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La biblioteca de Thoreddan

Situada en la antigua ciudad de Thoreddan, la Biblioteca había sido durante años un lugar de culto y
reunión de los eruditos y sabios del país. Pocos eran los que no habían visitado sus estanterías
repletas de libros en algún momento. Regentada durante aquel tiempo por los Clérigos de Andari,
dios del Saber, albergaba más de ochocientos mil tomos, desde manuscritos de filología, gramática
y lógica hasta ejemplares de magia, nigromancia y hechicería. Fue en este lugar donde Aristeo de
Borantas escribió sus memorias, y donde Portaras, el archipaladín de Cloriath pasó sus últimos días,
narrando sus vivencias y estableciendo lo que posteriormente sería el Liber Cloriathensis, el libro
sagrado de Cloriath.
Cuentan los sabios que fue este mismo hecho lo que causó la destrucción de la Biblioteca. No se
sabrá a ciencia cierta. La verdad es que la ciudad de Thoreddan fue destruida durante las Invasiones
Chandreanas y con ellas su emblemático edificio. Cuando por fin los Chandrean fueron derrotados
y sus demonios devueltos al inframundo no quedaba restos de la ciudad ni de la Biblioteca. Y fue
entonces cuando comenzaron las leyendas.
Aventureros de Arreith recorrieron cientos de kilómetros, buscando los míticos libros de la
Biblioteca, que se suponía fueron puestos a salvo por los Clérigos de Andari pero que nunca nadie
volvió a ver jamás. Lo que nadie sabía es que la ciudad de Thoreddan se encontraba aquí mismo, en
las tierras de Var. De hecho, es probable que la biblioteca estuviese…

Una carcajada rompió la magia del relato. Todos los rostros que contemplaban extasiados al viejo
Petri se volvieron a aquel que había osado interrumpir la historia.
- Paparruchas, viejo – exclamó Gudnar, el herrero -. Cuentas historias, y lo haces bien. Pero ya
basta de hacernos creer que es real. - Apuró la cerveza, y golpeó la barra con el puño. - ¿Magia?
¿Nigromancia? No son más que tonterías. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Hablarnos de elfos? - la
concurrencia dejó escapar risitas nerviosas. - Bah. Será mejor que me largue, mañana hay que
trabajar. Eso es lo único que entiendo. ¡Alaar! - un joven, sentado junto al viejo dio un respingo al
oír su nombre -. ¡Andando!
El joven, se volvió hacia su padre, y agachó la cabeza, entristecido. Lentamente se puso en pie, echó
un vistazo al viejo Petri, y le sonrió. “Yo creo”, musitó y salió tras los pasos de su padre. Poco a
poco, el resto de los parroquianos fueron abandonando la taberna en dirección a sus casas, mientras
movían la cabeza de un lado a otro. En el fondo, todos los habitantes del pequeño pueblo sabían que
el viejo Petri hacía años que había perdido la cabeza. Sus historias, aunque hermosas, no eran más
que eso. Historias. Gudnar tenía razón. Los quehaceres se agolpaban en las granjas, viñedos y en la
vieja mina. Eso era lo único que tenía sentido aquellos días.

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