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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Antenor Orrego. El monólogo eterno (Aforística). Trujillo, Empresa Editora La
Razón, 3ra. ed. 1977, p. 18. Cf. Obras completas, t 1, Lima, Cambio y Desarrollo-
Instituto de Investigaciones, Editorial Pachacutec, 1995, p. 84.
2. Ibid., p. 18.
3. Las citas de este párrafo y del anterior proceden de: Antenor Orrego,
“Cultura
universitaria y cultura popular”. Tomado de Elmer Robles Ortiz. Las ideas
educacionales de Antenor Orrego. Trujillo, Universidad Nacional de Trujillo,
Gráfica Ariseb, 1992, p. 73-74. Primigeniamente publicado en Amauta, Año III, N°
16, Lima, julio de 1928, p. 35-36. Incluido en Obras completas, op. cit. t. 1, p. 305-
310.
4. Ibid., p. 76.
5. Ibid., p. 79.
6. Véase Memoria del Sr. Dr. Don Antenor Orrego, Rector de la Universidad
Nacional de Trujillo, leída el día de la apertura del año académico. Trujillo,
Librería e Imprenta Moreno, 1947,p. 36. Incluida en Elmer Robles Ortiz, op. cit.
p.128.
7. Antenor Orrego. Obras completas, t. 1, p. 47.
8. Georges Balandier. Antropología política. Barcelona, Ediciones Península,
1969, p.6.
9. Antenor Orrego. “La política como teoría”. En: Obras completas, t. 3, p. 252.
10. Ibid., “La materia de lo político”. En: Obras completas, t.3, p. 256.
11. Ibid., “De nuevo en la lucha” En: Obras completas, t. 2, p. 279.
12. Ibid., Discriminaciones. Lima, Universidad Nacional Federico Villareal,
Editorial Jurídica, 1965, p. 19. Incluido en Obras completas, t. 2, p. 324.
13. Ibid., “Partidos y paz interior”. En: Obras completas, t.4, p. 27.
14. Ibid., “Nnivel de cultura política”. En: Obras completas, t. 4, p. 41.42.
15. Ibid., “Política”. En: Obras completas, t. 1, p. 68.
16. Las citas de este párrafo han sito tomado de “La cruzada por la libertad del
estudiante”, Elmer Robles Ortiz, op. cit., p. 82-83.
17. Antenor Orrego, Pueblo continente .Ensayos para una interpretación de la
América Latina. Buenos Aires, Ediciones Continente, 2ª. Ed. 1957, p. 18. Cr.
Obras completas, t. 1, p. 121.
18. Ibid. Obras completas, t. 1, p. 73.
A través de toda su vida, desde la niñez hasta los años más avanzados; como estudiante
que peregrinó por ásperos caminos del mundo; o como trabajador de la enseñanza y maestro
del pueblo y de la juventud; en los días aciagos o felices, Haya de la Torre fue en cada momento
de su existencia un abanderado de la educación. Ya sea en los difíciles instantes cuando corría
riesgo de morir, al someterse a compleja operación quirúrgica en 1965, ocasión cuando
recomendó “Constitucionalizar la gratuidad de la enseñanza” atendida por el Estado; o en la
etapa cimera de su larga carrera de estadista cuando fue Presidente de la Asamblea
Constituyente entre 1978 y 1979, asigna a la educación importancia jerárquicamente superior
dentro de un nuevo modelo político inspirado en la justicia social. Desde el candor de los años
mozos, cuando enseñaba a otros niños en su propia casa; pasando por la fogosidad juvenil que
lo impulsa a realizar la obra excelsa de educar trabajadores en las Universidades Populares
“Manuel Gonzáles Prada”; hasta la fase postrera de su vida, al realizar periódicas y orgánicas
sesiones de sesiones de enseñanza-aprendizaje para jóvenes y adultos, utilizando el método del
coloquio, exhibe una sola línea de su conducta permanente en favor del perfeccionamiento del
hombre mediante la educación, a la cual, en su concepto, habrán de acceder todos los peruanos
sin discriminación alguna dada su elevada categoría de derecho humano fundamental.
