Está en la página 1de 151

CORDILLERA NEGRA

© 1985, Óscar Colchado Lucio


© De esta edición:
2008, Santillana S. A.
Av. Primavera 2160, Santiago de Surco
Lima 33, Perú Cordillera Negra
ISBN: 978-603-4039-02-5
Óscar Colchado Lucio
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2008-15239
Registro de Proyecto Editorial Nº 31501400800928

Primera edición: diciembre 2008


Tiraje: 2 000 ejemplares

Impreso en el Perú - Printed in Peru


Metrocolor S.A.
Los Gorriones 350, Lima 9 - Perú

Edición: Ana Loli


Diseño de cubierta y diagramación: Patricia Soria

El GrupoSantillana edita en:


• España • Argentina • Bolivia • Brasil • Colombia • Costa Rica
• Chile • Ecuador • El Salvador • EE. UU. • Guatemala • Honduras
• México • Panamá • Paraguay • Perú • Portugal • Puerto Rico
• República Dominicana • Uruguay • Venezuela

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada
en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en serie roja
ninguna forma y por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico,
magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo
por escrito de la editorial.
A Juanita
Cordillera Negra
Cordillera Negra

M edio tanco el Uchcu Pedro, mirando de


fea manera con sus ojos saltones como
del sapo, sin ni santiguarse ni nada, de un salto
bajándose de su bestia, se acercó al anda de Taita
Mayo en plena procesión cuando estábamos.
Calladitos nos quedamos todos, medio asustados
viéndolo asina. Nuestro jefe del alzamiento tam-
bién, don Pedro Pablo Atusparia, agarradito su
cerón se quedó mirándolo, frío, al igual que los
músicos, los huanquillas y las pallas.
—¡Tú eres dios de los blancos! —le gritó al
Cristo como si fuera su igual—, ¡de los mishtis
abusivos! ¡No mereces que te paseen en andas!
¡Debes morir!

Cordillera Negra
Así diciendo, cómo nomás será, sacó de deba-
jo de su poncho una hachita cuta, todo salpicada
de sangre, haciendo ademán de atreverlo.
—¡Uchcu, carajo!, ¡demonio!, ¡qué vas hacer!
[9]
De un brinco quise empuñarlo para darle Botando su cerón encendido, mientras yo
una trompada, qué tal lisura diciendo; pero ahí limpiaba mi túnica blanca del disfraz, Atusparia
nomás un templón de la soga con que los «ene- corrió donde el Uchcu que ese ratito saltaba
migos» me llevaban tirado de la cintura, me hizo como un puma sobre su bestia.
caer al barro pataleando. —¡Ni saqueos ni incendios! —le gritó—. ¡A
—¡Cayó el inca cautivo! ¡jiar! ¡jiar! ¡jiar! —se defendernos sí, pero nada de abusos!
huajayllaron los hombres del Uchcu, que bien —¡Traidor! —fue lo que escuchó por toda res-
montados en sus bestias, con sus carabinas a puesta, mientras se alejaban a galope haciendo
la espalda, estaban ahí al lado, aguardándolo. sonar el empedrado con los cascos de sus bestias.
Eran los chancadores de huesos como les llamá- A poco, se oyó el primer cañonazo.
bamos; porque en la toma de Yungay, blancos
o soldados que cayeron en sus manos fueron Yo había venido desde Sipsa, mi pueblo, a unir-
destripados malamente, cortados sus pescuezos o me a la revolución, después del llamamiento que
hechos ñutu ñutu sus huesos. Ellos no eran como hizo a todas las estancias nuestro alcalde mayor,
los huanchayanos, los llatinos o los chacayanos, don Pedro Pablo Atusparia, por la ofensa que a
que sabían perdonar todavía a los caídos; ni nuestra raza habían hecho las autoridades del
como el taita Atusparia que pedía respetación gobierno cortándoles sus trenzas a él y a catorce
por las mujeres y niños del enemigo. Ellos no; de nuestros representantes, más por un memorial
si podían tomar la sangre calientita de sus vícti- que presentamos haciendo nuestros reclamos
mas, se la tomaban, sin reparos, a las quitadas, sobre el abuso que cometían obligándonos a tra-
para valor diciendo. Por eso los blancos y los bajar de sol a sol sin reconocernos nada, y más
mestizos que se unieron a la revolución, ente- ahora último queriendo que paguemos dizque
rados que el Uchcu no los quería, andaban al un tributo personal porque la nación estaba en
cuidado nomás. quiebra, como si nosotros tuviéramos la culpa
Óscar Colchado Lucio

—¡Ustedes en procesiones, y las tropas que que andaran sólo en guerras quitándose el poder.

Cordillera Negra
vienen a matarnos! ¿En qué piensas, Atusparia? Por eso, para esclavos ya está bien diciendo fue
—gritó el Uchcu, haciendo salpicar saliva verde que nos levantamos en armas las catorce estan-
de su boca renegrida—. ¡Jodamos a los mishtis! cias que éramos primero y después las otras que
¡Incendiemos la ciudad! nos fueron siguiendo conforme se noticiaban de
[10] [11]
las tomas de pueblos que fuimos haciendo, empe- masqui, quémelo, y con ese mismo polvito
zando primero por Huaraz, la capital, y luego rocéelo en la herida y va usted a ver». Y verdad
Yungay que lo siguió, y más los otros pueblos pues, eso nomás fue mi santo remedio. Por eso
del Callejón de Huaylas que poco a poco fueron desde esa vez, puntualmente cada año, yo le
cayendo. hacía llegar en su fiesta sacos de papas cargados
De eso dos lunas hacía ya. Y ahora cuando en mis burros, dos o tres carneros, y participaba
estábamos de lo más tranquilos, con Atusparia como ahora en las mojigangas o como cargador
gobernando desde Huaraz, llegó la mala noticia de su anda.
que los ejércitos que él puso cuidando los cami- Pero la aparente calma en la que habíamos
nos de la costa, habían sido derrotados en varias estado varias semanas, otra vez se violentaba.
batallas, perdiendo el control de Yungay y más
los otros pueblos de ese lado. Y que esas mismas «¡Tropaaaas! ¡A la carga!».
tropas del gobierno ya se acercaban a esta pobla- Fue lo que oímos al otro lado del puente, bien
ción de Huaraz. parapetados tras las pircas, mientras hacíamos
Por eso fue que en ese alboroto que estábamos granizar piedras con nuestras hondas y los que
viendo cómo hacer para defender la ciudad, yo tenían carabina abrían fuego. De la otra banda
fui de la idea que sacáramos en procesión a Taita también empezaron a disparar y hacer sonar sus
Mayo, como que estábamos en día de su fiesta clarines entre el relincho nervioso de los caballos.
que todos los años lo celebrábamos con moji- Las balas reventaban en la pampa, sonando como
gangas, corridas de toros, pallas y trago. Para que cancha que se tostara en un tiesto.
nos dé su bendición y nos ilumine diciendo; pero Por las faldas de los cerros de ambos lados de
más que todo por la fe que yo le tenía desde que la ciudad, nuestros hermanos de los caseríos que
me sanó del wiku, cuando ya mi pierna se gan- se habían vuelto a sus chacras licenciados por
grenaba y mi anciano padre también cansao de Atusparia para que siguieran haciendo producir
Óscar Colchado Lucio

haberme hecho andar cargado en su poncho por la tierra, luego de la toma de Huaraz, ahora baja-

Cordillera Negra
los lugares más alejados, ya se había resignado. ban de nuevo con sus mujeres millcao piedras en
«Con las astillas mismas que sale de su pierna», su falda y sus hijos también tocando tamborcitos
le dijeron en Yanama, me acuerdo, «encomen- y clarines de hojas de wejllá, a darnos aliento y
dándose ante un cerón encendido de Taita Mayo, apoyo.
[12] [13]
A los primeros que se atrevieron a cruzar el Los aceros chocaban, los palos de las mujeres
puente, a puro dinamitazos los aguantamos o los hacían crujir cráneos, las balas abrían heridas
hicimos volar en pedazos. El Uchcu Pedro como como flores.
minero experimentado que había sido en su tierra Dos, tres, cuántas horas pasarían y los cacha-
de Carhuaz (por eso su mal nombre también de cos nos arrinconaban hasta meternos a las calles.
«uchcu» o hueco), prendía esos cartuchos, qué ni Los blancos y los mishtis, que desde el primer
prender cigarro, que amarrados a una piedra los momento de la revolución no se metieron con
arrojaba con fuerza a campo enemigo causando nosotros y que por eso mismo estaban perdo-
destrozos. nados, estarían en esos momentos temblando,
Más arriba, donde el río Quilcay se anchaba metidos en sus cuyeros o quién sabe escondidos
y las aguas venían encimita, fue que vimos una entre las huayuncas de sus terrados.
avalancha de negros y chinos que lograban A lo perdido, viendo a nuestros hermanos caer
cruzar a esta banda. Eran los enrolados de las uno tras otro, degollados, destripados o baleados,
haciendas de la costa que los habían traído a con la sangre que se entreveraba ahí haciéndose
pelear contra nosotros. Detrás de ellos, en una con el barro como zanco, fue que pensamos los
ensordecedora gritería, venían los otros solda- que todavía podíamos tenernos en pie, incendiar
dos, mestizos fieros o indios como nosotros en la población y escapar lo más antes posible.
su mayoría. Con ese pensamiento fue que me fui tras el
En el alto, el sol brillaba con fuerza dorando Hilario Cochachín, su hijo del Uchcu, y el Justo
los eucaliptos ramosos, reverberando en el filo Solís, que, agarrado cada uno su tizón, corrían
de los machetes y las bayonetas; pero el barro hacia las tiendas de la calle Comercio.
seguía igual de espeso y de pegajoso. Con un llanque nomás puesto, pisando llicllas,
Ahora luchábamos en plena pampa cuerpo a sombreros, cachuchas de soldados, ponchos, fajas
cuerpo, revolcándonos en los charcos, encima de y cuanta prenda estaba regada por ahí, crucé por
Óscar Colchado Lucio

los primeros heridos y muertos. Los cañonazos un callejoncito, para cortar camino diciendo,

Cordillera Negra
del enemigo resultaron fatales para los que aún cuando en eso al voltear la esquina lo veo a unos
formaban mancha. Esos fogonazos eran más negros y unos chinos que se afanaban metiendo
fuertes que la luz del día y destruían con más a una casa a varias mujeres que a mordisco-
poder que mil hondas de los nuestros. nes y arañazos trataban de librarse. Creyendo
[14] [15]
seguro que yo venía a enfrentarles, dos negros esta ladera de la Cordillera Negra; pero mis labios
empuñados su machete se vinieron de frente a estaban resecos, mi lengua como un trapo espeso
atacarme. Yo, sin armas como estaba, sin valor y pegajoso. Sólo en mi mente pude verlo clarito a
para desafiarlos, de un salto pegué la carrera por ese anciano bondadoso que después de cargarme
otro callejón y justo que salgo a la calle grande, tan lejos, antes de desaparecer, me dijera hacién-
cuando una tropa de caballos sin jinete, medio dome echar con cuidado: «Aquí te quedas, hijo,
alocados por los dinamitazos del otro lado, los de aquí ya podrás irte».
veo que se vienen a mi encima, sin darme tiempo —Tú, Fructuoso Causchi, que dices que lo
a retroceder siquiera. Sin nada qué hacer, a lo conoces, con el Rajatabla y el Lorenzo Corpus
perdido, me tiré al suelo nomás bien agarrada mi bajen al río y preparen una quirma, y lleven a
cabeza, encomendándome a todos los santos y a este hombre al lugar donde ya saben.
Taita Mayo sobre todo, que no me desampararan Así diciendo empezó a caminar por el camini-
en esa hora que más los necesitaba… to de cabra de la ladera la figura de un hombre,
Como un sueño me acuerdo que pasó por mi medio gordo, bajo nomás, que se recortó en las
encima algo así como un aluvión o un terremoto. rocas azulosas de la montaña y que, conforme se
fue aclarando mi vista, reconocí que era, ni más
—¿Este no es el inca cautivo? ni menos, que el Uchcu Pedro.
La voz sonó ahí al lado gruesa y dura como si A piecito o tirando de sus bestias, bien empu-
hablara la peña. ñadas sus carabinas, varios hombres lo seguían,
—Sí, él mismo es; yo lo conozco. Se llama levantando polvo y haciendo rodar con sus pisa-
Tomás Nolasco y estuvo entre la gente que man- das piedrecitas del camino.
daba Atusparia.
Abrí mis ojos. —¿Ya estás mejor, cho?
Los cuerpos aparecieron borrosos, como —Ya casi, hom.
Óscar Colchado Lucio

envueltos en humo de neblina. Las wachwas, esos patos de laguna que abun-

Cordillera Negra
—Cuatro días ya y cómo no se ha muerto. dan en Tocanca, lugar donde nos refugiábamos
Quise abrir mi boca y decirles que fue el Taita los hombres de Uchcu Pedro, alegraban con sus
milagroso, el Cristo de Huaraz, quien me cargó gritos la puna fría.
entre las llamas, los gritos y los disparos hasta —¿Podrás ya pelear? Necesitamos más hombres.
[16] [17]
El Hilario Cochachín, después de tomar un —Aquí está el acta, valiente Uchcu Pedro; pue-
trago de huashco, me alcanzó la botella. des verlo —le respondió el cura, sacando su libro
—Gracias… Sí, cómo no, aunque sea arrastran- de la alforja.
do mi pierna tengo que luchar… —¡Traidores! —tronó la voz del Uchcu entre el
Se rio como esas gallaretas malagüeras a viento que silbaba, después que pegó una mira-
quienes yo en mi chacra espantaba a hondazos. da al libro abierto, leyendo será o haciéndose
Más abajito, entre montones de paja, los nomás, quien sabe…
refuerzos que llegaron en la madrugada ronca- —En nombre del Señor de Mayo, patrón de
ban todavía, mientras los caballos al pie de la mi pueblo, y de su bendita madre, la santísima
laguna, rup, rup, arrancaban la hierba. Virgen María, te pido valiente jefe guerrillero
—¿Crees que esta vez nos irá bien? —dije deponer las armas, siguiendo el ejemplo de tu
devolviéndole el trago. jefe mayor, el gran Pedro Pablo Atusparia, que
—Hombre, cómo no —respondió—; con la gente se ha retirado a su estancia de Marián Pampa,
que mi taita ha puesto en la Cordillera Blanca, al sacrificando glorias y orgullo, sólo para evitar
mando del Justo Solís, y nosotros vuelta en esta más derramamiento de sangre…
otra cordillera, los gobiernistas no tendrán esca- El Uchcu sonrió como con dolor en su cora-
patoria, ya verás. zón recordando seguro que los ricos y las ketu
Eso dijo, pero la Providencia no dispondría asina. sikis, como él llamaba a sus mujeres, habían
intercedido ante el jefe militar un tal Callirgos
Su permisión fue que, pasados dos días, se y el prefecto Iraola, para que respetaran la
asomara el cura Fidel Olivas Escudero agarra- vida de Atusparia —que había caído herido
do bandera blanca, pidiendo parlamentar con en el enfrentamiento—, por haber evitado diz-
nuestro jefe. que el saqueo y el incendio de la ciudad de
—¿De veras? —le dijo el Uchcu después que Huaraz.
Óscar Colchado Lucio

bien vendado sus ojos, al igual que al otro que —¡Tatau! —dijo el Uchcu escupiendo al suelo—.

Cordillera Negra
le acompañaba, lo llevamos a su delante—. ¿De Ni Atusparia ni tu dios, doctor, valen nada.
veras no me mientes, doctor, que mis hombres al Puedes irte nomás. Ya mañana por la tarde o
mando de Justo Solís, acaban de rendirse en la pasado a lo más, si no reviento una bala por la
otra cordillera? bajada del Póngor, será señal que hemos hecho
[18] [19]
caso a tus consejos; pero más creo que será al pudieran venir; al final nos dará la gran victoria.
contrario. ¡Adiós! Su fuerza también nos dará; ¿no oyeron ante-
—¡Espera! —se desesperó el cura ese ratito en anoche su voz colérica en el trueno? Rabiando
que dos de nuestros capitanes jalaban sus bestias, estaba, escupiendo candela entre las nubes…
de él y su acompañante, alejándolos—. ¡Espera¡ Reunidos esa noche alrededor de una hoguera
Si aceptas, los reclamos del memorial serán grande, tomando gro mezclado con pólvora, hici-
considerados y se les librará del escarmiento a mos la promesa de pelear hasta la muerte.
todos, y podrán volver a sus chacras a seguir
trabajando… Igualito a un gato negro o un yana puma, lo vi
Pero ya el Uchcu y los que lo acompañábamos, saltar al Uchcu sobre su bestia, esa mañana en
corríamos por la pampa, hacia Tocanca, espan- que todos bien formados, iniciamos la marcha
tando los lic-lics y otros pajáros de la puna. hacia Huaraz con intenciones de recuperarla. Su
poncho color negro que por primera vez lo vi yo
«¿Ven? ¿Ven esos como hilitos de sangre que puesto, me dio esa apariencia.
bajan desde las cumbres sagradas de taita No éramos más de trescientos seguro frente
Huascarán?». a más de mil que deberíamos enfrentarnos; pero
Habló el Uchcu medio transfigurado su rostro confiábamos en los conchucanos, chancadores de
como si viera un milagro. huesos como el Uchcu, que habían hecho la pro-
Tomando nuestra agüita de muñá que estába- mesa de venir desde el otro lado de la cordillera,
mos, botándola a un lado fuimos a ver. casi de la montaña ya.
La luz medio rabiosa del sol, a esa hora que Animosos bajábamos por eso, mirando bien
era todavía temprano, nos pareció extraña. abajo, junto al río que se estiraba como una cule-
De veras, ¡quién lo iba a creer!, como esas bra, las casitas entejadas, las paredes blancas, de
venitas coloradas que se ven en el blanco del ojo, esa ciudad de Huaraz que tanto ansiábamos.
Óscar Colchado Lucio

así igualito, unas como ramitas de ese color, para Ya faldeábamos el Póngor y dentro de un rato

Cordillera Negra
acá y para allá parecían repartirse entre la nieve. estaríamos sobre el puente de calicanto hacién-
—Es sangre —dijo el Uchcu—; taita Wiracocha dolo sonar con el paso de nuestras bestias. Ya
está llorando. Venganza nos pide, y fe, harta sentíamos en nuestras narices ese vapor pegajoso
fe para no acobardarnos ante las derrotas que que subía del Santa a esa hora de fuerte solazo.
[20] [21]
De repente notamos, sobre el suelo, la sombra Mayo: «A luchar por mi casta estoy viniendo
alargada de un ave que se arrastraba. Alzamos pues; no es contra ti, taitito; ¿sabrás perdonarme,
nuestros ojos al cielo y vimos: un enorme y au niño?». Así diciendo alcé la paja que llevaba
majestuoso cóndor que con sus soberbias alas en las ancas de la acémila y, prendiéndola con
bien abiertas, volaba en círculos en nuestro enci- un fósforo, la aventé sobre el primer techo que
ma. ¿Veíamos?, el Uchcu nos lo señalaba con asomó a mi vista.
alborozo. ¿Habíamos visto cóndor más grande?,
sacó su sombrero como saludándolo. No segu- Pero como dice el dicho, fuimos por lana y salimos
ro, porque eso que estaba arriba ni siquiera era trasquilados. Con más tropas que había hecho lle-
cóndor, los demás arrugamos las cejas, era taita gar el gobierno y más como una trampa que nos
Wiracocha, ¿no sabíamos?, a veces se aparecía tendieron saliendo a enfrentarnos sólo una parte
en forma de cóndor, otras de puma o de ser- del ejército, mientras el resto botados de panza
piente. ¿De veras sería?, nos dejó con la duda, sobre los techos o escondidos en los terrados
mientras ya abajo, las campanas de la iglesia como mujeres nos disparaban sin darnos cara, y
repicaban a rebato y los clarines de los soldados más otros todavía que bien enseñados se habían
también sonaban alertando a las tropas. ¿Qué, apostado, listos para rematarnos en los contornos
pues, Taita Mayo —dije intrigado apurando a de la ciudad, terminaron haciendo una matanza
mi bestia—, entre ustedes los dioses también con nosotros que fuimos hacer pelea limpio a lim-
hay guerras?, y mirando ambas cordilleras. ¿Y pio, como verdaderos hombres que éramos, y nos
dónde pues están peleando?, ¿en qué lado de las salieron con cobardías.
montañas? «Ingrato, —oí como su voz del Taita Menos mal que yo pude escapar vadeando el
en mis oídos que me respondía—, dos veces te he río Santa por Huarupampa. Otros muchos que
librado de la muerte, ¿y aún así atacas mi pueblo intentaron hacerlo por el lado del puente fueron
y mi iglesia?». muertos sin salvarse ni uno.
Óscar Colchado Lucio

—¡Al ataque, valientes nunas! Cuando subía yo a duras penas esa cuesta, ya

Cordillera Negra
La voz del Uchcu, adelante, y más los otros que de noche, viendo que otras sombras por mi tras
pasaban como viento por mi lado me obligaron se venían, arrastrándose y quejándose, algunas
a picar mi bestia y lanzarme decidido al ataque, casas se quemaban todavía, con harta lumbre,
mientras que en mis adentros le hablaba a Taita entre gritos y disparos que no cesaban.
[22] [23]
—¡Maldito Justo Solís! —habló una sombra, —Nada es imposible —me respondió—; siem-
jipando, llegando casi a gatas a mi lado—. Por pre habrá nueva gente dispuesta a pelear. Los
su culpa los conchucanos se volvieron pensando abusos de los blancos así nomás no se acabarán.
que las guerrillas habían terminado. Y si después de insistir no hay gente que nos
Era el Uchcu, herido, sus manos manchadas acompañe, taita Wiracocha nos dará soldados
de sangre, su cara embarrada como con tizne. haciendo revivir estas piedras, que ahora sólo
Por su tras nomás, uno a uno iban llegando duermen desde que una vez desertaron del ejérci-
los otros que habían escapado. to del inca, creyendo, como tú, que era imposible
someter a los terribles conchucanos. Pero ya el
Esa vez no fuimos a Tocanca. Bajamos más bien a taita los perdonará y volverán a ser los valientes
Pampas en busca de los Poma, conocidos del Vicente que necesitamos.
Orobio. Necesitábamos alimento y curación, tam- Lo miré con admiración. Sus palabras daban
bién caballos y armas. Bajamos a piecito nomás. confianza, infundían valor, eran como pólvora
No éramos ni veinte. Pero ahí iban con nosotros en la sangre.
el Hilario Cochachín, el Mariano Valentín, el Pablo
Condorsenka y el que le decíamos Rajatabla, entre Del frío que por esos días empezó a arreciar, me
otros más cuyos nombres ya ni me acuerdo. acuerdo. Días en que la neblina se asentaba en
Así andando andando esa bajada, llegamos al las quebradas, formándose como un mar entre
sitio conocido como Káchoj, donde había piedras los cerros. O subiendo, subiendo, como humareda
desparramadas por todos lados, y algunos con hacia las crestas altísimas de la cordillera.
figuras como de gente. Varias veces la mangada o la granizada nos
—Nuestra derrota sólo ha sido una prueba dejó empapaditos, mientras cruzábamos de un
—dijo el Uchcu, una prueba que nos a puesto taita lado a otro las áridas punas. Envueltos en nues-
Wiracocha, para ver nomás hasta dónde somos tros ponchos, hambrientos, buscando el abrigo
Óscar Colchado Lucio

capaces de resistir. Sólo al final, cuando haya pro- de una cueva, mirábamos pasar los días, siempre

Cordillera Negra
bado nuestro temple, nos dará la victoria. escapando o al acecho.
—¿Continuar? —me asusté—, pero con qué hom- Desde las altas cumbres era ya para nosotros
bres, Uchcu. Estos que estamos somos muy pocos, de no olvidar el profundo valle de Huaylas, her-
¿cómo pues?… moseado por todas partes por altos eucaliptos,
[24] [25]
refugio de loros y jilgueros. Sus chacras de maíz, presidente y que estaban de paso por este lugar y
interminables y, más arriba, los cuadraditos de nos habían prometido apoyo.
los trigales, como cueros de carneros puestos
a secar al sol. Más para este otro lado estaba Mientras esperábamos los refuerzos, decidimos
Macate, con sus huertos de frutales en el valle de hacer frente a un destacamento del gobierno que
Quihuay y sus rocotos amarillos que hasta en las desde algunas semanas atrás nos venía persi-
noches de luna podían verse a la distancia. guiendo de un sitio a otro.
También los pueblos de Cosma, Pamparomás, Varias veces, escondidos entre las peñas, los
Moro, Nepeña y San Jacinto, mirando hacia la habíamos visto pasar de largo husmeando nues-
costa unos y otros asentados tímidamente en esas tro rastro como allkos, resistiendo el frío y el
arenas blandas. soroche.
Por todos esos lugares, al paso de nuestras El Hilario Cochachín que tenía su querida en
bestias, los ancianos, las mujeres y los niños se Quillo, fue de la idea para usarla a esta como
asomaban a las puertas de sus casas a ver pasar sebo y tenderles una trampa en la Quebrada de
al «Uchu Pedro y sus alzados», como ya nos Lucifer. Y fue así cómo, una mañana, sabiendo a
conocían. Sólo los hombres jóvenes, aptos para lo seguro que se dirigían a Pariacoto a remudar
la guerra, se escondían o se hacían los enfermos sus acémilas, los esperamos al fondo en esa fea
maliciando que les pediríamos enrolarse en nues- encañada.
tro ejército. Sabían que las tropas nos perseguían
para de una vez aniquilarnos, y que en cualquier Ojitos negros no llores
momento caeríamos. Por eso se acobardaban o llorarás cuando me vaya.
les faltaba fe como decía el Uchu; pero aun así, Ojitos negros no llores
de uno en uno, de pueblo en pueblo, fue aumen- llorarás cuando me muera.
tando el contingente hasta alcanzar un número
Óscar Colchado Lucio

que nuestro jefe consideró que ya estaba bueno Así cantando la china sapienta bajó a la quebra-

Cordillera Negra
para intentar la toma de Huaylas. da agarrado su balde, haciéndose de no ver a los
Ahora sólo esperábamos a los montoneros de soldados que pasaban por el camino de arriba.
Huánuco y Trujillo, que luchaban también con- Estos al verla en ese sitio donde todo era silencio,
tra el gobierno para que el general Cáceres fuese hambreados de mujeres como estaban, pensando
[26] [27]
abusarla seguro, la dejaron bajar nomás calcu- de la muchacha, que esta vez sí medio se tocó
lando que ahí al fondo no tendría escapatoria. de nervios, y soltando su balde corrió a la otra
Y como qué, al poco ratito de estar escondidos orilla. Antes que ni hagan intento de apearse, los
aguaitando desde un monte, ya los vemos que se laceamos a los dos como lacear novillos, y de un
acercan dos al trotecito de sus bestias. Los otros templón los trajimos abajo y los jalamos hasta
se quedarían esperándolos arriba seguro. No se les el monte donde les metimos cuchillo sin darles
veía de donde estábamos. Ni ellos podían vernos. tiempo de saber lo que les había pasado.
Para esto ya la china había llegado al recodo —Ahora sí alístense —dijo el Uchcu—, cada
donde le indicamos, que era ahí cerca nomás uno en su emplazamiento.
donde nos escondíamos. Haciéndose la inocente, A la muchacha también le ordenó esconderse
con su baldecito puesto al lado, se lavaba los pies y a la mitad tirarse para el otro lado, entre las
en el agüita. peñas, para meterles fuego cruzado.
Justo ahí a nuestro lado desmontaron, y como Iba resultando el plan de Uchcu y la idea de
la vieron a la muchacha de espaldas, no nos su hijo Cochachín.
habrá visto diciendo será pues, se fueron acer- No demoraron gran cosa en venirse todo el ba-
cando pasito a paso, para agarrarla al descuido. tallón. De repente los vimos asomarse uno tras otro,
Ahí fue que yo con el Cochachín, saltando de en fila india, llamando a voces entre risotadas y
entre el monte, les asestamos recios macanazos bromas, que esperaran, que no fueran desgraciados,
en la cabeza haciéndoles volar los sesos. Los que ellos también querían probar. En esa ocupación
demás que estaban escondidos ni se movieron. que estaban fue que sonó la descarga. Como paja-
Jalándoles de las botas, los aventamos por ahí ritos caían de sus bestias aullando de dolor o cara-
entre las matas. A la china el Hilario le hizo señas jeando. Los animales se atropellaban, relinchando,
que ahí nomás siguiera. sin saber para dónde correr. Entre la polvareda que
No pasó mucho cuando otros dos aparecieron levantaban, saltamos unos de las peñas, otros de
Óscar Colchado Lucio

por el mismo caminito silbando a sus compañe- los montes, a rematar a los heridos.

Cordillera Negra
ros, llamándoles por sus apodos, advirtiéndoles
que para el capitán era dizque primero, que Una semana después fue que entramos al pueblo
cuidadito con tocarla todavía. Así que hablan- de Huaylas armando gran alboroto. La guardia
do que están, resultaron ya casi en su encima urbana que salió a enfrentarnos junto a la poca
[28] [29]
tropa que había, nos resistió el fuego al principio; conversemos?, habló haciéndome ver un puñal
pero poco a poco se fue replegando hasta termi- entre su poncho. Me dio risa. Como un relámpa-
nar desbandándose, huyendo por entre maizales go saqué el mío de entre mi seno y me cuadré.
y huertos. Ahí fue que se paró la fiesta. Pero el Uchcu, cal-
Por fin, después de tanto sufrimiento, ahora mándolo al otro, me sacó bonito nomás hablán-
último nuestra suerte se volteaba. dome y me llevo a dormir ahí en su casa de un
Saqueamos a nuestro gusto las tiendas de los alzado que andaba con nosotros.
ricos e incendiamos sus casas. Nuestros herma- Mañana mismo como sea me la cargo, dije.
nos huaylinos que estaban con nosotros, hicie-
ron preparar pachamancas al otro día y el trago Pero no fue del caso.
corrió como agua, mientras bailábamos nuestros Para evitar problemas seguro, ya que el vara
huaynitos bien abrazados a las chinas. Allí me de campo nos estaba dando apoyo, el Uchcu me
enamoré de una, de nombre Marcelina, por quien mandó comisionado a Huanchay, al mando de
perdí la cabeza queriéndomela robar esa misma quince hombres, para que habláramos con un
noche. Te espero, le dije, con mi bestia ensilla- tal Emeterio Ángeles a fin de que nos ayudara a
da en la lomita del cementerio. ¡Achachay!, me reclutar gente de su estancia y se plegaran a las
respondió ¿qué pues no tienes miedo poray? guerrillas. Pero llegado que hubimos, el hombre
Entonces, volví a proponerle que mejor a la sali- que había sido uno de los capitanes de Atusparia,
dita del camino a Cunca. Pero bandida la china, se negó totalmente a prestarnos su apoyo, dicien-
me había estado pulseando nomás. Capaz mi do que era por demás, que ya la revolución se
taita va molestar, me dijo, háblale a él mejor. En había acabado. Cobarde, carajo, diciendo, le
esa conversación que estábamos fue que el Uchcu quemamos su choza y matamos su ganado para
vino. Pidiéndole permiso a la muchacha, me jaló escarmiento. Lo mismo hicimos en otras estan-
a un ladito. Guarda, me advirtió, ¿no ves que es cias con los que igualmente se negaron.
Óscar Colchado Lucio

su querida del vara de campo, del mismo que ha Hubiéramos seguido en esa ocupación si no

Cordillera Negra
organizado la fiesta en nuestro honor? Pero si la hubiera sido por un propio que vino a avisarnos
muchacha me quiere, ¿qué tengo que ver?, me que, por órdenes del Uchcu, volviéramos urgente
acuerdo que le respondí. Ahí nomás se asomó a Huaylas, que había salido tropa de Huaraz y
el otro, bien zampao, más que yo. ¿Quieres que hacía falta nuestra presencia.
[30] [31]
Al mando de Callirgos e Iraola, no era sólo una granizada de balas que pasaban silbando por
tropa la que avanzaba, sino varias, con órdenes nuestras cabezas.
de destruirnos totalmente y recuperar Huaylas. Para confundir a los que nos seguían, sali-
Cuando aproximándose estaban al pueblo de mos del camino grande y enrumbamos hacia las
Mato fue que salimos a darles el encuentro. márgenes del Santa, pensando perdernos en los
Rodeábamos los cerros del contorno cuando montales de Ranrahirca.
aparecieron. Con sólo verlos nos desalentamos.
Tantos eran. Como nube todavía avanzaban, lle- El Uchcu siguió de largo bordeando el río, medio
nando el camino ancho. Qué para hacer diciendo oculto entre altas yerbasantas que orillaban el
iniciamos el ataque lanzando la primera descar- camino. Yo decidí cruzar el río por un sitio donde
ga. Bien entrenados, de un salto se parapetaron el Santa era como una playa y el agua se veía
entre las rocas y de ahí respondieron el fuego. encimita. Al otro lado se levantaba un bosque de
Más de dos horas ya de tiroteo, y las municiones eucaliptos, cubierto de monte espeso, por donde
escaseaban en nuestras filas. Ellos tenían para sería fácil perderse de vista. El bosque se extendía
resistir todo el día y toda la noche si era posible. inmenso, siguiendo el curso del río, flanqueando
En mulas cargaban los cartuchos. por los cimientos macizos de la cordillera.
Varios cientos de nuestros hermanos queda- Ya ganaba yo la otra orilla, cuando el pelotón
ron ahí bocabajados, muertos sobre las peñas. se detuvo al borde del río. Desesperados viendo que
Uniformados también como moscas yacían ten- me internaba ya en el montal dispararon alocada-
didos en ese mullpo. mente, y sentí que el macho se sentaba y luego que
Lo que vino a fregar todo fue la guardia urba- su cuerpo se sacudía. Acababan de matarlo.
na de Caraz que llegó ya al atardecer. Con esos Agarrando mi carabina y el ponchito que
refuerzos se envalentonaron y se sintieron más estaba como pellón, me metí al monte a toda
seguros. Viendo nosotros que las balas casi ya no carrera, sintiendo que me molestaba la picsha
Óscar Colchado Lucio

nos quedaban y sintiendo que el cerco que nos que llevaba yo colgado sobre mi hombro. Ahí

Cordillera Negra
estaban tendiendo era cada vez más estrecho, fue guardaba mi coquita, una mulita de gro y más
que decidimos darnos al escape. unos cuantos cartuchos.
Yo salté sobre un macho que estaba ahí al
lado, perdido, y me fui tras el Uchcu entre una «¡Ríndete, Uchcu Pedro, te tenemos rodeado!».
[32] [33]
Fue lo que me gritaron los cachacos cuando al frente, tras un árbol grueso, dos pares de ojos
me hallaba yo escondido en una cueva, después estaban al tanto nomás de mis movimientos,
que me persiguieron por todo el monte. Ganas atentos a cualquier ruidito. Cuando se necesita-
de decirles que no fueran tan zonzos, que yo no ban entre ellos, se llamaban mediante silbidos.
era el Uchcu, me dio. Pero de nada me hubiera Alguna chocita harían para que duerman seguro.
servido. Igual nomás me matarían. Allí afuera el frío sería de no aguantar. Al frente
A uno lo vi apenitas que daba un salto entre nomás estaban los nevados, y en las madrugadas
las matas, y de los demás se oía tan sólo cuando caía el sereno que mordía la piel y hacía tiritar.
sus pisadas quebraban palitos secos. Bien calzado Menos mal la cuevita era más o menos abrigada
en una grieta, yo tenía el cañón de la carabina y ahí al fondo haría calor quién sabe. Pero más
apuntando listo para soltar el tiro. En eso asomó que cueva, parecía tumba de gentiles. Ahí al lado
su cabeza, detrás de un eucalipto, el que lo vi dar estaban botados retacitos de tejidos deshechos por
el salto; pero se fregó cuando se volvió a mirar el tiempo, pedacitos de ollitas o cantaritos rotos,
atrás a hacer señas con la mano a sus compa- huesos también que blanqueaban desparramados
ñeros. Ahí fue que le pegué el balazo. ¡Pen!, por todos lados. El hambre, el frío, la sed, eran
sonó el tiro. El hombre se huicapeó como esas todavía de soportar, para eso me sirvieron harto
pichuchanquitas que con mi hondilla tumbaba mi coquita y la mulita de gro. Pero lo que me ven-
yo entre los árboles allá en mi tierra de Sipsa. cía me vencía era el sueño. Así abiertos mis ojos
Después se quedó quieto, tirado sobre la huaylla. que estoy resultaba yo hociqueándome contra la
Los pájaros volaron por todos lados. Oí voces peña. Vuelta sacudía mi cabeza, asustado, repa-
agitadas, desordenadas al principio, después ya rando para todos lados. Así en una de esas que
más nítidas: ¡Lo jodió al capitán, carajo, lo jodió! estoy, clarito lo veo al Uchcu que entra, itacado su
Lo que siguió fue una descarga a mi escondite, poncho, sus pistolas al cinto, que me dice, Mama
mientras dos soldados, tirando de las patas, se lo Killa, nuestra madre luna, llorando sangre está,
Óscar Colchado Lucio

arrastraban a su muerto. masqui mírala, allauchi, pena de nosotros tendrá,

Cordillera Negra
sus pobres hijos… Y de veras, de su ojo blanque-
Tres días ya ahí, bien vigilado, era de no sopor- cino, bajaban, como hilos de sangre, igualito,
tar. Por turnos me cuidaban. Lejitos se oía que como cuando lo ví a Taita Huascarán esa vez en
cantaban, discutían, como borrachos; pero aquí Tocanca.
[34] [35]
Sentándose a mi lado, el Uchcu me hablaba vivo o no después del enfrentamiento de Mato.
ahora: No perdamos la fe, Tomás Nolasco, luchemos De los antiguos sólo quedaban Marino Valentín
hasta el último; no seamos como Atusparia que se y Vicente Orobio; los demás, que no pasaban
dejó ganar por los blancos. Algún día, verás, Taita de diez, se incorporaron ahora último. Todavía
Intip volverá a reinar… Así diciendo que está me lo encontré ahí al muchacho que vino a dar el
desperté. Sueño nomás había sido. aviso. Era uno de los Poma, de Pampas. «Murió
De ahí de la cueva, ni la luna siquiera se veía. enseñándoles el trasero al pelotón, después de
rechazar al cura que quiso confesarlo». Ya para
Pero el enorme yana puma que saltó por mi enci- irse, echándose agua a la cabeza en el puquialci-
ma, no fue sueño. to del camino, todavía habló: «El cura nos negó
Fue en pleno día cuando los soldados, cansa- para enterrarlo en el cementerio; ahí botadito
dos de esperarme, soltaban desde el cerro hatos seguirá su cuerpo hasta ahora si no se lo han
de paja encendidos, con la intención de hacerme comido los gallinazos».
asfixiar con la humera. Ahí fue que sentí como
un gruñido al fondo de la cueva primero, y des- Ahí nomás fue que decidimos esconder las armas
pués que saltaba sobre mi cabeza cuando me y largarse cada uno por su lado. Muerto el Uchcu
volví a mirar. Enorme, ágil, de negra piel lustro- y ausente Cochachín, ningunos teníamos valor
sa, lo vi ahí afuerita antes de la lanzarse sobre para tomar el mando, más peor todavía siendo
los soldados. ahora tan pocos. Ahí mismo en Tocanca, en una
—¡Es el demonio! —gritaron estos, viendo que arruga del cerro, cavamos como para sepultura y,
las balas no lo mataban y la bestia se les iba enci- bien envueltos en pochos, enterramos las carabi-
ma. Gritos y gruñidos se confundieron. A mano- nas. Era peligroso andar con armas, sabiendo que
tazos y dentelladas los dejaba muertos. Yo aprove- los soldados nos buscaban por todos lados. De
ché para escaparme a todo correr esa bajada. dos en dos o de uno en uno, después de abrazar-
Óscar Colchado Lucio

nos fuerte, como hermanos, como hombres, nos

Cordillera Negra
Muerto de cansancio, maltrecho, llegué a Tocanca. desparramamos. Yo corrí por su tras del mucha-
Ahí supe la noticia: acababan de fusilarlo al cho Poma, que, montadito en su burro, despacio
Uchcu junto a la iglesia de Casma. El Hilario se iba laderita abajo.
Cochachín tampoco estaba; no se sabía si salió
[36] [37]
Ya los shingos afilaban sus picos sobre la torre de más los soldados que duermen en Káchoj, y que
la iglesia cuando llegué a Casma. tú los despertarás, volveremos a atrever a los
Antes de irme para mi tierra, consideré como blancos: chancaremos sus huesos ñutu ñutu, y
mi deber dar cristiana sepultura al que fue mi tú, padre, volverás a reinar, y harás que vivamos
jefe. Por eso bajé a ese valle caluroso, sintiendo felices como en el tiempo de los incas».
su olor a frutales, a salobre brisa marina… El yana puma, como si me hubiese estado
Botadito panza arriba, como reparando al dios oyendo sin creer en mis palabras, empezó a irse
Intip, estaba ahí tras la iglesia. Casi me ganan esa cuesta, volteando, volteando, como descon-
mis lágrimas al verlo asina. En el burro que me fiado; paso a paso primero, y después casi a la
prestó Poma, hice esfuerzos por subirlo. A esa carrera. En un ratito lo vi ya arriba, subiendo la
hora de harto calor la gente estaría adentro en sus cordillera en dirección a Callán Punta. De ahí
casas, haciendo la siesta seguro. Los pocos que seguramente bajaría hacia el río Santa, pasaría
me vieron, ni siquiera se acercaron. Un hombre por Pumacayán y, oliscando oliscando la nieve,
togao más bien, que más parecía cura que otra alcanzaría las cumbres de la Cordillera Blanca,
cosa, bajándose de su caballo, vino y me ayudó a para después bajar a Chavín de Huántar, la mora-
subirlo. Después lo vi irse al trotecito por el cami- da de los dioses, o más allá tal vez, por donde
no de Yaután. Casi por su tras nomás, yo también asomaba su ojo el dios Intip, ya no como puma
me fui, arreadita mi carga, hacia esas huacas que ahora, como cóndor.
había por el camino que apartaba a Choloque. Con ese pensamiento, como tonteao, pisando
altos y bajos, por ahí donde lo vi irse, yo también
En la última palada que estoy, con la queresa me iba, sintiendo un sudor frío que bajaba por
que, ¡huinnn!, zumbaba por mi lado, de un de todo mi cuerpo, empapando mi ropa. Mis piernas
repente levanto mi cabeza y lo veo parado ahí, me temblaban y los huesos me dolían.
en la lomita de arriba, al mismo yana puma de No pudiendo dar ya un paso más, como
Óscar Colchado Lucio

la cueva de Ranrahirca, que con sus ojos fijos, muñeco me amontoné ahí nomás en el camino, y

Cordillera Negra
amarillos, mirándome está, sin fiereza, como poco a poco sentí que mi cuerpo se iba poniendo
contemplándome nomás. «Taita Huiracocha» dije rígido, y después que se enfriaba del todo y se
arrodillándome, sintiendo harta emoción en mi endurecía hasta quedar convertido por último en
cuerpo, «con el Hilario Cochachín si es que vive, esta piedra que soy, en este sitio de Tacllán, y a
[38] [39]
quien los viajeros conocen, por algo será seguro,
como la piedra que cura el mal del corazón.
El águila de Pachagoj

«E s su hijo del José Blanco, ¡atatau!, brujo


como su padre será. ¡Apártate, cholito!».
Yo no sé por qué a mi padre le dicen José
Blanco, ¡vaya!, si de él su verdadero nombre es
José Ramírez. Algunas veces cuando se me viene
la ocurrencia preguntándole estoy. Pero él ni
caso me hace, como si no le hablara. Si no está
ocupado en alguna cosa, prefiere mirar a otro
sitio o si no cambiar de conversación, pero nada
de responderme. Por eso ahora último ya no le
pregunto. Para qué, pues, si ya sé que va a ser
por gusto.
Sólo él y yo vivimos en este paraje solitario,
en esta fea puna al que todos conocen de nombre
como La Cuchilla. Al pueblo se llega pasando esa

