Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Breno Onneto M.
En el curso de esta velada festiva hemos podido comprobar que Ludwig Bins
wanger, en el camino de su práctica médica y de su búsqueda científica, atravesó
también por los diferentes estadios y direcciones de la filosofía de nuestro siglo.
Toda ciencia reposa sobre fundamentos que, en efecto, junto a los cuestio
namientos y métodos de su modo de investigar, se mantienen para sí misma en
principio inaccesibles. Pero, cada investigador es capaz de dirigirse reflexivamen
te hacia estos fundamentos, suponiendo que él sea un espíritu despierto, y con él
se corra el riesgo de ingresar en un diálogo con la filosofía. Un riesgo semejante
pertenece a la vida del hombre cuya voluntad y obra festejamos hoy.
Por ello, séanos permitido desde el ámbito del pensar, al cual pertenece la
filosofía, decir una palabra que según su proveniencia tiene la forma nativa de la
pregunta. Nosotros preguntamos:
¿Qué es y cómo se determina en la presente época del mundo el asunto del
pensar? Este asunto mienta aquello de donde el pensar es requerido y por medio
del cual el mismo es determinado. Por cierto, debemos contentarnos con señalar
algo mínimo. Pero que en esta velada festiva debe servir de saludo y presente.
El que la pregunta por la determinación del asunto del pensar sea hecha y cómo
lo sea decide -a mi parecer- sobre el destino del pensar. La decisión que aquí se
toma no la hemos tomado nosotros. En ella somos ante todo necesariamente sólo
partícipes.
Quién hable de esta decisión, supone que el pensar se encuentra, respecto de
la determinación de su asunto, en un estado de indecisión. ¿En qué consiste ésta?
Presumiblemente en que el pensar, en su forma de largo ya tradicional, ha alcan
zado su final. Si fuese éste el caso, entonces se habría decidido por cierto con su
final el destino de la filosofía, mas no el destino del pensar. Pues sigue siendo
posible el que, al final de la filosofía se oculte un otro inicio del pensar. Lo recién
dicho podría tenerse por una serie de afirmaciones no demostradas. Pero son tan
sólo preguntas.
A ellas pertenece también la pregunta, de si en el ámbito del pensar tenga su
sitio la petición de demostraciones tal como las conoce la ciencia. Lo que no se
deja demostrar puede igualmente ser fundamentado . Pero el mismo fundamentar
I
El siguiente texto: -Zur Frage nach der Bestimmung der Sache des DenJcens-, apareció a comienzos
de 1984, en Erker-Verlag, St. Gallen (Suiza). Se trata de una versión aumentada de un discurso pro·
nunciado por el filósofo, con el título: -El final del pensar en la forma de la füosofía-, el 30 de octubre
de 1965, con ocasión de una ceremonia en honor de Ludwig Binswanger, en Amriswil.
109
MAPOCHO
cae en el vacío, si el asunto del pensar no tiene más el carácter del fundamento, y
por ello no puede ser más el asunto de la filosofía.
Por ello, lo que cuenta ante todo es comprobar hasta qué punto la filosofía ha
entrado en su final.
Si hablamos de un final, entonces decimos que algo no llega más allá, que ha
cesado de ser. El final cuenta como algo deficiente y malvenido. Final - suena
como incapacidad y caída.
Sin embargo, giros idiomáticos como: "de un extremo a otro" (von einem Ende
;;.um andern: de cabo a rabo) y "en todos los fines y confines" (an allen Ecken und
Enden) nos dan noticia de un significado distinto de la palabra "final". Dice tanto
como lugar. Bajo "final" entendemos en lo que sigue: el lugar en donde algo se
reúne en su última posibílídad, en donde algo acaba plenamente.
En el final de la filosofía se cumple la indicación que el pensar filosófico sigue
desde su comienzo, a lo largo del camino de su historia. Al final de la filosofía se
sigue seriamente con la última posibilidad de su pensar. Podemos experimentar
esto en un proceso que se puede caracterizar con pocas frases.