Haya de la Torre se preocupó por los problemas socioeconómicos y financieros del país;
por las relaciones internacionales; por las obras materiales y por todas las variables del
desarrollo. Pero por encima de todo se desveló por el protagonista de tales cosas: el hombre.
De este modo, asignó importancia capital a la transformación del hombre, respecto a sus
derechos y el cumplimiento de sus obligaciones, dentro de lo cual, lógicamente, la educación
desempeña rol central. Sin el cultivo del hombre no hay mística y sin ésta no existe ninguna
posibilidad de hacer una auténtica revolución orientada a terminar con el injusto orden social.
Entonces, el primer paso de nuestra segunda revolución emancipadora habrá de comenzar en el
ámbito educacional con la formación integral del nuevo hombre apto para romper los viejos
moldes mentales creados por un sistema educativo deformante de nuestra personalidad
histórica, social y cultural.
Por ser un hecho inherente al hombre, Haya de la Torre concibió una educación
dinamizadora que, como proceso vital permanente, internaliza valores, comportamientos
trascendentes; que libera al hombre conduciéndolo hacia su plena y armónica realización
personal y como miembro de una sociedad concreta, hacia su perfeccionamiento, a ser cada vez
más humano; proceso que afirma y eleva la conciencia espacio-temporal y gracias a ella impulsa
el desarrollo del Perú y América Latina dentro de un proyecto orgánico integral de las
obligaciones del Estado; una educación que suscite la revolución de los espíritus en una
sociedad libre, justa y solidaria. Una educación, en la cual el hombre, centro y eje del desarrollo,
sea el fin supremo de los anhelos colectivos del Perú como nación y como Estado. Acaso sopesó
las palabras de Manuel Kant: “Tan sólo por la educación el hombre puede llegar a ser hombre”.
Haya de la Torre conoció el movimiento de la Escuela Nueva o Escuela Activa que, desde
fines del siglo XIX y principios del XX, irradió a través de diferentes autores, sus valiosos
aportes en el campo pedagógico y que llegan hasta hoy. Este movimiento abogó por una
educación integral, por lo tanto, una educación moral, estética, laboral y no sólo intelectualista,
propuso el uso de métodos activos y fundamentalmente reivindicó y propagó la concepción
roussoniana del paidocentrismo, que consideró al alumno en el centro del sistema educativo,
inspirada en la revolución copernicana de la física, que ubicó al sol en el centro del sistema
planetario. En más de una ocasión, Haya de la Torre se refirió a los representantes de la Escuela
Nueva, entre ellos a la italiana Maria Montessori y su obra en la Casa de los Niños. Ya en
1923, en el primer número de la revista Claridad, que él fundó y dirigió, apareció en la página
intitulada “La voz de los estudiantes”, una dura crítica a la cátedra de pedagogía de la
Universidad de San Marcos acusada de “insuficiencia absoluta” y de no haberse renovado como
en las demás universidades del continente puesto que esa materia alcanzaba relieves singulares
en todo el mundo. Se le imputaba su carácter discursivo, de no introducir nuevas ideas y callar
la obra educativa de otros lugares. El cronista formulaba, en alusión a la Escuela Nueva, la
siguiente pregunta: “Qué hay de las nuevas teorías pedagógicas?” Si dicho texto no fue escrito
por el propio director, Haya de la Torre, de todos modos, fue autorizado por él.