Cordillera Negra
lomada y la otra, después de una bajada todavía.
Cuando estamos aburridos y queremos ver harta
gente, tenemos que irnos abajo, al alto de Putaga,
a ver pasar por el camino grande a los viajantes
[41]
que van o vienen del Marañón. Pero eso es sólo Rojas, cuando estoy oyendo en el corral, clarito
de vez en cuando, el resto de los días yo me paso escuché que le contaba que mamá Shantu se había
por la jalca recogiendo las ramas que mi padre rodado en La Colpa, tratando de recoger yerbas de
necesita para preparar sus pócimas. La gente llega pachacrá, y que de pena mis hermanos se fueron
seguido seguido nomás, otras veces se desapare- a vivir con mi abuelita a Punacocha y que me
cen por temporadas. Cada vez que vienen traen dejaron a mí solito para su huallqui.
itacados sus alforjas con papitas en su dentro, o
si no ocas o mashuas o cuyes y, a veces, hasta Yo vi con mis propios ojos cómo el demonio
arreando huachitos llegan. Eso nos dan en pago cargó con doña Santosa esa noche. Venía yo de
de lo que mi padre les ve la suerte o les cura. La la hacienda de Urcón arreando mis burros, y para
que más viene es doña Corina, de Huayllabamba, cortar camino decidí atravesar la puna. Estaba chi-
con cualquier pretexto. Ya la gente está hablando rapiando al principio, pero nadita me imaginé que
que a mi padre dizque lo han visto convertido en horas después caería una mangada con relámpa-
águila, asentar en las noches en el eucalipto gran- gos y truenos. Feo me asusté cuando un rayo cayó
de que hay detrás del corral de su casa, cerca de la cerca nomás donde estaba yo con mis animales,
quebradita. «Es el José Blanco, han dicho, ¿y así incendiando el pajonal. Ni cuevas siquiera dónde
todavía quieren aceptarlo como capitán en nuestra refugiarse. Empapadito, viendo que la noche se
fiesta de San Pedro? ¡Jesús, María!, ¿acaso se han venía encima, me acordé que más allá donde la
olvidado que a su mujer, la Santosa, se la llevó el puna bajaba y formaba una laderita, vivía doña
demonio?». Eso oí un día que fui a comprar coca Santosa, la mentada curandera, con su marido y
en su tienda de don Andresito, cerca del molino. sus hijos. Ahí está mi salvación, dije. Saqué de una
Desde entonces preguntándole estoy dónde está alforja un traguito de huashco que no me faltaba y
ella, qué se ha hecho, porque ya no la veo; pero látigo y látigo a mis burros les hice bajar la cuesta
él no responde, como una piedra es. Ocupado en corriendo, resbalándose en el barro, cuidando que
Óscar Colchado Lucio

remover sus yerbas, se hace que sopla la candela no fueran a botar la carga. ¡Chaplac!, ¡chaplac!,

Cordillera Negra
o si no me ordena que vaya por más leña, que me sonaban todavía mis llanques en las llocllas.
apure, que va a faltar o cualquier otro pretexto.
Sólo una vez nomás recuerdo que me dijo que se En cuanto vi la choza, para que sus perros no
fue de viaje, que ya volvería. Pero a don Fermín espantaran a mis animales, llamé de lejitos, ¡Doña
[42] [43]
Santosa!, ¡doña Santosa! Al ratito, salieron ella y animal. O acaso es cierto, José; cuéntame a mí que
su marido. A sus hijos no los vi. Estarían acostados soy tu amiga, que fui también yanasa de la Santosa,
ya seguramente. Alta, flaca, la señora, envuelta en tu mujer. Has de tener necesidad de desfogarte, así
su reboso negro, trataba de reconocerme junto como me confiaste esa tarde que tiritando llegaste
al callapo que sostenía la ramadita del corredor. a mi casa, diciendo que la Santosa se había rodado
Atrasito, su marido, envuelto en una frazada, en la quebrada de las cortaderas cuando escapaba
procuraba con la mano libre que el viento no apa- por la ladera con ese arriero que llegó buscando
gara la luz del mecherito con que se alumbraban. posada la noche de la mangada.
¡Vengo a que me deste posadita, aho niña!, le grité
en el momento en que sus perros se venían dere- La gente que viene de lejos a hacerse ver por mi
chito a mis burros. Ella los llamó entonces fuerte padre, en su conversación hablan que él también
como resondrándoles, y los animalitos agachando es entendido como mamá Shantu. Al comienzo
la cola, obedientes, volvieron a tirarse a su lado. nomás desconfiaban. Itacando sus alforjitas o sus
No sé si me reconocerían o no; pero hacía años, quipis se regresaban cuando mi padre les decía
cuando yo era más muchacho, le traía los recados que ella no estaba, que no sabía cuándo iba vol-
de una señora de Santa Clara, a quien la estaba ver; pero que si querían, él también podía curar-
curando para el mal daño. Por ahí acomódese de les. Desconfiosos se miraban nomás. Después
cualquier manera, me dijeron señalándome un se iban, sin dar contestación, por el camino del
cantito del corredor. Y se entraron rapidito nomás, Marañón, sin voltear, calladitos. Pero, al tiempo,
sin darme tiempo ni de agradecerles. cuando se convencieron que ella no tenía trazas
de volver, después de varias vueltas que hicie-
—He venido a avisarte, José, que mejor te vuelvas a ron, por fin le suplicaron a mi padre a ver que
Punacocha, tu tierra. La gente de Huayllabamba y hiciera dizque la prueba de curarles. Se acertaría
Cutamayo se ha noticiado diciendo que esa águila su remedio seguro, porque desde entonces empe-
Óscar Colchado Lucio

blanca que por las noches asienta en Pachagoj zaron a venir seguido seguido nomás. Harta fe

Cordillera Negra
dizque eres tú. Y que a varias personas ya ha ata- le tienen ahora. Ha sanado a muchos ya, sobre
cado queriéndolas devorar. Y hasta a mí me están todo a esas personas que padecen de wiku, de
levantando cargo, diciendo que en el eucalipto de mal de campo, de susto, de atacoral, de mal daño.
mi corral te han visto asentar convertido en ese feo Aparte, ve también la suerte con naipes, con
[44] [45]
cigarro, con coca. Sus bebidas las prepara a base alumbraba, ¡achic!, en toda la pampa. El viento
de pachacrá, esa yerbita milagrosa que dicen que silbaba en los pajonales. De rato en rato el ¡burrr!
tiene dizque siete virtudes, esa la entrevera con de mis animales con el frío me despertaba. En
otras que recojo por La Colpa o si no, por abajo, eso escuché el cabalgar de un caballo lejano, con
por Potrero, al otro lado del río. Pero la pachacrá trotar parejo, como si fuera de paso. ¡Ja!, dije,
sí tengo que buscarla por arriba, cerca de la lagu- ¿quién pues a estas horas y por estos sitios? Será
na de Cushuro; por ahí donde están las wachwas, mi imaginación. Adentro se oía que roncaban
los lic-lics y las tarukas, también los bravos de todavía durmiendo. Me arropé más con el pon-
San Pedro, que menos mal ya me conocen. Quizá cho y tapé mi cabeza con el sombrero haciendo
seré la única persona al que no atacan. «Dizque la prueba de dormirme. En eso, no sé cómo, ya
solito anda esa criatura entre los chúcaros». «¡Por cerquita siento que el caballo llega a la casa y se
María Santísima!, como la Shantu, su madre, detiene frente al corredorcito donde yo estaba.
tendrá pacto con el demonio». Los cholitos del Me quedé quietito mirando, aguantando la respi-
pueblo, cuando a veces vienen a la jalca a bus- ración. Y hasta los perros que pensé que saldrían
car sus animales, viéndome de lejos nomás se a ladrarle siquiera, se quedaron calladitos en su
corren o si no, se esconden detrás de las lomas sitio. El hombre que llegó era un elegante caba-
o se tiran entre el pajonal. ¡Zonzos!, si vinieran, llero, vestido como nunca en mi vida he visto. De
yo les invitaría cancha o machca que nunca me capa, sombrero de ala ancha y espuelas de plata,
falta en mi bolsico. Los grandes también con montaba una yegua fina, blanca, con aperos que
miedo con miedo me hacen conversar cuando me igualito a sus espuelas, relumbraban con la luna.
encuentran poray, solito. Por eso ahora ya no les ¡Santosa!, llamó sin hacer cuenta que yo estaba
busco conversación cuando les veo. Mejor estoy ahí al lado. ¡¡Santosa!!, volvió a llamar con más
jugando con los chúcaros, montándoles, sacán- fuerza. Cuando casi ahí nomás salió su marido a
doles la suerte o si no tirado panza arriba junto a ver, yo quise moverme un poquito, toser o algo
Óscar Colchado Lucio

los que descansan, mirando el cielo alto, azulito, así; pero me di cuenta que mi boca se había atado

Cordillera Negra
sin nubes, ni nada… por completo y no podía mover ni un nervio. El
hombre, al verlo, sin decir nada, ahimismito se
Sería las doce de la noche un poquito más quién entró al cuarto. Te llama, apura, es el señor, oí que
sabe. Reciencito había escampado y la luna le decía, y después que le resondraba: ¿Ya ves?,
[46] [47]
yo siempre te dije que algún día se cumplirían los llame al Caballero Álvarez. Yo ya sé que antes de
veinte años, ¡no me hiciste caso, Santosa!, ¡no eso, él tiene que hacer sus rezos todavía, después
me hiciste caso!; así diciendo oí que sollozaba. Al darle unas tomas al paciente; hasta que cuando
ratito salió la mujer, toda despeinada, como dor- ya está arrojando, viendo visiones, recién ahí mi
mida nomás. Cruzó el corredor, y se fue derechito padre levanta los brazos al techo como si fuera el
hacia el hombre. Apura, ya se cumplió el plazo, cielo y empieza a llamarlo haciendo medio rara
fue lo único que le dijo este, enancándola en su su voz. Ese ratito es cuando yo empiezo a mover
bestia. Seguidamente partieron en un trotecito con todas mis fuerzas los callapos que aguantan
lento primero, con chispas que salían de los cas- el techo. Parece temblor. Y con el movimiento,
cos del animal; después, se escuchó el galope y un la magana que esta colgadita rozando el cuero
grito desgarrador lejano mezclado con carcajadas. de la roncadora, empieza a golpearla una y otra
Mientras adentro, en la choza, seguía oyéndose el vez, produciendo un ruido igualito como cuan-
llanto del hombre y más tarde el de sus hijos. do revienta el trueno bien lejos, en medio de la
mangada. ¡Ja!, vieran la cara que ponen todos los
Lo que a mí más me gusta es cuando vienen a pacientes: pálidos, algunos quieren llorar todavía
que mi padre les vea la suerte; ¡Ja!, es que ahí yo mirando a todos lados; otros se ponen a temblar
también tengo intervención. Lo que no saben es como atacados de terciana o si no se arrodillan
que de mí depende que se vayan alegres, tristes poniéndose a rezar. Pero hay también quienes de
o colerosos. Para esto mi padre, serio, haciéndose puro susto ya no aguantan, y corriendo salen de
el honrado, me llama delante de los pacientes, la casa. ¡Ja!, como ocurrió con doña Laga Tomasa,
diciéndome, Hijo, tengo que llamar al Caballero su mamá del Pedro Paroy. Y eso que a ella no le
Álvarez; ya tú sabes que él no aparece delante dio ninguna bebida. Porque mi padre sólo les
de las criaturas; andavete a dar una vuelta poray, da a los que malicia que no tienen creencia o a
más tardecito regresas. Así diciendo se entra a los que vienen de lejos. Algo tendrán, pues, esas
Óscar Colchado Lucio

la choza seguido de la persona, mientras yo me ramas; porque los pacientes aseguran que lo ven

Cordillera Negra
voy por atrás, por la puerta falsa, a hacer lo que al Caballero. ¡Ja!, da risa, hasta dicen cómo es: un
ya sé. Allí adentro, calladito estoy, al tanto al hombre dizque flaco, alto, de capa y espuelas de
tanto nomás de lo que conversan, mirando por plata. ¡Jajay!, si supieran que el Caballero Álvarez
una hendijita, esperando la hora en que mi padre soy yo, ya seguro ni vendrían.
[48] [49]
Cansada llegó doña Laga Tomasa tempranito —¡¡Que lo busque por el alto de Mishito, entre
nomás, junto junto con el sol, a mi casa. Venía la vacada de la hacienda Santa Clara!!
a suplicarle a mi padre que le dijera por dónde —Por ahí ya lo he buscado, don Josecito, como
debía buscar a su toro barroso que hacía tres le dije, no aparece por ningún lado —se entre-
días ya había desaparecido de los potreros de metió doña Tomasa. Eso me puso en apuros. Mi
Huayllabamba. Por todos los lugares ya lo he padre, también no sabiendo qué decir, la reson-
buscado, don Josecito; pero nada, por ningún dró nomás:
lado aparece, llegó diciendo. Y cuando mi padre, —¡Tomasa!, ¿vas a dudar del Caballero? No lo
atendiendo a sus súplicas, se puso a llamar al has buscado bien seguro. Hazlo de nuevo mujer…
Caballero Álvarez, de un brinco salió afuera, a Ella se achicó, pobrecita:
la hora en que sintió que temblaba la choza y —Verdá, taita, quizás tengas razón —dijo
reventaban los truenos. Apurado salió mi padre levantándose—. No lo he buscado todavía por el
por su tras, llamándola. Abajito todavía la alcan- lado de Gachilpampa, al pie de Mishito; iré a ver,
zó. Y agarrándola de su brazo la volvió a reson- don Josecito, quién sabe lo halle poray…
drones: ¿Qué te pasa, Tomasa?, ¿no estás en tu Mi padre se quedó medio descontento cuando
juicio?, le dijo haciéndola sentar en la silla, ¿no partió. Eso le pasaba por confioso, por apurado.
ves que el Caballero Álvarez me tiene bien adver- Debió hacer como otras veces: pedirle que vuelva
tido que jamás lo llame si antes no he preparado al otro día, o más después, para nosotros ganar
bien a la persona? ¡Me estás haciendo quedar tiempo y averiguar bien bien el paradero del
mal, mujer, nada te va ha pasar; no te portes animal y decirle luego lo que era cierto. Yo en
como una criatura! Menos mal que doña Laga mis andanzas por la puna, casi siempre me topo
Tomasa ahí nomás se tranquilizó y, como ton- con animales perdidos. Entonces me fijo en la
teada, sentadita se quedó en la silla, sin moverse. marca y acordándome nomás estoy, hasta que
Fue ahí cuando empezamos a parlar mi padre y tarde o temprano ya están asomándose los due-
Óscar Colchado Lucio

yo, o mejor dicho él y el Caballero. Mi padre con ños a nuestra choza trayendo siempre algo. Ahí

Cordillera Negra
su voz natural, aunque haciéndola medio ronco- es cuando el Caballero Álvarez se porta todavía
sa, y yo metido en un tremendo cántaro, desde dando los mínimos detalles y hasta aconsejando.
donde salía mi voz, agrandada, con eco, que ni Pero cuando no es así, como esa vez de doña
yo mismo reconocía: Tomasa, mi padre siempre tiene alguna salida:
[50] [51]
—Mi vaca se lo habían arreado a Sihuas, don arriero viejo que soy, tuve miedo de largarme ese
José —llegó como a la semana doña Laga Tomasa mismo rato. Cuando antes que amaneciera bien
a reclamarle (hasta eso su cuycito también, que dio me levanté a alistar mis aperos, me di cuenta
en pago, nos lo habíamos comido ya). Mi padre se que José Blanco también ya se había levantado
quedó pensativo un ratito, luego dijo: y que con sus hijos alistándose estaba para salir.
—A veces cuando se asustan, Tomasa, el ene- Haciéndome el inocente, cuando ya mis burros
migo toma el lugar del Caballero, y entonces trata estaban listos, le dije: Me despido de su señora,
de confundir a la gente. Por eso ese día que me don José, gracias por la posadita. Entonces él, que
suplicaste, de mala gana te dije bueno. Es porque seguro había estado dudoso si yo había visto o
te vi demasiado preocupada. Debí pedirte que no lo de la noche, para disimular toda sospecha,
regresaras al otro día, hasta eso ya el Caballero me dijo: Ya, amigo, no tiene de qué, mi señora
hubiera tomado conocimiento. viajó, pues, hoy en la madrugada a Punacocha
La mujer, de lo geniosa que estaba, volvió a con su hermano que vino de urgencia porque mi
tomar su color. Ya más calmada, dijo: suegra dizque está grave. Pobrecita, ojalá halle
—¿Y ese Caballero que dice usted, don Josecito, pronto su mejoría, diciendo me despedí. Se quedó
no es el demonio? con sus hijos viéndome bajar la ladera. Ya lejitos,
Feo lo vi amargarse a mi padre entonces. me volví. Seguían mirándome, como esperando
—¡Cómo vas a decir eso, Tomasa! —le respon- que me desapareciera. Pero más abajo, donde
dió coleroso—. ¿Acaso soy brujo malero o qué? empieza la hoyada, amarré mis animales entre
Yo sólo trabajo en la gracia de Dios, mujer… las chilcas y, haciendo un rodeo, me fui hasta
—Ya, taita, caballero, disculpa; no he querido una loma desde donde se ve la choza, para ver a
ofenderte… dónde iba o qué pensaba hacer José Blanco ahora
Así diciendo se dio media vuelta y envolvién- que el enemigo se lo había llevado a su mujer.
dose en su rebozo se fue pensativa bajando por
Óscar Colchado Lucio

la laderita. Desde Cutamayo ha venido Nazario Chuqui, natu-

Cordillera Negra
ral de Parobamba Chico, a que mi padre lo cure
A partir de esa hora no puede ya dormir, piense de su brazo. Llegando nomás le ha dicho: Quién
y piense no veía las horas que amaneciera para sabe me habrán hecho mal daño, don Joshé; me
irme. Había buena luna; pero, como nunca, duele como baldado, me lo viéraste mi suerte.
[52] [53]
Entonces mi padre, después de pedirle prestado le ocurre preguntarle algo al Caballero Álvarez.
su pañuelo y tenderlo sobre la mesa, está que Oigo sus pasos como alocados. Vamos, no ten-
baraja los naipes haciéndose el pensativo. Ahora gas miedo, no te desprendas, está que le dice al
habla para él solito jugando sus ojos para uno y Nazario. Seguro que está ahora con los cuchillos
otro lado, mientras el Nazario está que lo mira en ambas sus manos, dando vueltas alrededor de
fijo como si no creyera en lo que mi padre está la mesa, tratando de clavarlos en la bola de trapo
haciendo. Ahora este se levanta como sofocado que debe estar moviéndose de un lado a otro
sacándose la camisa. Tenemos, hijo, le dice al entre el agua que mallma. Todo está preparado
Nazario, que llamar al Caballero Álvarez urgen- con anticipación. No tengas miedo, oigo que le
temente; tú estás brujiado. Detrás de tu casa, en dice, el Caballero tiene que ayudarnos por más
Cutamayo, está enterrada la cochinada. Enseguida que el agua hierva y la cochinada quiera esca-
nomás, sin esperar respuesta del Chuqui, empieza parse. Los pasos del Nazario también se escuchan
a decir sus oraciones, y yo a mover los callapos para acá y para allá. Debe estar bien prendido de
de la casa con todas mis fuerzas. El Nazario, al mi padre, asustado. ¡Ya está! ¡Ya está!, grita por
ver que todo se sacude y siente el ruido como de fin. Ya vencimos el hechizo, ¿ves? El Caballero
un trueno lejano, en vez de asustarse empieza Álvarez lo trajo desde tu casa. Ahora debe estar
a mirar con atención a uno y otro lado, arriba cortando los trapos para sacar la figura de cera
y abajo. Mi padre, que a lo disimulado lo está con la forma de un cristiano. Hace calor aquí
mirando, a fin de que no se dé cuenta le grita, adentro, pero yo no debo salirme hasta el último
¡Rápido, Nazario, agárrate de mi cintura, ya está por si se le ocurra llamar de nuevo al Caballero.
aquí el Caballero Álvarez, le he pedido que traiga Este eres tú, está que le dice ahora, ¿ves esta
la cochinada, ahora lo verás con tus propios ojos! espina clavada en el brazo?, ¡mira!, lo han hecho
Así diciendo mi padre saca de la pared dos cuchi- para que no puedas trabajar, y esta otra en tu
llos marca «Toro» y con el Nazario bien prendido pierna, pobre, hasta de caminar te iban a privar.
Óscar Colchado Lucio

de su cintura está entrando al cuartito donde ya Y esta, ¿ves esta? Clavada en tu cabeza, Dios

Cordillera Negra
lo tiene preparado todo, para casos así de apuro. Santo, para que toda la vida estés como tonteao…
Adentro es oscurito, y al Nazario no puedo verlo ¿Ves, Nazario? ¿Ves toda la maldad de la gente?
ni así estuviera claro porque ahora estoy metido Algo le responde el Nazario que no alcanzo a oír.
dentro del cántaro, atento, por si a mi padre se Si quieres curarte, hijo, oigo ahora clarito la voz
[54] [55]
de mi padre, tendrás que pagarme treinta libras y pagues. De un tirón el Nazario levanta su alforja
quedarás sano y bueno. El Nazario está que tose. del suelo y, sacando otro pañuelo de su bolsico
No tengo plata, don Joshé, le responde, yo sólo de atrás, lo avienta a la mesa, diciendo, Así que
vine a que me saque la suerte. Bueno… bueno, se queda con mi pañuelo, don Joshé, acá tiene
Nazacho, le dice mi padre, pero del trabajo que este también si quiere, se lo regalo… Furioso se
te acabo de hacer tendrás que pagarme; son solo dirige a abrir la puerta para irse. Espera, le dice mi
diez libras. Ya de la curación depende si quieres padre agarrándolo por el hombro (se nota que está
o no. Debo salir del cántaro, estoy que sudo a aguantando su rabia, por algo será), si no tienes
chorros. Parece que el Nazario no hubiera pues- plata no voy a cobrarte un centavo de nada, ni te
to fe en lo que mi padre ha hecho; también él exijo tampoco que vuelvas a verme; y para que
tiene la culpa por hacerlo apurado todo. Debe ser veas que no te guardo rencor, le dice sonriendo
porque está fallo de plata. Tantos días ya no ha de mala gana, vas a llevarte un recuerdo mío.
venido nadie. Pero yo no le he pedido que saque Así diciendo entra al cuarto donde dormimos y
el hechizo, don Joshé, está que le alega un poco guarda sus yerbas, y se desaparece por un ratito,
levantándole la voz, medio faltándole el respeto. mientras el Nazario, desconfiado, lo espera en el
Yo sólo voy a pagarle la suerte que me ha visto umbral, mirando el día sin sol, nuboso, lleno de
con los naipes y que usted acostumbra a cobrar frío. Mi padre le entrega ahora unos paquetitos de
veinte soles. No, no, dice mi padre, tienes que yerbas secas, aconsejándolo cómo lo va a tomar.
pagarme también de lo otro, tú tienes plata, si no El Nazario lo recibe sin gracia, sólo por recibir.
que no quieres. Bueno, le pagaré a la vuelta, pues, Gracias don Joshé, le dice, ahora sí me voy; ya es
cuando venga por remedios, ahora necesito para tarde. Así diciendo se despide, y, a la carrera, como
otros gastos que me urgen. ¡Qué buena cosa!, se alocándose, empieza a bajar la puna; mientras mi
amarga mi padre, así que lo que acabo de hacer no padre, olvidándose de mí que lo estoy aguaitando,
es urgente. ¿Tu salud no es primero, so malagrade- feo se sonríe, mirándolo desaparecer…
Óscar Colchado Lucio

cido? Por la hendijita estoy viendo que el Nazario

Cordillera Negra
ha puesto dura su cara, sus ojos están que miran Hallaron los restos de doña Santosa en un feo sitio
colerosos. Está bien, dice mi padre poniéndose de La Colpa, al pie de Chullín. Lloraba el hombre
su camisa, puedes irte; pero tu pañuelo se queda con sus hijos junto a las cortaderas. Las ropas
conmigo hasta que vuelvas por los remedios y me estaban despedazadas, tiradas por aquí y por allá,
[56] [57]
prendidas en las espinas o sobre la huaylla. Sólo también igual, no estamos libres, diciendo. Así
al más chiquito de sus hijos no lo vi; se quedaría me ha contado una mujercita que es mi yanasa
durmiendo en la choza seguramente. Yo estaba en y que ha volado a avisarme a Huayllabamba. A
la parte alta, escondido entre las peñas. Hasta allí propósito, ¿qué tienes en tu brazo?, ¿por qué está
clarito llegaban las voces y el llanto. Les oí decir vendado?, ¿que te has rasmillado con un clavo?
que la mujer estaba sin ojos y sin lengua, y que las ¡Santo Dios!, qué te van a creer eso ahora. Por
carnes desgarradas no tenían sangre. Recogieron María Santísima, escápate, llévate a tu hijito, no
todito y lo amontonaron todo en un solo sitio. seas zonzo; hazlo por la criatura. Ya sé que eres
Después lo metieron en un costal, amarraron con inocente y que si te escapas van a creer que de
una piola la boca, y lo enterraron al pie de una verdad eres culpable. Pero si te quedas también
planta de puyó, entre unas zarzas. No rezaron ni será igual. Esa gente no entiende nada. Escápate,
nada, ni pusieron cruz, sólo una piedra grande por favor. Ya deben estar por encima de Chullín,
que arrimaron entre todos para señal. no tardarán en asomarse por la loma del frente.
Yo me voy, José Blanco, adiós; si me pescan aquí
—Tienes que escarparte, José, dentro de un ratito van a maliciar que he venido a avisarte.
llegará la gente de Cutamayo. Están colerosos
porque el Nazario Chuqui ha dicho que de pica Mi padre me ha dicho que me vaya a la puna, que
porque no te pagó lo que querías cobrarle, le no quiere que me vean los hombres y mujeres
diste unas yerbas que seguro eran venenosas y que vienen de Cutamayo. Pero yo me he quedado
que él arrojó en la hoyada, y no contento con aquí, en esta lomita, cerca nomás de la casa, a
eso, en forma de águila dizque lo has alcanzado ver qué quieren ya pues esos cristianos, por qué
en la quebrada de Pachagoj y has intentado darle vienen a buscarlo tantos; porque estoy seguro
muerte. Ha contado llorando que tuvo todavía que no es para que les cure a todos, como me
que sacar su cuchillo para defenderse. «A lo per- ha dicho. Además, de cuándo acá él no quiere
Óscar Colchado Lucio

dido, no me quedaba otro remedio, pero le he que yo vea sus curaciones, si sin mí ni siquiera

Cordillera Negra
hecho una herida en el ala. Vamos, acompáñen- al Caballero Álvarez puede llamar. Algo ha de
me, ha de tener alguna señal en su cuerpo». Eso haber seguro. Adentro de sus ojos he visto harta
ha dicho. Y los hombres se han puesto a tomar preocupación por más disimulo que ha pues-
para su valor. Cualquier rato nos hará a nosotros to. ¡Vaya!, por allá asoman ya. Son bastantes.
[58] [59]
Parecen borrachos. Gritando vienen, trayendo levanto, sigo corriendo, ya me alcanzan, más allá
machetes y cuchillos que desde acá estoy viendo está el barranco, ya llego, me lanzo al abismo. Y
cómo relumbran los filos a la luz del sol, que en el aire cuando estoy gritando, siento que unas
está alto y bonito. Ya están llegando junto a la garras me cogen fuerte de las costillas y que me
casa. Adelante está el Nazario. ¡Que salga José alzan sobre el abismo. Reparo a ver quién es.
Blanco si es hombre, queremos verlo!, grita con Y ahora sí, por fin, lo veo, ahora que siento mi
voz de borracho. La puerta está cerradita como cuerpo liviano y me viene algo así como una ale-
la dejé. Mi padre no sale. Tendrá miedo segura- gría desde muy adentro: con sus alas extendidas
mente. Empiezan a tirar piedras a la casa, sobre grandazas, blancas como la nieve, una enorme
todo las mujeres. ¡Que salga el criminal!, están águila me lleva por los aires como a un pollito.
gritando, ¡sí, que salga ese brujo malero! Ahora No tengas miedo, hijo, oigo que me dice, soy
se abre la puerta. Ahí está mi padre, caminando yo, ¿no me sientes? A ratos me parece la voz de
hacia ellos. ¡Qué pasa!, les dice, ¡qué quieren! mi padre y a ratos la de mamá Shantu o de los
¡Qué mal les he hecho yo! Por un ratito se han dos juntos… No sé. He venido a llevarte, sigue
quedado callados; mas el Nazario, señalándolo, diciendo el águila y sus garras me acercan a su
dice: ¡Miren! ¡Miren!, ¡ahí está la prueba! ¡Tiene pecho blando que siento que palpita con fuerza, a
el brazo vendado de la puñalada que le di en la lugares donde siempre seremos felices. Los hom-
quebrada! Mi padre no sabe qué hacer, ¡Esperen! bres se han quedado abajo boquiabiertos, con las
¡Esperen!, grita levantando el brazo. Pero ya se piedras y machetes que se les cae de las manos,
le fueron encima con palos, piedras y machetes. viendo remontarnos a lo más alto del cielo, donde
¡Noooo!, grito corriendo a defenderlo; pero me lo azul puedo tocarlo. Ahí nos vamos en dirección
detengo asustado al verlo a mi padre tendido a las eternas cumbres del Huascarán, o más allá…,
en el suelo y que toditos se vuelven hacia mí. quién sabe.
¡Debe ser también el demonio!, dicen. ¡Mírenlo!
Óscar Colchado Lucio

¡Tiene patas de gallo!, ¡agárrenlo!, ¡mátenlo!

Cordillera Negra
Entonces corro hacia la quebrada, sintiendo que
las piedras pasan rozando por mi cabeza; pero
el huicapazo de un palo me da en las espaldas
tumbándome sobre la huaylla. Como pueda me
[60] [61]
Dios montaña

E stoy avanzando delante de mi cuadrilla, sal-


tando, abriendo los brazos, haciéndome a un
lado y otro; mientras mi látigo amenaza a los
curiosos que mucho se acercan.
—¡Juuuurrr! —grito, y hago sonar mi silbato,
en tanto me fijo en las pallas que van adelante,
bailando y cantando con la música de las cajas
y flautas.

ay quiyayita
quiyayay…

La gente llena la calle entera, y no sólo la


calle, la plaza. Han venido de todas las estancias.
Polleras vueludas es lo que lucen las mujeres,

Cordillera Negra
algunas con el hijo cargado, otras así nomás. Los
hombres emponchados, cargando alforjas. De la
costa también han venido: mestizos de pelo lacio,
piel tostada, sombreros y chompa. Igualmente,
[63]
gente togada están que se gustan; casta de Qué linda está mi Porfiria adelante, risueña, su
hacendados seguro. lunarcito junto a los ojos. Cada que la miro, ay,
Todo es jolgorio, música, color. Una fina el corazón me duele.
garúa está cayendo. Ya me acerco donde las Hay un estruendo de risas. Es el quispicóndor
pallas, volviendo de rato en rato a poner orden hijo quien acaba de tumbarlo al padre a un hueco,
en mis filas. Allí está Porfiria, chaposita su a un costado de la calle. Malamente ha caído el
cara, una manzana en azoro. La gente ríe ahora quispicóndor padre, pero se recupera y logra
con los Cóndores de San José. Ambos hacen el incorporarse, aunque lleno de barro. Porfiria se
intento de alzar el vuelo, pero uno de ellos lo ha huajayllao viéndolo, qué lindos sus labios,
empuja al otro, topándolo con un ala. Y este como moras que están reventando. La lluvia ha
resbala y cae de nariz al charco. La lluvia moja parado un ratito y ahora se levanta de la tierra
las risas cayendo en gruesos goterones ahora; ese olorcito rico que refresca las narices…
como jugando está que empapa. El cóndor
que cayó al charco acaba de incorporarse y —Sírvete un trago, Gumicho —me dice el mayor-
vuelve a la danza, con gracia, con alegría. El domo de la fiesta cuando estamos tomando un
Quispicóndor les llaman también, y uno es el descanso en el corredor de su casa. Una botella
padre y el otro el hijo. de aguardiente me alcanza, y yo, rápido, alzando
—¡Juuuurrr! un poquito la máscara, ¡ploc! ¡ploc! ¡ploc!, hasta
Acabo de reventar mi látigo sobre las cabezas la mitad me lo tiro.
de los mirones. La gente ha retrocedido asusta- —Buena, hom —dice el hombre riendo, medio
da, y ahora está que ríe. Yo también detrás de la sorprendido—; así está bien, para que enamores
máscara estoy riendo. Pero la careta debe estar a las chinas —y se aleja tancoseando a ofrecerles
seria para los que miran. ¡Ja!, un hombre de cara a los otros.
seria y hasta con gesto de malo, que baila, debe «Gumicho», digo entre mí, remedándolo,
Óscar Colchado Lucio

ser chistoso. El viento hace flamear mi capa y «Gumicho». Si supiera qué es de él ya ni ese

Cordillera Negra
atrás de mí los de mi cuadrilla están que toman trago me ofrecería. Gumicho está muerto, pien-
licor. De un latigazo los haré entrar en fila y que so, sintiendo que mi cabeza se tontea y que
sigan reventando sus chicotes o que se agarren a las cosas se van poniendo borrosas. Los de mi
duelo. Eso le gusta a la gente. cuadrilla también, que están sentados ahí en el
[64] [65]
poyo, como en un sueño van desapareciendo plata, les doy quesitos frescos, lana o, si no, un
y en su reemplazo, como saliendo de entre la carnero.
neblina, estoy viendo mi choza, arriba en lo más Hace un mes me dio una sorpresa don Rosendo
frío y alejado de la puna, y me veo pequeño, Chuqui, el cojo ese que vive en el alto de Minas,
mirando mis ojos en una laguna, asustándo- asomándose acompañado de una muchacha bue-
me que no sean como los de otros cristianos. namoza, su nieta, la más linda que mis ojos
Me entristezco, recordando que las gentes al hayan podido ver y que según supe se llamaba
verme hacían un feo gesto de repugnancia y, sin Porfiria… Del altito de Llamacunca, haciendo
mirarme, de costadito nomás me hacían hablar embudo con sus manos, me preguntó si por si
también. «Sus ojos son como del enemigo, ¿se no lo había visto yo su toro, uno dizque de color
han fijado bien? Arremangados los párpados de oque con manchas blancas. Como le respondí que
abajo, se ven como nadando en sangre». Mi taita no, queriendo convencerse más seguro, huish-
decía que era de la uta esa enfermedad que se tuqueando llegó hasta mi choza. Volví a decirle
lo come a la piel que me atacó cuando yo era que no sabía nada, aunque la verdad es que hacía
dizque guagüita. Por eso ni a la escuela quise ir, dos semanas ya que lo había pishtado en la que-
por más que mi taita me exigía. brada de Pumash, después que lo arrié desde la
A mi mamita no la he conocido. Al mes de puna, donde vivía de su cuenta junto con otros
nacido yo se había muerto, y ahora último mi animales de la comunidad. Caldo de res tomé
viejo también acaba de abandonarme. Desde durante varios días, el resto lo charquié luego de
entonces sólo mi perro pastor me acompaña, enterrar el cuero y la cabeza… Cuando la vi a su
ya que ni hermanos tengo… Muy raras veces nieta, sentí remordimiento de lo que había hecho.
pasa gente cerca de mi choza. Los que tienen Como una palomita apareció ante mí, con su
necesidad de ir a la laguna, que está más arriba, mantita al cuello, sus pechos amaneciendo bajo
se van a dar la vuelta por la lomada de Turuna la tela de percal. Yo, bocabajao nomás, le hacía
Óscar Colchado Lucio

todavía. Sólo los que no me tienen miedo, como hablar a don Rosendo, disimulando mis ojos con

Cordillera Negra
esos negociantes de ganado vacuno, pasan por el ala del sombrero, temiendo asustarla a ella.
mi lado y hasta me hacen conversar. A esos es A partir de ese día, ya no pude vivir tranquilo.
que les encargo que me lleven salcita, azuquitar, Era imposible olvidarla. Algo tendré que hacer,
velas, fósforos… A cambio, si no les pago con pensé, si no perderé el juicio.
[66] [67]
«A Gumicho lo ha vencido el sueño… Allau, Al verme, de lejitos nomás, disimuladamente se
pobre», oigo de nuevo que habla el mayordomo alejaba, volteando volteando como para correrse
y que agrega, No lo despierten, que sosiegue un si yo la seguía. Alguien me había contado ya que
poco; cansado estará de tanto que ha bailado… el Gumercindo, patrón de la cuadrilla de danzan-
Pero yo no estoy cansado ni nada, ni estoy dur- tes Los Diablos de Rayán, estaba que la rondaba
miendo, solo aparento. Algunos se están riendo últimamente y aseguraban que había prometido
de lo que no me quito la máscara ni para descan- robársela «a lo mejor para la fiesta». Que don
sar. Que rían. Si ellos supieran quién soy y por Rosendo no lo aceptaba, pero que ella dizque lo
qué estoy acá, ni de broma reirían. «Gumercindo», quería… Sus hermanos tiene también la Porfiria,
pienso, hasta Porfiria cree que soy Gumercindo, tíos, primos; pero de sus taitas si no sé nada.
el cholo que dicen la enamoraba. Pero ahora Estarán vivos o habrán muertos…
Gumercindo debe ser, sin duda, ese gorrioncito Desde la chacra donde barbechaban, al fren-
que en pleno zapateo, cuando estoy enredando te de Minas, sus familias paraban al tanto
mis brazos a los de ella, me estaba mirando triste nomás cuando ella pasteaba. Por eso será que
desde la cumbrera de una casa, más acacito del el Gumercindo así nomás no se dejaba ver. Sólo
puente. Él debió ser, porque al Gumercindo yo lo una vez, cuando estaba yo detrás de unos mon-
maté, ayer nomás por la tarde, en el chorro de la tecitos espiándola, los vi que se hacían señas de
quebrada de Pumash. lejitos cuando él pasaba al pie del camino. Desde
esa vez pensaba, ¿y si se la roba para la fiesta
Por la Porfiria fue. de San Miguel como ha dicho? Con esa preocu-
En vista que no podía apartarla de mi mente, pación andaba yo, hasta que sucedió lo que ya
escondiéndome, escondiéndome, empecé a bajar seguro tendría que suceder.
seguido a Minas a mirarla aunque sea de lejitos.
Laderita abajo de donde vive, hay un sitio que Fue ayer. Víspera de la fiesta de San Miguel.
Óscar Colchado Lucio

es medio pampita donde resume harta agua. Por Pasaba por casualidad por la quebrada de

Cordillera Negra
ahí abunda el pasto y es por donde para ella pas- Pumash, por ahí por donde lo pishté su toro de
teando sus guachitos, hile e hile todo el día. Dos don Rosendo, cuando lo veo más arribita, junto
veces hice el intento de toparme con su persona, al chorro, al Gumercindo, haciendo tronar su
soportando la vergüenza que me daba mi cara. chicote en el agua que se precipitaba de la peña.
[68] [69]
Escondiéndome escondiéndome tras las rocas el río… Paradito me quedé, dándome cuenta recién
filosas que por allí abundan, llegué casi a su lado de lo que acababa de ocurrir. Un arrepentimiento
a escuchar lo que decía, porque parecía estar lla- me vino; pero ya qué iba a hacer, lo hecho hecho
mando a alguien en medio del estruendo. A un estaba. Me acordé de su costalillo. No lo vayan
costadito nomás, en una hendidura, se veía su a hallar y empiecen a averiguar diciendo, fui a
costalillo blanqueando. alzarlo para aventarlo al agua, pero la curiosidad
—¡Uuuááá! ¡Uuuááá! —gritaba—. ¡Ven, oh, espí- me hizo desatarlo de lo bien amarradito que esta-
ritu del chorro! —oí clarito—. ¡Ven, encárnate en mi ba. En su dentro lo que encontré fue su disfraz de
alma, en mi cerebro, es mis venas, en mis ojos, en danzante. Verdad, pues, me acordé que esa tarde
mi cuerpo…! ¡Asómate en tu caballo de viento! ¡Haz era el rompe y que a hacerse cargo de su cuadrilla
que mi chicote suene como el trueno y baile yo con estaría bajando. De un de repente se me vino una
tus pies de remolino! —así diciendo hizo tronar de idea acordándome que el Gumercindo era de mi
nuevo su chicote en el agua, y me acuerdo que salió contextura y mi tamaño también más o menos y
chispas de la punta. Eso medio me asustó—… ¡A la que al igual que él yo sabía danzar muy regular,
Porfiria! ¡A la Porfiria! —volvió a gritar—. ¡Haz que sobre todo el panatagua, que aprendí de mi taita,
me siga como mansa paloma!… a quien año tras año lo nombraban de yunca sus
A pucha, cuando mencionó el nombre de la pachacas… Acordándome de eso, ya no lo boté
muchacha creo que el mundo me tapó. Conque el costalillo, me lo eché al hombro más bien y,
brujo también eras, carajo, diciendo entre mí, bien entusiasmado en lo que pensaba hacer, salté sobre
empuñado mi garrote de lloque que siempre me las primeras piedras para cruzar la acequia y diri-
acompaña, despacito nomás me acerqué con la girme a mi choza. En eso, las aguas del chorro
sangre que hervía en mis adentros. Ciego de ira, que habían estado cayendo tranquilamente, se
llegando a su tras, con brujería la habrás hecho encresparon de pronto y chisporrotearon lejos
quererte diciendo, ¡fua! ¡fua!, de dos garrotazos en llegándome a mojar. Habrá aumentado el caudal,
Óscar Colchado Lucio

su cabeza lo tumbé ahí sobre el agua, que poco a pensé pasando rápido a la otra orilla, medio asus-

Cordillera Negra
poco empezó a jalarlo, a llevarlo hasta el centro y tado. Pero ahí nomás, ¡úúúúúhh!, un viento súbito
de ahí sí se lo arrastró esa bajada a toda velocidad, me tumbó con fuerza sobre las lajas. Ya…, ¿qué,
venciéndolo a las piedras que a ratos lo querían pues?…, dije levantándome apurado, ¿este cerro es
detener. En un ratito se devisó aguas abajo hacia chúcaro o qué? Unas nubes negras que lejos lejos
[70] [71]
había visto hacía rato, ahora las vi que se encon- —¡Juuuurrr!
traban y ahí nomás reventaba el primer trueno. —¡Vean! ¡Vean! —dicen—, a eso se llama bailar.
A poco, la lluvia se precipitaba con ganas. Bien La Porfiria me ha mirado disimuladamente,
empuñado el costalillo, yo empecé a correr esa con harto orgullo en sus ojos. En cada abrazo, en
travesía. Un rayo cayó cerquita y casi me deja cada zapateo que he tenido con ella durante la
carbonizado. Asustado de fea manera, me arro- noche, le he hablado para escaparnos. Bueno, me
dillé sobre la huaylla. ha contestado, al fin vas a salir con tu capricho,
—¡Taita Jirka! —dije, alzando mi vista al cerro—. cholo pretencioso; así diciendo, a lo descuidado
¡Sé que es malo lo que hice; pero comprende, au me ha dado un empujón, huajayllándose, hacién-
papito, que derecho tengo yo también de buscar dome ver en su cara esos dos hoyitos que me
la felicidad como cualquiera. Habrás visto, taita, alocan cada que la veo reírse. Sólo tu máscara
que hasta ahora como sombra nomás he vivido, de diablo me da miedo, ha dicho, parece que no
escondido siempre del prójimo! ¡Déjame, gran fueras Gumicho; ni tus ojos puedo verlo, porque
jirka, una vez siquiera vivir la alegría junto a la están bien adentro, en esa oscuridad. Y yo me he
Porfiria…! ¡Después de danzar con ella aunque reído tomándolo a broma. De mi voz no ha dicho
me mates! nada felizmente; cree que estoy fingiendo como
Así diciendo me levanté del suelo, toda mi ropa los demás de la cuadrilla para que la gente no se
llena de barro, después de ofrendarle mi coquita. Y entere quiénes somos, por si un latigazo los deja
seguí mi camino sin voltearme a mirar. resentidos… Por ratos me entristezco pensando en
Siguió la lluvia nomás, pero ya sin rayos ni lo que tendré que hacer cuando ella me exija qui-
truenos. tarme la máscara. Quiera o no tendré que hacerlo
Al poco rato escampó. Llegué a mi casa empa- en algún momento, y entonces… entonces… ella se
padito, oyendo el balido de mis ovejas… enterará. Pero ya está decidido, a las buenas o a
las malas tendrá que irse conmigo…
Óscar Colchado Lucio

