experiencia eliminó la delación,
desarrolló la autoestima, la autodisciplina, el respeto recíproco, el espíritu de justicia y el
acatamiento de las decisiones del grupo. Durante la permanencia de Haya de la Torre en ese
centro educativo -tres años- nunca se presentó queja alguna contra los fallos de tan original
corte de justicia escolar. En el mismo plantel desarrolló clases sobre el problema sexual, no
discutido hasta entonces en el sistema educativo peruano. Su diseño de educación sexual
comenzaba con la explicación sobre el proceso reproductivo de las plantas, luego de los peces,
aves y mamíferos, y finalmente el hombre.

Haya de la Torre defendió la igualdad de oportunidades de acceso al sistema educativo,


ya sea a los primeros grados o a la universidad. Precisamente, siendo alumno de la Universidad
de San Marcos, lideró en 1919 el movimiento de la reforma universitaria. Antes de este
movimiento, el espíritu de las universidades latinoamericanas era arcaico, dogmático,
inquisitorial, heredero de la colonia, contrario a las aspiraciones populares y de espaldas a los
problemas palpitantes de nuestros países. La enseñanza era retórica, la mediocridad se imponía
sobre la capacidad. La universidad se mantenía estática y petrificada, desvinculada de los
sucesos mundiales y de las nuevas ideas, su nivel académico era bajo y su gobierno estaba en
manos de grupos oligárquicos y nepóticos. Frente a la ostensible deficiencia de la enseñanza,
descontentos por los problemas nacionales e impulsados por ideas de cambio, los jóvenes
quisieron, según conceptos de Haya de la Torre, “transformar estas viejas universidades en
nuevos laboratorios de ciencia y de verdadera vida”.

De esta manera, el movimiento se propuso vincular las universidades con la problemática


del país; terminar con la influencia de grupos que habían hecho de estas casas de estudio bastión
de sus intereses particulares; relacionar al estudiante con los trabajadores; estrechar lazos entre
las universidades latinoamericanas dentro de los anhelos de integración de nuestros pueblos;
conseguir la libertad de cátedra y su provisión por concurso, el derecho estudiantil de tacha a
los profesores incompetentes, la participación de los alumnos en el gobierno institucional, en
fin, la conducción autónoma de las universidades.

No pretendió solamente mejorar los métodos pedagógicos. Para Haya de la Torre, la


reforma universitaria no fue un simple movimiento encaminado a preparar mejor y bajo más
apropiadas condiciones al profesional. La entendió como movimiento de contenido educacional
y social que imprimió a las universidades nuevo sentido, nueva proyección para que se orienten
a la investigación científica, a crear conocimiento y exaltar los valores de la cultura, y no
únicamente a formar profesionales y conferir títulos. No se trataba, pues, de hacer fácilmente
más profesionales o enseñarle al estudiante la manera de conseguir el diploma sin saber mucho:
todo lo contrario, los reformistas quisieron ser buenos profesionales al servicio del pueblo.

La reforma universitaria inició la democratización de las universidades y de todo el


sistema educativo. Al respecto Haya de la Torre expresa las siguientes palabras: “cuando
nosotros comenzamos el movimiento era sólo una minoría muy reducida la que podía ingresar
a la universidad”. “Por eso nosotros quisimos que las puertas de las universidades se abrieran,
para que miles de estudiantes pobres que no podían llegar a los claustros universitarios, tuvieran
la posibilidad de hacerlo”.

Pero las ideas de Haya de la Torre sobre democratización universitaria son mucho más
profundas, apuntan a que el estudiante se convierta en un “obrero intelectual”, vale decir, “un
servidor consciente y resuelto” de las clases trabajadoras, las mayoritarias de la población; que
en un país donde existen injusticias, la universidad sea instrumento de liberación no de opresión,
camino conducente al acercamiento de los intelectuales a los trabajadores manuales. Haya de
la Torre concibió y consiguió la participación estudiantil al servicio de los pobres, a manera de
devolución de la enseñanza recibida, sufragada por el pueblo, principio hecho efectivo
mediante las universidades populares.
No obstante su nombre, estas instituciones no eran universidades acreditadas para formar
profesionales y otorgar títulos. No tenían carácter oficial, se trataba de centros de difusión
cultural, de formación moral, cívica y técnica. Eran libres y gratuitas, autogestionarias y
democráticamente cogobernadas por profesores y alumnos, bajo el rectorado de su fundador,
Haya de la Torre.