La filosofía se disuelve en ciencias autónomas: en logística, semántica, psico
logía, sociología, antropología-cultural, politologia, poetología, tecnología. Al di
solverse, la filosofía es separada de estas ciencias nuevas, ya existentes, mediante
una nueva forma de unificación entre ellas. Su unidad se anuncia en que los dife
rentes recintos temáticos de las ciencias son proyectados sin excepción sobre un
único acontecer. Las ciencias son provocadas para que presenten este aconteci
miento como siendo uno tal del tipo de control y de la información. La nueva
ciencia, que unifica a todas las ciencias con un nuevo sentido de unidad, se llama
cibernética. En lo que concierne a la claridad de sus representaciones conductoras
y a la introducción de éstas en todos los recintos del saber, (ella) está todavía en
sus inicios. Pero su dominio está asegurado, porque ella misma está controlada
por un poder, que no sólo ha acuñado en las ciencias el carácter de la planifica
ción y del control, sino que a todo el actuar humano.
Mucho de esto puede verse hoy claramente: mediante las representaciones
conductoras de la cibernética -información, control, retroalimentación- se han
transformado hasta este momento, de una manera que habría que decir inquietan
te; los conceptos capitales que dan la medida a las ciencias, como fundamento y
conclusión, causa y efecto. De allí que la cibernética no pueda caracterizarse más
como ciencia fundamental. La unidad de los recintos temáticos del saber no es
más la unidad del fundamento. Ella es, en sentido estricto, una unidad técnica. La
cibernética permanece con ello orientada para preparar y producir por doquier la
visión de procesos controlados en general. El poder ilimitado que exige semejante
productividad define lo peculiar de la técnica moderna; no obstante, se sustrae a
todos los intentos de representarlo a él mismo incluso técnicamente. El carácter
técnico, siempre claramente mareante de las ciencias, es fácil de reconocer por el
modo cómo ellas conciben las categorías que delimitan y articulan respectiva
mente en sus recintos temáticos, a saber: instrumentalmente. Las categorías son
consideradas como representaciones operativas que poseen el valor de modelos,
y cuya verdad se mide por el efecto que su utilización produce al interior de la
marcha de la investigación.
110
HUMANIDADES
111
:.1APOCHO
112
tematizada de la física atómica, en la medida en que se la siga representando como
objetividad en vez de disponibilidad. La transformación de la presencia de lo pre
sente desde la objetualidad hacia la disponibilidad es, sin embargo, aquí ya el
supuesto, para que surjan en principio mecanismos tales como la forma del repre
sentarse cibernético, y pueda reclamarse el rol de la ciencia universal.
Porque la cibernética sin poder saberlo, ni pensarlo, se mantiene subordinada
a la citada transformación de la presencia de lo presente, es que únicamente ella
debe ser aducida como característica del final de la filosofía. Esta misma se basa
en que, con la disponibilidad de lo presente se ha alcanzado la última posibilidad
en la transformación de la presencia. A partir de allí se tornan disponibles para el
representar los diferentes recintos de lo presente. Las disciplinas del pensar arre
gladas conforme a ello, pueden dirigirse independientemente hacia su cultivo. La
disolución de la filosofía se despliega como una tarea disponible, cuya unidad de
ser es disuelta por el surgimiento de la cibernética.
Que la filosofía se dirija hacia su final es un proceso legítimo. Se corresponde
con la disposición por medio de la cual ha asumido su comienzo, en la medida en
que ella sigue la indicación de pensar la presencia de lo presente, de acuerdo al
modo como la presencia interpela el pensar, sin ser reflexionada en esto ella mis
ma como tal.
La transformación de la presencia de lo presente descansa no en el cambio de
perspectivas de los filósofos. Éstos son más bien sólo los pensadores que ellos son,
en la medida en que son capaces de corresponder a la transformada apelación
(Anspruch) de la presencia. Con esta correspondencia se nombra, por cierto, una
relación que pertenece al ámbito de aquello problemático, hacia lo cual está diri
gida la pregunta por la determinación del asunto del pensar.
Esta misma relación, empero, saldrá a la luz, en cuanto nos adentremos en un
pensar, el cual en la dilucidación llevada hasta aquí de la presencia como disponi
bilidad, había quedado sin atender. El cual reza:
¿Hasta qué punto la disponibilidad es la última fase en la historia de la trans
formación de la presencia? Ningún hombre puede decidir en ello, si acaso no
vayan a presentarse aún otras transformaciones más. No sabemos nuestro futuro.
