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EL NARCOTRÁFICO Y LA GUERRA

El negocio del narcotráfico está financiando en parte la guerra, pero su curso y su

resolución no dependen de lo que ocurra con el mercado de las drogas. Narcotráfico y guerra

civil son dos problemas relacionados, que se refuerzan mutuamente, pero cuya solución

exige definir políticas apropiadas a la naturaleza de cada uno y, sobre todo, políticas que, por

intentar resolver uno, no agraven el otro. Dos errores simétricos nacen de la confusión de los

dos problemas: el de concebir a las guerrillas como carteles de la droga y el de aplicar

estrategias militares a la lucha contra el narcotráfico. Ambos desconocen la naturaleza de lo

que buscan enfrentar, y pueden volver imposible su solución. Que las guerrillas y las

autodefensas se financien parcialmente al transferir a su favor tributos forzados del

narcotráfico es un hecho de la guerra que corresponde al dominio armado territorial que

aquellos ejercen, que les permite igualmente obtener ingresos de los ganaderos, los

contratistas del

El encuentro entre el narcotráfico y los dominios territoriales conduce al conflicto o al

acomodamiento, y en los dos casos, ambas formas de organización, la de la guerra y la del

negocio ilícito, cambian su naturaleza y dimensiones. La guerra se financia y el narcotráfico

escapa al control del Estado, que tiene recortada su soberanía territorial. Eso no convierte a

las guerrillas y las autodefensas en mafias, y por eso la guerra continúa, y tampoco

transforma al narcotráfico en un adversario militar del Estado, y por eso sigue operando

como negocio en medio de la guerra.


El error simétrico al de querer aplicar políticas antimafias a las guerrillas es el de

militarizar la lucha contra los cultivadores ilícitos, porque significa tratar como enemiga a una

población campesina abandonada, en territorios donde el verdadero adversario armado del

Estado, la guerrilla, es la organización que regula el orden social y que capitaliza a su favor el

descontento popular. La fumigación aérea y el hostigamiento militar de los cultivadores han

acelerado la expansión de los cultivos a nuevas áreas y han convalidado la legitimidad social

de la guerrilla, que se refleja en el mayor reclutamiento de combatientes y el aislamiento de

la fuerza pública en territorio hostil.

La política frente al narcotráfico debe tener como objetivo la desorganización de los

mercados y el derrumbe de los precios, hechos que por sí mismos desincentivan el cultivo, y

este objetivo se consigue más rápido y a menor costo social al aumentar la actividad del

Estado para deshacer las empresas de exportación de drogas, extinguir el dominio ilícito,

perseguir el contrabando e interceptar las rutas del tráfico.

La política para superar la guerra civil exige sostener el reconocimiento de las guerrillas

como adversarios políticos y militares del Estado, con las cuales es legítimo firmar un pacto

de paz, como se hizo explíco en el acuerdo para iniciar negociaciones. Las guerrillas, aunque

obliguen a tributar al narcotráfico, no son un adversario de la comunidad internacional ni de

los Estados Unidos, sino el opositor armado del Estado.


El interés nacional colombiano de hacer la paz no puede subordinarse al interés

electoral de una fracción de los políticos estadounidenses, que desea librar en el exterior y

con muertos ajenos la guerra contra la propia adicción a las drogas y el mercado que la

abastece. Y tampoco ayuda al interés nacional de los Estados Unidos echarse al hombro el

fardo de escalar una guerra civil en su patio trasero para ahorrarle una negociación de paz al

Establecimiento colombiano, y hacerlo con la inverosímil justificación de combatir el

narcotráfico internacional.

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