Ahora estoy danzando de nuevo, bailando; dicen

Cordillera Negra
que soy el mejor danzante de la fiesta. Yo mismo Me la estoy llevando. Buena luna alumbra. Está
veo que nadie puede competir conmigo. Mi chico- ligeramente mareada. Vamos corriendo hacia la
te también restalla como cuetón todavía hacién- puna. Pero sus hermanos y sus tías vienen. Ya
dolo a la gente desparramarse. están cerca. Nos alcanzan.
[72] [73]
—¡Anda, sinvergüenza! —dice una de las tías, los suplico; y mañana tempranito bajaremos con
jipando, haciendo ademán de garrotearme, luego Porfiria a hablar con don Rosendo…
que nos han rodeado—, conque pensabas salir —Anda, Gumicho, cómo pues, hombre —quiere
con tu gusto, ¿no? amargarse el que habló. Los otros hacen un feo
—Tía —se interpone uno de los hermanos gesto.
mayores de Porfiria—; déjelo usted, no es hora de —Habrase visto —abre su boca una mujer, no
hacer escándalo; podemos hablar bonito. la que me quiso garrotear, otra— véanlo pues su
—¿Hablar bonito?, ¿después de lo que ha sinvergüencería.
hecho? —reniega la vieja. Porfiria se ha puesto a mi trasito, mirando
—Sí, tía, es que yo y mis hermanos ya hemos bocabajada, avergonzada.
tomado acuerdo; déjeme hablar un ratito. —Es que, señora —le digo—, si mañana voy y
Yo y Porfiria estamos calladitos, asustados, me salen con algún cuento, ¿qué podría hacer?
esperando a ver qué dice. —Fíjense su gracia —habla uno, creo que
—Mira, Gumicho —se acerca el hermano mayor su primo—, todavía desconfía el hombre, ¡qué
a hablarme; los demás están al tanto nomás—, no caray!
es necesario que hagas estas cosas, cholo; todo Al hermano mayor también ahora sí lo veo
tiene arreglo. Ya con mis hermanos hemos estado que se amarga de veras. ¿Qué tal bruto, no?, pro-
discutiendo este asunto el otro día, y en vista que nuncia bajito, como para él solo, pero ahí nomás
no hemos podido convencer a nuestra hermana, levanta la voz:
haciéndole ver que todavía no le conviene com- —¿Por qué no te quitas eso? —me dice
prometerse por ser menor, habíamos quedado en señalando la máscara con un movimiento de
hablar con el abuelo Rosendo si tú buenamente su cabeza—, deberías tener más respeto con
nos lo pedías; lástima que has hecho esto, hom- los que hablas, ¿o es que quieres tomarnos el
bre; pero aún no es tarde, te disculpamos. Puedes pelo?
Óscar Colchado Lucio

acercarte mañana a Minas y ahí hablaremos. —Su voz también no parece su voz —dice una

Cordillera Negra
Cuenta con nuestro apoyo; ya verás cómo el de las viejas.
viejo te recibe. —¡Que se quite ese tapojo! —grita uno de los
—Si están de acuerdo —le respondo dirigién- hermanos que parece medio mareado—. ¿O no
dome a todos—, déjenme ir con ella, taitas, se eres Gumercindo?
[74] [75]
—Sí, soy —les digo rápido, temiendo vayan a dome el que limpia apurado la capa y las cintas
descubrirme—… No me quito sólo porque… estoy de colores que penden de mi cuello, sólo por no
disfrazado… y… darle cara. Pobre guagüa, diciendo me palmotea,
—¡Qué tanta consideración, carajo! —diciendo miedo habrás tenido seguro que no te reciban
salta uno a arrancarme la máscara, mientras los a ti solo, pero aquí estamos, hijo, tus tíos y tus
otros se lanzan a sujetarme. Forcejeo. Oigo a la tías, para acompañarte mañana; déjala nomás
Porfiria que chilla suplicando que me suelten, que se vaya la muchacha, no hagas problemas.
que no me hagan daño. Las mujeres vociferan. Así diciendo, y alarmada que medio agachado
A uno, de un empujón lo mando al charco. Eso nomás la escucho, de un de repente me levanta
enfurece más a los otros que logran sujetarme la cara y me mira a la luz de la luna. ¿Te han
un poco y arrancarme la máscara de un tirón. lastimado?, pregunta. Los otros también se dan
Desesperado, no sé cómo esconder mi cara. ¡No, cuenta, seguro. Ya me fregué, pienso. Ya estoy
por favor!, les digo, tapándome con mi brazo. por echarme a correr; pero me aguanto al ver
Me dan un empellón, sin hacerme caer del todo. que nadie dice nada: tal vez algunas sombras de
¡Cojudo, mierda, dicen, ahora vas a ir preso! nubes disimulan mi rostro.
Nada me importa estar preso o lo que sea. Yo Apartándose, sin preocupación al parecer, la
sigo tapándome la cara así medio arrodillado que mujer se acerca a los otros y oigo que les dice,
estoy. Pero viene uno y a la fuerza me descubre, Vayan con Dios nomás, señores, ya mañana mi
ese mismo ratito en que, avisados seguramente, sobrino y nosotros sus tíos les vamos a visitar
llegan sus familias del Gumicho, agarrado su para hablar bonito. Y dirigiéndose a la Porfiria,
palo a defenderme. ¡Qué pasa! ¡Qué lo hacen a Anda nomás, niña, duerme tranquila, que ya
mi sobrino!, grita una mujer ya de edad, adelan- pronto estarán juntos… Porfiria y sus familias
tándose a los que la acompañan: dos hombres y están que se despiden, a mí no me dicen nada.
una mujer también, ya maduros. Se lo ha estado Ahora se van… Los hombres, más las mujeres que
Óscar Colchado Lucio

robando a mi hermana, responde uno; a pesar se quedan, se acercan. Vamos volviendo, hijo, me

Cordillera Negra
que le hemos dicho que estamos de acuerdo que dice uno de ellos, antes que la luna se entre y nos
se casen, se ha puesto caprichoso queriéndosela quedemos en tinieblas. Gracias, tío, le respondo,
llevar así nomás… ¿De veras, hijo?, me pregunta sin mirarle como al comienzo, pero yo tengo que
acercándose la mujer. Le respondo que sí, hacién- ir por otro lado a recoger mi costalillo que lo
[76] [77]
he encargado; ya mañana les buscaré para que
me acompañen, ¡gracias!… Así diciendo pego la
Ese anciano fue Dios
carrera esa bajada sin darles tiempo a nada.

De veras, en el agüita clara del puquio estoy


viéndome, Gumicho nomás había sido soy… Más
bien acabo de oír que arriba en la puna a un
hombre que nunca bajaba al pueblo, dizque lo
han hallado muerto en su chocita.
—¡Vean! ¡Vean eso! —dijo en el momento
de su agonía don Machelo Orellana—.
¡Jesús! ¡Cómo ese gringo se lo trae abajo
la laguna!
—En la manteca también mientras
tostaba cancha, doña Rosalía nos hizo ver
cómo el agua se lo tapaba al pueblo; pero
entonces ni ella sabía si era este o el de la
otra banda.
—En mi sueño, oiganes, clarito Mamá
Nieves me reveló: «No les importó celebrar
mi fiesta… Mira cómo ese río avanza sobre
ese pueblo de pecadores».
Óscar Colchado Lucio

Agarrando nuestras gallinitas bajamos esa bajada,

Cordillera Negra
después que se propagó la peste, a las dos o otras
semanas nomás será en que la laguna de Kojup, que
había encima del pueblo de Suyrobamba, se lo tapó
a este cuando lo estamos viendo desde esta banda.
[78] [79]
Primero fue un estruendo lo que escuchamos, lleves a Cocharcas, cerca de mi hermana, la
luego vimos que se desplomaba el cerro y se Virgen de la Candelaria, donde siempre quise
vaciaba la laguna… estar.
Fue poco después que un anciano rotosito, —Pero cómo, mamita, señora —le había res-
cargado su alforja, pasara por este pueblo anun- pondido él—, si no puedo ni moverme…
ciando la desgracia; que todos esperábamos ya, Ya para entonces la peste nos estaba matando.
desde que en la ladera de Cunca pariera la mula De entre los muertos que se descomponían en
de don Alberto Cano. Suyrobamba, picoteados por nubes de gallinazos,
—Será el fin del mundo —dijimos. a una vieja de negros harapos, flaca, alta, de pelo
—Pero no para este pueblo —dijo el anciano blanqueado, dizque la vieron levantarse y avan-
peregrino—; para el otro, para el que está al fren- zar a este lado desparramando en el aire un humo
te, aunque la maldición puede tocarlos. azuloso que era la enfermedad.
Y de veras, al siguiente día nomás ocurrió la —La peste negra es —decían, temblando, llo-
desgracia, luego que al anciano le negaran hos- rando, en esos días de harta lluvia.
picio y hasta un plato de comida. Los que salimos de nuestra querencia, cuando
—¿Ya ves? —dizque le reveló la Virgen a se aclaró el cielo y volaban las primeras palo-
Sebastián Quimichi uno de los nuestros—. ¿Ya mas, ya llevábamos la enfermedad bien adentro:
ves? No se condolieron a pesar de vivir en la moreteados, puro pellejo, con esa fiebre que
abundancia, ahora están pagando sus culpas, nos envolvía, caminábamos como en el aire, sin
lejos de toda salvación; porque ese anciano, hijo, sentir el hielo de la cordillera ni el solazo de los
fue Dios… temples.
Ni uno había logrado salvarse. Ni esa mujerci- Pero eso fue ya después que Sebastián Quimichi
ta, la única que le ofreció alimento; sólo porque abandonara el pueblo. Antes, de lo botadito que
al escapar olvidó la advertencia: «Oigas lo que estaba, encogido como nosotros, mejoró un
Óscar Colchado Lucio

oigas, por nada te has de volver». Pero en el día; y ya lo vimos, alentado, encaminándose a

Cordillera Negra
momento del estruendo miró atrás; y ahí nomás Suyrobamba a sacar a mamita Nieves, según dijo,
quedó endurecida como piedra. que estaba sufriendo sepultada en el lodo.
—Ahora ven y sácame de este sitio, Sebastián Después supimos que bajó al temple y cruzó
—le ordenó la Virgen—; es mi voluntad que me pueblos, sin importarle los truenos, los relámpagos,
[80] [81]
la granizada, que hacían temblar los cielos y la mos oyendo sus quejidos como delgados hilos
tierra. que se resistían abandonarnos; y cuando dejá-
Sólo cuando obtuvimos las primeras noticias bamos ya de percibirlos, aparecían de pronto
que la Virgen ya estaba en Cocharcas y que había delante nuestro, caminando como sanos.
hecho varios milagros durante su recorrido, como De los que llevateándonos con nuestro cuerpo
hacer brotar agua de una peña, es que decidimos avanzábamos todavía, llegó el momento en que
ir en peregrinación, luego de enterrar a nuestros se nos nublaron los ojos y perdimos todo con-
muertos en enormes zanjas y quemarlos cuando trol… y cuando los abrimos, caminábamos según
las fuerzas se nos acabaron. nos dimos cuenta, con el cuerpo liviano, hasta
Quién sabe la Virgen se compadezca, dicien- alcanzar a los que iban adelante.
do, así como se compadeció del Sebastián, es que Desde un alto, vimos por fin lo cirios en la
decidimos irnos, pueda o no pueda. hoyada, donde decían que estaba mamá Nieves.
Como dormidos nomás avanzamos esa trave- Alentados bajamos, como si nuestro cuerpo ya
sía, pisando altos y bajos. Las gentes al vernos no nos estorbara.
pasar por los pueblos se espantaban, se corrían Por cruzar una quebradita cuando estábamos,
a los cerros o se escondían en sus chozas, desde vimos al otro lado a un cristiano, queriendo hacer
donde sentíamos sus ojos espiándonos por las lo mismo.
rendijas de sus puertas. —¡Sebastián Quimichi! —nos alegramos reco-
Apenas nos alejábamos, a nuestro tras quema- nociéndolo.
ban cuernos, hacían humo o rociaban creso sobre Un susto se pegó el hombre viéndonos.
nuestros rastros. Y había quienes hasta nos echa- —¿No nos reconoces? —le dijo gangoseando
ban sus perros o nos tiraban piedras, haciéndose uno de nosotros—. Somos de tu pueblo, Sebastián,
la señal de la cruz. a rogar a la Virgen estamos yendo.
Por eso ya no bajábamos a los poblados. Día Pero Sebastián Quimichi que había dado un salto
Óscar Colchado Lucio

y noche caminábamos por sitios feos, por enca- atrás, rezaba arrodillado, dobladas sus manos:

Cordillera Negra
ñadas, por punas solitarias, con el viento que nos Madre mía,
arrastraba como a débiles pajas de las parvas… Magnífica en grandeza,
Muchos iban quedándose en el camino, hoci- de las almas impuras
queados en el barro…, y a varias leguas, seguía- líbranos…
[82] [83]
Nos dio cólera. Ese rezo lo conocíamos; sólo
en los responsos se pronunciaba.
Esa vez de la mangada
—¡Pero si te conocemos, Sebastián, somos de
tu pueblo!
Como si no nos oyera seguía arrodillado,
haciendo cruces en el aire. Alguien empuñó tierra
y ¡shall! le arrojó al Sebastián. Fue ahí que nos
dimos cuenta: no había sido pisábamos el suelo,
en el aire nomás estábamos, ni éramos como el
Sebastián siquiera: su cuerpo no se transparen-
taba como el nuestro. Sombras nomás había sido
éramos. Almas impuras seguro; tendríamos que
seguir vagando todavía. Ni Dios ni la Virgen
podrían recibirnos.
H aciendo mi necesidad estuve por ese maizal
que hay abajito junto a la quebrada. Calmosa
estaba la noche. Buena luna alumbraba… En eso
Convencidos, empezamos a alejarnos. Lo hici- que estoy por levantarme, de un de repente lo
mos rezando al santo rosario, dejándolo ahí al veo saltar la pirca a un hombre, propio mi primo
Sebastián arrodillado. Saturnino nomás, sólo que vestido completamen-
Sobre una montaña lejana, una enorme cruz te de negro: poncho, sombrero, pantalón, todo,
abría sus brazos. Para llegar, tendríamos que todo… ¿Quéee?, dije entre mí, ¿y quién es pues
atravesar quizá el otro lado de la tierra. este? Calladito me quedé, sin moverme, esperan-
Resignados, iniciamos nuestra penitencia, do a ver qué hacía.
viendo por primera vez que uno de nuestros Avanzó con cuidado sin hacer sonar mucho
dedos ardía con una llamita azulina que nos las hojas de las plantas hasta mitad de la
alumbraba el camino, más negro a cada paso… chacra.
Óscar Colchado Lucio

Allí alzando ambos sus brazos a la luna,

Cordillera Negra
empezó a llamar con voz como de buey:
—¡Joséeeee! ¡Joséeeee!
Me fajé rápido maliciando que era el pro-
pio Saturnino tratando de asustarme el cholo.
[84] [85]
Después —¡lajla!— a chico y grande les haría reír Después de todo, bienecho, dije, para que otra
contándoles que me había espantado. Pues hoy vez no la esté molestando a su sobrina, para que
sí se ha fregao, dije, está bien que sea ayudante aprenda a ser hombre.
de brujo y todo, pero a mí no me las va a hacer. Eso dije acordándome de esa vez del rodeo
Así pensando agarré un terrón de buen tamaño y en Rayán, de donde me vine apurado pensando
lo apunté a la espalda, aprovechando que estaba alcanzarla a la Ishica por el camino, luego que
volteado haciendo sus ceremonias. la vi despedirse de los dueños del ganado que
Para su mala suerte, ¡pojjj!, le cayó, en vez de estábamos marcando.
la espalda, en el cerebro; tumbándolo de nariz Lejitos, lejitos, por un costado del camino
sobre los maíces que crujieron rompiéndose con nomás, sin dejarme ver todavía, iba yo, pensan-
el peso. do salir de un de repente a encontrarla. En eso,
Me alejaba corriendo, riéndome con ganas, ya cerquita que estoy, me doy cuenta que más
cuando una preocupación me asaltó de pron- abajo, detrás de unos puyós ramosos que daban
to: Quién sabe muy fuerte lo habré cascao y sombra al sendero, estaba parado un hombre
me volví a mirarlo. De veras, botadito, hoci- como esperándola. ¡Trasss!, se hizo mi cuerpo
queado ahí sobre el surco estaba el pobre, sin pensando en que ya tendría su enamorado. Mas
moverse, como desmayado. Ay, caracho, creo de pronto me doy cuenta que se trataba de don
que lo he fregao diciendo regresé a ayudarlo Antolín Matos nomás, su tío, que de alguna parte
levantarse. estaría viniendo.
Por agarrarlo que estoy, me doy cuenta, al Lamentando mi mala suerte, itacado bien mi
mirar su cara, que no era el Saturnino, sino el alforjita, escondiéndome escondiéndome entre los
propio don Antolín Matos, su patrón; ese hom- puyós, seguí avanzando un poquito distanciado.
bre que decían que era medio brujo y que era su Haciéndose el gracioso iba el hombre a su
tío de la Ishica, de quien tiempito ya me hallaba lado, medio topándola con el hombro. Parecía un
Óscar Colchado Lucio

yo enamorado y paraba atrás atrás nomás de la poco mareado y por la forma como le hablaba

Cordillera Negra
muchacha. debía estarla palabreando. ¿Qué cosa?, dije, ¿a
Asustado, dejándolo ahí tirado, saltando la su sobrina? Su sobrina legítima es, hija de su
pirca me fui esa travesía, a la carrera, antes que hermana. Quería abrazarla quería abrazarla, pero
fuera a tomar conocimiento y me reconociera. ella no se dejaba: sacudía su hombro y botaba el
[86] [87]
brazo de él cada vez que se arrimaba mucho. De —¿José? —fue lo primero que asomó a su boca,
tanto cargoseo, medio molestándose ya parecía no como llamando, más bien como quejándose.
estar la muchacha. Entonces, para ayudarla y Ahí fue que se agitaron las hojas y estalló una
por lo celoso que me encontraba, me puse a toser carcajada que hizo caer los choclos que estaban
bien fuerte saliendo a un clarito para que de una recién macollando. Una enorme lengua de fuego,
vez me vieran. Asustado se apartó él y se volteó del tamaño de una planta de maíz, habló botando
a mirarme con malos ojos. La Ishica también, llamaradas, haciéndolo chasnar el follaje:
descubriéndome, feo se avergonzó. No supo qué —¿Ya estás bien, Antolín? —se burló la voz y
hacer. Agachó la cabeza y empezó a irse por esa otra vez feo se carcajeó.
bajada con trotecito rápido; en tanto el otro, todo —¿Fuiste tú, José? —preguntó medio resentido
desganado, continúa por su tras. el hombre, pálida su cara, como sin sangre.
Yo disimulé interesándome de pronto en las Una nueva carcajada le respondió. Al ratito,
perdices que saltaban en el monte. Saqué mi hon- ya calmándose, dijo:
dilla y retrasé mi paso, mientras ellos llegaban ya —Me hubiera gustado, Antolín, me hubiera
a la casa del molino, donde, según le oí decir a gustado; para que otra vez seas más precavido…
Ishica en el rodeo, su mamá estaba allí, esperándo- Pero Antolín no estaba ocioso para entrar en
la. Hasta no convencerme que eso era así, no me averiguaciones, más otra urgencia era lo que lo
alejé del lugar y de veras, ahí nomás salió la mujer atormentaba:
a recibirlos. Sólo entonces me alejé, renegando de —Te he llamado —le dijo— para prolongar el
lo que me había hecho la mala ese brujo, sin mali- pacto. Pasado mañana se cumplen los diez años
ciar que ahora, al poco tiempo nomás, sin querer de plazo que me diste. Aún estoy joven y no
lo tumbaría de hocico en el maizal… quiero irme.
—¡Ajá! —la voz cambió de tono, poniéndose
Haciendo un esfuerzo, Antolín Matos logró medio seria—. Eso debiste haberlo pensado bien
Óscar Colchado Lucio

levantarse, sintiendo que la cabeza le daba cuando firmamos el contrato…

Cordillera Negra
vueltas. A la luz de la luna, vio sus manos, su «¿Ven esa candela que arde en su maizal de
ropa, manchadas de polvo. La noche, silenciosa, don Tito?».
parecía contemplarlo. No entendía aún lo que le «¡Atatau, mal sitio será o entierro habrá quién
había ocurrido. sabe!».
[88] [89]
«Mejor no miren, puede ser malo». «¿Y mataron a la culebra?».
—¿Pero no habrá algo que se pueda hacer? «No, dizque, pero la punta de su rabo lo
—dijo Antolín con voz suplicante—. Sé que a habían trozado con la barreta. Bijuqueándose
otros les has dado hasta veinte años, y a mí, ¿por dizque logró escapar por su chacra del Antolín
qué no? Matos. Era de colores, encanto seguro. Nadie ha
—Eso depende del arreglo. Contigo fue por visto culebra asina».
diez…, a no ser que… —Está bien —dijo Antolín Matos—. ¿Viviré
—¿A no ser qué, José? —brilló en sus ojos una otros diez años?
lucecita de esperanza. —Si cumples —dijo el demonio—. ¡Si cumples!
—Que cambies tu alma por la de alguien muy —le advirtió con una carcajada y desapareció.
querido. Tu sobrina, por ejemplo; a ella la quie-
res, ¿verdad? Chirapiando estaba y corría viento. De un momen-
—¿Mi sobrina? ¿Ishica? ¡Noooo! —dijo to a otro se desataría la mangada. Yo acababa de
Antolín—. Ella no, por favor… dejar mis vacas en su corral y ahora parado a
«Una fea culebra dizque han encontrado la la puerta, bien envuelto en mi poncho, miraba
otra noche enroscada en sus piernas de la Ishica, la tarde, neblinosa, triste, a esta hora en que los
chupándole los senos en lo dormida que está». pájaros, con las alitas cerradas, se dirigían como
«¡Yaaa, qué dizque!… El demonio habrá sido, flechas a sus refugios en los montales.
qué va ser culebra de verdad». Mi casa, en un altito sobre el camino, aparente
«Allau, se secará esa muchacha». es para distraerse mirando a los que pasan, para
—Sólo te puedo conceder una cosa —dijo la eso cuando hace buen tiempo, no como ahora en
voz, fría, metálica, que ahora salía de una sombra que más tristeza daba.
de pie entre los maizales. Ya iba a entrarme a practicar un rato siquiera
—¿Qué…? ¿Cuál…? mi rondín, instrumento en que me hallaba afa-
Óscar Colchado Lucio

—Mata a un hombre cualquiera sin darle tiem- nado tiempito ya, cuando en eso, como en un

Cordillera Negra
po al arrepentimiento, en un lugar en donde pueda sueño, la veo asomarse por abajito por esa única
llevarme su alma. Y mucho cuidado de tocar a tu planta de tara que había en toda la travesía, a la
sobrina bajo mi forma. Morirás si algún daño te Ishica, apurada apurada, mirando el cielo. ¡Aso!,
hacen. Recuerda que eres animal herido… mi corazón cómo empezó a brincar de alegría,
[90] [91]
igualito como sapo dentro de mi pecho. Estaría olor a mujer que tanto ansiaba yo; todo nervioso,
viniendo seguro de la casa de los Callán, al pie medio disimulando mi voz que quería temblar
del molino, donde había vaquería y afanada por la emoción, le dije que pasara, que adentro
estaba la gente haciendo quesos todos esos días. estaba mi vieja esperándola. En mis adentros,
Ansioso la llamé antes que se pasara, ¡Ishica! luchaba conmigo mismo, pensando cuál sería lo
¡Ishica!, ¿a dónde vas? Viéndome se sobreparó más conveniente, si hablarle bonito nomás o a la
como aprovechando para tomar aliento. ¡A mi fuerza arrastrarla al interior.
casa!, me respondió risueña, ¿adónde más, pues? Ya que estaba por entrar, como si su cuerpo
No sabiendo cómo nomás retenerla, ¡Ven!, le dije, algo le anunciara, se paró de un de repente y se
mi mamá te necesita. Sorprendida paró las orejas, volteó a mirarme, ¿De veras?, diciendo, ¿de veras
¿Cómo dices?, preguntó. ¡Mi mamá te necesita!, está ahí? Sí, le dije acercándome lo más que pude
le dije fuerte para que se convenciera que no me a su lado, ahí está, Ishiquita, ¿acaso te engaño?
había oído mal. ¿De veras?, dijo dejando de son- «Ahora es cuando», pensé, acercándome a oler
reír. De veras, le respondí poniéndome serio, sin su cuello que me apeteció como una fruta fresca
darle maliciar nomás, ya que ese ratito mi vieja cuando lo alargó para llamar a mi vieja por su
estaría por Chacana o Palillo cambiando papitas nombre.
por camotes o yucas, en tanto mi taita se halla- El vapor pegajoso que salía de su seno por
ba por Jimbe negociando reses. De manera que el agüita de la chirapa que había humedeci-
estaba yo solito, huachito, como por acá decimos, do su ropa, bañó mi rostro y lo hizo incendiar
sólo esperando su compañía de la Ishica que mi cuerpo llenándome de más valor y ganas,
como mandada se asomaba ahora. justo ese ratito en que empezaban a caer más
Confiosa subió la cuestita alzando altito su seguido esos goterones que anunciaban la man-
pollera. Para qué nomás será diciendo. Gotas gada. Abrazándola decidido, medio con fuerza,
gruesas empezaron a caer de uno en uno reem- Ishiquita, le dije, adentro está pues mi mamita,
Óscar Colchado Lucio

plazando a la chirapa. ¿quieres verla? Ella por un momento se quedó

Cordillera Negra
Cuando llegó a mi lado, viendo sus pechos rígida, sorprendida y cuando sintió que la estaba
que querían reventar dentro de la tela de percal ya medio arrastrando al cuarto pegando mi cara
y más todavía cuando al abrir los brazos para a sus mejillas chaposas, cómo nomás será dio
cubrirse mejor con su manta me hizo sentir ese un sacudón y se hizo soltar. De un brinco salió
[92] [93]
puerta afuera riendo nerviosamente, mientras yo fondo mismo del barranco? ¿Te preocupa lo que
por su tras corría a empuñarla de nuevo. gritó al momento que lo empujabas? «¡Favooor!,
Como tres vueltas dimos alrededor de la casa me mata don Antolíiiiiin!». Despreocúpate, hom-
atollándonos en ese barro de la lluvia que había bre, por estos sitios solitarios no vive nadie. Sólo
caído la noche anterior. En una de esas resbaló las momias de los gentiles que pueblan estos
mi llanque y caí al suelo, embarrándome. Ella, cerros pueden haberte oído…
que me había sentido caer, más allacito se vol-
vió a mirar. Y al verme levantarme todo aver- No creí que fueras asina, dijo Ishica, viendo cómo
gonzado sacudiendo mi ropa, empezó a huajay- el primer chaparrón hacía sonar las hojas de las
llarse con ganas parada junto a una mata de matas y los rayanes que por ahí crecían, tamaño
yerbasanta. Atatau cholo, diciendo, mana válej, cholo, pensé que siquiera más serio serías; cómo
ni correr puedes. Todo desganado y adolorido me has hecho demorar por gusto mintiendo, y
me acerqué a la puerta, alegrándome nomás en ahora ¿cómo voy a irme con esta mangada que
mis adentros que no estuviera enojada. No he me ha agarrado a medio camino?…, así hablaba,
querido agarrarte, le dije yo, dando contestación haciéndose la molestosa; pero en el fondo parecía
a sus burlas; mas ella seguía quebrándose de contenta más bien. No te molestes, Ishiquita, le
risa, Mejor di: No he podido diciendo, y agrega- dije yo, ven arrímate a mi lado, aquí bajo el alero,
ba, Eso te pasa por mentiroso y por mano larga, hasta que pase la primera tanda siquiera; después
¡bienecho! ya te vas pues, ¿qué tanto apuro? ¿Así?, ni ociosa
de pararme a tu junto, me respondió, sabiendo lo
Desde la montaña de Tarapucro la estás viendo, mañoso que eres, ni loca…
Antolín. ¿Es ella? Claro, pues, ella es. Deja tu Por más que se refugiaba entre las yerbasan-
cuerpo ahí entre las chilcas y elévate en forma tas, su ropa se seguía empapando, haciéndome
de águila, y desde el alto míralos. ¿Qué hace ahí ver con gusto sus redondas nalgas y, ¡achallau!,
Óscar Colchado Lucio

solita junto a ese muchacho, ahora que la manga- sus pechos.

Cordillera Negra
da se viene a todo dar desde la Cordillera Negra? Al cabo de un rato, no le quedó más remedio
Olvídate de Saturnino Mejía, ya debe estar muer- que hacerme caso viniendo a guarecerse bajo
to, ¿quién puede salvarse rodando de semejante el alero; cuidando de ponerse medio lejitos de
altura, golpeándose entre las peñas y cayendo al donde estaba yo.
[94] [95]
En eso que entre risa y risa volvemos a la con- visto un águila sobrevolando las crestas de la
versación de mi vieja, yo diciéndole que de veras cordillera.
adentro estaba pero durmiendo, y ella alegando —¿Ya estamos? —le preguntó el hombre lle-
que yo era un mentiroso; vemos de un de repente gando a su lado.
que, bajando del cielo nuboso, un águila medio —Sí, patrón, ya estoy acabando —le respondió.
rara, haciendo ¡parrr! ¡parrr! con sus alas, trata Antolín Matos apenas miró los pequeños tron-
de detenerse en el aire y casito nos tumba de un cos que se quemaban.
alazo, si no es porque a tiempo nos agachamos —¿Esto? —dijo meneando la cabeza—, esto no,
y logramos arrinconarnos en la pared haciéndole hombre; ven por acá, por acá hay mejor leña.
perder campo en su ataque. Después de asustar- Y empezó a bajar por la parte más fea de la
nos tan feo se pasó de largo nomás. ¡Yaa!, ¿qué montaña, por ahí por donde Saturnino no se
pues quiere ese animal?, dijo ella reparando había atrevido.
con sobresalto el lugar por donde se perdía. Yo —Por acá, por acá —le iba llamando, abrién-
también, Qué raro, dije, nunca he visto un águi- dose paso entres las chilcas, sobre un suelo de
la volar tan bajito, más peor por acá donde ni filosas rocas.
gallinas criamos. Saturnino tenía que pisar fuerte para no caer,
Antolín avanzaba como si nada.
Fue el día anterior que Antolín Matos le dijo a —Por acá, por acá…
su criado: Iban asomándose a donde la montaña se
—Mañana tempranito te vas a Tarapucro a cortaba a plomo. Al fondo, quién sabe a qué
recoger leña para carbón. He conseguido ya el profundidad, pasaban las aguas de la quebrada,
fierro; necesitamos urgente hacer dos barretas cubierta de monte.
para trabajos de la chacra. Esas que tenemos —De aquí, mira; fíjate donde hay buena leña…
están muy toscas y son pequeñas… Saturnino asomó el rostro al hondo de la
Óscar Colchado Lucio

Y tempranito, Saturnino Mejía, estaba que encañada. Ahí fue que sintió que lo empujaban y

Cordillera Negra
hacía fogatas por Tarapucro. volaba por los aires…
Rato ya, pasado el mediodía, cuando se esta- Con toda fuerza la mangada empezó a caer.
ba nublando todo, al volverse hacia la cima, El día se oscureció más todavía. Los truenos y
vio que su patrón bajaba. Un poco antes había los relámpagos se sucedían a cada momento.
[96] [97]
La Ishica, por el susto sería o de mañosa quién que un feo animal, como culebra o como lagarto,
sabe, se había puesto cerquita de mí, como cuto de cola, de colores verde y rojo tornasolado,
para empuñarla de un salto nomás. Y, más que se arrastraba sobre los pechos de mi amada y le
eso, seguía haciéndome zumba que no la había clavaba sus colmillos en el cuello…
podido dizque agarrar, como provocándome… Como borracho, sintiendo que mi sangre se
De un de repente, qué tanto ya será diciendo, di volvía quemante y oyendo como en un sueño
un salto a lo descuidao, y justo la agarré de su la granizada que caía sobre las tejas, me paré
monillo, como con cólera, sintiendo de nuevo tambaleante y busqué como pude el machete
su olor pegajoso que encendía mi sangre. Hoy que felizmente colgado allí estaba, a la mano. La
sí, dije entre mí, por nada la suelto. Y empecé a culebra ya se bajaba del cuerpo de la Ishica. Ella
arrastrarla con todas mis fuerzas; mas, sintiendo convulsionaba y empezaba a botar espuma por la
que se estaba dejando llevar nomás sin poner boca, en tanto se retorcía su cara en feos gestos
mucha resistencia, tuve que aflojar un poco para de dolor. El animal, al verme con el machete, se
no maltratarla. Sólo cuando vio que iba a tum- erizó. Se enroscó en su poca cola y, mirándome
barla sobre la tarima, luchó un poco agitando sus con sus ojos que reventaban en sangre, se dispu-
brazos y arañándome; pero con la ansiedad que so a saltar, sacando su larga lengua amenazante.
llevaba yo encima, la hice caer de espaldas sobre Ya cuando mis ojos se nublaban y todo lo veía
la cama. Ahí sí, como un loco, empecé a besar su azul, di un machetazo como al aire, y sin saber si
boca, su cuello, sus ojos, mientras sentía que ella acerté o no, sentí que mi cuerpo se amontonaba,
jipaba de gusto en mi debajo. Ya rendida, acari- que todo se ponía silencioso, que las tinieblas me
ciaba ahora mis cabellos. tapaban…
Cuando afanado desabrochaba su monillo,
siento que, ¡ploc!, algo como un peso blando De pronto, como en un amanecer, puedo ver la
cae con fuerza sobre mi espalda, y ahí nomás luz que viene hacia mí o acaso yo estoy yendo
Óscar Colchado Lucio

una picadura como con espina me hace aullar hacia ella. Siento que mi cuerpo está liviano, que

Cordillera Negra
de dolor y revolcarme sobre la cama luego de flota en el aire como neblina o nube… Recién
hacerme soltar a Ishica. No vi nada ese ratito, debe haber escampado, porque las llocllas están
sólo oí un grito que da ella y silencio… Cuando que se escurren todavía por la falda de los cerros,
pude levantar mi cabeza y reparar a mi lado, vi mientras arriba brilla el sol en un cielo despejado
[98] [99]
que da envidia de puro azul… Estoy muy alto de
las cosas y las gentes. Y puedo ver lo que hay
De aquí no saldrás
dentro de las casas. Allí está mi cuerpo abra- hasta tu muerte
zado a la tarima, mi cabeza recostada sobre los
muslos de mi amada Ishica que tiene los dientes
apretados, crispadas las manos, los ojos congela-
dos… Con la cabeza separada del cuerpo, apenas
sanguinolento, sobre el piso terroso, botadita está
la culebra. Y sobre las montañas de Tarapucro,
enredado entre las chilcas, en medio de un charco
de sangre, yace el cuerpo de Antolín Matos, sin «De aquí no saldrás hasta tu muerte, au zonza;
ojos y sin lengua, mientras al fondo de la quebra- morirás ni bien empieces a subir la cuesta».
da mi pobre primo Saturnino, (¿qué hace?, ¿por
qué está allí?), un huequito con sangre tiene en
la cabeza, como si un animal extraño le hubiera
sorbido el ceso o chupado la sangre. Pero en los
alrededores todo está tranquilo; la gente está que
A cordándome nomás estoy de ese día que mi
mama me dijo, ha venido doña Estefania
de nuevo, ándate de una vez, aquí no hay sitio
va a los pastos, a las lomas, a la vaquería… para ti. Mi taita también aborreciéndome seguro:
¡Anda, aquí más carga estás haciendo, busca para
tu barriga siquiera!… Cargando mi quipi, me vine
ahí mismo esa bajada, sin parar hasta el ojonal
que hay al pie de Aitumanga. Un rato estuve por
ahí matando sapos, después brincoteando junto
a los más chiquititos que se escapaban entre las
Óscar Colchado Lucio

matas, ¡Challhua! ¡challhua!, diciéndoles… A la

Cordillera Negra
oracioncita todavía llegué a La Colpa, a ese sitio
feo, silencioso, donde crecen sólo cortaderas.
Al fondo, escondida en la quebrada estaba su
casa de la mujer. Quise volverme acordándome
[100] [101]
del arco iris que decían que por ahí salía; pero nada, si el río está seco en este tiempo, sólo cuan-
tomando valor avancé nomás. Ni perros siquiera do carga he oído decir a mis taitas que el río se
salieron a ladrarme cuando asomé a la choza. vuelve hombre y se lleva a las muchachas. Lo que
Envuelta en su reboso, doña Estefania salió a sí tengo miedo de veras es que ese hombre que
recibirme. Medio jorobada, flaca, puro pellejo, me viene a verla a doña Estefania dejando una luna,
miraba con sus ojos que parecían tener nube. Ya sepa que yo también vivo en esta casa y quiera
no vendrá diciendo estuve por trancar mi puerta, después hacer sus cochinadas conmigo como
dijo retirando su pelo cenizo que se desparrama- hace con ella. No falta nada ya casi para la otra
ba por su cara llenita de arrugas. Sin ni saludar- luna, por eso he tomado la determinación de irme
la, de un brinco me metí en su choza, sintiendo ahora mismo, pase lo que pase; así cumpla con
como que alguien me quisiera empuñar por su amenaza de matarme, como me ha hecho oír
atrás. Tienes susto, me dijo ya adentro, mañana cada que le he confiado que me quiero ir porque
me haces acordar para shojmarte con ramas. Y no me acostumbro. Sólo muerta saldrás de acá,
verdad, pues, al otro día tempranito me bañó me ha respondido. Y yo ya sé que ella de cumplir
sobando sobando mi cuerpo con su flor del puyó, lo cumple. A cuántos ya habrá matado. Mentada
con yerbasanta y no sé qué otras ramas más; es. Desde el otro lado del Marañón se vienen
después me mandó a abrigarme con una manta. buscándola, algunos a pie otros montados en sus
De ahí me acuerdo que a los dos o tres días será, bestias. La semana pasada nomás un viejo llegó
cuando estábamos en la cocina pelando papitas, con sus burros. Antes que ni se sentara a sosegar,
vueltas y vueltas me advirtió: que si por si dizque doña Estefania le dijo, Ya sé de dónde vienes,
oyera yo llamar a alguien desde afuera cualquier tú no eres ni de Huayllabamba ni de Cutamayo;
noche o silbar, no respondiera para nada ni fuera has hecho bien en no ser de por acá, porque yo
a molestarla a su cuarto. Arropándote con la fra- trabajo sólo con los de lejos. ¿Qué quieres?, ¿que
zada te has de dormir, me dijo, si no el espíritu lo mate al que te robó tu buey? Tanto te va a
Óscar Colchado Lucio

del río te va a cargar vas a ver o si no yo misma, costar. Pasado mañana cuando llegues a tu tierra

Cordillera Negra
maneándote, te voy a entregar si me desobede- lo vas hallar tirado, velándose. Ven, entra; te voy
ces… De aquella vez hasta ahora varias lunas ya a dar unas bebidas para que lleves, para que sin
han pasado, y ella creyendo estará seguro que le venir de nuevo de tan lejos te deshagas tú mismo
tengo miedo al espíritu del río; qué espíritu ni de tus enemigos. Y seguro que lo encontraría
[102] [103]
muerto a su contrario, porque el hombrecito hasta ta de la cocina, salí afuerita. Ya estuve por sen-
ahora no ha vuelto. tarme, cuando en eso, no sé cómo, levanto la
Por eso nomás, siempre siempre he tenido cabeza y veo que por encima de la casa unos
miedo de escaparme. Algo me hará diciendo. arquitos de colores, como luces que temblaban en
Bueno, pero antes era todavía de soportar; el aire, se cruzaban unos encima de otros.
siquiera remedando a los cuyes cuando masca- ¡Achallau!, dije, qué bonito; y rápido me levanté
ban su yerba me distraía; también cuando me para mirar de más cerca. Bocabierta me quedé ahí
ponía a arrancarles sus patitas a los grillos; harta paradita un rato. «¿Has visto, Eufemia, esos arcos
risa me daba, viéndoles que no podía saltar. de colores que se cruzan encima de su casa de
Pero desde esa noche que lo vi desmontar a ese doña Estefania?». «Achachay, encanto será,
hombre en la puerta de la casa, todito mi cuerpo Gabino, ¿que otra cosa, pues?; éntrate, a lo mejor
como descompuesto para; no sé qué laya estoy, en su hora estará». Acordándome de esa vez que
medio turbada me siento. A mi taita, cuando ha así hablaron mi taita con mi mama, de un brinco
venido a verme, tanto le he rogado que me saque me metí en la cocina, pensando echarme en la
de este sitio. ¿Pero acaso me ha hecho caso cama y arroparme con la frazada; pero en eso
siquiera? Cobrándolo a doña Estefania, rápido que entro lo veo que de su cuarto de doña
rápido se ha vuelto sin atenderme cuando le he Estefania salía por las hendijas una luz medio
querido contar. Ni de mi mama ni de mis herma- amarillenta que poco a poco se iba haciendo
nitos me ha dado noticia por último. Como así blanca, más blanca, hasta alumbrar, ¡achic!,
son, no voy a tenerles pena yo tampoco ahora. como en el día. ¡Yaa!, ¿qué, pues?, diciendo me
Saliendo de acá a donde sea me voy a ir, no les asomé bonito nomás sin hacer ruido hasta una
he de llegar… Ahora doña Estefania está en cama, hendija. Entonces adentro lo veo a la mujer que
muy mal; más pálida que nunca. Con estas ramas apurada apurada se bañaba metida en una batea
que me ha hecho recoger, seguro piensa sanarse grande, bonita, que nunca había visto yo que
Óscar Colchado Lucio

como otras veces que se ha quedado enferma tenía. Pero lo que más llamó mi atención fue esa