Sólo que, para determinar la disponibilidad como la última fase posible en la trans
formación histórica de la presencia, no es necesario echar una mirada profética
hacia el futuro. La mirada en el presente basta, si tan sólo en ello se presta aten
ción al modo de mirar global de la presencia del hombre y de las cosas, con la
presencia del hombre hacia las cosas, en vez de describir la situación mundial y la
situación del hombre. Entonces, se hace visible que: En el dominio de la disponi
bilidad de lo presente, en él mismo, sale a relucir el poder del provocante impo
ner, en la medida en que se le pone siendo así ante todo al hombre mismo, para
que asegure todo lo presente y con ello a sí mismo en su disponibilidad.
Es verdad que, los incontables éxitos del desarrollo irresistible de la técnica
despiertan todavía el parecer, que es el hombre el señor de la técnica. En verdad,
empero, él es el siervo del poder que domina a todo el producir técnico. Este
poder de la provocante imposición acuña a los hombres como aquellos mortales
reclamados y puestos por él para sí, y en ese sentido, utilizados. El poder imperante
en la presencia de lo presente requiere y usa del hombre. En este usar se anuncia
113
MAPOCHO
aquella relación de la presencia con el hombre, que exige de éste una peculiar
correspondencia. Con la mirada puesta en esta relación se muestra la presencia de
lo presente como la situación de un asunto que se sustrae al campo visual del
pensar filosófico.
A éste se le ha asignado desde su comienzo a través de la historia, pensar lo
presente con respecto a su presencia, mas no la presencia misma en la historia de
sus transformaciones, ni la presencia en vistas de aquello que la determina como
tal. La pregunta por esta determinación piensa en un ámbito que, al pensamiento
de la filosofía que conocemos como ontológico, trascendental y dialéctico, le per
manece inaccesible.
Con la otredad de su asunto no sólo se transforma el pensar que a éste le corres
ponde en otro, sino también el sentido y el modo de la determinación de su asunto
(o el modo de ser éste acordado). Cuanto más claramente experimentemos que el
poder de este provocante imponer y, con él, el dominio de la disponibilidad de lo
presente desplacen su propia proveniencia, tanto más apremiante y desconcertante
a la vez se tomará la pregunta por la determinación del asunto del pensar.
El final de la filosofía lleva un doble sentido: por un lado, significa la consu
mación de un pensar, el filosófico, al que se muestra lo presente con el carácter de
la disponibilidad; y por el otro, esa forma de la presencia contiene precisamente
la referencia al poder del provocante imponer, cuya determinación exige un nue
vo pensar, para el que la presencia como tal se vuelva problemática. Pues, ella trae
consigo algo aún impensado, cuya peculiaridad se le sustrae al pensar filosófico.
Es verdad que, lo impensado en la presencia no le es del todo desconocido al
pensamiento filosófico desde su alborada, pero no sólo no es reconocido por la
filosofía, sino que incluso es desconocido en lo suyo propio, lo que significa trans
puesto (umgedeute� en el sentido de aquello que la filosofía piensa con el título de
"verdad".
Con todo, ¿no corremos el peligro de subestimar justamente el alcance del
pensar griego? Cuando Platón divisa la presencia de lo presente en su aspecto
(eídos, idéa), que concede la visión de lo presente como tal, entonces trae a cola
ción, a la vez, también, esa visión (o visibilidad: Sich� en relación a la luz, lo que
permite recién que una visión tenga lugar. Esto atestigua que él ya tiene en mira lo
que impera en la presencia. El corresponde con esto tan sólo a un rasgo fundamen
tal de la experiencia griega de lo presente.
Pensemos hacia atrás hasta Homero, quien asimismo ya había mostrado la
presencia de un algo presente, casi como desde sí mismo, en relación con la luz.
Y esto sucede en una escena que recuerda el regreso de Odisea. En la marcha por
el camino de Eumaios aparece Atenea en forma de una bella y joven mujer. El
hijo de Telémaco, no obstante, no la vé, y el poeta dice: "Ou gár pos pántessi theoi
phaínontai enargeis' (Od. XVI, 161). "No a todos, pues, se les aparecen los dioses".