Asimismo, de sus escritos, como también de sus realizaciones, fluye con claridad que
Haya de la Torre es un precursor de la pedagogía de liberación surgida hace más de 30 años en
América Latina y que tuvo en Paulo Freire a su principal exponente. Este autor critica la injusta
organización social de América Latina frente a la cual la educación permanece ciega y muda,
por ello preconiza una educación dialógica y concientizadora para terminar con la alienación
domesticadora y lograr la liberación de los oprimidos. Por su parte, Haya de la Torre, antes que
Freire expusiera sus ideas, ya combatía los “virreinatos del espíritu” o colonialismo mental, es
decir la alienación, y luchaba contra la dominación y explotación de los países latinoamericanos
provenientes de los centros imperialistas del mundo, lo cual tiene su expreso correlato en el
campo educativo. En efecto, en 1923, siendo estudiante sostenía: “Un pueblo instruido es un
pueblo libre, mientras el pueblo sea ignorante será esclavo”. Y en sus Pensamientos de crítica,
polémica y acción, escritos antes de 1930, insertos en su libro Impresiones de Inglaterra
imperialista y Rusia soviética (1933) se lee: “No se educa solamente enseñando a leer y escribir,
porque el conocimiento en sí es un instrumento que puede servir para el bien o para el mal, para
la explotación o para la liberación. Importa educar hacia la libertad en una escuela de optimismo
que demuestre que la justicia social es la única meta de la sabiduría integral”. Años más tarde,
en 1946, dirá: “No hay democracia que no sea en sí, en su más egregia esencia, educación para
la libertad”. “Educar para la libertad es la tarea más alta de la democracia”. “La escuela debe
ser la preparación del hombre desde niño para el ejercicio político de la libertad”.
En el humanismo preconizado por Haya de la Torre, la educación desempeña rol central.
Fuerza impulsora de las capacidades creativas del hombre; liberación de las energías humanas
a plenitud; vertiente del espíritu del hombre; proceso que así como recibe influencias del
contexto social y cultural, a su vez, influye sobre los demás y permite transformar el medio
físico, la educación es un hecho sin el cual no se puede hablar de dirección y sentido del ser
humano dentro de su conglomerado social ni tampoco se puede pensar en el desarrollo. Vale
decir, Haya de la Torre pensó en una educación humanista como eje de un sistema político que
gire en torno al hombre.
Según su pensamiento, la educación debe, pues, desarrollarse como un proceso que eleve
la libertad en calidad de aspiración superior del hombre; que busque formar hombres y pueblos
libres de toda dependencia, con la mirada puesta en el futuro, pero sin ignorar el pasado ni
descuidar el presente; que abra paso a la verdad, a la crítica y a las nuevas vías de realización
del hombre. Vale decir, según Haya de la Torre, educar es liberar.
Voces procedentes de diferentes partes señalan el olvido del hombre como único fin y
sentido de la realidad, por consiguiente, centro y fundamento de la educación vista
antropológicamente como “medio en virtud del cual el animal -el hombre- se convierte en ser
humano”, según conceptos de Clara Nicholson. Aunque cuestionados, aún subsisten ideas y
hechos obstructivos del desarrollo de las capacidades del hombre, de la intensidad de su ser y
del incremento de su vitalidad. Pero al mismo tiempo, y en medio de la borrasca, como también
en la orilla opuesta, se acude a la educación cual tabla de salvación para que el hombre logre su
cabal y plena existencia, potenciar su ser, formar su personalidad, alcanzar originalidad,
relacionarse de modo positivo con sus semejantes y su medio circundante, aspirar al
perfeccionamiento, expresarse y desarrollarse en un clima de libertad y solidaridad, fomentar
su capacidad de transformación creadora e integrarse al mundo actual y futuro.
Haya de la Torre abogó por cambiar radical e íntegramente la educación, que si bien tiene
asiento en la realidad presente, se proyecta hacia el porvenir. “Educar es amasar el pan del
futuro de nuestra historia, educar es realizar la obra más excelsa... Una obra de educación es un
salto adelante, de la caverna hacia la cultura”, decía en alusión al sentido previsional, a la
trascendencia y el carácter privativo de la educación, en cuyo proceso el hombre identifica su
propio destino, cultiva, su ser, manifiesta su creatividad y se realiza humanamente en los
elevados niveles de la perfección.
Dentro de esta nueva actitud, la educación es factor primordial para formar la conciencia
histórica, que no será otra que la del espacio y tiempo del hombre peruano. Es decir, las
experiencias de enseñanza-aprendizaje serán medios para agitar las inteligencias con miras a
transformar al hombre y la sociedad.