Cordillera Negra
después que su galán se ha ido… Clarito me luz. ¿De dónde pues?, dije, si ella ni vela tiene a
acuerdo de la primera vez que llegó ese hombre. veces. Entonces me acordé que igualito a esa luz
De noche era. Yo ya estaba acostada. En eso me vi en Sihuas, cuando mi taita me pidió acompa-
entraron ganas de salir a mear. Abriendo la puer- ñarlo a volver unas bestias de la hacienda. Es luz
[104] [105]
de lámpara, me dijo, al pasar por una tienda. Luz y los aperos de plata a la luz de la luna que recién
de esa laya de lámpara será pues, dije entre mí; había salido. Hacendado será, dije, viéndolo
pero por más esfuerzos que hice, no pude verla. togado, de poncho blanco, sombrero y botas.
Estará colgada por ahí, pensé… Cuando de nuevo Volvió a llamar un poco más bajo que antes. Al
me fijé en la mujer, me pareció que no era ella ratito todavía se abrió la puerta. Ahí fue que des-
sino otra. Más muchacha se veía. Aunque su cara montó. Despacio empezó a avanzar hacia la casa,
era igual, su cuerpo no. Conforme se bañaba, caminando elegante, haciendo sonar, ¡shin!
frotándose con esas ramas, parecía que se iba ¡shin!, sus roncadoras. La muchacha, abriendo
llenando de carnes, y su pellejo también, de lo los brazos, corrió a colgarse de su cuello. Él la
arrugado que estaba, más lisito se iba poniendo. abrazó por la cintura. Un rato se mucharon ahí
Me limpié los ojos, quién sabe tendré legaña, en el corredor, sin despegar sus bocas. Después,
diciendo; pero no, clarito vi que su cara estaba anchaditos de la mano, entraron a la casa. Bien
ahora más muchacha y su pelo también de lo buenmozo había sido el hombre, más alto que
ceniciento que era se estaba volviendo más ella, tenía barba y sus cabellos también eran
negrito. Cuando terminó de bañarse y secarse rubios, como candela todavía; sus ojos, azulitos,
con un paño de cara, no era doña Estefania aque- que en el día seguro no podían ver. Sólo sus cejas
lla mujer, sino una muchacha buenamoza, alta, daban miedo; parecían como del chancho cuando
que tenía ahora puesto sobre su cuerpo calapacho se encrespa. Parados a mitad del cuarto, seguían
un camisón como de aire o como de garúa fina. muchándose. Hasta ese rato no me había dado
Hierbas para hacerse joven también habrá pues cuenta que ese cuarto no era su cuarto de doña
seguro, me quedé pensando. En eso oigo que Estefania. Otro era, más bonito y grande. Ni en la
alguien llama de afuera con voz de hombre, hacienda Santa Clara vi esas alfombras que había
¡Estefania! ¡Estefania! diciendo. Casito pero, en el suelo. Parecían hechas de esa tela del guión
salgo corriendo. No sé cómo me acordé de sus de San Pedro, así con sus felpas y todo como de
Óscar Colchado Lucio

advertencias. De puro jushga, me acerqué al otro oro. Espejos también había por todos lados, gran-

Cordillera Negra
lado de la cercha, desde donde puede verse el des y chicos. Alhajas de oro y plata relumbraban
corredor y, más allá, el camino… Un jinete era el en esas paredes forradas con tela. Muebles tam-
que estaba ahí afuera esperando, montado en un bién había, ¡achallau!, finos, más bonitos de los
caballo blanco en el que relumbraban su bocado que vi en casa de los hacendados esa vez que
[106] [107]
fuimos con mi mamita y mi tía Agustina por se abotonaba su camisa. Ella sí no parecía darse
papas llamlinas. Masqui mira, eso dizque se lla- cuenta. Como dormida estaba. Apenitas se oía su
man muebles, me dijo mi tía, sirven para sentar- respiración. Ese mismo rato, mirando que estoy,
se; ahí fue que conocí… Agarraditos de la mano, las cosas empezaron a desaparecer poco a poco;
estaban que se reían ahora, queriéndose el uno al algunas a recuperar su forma y su color del
otro, bien sentados en uno de esos muebles. comienzo, como ese catre de lujo que poquito a
Hablaban también, pero bien bajito, qué dicién- poco se fue despinte y despinte y sus adornos
dose será pues. En eso me fijé que sus muelas del perdiéndose hasta volverse lo que había sido
hombre eran de purito oro. Ah, pucha, dije, este antes: la tarima vieja de doña Estefania. A ella
hombre será pues bien proporcionado para que también la vi que, acostada donde estaba, empe-
hasta sus muelas se haya hecho poner de oro. Así zaba a arrugarse su cara y el resto de su cuerpo,
pensando que estoy, ya los veo que se levantan, y su pelo a volverse cenizo… Una vez que termi-
se abrazan de nuevo en medio de la habitación y nó de vestirse el hombre, pegó una mirada a la
se muchan, fuerte, con ganas, haciendo sonar mujer que seguía durmiendo, y, sin despertarla,
todavía sus bocas. Luego los veo que se calapa- salió del cuarto empuñando su sombrero. La luz
chan y se echan en un catre el uno sobre el otro; brillante que hace ratito alumbraba, amarillándo-
puro lujo ese catre también, blando el colchón… se amarillándose se apagó. Cuando miré para
Medio me dio vergüenza mirar, un ratito bajé la afuera, vi que el hombre ya montaba en su bestia,
cabeza, y cuando de nuevo la alcé, ¡Santo Dios!, y que después se iba prosista. Chispas salían de
un chivo estaba sobre la mujer, un tremendo los cascos del animal, como ninacuros que vola-
chivo que con su vergüenza de purita candela, la ran bajito, prendiéndose y apagándose. Todo era
hacía sufrir o gozar será; pero ella estaba como silencio a esa hora, hasta los sapos y los grillos
muerta. Todito mi cuerpo se desvaneció. Como seguro dormían. Blanca brillaba la luna, como un
atontada me quedé ahí nomás en mi sitio agarra- queso allá arriba, y acá abajo, parecía agua
Óscar Colchado Lucio

da mi cabeza, no sabiendo qué hacer. Quién sabe derramada sobre las laderas… Después que se

Cordillera Negra
habré soñado diciendo, al rato asomé mis ojos de despertó, la mujer se estuvo queje y queje en su
nuevo por la hendija haciendo un esfuerzo. cama, sin llamarme para nada. Yo, calladita, bien
Entonces lo vi al hombre que ya se vestía. Ahora arropada mi cabeza, no pude dormir todita la
era el caballero del comienzo. Apurado apurado noche. Al otro día temprano, haciéndome la ino-
[108] [109]
cente, me acerqué a preguntarle qué tenía, qué le
dolía. Todo mi cuerpo, me dijo, para no toparlo
Kuya kuya
está, como si me hubieran dado una paliza; pero
yo sé cómo curarme… Y ahí fue la primera vez
que me mandó recoger esa rama que se llama
azularia y que hay por abajo, por Potrero. Varios
días demoró esa vez en mejorarse, como siempre
que se quedaba así. A los que venían a buscarla
para que les haga un «trabajito», como decían,
tenía que decirles que no estaba, que se había ido
de viaje, que regresaran por lo menos en un par
de semanas todavía… Ahora mismo la mujer está
en cama. Amarrada su cabeza con un trapo.
L os sábados y domingos como no había estu-
dio, mi mamita me mandaba por abajo, por
Cajón, a pastear mis cabras y mis dos borreguitas
Escucho que me llama. Seguro quiere que vaya a que teníamos… Botado sobre la huaylla paraba yo
recoger más ramas para la noche. ¡Anaychi!, ya por ahí todito el día, durmiéndome a ratos o si no
estoy harta de esto. Hoy mismo voy a sacar mi juegue y juegue con el sol, probando la resisten-
quipi, y haciéndome la que va a hacer sus man- cia de mi vista. De los cerrados que estaban mis
dados, me voy a escapar. Aunque me mate, no ojos, poquito a poco los iba abriendo, aguantan-
importa, como tantas veces ha dicho. Pero más do aguantando el chorro de luz que con fuerza
estoy segura que es ella la que va a morir prime- se quería meter. A veces aunque sea lagrimeando
ro, porque la pócima que me ordenó preparar lograba vencerlo, ¡qué caray! Ahí era cuando
enantes, no es la que la cura, sino la misma que el sol desparramaba sus colores: azulitos, rojos,
le dio a ese viejo del Marañón y que ahorita medio verdes, morados, toda laya; hasta colores
nomás acaba de tomársela. que nunca había visto. Después, cuando cerraba
Óscar Colchado Lucio

mis ojos, así nomás los colores no se iban. Ahí se

Cordillera Negra
quedaban un rato todavía nadando sobre amari-
llo o brillando en la oscuridad… Cansándome ya,
si no me quedaba dormido, lo que más me gus-
taba hacer era pensar en ti, en lo lindo que sería
[110] [111]
casarnos cuando fuéramos grandes. ¡Achallau!, aun cuando a veces la noche estaba muy oscura
decía yo, ella con su monillo blanco y su falda y ya era muy tarde. Haciéndome el cansado yo
floreada y yo con mi sombrero nuevo en la igle- esperaba hasta el último por si nos dejaran algún
sia de Huaylas, bonita pareja haríamos… Medio instante solos, y cuando eso ocurría, aprovechaba
flojo nomás era yo para el trabajo, me acuerdo; para decirte, ¿Vamos, Floria? ¿Vamos a jugar? Y
diferente a mi hermano Lupo que le gustaba tú molestándote como siempre, ¡Mana munatsu!,
andar sólo de minga, ayudando a uno y otro. ¡no quiero!, me respondías. De mala gana salía
Pero más que por ayudar era por comer. De lo entonces y me iba sin despedirme ni nada, escu-
tragón que era no me olvido. Yo sólo cuando mi chando después ya lejitos, por el camino, cómo
mamita me decía: Ha venido don Quintiliano a te huajayllabas jugando a las cosquillas con el
suplicarme que lo ayudes en su chacra, me iba sin Amosho, tu hermanito.
renegar. Cierto, no hay cariño sin interés. Tus vie-
jos qué ni se iban a imaginar que si aceptaba era Triste seguro me veía mi mamita llegar a la casa,
sólo para tener pretexto de llegar y verte, aunque por eso medio preocupada me preguntaba: ¿Qué
tú no me hicieras caso, aunque pusieras mala cara tienes, hijo? ¿Te han resondrao? No, le decía yo,
cuando intentaba acercarme y preguntarte algo… estoy cansado solamente, harto hemos trabajado
¡Pasa, hijo, ven, siéntate, vamos a servirnos algo!, champeando esa chacra. Calladita se quedaba
me decía tu mamita, alcanzándome un plato de entonces, como si le remordiera haberme manda-
comida, después que volvíamos ya tarde de la do a trabajar. Tú a esa hora ya ni te acordabas de
chacra con tu taita. Yo ni comía casi por estar mí seguro. Peor, qué ibas ni a maliciar que a la
mirándote, por estar arrimándote con disimulo, hora que me vencía el sueño, yo te veía señorita,
tratando de hallarme lo más cerca de ti. Quería casándote casi siempre con alguien que no era
sentir tu aliento, ver el reflejo de tus ojos junto yo. Llorando me despertaba entonces. ¡Qué tienes!
al fogón, saber cómo hablabas, cómo reías entre ¡Qué tienes!, me sacudía mi mamita, despertándo-
Óscar Colchado Lucio

los tuyos, fuera de la escuela, donde viéndote a me de lo que ya estaba despierto. Y como yo no le

Cordillera Negra
diario, me parecías ausente. Lo que más anhela- daba contestación, tratando de adivinar, me decía,
ba cuando estaba en tu casa era que alguna vez El alma te ha machucado quizá… Sin saber qué
me dijeran tus viejos, Vamos a quedarnos, hijo, responder, Sí, le decía nomás. Preocupada se ponía
aquí pasaremos la noche. Pero no me decían, entonces. Tu taita seguro, hablaba, su misa quiere,
[112] [113]
así me ha revelado en sueños, y como me quedaba los corrales desde un altito. Sólo tú me llamabas
callado, oyéndola, ella seguía, A veces, hijo, clarito por mi nombre; pero no por cariño seguro; creo
cuando estoy mirando, lo veo que entra empujan- que por distanciarte de mí más bien…
do la puerta, haciéndola sonar, ¡reech!, y después
siento que me machuca con ese peso que parece ¿Qué nomás hiciera para robarme su corazón de
que todo el aire de la tierra lo estuviera a uno la Floria?, me acuerdo que estuve piense y piense
aplastando, hasta dejarme después con el cuerpo más de una semana. Tal vez dándoles una prenda
tembloroso, llena de espanto. A veces se le ocurre de recuerdo, me dije, pero qué nomás… Para ver
cosquillarme. Feo cosquillan, hijo, los muertos, qué me decían otros, pregunté al Eusebio en la
hacen doler y nos dejan con el cuerpo todo ver- escuela qué le compraría él a su china si estu-
deado. Por eso juntando estoy algunos centavitos, viera enamorado. Una casa, me dijo sin darme
para hacerlo decir de una vez su misa el día de importancia, y corrió a patear una pelota que
Todos los Santos… Así hablando que estaba, yo me asomó rodando desde el patio; luego lo vi que se
volvía a dormir; de rato en rato, ¿Me oyes? ¿Me metió en esa pelotera en que se hallaban afana-
oyes?, sentía que me codeaba. Sí, seguramente le dos chico y grande a esa hora del recreo. Cuando
respondía entre mi sueño, y ella estaría dale y dale me fui a preguntarles a otros eso mismo, no
quién sabe hasta qué hora. Quién no despertaba sabían qué responder. Estaba visto que a ellos no
por más que se cayera la casa era mi hermano les interesaban las mujeres. En cambio yo hasta
Lupo. Como pagado roncaba ahí a mi lado. Él era cólera tenía ya de no poder apartarte de mi mente
el único que sabía mi sufrimiento por ti. Y cada ni por un ratito. Peor todavía desde que el día
que yo le daba cólera o peleábamos, de vengativo anterior te viera buenamoza, más de lo que eras,
me decía, Cojudo, carajo, ¿crees que la Floria te va puesto un sombrero nuevo con cinta colorada.
querer? Ella aborrece a los paliacos, bienecho. Así ¡Caramba, ah; bonito te queda!, te dije hacién-
diciendo, dándome un puntapié se corría. Verdad, dome el encontradizo. ¡Calla!, me respondiste,
Óscar Colchado Lucio

todos en la escuela me decían Paliaco desde que molestándote, ¡qué te importa!…

Cordillera Negra
el profesor Alicho me pusiera ese sobrenombre,
dizque porque era yo flaquito y medio trompudo, Nunca habría sabido qué regalarte si no es porque
como esos zorritos que bajan de la puna y a veces una tarde, de casualidad te escuché decirle a tu
los pescamos con las orejitas paradas aguaitando mamita, después que llegó de Huaylas arreando
[114] [115]
su burro, Mamá, ¿has traído mi gancho? Y ella meses logré reunir los doscientos soles. Ahora
te diría no seguramente (estaba detrás del animal sí, dije, ¿a quién nomás lo encargo? Pensé en el
desatando la carga y no se oyó bien lo que habló), Marcial, que siempre iba de arriero a Huaylas. Él
porque ahí mismito te pusiste a renegar y a ponerte era el único muchacho a quien podía confiarle
malcriada, sin hacerle caso cuando te dijo, ¡Lleva cualquier cosa sin recelo, a pesar que era bro-
esto adentro!… Entonces agarró un chicote y te mista. Pero cuando fui a buscarlo a su casa de
sigueteó hasta cerca de la escuela. De allí se regresó Mishua, me di con la mala nueva que se había
de recelo del profesor Alicho que salía ese ratito con escapado dizque con la Marcelina, su hija de
un balde a traer agua de la represa… Yo, que me don Justo Obregón, la noche anterior nomás y
había quedado pensativo ahí, sobre la pirca, de un que los padres de la muchacha se habían ido
de repente di un salto, ¡Ya está!, diciendo, ¡ya está!, a denunciarlo al puesto de Jimbe. «A ese cholo
un gancho, claro, un gancho es lo que le compraré feo, bizco, mala traza, ¿qué pues lo habrá visto
a Floria; ¡achallau!, bonito para que relumbre en su la muchacha para que lo siga?, tan buenamoza
pelo… A partir de ese día me puse a averiguar como ella». Oyéndolos a la gente, hablan por hablar,
cuánto costaría más o menos. Será, pues, unas decía yo; pero seguía escuchando, «¿Acaso? El
veinte libras, me dijeron. Otra preocupación ahora: Marcial ya, pues, anda con kuya kuya ollcao
¿de dónde sacaría la plata? En mi casa mi mamita en su cuello, ¿no saben?». ¿Kuya kuya?, presté
nunca nos daba propina. Es que siempre andaba atención. «Lo ha de hacer», continuaban hablan-
fallo la pobre; ¿de dónde nos iba a dar? Más bien do. «Sólo para mañoso vale ese cholo, ocioso,
nosotros, el Lupo y yo, de algunos mandaditos que que ni trabaja». ¿Y ahora?, dije dejando de oír-
hacíamos le entregábamos casi siempre nuestras los, ¿qué hago?, ¿a quién nomás lo suplico? Me
propinas. Aunque el Lupo (sabidazo), a veces des- acordé de don Gerardo, quién sabe él tendrá en
pués de darle, le robaba, y tenía la cara de decirle su tienda, pensé. Pero yo bien sabía que aparte
que yo seguro lo había sacado. Pero ya mi mamita de fósforos, velas, coca, sal, azúcar y trago, otra
Óscar Colchado Lucio

maliciaba y prefería quedarse callada sólo para que cosa no vendía. En fin, por si acaso fui. Y como

Cordillera Negra
no andáramos peleando. qué. No hay, me dijo, esas cosas no tenemos.
Medio avergonzado salí. ¿A quién nomás, a
Cómo nomás será, pero el hecho es que juntando quién nomás?, pensando. Hasta que una noche,
de a sol, de a cincuenta centavos, como en dos decidido ya a ir yo mismo, le dije a mi mamita,
[116] [117]
Quiero ir a Huaylas a comprarme mi cuaderno, se a mirarme, hasta tú. Sí, profesor, estoy con
ya se ha terminado. ¿Tienes plata?, me preguntó. sueño, le respondí. Hay que dormir bien pues,
Sí, le dije. ¿De qué?, se quedó orejeando. De lo hijo, no hay que trasnochar. Ese Paliaco, profe-
que he estado ayudando a don Quintiliano, le sor, intervino el Gallito, no duerme seguro por
mentí, ayer me ha dado mi propina. ¿Sólo por comer gallinas. Todos se rieron, hasta el pro-
cuaderno vas a ir tan lejos?, me dijo, no tendrás fesor. Me dio rabia que tú, al reírte, lo hicieras
tu juicio. Hay que encargarlo a don Remigio exageradamente como para darme cólera. Eso
nomás, él va dejando un sábado llevando nego- me resintió. Ya no le regalo nada, dije entre mí,
cio. Bueno, entonces…, le respondí de mala gana, conversa con el Basilio como si fuera su galán
ya lo voy a decir…, y cambié de conversación y encima todavía se burla de mí; ta fregao
como para que se olvidara. ¡Don Remigio!, tan caray… Eso pensé, pero cuando al otro día el
latero que era, ahí mismo vendría con el chisme, profesor preguntó quién se animaba a acompa-
Un gancho lo haste mandado encargarme, ¿ver- ñarlo a Huaylas a cobrar su pago, ganándoles
dad?, diciendo. a los demás, me paré yo. Entonces el profesor
A la escuela me fui piense y piense, ¿cómo haciéndoles bajar la mano al resto, les agra-
cómo nomás hago…? A la hora de la formación, deció y dijo, Esta vez le toca a Paliaco, hasta
paradito que estoy ahí, no sé cómo reparo y te ahora él todavía no me ha acompañado.
veo parlando con el Basilio, juntitos los dos.
Algo de tu cuaderno le enseñabas, y él con qué Varios días ya lo andaba en mi bolsillo el gan-
atención miraba, poniendo su fea cara juntito cho que te compré en Huaylas, sin saber cómo
a la tuya. Harta rabia me entró. No supe qué nomás entregártelo. Me daba vergüenza decirte,
hacer. Menos mal que ese ratito el profesor Este gancho lo he comprado para ti, Floria, qui-
ordenó, ¡Columna a cubrir! Y tú y él, mal que siera que te pusieras… Y no sólo vergüenza tenía,
les pese, tuvieron que entrar a la fila antes que miedo también que, tomándolo a mal, lo fueras
Óscar Colchado Lucio

les resondrara y recibieran su jalón de orejas. a decir a tu taita o al profesor Alicho. Por eso

Cordillera Negra
Eso me dejó desganado toda la mañana. El nomás me aguantaba me aguantaba, algún modo
profesor se dio cuenta a la mitad de la clase, habrá diciendo… Mientras tanto, estando a solas,
¿Qué tienes Paliaco?, estás con sueño, me dijo me gustaba estarlo mire y mire. Bonito relumbra-
haciéndome zumba. Todos se rieron volviéndo- ba, como plata todavía, de esos ganchitos medio
[118] [119]
finos era, no cualquiera. Me acuerdo que para cólera lo seguí, buscando piedras para tirarlo;
comprarlo, tuve que hacerlo alcanzar con lo que pero rápido, como una bala, detrás de una casa
el profesor me dio de propina, encima haciéndolo se perdió. Renegando me volvía ya al salón pen-
rebajar al hombre. Me aficioné viéndolo en sus sando cómo nomás desquitarme, cuando siento
cabellos de una muchacha huaylina. Así le va a que algo me casca en la espalda y rebota al suelo.
quedar a mi Floria, diciendo. Volviéndome a mirar lo veo a la Victoria, su her-
Un día en el salón, de tanto que lo andaba mana del Eusebio, que acababa de cascarme con
ya, con recelo lo saqué de mi bolsillo para usarlo una coronta. Había estado jugando voli contigo.
como regla, aprovechando que se hallaban todos Sólo porque ahí estabas me aguanté de correr a
en el recreo. En eso que estoy, siento que alguien darle su lapo o su patada. ¿Qué tienes, ah?, ¿qué
por la ventana bonito nomás está aguaitando, y te pasa?, me acuerdo nomás que le grité. Y ella
cuando intento reparar disimuladamente, ya lo toda fresca, ¿Para qué lo has querido pedrear a
escucho que, ¡pum, pum, pum!, corría por detrás mi hermanito? ¡toma bienecho!, diciendo baila-
de la escuela y ahora se acercaban sus pasos por ba, chancando con el puño la palma de su mano
la puerta. abierta. Con la pelota en tus manos, mirándome
Cuando entró, lo vi que era el Eusebio. como aburrida, le decías que se apure. Ahí nomás
¡Achallau, gancho, oy! Bonito relumbra, ¿di?, tocó el pito, y toditos se asomaron, sigueteándo-
hablando asina lo quiso agarrar. Rápido lo empu- se, empujándose, huajayllándose…
ñé sin darle tiempo. A ver, préstame, oy, no seas
malo; se quedó parado ahí en mi delante, ¿Te lo Desde primer grado hasta quinto, en dos salo-
has hallao?, preguntó viéndome que lo metía a nes separados, un solo profesor nos enseñaba: el
mi bolsillo. ¿Hallao?, le respondí poniendo agria profesor Alicho. Sexto grado no había. Los que
mi cara, ¿estás zonzo o qué?; lo he comprado querían terminar su primaria tenían que irse a
con mi plata. Véndeme, oy, para mi hermanita, Huaylas o a Jimbe o si no a la costa… El profesor
Óscar Colchado Lucio

¿para qué vas a necesitar vos? ¿Para qué? Para nos tenía a los de cuarto y quinto en un salón, y a

Cordillera Negra
mi china, pues, ¿para quién más? ¿China?, dijo los de primer grado, segundo y tercero en otro.
torciendo feo su boca, calla Paliaco alabancioso, A Amosho, tu hermanito, que estaba recién en
qué china te va a querer a vos. Así diciendo me primer grado, mucho le gustaba venirse al salón
dio un lapo a lo descuidao y salió corriendo. De donde estudiábamos nosotros (tú en cuarto, yo
[120] [121]
en quinto) a estarse ahí con cualquier pretex- seguía piense y piense, ¿a qué había venido?,
to. Una vez entró, me acuerdo, a buscar creo ¿qué es lo que le habías dicho? Con la duda
que borrador o navaja, y cuando pasaba por mi hubieras seguido de no ser porque ese ratito
lado, se me ocurrió sacar el gancho de mi bol- una bullarada levantaron los chiuches del otro
sillo y enseñarlo. Mira, le dije, ¿no quieres que salón. Ahí aproveche para llamarlo al Amosho.
te regale? Lo miró medio de costadito nomás, Este levantó su cabeza con aburrimiento al
todo desconfioso. ¡Bah!, dijo después, ¿para qué oírme nombrarlo. Le hice señas que viniera. Sin
quiero yo cosas de mujer? Y se pasó de largo. hacerme caso, se puso a seguir trabajando en su
Al ratito lo vi a tu lado, y que tú le pregunta- cuaderno. Y no hubiera venido a no ser porque
bas como interesada en algo, mirando mirando tú lo animaste por lo bajo nomás, según pude
adonde yo estaba. Entonces malicié que habías darme cuenta. ¿Qué cosa, ah?, ¿para qué me has
visto lo que le enseñé, y algo me anunció que llamado?, dijo parándose a mi lado. Hace un rato
vendría de nuevo. Esperé con ansiedad a que eso querías decirme algo, ¿no?, ¿para qué nomás
ocurriera. Y de veras, casi ahí nomás, de mala sería?, le dije. Ah, sí, respondió, dice mi herma-
gana lo vi que avanzaba. Cuando llegó y algo na que le regales ese gancho que me enseñaste,
iba a decirme, a mala hora el profesor, que estaba ¿puedes? Claro, le dije ahí mismo, cómo no; aquí
leyendo, levantó la cabeza y lo vio. ¿Qué quiere está, y metí mi mano a mi bolsillo haciéndome
por ahí andando a cada rato ese Amosho?, lo el rebuscar un ratito, mientras de reojo te miraba
molestó. ¿Ya terminaste tu tarea, hijo? Su punta que estabas atenta. Entregándole le dije, Toma, le
de mi lápiz se ha acabado, profesor, buscando dices que es un regalo, un regalo para ella. Pero
navaja estoy, le respondió el otro. ¿Navaja?, dijo el Amosho que ya estaba empezando a aburrirse
el profesor, ven, ven, toma. Quiera o no quiera el de nuevo, a las justas me recibió y, sin dar las
Amosho tuvo que ir. Ahora sí, le advirtió alcan- gracias ni nada, empezó a irse. Lo malo es que no
zándole, anda a tu hermana a que te lo taje, y se fue rápido. Se detuvo a mirar el cuaderno de
Óscar Colchado Lucio

después te me vas a tu salón, ¿entendido? Sí, uno de los que afanados se hallaban dibujando,

Cordillera Negra
profesor, diciendo se fue a tu carpeta. y de puro travieso o acaso porque el otro le dijo
Lamentando mi mala suerte, veía cómo el que se retirara, lo había rayado su cuaderno con
Abercio dibujaba a mi lado con un gusto y el filo del gancho. El muchacho empezó a hacer
despreocupación que daba envidia, mientras yo escándalo, justo cuando ese ratito el profesor
[122] [123]
volvía del otro lado. Profesor, profesor, gritó, una risa se lo tapó al salón. Total, dijo el profesor,
el Amosho ha rayado mi cuaderno con un fie- ahora todos son dueños. Victoria, calladita, me
rro. El Amosho, medio asustado, rapidito trató miraba molesta, de costao. De mi hermanita es,
de meterlo el gancho en su bolsillo. Pero ya el profesor, volvió a decir el Eusebio, pero medio
profesor lo había visto. ¿Otra vez tú?, le dijo acobardado. Temiendo que me fueran a quitar lo
colérico, ¿no te dije que te fueras a tu salón? A que con tanto sacrificio lo compré para ti, tuve
ver, trae para acá eso, le dijo pidiéndole el gan- que alegar, Ellos mienten, profesor, yo lo he com-
cho. El otro lo alcanzó. ¿Y esto?, dijo el profesor, prado con mi plata, en Huaylas. ¿Ah, sí?, dijo él,
conociéndolo que era gancho, ¿de quién es? Todo ¿y se puede saber para qué? Para la Floria, pro-
tonteado tu hermano, señalándome dijo, Del fesor, le respondí sin importarme nada ya, para
Paliaco, profesor. ¿Del Paliaco?, se admiró el pro- regalárselo a ella…
fesor, ¿y él para qué anda con esto?, ¿se puede
saber? Toditos los del salón se rieron haciendo Un mes pasaría sin que ni por gracia me hablaras
que hasta los chiquitos del otro lado se asomaran o alzaras tus ojos para mirarme. Esa vez también,
a aguaitar. Feo sentí que mi cara se encendía y si no hubiese sido porque tu taita te mandó lla-
que hasta mis orejas empezaban a arder. Paliaco, marme apurao, Dios sabe hasta cuándo hubieses
¿verdad que esto es tuyo?, me preguntó el pro- seguido molesta.
fesor. De vergüenza que los otros se fueran a Me acuerdo que estaba yo echado en la paja,
burlar más, No, profesor, dije nomás, con voz que atrasito de mi casa, al cuidado nomás que asen-
apenitas se oyó. ¿Entonces de quién es?, volvió tara un tuktupillín, que hacía rato ya lo venía
a preguntar. En eso el Eusebio, que se sentaba en pasteando, listo con mi hondilla para tumbarlo;
la fila de atrás, parándose dijo, De mi hermanita cuando en eso, como entre sueños, oigo que tu
es, profesor, ella ha perdido su gancho el otro día. voz suena a mis espaldas, Dice mi taita que vayas,
¿De veras?, le preguntó a la Victoria. Sí, profe- esperándote está. Cuando me volví a mirarte,
Óscar Colchado Lucio

sor, respondió ella, mío es, conociéndolo estoy. como una flecha te ibas, por abajito ya…

Cordillera Negra
¡Pucha!, eso me dio rabia, no supe qué hacer. Para entonces, como decía la gente, yo anda-
¡Mentira, profesor!, dije parándome, ese gancho ba para arriba y para abajo con el Marcial
es mío. ¿Tuyo?, dijo el profesor encogiendo sus después que volvió de la costa de lo que se la
cejas ralas, ¿tuyo?, ¿acaso tú usas esto? Otra vez robó a la Marcelina. Sus suegros también ya lo
[124] [125]
habían recibido. Un día que fuimos por varillas a Estaba en la punta, distraído, mirando las nubes
Potrero, le conté que tenía mis sentimientos para blanquitas de la cordillera. Ahí fue que lo tumbé
ti; pero que tú, lejos de corresponderme, parecías de un hondillazo. Como plomo cayó, me acuer-
aborrecerme más bien. ¿Qué me aconsejas?, le do, sin dar ni un aleteo el pobre. Apartando las
dije, ¿qué nomás hiciera para ganarme su cariño? espinas, logré agarrarlo como sea, cuando ya las
Se huajaylló fuerte ahí en la quebrada, haciéndo- aguas de la acequia lo estaban arrastrando.
les espantar a esos sirguillitos que, como en una
fiesta, chillaban sobre los montes. Poca confian- Esperándome había estado tu taita, ratito ya,
za, hom, dijo después, calmándose, si esto me sentado sobre el poyo a la entradita de tu casa,
hubieras contado antes, ya estarías con tu china vendrá o no vendrá diciendo. Apenas asomé, me
abrazao, y tu guagua también por venir; así dijo, ¿Hoy sábado tienes pensado hacer algo,
diciendo volvió a huajayllarse; y ya más serio, hijo? Quisiera que me ayudes a trabajar en mi
me dijo, Trata de cazar como sea un tuktupillín chacra. Bueno, don Quinti, le respondí, le ayuda-
macho, con eso haremos kuya kuya, ya verás. ré pues hasta las cuatro; porque más tarde tene-
Por eso fue que esa mañana me encontraste mos ensayo en la escuela para la actuación de
afanao en darlo caza a ese animalito de pecho y mañana por el Día de la Madre. A ver, pues, hijo,
moño colorados, que era bien malicioso, y varios ayúdame entonces, diciendo me hizo pasar ale-
días ya se me escapaba se me escapaba nomás. gre a tu casa, donde tu mamita me invitó papitas
Ahora había asentado en su eucalipto de don con queso que lo había tenido guardado dizque
Gerónimo, abajito, al pie del maizal, y yo estaba para mí. Como era bien avanzada la mañana,
atento, espiándolo. Más lueguito voy a ir a verlo ya no tuve tiempo de dejarlo el tuktupillín en
a don Quintiliano, más lueguito, pensando. mi casa, donde pensaba destriparlo y ponerlo a
La mañana estaba calurosa. Del fondo de la que- secar al sol su corazón, tal como me indicara el
brada subía la voz de un becerro como si llamara a Marcial.
Óscar Colchado Lucio

su madre. Doña Viñe y doña Eleuteria lavaban ropa Cargando las herramientas, nos fuimos a la

Cordillera Negra
en la acequia, y yo estaba miedoso de que el ruido chacra.
de los mazos lo hiciera asustar al pajarito.
Agachándome agachándome fue que logré Duro trabajamos ese día jalando yerbas y cam-
llegar hasta un cerco, justo detrás del eucalipto. biando los terrones. Al mediodía llegaste trayendo
[126] [127]
el almuerzo en una vianda. No fuimos a tu casa estuvieron presentes llenando el patio. Hombres
por avanzar. Cuando asomaste por la lomita de también habían, pero menos. Hubo un núme-
Castillo cargando la comida, ya hasta me parecía ro, me acuerdo, donde un cholito que hacía de
que eras mi mujer y tu taita también mi suegro. cachaco, con qué sentimiento lloraba leyéndole
Buenamoza como siempre apareciste, y más toda- a una madre analfabeta la carta que le enviaba
vía con ese sombrero de cinta colorada que una su hijo. Esa carta era muy triste. Daba pena. Ya
vez alabé y tú me respondiste molestándote… no me acuerdo qué decía; pero de lo que no me
A la hora que te sentaste a esperar que aca- olvido es que a varias mujercitas les hizo derra-
báramos de comer, yo no sé de dónde te salió mar sus lágrimas.
esas ganas de sonreírme. Fue una solita vez, me Después de eso, unas niñas cantaron el yaraví
acuerdo; pero bastó para que mi pecho se ilumi- «Madre», también muy triste. Y hubo participa-
nara. Y más todavía cuando todo comedida, me ción en danzas y poesías. Pero lo que dio risa
preguntaste si deseaba más agua. Sólo por no y alegría a la gente fue cuando salieron los
desairarte te dije que bueno, aunque mi barriga borrachos, agarradas sus botellas, cantando y
estaba ya que reventaba. Mientras tomaba, empe- tomando. Uno de ellos era mi hermano Lupo,
cé a sospechar del tuktupillín. ¿Estará empezando que, itacado su poncho y llevateándose con su
a hacer sus milagros?, me dije pensativo. Y lo cuerpo, se hacía el de invitar trago a los que
toqué en mi bolsillo. Allí estaba, abrigadito, el miraban adelante. Las personas, huajayllándose,
cuerpo muerto del pobre pajarito. lo aplaudían más que a sus compañeros.
Después que te fuiste, con harta alegría con- Cuando tú saliste a cantar, togada, con tu
tinué trabajando. Teníamos que terminar como vestido de ñusta, ¡Achallau! diciendo la gente
sea. Pero más que avanzar para asistir al ensayo, abrió su boca; y yo sentí celos que los demás te
ya sabes por qué estaba yo muy animoso. Tu admiraran.
taita al verme asina, contento trabajaba a mi Fue el Alfonso, su hijo de mi tía Llusha (que
Óscar Colchado Lucio

lado. Así, hijo, vivo vivo, alentándome… ya no estudia, porque tiene más de veinte años),

Cordillera Negra
quien te acompañó con la guitarra cuando diste
Como a las diez empezaría la actuación al otro tu canción. Linda salía tu voz, media delgadita
día. Después que entonamos el Himno Nacional, y entonada, sabías como nadie accionar con
comenzaron los números. Casi toditas las mamás las manos y sonreír. No eras chuncha como la
[128] [129]
Celinda o la Luisa, que cantaban sin moverse con qué feo daba vueltas y mi estómago que me
cara de palo. Tú hasta pedías palmas al público. dolía. Shucaqui me daría seguro. Para colmo,
Y ni pensabas seguro que quien más aplaudía así que estoy dando mi papel, el Basilio, orondo
era yo. como estaba, al verme actuar mal seguro, rién-
Cuando vino la fuga, bonito nomás acer- dose dijo en medio del silencio de los demás, Ese
cándote al público, de un de repente al Basilio Paliaco fijo que está pensando comer gallina por
lo sacaste a bailar. ¡Pucha!, ese rato creo que eso se olvida su recitación. Y como la gente se
el mundo me tapó. Todo esperaba menos eso. huayjalló fuerte, olvidándome de mi papel, le
Aún no me había olvidado de esa vez que les vi respondí con cólera, ¡Sí, tu gallina me la voy a
conversando en la formación juntitos; y ahora comer, so enano; ahora peor ya no vas a crecer!
lo preferías sacándolo casi de mi lado. Como Eso le cayó en gracia al público que agarrándo-
escalofríos sentí en mi cuerpo ese rato. Mi pelo se la barriga se reían algunos, Ese Paliaco es un
también, de lo peinadito que estaba, se chorreó jodido, un pendejo, diciendo. Cuando a lo disi-
sobre mi frente. Fue como una puñalada que mulado lo miré al Basilio, lo vi de todos colores
me diste en el corazón. ¡Pucha!, dije entre mí, sonriendo como azonzao. Después, cuando alzó
¿por qué ya le da tanta importancia a ese retaco sus ojos a mirarme, vi que me quería comer
más feo que yo? La gente, como enseñada para todavía con su fea mirada. Después, dándose
darme cólera, lo hubieran visto cómo aplaudía vuelta, se metió entre la gente y se perdió. No sé
animándole, ¡Así, Bashi!, ¡ofrécele!, ¡ofrécele! si tú verías algo, pero creo que ese ratito esta-
Y el tanco del Basilio se portaba zapateando, bas dentro de la escuela quitándote el disfraz.
medio queriéndote abrazar todavía… Cuando Mientras mi compañero contestaba el diálogo,
terminó, alguien de atrás, un hombre ya de res- atrasito de la gente lo volví a ver al Basilio
peto, creo que don Gillo, comentó, ¡Ta bueno, amenazándome con su mano abierta, como
ah! ¡Buena pareja! diciendo, Espérate nomás, ahora vas a ver. Sentí
Óscar Colchado Lucio

Por eso, a la hora que me tocó salir en el un poco de miedo acordándome lo buen trom-

Cordillera Negra
diálogo, yo estaba desganado totalmente. Sólo pero que era, que hasta los más grandes, como
porque el profesor ya había anunciado el núme- el Loncho, lo respetaban.
ro, no pude echarme atrás, y además porque mi Después que terminé de dar mi papel, el pro-
compañero estaba que me apuraba. Mi cabeza, fesor me esperó adentro, amargo. Me resondró
[130] [131]
después de jalarme la oreja bien fuerte, diciendo fesor lo tenía bien advertido de no meterse más
que por qué dizque hacía yo caso a la gente en peleas, porque la próxima lo expulsaría.
cuando estaba en plena actuación, que había Conforme fueron pasando los días, pareció
malogrado el número y no sé qué más. Yo por irse olvidando. De todas maneras, cuando me
último ni atención le prestaba siquiera; más me iba al cerro, al cuidao al cuidao nomás paraba;
preocupaba lo que me esperaba afuera. pero no logré toparme con él. Lo que más bien
En cuanto salió el profesor a dar su discurso me acuerdo es que una vez cuando tú le dijiste
que ese rato le tocaba, yo salté por la ventana enano, riéndote; él, como para hacerme oír, le dijo
de atrás, pensando engañarlo al Basilio. Pero el al Eusebio que no te decía nada sólo porque eras
sabidazo había estado al cuidado nomás. Y en su warmi, su chica, y que terminando los estudios
cuanto me vio caer al otro lado, corrió a chapar- te iba a robar; así como había hecho el Marcial
me saltando la acequia que pasaba por un canto con la Marcelina. ¡Pucha!, eso me dio rabia. Quién
del huerto escolar. Rasmillándome al cruzar el sabe será cierto, pensé, mientras yo sigo sufriendo
cerco de espinas, yo corrí esa subida hacia los como un zonzo, a lo mejor él ya la estará aprove-
trigales de Huanca Rumi, dejándolo bien atrás al chando y si no a ver por qué a él le hace caso y
enano, que por más esfuerzos que hacía malicia- a mí no; kuya kuya quién sabe le habrá dado ese
ba que no iba alcanzarme. cholito mañoso diciendo más me atormenté. Ese
Al ver que ya ganaba los trigales, dejó de rato vino a mi mente el tuktupillín que yo estaba
correr. Algunos de los que estaban gustándose en disecando en mi techo. El día anterior nomás lo
la actuación, viéndonos será pues, señalándonos había visto y seguía medio fresco todavía. Sería
estaban que reían. De mala gana el Basilio se porque esos días estaba haciendo airecito, aun-
volvía, mientras yo, avergonzado de lo que me que no llovía. Cada que nos encontrábamos con
habían visto escaparme, por allí nomás me di la el Marcial, hablábamos de eso. Paciencia, taita
vuelta y me fui a mi casa. Paliaco, me decía haciéndome zumba, ya va usted
Óscar Colchado Lucio

a miskipar a su china; sólo tiene que esperar que

Cordillera Negra
«Alguna vez te voy a encontrar solo en el cerro; se vuelva chucro el corazón del animalito.
espérate nomás, cojudo, ahí no te vas a escapar», Pero ese día me quedé amargo, después de lo
recuerdo que me dijo el día siguiente. Menos mal que le oí hablar al Basilio. ¡Oh!, ¡qué tanto, por
que eso fue todo. Se acordaría seguro que el pro- último!, dije, lo que voy a hacer desde ahorita es
[132] [133]
olvidarme mejor, está visto que ella no me quiere, Forzosamente tuviste que venir a recoger la
ni con brujería seguro; en cambio a otros sí cómo pelota tú misma, ya que nadie había alrededor.
les da buena cara, se ríe y hasta se juega. Lo que
voy hacer en adelante es ya no darle importan- Durante varios días notándote estuve que me
cia, ya ni la voy a mirar siquiera; qué tal lisura, mirabas bocabajadita nomás. Recuerdo que algu-
toda la vida atrás atrás de ella, y ella como si nas veces hiciste la prueba de querer hablarme.
nada, como si cuánto ya valiera… Pero no te di ese gusto. Haciéndome el disimulado
Esa determinación tomé. Por eso, desde esa vez buscaba yo cualquier pretexto para no darte cara.
en el salón ponía atención sólo a mis clases, y ya Esa vez, ya tardecito, cuando volvía de
no a estarte mirando como otras veces. En el recreo recoger mis animales del cerro, vi que junto a
también, como vivía cerca felizmente, corriendo la represa, hartos muchachos, entre hombres y
me iba a mi casa hasta que tocara el pito. Cuando mujeres, jugaban sigueteándose. En eso que estoy
una tarde el Amosho vino a decirme que tu taita pasando, oigo que me llamas, ¿Quieres jugar chi-
me necesitaba para ayudarlo a trabajar, le mandé cotito caliente?, diciéndome. Me quedé dudando.
decir con él mismo que le dijera que ese ratito me Quería seguir haciéndome el molesto. ¿Voy o no
iba por leña y que no iba yo a poder. Pero mentira voy?, pensé. Ahí estaba también la Isha. Decían
nomás fue. Ni ocioso para ir a ayudarlo, diciendo, que a ella le gustaba jugar a las escondidas con
agarré mi hondilla y me fui a buscarlo al Abercio los hombres y que la expulsaron de la escuela
para irnos a cazar perdices por la quebrada. porque una vez la habían hallado con su hijo
Poco a poco empezaste a darte cuenta que ya no de don Gumercindo Cerna, de la quebrada de
te hacía caso como antes, y parece que eso medio Castillo, metidos en una casita de ramas, jugando
te inquietó. Un tarde cuando jugabas voli con tus a marido y mujer. Viéndola a ella casi me animo,
amigas, rebotando vino la pelota a caer a mi lado. sólo para darte celos arrimándome a su lado.
Hoy la va aventar hacia mí, seguramente pensaste, Pero preferí mantener mi orgullo y mi respuesta
Óscar Colchado Lucio

sin moverte de tu sitio, no te moviste de tu sitio, fue: No, no juego, tengo que hacer… Aunque mis