Con su trabajo en las universidades populares, Haya de la Torre sentó las bases de una
pedagogía diferente, original, social, y de un método didáctico nuevo, ágil y atractivo para
mantener la atención de los alumnos que, después de su jornada diaria en la fábrica, en el campo
o en el hogar, acudían a clases en horario nocturno. El trabajo del profesor era complejo, difería
de la educación primaria, secundaria y superior. Pero la exposición clara, el diálogo, las
prácticas, el uso de láminas y resúmenes impresos, el teatro, las excursiones y la actitud
simpática de los profesores, hicieron atrayente, estimulante y objetiva la enseñanza.

Haciendo una evaluación del trabajo en las universidades populares, Haya de la Torre
anota: “Nunca en la historia del Perú, se conoce movimiento más heroico, más desinteresado y
más hondo”. Eso es verdad. Nadie antes ni después ha realizado una obra de educación popular
tan importante como aquella experiencia.

Haya de la Torre vio la reforma como un solo movimiento, un solo proceso con sentido
de continuidad, a través de etapas o episodios diversos. Desde el manifiesto de Córdoba hasta
las leyes que en el Perú recogieron sus aportes, a partir de 1919, ella “cumple una trayectoria,
impregna un espíritu”.

Últimamente, a propósito de la comisión conformada para revisar la vigente ley


universitaria N° 23733, se habla de la preparación de una “segunda reforma universitaria”. Al
respecto cabe comentar que la Reforma Universitaria, protagonizada por las juventudes
estudiantiles del Perú y América Latina, fue un hecho histórico con unidad y continuidad de un
movimiento académico y social, que al sufrir los vaivenes políticos, tuvo logros y retrocesos,
y con el transcurrir de los años, sus aportes originaron el modelo universitario más avanzado
del Perú y América Latina, no impuesto por decreto sino como resultado del trabajo intelectual,
publicado en diferentes fuentes, a las que deberíamos acudir en busca de elementos que
permitan introducir cambios en el modelo vigente. Si en diversos momentos se dictaron normas
destinadas a poner en marcha ciertos planteamientos reformistas, eso se debió a la consistencia
de las ideas y al hecho que los Poderes del Estado, o las propias universidades no tenían otra
alternativa o realmente estaban convencidos de los postulados estudiantiles. Allí están los casos
de 1919-1920, 1931, 1946 y 1960. Lo esencial fue la propuesta y la acción de los estudiantes,
no la decisión voluntaria de los gobiernos. Pero es pertinente aclarar que muchas decisiones
fueron realmente contrarreformistas, como las de carácter interno para la Universidad de San
Marcos en el periodo 1925-1928, y las de índole legal de los años 1930, 1935, 1941 y 1949. El
periodo 1949-1956 es el de mayor retrogradación universitaria.

El movimiento de la Reforma Universitaria, como todo hecho histórico, acaeció por


diversas causas. La historia es irreversible. Y nadie puede predecir exactamente los hechos que
ocurrirán. Habrá que releer los aportes de la Reforma y enriquecerlos con las nuevas tendencias
universitarias para desarrollar un nuevo modelo. No podemos adelantar que en verdad se
producirá una “segunda reforma universitaria”. La Ley Universitaria N° 23733 tiene algunos
elementos positivos que proceden, precisamente, de los planteamientos reformistas. Lo que se
prepara, ¿acaso no podría ser contrarreformista? Entonces, no cabe anunciar, en la forma que
se lo hace, una “segunda reforma universitaria”. En todo caso, sería un reconocimiento a
aquellas históricas jornadas y propuestas de los jóvenes estudiantes que, desde 1918 y 1919
hasta la década de los años 60, irrumpieron en el quehacer nacional y latinoamericano para
señalar nuevos rumbos a las universidades y a todo el sistema educativo, sin embargo fueron
incomprendidos e incluso marginados y proscritos. De allí el nombre de Generación Vetada
acuñada por Raúl Porras Barrenechea, uno de los participantes de ese trascendental
movimiento.