Indudablemente, son importantes las vivencias directas del observador para explicar los
fenómenos desde la perspectiva peruana y latinoamericana. Pero es más importante que
mentalmente el observador se encuentre aquí, aunque físicamente esté fuera. Al respecto se dan
casos de diseñadores de currículos y autores de textos para estudiantes que, si bien caminan
sobre tierra peruana, tienen sus mentes fijas en países desarrollados, no para transferir aportes
con sentido crítico y creativo, sino para copiarlos ciegamente. Actúan pensando en otras
realidades, no en la tierra que pisan. El deslumbramiento que provoca lo extranjero es insuflado
en el programa o sílabo y el texto, sin conexión con los problemas reales de nuestro espacio y
nuestro tiempo. De este modo, el profesor enseña y el alumno aprende contenidos
desconectados de la realidad peruana. Es más: se generan en diversas asignaturas actitudes
atentatorias contra nuestra identidad cultural, o que no contribuyen a formar íntegramente al
educando, ni al desarrollo nacional. No exaltan los valores culturales autóctonos ni asignan
importancia a la formación laboral. Existe, pues, desarticulación de la educación frente a nuestra
cultura y a nuestro proceso social.
Separados por grandes distancias mentales de los pueblos que protagonizan la revolución
intelectual de nuestro tiempo, los peruanos y latinoamericanos no somos creadores de aportes
descollantes, sino estupefactos espectadores o, a lo sumo, repetidores, con retraso o sin
filtración alguna, de las grandes hazañas de los países que marchan a la vanguardia científica y
tecnológica. Nuestro sistema educativo, sumergido dentro de este fenómeno, no es capaz de
transmutar conciencias y descubrir medios idóneos para acortar dichas distancias que, con el
portentoso desarrollo de la ciencia y tecnología, se han hecho descomunales.
Pero las ideas de Haya de la Torre sobre democratización universitaria son mucho más
profundas, apuntan a que el estudiante se convierta en un “obrero intelectual”, vale decir, “un
servidor consciente y resuelto” de las clases trabajadoras, las mayoritarias de la población; que
en un país donde existen injusticias, la universidad sea instrumento de liberación no de opresión,
camino conducente al acercamiento de los intelectuales a los trabajadores manuales. Haya de
la Torre concibió y consiguió la participación estudiantil al servicio de los pobres, a manera de
devolución de la enseñanza recibida, sufragada por el pueblo, principio hecho efectivo
mediante las universidades populares.
No obstante su nombre, estas instituciones no eran universidades acreditadas para formar
profesionales y otorgar títulos. No tenían carácter oficial, se trataba de centros de difusión
cultural, de formación moral, cívica y técnica. Eran libres y gratuitas, autogestionarias y
democráticamente cogobernadas por profesores y alumnos, bajo el rectorado de su fundador,
Haya de la Torre.
Con su trabajo en las universidades populares, Haya de la Torre sentó las bases de una
pedagogía diferente, original, social, y de un método didáctico nuevo, ágil y atractivo para
mantener la atención de los alumnos que, después de su jornada diaria en la fábrica, en el campo
o en el hogar, acudían a clases en horario nocturno. El trabajo del profesor era complejo, difería
de la educación primaria, secundaria y superior. Pero la exposición clara, el diálogo, las
prácticas, el uso de láminas y resúmenes impresos, el teatro, las excursiones y la actitud
simpática de los profesores, hicieron atrayente, estimulante y objetiva la enseñanza.
Haciendo una evaluación del trabajo en las universidades populares, Haya de la Torre
anota: “Nunca en la historia del Perú, se conoce movimiento más heroico, más desinteresado y
más hondo”. Eso es verdad. Nadie antes ni después ha realizado una obra de educación popular
tan importante como aquella experiencia.