Cordillera Negra
sabiendo que a ti te correspondía ir por ella. Pero huachitos, ya de ahí donde estaban conocían y
feo te chasqueaste, porque yo ni por gracia me aco- se iban solos a su corral, me hice el apurado.
medí. Lo que hice más bien fue sacar mi hondilla Entonces, oyendo cuando estoy, para darme
del bolsillo y ponerme a jugar tirándola al aire. celos sin duda, dijiste, ¡Bashi!, hay que jugar a
[134] [135]
las escondidas mejor, ¿ya? Y te volteaste como entre las chacras, derechito a mi casa. Al ratito
para consultar al resto. Recién me di cuenta que nomás, lo vi a su mamá que venía apurada apu-
el Basilio también estaba ahí entre ustedes. Lo rada acompañada de su perro, a esa hora en que
hubieran visto al enano cómo se alegró al oír mi mamita, inocente de todo, atizaba su candela
lo que le dijiste. Bueno, dijo ahí mismo, con los preparando la comida.
ojos que le brillaban, hay que echar la suerte para Calladito, sin avisarle quién venía, agachándo-
ver quién busca. ¡Yo, yo busco!, dijo tu primita me agachándome para que no me viera la mujer,
de Pachahuaín que había venido a visitarles y salí detrás de mi casa y, ganando de un salto la
era bien alegre y sencilla. Quedé helado. ¿Y si pirca del corral, corrí y corrí esa bajada sin parar
la Floria se esconde con el Basilio?, pensé. No, hasta llegar a la chacra de mi tío Sinfronio.
caracho. ¡Yo también juego!, dije dejándolos a
mis huachitos que se fueran de su cuenta. Viendo Al día siguiente, bien temprano, antes que ama-
que me acercaba al grupo, el Basilio vino a mi neciera, hice viaje a Cunca, acompañándolo a mi
encuentro, ¡No, tú no has querido jugar!, dicien- tío a la saca de papas. Con mi primito nomás que
do. No he querido jugar chicotito caliente, le estaba en la escuela, mandé recado avisándole a
repliqué alzando la voz; pero a las escondidas, mi mamita. Yo ya sabía que no se iba a enojar,
sí. Tú te hacías la disimulada nomás reparando porque cuando se trataba de llevar algo para
a su trigo de don Remigio, donde las palomas se el sustento, ella no se oponía, así faltáramos a
alistaban a volar a las quebradas, antes que la clases.
oscuridad las cegara. El Basilio, acercándose a mi Esa madrugada, que subíamos con mi tío
ladito, ¿Sabes qué…?, me dijo en voz baja, Ahora la cuesta de Cunca, hacía frío. Un viento hela-
sí, mierda, si juegas te saco la última. ¡¡A ver, do bajaba de la cordillera haciéndonos tiritar.
saca!!, dije bien fuerte para que todos oyeran. Ya Abajo, al pie, envueltas en la neblina, quedaban
estaba harto de soportarlo también a ese enano. las casitas del pueblo arrimadas a la escuela.
Óscar Colchado Lucio

Como para asustarme, poniendo cara de malo, Durmiéndote con gusto estarías a esa hora, mien-

Cordillera Negra
hizo ademán de puñetearme. Pero lo que no espe- tras yo, por tu culpa, haciendo estaba un viaje
ró fue la trompada que le mandé sorpresivamen- que ni en sueños pensé hacer. Ah, Pashtañahui
te en la nariz, bañándolo en sangre. Apreté la flor de amapola, dije suspirando, ¿qué pues
carrera antes que reaccionara, perdiéndome por nunca me llegarás a querer? Y me acordé del
[136] [137]
corazoncito del tuktupillín que sólo dos días atrás Así diciendo acomodé bien mi alforjita y seguí
le había dado al Marcial para que hiciera kuya subiendo la cuesta. Ya el sol estaba alto y en el
kuya, cuando ya estuve por botarlo, después que fondo de la quebrada, sigueteándose entre los
lo hallé todo chucreao, como piedra, ahí donde lúcumos, alborotaban los sirguillitos, esos pajari-
lo había dejado. Así está bien, hom, me dijo mi tos amarillos, bullangueros…
amigo, sólo hay que molerlo y mezclarlo con flor
de azularia; ya verás. Ahora sí por fin te queda- Allí en Cunca conocí a Shenita, más buenamoza
rás con tu gusto enano, cara de sapo, dije acor- que flor de amancay entre los pastos de mayo.
dándome del Basilio, sintiendo que mi cuerpo se Sobrina de don Alberto Cano, me dijeron. Desde
abrigaba por el esfuerzo de la subida y también Quilcay había venido con su mamita a cambiar
seguro por el solcito que ya despuntaba entre las granos por papas. Asomando por la primera
puntas filosas de la Cordillera Negra. Ahora ya lomada nomás la vi. Con su trajecito floreado
no hay quién te haga la mala, seguí hablándole y su mantita roja amarrada al cuello, distraída
en mi mente al Basilio; pero espérate nomás, miraba encima del papal, mientras el viento
cuando sea grande te voy a sacar la última. Pero hacía ondear las florecitas de las plantas.
luego me reí acordándome que hasta ese enton- Recelosa la Shenita, apenas uno le hablaba,
ces también seguro el Basilio iba a crecer y que a rápido se coloreaba o abría sus ojazos sin saber
lo mejor todo sería igual nomás. Pero si se mete para dónde reparar; como esa vez que me acer-
con la Floria, me acuerdo que lo dije con rabia, qué por primera vez a su lado, después que mi
va a ver ese enano; yo me voy a meter con su tío fue a amarrar los burros. Buenos días, niña,
hermana, con la Celinda, sólo por fregarlo. Pero le hablé un poco arrecelado, ¿quisieras que te
luego me asaltó la duda: ¿y si la Celinda lo toma ayude? Calladita se quedó evitando la mirara en
en serio?, ¿y si de veras se enamora de mí?, sus ojos. Al ratito todavía respondió, después que
entonces a lo mejor me hace problemas. No, dije, le volví hablar insistiendo en mi ayuda, Capaz mi
Óscar Colchado Lucio

mejor no; así nomás estoy bien. Mi tío, que me mamá se va molestar. En eso que estamos llegó

Cordillera Negra
había estado observando desde arribita, detrás de su primo, hijo de don Alberto Cano, todo mali-
sus burros que meaban, ¡Apura hijo!, me gritó, cioso y medio celoso, ¿Ya acabas, Shena? Apura,
¿en qué estás pensando? No, tío, en nada, le dije tu mamá te está esperando, dice que vayas a
nomás medio avergonzado, ahorita te alcanzo. ayudarla. Vamos, vamos, te acompaño, diciendo
[138] [139]
se la llevó. Pucha, dije entre mí, resoplando de su mano, que rozaba con la mía. Agarrando
cólera, donde quiera que uno esté tiene que haber valor, de un de repente la agarré y la apreté fuer-
alguien fregando, hay vida, vida… te. Entonces ella, en vez de sacudirse, la abando-
nó de su cuenta y me besó más bien al lado de
En la noche, después del trabajo, toda la gente la oreja. ¡Pucha!, la sangre se subió a mi cara y,
que vino a ayudar se reunió a un ladito de la tontamente, sentí vergüenza; solté su mano y nos
chacra a sancochar y asar papas mientras con- quedamos mirando un rato en la penumbra. Sólo
versaban y hacían chistes. Después de servirnos entonces, por un instante, me pareció que no era
las ricas y harinosas papas huayro, con su ajicito ella, sino tú que me sonreías con qué dulzura en
sazonado con su huacatay, los muchachos nos los ojos… Un tropel que se acercaba a nuestro
fuimos a jugar en la paja que más arribita estaba escondite nos hizo apartarnos y correr hacia la
amontonada. Cholitos y chinitas brincoteábamos parva, donde los demás nos esperaban entre una
a nuestras anchas. También la Shenita que ahora bullería.
se huajayllaba, sin recelo, como si de cuándo ya Pensativo me quedé esa noche: ¿Por qué la
nos conociera. La luna también, como si estuvie- Shenita me pareció en un momento que eras
ra alegre, ahí encimita nuestro nomás con fuerza tú en el caserón? Quién sabe esa niña será una
relumbraba. wayra warmi, me dije, una mujer de viento que
Como la chacra era grande y había que ayudar se le aparece a uno cuando piensa mucho en una
hasta el último para recibir nuestro peyllé, nos chica. La wayra warmi toma la forma de esta
quedamos varios días. y termina después «encantándolo» al hombre y
Los chicos, en las noches, nos acostumbramos llevándoselo a vivir con ella para siempre, sea
al juego. Ahí fue, me acuerdo, que jugando a las en el interior de un lago o de un río. Quién sabe
escondidas, la Shenita y yo nos escondimos jun- espíritu nomás será la Shenita diciendo, empecé
tos. Paraditos, uno al lado del otro, detrás de un a desconfiar un poco de ella y decidí no seguir
Óscar Colchado Lucio

caserón, yo sentía que mi corazón quería saltarse jugando a las escondidas.

Cordillera Negra
de su sitio por la emoción. Un tanto debía ocurrir
con ella, porque hasta me parece haberle escu- Cuando dos días después volvíamos al pueblo con
chado sus latidos. Como los otros demoraban en mi tío, arreando los burros cargados de papas;
hallarnos, yo ya no resistía la tentación de coger desde la última lomita de Cunca, ya para bajar la
[140] [141]
pendiente, descubrí a la Shenita que desde la otra Quintiliano, tu taita, había determinado llevarles
loma, con su sombrero en alto, me hacía adiós a vivir a Huaylas en las chacras que su hermana
agitándolo repetidas veces. Cargadito su quipi había conseguido en arriendo, y que dentro de dos
al igual que su mamita ambas se alejaban por el o tres días nomás ya se iban, porque era urgente…
camino contrario, arreando su burro. Sentí mucha Mi hermano Lupo, que orejeaba ahí pelando su
pena ese rato y añoré su cariño de aquella noche. papa, taimado como era, alegrándose de la noticia
Pero me resigné pensando, que si no era niña de hacía muecas para darme cólera. Cuando la tía
viento, alguna vez me volvería a topar con ella, en se despidió y mi mamita salió acompañándola
algún pueblo, en algún camino, en alguna fiesta; hasta afuerita, abriendo su bocaza se reía el Lupo
mientras tanto, mi pensamiento volvía hacia ti: haciéndome zumba, ¡Jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo!, lo fre-
quién sabe me estará extrañando y, arrepentida, garon al enamorao, ahora pues… Y como seguía
al verme vendrá a darme el encuentro… burlándose incluso cuando mi mamita ya había
vuelto, sin que ella se diera cuenta nomás, una
Pero no fue asina. Ni siquiera te asomaste cuando patada le di por debajo de la mesa, estirándome.
llegué. Y los días que vinieron, igual nomás de Aguantó. Se quedó calladito. Él siempre quería
evasiva seguiste conmigo. El Basilio más bien un quedar bien ante mi mamita. Era un sabido. Con
poco había modificado su manera de ser. Menos señas nomás me amenazó. Yo estaba que reven-
prepotente lo veía ahora y creo que hasta respeto taba, y como ya sabía cómo iba a reaccionar yo si
me había agarrado. Pensando en ti, un día dije, me seguía molestando, prefirió disimular.
No hay otro remedio, le daré kuya kuya, y toqué Dormí mal esa noche. A cada rato me quitaba
la cajita de fósforos en mi bolsillo, donde estaba el sueño. Amanecí dándome vueltas y vueltas en
el polvito que el Marcial había preparado. Al fin la cama.
y al cabo, seguí pensando, es ella misma quien
se lo busca: yo no tengo la culpa que no quiera Al otro día tempranito me fui a rondar tu casa.
Óscar Colchado Lucio

quererme. Ganas tenía de encontrarte, de hablar contigo.

Cordillera Negra
Varios días estuve viendo la manera cómo Luego que tu taita se fue a la chacra y tu
nomás hacer que te lo consumieras el polvito; en mamita daba de comer a sus gallinas, vi que salías
eso, una noche en que la tía Llusha llegó a visi- empuñando un balde y te ibas en dirección a tu
tarnos, lo oigo que le cuenta a mi mamita que don corral. Seguro va a sacar leche de su vaca, pensé.
[142] [143]
Y me fui por tu tras nomás, manteniéndome un Yo, por atrás de la vaca, con la rama chicoteaba
poco a la distancia. No me sentiste al principio. la nariz del becerrito, haciéndolo retroceder. Un
Juegue y juegue con tu balde, golpeándolo en las ratito en que se quedó tranquilo el animalito,
rodillas te ibas. aproveché para preguntarte, ¿Verdad, Floria, te
Cuando llegaste, yo me quedé paradito tras vas a Huaylas? Calladita te quedaste, haciéndote
la pirca. Bonito relumbraba la mañana, verdor la que no me oías, molesta. Después todavía te dio
era nomás por todos lados. Hasta las piedras se la gana de abrir tu boca, ¿Yo acaso te he dicho que
transparentaban; olía a yerba, a tierra mojada. vengas a ayudarme?, dijiste mirándome medio de
Pero yo estaba triste: mis manos en el bolsillo, costado. ¡Pucha!, no supe si largarme o echarme
la cabeza un poco gacha… Tu vaca, la barrosa, ese ratito a llorar. Finalmente, pasando mis sali-
parecía mirarte con pereza y con sueño cuando vas con dificultad por mi garganta, te dije, Por la
llegaste a su lado. El becerrito ahí cerca, con la Virgen, Floria, no te vayas; harto mi corazón va
trompita alzada, miraba el cerro. a sufrir por ti, yo te quiero mucho… ¡A pucha!, te
Con la soguilla que estaba fijada a una estaca, pusiste coloradaza, como qué será, hasta tus ore-
lo maneaste a la vaca, y luego acercaste al bece- jas, ¡achic!, se transparentaron con la luz del sol.
rrito a las ubres de su madre para que mamara. Y si hubieras volteado a verme, me hubieras visto
Después de un ratito que estuvo chupando el más rojo todavía. Yo también feo me avergoncé
animalito, lo retiraste para que te dejara exprimir. de lo que te dije.
Pero el becerrito, que le había agarrado gusto Dejando de exprimir, te volteaste a mirar hacia
a la leche, insistía en mamar. No sabiendo qué el cerro, como esperando que me fuera. Pero yo
hacer, lo empujabas con una mano, mientras con no me moví. Quería que algo me contestaras, que
la otra exprimías. Mas el animalito te vencía te algo respondieras a lo que te acababa de decir.
vencía. Viéndote así, afanada, hallé pretexto para Pero no ocurrió. Volviendo a ser la de siempre,
acercarme. todo torcida, levantaste tu balde y a grandes tran-
Óscar Colchado Lucio

Quebrando una rama, llegué a tu junto. Exprime cos te alejaste de mí.

Cordillera Negra
nomás, diciéndote, yo me encargo del becerrito.
Nada me respondiste. Medio jetona te pusiste al Cuando ese sábado tempranito tu taita alistaba
verme. Echaste atrás tu rebozo, que te atajaba, sus cargas para que se fueran ya a Huaylas, desde
y con ambas tus manos empezaste a exprimir. lejitos veía yo el ajetreo en que se hallaban. Todo
[144] [145]
era atolondramiento, nerviosidad; para acá y para tantas veces que le había ayudado. Después de
allá iban tus taitas, tus tías, tus primitos. Quién hacerme el agradecido, pasé derecho a mi cama,
sabe se olvidan esto, quién sabe lo otro, se oía a llorar arropándome duro con las frazadas.
que hablaban. Algunos muchachos de la escuela
también, de puro chismosos, estaban por ahí que Varios años pasaron.
daban vueltas. Yo no me acercaba, temiendo que Una tarde, subiendo al cerro Nahuín Punta,
mis lágrimas me fueran a vencer ahí delante de mientras arreaba la yunta que con mi hermano
todos. Por eso miraba de lejitos nomás, sentado Lupo habíamos comprado, vi que unos peregri-
sobre una pirca. nos venían de subida arreando varios burros con
Un tuktupillín rojito, como si fuera su espíritu de carga. Macatinos seguramente son, diciendo no
ese que maté en el eucalipto, cantó con voz casca- les di mayor importancia. Me acuerdo que dos
da en la punta de un aliso bien ramoso que crecía mujeres avanzaban adelante montadas cada una
ahí al lado de tu casa. Ese mismo ratito, como si en su bestia, y los hombres, a piecito nomás,
te hubiera mandado llamar, asomaste corriendo a venían atrás arreando los animales de carga.
donde yo estaba, puesto tu sombrero nuevo, con Conversando en la noche con mi mamita,
tus trencitas largas al viento y una sonrisa en tus me enteré que eran ustedes que habían llega-
labios que hacía tiempo ya no veía. Pablo, dijiste do. Receloso, sabiendo que estabas señorita y
con voz de cariño llegando a mi lado, dice mi taita vestida medio lujosa, según me dijeron, al otro
que vayas, esperándote está. Así diciendo te regre- día tempranito me fui a la jalca. Ahora que
saste apurada, casi en el mismo momento en que ha vuelto togada, peor qué caso me va hacer,
el tuktupillín volaba hacia la quebrada, detrás de diciendo no quise darte cara. Pero tamaña fue
la hembra que había estado posada ahí cerca sobre mi sorpresa cuando al volver esa tarde matan-
un ruchuco. Era tal vez el ejemplo que me daba el cando mis varillas para la techa de mi casa que
animalito para yo seguirte igual. Pero en vez de eso, junto a la placita estaba levantando, me viniste
Óscar Colchado Lucio

yo preferí alejarme, remontarme al cerro como los a dar el encuentro por la bajada de Escalón, des-

Cordillera Negra
venados, sólo por no verte partir. pués que en mi casa habías preguntado por mí.
En la noche, cuando llegué a mi casa, mi Recién ahí me enteré que siempre siempre me
mamita me enseñó una lampa nueva que había habías estado echando de menos y hasta recado
dejado de regalo tu taita, en pago seguro de las habías mandado una vez con mi hermano Lupo,
[146] [147]
invitándome para tu santo. Él iba cada año a la
fiesta de Huaylas, acompañándose con los de
Rayán; pero nunca me contó que te había visto.
De envidioso seguro, a pesar que yo disimulada-
mente nomás le preguntaba.
Ahora, Floria, tenemos dos guaguas. Al
mayorcito lo has puesto su sobrenombre de
Paliaco, como me decían a mí en la escuela. Tú
y yo nos comprendemos, para qué… Tus taitas
también mucho me estiman. Como dice el verso,
ahora que estás fregada y ya nada puedes hacer,
te confiaré, mujer, un secreto: esa vez, faltando
poco para que se vayan a Huaylas, cuando te
encontré afanada sacando leche de tu vaca, sin
que te dieras cuenta nomás, lo eché a tu balde
el polvito del tuktupillín, y ahora sí lo creo al
Marcial que me dijo riendo, ¿A toda la leche lo
has echao? Ya los fregastes a todos, zonzo; era
sólo a su taza de ella. Bueno, qué se va hacer,
ahora hasta sus viejos te van a querer…
Óscar Colchado Lucio

[148]
Camino de zorro
Intip nos llama

«H a muerto Topa Amaro, taita Katari, tirao


malamente por cuatro caballos de los
chapetones».
¿Cómo?… ¿qué?… ¿quién habló asina?, ¿lo
oí ahora o antes?… lo soñé tal vez… roto tendré
el juicio quién sabe… me privaron en el cepo,
¿no?… y ahora botadito en medio de esta plaza,
boca arriba, con el sol que se llena en mis ojos
como si estuviera lloviendo pétalos amarillos de
amancay, ¿qué nomás hago?… ¿qué hace por
último esa gente allá mirándome, cargaos sus
guaguas las mujeres y los runas también todo
asustados y tristes, con soldados realistas que los
contienen, mientras uno solito, oficial seguro, les
habla como advirtiéndoles algo?… ¡Malhaya no

Cordillera Negra
poder mover mi cuerpo, caracho!, sólo mi cabeza
apenas puedo jugarlo para los costados… Para ese
otro lao hay gente togada, vestidos con casacones
rojos y adornos dorados, como diablos, sentados
[153]
alrededor de una mesa y más allacito una banda después a los de su casta había ido a decirles
de músicos uniformados como para fiesta, y allá que yo Tupaj Katari era dizque un indio ridículo
en la esquinita de la plaza, cerca de la acequia, mala traza a quien no pudo soportar como jefe
algunos chapetones se afanan alrededor de unos de la revolución y que por eso se unía a ellos…
caballos altos que se encabritan y relinchan… Sí, Desde esa vez y más viendo el fracaso de Topa
relinchan como mi bestia cuando por primera Amaro en el Kosko por hacer entrar a cholos,
vez la llevé a orillas del gran Lago y se asustaría negros y blancos en el movimiento, yo decidí en
seguro con las agitadas aguas de la Mamacocha adelante que mi ejército sería sólo de naturales
recibiéndole a este su hijo del Kollasuyo que iba a netos y que era hora ya de renegar de todo lo
pedirle su abogación ante los dioses para acabar que fuese cosa del invasor: costumbres, lengua,
de una vez del todo con los blancos abusadores… vestido y hasta alimentación; por eso nadie debía
Luego que recibí la señal con la alada figura comer ya el pan de los blancos ni beber del agua
de la serpiente Amaru que el rayo estampó en de sus pilas… Con ese pensamiento adentro en
una peña en medio de una tempestad, yo volvía nuestra sangre fue que logramos arrinconarlos a
alegre cabalgando por la altipampa haciéndo- los pukakunkas sitiando por dos veces La Paz. La
los espantar a los lej-lejs y a las pariwanas que primera de ciento nueve días y la otra por más
graznando escapaban del pajonal, volando casi de dos lunas, dejando españoles muertos como
desde las patas del caballo… y volando volando piedras en pedregal y embistiendo también a
yo organicé también a mis hermanos para arre- sus dioses tal como ellos habían hecho con los
meter contra la ciudad de La Paz que la hubiéra- nuestros. Por eso cuando en Oruro viéndonos
mos tomado de no ser porque nos faltó armas y llegar sacaron en procesión su santo, creyendo
hubieron traidores, caracho, que los alertaron a seguro que lo íbamos a respetar, yo ordené que
los blancos a última hora, permitiéndoles orga- lo atropellaran nomás con los caballos y les
nizar su defensa. Entre esos traidores estuvieron metieron cuchillo a sus cargadores… Sí, sí, a sus
Óscar Colchado Lucio

el Mariano Murillo, mi artillero, a quien hice des- cargadores…, pero ¿qué?… ¿qué nomás dice la

Cordillera Negra
pués cortar los brazos y lo mandé al campo de los voz de ese chapetón que está ahí pregonando?…
realistas, y el cura Borda, que fuera mi capellán, ¿Muerte?, ¿escarmiento?, ¿Túpaj Katari?, ¿por
mas cuando descubrí su traición voló como ave qué pues pronuncia mi nombre ese barrigón
negra malagüera escapándose del escarmiento; hocicudo carajo? Ya te voy a dar escarmiento yo
[154] [155]
a vos, so maldesao, para que no hables asina, a ri, con la idea de batallar hasta el último, así
ti y a todos los chapetones que en la mita nos ellos murieran como en de veras ocurrió, pero…
hacían trabajar más que a animales. También ¿qué? ¿Qué están haciendo a mi lado estos mes-
a esos corregidores codiciosos que nos obliga- tizos?, parece que estuvieran amarrándome con
ban a comprar cosas que ningún servicio nos sogas de mis brazos y piernas… pero yo ni sien-
daba a nosotros los naturales: medias de seda to; adormecido estará mi cuerpo… ¿y esas muje-
dizque, hebillas, barajas, anteojos, navajas de res?, ¿por qué lloran cantando?, ¿el aya taki?…
afeitar, como si shaprosos barbudos igual que si soy yo el que va a morir, caracho, no deben
ellos fuéramos nosotros… Hasta candados nos derramar sus lágrimas, ¿por qué pues?… vaya,
vendían, olvidándose los muermos esos que ¿también los hombres lajpirean?… No, no, para
en nosotros era ley: ama sua, no robar… Fue- el Ejército de los runas entonces no los quiero…
ron ellos los que trajeron esas mañas… ¡Vaya!, Los hombres que estuvieron aquí se alejan y los
ahora están sonando los tambores, mientras de tambores de repente dejan de sonar. Un silencio
cuatro caballos puestos en cada esquina de la como si se les hubiera acabado la respiración a
plaza están alargando lazos hacia donde yo me la gente y como si el aire de la plaza se hubiera
hallo… ¿Qué nomás pues están pretendiendo vaciado se…
hacer estos?… ¿A mí?… ¿Cómo a Topa Amaro?… —¡Yaaaaa! ¡Arreeee!…
¡Qué dizque!… Pobre Topa, con harto cariño me ¿Qué?… ¿Quién dijo eso?… Trote de caballos
acuerdo de esa vez que en su casa de Tungasuca que se alejan… ¡Aggghhh! ¡Aggghhh! ¡Ay, cara-
me recibió, luego que yo atravesando el altipla- juuu!… ¡Maulas! ¡Kanras!… ¡Aggghhh! Aggh…
no, fuera a verlo desde mi pueblo de Sicasica. ¿Qué?… ¿Quién es ese hombre que se asoma rien-
Hay que levantar el Kollasuyo, Julián Apaza, me do en medio de ese vocerío que llora? ¡Ah, jajay-
dijo haciendo alusión a mi verdadero nombre, llas, el corregidor de Sicasica es! ¡Gua!, el mismo
hay que hacer fuerza común con Tomás Katari… que nos hacía comprar esas cosas sin valimen-
Óscar Colchado Lucio

Valientoso el rey inca, caracho, lo mismo que to… Detrás de él, formaditos, tantos chapetones

Cordillera Negra
el otro a quien se refería: el gran guerreador vienen… ¿qué nomás querrán?… ¡Ah!, ¿cómo?…
de Chayanta. Orgulloso yo de ambos que me ¿Que les vendamos nuestros ponchitos que los
estaban dando el ejemplo, para mi nombre de tenemos puesto en nuestro encima?… ¿Nuestros
guerra tomé del primero: Topa, y del otro: Kata- chullos también?… ¿Nuestros llanquecitos?… No,
[156] [157]
no; no están en venta, viracochas; nosotros no como ladrido de allko flaco… Con el esfuerzo que
hacemos para vender… hago por fin a su caballo lo estoy deteniendo; los
—¡Vuelvan! ¡A tirar de nuevo! ¡Aún no ha otros también se han parado resoplando, botando
muerto! candela por sus narices…
¿Aún no ha muerto?… ¿quién?… ¿quién —¡Truecen a machetazos la cabeza del indio!
nomás, taita?… ¿El Marino Murillo acaso?… No, ¡Mutílenlo!
pues, él no ha muerto, sólo sus brazos amputa- ¿Mutilar?… ¡ah!, de veras mutilados están mis
dos estaban… ¡Ve!, ahí está de nuevo el traidor brazos, yo nomás había sido que soy el Maria-
ese… ¿A qué viene?… Querrá que le corte las no Murillo… mi propio enemigo, ¡ah, pucha!…
piernas seguro… Todo prosista avanza sin sus pero ¿y los caballos?, ¿qué hago montado en
brazos, chorreando sangre de los muñones… Por esta llama?… Ah, de veras detrás de esa litera
allacito viene el cura Borda también apurando jalada por lindas vicuñas estoy yendo… Ahí van
el paso para emparejarse seguro… ¡Yau!… Ellos dos… sí, son ellos: el rey inca y el guerreador de
no habían sido, sino Topa Amaro con el Tomás Chayanta… Trataré de alcanzarles ahora que mis
Katari más bien… ¡Taita, perdoncito, de otra laya brazos de nuevo están creciendo y parece que
los había visto!… Pero… padre Topa, ¿tuyos son vuelvo a ser yo mismo… ¡Apura, Tupaj Katari!
esos muñones sangrantes?… ¿Quién te cortó los dice uno de ellos volviéndose, ¡Intip nos llama!…
brazos, taita?… yo no fui, ¿de veras?… ¡Te ríes!…, Apuro al animalito y de pronto estoy saltando al
¿no te duele?… ¡Aggghhh!, caracho, ¿quién estira carro de oro, y ellos me ayudan, ¡aúpa!, riendo.
mis brazos y mis piernas?… ¡jajay, ahora están Las vicuñas mientras tanto acaban de elevarse
cosquillándome!, no me hagan reír, hom… Tam- sobre el lago Titicaca y están subiendo, ¡ah,
bores, clarines… ¿dónde dónde tocan?… ¡Ah, jiju- pucha!, en dirección al Sol… Allá lejos sobre los
na!, el Mariano Murillo está arrastrándome a la nevados taita Intip, apartando una nube como
cola del caballo que monta, mientras va arreando quitándose una legaña, nos mira alegroso con su
Óscar Colchado Lucio

manadas de bestias, agitando sus brazos que ojo resplandeciente, y está que nos llama con sus

Cordillera Negra
ahora son tantos y en donde cada mano tiene un manos amarillas, en medio de cantos de acllas
látigo… ¡Agghh! ¡Kanra!, arrastrándome va sobre que están llenándolo de música toda la tierra…
espinas, montes, pedregales, y todavía volteando
volteando está que se ríe, sacudiendo su cuerpo
[158] [159]
El Amaru

S e lo llevó un sacador de polainas, pantalón


de montar y casaca de cuero. Él con los
cholos de sus ayudantes, arreándolo con sus
chicotes, subieron, les vimos, la dura cuesta de
Ayán. Todavía volvió el Píwish, nuestro toro, a
mirarnos, a dejarnos su resentimiento seguro. De
sus ojos grandes y mansos brotaría —¡qué diz-
que no!— alguna lágrima fría, culpando nuestra
ingratitud.
Cuando bramó con su voz gruesa por la curva
de los Sánchez, al pie de los últimos eucaliptos
que crecían a la salida del pueblo, mi mamita y
yo que esperábamos llenos de lágrimas nuestros
ojos, sin poder contener el llanto, nos envolvimos
con nuestro rebozos.

Cordillera Negra
Sólo a mi taita parecía no importarle. Parado
a nuestro lado, simulando que no podía desatar
con la muela el huatu de su llanque, se hacía el
muy hombre.
[161]
—¿Y qué quieren que haga? —le oímos decir Pero nosotros nunca le hicimos caso, sabien-
después amargándose, con ese su feo carácter do lo envidioso que era su hermano, que estaría
que tenía—. ¿Qué quieren que haga, si no hay preocupado seguro, pensando que con el tiempo
más para vender, ahora que se acercan las siem- mi taita llegaría a tener como él su yunta, y que
bras y necesitamos urgente comprar semillas? entonces ya no sería el único proporcionado en
Ni caso le hicimos. Con callarnos se acabaría. el pueblo.
Nuestro odio, nuestro rencor, no necesitaban de Abrazado al cuello de mi toro, sintiendo su
palabras. cuerpo caliente, cuando echado junto a los chi-
Y mientras mi mamita dejando de llorar se clayos comía su pastito, yo le contaba todo lo que
limpiaba sus lágrimas, yo me volví a reparar hacia de él hablaban, no sólo doña Eusebia, sino tam-
abajo, hacia el caminito que subía por la quebra- bién otra gente. Y el Píwish, que asina le pusimos
da, por donde siendo añojito todavía lo hizo su nombre por tener el color de esos pajaritos que
llegar mi taita al Píwish, jalado con una soguita, cantan en las chacras, ¡píwish! ¡píwish!, parecía
diciendo que lo había encontrado haciendo daño atenderme como cristiano que fuera.
en nuestro maíz de Ampojro, y que no lo soltaría Y ahora que lo estábamos viendo perderse tras
hasta que su dueño pagara el perjuicio. Pero en el último cerro, yéndose a morir en algún camal
vez de su dueño, que nunca asomó, doña Euse- de la costa, comprendimos que ya nunca más lo
bia Ponte su hermana de don Rushi que vivía volveríamos a ver. Que en adelante tendríamos
en Minas, dijo que nuestro Píwish era encanto, que poner duro nuestro corazón, para no hacerlo
que mejor lo soltáramos, y lo dejáramos ir antes desgraciado con nuestro llanto, para que su espí-
que fuese a ocurrir algo, porque desde arriba del ritu no vagara perdido por los cerros.
cerro donde ella vivía, lo había visto varias veces
en noches de luna brincotear atrás del corralito Pasarían tres años seguramente, porque tres
de nuestra casa, convertido en un torito de oro veces cosechamos papas, y mi taita decía que las
Óscar Colchado Lucio

que brillaba desparramando luz, y que cruzando papas daban al año. Un día, cómo nomás será, se

Cordillera Negra
chacras corría a zambullirse en ese feo punle que le ocurrió decirnos a mi mamita y a mí, que nos
había pasando La Tranca, y del que decían que alistáramos, para ir dizque a la fiesta de Sihuas,
era mala parte, porque de allí salía de vez en a la celebración de la mamita Virgen de las Nie-
cuando el arco iris. ves. Se nos hizo raro oírle hablar así, a él que
[162] [163]
no le gustaban las fiestas y que siempre andaba Jisho y al cojo Domingo, abriríamos bien los ojos
diciendo que eso se había hecho sólo para los para ver cómo era un torero de a verdad.
haraganes y togados. Pero después nos entera-
mos que no sería a gustarnos ni a gozar a lo que Al otro día sacaron en andas a Mama Nieves, des-
iríamos, sino a vender los sombreros que durante pués que ella misma, según dijeron, bajó dizque
meses estuvo confeccionando los días que no iba de su altar. Ahí fue que la conocimos. Igualita a
a la chacra. sus hermanas: Mama Ñati, del Purhuay; Santa
Clara y la Virgen del Marañón. Mi taita también,
Y verdad, pues, una madrugada salimos del pue- que se hallaba mareadito, quiso cargar el anda;
blo llevando nuestros sombreros en los burros. pero no lo dejaron. «Eso es sólo para los sihua-
Como al mediodía llegamos en medio de ave- sinos —le dijeron estos, pretenciosos—, no para
llanas y bombardas. Las pachacas de todos los los estancieros». Y él, tan coleroso que era, para
caseríos hacían competencia bailando por las no quedar en ridículo ante nuestros paisanos que
calles. Trompeaderas también había por todos estaban presentes, remangándose el sombrero, se
lados. salió de la procesión, diciendo:
A la entradita nomás del pueblo, pusimos —¡No importa, nuestro San Pedro es más mila-
nuestro negocio. Las gentes que iban llegando groso!
de las estancias, lo primerito que hacían antes Y se fue a seguir tomando en la tiendita donde
de poner sus pies en la plaza, era comprar som- estuvo temprano, mientras los shihuancos se
breros nuevos. Así poco a poco fueron saliendo, quedaban hablando amargos.
hasta que llegaron los músicos de la banda de
Saura y nos los compraron todos. Llenecita estaba la plaza esa tarde de la corrida.
Alegre mi taita, ahora sí, dijo, nos quedare- Todas las calles que ahí desembocaban habían
mos hasta la corrida de toros, y mi mamita y yo, sido cerradas con barreras de eucaliptos, detrás
Óscar Colchado Lucio

sintiendo que nuestro corazón bailaba de alegría de las cuales nos hallábamos los de los case-

Cordillera Negra
en nuestro dentro, nos pusimos a pensar en cómo ríos y estancias, apiñaditos. Los del pueblo no
sería esa corrida, donde decían que había toreros queriendo mezclarse con nosotros, se hallaban
de la costa, con luces en sus trajes. Nosotros que amontonados alrededor del Consejo, mientras los
en nuestras fiestas sólo habíamos visto torear al más decentes, los hacendados o sus familias, bien
[164] [165]
sentados en sus sillas, miraban desde los balco- baja y, saltando entre la gente que acababa de
nes de sus casas altas, de dos pisos. desparramarse gritando, como un viento lo vimos
Empezó el desfile de las autoridades, acom- irse de subida, sorteando casas, cruzando huertas,
pañadas por la banda. Desde los balcones las saltando pircas, entre el alboroto de los perros.
togadas les echaban flores. Ahí fue que salieron —¡Píwish! ¡Píwish! —corría yo, por su tras,
a desfilar también los toreros, ¡achallau!, lindo gritando, llamándolo.
brillaban de veras sus ropas y andaban prosistas, Hasta que se acabó mi aliento y me senté ahí
saludando con su gorra levantada al público que en la calle a llorar, viéndolos tirados, muertos, a
con ganas los aplaudían. los perros que habían salido a ladrarlo.
Asustados llegaron mis taitas, tras por tras.
Salió primero un torito de la hacienda Maray- —¿Lo has visto bien, hija?, ¿el Píwish era?
bamba, que más fue lo que se pasó corretean- Sí, decía nomás yo, moviendo mi cabeza, sin
do por la plaza que los toreros se afanaran en apartar mis manos de mi cara; mientras me pare-
torearlo; sólo una o dos suertecitas le sacaron. cía estarlo oyendo apenitas sus bramidos, como
Después salió otro, un barroso más bravo de la llamándome a la distancia.
hacienda Urcón, que les dio harto trabajo y susto
a los toreadores. Hasta que después, cuando lo Cuando mis taitas se fueron a preguntar a los
volvían al borroso, hubo alboroto en la reja por vaqueros de la Virgen; estos, todo intrigados,
donde entraban los animales a la plaza: un toro decían que no lo habían visto venir entropado
tamañazo, color de la candela, tumbando la reja entre los animales que bajaron de la puna, y
y, atropellándolos a los vaqueros, saltó a la plaza que por el número los chúcaros estaban com-
y se plantó en medio, donde se puso a rascar la pletos; que más bien al amanecer, cuando lo
tierra levantando polvo con sus pezuñas, mien- vieron entropado con el resto en el corralón
tras bramaba con qué rabia, babeando todavía, del Concejo, pensaron que algún hacendado lo
Óscar Colchado Lucio

mirando a los balcones donde estaban los toga- había hecho traer desde sus invernes para toro

Cordillera Negra
dos. Ahí fue que lo reconocimos: de muerte, por lo tremendazo que era; pero no,
—¡El Píwish! los mismos hacendados estaban preguntando
Ni bien oyó pronunciar su nombre, pegó la ahora por su dueño, sin que nadie dijera que
carrera por un lugar donde la barrera estaba más fuera suyo.
[166] [167]
Cuando nos volvimos de nuevo a nuestro pueblo, los alrededores. Entonces es cuando gustándo-
yo no dejaba de pensar en el Píwish, lloraba y nos estamos de los animales que vienen a tomar
lloraba sin que pudieran consolarme mis taitas. agua a la laguna o viendo volar a los lics-lics,
En las noches empecé también a soñarlo seguido las wachwas o las pariwanas, mientras el viento
seguido: dejando de remover con el asta y los silba en los pajonales.
cascos la tierra de los alrededores de una laguna, —Píwish —le digo acordándome de esa vez que
yo escuchaba clarito que el Píwish me hablaba se lo llevaron de mi pueblo—, ¿cómo fue que te
con voz de cristiano: libraste del sacador y sus ayudantes cuando te
—Soy el Amaru, removiendo los cimientos de llevaban a los camales de la costa?
esta laguna estoy. Para que se lo tape a Sihuas, Abre su boca, como riendo, y me dice:
ese pueblo de pretenciosos donde tienen sus —Los desbarranqué a todos en el Cañón del
casas los hacendados. Después que eso ocurra, Ayahuarco.
voy a bajar a tu pueblo para irnos a otro lugar. Agarrándolo de su cadena de oro, de noche,
en plena luna, salimos a pasear por los campos,
Una noche asomó bramando, cuando las quebra- y a veces no puedo sujetarlo cuando, haciéndose
ditas que pasaban por ambos lados del pueblo soltar, se va corriendo hacia abajo, a los pas-
tronaban arrastrando piedras en medio de la tizales, donde las vacas lo esperan con la cola
mangada. En la mañanita oí decir que un alu- levantada.
vión había arrasado el pueblo de Sihuas, y desde
entonces yo esperaba su llegada.
Aprovechando que mis taitas dormían ron-
cando todavía en su cama de pellejos, bonito
nomás yo me levanté, mientras el Píwish, impa-
ciente, me esperaba ahí afuerita orejeando.
Óscar Colchado Lucio

Cordillera Negra
Ahora el Píwish y yo vivimos en el fondo de una
laguna que está encima de un pueblo de la Cor-
dillera Blanca. Sólo a veces salimos en el día a
reparar afuera, cuidando que no haya gente por
[168] [169]
En el cañón del Ayahuarco

Cuando alguien se duerme con


harta sed, su cabeza dizque a la
medianoche se desprende de su
cuerpo y vuela buscando agua,
gritando: ¡kekeq! ¡kekeq! ¡kekeq!