Con sus ideas y su acción Haya de la Torre contribuyó a que las universidades dejaran
de ser islas académicas y entraran a conjuncionarse con la integridad dinámica del quehacer
nacional. Él no concibió a las universidades al margen del contexto social, ni como simples
aulas donde se realizan las clases, sino como instituciones que entran a profundidad “en la
esencia misma de nuestra vida”, como tribunas para la acción, en las que se deben discutir los
grandes problemas del Perú, los temas que palpitan en el corazón del pueblo, los asuntos que
son el signo de los tiempos y señalan nuevos rumbos al mundo. Entendió a las universidades
no únicamente “como las escuelas selectas de profesionales excelentes, sino algo más: las
preparadoras y orientadoras de la vida integral de la nación... las enrumbadoras de su derrotero
espiritual, la luz constante y señera que marca los caminos, que ilustra las conciencias de todos
los gestores de la vida nacional”.

Desterrado, recorre el mundo como estudiante peregrino. En México realiza función


docente (1923-1924) en el marco de las misiones culturales organizadas por el gobierno de ese
país, lo cual le dejará gratos recuerdos y experiencias de trabajo con el hombre de campo, que
unidos a sus observaciones hechas entre sus alumnos limeños, le permiten analizar el límite del
problema técnico en pedagogía y encontrar relaciones entre el rendimiento y las condiciones
materiales de existencia, en tal sentido aboga por terminar con las profundas desigualdades
socioeconómicas que impiden una educación integral.

Ya en su edad madura, la célebre Universidad de Oxford, donde fuera alumno entre 1926
y 1927, lo incorpora durante los años 60, en reconocimiento a sus méritos intelectuales y
pedagógicos, a su cuerpo docente en el área de estudios latinoamericanos, hecho culminante
como “trabajador de la enseñanza”, bajo la modalidad convencional. La incorporación a la
cátedra de Oxford fue en la categoría de fellow, distinción concedida tan sólo a profesores de
renombre, hasta entonces a Teleman de la Universidad de Jerusalem, Bedelsen de Copenhagüe
y Okhoe de Columbia, Nueva York. Haya de la Torre fue el primer latinoamericano en
desempeñar tan honrosa función docente.

Como la escuela no es el único agente educativo sino también la familia y la vida


comunitaria, Haya de la Torre practicó una pedagogía de multitudes, en calles y plazas, desde
sus años juveniles, ya sea dirigiendo obreros y estudiantes, hasta su larga etapa de conductor
político. Durante más de seis décadas hizo docencia de grandes masas con excepcional oratoria
clara y amena, sin perder la elegancia de sus giros y la profundidad de su mensaje. Como nadie,
manejó la exposición para abarcar diversidad de temas de cultura general así como
planteamientos para solucionar los grandes problemas del país.

En la plenitud de su vida, y como prolongación de su obra de juventud realizada en las


universidades populares, organizó y ejecutó, entre los años 60 y 70, la experiencia denominada
coloquios, forma admirable de educar al pueblo fuera de la rigidez convencional del aula oficial.
Por medio del diálogo entre maestro y sus numerosos alumnos, se trataban diversos y selectos
temas de historia, literatura, política, educación, economía... de modo sencillo y conciso, pero
con sabiduría. Este método incorporó la anécdota, el refrán y el buen humor para evitar el
cansancio de un auditorio plural que, en horario nocturno, colmaba el ambiente donde el
maestro proseguía ejerciendo su magisterio popular en Lima. A veces las clases eran ilustradas
con películas, comentadas por el propio Haya de la Torre. A los coloquios acudían varones y
mujeres, ancianos y jóvenes, obreros, empleados, estudiantes y profesionales, quienes
formulaban sus preguntas verbalmente, sin registro previo. Frente a ellas, el maestro “responde,
orienta, predica, incita, anuda y desata inquietudes, levanta y promueve fervores”, anota un
comentarista de esta experiencia.