Haya de la Torre vio la reforma como un solo movimiento, un solo proceso con sentido
de continuidad, a través de etapas o episodios diversos. Desde el manifiesto de Córdoba hasta
las leyes que en el Perú recogieron sus aportes, a partir de 1919, ella “cumple una trayectoria,
impregna un espíritu”.
Con sus ideas y su acción Haya de la Torre contribuyó a que las universidades dejaran
de ser islas académicas y entraran a conjuncionarse con la integridad dinámica del quehacer
nacional. Él no concibió a las universidades al margen del contexto social, ni como simples
aulas donde se realizan las clases, sino como instituciones que entran a profundidad “en la
esencia misma de nuestra vida”, como tribunas para la acción, en las que se deben discutir los
grandes problemas del Perú, los temas que palpitan en el corazón del pueblo, los asuntos que
son el signo de los tiempos y señalan nuevos rumbos al mundo. Entendió a las universidades
no únicamente “como las escuelas selectas de profesionales excelentes, sino algo más: las
preparadoras y orientadoras de la vida integral de la nación... las enrumbadoras de su derrotero
espiritual, la luz constante y señera que marca los caminos, que ilustra las conciencias de todos
los gestores de la vida nacional”.
Ya en su edad madura, la célebre Universidad de Oxford, donde fuera alumno entre 1926
y 1927, lo incorpora durante los años 60, en reconocimiento a sus méritos intelectuales y
pedagógicos, a su cuerpo docente en el área de estudios latinoamericanos, hecho culminante
como “trabajador de la enseñanza”, bajo la modalidad convencional. La incorporación a la
cátedra de Oxford fue en la categoría de fellow, distinción concedida tan sólo a profesores de
renombre, hasta entonces a Teleman de la Universidad de Jerusalem, Bedelsen de Copenhagüe
y Okhoe de Columbia, Nueva York. Haya de la Torre fue el primer latinoamericano en
desempeñar tan honrosa función docente.
Los alumnos eran, pues, cuantiosos y heterogéneos por su edad, nivel de escolaridad y
ocupación. El método del coloquio le permitió a Haya de la Torre hacerlos participar para que
presentaran sus inquietudes de manera que ellos fueran los principales protagonistas de tan
activo proceso de enseñanza-aprendizaje, conducido por él con maestría impar. Haya de la
Torre quería que sus discípulos se revelaran contra todo dogmatismo, buscaran libremente la
verdad, se perfeccionaran y humanizar más y más. Por eso los incitaba a pensar, los motivaba
para preguntar y opinar. Y el maestro respondía pacientemente. Todos reflexionaban y
aprendían: alumnos y maestro. Éste les decía: “Yo no digo que lo sé todo. Pero sí digo que estoy
resuelto a ayudar a quien quiera saberlo todo”. Tal pensamiento no es de un simple profesor o
cualquier político, sino de un gran maestro y estadista. Y eso fue Haya de la Torre. Hasta ahora,
nadie como él ha logrado aplicar con excelencia la dinámica metodológica del coloquio.
“Un sistema de moral -escribe-, es siempre el respaldo de todo progreso. Ejemplos vivos
de esa moral son imprescindibles en la educación”. Y menciona casaos de ilustres personajes,
de diversos lugares y épocas, cuyas actuaciones como hombres públicos honestos son ejemplos
para la juventud: Bismarck y Ebert en Alemania, Lloyd George en Inglaterra, Krassin en Rusia,
Sarmiento en Argentina, Santa María en Chile y Vasconcelos en México.
También en el Perú hemos tenido paradigmas de hombres públicos de comprobada
honradez, elevada moral y desprendimiento. Pero han sido pocos, entre ellos Manuel González
Prada y, precisamente, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien prefirió la vida sencilla y difícil en
medio del pueblo, no el lujo ni la vanidad enervante de las capacidades creadoras. Haya de la
Torre demandó de la juventud y de la ciudadanía en su conjunto grandeza moral. El tuvo esa
grandeza, actuó con ella y dio lecciones de apostólica, acendrada y heroica lealtad principista a
normas cristalinas de conducta cívica. En consecuencia, fue dueño de suficiente autoridad para
solicitar moralización en la política y en todas las esferas del quehacer nacional. Es así como
reclama a gobernantes y funcionarios públicos: dirección firme, honradez, ejemplo de
disciplina, educar a jóvenes y ciudadanos con sus propios actos y con sus propias vidas.