A pucha esa sed que me atormentaba esa vez


que bajaba yo a Huaylillas arreando mis
burros cargados de mote, papas, habas, para
cambiar por coca en Ucramarca. Rendido como
estaba llegué hasta una cueva y rápido rápido
tendí mis costalitos para dormir.
Ahí fue, hijo, que cuando Rumaldo Matos
dormía, llegó haciendo sonar, ¡shin!, ¡shin!, las
espuelas de sus botas el terrible nakak, el pis-
htako del temple, a quien varios arrieros decían
haberlo visto pasearse agarrado su alfanje entre
los naranjos y chirimoyos. Se reiría viéndolo al

Cordillera Negra
pobre hombre dormido ahí todo inocente, y de
un tajo le volaría la cabeza: ya tenía de donde
sacar untu o grasa para vender en las minas de la
Paccha y Parcoy.
[171]
Me acuerdo que mi cabeza, dando saltos, un susto, gritando como otras veces, ¡Kekeq!
empezó a rodar por una ladera llena de shishu y ¡kekeq! ¡kekeq!
cortaderas, ¡tac pum! ¡tac pum! ¡tac pum! sonan- ¡Achachay, Filli! ¡Viene! ¡Viene! Agarra ese
do. La sed que me atormentaba era para morirse. palo mientras busco espinas, eso lo espanta.
Me enredé en una chonta, pero logré zafarme Tírale con piedra, mejor, o si no con tu llanque
felizmente. ¡A pucha! haciendo un esfuerzo me del pie izquierdo; eso dizque les hace caer.
di cuenta de que podía elevarme y mantenerme ¡Vaya! Es Fidencio Taulli con doña Cutilde,
en el aire. ¡Achallau!, bonito era volar… Endere- su mujer. Ya se fregaron, caracho, sobre todo
zando enderezando logré enfilar derecho hacia la el viejo que me tiene amenazado porque tengo
encañada, donde encontré, menos mal, un poco relaciones con su hija, la Agustina Taulli, con
de agua, que aunque formaba fango, qué impor- marido y dos hijos: Lo voy avisar al Medardo,
ta, así barro y todo me la tomé hasta hartarme. mi yerno, qué te has creído sinvergüenza, me ha
Luego de eso, hoy sí, dije, voy rápido nomás dicho el otro día intentando garrotearme después
por mi cuerpo. Así diciendo me elevé de nuevo de haberla dejado a su hija verde verde con los
por los aires en la que me entró ganas de gritar, golpes; pero ahora se ha fregado, caracho, no
¡Kekeq! ¡kekeq! ¡kekeq!, mientras me desviaba un sabe el susto que le voy a dar metiéndome entre
poco de la ladera por donde bajé, y tuve que subir sus piernas, aprovechando que la vieja buscando
más allá por la vuelta a fin de no enredarme de está por gusto tankar quishka, esa mata de espi-
nuevo en las chontas. Arriba la luna alumbraba, nas en la que hacen enredarse dizque al kekeq…Y
¡achic!, paseándose como una pasñacha vestida ahí voy de frente a atacarlo al viejo, pero… ¡ay!,
de blanco, haciéndome ver más allá un camino ¿qué?… me alcanzó el maldesao con su llanque,
por donde avanzaban dos personas, a piecito y estoy cayendo.
nomás, cargaditos sus quipes… Iba a pasarme El kekeq dizque cayó de nariz, hijo, al lado de
de largo hacia arriba, cuando en eso lo veo que los dos viejos, todo tonteado, sin poder alzarse
Óscar Colchado Lucio

uno de ellos me señala y que después ambos se de nuevo; entonces don Filli, levantando una

Cordillera Negra
persignan vueltas y vueltas, deteniéndose. Eso tremenda piedra que estaba botada ahí al lado del
me dio cólera. Qué pues, yo soy demonio o qué camino, se acercó a darle con eso.
para que así tanto ya se santigüen diciendo, me ¡No me mates, Fidencio!, no me tires con esa
fui derechito sin otra intención que darles sólo piedra, ¡volveré a mi cuerpo sin hacerles daño!
[172] [173]
El kekeq o uma pawan (cabeza voladora), La cabeza voladora se asustó, hijo, al llegar a
como también les dicen, dizque suplicaba, hijo, la cueva y encontrar su cuerpo al fondo, colga-
al verlo que el hombre se disponía a arrojarle do de unos ganchos, derritiéndose gota a gota,
la piedra. En vano fue su súplica, el otro le sobre una paila de cobre, por el calor de unas
arrojó nomás. Por suerte no le cayó, haciendo ceras encendidas. Asustado malamente, gritando
un esfuerzo se había ladeado un poquito y el ¡kekeq! ¡kekeq! ¡kekeq! dicen que salió.
golpe sólo lo hizo estremecer el suelo. Corrien- ¿Qué cosa?, ¿qué es eso?, dije oyendo algo
do fue don Filli a alzar de nuevo la piedra; como graznidos que salían de la cueva cuando
pero fue su mujer, doña Cutilde, quien lo atajó regresaba de lavar mi alfanje y las manchas de
entonces. sangre que habían chispeado a mi ropa. En eso
¡Déjalo, Filli!, ¡no lo mates! puede ser mala- lo veo que se viene volando hacia mí el aya uma,
güero. Señálalo más bien su frente con esta pie- la cabeza del muerto, que yo pensaba tirada por
dra filuda para reconocerlo mañana; tiene que ahí y de la que me ocuparía más tarde todavía
ser alguien del pueblo, aunque su cara está de enterrándola con los demás restos que no me ser-
tierra, su voz parece conocida. vían. Pero al verla que se venía derechito hacia
Pero el viejo maldesao no pudo señalarme, mí, castigo del Orko, el dios cerro, seguramente
porque ahí nomás, ¡pharr! ¡pharr!, logré incorpo- diciendo me lancé a la carrera por esa bajada
rarme y alzar el vuelo sobre sus cabezas. sin tener en cuenta que por ahí cerca estaba
¡No importa, Filli! Mañana en su cuello de el precipicio. El kekeq se hallaba ya casi en mi
alguien veremos la marca roja que queda señalao encima y yo sin poder detenerme, ¡Ayyyy!, di un
al unirse la cabeza con el cuerpo; ahí lo recono- grito cayendo al vacío…, pero no llegué al fondo,
ceremos. porque a media pendiente nomás, en una peña
Todo adolorido, latiéndome los sentidos, vola- saliente, quedé colgado con mi pierna atracada
ba yo hacia la cueva donde quedó mi cuerpo, en un grieta y el resto de mi cuerpo flotando
Óscar Colchado Lucio

pensando en la venganza cuando volviera a ser en el aire, sin poder ni cómo soltarme… De todo

Cordillera Negra
Rumaldo Matos… Lejos, sobre el abismo, pasaron esto hace ya mucho tiempo, y aquí mismo sigo.
unos chushacs, esas aves nocturnas que, según La gente que pasa por abajo, por el caminito del
dicen, a veces acompañan a los kekeqs; pero fondo, cruzando la quebrada, ha puesto su nom-
menos mal a mí no se me acercaron. bre a este lugar: el Cañón del Ayahuarco, o del
[174] [175]
muerto colgado, y dicen también que peno. Eso
dirán seguro, oyendo el grito que lanzó algunas
Los dos santiagos
noches cuando al abrir mis ojos lo veo pasar
de un de repente, cerca o lejos, al kekeq, que al
oírme, asustándose también, ¡tac pum! ¡tac pum!
¡tac pum! escapa sonando…
Estás triste, lloras,
y no sabes que a cambio
de tu pobre cuerpo
te darán la vida eterna

A quí nomás pues estamos, cholo, sentaditos


en el poyo de tu casa, bien envueltos con
nuestros ponchos, rogando por tu descanso.
Una semana ya. De día las mujeres, de noche
los hombres, nos hallamos acompañando.
Ahora ellas duermen.
Nosotros también, rendidos del trabajo en la
chacra, por ratos cabeceamos.
Hace un rato nomás, despertándose, alguien
ha dicho:
—¡Miren! ¡Miren! ¡Ahí va el Shanti!
Todo tonteaos, abriendo nuestros ojos, te
Óscar Colchado Lucio

hemos visto de veras montado en una bestia bien

Cordillera Negra
jateada, cabalgando medio en el aire nomás, con
poncho blanco y sombrero, todo prosista, iguali-
to como cuando alquilabas caballo de los propor-
cionaos para tomar parte en la corrida de cintas
[176] [177]
de las fiestas de taita Santiago. ¡Ah, caray, hom!, en las fiestas, sacando cara por él, cuando
hemos dicho, masque mírenlo pues su gracia a borrachos los de otros pueblos alegaban
este cholo: nosotros aquí cuidándolo, de frío, que sus santos o sus vírgenes eran más
todo encogidos, y él paseándose, tirando prosa; milagrosos.
habrase visto. Ah, pucha, recoger sus pasos en
buena bestia; eso sí que es un lujo. Diciendo Ahora tus ojos están abiertos, Shanti, y estás con-
asina, medio hemos querido reírnos; cuando en versando; pero no con nosotros, sino con alguien
eso, clarito, a la luz de la luna, lo hemos visto a a quien no vemos. Por lo que dices, nos damos
taita Santiago, montando en su caballo blanco, cuenta que a quien te diriges es a tu hermano
con aperos que relumbran todavía, salir de entre Miguel, el pobre finadito que hace tantos años
los eucaliptos de la quebrada y emparejarse con- ya se acabó en Cóndor Cerro, esa vez que reven-
tigo, Shanti, para acompañarte seguro en tu viaje taron los calambucos cuando abrían carretera, y
a la otra vida. Qué suerte la de este cholo, hemos en donde murieron tantos «enganchados», des-
dicho, hasta el taita se ofrece acompañarlo, y pedazados malamente. Allau, pobre Miguicho, a
él, véanlo pues, haciéndose aquí el de rogar; no hacerte compañía en tu viaje a la otra vida habrá
tendrá su juicio este taimado, hom… venido seguro, sin saber que tú estás bien prote-
Dejándonos de bromas, Shanti, ya es hora que gido por el mismo Taita. Pero será bueno que no
acabes de morirte; tienes que resignarte, cholo. le hagas esperar demasiado, aburriéndose podría
dejarte. Ya doña Filomena también te perdonó de
—Mamita, ¿ya duermes?, masque chaparas lo que le faltaste cuando te gritó esa vez que en
por está hendijita: dos caballeros montados su ausencia te lo habías cortado su eucalipto de
en sus bestias están yéndose por allacito. detrás de su casa. Quién sabe por esa deuda que
—Sí, hijito, ya sé oyendo estoy a los tiene con ella no podrá morir diciendo fue que la
acompañantes que parlan en el corredor hicimos venir. Tu compadre Elaco también, que
Óscar Colchado Lucio

cerca de tu taita. ¡Achachay!, no mires; andaba corrido corrido nomás de ti, desde esa

Cordillera Negra
puede ser malo. Uno de ellos dizque es vez que hallándose bien mareado había aprove-
pues tu taita y el otro el patrón Santiago. chado para darte una pateadura por meterte con
Vaya, este se habrá acordado seguro que su querida, ya ayer en la tarde te pidió disculpas,
el Shanti, tu padre, se trompeaba todavía y tú, de buen grado, le disculpaste. ¿Ves?, ya todo
[178] [179]
está en paz ahora. Todos los del pueblo hemos única callecita, sepa que aquí mismo es donde
aportado también para el huañuy ayni, la ayudi- hay un cristiano aguardándolo, esperando sus
ta de los comuneros para los que sufren atraso. servicios.
Algunos le hemos alcanzado a tu mujer comidita
en crudo; otros, cocinada, para que dé de comer —Mamita, tengo miedo verlo asomarse
a los que vienen a verte en el día, y trago para mañana al Despenador. Una vez ya lo he
los huallquis que han de acompañarte de noche. visto en la plaza de Huancarrumi, cuando
Velitas también hemos dado, tantas ya, hasta los wambras tuvimos que echar flores a
nuestros últimos cabitos, para cumplir con nues- esos tres moribundos que los trajeron en
tra costumbre de no dejar jamás en la oscuridad kirma desde Aliso, antes que ese hombre,
o en la penumbra a un moribundo; porque si no, que es la misma muerte, los despenara.
Shanti, el shapirote, el maligno, puede llevárselo Su cara comida por la uta, su nariz por
tu espíritu. desaparecerse ya, su cabeza también como
La pobre Imicha también, tu mujer y tu cho- una choza, llena de liendres, y su cuerpo
lito, resignados ya, viendo que no hay salvación medio corcovado apoyado en esa horque-
para ti, según les ha hecho ver el laika, el brujo ta que lo ayuda a afirmarse en su cojera,
curandero, lo han suplicado a este para que vaya harto miedo me da, mamita.
a verlo de una vez al ayudante de la muerte, al —A todos nos da miedo, hijo. De veras,
Despenador que vive arriba en la gruta de Huam- es la misma muerte que se asoma. Hasta
pucallán, en ese sitio solitario por donde sólo los perros enmudecen viéndolo; pero él es
los zorros andan, a fin de que venga mañana al el único que puede darle su descanso a tu
mediodía a ayudarte a morir, Shanti, hom, por si taita.
siguieras resistiéndote. Llevando una botella de
aguardiente, una chuspita de coca, alimentos y Apenas el Despenador asome por la lomita de
Óscar Colchado Lucio

una llacolla negra, esa manta de bayeta que es Llamacunca, Shanti, por donde debe venir, todos

Cordillera Negra
luto, se ha ido el laika a dejarlo ahí como pago nos esconderemos para que el pueblo quede en
u ofrenda. Un retazo de esa misma tela mañana silencio y él partiendo piedras con sus rodi-
tempranito vamos a colgar aquí en la puerta de llas, avance decidido a cumplir con su trabajo.
tu casa, para que asomándose el verdugo por la Llegando a la choza se sentará en este mismo
[180] [181]
poyo donde varios estamos descansando, tomará tu taita mucho le gustaba montarlo y que
algunos tragos de aguardiente, picchará su coca murió atrás en nuestro corral, ahorcándose
hasta que se haga ya tardecito o hasta la noche con su propia soga, una noche que nos
quién sabe, y de ahí sí entrará en tu cuarto, mien- encargó su dueño.
tras nosotros rodeamos la casa, entre las agudas —¿Qué andarán haciendo que no se
voces de las mujeres tocadas de llacollas negras, van?
entonando el canto de la Muerte Piadosa. —Recogiendo sus pasos estará tu taita,
El Despenador, adentro, te preguntará, Shanti, hijo, despidiéndose también del pueblo
si de veras no puedes morir y si estás todavía en seguro. Pero… escucha… ahora sí parece
tu conocimiento. Le dirás, cholo, que es cierto, que de veras se alejan al galope, los oigo
que no puedes. Que te ayude. Y ahí verás, hom, como irse entre el viento que silba alboro-
cómo después de rociar tu cuerpo con esencias tando los eucaliptos.
que sólo él sabe de qué son, se pondrá a beber en
la tapa del cráneo de un niño, quizá aguardiente, ¡Shanti, hom!, ahora sí el taita va apurado, y
quizá la esencia misma, brindando dizque por la estamos viendo que tú medio te retrasas, que-
gloria de estar vivos. Seguidamente, cholo, arro- riéndote volver capaz. No, pues, cholo, cómo; el
jándote una venda negra sobre los ojos, brincará patrón puede enfadarse si se da cuenta de que no
sobre tu cuerpo, y metiéndote la punta de su quieres ir. Ya sabes cómo es él cuando se enfada:
poncho en la boca, mientras que con su enorme en plena lluvia cabalga entre las nubes y con su
rodilla te aplasta haciéndolo saltar tu corazón, espada hace que revienten truenos y salten rayos,
quebrando tus costillas, te librará por fin de produciendo desgracias a veces. Si lo desobede-
tanto sufrimiento, Samacuy, cristiano, diciéndo- ces nos castigará de repente con aguaceros segui-
te, descansa en paz. ditos que malograrán las sementeras, como ese
año que se enojó porque le hicimos una fiestecita
Óscar Colchado Lucio

—¿Oyes, mamita?, de nuevo se escucha el de mala muerte, ¿recuerdas?… No, pues, Shan-

Cordillera Negra
tropel. ti, hom, esa maldad no nos hagas. Date cuenta
—Son ellos mismos, hijo, los estoy que para ti puede ser peor todavía, si al Taita,
conociendo por el trote del Frontino, ese de cólera por lo retobao que eres, se le ocurre
caballazo de don Telésforo Vergaray que a abandonarte en un sitio feo: una encañada, un
[182] [183]
desfiladero, donde el maligno vaya a cargarte. acordar que mejor entre todos, dándonos valor,
No, hombre, ni hablar, ahí sí ni con cien misas vamos a agarrar la llacolla negra y tapando tu
podríamos librarte. nariz, tu boca, te vamos a quitar el aire, y cuando
mañana asome el ayudante de la muerte, le dire-
—Otra vez el ruido de los cascos, mamita, mos que buenamente te quisiste ir y ya no tuviste
pero de uno solo nomás ya; algo se habrá paciencia de esperarlo.
olvidado mi taita por eso vuelve.
—No, hijo, el tropel no viene, va; es
Miguel que se aleja.

¿Ves, Shanti?, tu mujer acaba de decirnos que


Miguel también ya partió; pero no hacia arriba
por donde van ustedes, sino de bajada por el
camino del río. Amargo se estará yendo el pobre,
renegando lo terco que eres.
Arriba, en el alto de Chullín, vemos que te
has plantado, y que estás ahí sin hacer caso a las
señas que con el sombrero en la mano te hace el
Taita.
Está visto que por nada quieres irte, y en
esto ni tu mujer siquiera te da la razón, Shanti.
Poquito falta para que el Taita se enoje y te dé tu
castigo. Vaya terco que eres, hom. Ahora esperar
a que amanezca y llegue recién al mediodía el
Óscar Colchado Lucio

Despenador, sería arriesgarse a que taita Santia-

Cordillera Negra
go nos castigue a todos, como que es el mismo
katekilla según dicen, el dios que con su divina
waraka causaba truenos y relámpagos. Esto no
lo habíamos pensado, hom; por eso acabamos de
[184] [185]
Tuerto enamorao

A hí va el Miguel Ichpas, masque lo miraran.


Tuerto animal, véanlo pues su traza. Enamorao
dizque teniendo tantos hijos. Padrillo carajo. A las
pobres viudas las hace faltar todavía y hasta con
las mujeres casadas dicen que se mete.
Si pudieran ver desde esta lomita, ahora que
ya está oscureciendo, lo verían bien montado en
su macho, echado atrás su sombrero, envuelto el
cuello con su chalina.
Ya está entrando en la quebrada, con poca
agua estos días, que baja cantando, atorándose
con las piedras. Y mañana, mañana, luego de ver
a su querida, a arrear esa punta de reses desde la
puna, bajar después a Sihuas y enrumbar ense-
guida a la costa.

Cordillera Negra
¿Un bulto de persona creo que avanza subien-
do la cuesta de la otra banda?… ¿Quién nomás
pues a estas horas, en que ya nadie camina por
estos lugares sabiendo que es mala parte?
[187]
Apura su bestia. pierna llena de pelos como del chivo, y más peor:
Mujer parece. Tuerto Miguel mañoso, tendrás remata en una pata de gallo… Ese ratito en que
pues que respetarla, ¡qué dizque no! él, asustado, no sabe qué hacer, Justina agranda
Ya en su tras, como si no hubiera oído el trote, su risa que se hace carcajada y, como jugando,
recién ella se vuelve. de un jalón lo hace caer al Miguel al suelo, al pie
—¡Justina!, ¡¿qué haces andando a estas horas?! de su mula.
La mujer del huishto Moshe andando a estas —¡Santo ángel de mi guarda! ¡Jesús! ¿Qué es
horas y por estos lugares. ¡Vaya!, justo cuando esto?
ibas a verla, ahora que sabes que su marido se Ahora el maligno se le va acercando, dejando
halla por Rágash. de huajayllarse.
—¡Gua!… ¿Miguel serás? —¡A ver, pues, yo soy tu casera, so atrasador!,
—Te pregunto de dónde vienes. ¿por qué no te acuestas conmigo?
Lleva grama para cuy cargada en su lliclla, Sus dientes de purito oro relumbran mientras
¿no ves? mueve su boca hablando.
Bueno, pues, si así era… subiera a la mula, la Viéndolo que ya está por empuñarlo, valien-
enancaría. ¿De veras no estaba el huishto? De toso el tuerto, mentao como era en los duelos
veras. Y al tuerto brillándole el ojo sano, subién- con machete, apuradamente saca su cuchillo
dole la calentura al cuerpo, ahora que ella se para defenderse, y ahora estás que apuñalas por
abraza a su cintura, mientras la mula, caracho, todos lados, yéndote sobre la mula, atrás de la
¿qué tiene?; se pone mañosa, corcovea. cual está que se escuda el maligno, sin dejar de
Al fin un riendazo la hace enfilar derecho, hacerte zumba:
y ya están asomando a la lomita, y el tuerto —¡Tuerto! ¡ji ji ji! ¡Tuerto! ¡ji ji ji!
que ya no ve las horas de tumbarla a la china. Jugando está con el tuerto hasta cansarlo
Levantándole la pollera, ha puesto su mano en seguro, y si él con sus dos ojos mirara, vería que
Óscar Colchado Lucio

la nalga; pero en vez de hallarla tibiecita, suave, a su mula nomás está que la punza.

Cordillera Negra
como él quiere, la siente cubierta de vellosidad. ¡Ay, caracho!, casi al borde del precipicio
Ella, bien prendida atrás, está que ríe como si le están ya, y el tuerto, asustado, sabe por demás
hiciera cosquillas. Qué, caracho, ¿esto era pelo o que al otro nada le hacen las cuchilladas, y está
qué? El tuerto voltea a mirar, y de veras es una más bien que lo cerca…
[188] [189]
De un de repente, se oye un grito tan fuerte —¿Tú? ¿Y a qué? ¿Se puede saber?
que los perros que cuidan una majada bien arri- Y el paruchito: a dormir con ella, pues, ¡jajay!,
ba, empiezan a ladrar sobresaltados, y ahora don ahora que no estaba su marido.
Miguel Rupishto y sus hijos están corriendo por Así diciendo le arrebata de sorpresa la botella
esa bajada, mientras el enemigo oyendo el tropel al tuerto y, ¡ploc ploc ploc!, se lo tira el huashco
empieza a retirarse a retirarse… pero… casi hasta la mitad.
El tuerto revienta:
…No dizque asina como hemos contado fue, sino —¡Oye, so carajo, ahorita me vas a decir quién
de otra laya, así como en seguida vamos a referir; mierda eres!…
masque escuchen oiganes: Y el otro, remedándolo:
Tuerto, carajo. Véanlo pues aquí de nuevo —¡Oye, so carajo, ahorita me vas a decir quién
cabalgando… Borracho está yendo a ver a su mierda eres!
querida, a su mujer del huishto Moshe. Acaba de —¿Cómo?
pasar la quebrada, y el tuerto destapa una botella —¿Cómo?
de huashco que enterita la traía en su alforja. Ya —Ah, conque remedoncito también eras —des-
está de nochito. En eso que está avanzando al montando el tuerto, sacando su puñal de la alforja.
trote al trote, ve de pronto a su lado a un hombre Y el paruchito:
que no había visto antes que a piecito nomás, —Ah, con que remedoncito también eras.
junto junto con su bestia está yendo. ¿Qué cosa? El puñal del tuerto relumbra bajo la luna que
¿Y de dónde salió este? Parucho seguro era. Ahí acaba de salir tras los cerros, mientras el paru-
estaba ve, su poncho oque y su sombrero de lana, chito acaba de quitarse el poncho y el sombrero,
tal como usan los de Parobamba Chico. quedándose en camisita de tocuyo y pantalón de
—Hola, amigo, ¿adónde bueno? bayeta: con que pelea querías, ¿no?… A ver, pues,
—Aquicito nomás, taita, a la vueltita del cerro. dizque le entraras, tuerto, haciendo sus puñetes,
Óscar Colchado Lucio

—¿Conoces al Moshe? Por allí vive. bien cuadrado.

Cordillera Negra
—Sí, taita, a su mujer justamente estoy yendo —¿Pelea? ¡Voy a matarte!
a verla, a la Justina. Vamos, le entraras, hom, sin hablar mucho
El tuerto que ya iba a echar un trago, se queda nomás. Un cuchillazo. ¡Jayayllas!, nada, mal cál-
con la botella en la mano. culo, hom. Otro cuchillazo, tampoco…
[190] [191]
El tuerto está que bota chispas por su único Así diciendo se va acercando más y más al
ojo. Nunca nadie se ha burlado de él, carajo. tuerto que, espantado por demás, sigue retroce-
El paruchito se escuda ahora tras la mula, sin diendo. De pronto, se oye un grito que raja el
dejar de reírse, de hacerte zumba: una puñalada, silencio, haciendo que se alboroten los perros
otra, hoy sí le diste; pero él como si nada, riéndo- de don Miguel Rupishto que está arriba en su
se nomás, más bien la mula se desangra. majada con sus hijos con los que está bajando a
—Vamos, di ¿quién eres? —jadeando el tuerto, la carrera… Pero…
su pelo chorreado sobre su frente, empapadito de
sudor. …Asina tampoco dizque había sido, sino como
—¿Yo?, ven más acá para decirte, ven. recién vamos a contar.
Llamándolo llamándolo con la mano retroce- Otra vuelta el tuerto enamorao, carajo, avan-
de luego de apartarse de la mula. De un brinco zando por el camino de la quebrada, pero no
el tuerto se pone casi en su delante. Ahora sí se montado, sino llevando a su macho por el bozal,
fregó, carajo. No hay dónde se escude… Pero el ahora que van a cruzar la quebrada, que está
otro: medio cargada de lo que llovió en la mañana…
—¡Ven! ¡Ven! —sin dejar de retroceder—. ¿Quie- Acaban de atravesarla, y ya están subiendo
res saber quién soy? la cuestita del otro lado. En eso, un zorrillo,
Y sin esperar respuesta: saliendo de un de repente de entre el roquerío,
—Mira mi pie como del huishto Moshe. se viene de frente a embestirlo al tuerto, hacien-
El tuerto abre bien su único ojo, y en vez do respingar a la mula. Amargo el tuerto, palo,
de una pierna huejra como la del Moshe, ve las piedra, dónde hay carajo… Toma toma animal de
patas de gallo del enemigo, y que se hallan jun- mierda, con shinguá por el hocico. Pero nada, el
tito ya al abismo. animal sigue atacando, en tanto la mula está que
—¡Santo ángel de mi guarda! da vueltas asustada. Por ratitos retrocede el añás
Óscar Colchado Lucio

—Ah, so guapito, ¿no? —el shapingo da un cada que el tuerto le asesta un golpe… y mientras

Cordillera Negra
salto y es el tuerto quien está ahora al filito busca una kurpa, con el que mueren dizque, un
mismo del precipicio—. Con que ahora sí llamas chorro de orín le dispara a su pobre ojito sano, y
al ángel de tu guarda, tú el atrasador de inocen- el tuerto con ganas de pegar un grito, se defiende
tes maridos… a patadas, enceguecido… y después, tanteando
[192] [193]
tanteando encuentra por fin el terrón, y hoy sí te esa bajada con sus hijos y sus perros… Pero…
fregaste animal de mierda, abre su ojo buscando asina tampoco de repente fue…
apuntarlo; pero en eso se da cuenta que no es el
añás el que está esperándolo para soltarle otro …La verdad la verdad es que no sabemos bien
chorro, sino un caballero elegante que más bien cómo sería, lo único que podemos atestiguar,
parado está que lo mira burloso. Ah, so guapito, oiganes, es que al otro día, los que iban a la puna
¿no?, con los animalitos indefensos te metías a dar sal a sus animales, se encontraron con don
y con las mujeres mañosas, pues ahora te has Miguel Rupishto que les dijo que al tuerto Miguel,
fregado, caracho, te la vas a ver con un hombre. su tocayo, lo habían hallado al fondo del barran-
Al ver que el otro se le está viniendo de frente co sin ojos y sin lengua, con un huequito en la
a atacarlo, el tuerto lo único que hace es sacar cabeza como si le hubieran sorbido los sesos, y si
su puñal y enfrentarse. Su cabeza se llena de querían ver a su mula, todavía correteaba como
preguntas: ¿de dónde salió?, ¿escondido estaría alocada por la quebrada con el cuerpo tasajeado,
detrás de las rocas?, ¿pishtaco sería?, ¿el huishto y que la alforjita que llevaba la recuperaron, lo
lo habría mandado?, y ¿el añás?, ¿él mismo era mismo que el puñal: limpio, sin sangre…
el añás?… El hombre hace quites a las puñaladas
del tuerto, aun cuando él clarito ve que lo punza,
pero no ha de ser, porque aquel está como con
mal de risa y no deja de hacerle zumba:
—¡Tuerto, ji ji ji! ¡Tuerto, ji ji ji!
Ya estaban al borde del precipicio, y el hom-
bre, que retrocedía, da un raro salto y aparece
pronto detrás del tuerto, que está ya al filito
mismo; y es ahí cuando este al voltear se fija
Óscar Colchado Lucio

en las patas de gallo del enemigo, coloreando a

Cordillera Negra
la luz de la luna. Da un paso más para atrás, en
tanto pronuncia el nombre del santo ángel de su
guarda, y es un grito el que se oye remedado por
los cerros… Y es cuando Miguel Rupishto corre
[194] [195]
Amor bajo el naranjo

—Ella era su casera del cura, hija;


por eso su castigo sería vagar
en las noches convertida en
nina mula, mula de candela…

S ólo su sotana viejita, desteñida, es la única


prenda que guardo de vos, don Ramón.
Ah, de veras también, esa plata brillante que
dejaste enterrada bajo el naranjo, libras esterli-
nas diciendo, y que ahí seguirá tapadita seguro
porque para nada la he tocado. Ramón, el que
fue cura en Nicrupampa, ahora está en la loma
de los eucaliptos bañado por la luna, pegadito
su oído a uno de los árboles, oyéndote galopar
nina mula. ¿Ella será? ¿Podrá la pobre cruzar las
callecitas empedradas del pueblo sin que la vean
y la marquen? Preocupado se aleja un ratito del
árbol, mientras el viento chicotea feo su ralo

Cordillera Negra
pelo de tonsurado, haciéndolo alborotar como
a los tallitos de ichu recién cortado. ¿Viniendo
estará? Ojalá nomás no la detenga alguna tije-
ra abierta sobre el camino. Ya estaban en luna
[197]
nueva, ya debía venir. Pero ahora sí, piensa supe que habías muerto en ese sitio silencioso,
él, mirando calmoso la soledad de los campos, en esa fea hoyada sembrada de eucaliptos donde
ahora sí debe venirse para siempre a estar a mi hiciste tu capillita para dar rezo a los peregrinos.
lado. ¿Relinchando y botando candela por las Te digo pues de una vez, taita, que desde que
narices estaría avanzando? Y mientras observa te fuiste de mi lado, yo iba siempre siempre al
que una fila de ánimas en pena blanquea en huerto de la cofradía a llorar tu recuerdo bajo el
la cuesta del frente subiendo la montaña, se naranjo, sabiendo que al pie estaba el entierro
pone hacer recordación: Ah, de veras, pues, él que para mí dejaste. Sí, Ramón, ya tu amada te
no podía dormir entonces en la casa cural del está oliscando en el viento que sube de la que-
templo de Nicrupampa. Para acá, para allá, se brada. Ya voy bajando, taita, relinchando por
volteaba, sin poder agarrar nadita el sueño. A estas laderas, sacándole chispas a las piedras
ratos se sentaba al borde de la cama, o se pasea- con mis cascos, convertida hoy sí para siempre
ba por el cuarto, oyéndola galopar alrededor de en nina mula. Antes, recordarás seguro, después
la casa. Su huallqui, el niño que lo acompañaba, que la cabalgabas, despertabas al otro día en tu
también se despertaba a cada rato o dormía a cama maltratado totalmente, y más ella: con su
sobresaltos. ¿Oyes?, le decía, y el wambracha boca señalada como marca de bozal y sus pechos
se quedaba orejeando, creyendo seguro que era heridos como con espuelas.
caballo u otro animal, menos el espíritu de ella Con su sotana que no deja de flamear al
convertida en mula, viniendo a sacarlo al taita viento, Ramón está de pie en la loma de los
para que la cabalgara, aunque a veces no podía eucaliptos, allí donde quedan todavía rastros
llevarse sobre sus ancas su espíritu, como esa de lo que fue su capìlla y donde está también
vez en que daba vueltas nomás como alocada, y su sepultura: un nicho fabricado con adobo-
eso seguro porque el almita inocente del huall- nes de los gentiles que los arrieros y algunos
qui se lo impedía… viajeros permanentes que pasaban y volvían por
Óscar Colchado Lucio

Sácanos de dudas, don Ramón: ¿no estaba bende- ese sitio, habían levantado en agradecimiento por

Cordillera Negra
cida tu sotana?, ¿cómo nomás es pues que puedo las misas de salud que alguna vez les mandó decir.
traerla sobre mi lomo de candela? Ah, taita cura, Antes, los pastores también que vivían atrás de
no sabes cuánto te he llorado, papay, desde que las lomadas, se venían los domingos a escuchar
te alejaste de Nicrupampa y más todavía cuando los santos evangelios; pero eso duró sólo hasta
[198] [199]
que alguien trajera la desconfianza, diciendo que grupa, aparece ella ante mis ojos. Saliéndoseles
su misa sería del diablo, ya que en Nicrupampa el corazón de alegría, ahora ya están, estamos, el
estaba la novedad que el hombre había escapa- uno frente al otro. La mula se detiene resoplando,
do cuando Herminia Ccorahua la cogieron en su botando fuego y humo por las inflamadas nari-
forma de nina mula, y que ella declaró que a veces ces, los ojos brillosos. Él abraza su cuello sudoro-
él o a veces el mismo supay la cabalgaban. Eso so, palpitante, en momentos en que, ¡hay taitito!,
había ocurrido cuando una noche varias personas vaciándose parece estar el aire de toda la tierra y
armándose de valor, habían decidido atrapar a la un silencio espectral se escucha en los oídos. La
mula de candela en momentos que galopaba por luna, avergonzada, esconde su ojo tras una punta
las callecitas del pueblo. Aventándole una tijera rocosa de la cordillera, quedándose medio tuerta
abierta, hicieron que el espíritu que la montaba la pobre. Y ahora ella ya no es la mula enorme,
desapareciera y quedara sólo ella ahí, calapacha, lustrosa, que hace un momentito llegara, sino
tiritando. Cubriéndola con un poncho la habían la buenamoza china Herminia Ccorahua de las
llevado a su casa para hacerla hablar después a afueras de Nicrupampa, que una tarde lo dejara
golpes. Ahí fue que dejaste esas libras esterlinas medio bizco al cura Ramón, con sus senos para-
debajo del naranjo y huiste, Ramón, cuando ya ditos como dos palomas con el pico levantado
los prójimos enfurecidos, armados de garrotes y y su larga cabellera desparramada como paccha
piedras, aproximándose estaban a la casa cural. esa vez que la sorprendiera bañándose detrasi-
Y te estableciste pues en esta capilla que con tus to de las retamas en ese punle del río, cuando
propias manos construiste, para morirte al poco regresaba de hacer misa en el pago de Lircay.
tiempo nomás de tristeza y soledad seguro, porque Desmontando de su bestia, turbado totalmente,
ya nadie acudía a escucharte y se alejaban más le declaró su amor, dejando olvidada su Biblia
bien, haciéndose la señal de la cruz. sobre el pasto.
El cielo está ahora lleno de estrellas. ¡Chipak!, Muchándome, besándome con ganas me reci-
Óscar Colchado Lucio

alumbra la luna con fuerza las faldas de la cordi- be, al igual que yo abrazándolo estremecida. Así

Cordillera Negra
llera, y él acaba de oír clarito el relincho de ella, fuertemente apretados, echándonos estamos en
atrasito nomás del último recodo. Corre y corre, su lecho. Y mientras ella jipa en su debajo y él
hasta que por fin, ¡vaya!, casi resbalándose en se agita en su encima con sofocación, el lecho se
la greda, con la luna que hace blanquear su alta hunde como si una fuerza los jalara desde abajo.
[200] [201]
Asustados los gárgachs y las lechuzas que se
hallaba cerca están huyendo a las partes altas. El
Camino de zorro
apareamiento que hacen es fiero, animal, terre-
motoso, más que la primera vez en el río quién
sabe…
Un alarido acaba de remecer el naranjo de la
cofradía de Nicrupampa despertándolos a los que
viven en los alrededores del huerto maldito que,
asomándose a sus puertas, están viendo una can-
dela azulita que arde como flotando nomás en
el aire. Hay entierro ahí seguro, dicen, y cierran
sus puertas, pensando en que también ese sería
el respiradero de los amantes que se queman en
V iento nomás soy ahora, Zenaida, haciendo
intento de levantarte del suelo donde tú tam-
bién eres sólo mullpo, mujer, polvo desparramao
el infierno… en esta loma que baja al río. Caracho, hom, cómo
ha pasado el tiempo, ¿di? Me recuerdo mucha-
cho, yéndome a las fiestas después de las cose-
chas, afanao tras las chinas, borracho a veces,
metiéndome en las trompeaderas en plena paga-
pa del Orko o si no arriba en el ayla de Pirucha.
¡Caray, eso sí que era vida, mujer! Lástima nomás
que después don Alonso, el patrón, me fregara
nombrándome su mayordomo de la hacienda,
sólo porque era dizque yo cholo fornido y medio
de mal genio. ¡Malhaya, caracho!, con ese cargo
Óscar Colchado Lucio

el hombre acabó desgraciándome. ¡So, cholo

Cordillera Negra
animal!, me decía con sus ojos que llameaban, si
me falta un carnero o alguien no me cumple la
tarea, lo vas a pagar tú, ¡lo vas a hacer tú!… Así
diciendo me alcanzaba un fuete y su carabina,
[202] [203]
y en su propio caballo me mandaba a vigilar a desesperación, le pegué un rodillazo haciéndo-
mis hermanos. Y yo tenía que ponerme fuerte lo aflojar un poco y, en seguida, sacando mi
ante ellos para que el patrón a mí también no puñal le metí una y otra vez por la espalda,
me fregara. Pero ya mis hermanos haciendarunas qué tal lisura diciendo, hasta hacerlo doblarse
empezaban a ponerme mala cara y a mirarme y caer después como un tronco, para retorcerse
con malos ojos, y más peor todo se fregó cuando luego tal una culebra ahí en el suelo, antes de
a uno de ellos, al Shatu, le metí un puntapié en quedar frío.
el estómago, matándolo sin querer, sólo porque Rasguñándome entre las zarzas y uñegatos,
me salió con el cuento de que el zorro se lo había como sea llegué al río y lo crucé entre corriendo
comido un chivo de la hacienda, cuando resultó y chapoteando, sintiendo que pasaban silban-
que él mismo nomás había sido el atoj; ¿acaso no do sobre mi cabeza las piedras arrojadas con
llegué a encontrarlo el cuero bien metido entre la warakas, sin alcanzarme felizmente.
paja del techo de su choza? Y como los hacienda- Desde entonces, Zenaida, mi vida fue como la
runas se alborotaron feo, llevándome su caballo del zorro: sin esperanzas de poder vivir ya entre
del patrón escapé al temple. mis hermanos, ni poder asomarme a las poblacio-
Huido, con los ronderos de la hacienda que nes, donde estaba denunciado ante los cachacos.
me buscaban por todos lados, yo andaba como Rempujado por el hambre, no encontré otra laya
animal montaraz, para acá y para allá escondido de vivir si no era arrancándoles su plata y sus
en el monte. equipajes a los viajantes en los caminos, igualito
Pero la cosa se agravó más cuando don Teo- pues como el atoj que baja de los cerros sólo a
docio, el mando de los ronderos, cierto día, cómo hacer daño y después se aleja dejando a su tras
nomás será, saliendo de entre unas chilcas, cuan- sólo sangre y desolación.
do me hallaba recogiendo moras en este lado del Así, de esa manera en que estuve pasando
río que da a los terrenos de la hacienda, lo veo mi vida fue que una vez, a mí, salteador mentao
Óscar Colchado Lucio

que de un brinco llega hasta a mí y me abraza que era, otro más experimentado que yo, intentó

Cordillera Negra
por delante con todas sus fuerzas, queriéndolo volarme el pescuezo con un alfanje.
quebrar mis huesos todavía, mientras daba voces Bajaba yo de nochito desde la puna a ver a
como loco, llamando a los demás que estaban una viuda que me daba campo en las afueras de
por ahí cerca desparramaos buscándome. Con la Hornillos, cuando en eso un presentimiento hizo
[204] [205]
que en la quebrada de Huantallón me bajara y so nomás era, mi antiguo patrón; ahí estaba catay
por precaución mojara yo mi poncho de lana en con su saco viejo y sus barbas también más de
el agua corriente y me lo envolviera después en la cuenta, como para no reconocerlo fácilmente.
el pescuezo como bufanda, por si acaso diciendo, Vaya, hom, volvió a hablar sacudiéndose la ropa,
pues ya sabía yo que por ahí pishtaban… Y como tanto tiempo preguntando por ti y ve pues donde
qué, avanzando cuando estoy en momentos que vengo a encontrarte. ¿A mí?… ¿y para qué nomás
la luna se elevaba sobre la quebrada, lo veo que pues?, le dije arrugando las cejas de fea manera,
de un de repente un brazo se alza de entre unas desconfioso, ¿para entregarme a los cachacos
yerbasantas empuñando algo que la luna lo hace quién sabe? Se huajaylló con ganas. No, no, me
brillar, y antes que yo pudiera hacer nada, un dijo, para que trabajes conmigo solamente, hom.
golpe me da en el cuello tumbándome de la bes- ¿En la hacienda?, le puse más peor fea cara. No,
tia, pero sin herirme felizmente porque el filo del no, respondió, en la hacienda no, en este trabajo,
arma rebotó nomás en el poncho húmedo. en que acabas de encontrarme. ¿Pishtando gente?,
Levantándome ahí mismo como un gato, de abrí mis ojos más de la cuenta. ¡Ajá!, sí, pishtan-
un brinco le agarré el brazo armado al hombre do; es un buen negocio, te explicaré…
cuando está por darme otro golpe saliendo de De esa manera fue, Zenaida, como entré yo a
su escondite. Forcejeamos un poco, hasta que trabajar para mi antiguo patrón, don Alonso, en
lo hice soltar esa como espada medio curva que esa ocupación de degollar cristianos. Recién ahí
tenía y después sí nos abrazamos y tumbamos al me enteré que él era el que siempre los desapare-
suelo, dándonos puñetes, puntapiés o lo que sea, cía a los pobres conchucanos que desde la cordi-
revolcándonos. llera se venían a trabajar en las haciendas de la
Cuando resollando feo resultamos parados con costa. Ahí supe también que los nakak, pishtakos
ganas de darnos de nuevo, el nakacho degollador, o kari siris, sólo debíamos matar a los de lejos, a
cómo nomás será, me reconoció y pronunciando los forasteros, a los desconocidos, nunca a los de
Óscar Colchado Lucio

alegroso mi nombre vino a abrazarme, ¡Dónde ahí mismo o de los alrededores.