Los alumnos eran, pues, cuantiosos y heterogéneos por su edad, nivel de escolaridad y
ocupación. El método del coloquio le permitió a Haya de la Torre hacerlos participar para que
presentaran sus inquietudes de manera que ellos fueran los principales protagonistas de tan
activo proceso de enseñanza-aprendizaje, conducido por él con maestría impar. Haya de la
Torre quería que sus discípulos se revelaran contra todo dogmatismo, buscaran libremente la
verdad, se perfeccionaran y humanizar más y más. Por eso los incitaba a pensar, los motivaba
para preguntar y opinar. Y el maestro respondía pacientemente. Todos reflexionaban y
aprendían: alumnos y maestro. Éste les decía: “Yo no digo que lo sé todo. Pero sí digo que estoy
resuelto a ayudar a quien quiera saberlo todo”. Tal pensamiento no es de un simple profesor o
cualquier político, sino de un gran maestro y estadista. Y eso fue Haya de la Torre. Hasta ahora,
nadie como él ha logrado aplicar con excelencia la dinámica metodológica del coloquio.

Además, Haya de la Torre dio vida a la Escuela de Dirigentes con el propósito de


suscitar en sus discípulos interés por las grandes expresiones de la cultura peruana, americana
y universal, y obviamente por la formación política. Las clases se desarrollaban en un ambiente
afectivo pero con la seriedad del régimen convencional, tan es así que allí se cumplían las
funciones de todo profesor: diseñar, implementar, conducir y evaluar el proceso de enseñanza-
aprendizaje, para cuyo efecto Haya de la Torre preparaba cuidadosamente los materiales e
instrumentos adecuados a la naturaleza de tan original Escuela, única en su género en el Perú.

No existe otro caso en nuestra historia de un personaje prominente que en la


programación de sus actividades cotidianas organizara el tiempo necesario para dialogar con
estudiantes, trabajadores manuales y profesionales, así como para formar líderes, y contribuir
de este modo a elevar la educación del pueblo. Y en todo ello hizo docencia con decencia.

Roberto Turgot sentenciaba: “El principio de la educación es predicar con el ejemplo”.


Talvez allí se encuentre la distante señal de los siguientes conceptos magistrales de Haya de la
Torre: “Los pueblos no se educan únicamente en las escuelas, colegios o universidades, se
educan primordialmente en el ejemplo”. “Yo soy y he sido un ardoroso defensor de la necesidad
de educar al pueblo, pero creo que para educar es preciso tener autoridad y dar ejemplo. Cuando
la juventud presencia el espectáculo de un país desorganizado, desmoralizado y vendido, la
juventud no puede aprender sino una lección de desesperanza”. ¡Qué actuales estos juicios!

Anhelaba, pues, un aprendizaje significativo y no la mera adquisición o construcción de


contenidos educativos únicamente para repetirlos en una situación de examen.

“Un sistema de moral -escribe-, es siempre el respaldo de todo progreso. Ejemplos vivos
de esa moral son imprescindibles en la educación”. Y menciona casaos de ilustres personajes,
de diversos lugares y épocas, cuyas actuaciones como hombres públicos honestos son ejemplos
para la juventud: Bismarck y Ebert en Alemania, Lloyd George en Inglaterra, Krassin en Rusia,
Sarmiento en Argentina, Santa María en Chile y Vasconcelos en México.
También en el Perú hemos tenido paradigmas de hombres públicos de comprobada
honradez, elevada moral y desprendimiento. Pero han sido pocos, entre ellos Manuel González
Prada y, precisamente, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien prefirió la vida sencilla y difícil en
medio del pueblo, no el lujo ni la vanidad enervante de las capacidades creadoras. Haya de la
Torre demandó de la juventud y de la ciudadanía en su conjunto grandeza moral. El tuvo esa
grandeza, actuó con ella y dio lecciones de apostólica, acendrada y heroica lealtad principista a
normas cristalinas de conducta cívica. En consecuencia, fue dueño de suficiente autoridad para
solicitar moralización en la política y en todas las esferas del quehacer nacional. Es así como
reclama a gobernantes y funcionarios públicos: dirección firme, honradez, ejemplo de
disciplina, educar a jóvenes y ciudadanos con sus propios actos y con sus propias vidas.