Piensa que hablar a los jóvenes sobre temas nobles y elevados es practicar oratoria
sagrada. Por eso cuando se dirige a ellos lo hace con mucho respeto y absoluta sinceridad. Les
insufla optimismo y comprende sus justas protestas. Pide a la juventud prepararse para la acción
creadora, no para el placer mundano, estudiar constantemente y realizar bien el trabajo elegido,
la insta a descubrir nuestra recóndita realidad, a combatir toda forma de explotación del hombre,
a luchar por la democracia, la libertad, la justicia social y la integración latinoamericana, a
mantener siempre rectitud en su línea moral y seguir el ejemplo de hombres probos, cuyas
biografías son dignas de ser leídas y valoradas por todos.
Siente honda preocupación por aquellos jóvenes incapaces de percibir con agudeza los
prodigiosos adelantos científicos, dada su ciega obsesión provocada por arquetipos efímeros,
pseudo modelos referenciales de comportamiento, que exaltan los medios de comunicación
irresponsables y sensacionalistas. Y critica a estos medios, precisamente, por difundir mensajes
desorientadores de la juventud, cargados de frivolidad, impudicia y violencia.
De poco sirve que nuestro país atesora recursos inexplorados, si sus juventudes,
trabajadores y habitantes en general, no han sido educados para dominar la naturaleza y
transformar esas potencialidades en ingente y eficaz instrumento de emancipación económica.
Sostiene que hacia ese objetivo debe orientarse la educación así como el entusiasmo superior
de la juventud. Para ello, el Estado “debe ejemplarizar y dirigir una política de desarrollo
económico paralela a la del desarrollo educacional”.
Los problemas juveniles, según su observación, no son únicamente de los hijos sino
también de los padres, a quienes pide eliminar vicios y derribar cuantos obstáculos impidan a
los jóvenes comprender, amar, admirar y disfrutar las estupendas conquistas del intelecto y
crear elevadas formas de vida.
Las ideas educacionales de Víctor Raúl Haya de la Torre, como las de otros peruanos
ilustres, entre ellos, José Antonio Encinas, Antenor Orrego Luis E. Valcárcel, Luis Alberto
Sánchez, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre y Víctor Andrés Belaunde, fueron expuestas
antes que se conocieran o divulgaran los planteamientos psicopedagógicos de Lev Vygotsky,
Jean Piaget, David Ausubel, Gerome Brunner y Carl Rogger, todos ellos hoy en boga dentro
de la denominada pedagogía constructivista que fusionada con los viejos aportes de la Escuela
Activa han originado en el Perú el llamado “nuevo enfoque pedagógico”, etiquetado así, al
parecer, más por afanes publicitarios que conceptuales por el nefasto régimen de los diez años.
Nadie niega la importancia de conocer y usar las corrientes universales del pensamiento, pero
no debemos ignorar, callar u ocultar lo nuestro.
Por lo valioso de sus aportes, Haya de la Torre ha sido incluido entre los autores que
conforman la antología intitulada Pensamiento pedagógico de los grandes educadores de los
países del Convenio Andrés Bello, publicada en dos tomos por dicho organismo en Bogotá el
año de 1995.
A los ojos de todos es el político por antonomasia, pero Haya de la Torre fue siempre
maestro, cuya ejemplar obra señala anchurosos y promisorias alternativas de solución a nuestros
problemas. Y hoy más que nunca, ante la carencia de un proyecto nacional de educación y en
medio de la crisis que adolece el país en relación con los valores fundamentales e integrales,
debemos acudir a las ideas y realizaciones de Haya de la Torre en busca de vital energía
indicadora de caminos pletóricos de luz.