Cordillera Negra
has estado, hom!, diciéndome, ¡Caracho, disculpa, Ahí me enteré también, Zenaida, que don
quién iba a saber que eras tú! De espaldas a la luz Alonso no trabajaba solo, sino en combinación
de la luna como había estado no pude reconocerlo, con Félix, el administrador de su hacienda, y
pero por su voz ahora sí lo identificaba: don Alon- Abel y Pedro, sus otros empleados. Fue andando
[206] [207]
con ellos que te conocí, ¿recuerdas?, aquella vez ciábamos, no importa, a las cargas de las mulas…
que matamos a tus taitas en Piedra Suerte y a ti Pero nada; como si le habláramos a la peña, y no
te perdonamos la vida, pensando que para cuidar encontrando otro modo de convencerlos, nos los
el caserón que teníamos tras la loma, estarías tuvimos que enfriar simplemente.
aparente, como que de paso nos preparabas la Así pues, Zenaida, de esta laya las cosas, hasta
comida y nos regalabas en las noches tu carne que terminaste resignándote y poco a poco acos-
trigueña, apretada, que ya estábamos deseando. tumbrándote con nosotros: eras ya por fin una
De ese caserón, Zenaida, donde la vida sólo en kukulí mojada por la lluvia.
lágrimas se te iba al comienzo, ahora no quedan De esos primeros días te acordarás que nues-
sino cimientos donde pelean las lagartijas y se tras salidas eran sólo una o dos veces por sema-
orinan los zorros que hambrientos bajan hacia na, calculando los días que pasaría gente por
el río. Te acordarás de esos primeros días seguro: la altura. Y te acordarás también que a nuestro
qué manera de llorar, mujer, no había modo de regreso, generalmente a eso de la medianoche,
consolarte. Tuvimos todavía que darte con las hacíamos llegar sobre el burro el cuerpo de algún
riendas de nuestras bestias en tu cuerpo calapa- cristiano, sin cabeza, brazos ni piernas, bien
cho para que dejaras de lajpirear y nos tomarás metido en un costal, que esa misma noche o al
más en cuenta. Te amenazamos también con cor- día siguiente le estaríamos sacando el aceite que
tarte las piernas si intentabas escaparte, tal como después el patrón se llevaría para sus molinos o
hacían otros nakachos con sus amantes. sus minas, o si no lo guardaríamos para venta en
Al paso del tiempo, alguna vez viendo llover las haciendas cañeras de la costa o en los trapi-
sonreíste, y poco a poco el rencor de tus ojos se ches de la selva.
fue apagando. Esas líneas duras en tu rostro que Ese era nuestro trabajo, y como dicen algunos
amenazaban señalarte, comenzaron felizmente también: ya estábamos metidos hasta el cuello.
a suavizarse, Zenaida. Al fin comprenderías Yo, sobre todo, porque el patrón con los otros,
Óscar Colchado Lucio

seguro que la culpa para que ocurriera lo que a pesar que la gente tenía sospecha de ellos, no

Cordillera Negra
ocurrió allá en Piedra Suerte, la tuvieron ellos estaban buscados como yo. Qué iba ya ni a soñar,
mismos: tus taitas, sobre todo el viejo, que se Zenaida, con volver a la chacrita que antes de
puso terco por más que le hicimos entender que nombrarme mayordomo don Alonso cultivaba yo
sólo queríamos quedarnos contigo y que renun- con mis viejos. Ellos también habían muerto ya:
[208] [209]
mi mamita de pena por mí, su único hijo, y mi ofrendas usábamos. Haciendo rezo con todo eso,
taita, extrañándola a ella seguro. recién podíamos irnos tranquilos.
Desde alguna loma distante, miraba nomás Después ya en la casa, Zenaida, no te queja-
entristecido los sembríos de ocas, mashuas, rás, venía lo mejor: un rico caldo del corazón,
kañiwa, los habales en flor, las huertas de los riñones o hígado de la víctima, con su ajicito y
runas detrás de sus chozas donde los pájaros unos buenos vasos de algún licor fino que no nos
rocoteros alborotaban peleando. Pesaroso, lo faltaba. Nos caía para la mala noche como garúa
único que me quedaba era afilar rabioso mi en pasto seco, y de paso nos servía también para
alfanje en el cuero fijado a uno de los callapos que, una vez consumidas esas partes, el alma del
del patio y quedarme después gustando de su filo cristiano no nos molestara.
plateado que relumbraba con la luna, mientras Amanecíamos con la guitarra entonando nues-
cosquillaba seguro el cuello de algún viajero tros huaynitos, cantando mulizas o yaravíes, y
retrasado por la lluvia o de algún arriero que como era ya mi costumbre, después de haber
por Piedra Suerte o la Cueva de los Loros estaría estado muy alegre, acababa entristeciéndome,
avanzando, encomendándose a todos los santos. maldiciendo mi suerte desgraciada de no tener a
Escondidos entre las retamas junto al camino nadie quien por mí se doliera. Los otros también,
o tras las peñas, lanzábamos el alfanje con un aparte de don Alonso que sólo a veces se asoma-
filo peor que navaja, que seccionaba la cabeza ba al caserón, terminaban contagiándose con mi
ahí mismo, haciéndola caer, brincoteando a un tristeza, a pesar de tener hijos repartidos por acá y
costado; en tanto el cuerpo, estremecido, chis- por allá en las wallperas de la hacienda.
gueteaba sangre por todos lados, hasta quedar Sólo tú y nuestros perros eran amonser nues-
por fin botadito en el suelo, entre el silencio y tra familia. Esos fieles allkos, guardeando día y
asombro de los cielos y jalkas. noche, nos mantenían con sus ladridos al tanto
Antes de cargar con el cuerpo, hacíamos el de los extraños que asomaban. Cariñosos eran los
Óscar Colchado Lucio

pago a los cerros, no fuera ser que el espíritu pobres animalitos. Como si fueran nuestros hijos,

Cordillera Negra
del Orko nos castigara. Para eso enterrábamos meneando su rabo, nos recibían cuando volvía-
las partes que no nos servían: cabeza, brazos, mos de nuestras andanzas. En recompensa, noso-
piernas, echándole coquita y ron, además de tros no nos olvidábamos de alcanzarles siempre,
polvito de mullu, esa conchita de mar que en las ya que eso les gustaba: su pishco del cristiano,
[210] [211]
mejor dicho su pajarito de los hombres. Toda la Apurando su bestia, don Alonso había hecho
noche se afanaban, ¡reguch! ¡reguch!, mascando, un rodeo para esperarlo en un atajo, junto a un
sin que pudieran fácilmente trozarlo, porque puro precipicio. Allí bien metido en una arruga del
nervio era… Del cuerpo lo que nosotros aprove- cerro, tiró el alfanjazo al cuello de quien él pen-
chábamos era el untu, ya sea como grasa o para saba que era conchucano, pero había sido uno de
elaborar aceite negro o blanco. El aceite negro, acá cerca nomás: un quichesino. El golpe había
como bien debes acordarte, lo obteníamos frien- caído mayormente al costalillo, sin alcanzarlo
do la carne en pailas, después de hacerlo trozo del todo para decapitarlo. Herido el hombre,
trozo como para chicharrón. Te acordarás que de con la sangre que arqueaba todavía, lo miraba
la casa salía un humito que apenas se veía, pero espantado, retrocediendo, en vista de que venía
que no dejaba de preocuparnos pensando que a rematarlo. Pero tan cerca del abismo estaba
alguien pudiera advertirlo. que cayó de un de repente dando un alarido que
El aceite blanco lo obteníamos de otra mane- estremeció los cerros.
ra: colgando en ganchos el cuerpo mutilado y Creyéndolo muerto al fondo, y viendo difícil
exponiéndolo después al solazo para que gota a también bajar hasta allí, don Alonso siguió su
gota se escurra la grasa. Y si no había sol, sobre camino, sin maliciar que el quichesino sería des-
una brasa de rescoldo o ceras encendidas lo dejá- pués encontrado, vivo todavía, por un arriero, a
bamos derretirse toda la noche… quien le dio todas las señas y hasta su nombre de
Después a venderlos, ya sabes dónde. Estába- don Alonso antes de morir.
mos juntando hartito ya. Un poco más y nos lar- Enterados sus paisanos, dicidieron una noche
garíamos cada uno por nuestro lado, no fuera que dar muerte al asesino. Justo en esos días el patrón
nos ocurriera lo que al patrón, don Alonso, que se hallaba con Félix esperando forasteros en la
murió de fea manera, según te estarás acordando. quebrada de Huantallón. Allí los otros, que los
Esa vez, el patrón viajó a arreglar un asunto de la venían espiando ya de varios días, los cercaron.
Óscar Colchado Lucio

compra de una nueva mina allá por la cordillerra Tú también te estarás acordando, Zenaida,

Cordillera Negra
de Mishito. En eso que está yendo por un sitio de lo que nos contó Félix acerca de su muerte:
silencioso, le entraría la tentación seguro de pis- estaban dizque escondidos, espere y espere, bien
htarlo a ese hombrecito que cargado un costalillo envueltos con sus ponchos, aguantando el frío,
abultoso avanzaba lejitos, inocente el pobre. con el alfanje plantado en el suelo, cuando de
[212] [213]
pronto, eso como reloj que tenía el arma en la mula y lo mandaron a su hacienda todavía vivo.
empuñadura había empezado a sonar, ¡chirr! Por el camino había muerto.
¡chirr! ¡chirr!, avisando que se acercaba gente. Cuando Félix nos contó tiritando como si le
Don Alonso se alegró, ahí viene nuestra carne, hubiera dado la terciana… Pucha, dije, me salvé,
diciendo, y sacó rápido de su picsha (su bolsa de carajo, porque estuvo en un pelito, Zenaida, te
cuero), un puñado de polvo de hueso de muer- acordarás, que fuera yo esa noche acompañando al
to con el que los adormecía a la distancia a los patrón. Me quedé pretextando que estaba con cóli-
cristianos, y ya iba a soplarlo al aire, cuando en co sólo porque momentos antes nomás, habiendo
eso se dio cuenta que el sonido no alertaba en echado la suerte con mi cigarro, feo chisporroteó
una sola dirección, sino en todo el rededor, como el pucho cubriéndose de luto. Era malagüero. Ah,
si vinieran no una ni dos personas sino harta no, me acuerdo que dije, mal nos va a ir, mejor no
gente. Félix, maliciando que algo malo iba a voy. Y como qué pues… ¿Te acuerdas?
pasar, montando el burro achiké que estaba a la Desde aquella vez pensamos seriamente en
mano, escapó de bajada. Reaccionando tarde, el el retiro. Sólo tu presencia, Zenaida, nos hacía
patrón había corrido hacia su mula y la de Félix, soportar un poco esas ganas que teníamos de lar-
pero no hizo más que entregarse a un grupo de garnos. Y es que tú, mujer, compartiéndote una
quichesinos que justo ahí lo estaban esperando. noche para mí, otra para Abel o Pedro o Félix,
Y sin darle tiempo a nada lo agarraron, llaman- alimentabas un cariño de no poder así nomás
do a voces a los demás que empezaban a salir olvidar, al menos para mí. Por eso es que, con-
de todos lados con garrotes, piedras, hachas, forme pasaban los días, se me hacía más difícil
machetes. Eran como treinta. Ahora sí, le habían aceptar que tuvieras también que acostarte con
dicho, te vamos hacer igualito como tú has hecho ellos. Y por eso estuve decidido ya a ponerles
con otros prójimos. Hablando de ese modo, le aviso a los muchachos de que hallándonos sin
hicieron sacar la lengua a golpes y se la cortaron. patrón y haciendo falta uno, yo estaba dispuesto
Óscar Colchado Lucio

Félix dice que escuchaba sus gritos escondido a reemplazarlo, les gustara o no, caracho, y si

Cordillera Negra
detrás de un chorro, estremecido. Después le querían irse podían hacerlo, pero que a ti nadie
habían cortado los brazos y las piernas al hombre te tocaba en adelante, sólo yo.
y, metiéndole shucshu por el trasero, luego de Con esos pensamientos estaba, cuando por
hacerle tragar sus testes, lo amarraron sobre su esos días nomás murió Félix de un de repente,
[214] [215]
atragantao con chuño, y, lo que fue peor, nos que se ahuyentaron espantados por el aire muer-
cayeron los cachacos. Me acuerdo que nos cer- to de aquellos años… Y mientras eres polvo o a
caron en el río, al pie de la Cueva de los Loros veces agua turbia corriendo en el deshielo de los
y tuvimos que batirnos no sólo contra los uni- nevados, yo sonrío persiguiéndote, china, envol-
formados, que eso hubiera sido lo de menos, viéndote en alegres remolinos, recordando, ¡cómo
sino con todo un ejército de runas, de haciendas no!, nuestra vida, y murmurando en tus oídos:
y pueblos cercanos, que armados de garrotes, ¡Qué años, Zenaida, qué años!
hondas, escopetas, nos rodearon. ¡Ah, pucha!, te
acordarás, Zenaida, cómo nos hondeaban lluvias
de piedras, mientras las balas rebotaban en los
peñascos y el eco también agrandaba feo los
estampidos. Cayeron Abel y Pedro con una rosa
de sangre en la frente, blanqueando los ojos.
Tú también, agarrada tu carabina, caíste herida
en el pecho. Abandonando el peñasco que me
protegía, bajé a brincos a jalarte, pero ya no era
del caso según pude darme cuenta: abriendo tus
ojos negros de palomita, me miraste por última
vez pronunciando mi nombre con harto esfuerzo.
Enternecido, abajé mi rostro para darte un beso
en los labios sangrantes, mas en ese instante
sentí que los plomazos me dejaban su quemazón
en las entrañas…
Desde entonces viento nomás soy, Zenaida,
Óscar Colchado Lucio

que alegre zumba por estos valles, enredándose

Cordillera Negra
a veces en los olorosos naranjos y chirimoyos de
los huertos junto al río, y el que desparrama el
canto de las cuculas y zorzales que harto abundan
por estas tierras, más que los loros, que parece
[216] [217]
Hacia el Janaq Pacha
Apu Yanahuara

¡V aya!, por fin mi padre Intip Wiracocha


me habla. Gracias, taita, gracias por dejar
entrar tu rayo sagrado en esta oscura prisión
donde me hallo.
Cargado de cadenas, tumbado sobre lajas
frías, tosiendo feo y escupiendo sangre, al fin
puedo leer tu mensaje en esta telaraña que ha
descompuesto tu luz en hilos de colores.
¿Es mi propia historia la que estoy viendo en
este hilo verde?… ¿Son esos mis captores?… ¡Oh,
sí!, ahí me veo llegando por primera vez a este
lugar de torturas, engrilletado, jalado del cuello
como animal con una soga… Ahí estoy haciendo
mi ingreso a la plaza, luego de varias jornadas
a pie desde mis montañas. Los faroles alumbran

Cordillera Negra
con luz amarillenta, las casas altas con balcones
parecen contemplar el paso de las bestias que
montan los soldados, y hasta oigo el ruido de los
cascos golpeando el empedrado de las calles…
[221]
Alta la madrugada, las campanas de las iglesias diariamente y arriba en el janaq pacha correteas
sueñan su silencio, mientras mis captores acaban alegre, a tus anchas, lleno de vida, mascando el
de detenerse frente a una casa tamañaza, con un mullu que te ofrecemos, bebiendo el agüita que
gran portón y columnas llenas de adornos, que en vaso de oro te ofrendamos. El padre Rayo
ellos acaban de nombrar Palacio de la Inquisi- también, paseando entre las nubes, tronando, nos
ción, diciendo… está dando pruebas de su poder. En cambio, un
Ahora en el hilo colorado, unos hombres dios muerto, ¿qué poder pues va a tener? Y más
blancos, togados, de rostros duros y ojos que peor todavía si como dicen sus sacerdotes, en
miran de mala fe, aparecen sentados alrededor ese rito que le llaman misa, se comen su carne y
de una larga mesa de madera, alumbrados por se beben su sangre. Y si resucita después, como
tres candelabros que brillan como la plata y el hablan, será pues valiéndose de hechicerías, con
oro. Al centro hay una imagen del dios cristiano ayuda del Supay, el maligno, seguro…
agonizante y uno de esos libros que los curas lla- ¿A ver?, ¿a ver?, ¿qué hay acá en el hilo
man Biblia… ¿Qué dicen?… ¿Qué hablan?… ¿De oque?… ¡Oh!, se ve nomás unas rayas que corren,
mí se ocupan?… ¿Cómo?, ¿que yo he hecho fal- como si el tiempo estuviera retrocediendo… ¡Ah!,
tamiento?, ¿a quién nomás?… ¿a su dios?… ¿a su ¡vaya!, ahí estoy yo de nuevo, pero antes de que
rey?… ¿que no necesito juzgamiento?… ¿que soy me tomen prisionero. ¿Estoy caminando?… Sí,
salvaje idólatra?… ¿qué es eso?… no entiendo… predicando por los ayllus cercanos a mi tierra de
¿Cómo?, ¿qué dicen ahora?… ¿que me condena- Yanahuara. Ahí aparezco reuniéndoles a mis her-
rán a muerte?… ¿que me llevaran al quemadero manos, hablándoles en lugares escondidos, lejos
para morir a vista del público?… ¿y quiénes son de los oídos de los blancos chapetones. Ahí les
ellos para hacerme eso? ¿Por qué se empeñan en hago ver todos los males que esa raza maldesada
que yo y mis hermanos adoremos a su dios si no ha traído para nosotros los naturales. A más de
tenemos creencia?… ¿Y por qué ellos también a explotación y abuso, les digo, quieren destruir
Óscar Colchado Lucio

ver no te hacen ofrendas a ti, padre?… ¿Por qué nuestras creencias, nuestras costumbres; les hago

Cordillera Negra
no le hacen pago a los wamanis, a la Pachamama, ver que en el tiempo de los incas no les faltaba
al taita Illapa?… ¿Cómo quieren que adoremos a qué comer, vestirse, a nuestros padres y abuelos.
su dios si ya está muerto o en todo caso agoni- Les agrego que lo más triste era que estaban
zante? En cambio tú, vives, padre, los alumbras quemando nuestras huacas, nuestros templos;
[222] [223]
algunos buscando riquezas, otros tratando de Y desde entonces Apu Yanahuara me llamaron
desaparecerlo nuestra religión. Pero que para y más respetación me tuvieron cuando en Mara
sus males nomás, porque en estos días nuestros hice brotar agua de un cerro y en Jaquira, con
dioses, resurgiendo de sus cenizas, acababan sólo dar un golpe a la peña, hice temblar la tie-
de tener una reunión en el lago Titicaca, donde rra, haciéndola calmar apurado con otro golpe
habían acordado mandar terribles castigos a los porque la gente, espantada, lloraba arrodillada…
pueblos que estaban haciendo caso de la religión Después, con un rebaño de creyentes que me
de los invasores, y era por eso que los ayllus de seguía, quemamos en la montaña más alta que
Mara y Piti estaban padeciendo pestes de viruela dominaba la comarca, la enorme cruz de madera
y sarampión, y que vendrían otros castigos más de los cristianos. Les hice ver que no teníamos
terribles todavía: hambruna, terremotos, lluvias por qué adorarla, puesto que ella no representa
de candela… Al comienzo, con desconfianza me a la Katachilla, la constelación del sur que en las
escuchaban, illa porque era yo seguro: deforme, noches veíamos en alto cielo del Tahuantinsuyo
medio lisiadito, como que me tocaría el rayo al y que era tu imagen, Padre, tu forma de cóndor
nacer o el resplandor de la mama killa, quién alumbrando con las alas abiertas. Que el símbolo
sabe… Recelosos me miraban hasta los de mi de la katachilla era la cruz cuadrada inscrita en
propia tierra, negando haberme visto antes y nuestros templos y adoratorios, que no tenía nada
haciéndome dudar de mi origen a mí mismo. que ver con la cruz de los cristianos: dos maderos
Yo también recuerdo haber aparecido de un de cruzados soportando a un hombre muerto… Y
repente, apoyándome apoyándome en mi bas- cuando ya éramos bastantes e íbamos a iniciar
tón de lloque… Cuando llegué a un ayllu donde el alzamiento para expulsar de nuestras tierras
padecían sequía por varias lunas ya, levantando a los invasores, me tomaron preso los blancos
mi bordón hice que las nubes se juntaran y llo- pukakunkas, ayudados por un traidor, cuando me
viera después a chorros sobre esa tierra sedienta. hallaba vencido por el sueño en mi refugio…
Óscar Colchado Lucio

Todo transfiguraos sus rostros, hombres, mujeres Con tu permisión paso al hilo color aromo y,

Cordillera Negra
y niños se arrodillaron en mi delante y besaron ¡oh!, parece que el tiempo avanzara y ahora se
mis ropas harapientas, diciendo: ¡Apu Yanahua- detiene… ¿Qué es?, ¿qué hay en lo que se aclara?,
ra! ¡Tú eres Apu Yanahuara!, montaña-dios que ¡Oh!, es el tiempo que aún no llega, el que está
se ha hecho hombre y ha venido a salvarnos!… por venir… ¡Vaya!… Ahí me llevan arrastrando
[224] [225]
por el pescuezo, con una cuerda amarrada por un ministros ejecutores de sentencias. Aquí hemos
extremo a la baticola de una bestia de albarda, traído a los sacrílegos, a los herejes, a todos los
mientras yo con mis manos procuro a toda costa que han cometido errores escándalosos, habien-
que el lazo no se cierre en mi garganta. Oigo tam- do faltado a la bendita, apostólica y romana fe
bores: marcan el paso de la escolta que acompaña cristiana y están también los que empujados por
el carruaje de los togados. Y no sólo a mí están Satanás han hecho faltamiento al rey, señor de
llevando: ahí van más, hasta blancos mismos, a todas las Españas, intentando levantar contra su
quienes les han puesto unos como gorros largos autoridad a los bárbaros de estos reinos… Luego
terminados en punta que les dan comicidad y que termina de hablar, me acercan a la hoguera
unos capotillos pintados con figuras de culebras unos encapuchados y con unas enormes tenazas
y demonios. Mujeres también avanzan en esa caldeadas al rojo vivo, ¡chasss!, me aprisionan,
procesión de reos, las llevan latigueando en su haciéndolo reventar mi pecho, mientras el resto
cuerpo calapacho de la cintura para arriba. Los de mi cuerpo se bijuquea como culebra herida.
curiosos se amontonan a los cantos de la calle, Después me levantan hasta la horca y me dejan
empujándose unos a otros… Pasando un puente, ahí colgado, tieso, sin vida.
llegamos a un lugar donde hay un entablado, con ¿Así?, ¿así he de morir, taita?, ¿así es tu permi-
sillas bien dispuestas al frente de un quemadero, sión que muera?… ¿Qué dices?… No te escucho…
donde las llamas se levantan altas, alimentadas ¿Que pase al hilo color habano?… Está bien.
por la leña que echan unos hombres sudorosos, Ahora sí te oigo clarito, Padre, hasta siento
sin camisa. A pocos metros nomás, hay un palo como que estuvieras mascando mullu, haciéndo-
grande con una cuerda que pende de lo alto, lo tronar con tus dientes allá arriba… ¿Cómo?…
para ahorcamiento seguro… Veamos en este ¿que no moriré así como acabo de ver en tu
otro hilo qué sucede… Oh, sigue nomás: ahí en sagrado kipu?… ¿que viviré siempre?… no te
el entablado están ahora los hombres togados, entiendo… ¿que ya cumplí con lo que me corres-
Óscar Colchado Lucio

bien sentados, echándose aire con las manos… ponde?… ¿que sólo soy un eslabón de la qori

Cordillera Negra
Un pregonero, agarrado uno como pergamino huasca, la cadena de oro que eslabona a tus
habla a gritos para que todos oigan… Esta es la emisarios por un ciclo solar completo?… ¿Quieres
justicia, dice, que manda hacer el rey católico, la decir que así como hubo doce incas que gober-
justicia de nuestro Dios, por intermedio de sus naron el Tahuantinsuyo, cumplirán su misión
[226] [227]
doce profetas antes de la venida de Inkarrí?… que
yo, Apu Yanahuara, soy uno de ellos?… Gracias,
Nuestro Gápaj
taita, gracias por haberme escogido… Pero, espe-
ra, espera, oigo voces, parece que se acercan mis
carceleros, ahora que siento que un nuevo rayo
tuyo acaba de tocarme… Pero… ¿qué…? ¿Qué
has hecho conmigo, Padre?… ¡Oh!, una arañita
nomás soy ahora que tranquilamente sube por
el muro, mientras abajo los curas, los guardias,
alborotados, ¡Escapó el prisionero! gritan y revi-
san sin comprenderlo los grilletes intactos, los
candados sin abrir, los barrotes sin forzamiento…
Desesperado el inquisidor mayor que acaba de
D esde Chuyas, un cerro en forma de ushnita,
se ve clarito, hija, en la cima de una monta-
ña de nieve, la figura de un puma con las fauces
llegar con otros hombres de caperuza, gritonea abiertas, paradas las orejas puntiagudas de gato,
finalmente, que ahí estaba la prueba de que yo desplegadas sus enormes alas de cóndor y ame-
era el demonio, que por qué no me sacaron antes nazantes unas zarpas como cabezas de culebras…
si ya los demás reos esperaban afuera… Yo me Esa dizque es, pues, la verdadera figura del gran
río, ahora que salgo por entre las tejas del techo, Gápaj, nuestro dios. Sus ojos son el relámpago,
y estoy viendo, Padre, que en un hermoso halcón su voz el trueno, sus orines la lluvia.
de alas doradas me estoy transformando, y recién Cuando pecamos y le causamos ofensa, feo nos
me doy cuenta también que yo mismo nomás soy resondra, tronando entre las nubes, soltando rayos
de veras Apu Yanahuara, el dios montaña, que o mandándonos lluvias torrenciales y granizadas.
por tu permisión se hizo hombre. Su fiesta se celebra todos los años en el mes
del hatun aimoray killa en la cumbre de ese
Óscar Colchado Lucio

cerrito de donde se le ve. Mucha gente va en

Cordillera Negra
peregrinación, porque dicen que hay que cumplir
la tarea de ir cuando menos una vez mientras
estemos vivos. Yo fui siendo muchacha todavía,
la fiesta se llama el Yachacuy. De todas partes
[228] [229]
iban, de Quiches, de Ullulluco, de Umbe y de los no pueden cargarla, ya saben que están llenas de
ayllus lejanos de la otra banda del Marañón. faltas, y tendrán que hacer ayunos, sacrificios,
Los que íbamos de este lado teníamos que penitencias.
caminar por unas feas laderas, agarrándonos Ya te dije que la fiesta se llama el Yachacuy,
agarrándonos de las aransachas, esas plantitas que quiere decir ‘aprender’, porque en la cum-
enanas, puro palo, sin ramas y sin hojas, que bre, a donde después de cargar las piedras se
crecen en los roquedales de los barrancos. Al llega bailando, es permitido que los maqtas y
fondo pasaba el río llamado Ajtuy, que, saliendo las pasñas aprendan a amarse, a estrechar sus
del interior de una montaña, corre por esa bajada cuerpos jóvenes sobre la madre tierra, ayudando
formando pacchas y chorreras. de ese modo a que la Pachamama recupere sus
Cruzando ese río empezaba la cuesta y tam- fuerzas, aumente sus energías, para que después
bién la penitencia, porque ahí todos, desde el más crezca alta la grama, los árboles sean grandes y
chico hasta el más grande, tenían que cargar un cosechemos buenas papas, hinchadas mazorcas.
buen trecho, solo o ayudándose, el Aya Rumi, Vieras cómo los maqtas, hija, después de
una piedra de regular tamaño que tiene forma de haber aprendido a gozar del amor, abrazados a
mujer, y quien es la que espera dizque a nuestro sus chinas, rompen eufóricos sus poronguitos de
espíritu en la otra vida, en el cruce de un camino, chicha o sus botellas de huashco, lanzando ¡ajes!,
preguntándonos, ¿Has venido alguna vez a la vivas al gran Gápaj y a la Pacha Tierra.
fiesta del Gápaj?, ¿le has hecho ofrendas? Si le Y como respondiendo a esa alegría, ese ratito
decimos que no, nos señala un camino cualquiera de lo que está calmado el cielo, empieza a tronar
para seguir pero no el gápaj ñan, el camino de de un de repente, y ahí nomás se desata la lluvia,
Dios. Por eso algunas almas se quedan perdidas, que es recibida con júbilo, con vivas por todos,
vagando sin descanso, llorando en las quebradas, porque esa es la señal del Gápaj de que está con-
por las punas, por los sitios feos, con su ropa tento y que todos debemos seguir alegrándonos.
Óscar Colchado Lucio

todo shilpienta, rotosa, de tanto andar. O si no Algunos dicen que los relámpagos clarito se ve

Cordillera Negra
van a dar derechito al supayhuasi, la casa del que salen de los ojos de la figura de nieve y que
demonio en el ukhu pacha. la lluvia también sale de su entrepierna, medio
El Aya Rumi pesa según los pecados, hija, arqueándose como un chorro, al alzar una de sus
para unas más, para otros menos; por eso los que patas de sierpe.
[230] [231]
Cantando, bailando, nos revolcamos en ese abundan ferias, hay negocios y los curas han
barro hombres y mujeres, sin dejar de hacer reve- puesto sus santos… Siendo así, no vale la pena
rencias y alabanzas al Padre. que vayas. Después de todo, así no alces el Aya
Allí, en la fiesta del Yachacuy, fue que te Rumi, ya tienes la bendición de nuestro Gápaj,
concebí, hija. Tu padre era un joven de Pachavil- porque eres hija de su festividad.
ca, a quien luego de esa vez nunca más volví a
ver. Arpista dicen que era, por eso será que a ti
mucho te gusta cantar versos. Cancionista como
él habrás salido.
Apenas nos vimos en medio de la fiesta,
ambos nos aficionamos, y en el momento en que
era hora ya que los jóvenes hagamos la ofrenda
del Yachacuy, él y yo bailábamos enganchados
por los brazos junto a todos los demás, haciendo
venias al Gápaj. De un de repente alguien dio la
voz que los maqtas eran halcones y las pasñas,
palomas, y que desparramándonos las palomas
escapáramos. Entonces las mujeres corrimos
ladera abajo, a escondernos entre los arbustos
o peñas, tratando de no dejarnos agarrar, pero
no muy lejos el pachavilqueño me alcanzó, y
cumpliendo con el mandato divino, ya entradita
la noche, cuando la mama killa recién salía, hici-
mos siembra con su bendición.
Óscar Colchado Lucio

Y ese año fue buen año, hija, hubo abundan-

Cordillera Negra
cia de lluvias, buenas cosechas y aumento de
ganado, no como en estos tiempos en que faltan
las comiditas, hay hambruna. Y eso es porque ya
no es como antes. Dicen que ahora en Chuyas
[232] [233]
Pachamama

Si la Pachamama no quiere que mueras


en una caída, en un accidente, ella misma con
sus manos te levanta y te deja de nuevo sano,
andando, como si no hubiera pasado nada.

É ramos diez los comisionados que nos adelan-


tamos esa vez a Kollota en busca del toro de
San Pedro, después que el repuntero don Bernita
López bajara llorando desde las punas de Mishito
a dar cuenta al pueblo que uno de los animales
del Taita, el más tamañazo y hermoso toro, había
desaparecido y que el rastro iba derecho nomás a
ese pueblo de ladrones al que ahora nos estába-
mos acercando.
Teníamos conocimiento de que ahí vivía un
tal Robustiano Cerna con sus hijos ya mayores
que se dedicaban solo al robo.

Cordillera Negra
Armados de machetes, hachas, cuchillos, coco-
bolos, torollos y hasta de una retrocarga, asoma-
mos a una loma de donde se veía el pueblito, al
fondo de una quebrada salpicada de eucaliptos.
[235]
Picando nuestras bestias, bajamos cortando ha visto y apurao apurao está que arrea esa
camino, cuando la luz blanca del mediodía punta de reses. Hay que alcanzarlo antes que
reverberaba en las piedras calizas desparra- las esconda…
madas por esa bajada. Algunas gotas de lluvia Convinimos que el que tenía retrocarga y
caían a pleno sol, poniendo alegrosos a los otros cinco debían ir. El resto nos quedábamos
zorzales y a los pájaros rocoteros de las huer- cuidándolo al viejo y el cuero encontrado, pues
tas que se alzaban a la entradita nomás del este pertenecía seguro a alguna res robada de
pueblo. algún pueblo cercano.
Después de doblar por una calle medio torci- Inmediatamente los designados partieron al
da, orillada de chirimoyos y porotos, desmonta- galope.
mos por fin junto a la casa del hombre que, justo Los que nos quedamos empezamos a revisar
ese ratito, salía silbando, con la boca grasosa del la casa de canto a canto, esperanzaos en encon-
caldo de res que habría estado tomando. trarlo el cuero del animal que buscábamos.
Ahí nomás lo sujetamos del poncho, Ahora En esa ocupación estábamos, cuando de un
sí, carajo, te fregaste, ¿dónde está el toro de San de repente nos hemos dado cuenta que la casa
Pedro? ¡Habla, so cojudo! se hallaba rodeadita de gente: mujeres millcadas
Y él, haciéndose el sorprendido, todo taimado, piedras en sus polleras, hombres con rajas de
no sabía dizque de qué toro le hablábamos, pero leña, cholitos empuñaos sus hondas… ¡Pucha!,
si queríamos caldo nos invitaba. nos asustamos. El Florencio y el Pancho no
Haciéndolo a un lado de un empellón, nos sé cómo dieron un salto puerta afuera y como
metimos a la casa, mientras dos se quedaban flechas se escaparon, el uno para arriba y el
vigilándolo. A la entradita nomás encontramos otro para abajo, antes de que los otros reaccio-
un cuero. Pero no, no era de su toro del taita. naran. Sólo yo y el Juañi nos quedamos aden-
Ingresamos al patio, donde había tanta carne tro. Cuando quisimos hacer lo que aquellos, el
Óscar Colchado Lucio

colgada en ganchos y un perol humeando. En eso, viejo Robustiano, de un tranquillazo a uno y un

Cordillera Negra
uno de los nuestros llamó de afuera, a gritos. empujón con el cuerpo a otro, así enmarrocado
En dos trancos salimos a la calle. como estaba, nos tumbó al piso, y de in brinco
—¡Miren! ¡Miren! —señaló el cerro todo agi- ganó la calle, y empezó a llover piedras e insul-
tado—, ese que sube la cuesta parece que nos tos sobre nosotros que, a las justas, lo único
[236] [237]
que hicimos fue trancar la puerta como sea y De eso aprovechamos para abrir de un jalón la
quedarnos encerrados ahí adentro. puerta y echarnos a la escapada, yo por un lado,
Carajeando y maldiciendo, sentimos que, el Juañi por otro.
¡pun! ¡pun! ¡pun!, subían por la escalera del Las piedras empezaron a llover y sentí a mi
corredor varias personas hacia el terrado. tras el tropel.
Nosotros nos quedamos calladitos orejeando. —¡El cuero! ¡El cuero! ¡Se lleva el cuero!
¡A pucha!, nuestro corazón casi se apagó cuan- Cierto, yo me llevaba el cuero, pero más que
do sentimos que escarbaban allá arriba, intentan- por otra cosa, para cubrirme de las pedradas o
do bajar al cuarto donde estábamos. palazos, pues el Juañi se llevó el machete.
Lo único que hice yo y seguramente también el Como loco corría por esa bajada tratando de
Juañi, desarmados como estábamos —sólo con hon- llegar a una pendiente para aventarme a lo per-
das y sin piedras—, fue encomendarnos en nuestra dido antes que fueran a matarme a machetazos.
mente al Patrón San Pedro, haciéndole ver que por Pero una pedrada en la espalda me hizo encoger-
él estábamos padeciendo todos esos apuros. me y soltar el cuero.
Después de sacar la tierra, vimos con harto —¡Jar! ¡Jar! ¡Jar!… —oí que se huajayllaban a
espanto que estaban trozando los carrizos con mi tras—. ¡Ya soltó el cuero!
machete, en tanto afuera, frente a la puerta, Levantándome como sea, continué corriendo;
seguía el vocerío gramputeándonos. salté sobre zarzas y carhuacashas y rodé por la
Pero taita San Pedro hizo el milagro: en ese pendiente, sin que las puylloshas ni cortaderas
momento de lo apurao apurao en que se hallaban pudieran detenerme.
macheteando, cómo nomás será a uno de ellos se Me hubiera desmayado seguro si no hubiera
le escurrió la herramienta por entre las cañas y sido por el agüita helada del río que al fondo
vino a caer en nuestro poder. logró reanimarme.
¡Por fin!, nos alegramos un poco, ya teníamos Todo rasmillado y golpeado, me levan-
Óscar Colchado Lucio

con qué hacernos respetar. té co-jeando y avancé ocultándome tras las

Cordillera Negra
Los otros arriba se quedaron preocupados. chilcas.
Eso nos dio valor, porque afuera también
—alguien del terrado les enteraría— el vocerío se Con sesenta hombres de refuerzo volvimos a
apagó. Kollota.
[238] [239]
Me los encontré en el camino guiados por el todavía la casa. Carne estaban cocinando. El olor
Juañi y los demás comisionados. subía clarito hasta donde estábamos.
Como me hallaron arrastrando mi pierna, Ellos ya nos habían visto, pero como si nada.
luego de frotarme con alcohol y vendarme, me El toro de San Pedro también se hallaba ahí atra-
dieron una bestia para regresarme a Jocosbam- cito en el corral junto a otras reses.
ba. Pero yo estaba ardido por lo que me habían Mientras nos enseñaban sus tronchas hacién-
hecho y pedí marchar con ellos. donos munapar, gritaban:
Ya en el viaje me enteré que los seis que se —¡¡¡¿Quieren el toro?!!! ¡¡¡Aquí está!!! ¡¡¡Ven-
fueron tras el repuntero, lo habían agarrado a este gan!!! ¡¡¡Llévenselo, si pueden!!!
cuando estaba haciendo entrar en una cueva a los Un buen rato estuvimos observándolos, sin saber
animales para esconderlos. Entre ellos se hallaba si atacar o esperar que llegaran los esfuerzos.
el toro que buscábamos. A golpes declaró que las Decidimos esperarlos.
otras reses también eran robadas. Hasta que por fin, ya oscureciendo llegaron,
Miguel Rupishto iba a la cabeza de los sesen- cuando un viento fuerte lo hacía alborotar las
ta hombres que vinieron de refuerzo. Leopoldo semillas de los eucaliptos entre las ramas oloro-
Domínguez se había quedado en Jocosbam- sas que se agitaban. En seguida, nos lanzamos
ba reclutando unos treinta hombres más para decididos a la pelea, luego de escanciar gro para
enfrentar a los cerca de cien que debía tener ese nuestro valor.
pueblo, según cálculos que hicieron. Pero yo les Abajo nos esperaban con hachas, machetes,
informé que los pelianderos no serían más de tizones, cuchillos, escopetas…
cuarenta. Oímos como que hicieran reventar bala, pero
Sin embargo, cuando llegamos, yo mismo Leopoldo Domínguez dijo que sólo eran cueto-
quedé sorprendido: habían aumentado y ahora sí nes, que no nos acobardáramos, que sus armas
sobradamente pasarían los cien. de tan viejas ni dispararían.
Óscar Colchado Lucio

Detuvimos nuestras cabalgaduras en el altito Una vez enfrentados, repartimos machetazos,

Cordillera Negra
que dominaba el pueblo y desde ese lugar los puñaladas, golpes con torollo, rejonazos…, pero
tanteamos. también recibimos garrotazos, pedradas, tizo-
Abajo estaban como en una pachamanca en el nazos que nos tumbaron de nuestros caballos
patio de la vivienda del tal Robustiano. Humeaba entre carajos e insultos. Los perros ladraban
[240] [241]
desesperadamente. Los caballos relinchaban un chorro. Así es que cuando bajamos, rodeando
asustados… Llenos de barro nos levantábamos rodeando el lugar, no tuvieron más remedio que
los que peleábamos cerca de la acequia, para entregarse.
trenzarnos después con los contrarios en lucha
cuerpo a cuerpo. Las oxidadas escopetas tro- Ya de vuelta a Jocosbamba, un grupo nos íbamos
naban y humeaban. La sangre empezó a correr llevando a los prisioneros, en tanto otros se que-
como agua, a hacerse sango con el mullpo y a daron a recoger a nuestros muertos y traerse el
teñir las piedras… Las balas silbaban sobre las toro de San Pedro y las otras reses robadas, que
cabezas o herían pechos u hombros. Ya íbamos serían entregadas después a las comunidades de
a emprender la retirada peleando con las últi- donde las rapiñaron.
mas luces del atardecer, cuando vimos que los A la salida de Kollota, una mujer ya de edad,
kollotinos empezaban a retroceder, a escaparse alta, robusta, de trenzas, golpeada, llena de san-
algunos. Entonces atacamos con más fuerza, gre, nos dio alcance e intentó quitarnos a los
poniéndolos ahora sí en fuga como carneros. prisioneros sin conseguirlo. Ella misma asomó de
Varios muertos de ambos bandos quedaron nuevo cuando nos refrescábamos la garganta en
regados por el suelo, mientras un grupo perse- una tiendita de otro pueblo.
guíamos al tal Robustiano que huía cuesta abajo Entró apurada y antes que pudiera decir nada
con otros cinco, con los ponchos flameando por empezó a arrojar sangre por la boca humedecién-
la carrera como shingos. dolo su pollera. Nosotros, como estábamos con
Al llegar al borde de una profunda encañada, harta cólera, no nos compadecimos. ¡Déjenla, que
no tuvieron más remedio que lanzarse. se muera!, dijo alguien.
—¡Pachamamaaaaa! ¡Carajooo! —¡No te mueras, Pachamama! ¡Huye! —le gritó
Nosotros desde arriba hicimos rodar galgas y el viejo Robustiano nuestro prisionero—. ¡Te voy
comenzamos a disparar. A uno lo alcanzó Leo- a necesitar, mamay!
Óscar Colchado Lucio

poldo Domínguez con su escopeta cuando en Así hablándole quiso salir por su tras, enma-

Cordillera Negra
el fondo, herido, trataba de buscar refugio. Dos rrocado y todo como estaba, pero nosotros a
murieron sepultados por las piedras. A los res- puntapiés lo volvimos. El viejo se puso liso.
tantes, entre ellos Robustiano Cerna, los vimos Más golpes: más terco. Aguantaba sin quejarse,
arrastrarse por entre las rocas y esconderse tras amenazando, ¡Espérate! ¡Espérate nomás! ¡Ya
[242] [243]
te vas a acordar de mí!… Rebuscándole encon- como está criando a los gusanos dentro de la tie-
tramos entre sus ropas un bultito de trapo bien rra, igual a nosotros también nos cría? Su sangre
cocido. esta en las plantas, su leche también. Ella nos
—¿Y esto? amamanta. Ella pare las papas, las ocas, las mas-
—Es para despachos a la Pachamama, ofrendas huas. Todas las semillas que le entregamos pare.
a la madre Tierra. Hasta las casas que construimos de ella nacen.
Abriéndolo, encontramos llampu, lana de Sepan, so mal agradecidos, que ella nos cuida
vicuña, huiracoya, cañihua, hojitas de coca… como nuestra madre, a los mismos incas los ha
—La Pachamama, los jirkas, el dios Intip —le criado; por eso hay que ofrecerle coquita, san-
dijo Leopoldo Domínguez—, ya no hacen mila- grecita de nuestros animales, porque ella también
gros sobre la tierra, ahora son los santos como el sabe comer, sabe tomar, tiene que alimentarse, y
taita San Pedro y la Virgen del Marañón… cuando la desobedecemos u olvidamos, ella sufre,
—Eso dicen los traidores a nuestra fe —dijo padece igual que nosotros.
Robustiano Cerna—, por culpa de sus malos
hijos, la madre Tierra anda herida, sin pagos, sin Medio pensativos nos dejó el viejo ese momento;
ofrendas, ¿acaso ustedes mismos no acaban de sin embargo, cuando continuamos la travesía,
ofenderla? Herida está la pobre, no por los golpes con los tragos y la conversación, nos olvidamos
que creen haberle dado, ella está sangrando asina de lo que habló, y sólo nos pareció una mentira
por su falta de creencia de ustedes, de gran parte para ablandarnos, para merecer nuestra miseri-
de los runas; pero ya verán, ella es más poderosa cordia. Por eso, ya para asomar al pueblo, y para
que los dioses y santos cristianos… que taita San Pedro también nos viera llegar
—¡Ya basta, so ladrón! —le dio un puntapié como queríamos, a Robustiano Cerna y a los
Juañi—, ¿tú acaso eres buen hombre?, ¿no eres un otros dos les hicimos cargar enormes trozos de
abigeo? ¿La Pachamama protege a los ladrones? carne a la espalda, bien enmarrocados, mientras
Óscar Colchado Lucio

—Ladrón es ese santo que adoras —dijo escu- mandábamos un propio a avisar que hicieran

Cordillera Negra
piendo el viejo a un lado—, ¿acaso sus animales repicar las campanas.
no comen pasto que es su pelo de la madre Tierra Ya ante el pueblo reunido en asamblea, acor-
y la misma lana de los animales?… ¿No saben damos meterles a la cárcel, para hacerles declarar
ustedes, so faltos de fe, que la Pachamama, así de dónde eran las otras reses robadas.
[244] [245]
A golpes confesaron que pertenecían a dife- A sus dos compañeros, les hicimos llegar
rentes cofradías de la provincia: de la Virgen arrastrando junto al hueco y los arrojamos sin
de las Nieves, de la Mamita Santa Clara, de San lástima. Un alarido espantoso llenó toda la puna,
Isidro Labrador y hasta de taita Shanti. haciéndolos volar a los lic-lics y otros pájaros
—¡Sacrílegos! —dijimos—, ahora verán… que dormitaban entre el ichu… Un zorro corrió
Y para que escarmentaran sus paisanos, deci- cuesta abajo, asustado, igualito como cuando
dimos darles en nombre de taita San Pedro y los una manada de alkos los persigue.
demás santos milagrosos, duro castigo, arroján- Cuando entre varios empezamos a arrastrar-
dolos a las profundidades del Pachapa Shimín, lo al Robustiano Cerna, garroteándolo con un
ese hueco sin fin que había en las alturas de palo para que aflojara, él se agarraba de nues-
nuestro pueblo, por cuyos bordes crecía alto el tras manos, de nuestras piernas, con tal fuerza
pajonal, y animal o persona que cayera, nunca que por nada podíamos hacernos soltar. Uno se
más volvía a salir, porque decían que esa boca ha de ir conmigo, decía con su boca salivosa,
daba a las profundidades del supay huasi, el y por más que chancábamos con piedra sus
infierno. Una piedra que se arrojaba, no se oía manos y lo garroteábamos, nada. Al Juañi lo
que asentara en ningún fondo. Parecía desapare- tenía empuñado ahora cuando se asomaba ya
cer en el silencio. al hueco, y para que lo soltara tuvimos que
cortarle los brazos con machete todavía. Recién
Cuando en medio de la chirapa que estaba cayen- ahí pudimos arrojarlo, oyendo su invocación
do les hicimos llegar al Pachapa Shimín, recién se cuando caía:
enteraron que los arrojaríamos. Los compañeros —¡Pachamamaaaaaaaa!
del tal Robustiano se arrodillaron, suplicaron, llo- Jipando, sudorosos, todo salpicados de sangre,
raron dobladas sus manos, menos él que nos mira- nos incorporamos, en medio del silencio de los
ba más bien desafiante y con ganas de acometer- demás, oyendo tan sólo el silbido del viento en
Óscar Colchado Lucio

nos, haciendo fuerza para no dejarse empujar. los pajonales.

Cordillera Negra
Había calmado la fina lluviecita, y ahora el Ya nos regresábamos, cuidando que nuestros
cielo se aclaraba. En la loma del frente pastaba el sombreros no se volaran, echando unos tragos
toro de San Pedro recién rescatado junto al resto para la nerviosidad, cuando en eso, como avisa-
de la manada. dos por alguien, nos volvimos de un de repente
[246] [247]
estando ya por abajito, y vimos al tal Robustia-
no que, con sus brazos enteritos, al parecer, se
Hijo de Illapa
apoyaba en los bordes y salía como de un pozo
cualquiera por la boca del Pachapa Shimín, con
el poncho terciado y el sombrero arremangado.
—¿Quéeee?… ¿Él es?
—¡Achachay, su alma será!
Nos miró fijamente por unos instantes, sin
una mueca, sin un gesto. El ala de su sombrero
oscurecía sus ojos. Después, volviendo la vista
hacia arriba, echó a andar por donde pastaba la
manada… Asustados, corrimos por esa ladera,
enredándonos en el ichu, tropezando con las
F ueron tres los jijunas que me atacaron esa
noche saliendo de detrás de unas pencas cuan-
do recién había escampado. Parecían medio zam-
piedras. Hasta que ya lejos, cuando de nuevo paos los maldadosos. De un puntapié lo hice hoci-
volteamos a mirar, lo vimos subiendo un cerro quear a uno que me estaba huayqueando, luego
con dirección a su pueblo. Garboso iba el viejo, que le hice soltar su chaveta, y a puros codazos
caminando como en sus mejores tiempos seguro, me desprendí de los otros que me sujetaban. Te
llevándose por delante, arreado, el toro de San conozco, le dije nomás por decir a uno de ellos
Pedro que tanto trabajo nos costó rescatarlo. escapando, ya vas a ver… ¡Y qué!, me gritó él, que
era un jorobadito, ¡peor entonces para tu mal!
Reventando de cólera, me fui a verlo a los
Chuqui dueños del layme de papas que yo cuida-
ba en la lomada con Julia, mi mujer, con quien
recién acababa de comprometerme.
Óscar Colchado Lucio

—Tres me han querido matar —les dije llegando—.