Enargeis se suele traducir por "visible". Sólo que, argós quiere decir, brillante. Lo
que brilla, que ilumina desde sí mismo. Lo que ilumina de ese modo, se hace
presente desde sí mismo. Odisea y Telémaco ven a la misma mujer. Sin embargo,
Odisea percibe el hacerse presente de la diosa. Los romanos han traducido más
tarde enárgeia, en tanto lo que ilumina desde sí mismo, con el término evidentia;
evideri quiere decir, tornarse visible. La evidencia es pensada por los hombres
114
HUMANIDADES
hasta aquí como lo que puede verse. Enárgeia, frente a esto, es un carácter de las
cosas mismas que están presentes.
Ellas le deben su brillar según Platón a una luz. Se suele entender esta relación
de las ideas hacia la luz como una metáfora. No obstante, sigue siendo cuestiona
ble: ¿Qué sea, pues, en lo propio de la presencia, lo que en su determinación
demanda y permite una transferencia con la luz? Por largo tiempo ha intranquilizado
a pensadores, hasta qué punto determinaciones como igualdad, otredad (alteridad;
N.d.tr.), mismidad, movimiento, que pertenecen a la presencia de lo presente,
puedan todavía ser pensadas como ideas. ¿No se oculta aquí acaso una situación
por completo distinta, que mediante la transposición moderna de la idea desde el
aspecto de lo presente se toma del todo inaccesible para la perceptio, para una
representación prefigurada desde un yo humano.
La presencia de lo presente no tiene una relación con la luz en cuanto tal, en
el sentido de la claridad. Pero, la presencia sí está dirigida hacia la luz en el sentido
del claro.
Lo que esta palabra nos da para pensar se puede aclarar con un ejemplo,
supuesto que lo reflexionemos lo suficiente. Un claro del bosque es lo que es, no
sobre la base de la claridad y de la luz que pueden aparecer en él durante el día.
También durante la noche persiste el claro. El indica que: se puede pasar por el
bosque en ese lugar.
La luminidad (Lichte) en el sentido de la claridad (Helle) y la luminidad del
claro no sólo se distinguen en su asunto, sino también de palabra. Clarear (lichten)
quiere decir: despejar, dejar libre, aligerar. A "clarear" le pertenece "ligero" ( leicht).
Aligerar algo, alivianarlo, quiere decir: dejar de lado lo que se le opone, llevarlo
hacia lo libre, hacia lo sin resistencia. Levar el ancla (den Anker lichten), significa:
liberarlo del cercante fondo marino y levantarlo hasta lo libre del agua y del aire.
La presencia está dirigida hacia el claro en el sentido de la custodia de lo libre.
La pregunta es: ¿Qué es lo que se aclara en el claro despejado de la presencia en
cuanto tal?
¿Acaso el discurso del claro no es también y todavía una metáfora extraída del
claro del bosque? Sólo que, ésta es ella misma algo presente en el bosque que se
presenta. Pero el claro, como custodia de lo libre para el hacer presente y perdurar
de lo presente, no es ni algo presente, ni una propiedad de la presencia. Sin em
bargo, el claro, y aquello que el aclara, permanece como tal, en lo que al pensar
atañe, en cuanto es tocado por la pregunta de cuál sea la respectividad que tenga
con la presencia en cuanto tal.
¿Qué y cómo el claro custodie la presencia, pensar esto pertenece a la pregunta
por la determinación del asunto del pensar que, si responde a este asunto y a su
situación propia, se ve necesitado de una transformación. Como tales situaciones se
muestran espacio y tiempo, que desde siempre han estado, para el pensar, en una
dependencia con la presencia de lo presente. No obstante, recién con el claro se
torna determinable lo peculiar del espacio y del tiempo y su relación hacia la
presencia en cuanto tal.
El espacio espacia. Da lugar (ofrece más espacio; N.d.tr.). Libera, a saber, cer
canía y lejanía, angostura y amplitud, lugares y distancias. En el espaciar del espa
cio se juega el claro.
115
MAPOCHO
116
HUMANIDADES
117