Piensa que hablar a los jóvenes sobre temas nobles y elevados es practicar oratoria
sagrada. Por eso cuando se dirige a ellos lo hace con mucho respeto y absoluta sinceridad. Les
insufla optimismo y comprende sus justas protestas. Pide a la juventud prepararse para la acción
creadora, no para el placer mundano, estudiar constantemente y realizar bien el trabajo elegido,
la insta a descubrir nuestra recóndita realidad, a combatir toda forma de explotación del hombre,
a luchar por la democracia, la libertad, la justicia social y la integración latinoamericana, a
mantener siempre rectitud en su línea moral y seguir el ejemplo de hombres probos, cuyas
biografías son dignas de ser leídas y valoradas por todos.

Siente honda preocupación por aquellos jóvenes incapaces de percibir con agudeza los
prodigiosos adelantos científicos, dada su ciega obsesión provocada por arquetipos efímeros,
pseudo modelos referenciales de comportamiento, que exaltan los medios de comunicación
irresponsables y sensacionalistas. Y critica a estos medios, precisamente, por difundir mensajes
desorientadores de la juventud, cargados de frivolidad, impudicia y violencia.

Frente al formidable avance del conocimiento y convencido de que la tiranía de la


ignorancia es la peor de las tiranías, exige a las generaciones adultas despojarse de todo egoísmo
y preparar a la juventud para el advenimiento de un mundo diferente, lo cual supone aprender
el lenguaje científico y tecnológico surgido en nuestro tiempo con las hazañas de la sabiduría,
bajo riesgo de no comprender las maravillas de la creación humana y quedar a la zaga en la
marcha por el desarrollo. En consecuencia, será necesaria una metodología realista destinada a
encontrar y orientar las vocaciones juveniles de modo tal que le permitan al hombre vivir y
obrar en el mundo futuro íntegramente innovado científica y tecnológicamente. Más de una vez
repite la vieja, sabia y profética sentencia de Galileo: “Il mondo parla in lingua matemática”,
plenamente válida en nuestros días, para atraer a la juventud hacia los caminos fascinantes de
la ciencia.

De poco sirve que nuestro país atesora recursos inexplorados, si sus juventudes,
trabajadores y habitantes en general, no han sido educados para dominar la naturaleza y
transformar esas potencialidades en ingente y eficaz instrumento de emancipación económica.
Sostiene que hacia ese objetivo debe orientarse la educación así como el entusiasmo superior
de la juventud. Para ello, el Estado “debe ejemplarizar y dirigir una política de desarrollo
económico paralela a la del desarrollo educacional”.

Los problemas juveniles, según su observación, no son únicamente de los hijos sino
también de los padres, a quienes pide eliminar vicios y derribar cuantos obstáculos impidan a
los jóvenes comprender, amar, admirar y disfrutar las estupendas conquistas del intelecto y
crear elevadas formas de vida.
Las ideas educacionales de Víctor Raúl Haya de la Torre, como las de otros peruanos
ilustres, entre ellos, José Antonio Encinas, Antenor Orrego Luis E. Valcárcel, Luis Alberto
Sánchez, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre y Víctor Andrés Belaunde, fueron expuestas
antes que se conocieran o divulgaran los planteamientos psicopedagógicos de Lev Vygotsky,
Jean Piaget, David Ausubel, Gerome Brunner y Carl Rogger, todos ellos hoy en boga dentro
de la denominada pedagogía constructivista que fusionada con los viejos aportes de la Escuela
Activa han originado en el Perú el llamado “nuevo enfoque pedagógico”, etiquetado así, al
parecer, más por afanes publicitarios que conceptuales por el nefasto régimen de los diez años.
Nadie niega la importancia de conocer y usar las corrientes universales del pensamiento, pero
no debemos ignorar, callar u ocultar lo nuestro.

Por lo valioso de sus aportes, Haya de la Torre ha sido incluido entre los autores que
conforman la antología intitulada Pensamiento pedagógico de los grandes educadores de los
países del Convenio Andrés Bello, publicada en dos tomos por dicho organismo en Bogotá el
año de 1995.

A los ojos de todos es el político por antonomasia, pero Haya de la Torre fue siempre
maestro, cuya ejemplar obra señala anchurosos y promisorias alternativas de solución a nuestros
problemas. Y hoy más que nunca, ante la carencia de un proyecto nacional de educación y en
medio de la crisis que adolece el país en relación con los valores fundamentales e integrales,
debemos acudir a las ideas y realizaciones de Haya de la Torre en busca de vital energía
indicadora de caminos pletóricos de luz.

También podría gustarte