Cordillera Negra
Uno de ellos es medio kullko, deben conocerlo.
—¿Kullko? —se quedaron pensando—. Será
pues el Bernaku, el que andaba atrás atrás nomás
de Julia, antes de que te comprometieras.
[248] [249]
—Creo que sí —les dije, recordando borro- —¡Qué pasa! ¿Quién eres? —me dijo acercando
samente a un jorobadito que una vez descubrí su cara para reconocerme luego que yo me aparté
espiándome tras una pirca cuando llegué de mi del burro.
pueblo a comprometerme con Julia. ¿Quién eres? ¡Ven pa acá so gramputa!, dicien-
—Tienen que ayudarme a vengarme, esto no se do lo agarré del pescuezo sin darle tiempo a nada,
puede quedar así —les dije. arrecostándolo contra un eucalipto. Allí en lo más
—Calma, cholo, calma —me dijeron—; a ver, oscuro, con los Chuqui vigilantes tras la pirca, le
cuenta cómo ha sido. puse el tremendo cuchillo en la garganta. El jijuna
Mientras les contaba, ellos se fajaban bien y blanqueó los ojos como carnero. No pudo ni gri-
ahora estaban que buscaban sus chavetas. tar. Se lo hubiese hundido si no hubiese sido por-
Después, mientras las afilaban, yo me fui a verlo que este no me interesaba tanto, sino el Kullko,
a don Octavio para que me prestara su cuchillo, que era según parecía el que me odiaba.
ese grande, filudo, con el que pishtaba chanchos, —Mira, cojudo —le dije después de retirar el
engañándole que iba a matar mi cochinito. cuchillo de su garganta, agarrándole con la mano
libre de la faja, y empujándolo para que camine—.
No habían ido lejos. En su tienda de don Ciriaco Te vas a asomar a la puerta y vas a llamarlo al
Policarpo se habían quedado tomando. Kullko; cuidadito nomás con gritar o pedir favor
La luna aún no salía y sólo la luz de las estre- porque te zampo esto hasta el mango.
llas alumbraba. Temblando, el desgraciado hizo señas, llamó.
Nos quedamos afuera a ver qué hacíamos. En —¡Qué pasa! ¡Qué pasa! —maliciaron algo los
eso, para su mal, uno de ellos salió a mear tras la otros y salieron.
casa. El Kullko con el otro conversaban apoyados en ¿Qué pasa?, los jalamos a los jijunagrandísi-
el mostrador, apurando de rato en rato un trago. mas ni bien caminaron unos cuantos pasos.
Yo me adelanté un poco y medio ocultándome —¡Vengan acá, so mierdas!
Óscar Colchado Lucio

tras un burro, le hice señas con la mano al que A puntapiés los revolcamos después que yo

Cordillera Negra
había salido invitándolo a que viniera. lo aventara como bola al centro al que lo tenía
Al verme pensaría seguro que era algún cono- empuñao. Y mientras los Chuqui los hacían arar
cido suyo, y silbando se acercó abotonándose la a los otros, yo me abalancé contra el Kullko,
bragueta. tumbándolo. Le metí cuchillo por el pecho, por la
[250] [251]
joroba, por donde le cayera; pero el cuchillo des- —Dicen que te asediaba —le dije—. ¿Es cierto?
graciado se doblaba nomás como si fuera de lata. Recien ahí se animó a contarme. Sí, el Kullko
Hicimos lo que quisimos, y como el dueño animal la seguía por todas partes, pero en silencio,
de la tienda, que recién salía, empezó a gritar, a sin decirle nada. A veces, cuando estaba yendo por
hacer alboroto, y de las casas salían los perros pasto o con su balde a traer agua de la acequia,
ladrando y avanzaban sombras con garrotes, de repente sintiéndose observada ella volteaba y
dejándolos botaos nos largamos. descubría tras los puyós, un cerco o una piedra,
una cabecita que se escondía o una sombra que
Por boca de don Octavio me enteré al día siguien- se arrastraba. Era él. Pero ella jamás tuvo oídos
te que el Kullko había hablado en la tienda de don para escucharlo ni boca para hablarle. El Kullko
Ciriaco Policarpo, que había venido a matarme y contaba a otros nomás su enamoramiento, y ella,
llevarse a Julia a las minas donde se hallaba tra- ¡ja!, ni zonza que fuera para quererlo a ese feo, a
bajando, que dos hombres contratados exclusiva- ese enano. Así, hasta que enterándose tal vez de
mente para eso lo acompañaban. Que me cuidara su compromiso, se desapareció del pueblo. Recién
que cualquier rato me desaparecería. ahora ella volvía a saber de él.
Me reí cuando me dijo eso, acordándome que —Ha querido matarme —le dije.
por una nadita no salió muerto él, que se salvó —¡Ay taitito, qué dizque!
gracias a su cuchillo que se doblaba como lata, Sólo entonces me decidí a contarle lo ocurrido.
don Octavio, le dije burlándome. Pasarían dos semanas a lo más; yo, por precau-
Ahora la Julia me estaría esperando arriba, ción, lo llevé a la Julia con sus padres, y me
en el layme, en la chocita solitaria donde vivía- quedé solito en esa choza de la jalca, cuidando
mos; más bien debía irme rápido, no fuera que el las papas que estaban en día de florear.
kullko se asomara por ahí y me la raptara… Una tarde, ya a la oración, en la que el cielo
se hallaba cargado de nubes negras anunciando
Óscar Colchado Lucio

—¿El Kullko? —arrugó las cejas Julia cuando la tempestad, y el trueno y el relámpago empezaron a

Cordillera Negra
interrogué colérico qué había tenido que ver ella alborotar, a cuartear el firmamento a la distancia;
con ese jorobado antes que yo la conociera. yo, calapachándome, me puse a hondear en esa
—Nada —me dijo alzando los hombros—. ¿Qué dirección con terrones empapados de querosene,
iba a tener yo con ese enano animal? a fin de alejarlo a la rancha, a la helada, para que
[252] [253]
no se llevara el espíritu de las papas y arruinara la poco para llegar a la laguna de Punacocha. El
cosecha. En eso, afanado que estoy, no sé cómo vol- cielo estaba negro negro y los truenos lo hacían
teo y descubro al Kullko y a los dos desconocidos, estremecer los cerros. No había cuevas por allí
prendiendo fuego a mi chocita. ¡Pucha!, lleno de cerca y mis llanques se resbalaban a cada rato en
rabia cogí una piedra para mi honda y, apuntando el ichu mojado haciéndome caer.
medio al cálculo nomás, tiré con toda fuerza. ¡Pojjj! Desesperado, no sabiendo qué hacer, no sé
sonó la cabeza de uno de ellos, que no distinguí cómo vi abajo en una quebradita, al pie de la
bien quién fue. Y mientras buscaba otra piedra, vi laguna, una choza de paja que nunca antes había
que arrastrándolo como sea sus compañeros se los visto. Será de algún pastor, dije, y bajé lo más
llevaban al Kullko por esa bajada. ¡Ya lo fregó! ¡Ya rápido que pude a pedir posada.
lo fregó!, diciendo. ¡Parece que está muerto! Una viejita bien viejita, canosita, de ojos medio
Cuando llegué a mi choza lo hallé en cenizas llorosos, salió a su puerta oyendo mis llamados.
todo, y como se desató la mangada con fuerza, —Dame posadita, mamay —le supliqué—, hasta
me fui a refugiar a una cueva cercana, metiéndo- que pase la mangada solamente.
me a las justas, porque casito me agarra un rayo —Capaz mis hijos se van molestar —me dijo—,
que chamuscó el pajonal ahí afuera. medio de mal genio son.
Al otro día, unos pastores me socorrieron dán- —No hay de ser, mamacha; mira cómo estoy
dome un poncho para cubrirme, luego que dormí bañadito.
desnudo totalmente tapado sólo con paja. —Pasa, pues —me dijo por fin—; pero es mejor
Llegando hasta los Chuqui, les dije que se que te escondas en ese rincón, donde te voy a
buscaran otro arariwa, que yo me volvía a mi tapar con costales.
tierra llevándomela a Julia, antes que alguien me —Gracias, mamacha.
acusara de haberlo matado a un hombre.
No pasaría mucho rato seguro desde que el sueño
Óscar Colchado Lucio

Pero ni en Uchugaga, mi pueblo, encontré tran- me estuviera venciendo, cuando de un de repen-

Cordillera Negra
quilidad. te desperté sobresaltado al oír que los truenos,
Una tarde volvía yo de la puna después de como si hubieran bajado a reventar a la puerta de
haber dado sal a mis chúcaros que por allí pas- la choza, hacían estremecer los callapos, ¡raqhaq!
taban, cuando me agarró la mangada faltando ¡pun run! sonando.
[254] [255]
En eso, un tropel se oyó que se aproximaba a —Bueno, mamay; ya volvemos.
la choza: Así diciendo se desaparecieron, mientras la
—¡Mamá! ¡Mamá! —llamaron. viejita se quedaba paradita a la puerta.
Asustado, sus hijos seguro diciendo, bonito Asustado, para que la mamacha no dijera que
nomás me cubrí lo más que pude, pero dejando yo había estado mirando y escuchando. Me tapé
siempre una aberturita para chapar. bien, haciéndome el dormido.
Mi cuerpo se heló cuando los reconocí a los dos
que entraron: ambos eran sus amigos del Kullko. Pero de a de veras me había vencido el sueño,
porque, al despertar, era el nuevo día. Había buen
—¿No ha pasado por aquí cerca un hombre? —le sol y los costales con que yo creía haberme tapa-
preguntaron. Mi corazón se quiso salir por mi do sólo eran pura paja brava, y no había choza,
boca ese rato. ni mamacha, ni nada, sólo el cielo azulito arriba,
—No, hijos, nadie ha pasado —mintió la viejita el nevado más allá, con sus aguas que bullando
para mi alivio. Gracias mamacha, dije entre mí, iban a depositarse a la mamacocha. Las wachwas
gracias mamallay. alborotaban por ahí cerca, disputándose algunas
—Caracho, ¿dónde se ha metido entonces? truchas. A la distancia, ¡lej! ¡lej! ¡lej! ¡lej!, vola-
—diciendo volvieron a salirse. La viejita los siguió. ban los pájaros de puna… No corría viento. Todo
—¿Y quién es ese hombre, hijos? estaba calmado.
Hoy sí me fregué, dije entre mí. ¿Habré soñado? ¿Me resbalaría en el barro
Es uno que nos andaba hondeando con terro- y me habría golpeado hasta privarme? Piense y
nes empapados de querosene cuando era arariwa piense bajaba yo por una ladera, mirando abajo
en una chacra de papas. en la hoyada las casitas alegres de mi pueblo, con
¿Cómo? Pensé, ¿serán ellos los hermanos del las huertas orilladas de eucaliptos, donde alegres
rayo: el trueno y el granizo?, ¿la rancha que le alborotaban los sirguillitos.
Óscar Colchado Lucio

decimos?

Cordillera Negra
—Pero no es por eso que lo buscamos —yapó—; —La mama Rit`i, la Nieve, fue la que te salvó
es por otra cosa. —me dijo el hanpeq de mi pueblo cuando fui a
—Ah, vaya; por acá no ha pasado, hijos; tal consultarte de las pesadillas que tenía, en las
vez más arriba, por el camino. que siempre siempre se me aparecían el Kullko
[256] [257]
y sus dos acompañantes, agresivos, amenazan- Eso dijo el hanpeq; sin embargo, ellos determi-
tes, queriendo matarme cada vez—. Eso lo hizo narían otra cosa, porque cuando volvimos de la
para que sus hijos no siguieran metiéndose en puna, luego de hacer las ofrendas y los rezos,
problemas. Pero en de veras, esos dos hombres ya no la encontré a Julia, mi mujer. Los que la
son el trueno y el granizo, hermanos del rayo, vieron irse, cargadito un atado, dijeron que de la
a quienes les gusta llevarse el espíritu de las mano se la llevaba un kullkito, por arriba, por la
comidas para guardarlos en su troje al fondo de subida de Ayán, y que cuando los están viendo
la mamacocha, la laguna. Cargadas en mulas lo se desaparecieron, como yéndose en dirección a
hacen llegar allí las comiditas que se lo levantan las montañas sagradas el Yarupajá.
de los cristianos. A los arariwas o cuidakojs los Sin saber qué hacer, llorando me fui por esa
aborrecen, porque el querosene que les tiran les cuesta. La mangada se desató en esos momentos.
hace arder los ojos como ají cuando se acercan. Corrí buscando un refugio, pero no bien avancé
Pero a ti —dijo viéndolo mi suerte en una vela un trecho, sentí que un rayo lo hacía estremecer
que llameaba—, te odian más porque lo matas- mi cuerpo y que mi rostro iba dar de golpe sobre
te al Kullko; es que ese hombre era un illa, su el pasto recién lavado, hasta quedar aquí donde
hijo de taita Illapa, el rayo, y este también ha mis ojos se están cerrando…
de estar colérico, esperando darte tu castigo.
Por eso no es bueno que andes solo por lugares
descampados.
—Ellos fueron los provocadores, yo no, taita
—le alegué.
—Quizá por eso mismo —me respondió— hasta
ahora el padre Illapa no te ha dado su castigo.
—Pero ¿y los otros? ¿Cómo haré, papay, para
Óscar Colchado Lucio

que dejen de perseguirme?

Cordillera Negra
—Calma ya no te perseguirán —dijo apagando
la vela—; para eso vamos a hacerles despachos,
vamos a rezarles al pie de la mamacocha cerca
de Mama Rit´i…
[258] [259]
De dioses y demonios

H as de saber, hija, que al dios arco iris


Tulumanya mucho le gusta perseguirnos a
las mujeres, sobre todo a las muchachas como tú.
Cuando nos envuelve, clarito se siente que pica
por todo el cuerpo, medio cosquillando todavía.
Para sanarse de ese mal es bueno hervir hilos de
colores entreverados con polvito de cuerno de
carnero negro, ajos y hojas de pachacrá. Una vez
que los hilos se destiñen, recién se toma.
Por eso hay que tener cuidado de no acercarse
así nomás a los lugares donde nace el arco, que
es un gato negro con ojos por donde salen los
colores como lanzados por reflectores… Una vez
yo sin darme cuenta me lavé en un puquial donde
nacía el arco. Al advertirlo, me alejé corriendo,

Cordillera Negra
pensando que mi cuerpo empezaría a picarme;
pero no sentí nada, ni ese día ni durante otros.
Fue después de algunas semanas todavía que me
di cuenta que mi barriga estaba hinchada, y que
[261]
cada vez se iba inflando más. Como ya estaba dara. Pero en eso en que la señora estaba con sus
comprometida con tu taita, pensé que estaría dolores, ¡ploc!, reventó algo así como una bolsa
encinta. Mas cuando me fui a verla a la curiosa, llena de aire cuando se le aplasta; y dicen que
doña Laga Tomasa, que vivía por abajito por la una criatura rubia, con su pelito como la candela
Kolpa, me dijo que el arco iris, el dios Tuluman- todavía, veloz salió corriendo, perdiéndose en la
ya, me habría empreñado. Entonces empezó a oscuridad.
darme bebidas, a curarme, a fin de botarlo. Mi Esa experiencia la volvió más precavida a
ropa se quedó impregnada de uno como líquido la curandera. Por eso cuando otra mujer salió
blanco, baboso, que después cuando lo vimos embarazada del ichic ollco, ella le dijo, Para
con la curandera, casi me muero de susto: era un que no se nos escape, prepara una olla de barro
gusano larguito, como del tamaño de un dedo, nueva, sin uso, ahí lo vamos a hacer caer el día
parecido al lacato, con dos cuernitos… del parto; es bueno agarrar al duende porque trae
Del ichic ollco o duende hay que tener cuidado suerte… Y de veras, con todas las precauciones
también; así como al arco, le gusta de igual modo esta vez, en cuanto cayó nomás taparon la olla. A
empreñar a las mujeres… A una señora de abajo, los dos días, cuando fueron a verlo, el duende ya
de Aitumanga, la cubrió en la quebrada, sin que no estaba, se había escapado dejando su caquita
ella recuerde ni cómo ni en qué momento. Ella de puro oro como pago de su libertad. Más allá,
estaba lavando ropa, todo distraída, cuando de saliendo de la casa, encontraron en el suelo su
un de repente se asomó dizque uno como un rastro como de babosa.
niñito nomás, calatito, tocando su tambor. Ella El taita Orko, el espíritu de los cerros, tam-
se levantó asustada, iba a correr, pero menos mal bién mucho se aficiona de las jóvenes, hija.
que el otro desapareció… Conforme pasaron los Dejando de ser halcón o cóndor que anda revo-
días se dio cuenta que estaba preñada. Igual que lando entre las nubes, tomando la forma de
cualquier mujer enfermó y a los nueve meses un gringo buen mozo, de barba rubia, vestido
Óscar Colchado Lucio

debía dar a luz. Le dijeron que el parto era más con chamarra, pantalón de vicuña y ojotas, se

Cordillera Negra
doloroso que para cualquier criatura normal. Por presenta. A su hija de tu tía Agucha, la mayor,
eso una curandera tuvo que venir a atenderla… una muchacha bonita, delgadita nomás, así se
Junto a la cama de la parturienta puso sal la le había presentado un día cuando se hallaba
mujer, para que el ichic ollco ahí nomás se que- pastoreando. Vamos, entra, le había dicho el Orko
[262] [263]
llevándola con engaños, hasta un cerro que se al aire, él las posesiona con sus rayos tibios,
abrió dejando una entrada como puerta; entra, agradables, que producen una somnolencia dulce
conocerás mi casa. Cuando ingresó, la muchacha mientras las va preñando. Después dan a luz un
dizque vio adentro, toda asustada, que las cosas niño blanco, rubio, como el padre.
que habían eran de puro oro y plata, y que más Pero a diferencia de los dioses bondadosos,
adentro se extendían campos llenos de ganado, que sólo se aficionan de las muchachas para
donde las llamas y las alpacas cubrían como dejar su semilla; al Supay, el diablo, lo que más
nubes los cerros. El pasto era verdecito y discurría le importa es hacernos caer en el pecado o buscar
entre árboles altos y corpulentos, agüita cristali- nuestra desdicha. A veces, tomando apariencia de
na. Cantarinas sirguillitos alborotaban el lugar… cristiano se nos presenta, como se le presentó a
Allí el dios la había hecho su amante. Un día la mi prima de segundo grado doña Fidela Cotrina.
muchacha, ya lo ha olvidado, cuando su mamá, Ella era joven entonces y la asediaba don Llupico
su taita, sus hermanos, se habían cansado de bus- Yucra, un hombre casado, natural de Maraybam-
carla, de un de repente apareció acompañada de ba… La Fidela, de tanto que el hombre la fastidia-
un wambracha rubio, bonito, gringuito. Pero no ba, se había enamorado también, sin importarle
llegó a la casa de tu tía Agucha, sino a la choza de ya su mujer ni sus tres hijos. Cuando se hallaba
su hermana Antonia que vivía al pie del camino sola, pastoreando sus borreguitas por el alto de
a Parobamba. Ahí a ella le había confiado que no Machajuay, piense piense en él nomás paraba.
quería que sus padres la vieran porque no iban a Hasta que una vez, en eso que está pensando,
dejarla volver. Por nada ha querido dejarme venir lo vio asomarse a lo lejos, sonriendo, itacado su
el Orko, tanto le he suplicado, y ha aceptado sólo ponchito. Ella, feliz, corrió como nunca antes a
para darles aviso que estoy bien, que de mí no los brazos abiertos que él le ofrecía. Vueltas y
tengan pena; este es mi hijo, conócelo. Así dicien- vueltas se besaron ahí sobre la huaylla, se ama-
do se había vuelto. Al wambracha yo también ron… Pero ese hombre no había sido don Llupico,
Óscar Colchado Lucio

llegué a verlo. Pasaron por mi lado cuando regre- sino el espíritu malo; porque cuando ella llegó

Cordillera Negra
saba del molino. Bonita criatura, para no creer… a su casa estaba transtornada, feo los volteaba
De taita Intip, el padre Sol, también hay que sus ojos riéndose, hablando sólo de don Llupico,
tener cuidado. A veces cuando las muchachas diciendo que se iba a casar con él, que así se lo
amanecen destapadas, con su cuerpo calapacho había prometido después de hacerla su mujer… Su
[264] [265]
mamá, asustada, no sabiendo qué hacer, se fue a muchacha dijo que era de un forastero apellidado
verlo a don Llupico. Él se negó que se hubieran Ochante, que había venido dizque de Tauca para
visto con la Fidela, alegando que ese día para la fiesta. Y cuando nacieron los otros, ya no dijo
nada se había movido de su casa porque estuvo nada, aunque siguieron apellidándose Ochante
ocupado pishtando chancho con su señora, sus y no Huamaní como ellos. El forastero nunca se
hijos y más sus parientes que habían venido de dejó ver.
visita de Maraybamba. Que ellos eran testigos… Cuando Timoteo Ochante, el hijo mayor, ya
Desesperada tía Petrona, luego de varios días que hombre, se separó de Eusebia, su primera mujer,
su hija seguía en el mismo estado y más aún se para casarse con otra; aquella, colerosa como esta-
estaba empeorando, le suplicó a don Llupico que ba, ante tanta gente reunida en el velorio de don
viviera un tiempito con su hija a ver si asina se Brígido Domínguez, dijo, ¿Ah, sí?, está bien pues
sanaba. Él consultó con su mujer, y ella, com- que se case con la Adelaida, que ahora sea ella
padecida como era, estuvo de acuerdo. De ese ya también quien se afane trasquilando su rabo.
modo, no sólo un tiempito vivieron, sino varios Como no le entendimos bien, contó que el Timoteo
años, hasta su muerte de la pobre Fidela, que no tenía un rabo pequeño, pero gruesito, con cerdas,
mejoró, llegando a tener dos hijos más bien, que que cuando estas no eran recortadas le ofendían.
nacieron normales felizmente. Masque han de poner atención, decía, cuando se
A veces el enemigo, hija, sin dejarse ver nomás, sienta nunca se sienta de frente, sino de costadito
se halla en nuestro junto mal aconsejándonos, nomás porque su rabo le ofende…
tentándonos para que pequemos entre parientes Las mismas personas se pueden volver demo-
cercanos o entre comadre y compadre. Por eso nios, hija, por el delito de vivir entre familias
no hay que tener mala cabeza, porque puedes ser carnales. Antes de morir, esas personas ya penan
causante para que tus hijos nazcan deformes o convertidas en animales espantosos como las jar-
con cola de cerdo. Yo me acuerdo de dos herma- jachas, que son unas llamas con dos cabezas, de
Óscar Colchado Lucio

nos, varón y mujer, que vivían en Pargay, junto lanas sucias como estropajos que cuelgan de sus

Cordillera Negra
a Huinllurca, dedicados al pastoreo y a la siem- cuerpos sarnosos, pestilentes. Las almas pecado-
bra. Sus padres habían muerto y la soledad los ras se desprenden de su cuerpo durante el sueño
iría juntando poco a poco seguro, hasta terminar para salir a vagar por cerros, encañadas, por
haciéndose de hijos… Cuando nació el primero, la sitios donde hay tierra pesada, tierra de muertos
[266] [267]
sobre todo. Gritando como pavos, ¡kar! ¡kar! si no se humillaban así, en seguida los mandaba
¡kar! corretean haciendo tronar sus dientes en flagelar con su mayordomo o sino él mismo los
las noches oscuras o bajo la luz de la luna… Mi hacía encogerse a zurriagazos. Dicen que habla-
abuelito Domingo, que era bien valiente y hasta ba: el día que me muera los diablos van a querer
una vez había peleado con un puma, una noche cargárselo mi cuerpo, pero yo me voy a ocupar
cuando volvía solo de la toma de agua, se había de que no lo hagan. Y para eso hizo construir
dado cuenta que una sombra lo venía persiguien- un ataúd con tres cajones: el primero de madera,
do. Entonces él, sacando su correa, la esperó el segundo de bronce y el tercero de acero; este
bien plantado en el camino. Era una jarjacha que último para que los diablos no pudieran acercarse.
botando candela por la nariz y la boca, se fue de Su tumba está en un lugar rocoso, algo alejado
frente a atacarlo. Él a puro correazos por la cabe- de su hacienda, con otros nichos de su familia al
za, por el lomo, por donde le caiga, la hizo humi- lado; hay escalinatas de piedra para subir hasta
llarse hasta hacerle decir, ¡Ya no me pegues!, ¡ya allí mismo. El día que yo muera, había dicho,
no me castigues!, yo soy tal persona, vivo con mi temblará la tierra. Y de veras, su boca se acertó: el
hija, por eso estoy castigado a vagar convertido día que lo llevaban a enterrar ocurrió el terremo-
asina. Y mientras hablaba, se fue transformando to, ese año en el que quedaron sepultados varios
en un hombre togado, un hacendado, que se pueblos y murió tanta gente. Dejándola tirada su
quedó quejando en el camino mientras mi abuelo caja los acompañantes habían corrido, y como
se alejaba. Ese hacendado había sido un tal Carlos a los quince días todavía lo enterraron. Actual-
Bocanegra, dueño de Huataullo, quien convivía mente, con tantos temblores que hay por estas
no con una, sino con sus tres hijas. Ese demonio tierras, la entrada de su nicho se ha resquebrajado
había dicho una vez refiriéndose a su madre, si el y ha quedado un hueco por donde se puede meter
lugar por donde salí está allí, por qué no puedo la mano y tocar el ataúd de acero.
entrar por ahí mismo. Y había tenido relaciones En las relaciones de las mujeres con los curas,
Óscar Colchado Lucio

carnales también con ella. Decían que ese hombre también tiene que ver el demonio. Me acuerdo

Cordillera Negra
era malo, muy malo. Cuando alguien llegaba a su de la Claudia Churata, mi lechigada que era,
hacienda tenía que tocar tres veces una campana con quien aprendimos a firmar juntas nuestro
que había junto a la tranca de entrada y saludarlo nombre bajo las enseñanzas del Manco Shishi,
bajando la cabeza con el sombrero en la mano; el único leído en el pueblo. Ella, siendo mujer
[268] [269]
madura ya, solterona, vivía dizque con el cura como las que dejan las espuelas en el costado de
de Sihuas, que siempre siempre llegaba con cual- las bestias.
quier pretexto: un bautizo, un matrimonio o una Cuando en un pueblo abundan los pecados
misa de difuntos. La gente hablaba diciendo que y es mucha ya la corrupción, hija, los espíritus
por las noches, convertida en nina mula, la Clau- bondadosos de lo alto: Intip, Illapa, y los de
dia era cabalgada por el demonio en forma de acá de la tierra: los wamanis, la Pachamama y
cura sin cabeza. Varias personas decían haberla a veces hasta el mismo Amaru, se enojan mala-
visto bajar por la quebrada, respingando, con el mente y mandan feos castigos, como huaycos,
demonio en su encima llevándola bien cogida aluviones, granizadas, terremotos, pestes, ham-
de los cabellos como si fueran bridas… Bueno, brunas… Al Supay también lo ponen en apuros
yo no llegué a verla asina, pero en cambio lo tratando de desaparecerlo, taita Illapa sobre todo,
que sí tengo recuerdo es que cuando ella estaba que lo persigue por todas partes, disparándole sus
grave, ya próxima a morir, los que la cuidába- rayos; pero el demonio maldesao se para escon-
mos en su lecho, oímos a medianoche, afuera, el diendo tras las personas; por eso es malo andar
relincho de un caballo primero, ¡hiiiiii! ¡hiiiiii!, por los sitios descampados cuando hay tormenta;
y después el galope detrás de la casa, ¡pututún! por acertarlo al Supay, taita Illapa nos puede cas-
¡pututún! ¡pututún!, acercándose o alejándose… car a nosotros nomás y matarnos. El diablo más
De un de repente cuando nos descuidamos, cla- para, dicen, por los lugares donde hay entierros
rito sentimos que entraba a la habitación algo de abortos, y es por eso que por esos lugares es
así como un viento y que la sacaba a la Clau- donde más cae el rayo.
dia de su lecho. Asustadas las acompañantes Cuando uno anda por esos sitios malapartes
miramos la cama y la vimos vacía… Corriendo es bueno llevar un anillo o una cruz de acero,
salimos afuera y la agarramos cuando ya se iba coquita pa valor, sal y ruda. A las criaturas hay
lejitos… Pero otra vez ocurrió igualito, y otra; que prepararles una bolsita chiquita de trapo,
Óscar Colchado Lucio

el menor descuido y ya la veíamos de nuevo para que la ollquen en su cuello o la lleven

Cordillera Negra
saliendo de la casa… Así, de tanto cuidarla, nos amarrada a su faja. Además de ruda, hay que
venció el sueño. Al siguiente día, alrededor de su ponerles ajos y alcanfor. Si no las llevamos así,
boca, amaneció señalao señalao la marca de las los cerros chúcaros, los jirkas malignos, pueden
riendas y sus pechos también llenos de heridas, comérselo su corazón, tal como se lo cachcaron
[270] [271]
de tu hermanito el mayor cuando con tu taita Por eso, es malo dormir en el campo sin nin-
volvíamos de Quiches. La mangada nos agarró guna protección o sin hacerle ofrendas a los jirkas
a medio camino en un feo paraje y tuvimos que chúcaros o sin escupir en dirección adonde se
buscar refugio entre las peñas. Bajo una tremen- hallan, en señal de saludo. A veces, tomando la
da roca que con el terremoto se había despren- forma de algún animal pueden acercarse también
dido, quedándose medio inclinada, nos guare- a hacerle daño a uno, como al Eulogio, su hermano
cimos y nos resignamos a pasar allí la noche. de la Nicolaza Ponte, quien se había dormido en
Durmiendo cuando estábamos, sentí en medio una huaylla junto a un ojonal, al pie de un cerro
de la oscuridad que tu hermanito se deslizaba chúcaro. Al despertarse, un gatito estaba sentado a
de mis brazos hacia abajo por entre el poncho su lado, y cuando quiso agarrarlo desapareció de
con el que estábamos tapados. Recuperándolo, su delante. De ahí nomás su boca del pobre hombre
asustada, me quedé pensando, sin despertarlo a se torció y empezó a formar pus. Su mamá, que
tu taita. ¿Qué?, dije entre mí, ¿me habrá pareci- era curandera, logró mejorarlo de lo que se estaba
do que lo arrastraban? A partir de esa hora ya pudriendo; sin embargo, ya no quedó normal.
no pude dormir. La lluvia había calmado, pero la Pero antes que a los jirkas chúcaros son a los
noche estaba muy negra. En eso, clarito cuando apus buenos a quienes no debemos olvidarnos
estoy sintiendo, alguien se lo jala de nuevo por de reverenciarlos, hija. No hay que permitir por
entre la cobija. A las justas lo empuñé cuando nada que su cólera se desate. Haciendo ayuno,
ya se estaba escurriendo por mis pies, llamán- comportándonos como ellos desean y hacién-
dolo asustada a tu taita, ¡Agapito!, ¡Agapito!, doles despachos con coquita, ron, sangre de los
que roncaba al lado. Él salió, ¡Qué pasa!, ¡qué animalitos, lograremos su bendición, haremos que
pasa!, diciendo. Pero afuera no había nada, sólo den su milagro para que haya lluvias, abundancia
el silencio… A los pocos días nomás, la criatura de cosechas y aumento de nuestro ganado. Que
empezó a aguadijarse, a tener fiebre, a ponerse no vuelva a ocurrir, dios taytito, por nuestro mal
Óscar Colchado Lucio

muy mal. La llevamos a una curandera, y ella comportamiento, ese castigo que padecieron nues-

Cordillera Negra
pasándole un cuy nos dijo que estaba comido un tros bisabuelos con esa hambruna que hasta hoy
pedacito de su corazón y que era muy difícil ya nos espanta, donde las lluvias se ausentaron por
sanarlo; aun así hizo la prueba de curarlo, pero años, desaparecieron los manantiales y las cha-
al mes falleció. cras se volvieron polvorientas. La gente lloraba,
[272] [273]
los animales se comían entre ellos y las aves en
pleno vuelo se caían. El único lugar donde había
Viejo puñalero
unos ojitos de agua era en el cruce del camino
entre Aitumanga y Warakuy y también, de veras,
en Ambrashkolpa. Todas las noches mi bisabuelo,
o tu tatarabuelo, dicen que regaba sus papitas, su
cebadita, su triguito, trayendo agua en porongos, Faltando poco para que alguien muera,
plantita por plantita. Los apus harían su milagro su alma vaga recogiendo sus pasos, vestido
seguro para que sus papitas se ullullmaran, fru- igualito como en vida, con poncho,
tearan de nuevo, después de la primera saca. A con sombrero, con llanques…
él solito la gente de todas partes acudía a verlo
trayendo de regalo sobrecargas, monturas, sogas.
Y él les obsequiaba triguito, cebada o papas,
poquito poquito a cada uno para hacerlo alcan-
zar… Cuando algún granito de trigo o cebada
«L a Tomasa tiene su casero, don Pedro», le
habían dado cuento.
Entonces el viejo se emborrachó, montó en su
se caía, perdiéndose en alguna rajadura de las mula, se arremangó el sombrero y se aseguró que
piedras o en la tierra misma, a golpes dizque se su cuchillo no faltara en su alforja.
agarraban quitándose, y lo sacaban ayudándose Esa noche la luna salió blanquita, y él vio que
con agujas, palitos o espinitas; pero no lo hacían la Virgen hilaba. Pero ni eso le conmovió. «Ni
perder por nada… el ángel de su guarda la va a salvar, carajo». El
Todo esto que te acabo de referir, hija, es para viejo estaba herido en lo más profundo. La rabia
tu bien, para que tengas cuidado y no caigas así le quemaba.
nomás en la tentación; para que mañana más Fea, pedregosa, era esa cuesta. Pero ya había
tarde no digas: mi mamita no me dijo, no me pasado la quebrada. A esa hora en que todo era
Óscar Colchado Lucio

advirtió, y vayas a maldecirme. Guárdalo bien en silencio.

Cordillera Negra
tu memoria. Háblales también asina a tus hijos Allá lejitos sobre el cerro estaba la choza, a un
cuando tengas, para que sean buenos comunru- costado del camino.
nas y no anden después llorando, lamentando su Altos los eucaliptos parecían contemplarle
mala suerte, su fatal destino… recelosos toda esa travesía.
[274] [275]
A poca distancia de la choza, el viejo decidió
esconder la bestia y avanzar sigiloso a pie.
Hacia el Janaq Pacha
El reflejo de un cuchillo avanzó como una
luciérnaga entre el monte.
Los perros aullaron con voz filuda en el momen-
to en que el viejo vio salir de la casa la silueta de
un hombre.
Gramputa, ahora vería. Dos candelitas sus ojos.
Como si nada, el jijuna bajaba por el camino ita-
cado su poncho. No tardaría en pasar por su lado.
Al fin lo vio de cuerpo entero. No pudo dis-
tinguir su rostro. El ala del sombrero oscurecía
su cara.
Los eucaliptos se agitaron con una súbita ráfaga.
P or los caminos del zorro habría venido.
Y tú mirabas, mirabas desde la plaza los blan-
cos caminitos de nube estirados en los cerros.
Ni para pedir perdón le daría tiempo. ¿Desde arriba? ¿Desde el Janaq Pacha?
Como un puma saltó cogiéndole del cuello Quién sabe.
con un brazo y con el otro le metió por la espalda ¿Pero ella sería de veras?: la Emicha Huayhua,
dos, tres, varias puñaladas… De un empellón lo ¿tu madre?
arrojó de bruces sobre el camino. Dudabas.
Soberbio, en jarras, el viejo lo contemplaba ¿No estaba pues muerta? ¿Acaso los mili-
ahora, tratando de reconocerlo a la luz de la luna. tares no bombardearon a la columna entera
Esperaba que el otro, en el estertor de la ago- desde un helicóptero? ¿No viste tú mismo sus
nía, levantara el rostro para saber por quién y huesos calcinados en esos carrizales a orillas
por qué moría. del Apurímac?
Óscar Colchado Lucio

Y ahí nomás, cuando ya estaba por lanzar una Seguías dudando, ahora que la habías visto,

Cordillera Negra
grosería, se quedó mudo, tembloroso, al reconocer llamándote desde una esquina de la plaza, bota-
en el otro su propia sombra agonizante, mientras dito así como te encuentras, sangrando por nariz
sentía en la espalda un dolor de cuchilladas y que y oídos, sin sentir la helada que como lana cae
la muerte se atracaba en su garganta… sobre tus dientes.
[276] [277]
Ya amanecería. Ya asomaría en el cielo alto de Estás viendo cómo tapan tu cuerpo con tierra,
la madrugada el cuchi pishtag, el lucero que hace cómo algunas mujeres lajpirean diciendo, Gua-
sangrar el amanecer. gua todavía era pues, por su madre se metería
También los ronderos vendrían, agarradas sus en esto.
hachas, sus picas y carabinas viejas a ver si el niño ¿Tu madre?
senderista, «el wambra terruco», seguía vivo. Vuelves a reparar por donde la viste hace un
Y como si tu pensamiento los hubiera traído, rato nomás, y nada; por arriba, por la cuesta
oyes sus pasos entrando en tropel a la plaza, sus Escalón, tampoco. En eso, tu tío Sabino aparece
voces aguardentosas que reniegan y carajean; más bien. Acaba de detener sus burros para mirar
pero tú ya estás en las últimas y apenas los sien- tu entierro. Te acercas. «¿Tu madre?», está viva,
tes llegar junto a ti, cuando el último hilito de te dice, «te espera más arriba, acabo de verla».
aire se te escapa… «Mentira, le respondes, «mentira, tú también estás
Ya ahora con el cuerpo liviano, como peda- muerto». Entonces, sin responderte, empieza a
zo de neblina nomás que fueras, paradito estás empujar sus burros para que avancen, para que
viendo desde un costado de la plaza, cómo a tu sigan su camino.
cuerpo lo están pateando. Y mientras una cruz están plantando sobre
Taita Intip, que acaba de salir, derramando tu sepultura, triste acabas de ponerte viendo el
está su oro tibio, medio sangroso, por las loma- caminito tras la loma del cementerio, por donde
das y cerros altos. anoche nomás llegaste con los guerrilleros a dar
Y mientras las mujeres parlan alborotando dizque escarmiento a los traidores, a «hacer sentir
la mañana al igual que las torcazas ahí en los la autoridad de la revolución», según fueron sus
eucaliptos, los hombres, que han traído sus picos palabras del mando: el camarada «Wence». Y ahí
y palas en vez de armas, arrastrándote están a te estás viendo ahora, envuelto en piel de carnero
una esquina de la plaza. como los otros, entrando por la quebradita entre
Óscar Colchado Lucio

—Aquí, aquí —dice el teniente gobernador, los alisos que por allí forman un bosque. Y en tus

Cordillera Negra
bufanda al cuello, sombrero shillpiento—, aquí oídos suenan todavía, entreverado con el cull cull
de pie con los brazos abiertos como una cruz, del agua, la voz del vigía de los ronderos, gritando,
mirando el camino de Antacocha; para que ¡Nos atacan los terrucos!, ¡nos atacan!, mientras
nunca más entren por este lado los terrucos. corre saltando piedras y soltando tiros al aire,
[278] [279]
después de haber sospechado seguro que esa mana- Tú mismo abres bien tus ojos, pero no la ves
da no era manada… y ahí fue que aparecieron de a ella por ningún lado.
todas partes patrullas de ronderos y más comuneros —¡Ya se desapareció, se fue tras su casa de
con sus mujeres y perros, y ahí mismo fue también doña Tomasa!
que ustedes reventaron dinamitazos y soltaron el —¡Qué dizque! Ella está muerta, ¿no lo sabían?
fuego, entre vivas a la lucha armada y mueras a —Pero… ¿y las flores?
los traidores. Dos, tres, cuatro ronderos cayeron —¿Y las flores?
ahímismito bañados en sangre, luego un comune- Ahora están corriendo. Tú mismo estás
ro, después una mujer… Eso les alocó a los perdi- corriendo.
dosos que ahora sí disparando, lanzando piedras Ahí están las flores, frescas, silvestres. Las levan-
con honda y enfrentándose a garrotazos y cuerpo tan, las huelen… ¿De dónde las traería? Del otro
a cuerpo empezaron a hacerlos retroceder a «los lado del río Pampas seguro, sólo por allí había, y
compañeros» y después hacerlos escapar a lo «qué en un solo sitio: en Atoghuarco. ¿De Atoghuarco?,
cuenta tengo», dejando regaos sus muertos, entre ¡manam!, ¿quién podría subir a esa fea pendiente
hombres y mujeres. Tú mismo caíste herido por una de purita roca viva y puntas como cuchillo? Pero
pedrada en la cabeza lanzada con honda cuando ella iría, su hijo era, ¿no lo sabían? ¡Achachay!,
detrás de unos puyós arrojabas tarros con dinamita. alma condenada sería ahora. O wayra warmi, quién
El teniente gobernador, saltando sobre hortigones, sabe, mujer de viento. ¿Acaso?, mujer del arco iris
piedras, charcos, gritaba alocadamente persiguien- tal vez, del dios culebra Tulumanya…
do a los últimos, ¡Ganamos! ¡ganamos!… Dejas de oírlos porque ahora estás yendo al
Ahora están enterrando a tus otros compa- encuentro de Sabino, que nuevamente viene
ñeros, luego de haberlos sacado arrastrando del arreando sus burros, sin nada, como cuando vol-
local del municipio. «Uno en cada esquina» dicen, vía de Ocros cada que bajaba llevando carga de
«para que cuiden la entrada al pueblo»… En eso, don Zaragoso.
Óscar Colchado Lucio

alcanzándose huashco los hombres cuando están, Medio molesto te mira. Qué esperabas, tu

Cordillera Negra
alguien grita señalando tu sepultura al otro lado madre aguarda en el camino que va a Changa.
de la plaza, ¡Miraran!, ¡miraran! ¡La Emicha acaba ¿A Changa? ¿Por ahí por donde decían que
de dejar flores sobre la sepultura del wambra! se iban los muertos?, ¿por ahí desde donde se
—¡Dónde! ¡dónde! —se vuelven a mirar todos. despedían para siempre del pueblo?
[280] [281]
Ajá, por ahí mismo. pueblo a vengar la muerte de tu madre, de tu tío
Y él, él ¿adónde iba? y de los demás combatientes caídos, y te pidieron
«Yo me voy aparte, por otro camino». incorporarte al Ejército Popular, compañero…
Hay tristeza y cansancio en su rostro. Te fijas Y ahora que tu tío acababa de perderse por
en sus manos. Sangran allí donde antes hubo el camino de la Kolpa, te vuelves hacia la cues-
dedos. Pobre, estará vagando por la tierra buscan- ta de Changa… ¡Vaya!, por fin puedes verla de
do «años», esa hierba que hace crecer los dedos a nuevo. Allí está ella, tu madre, avanzando, como
las almas que los han perdido intentando subir el flotando entre las cortaderas que ondulan con el
Coropuna, la montaña más alta donde viven los viento, con su vestido que flamea.
auquis y los espíritus de los runas muertos, afana- En sus ojos pardo-oscuros se estará llevando
dos en sus ocupaciones que tuvieron en vida. quién sabe el amargor de la tierra.
Y mientras se alejaba, medio lloroso, te entra Ahora se ha vuelto a mirarte, paradita entre
a ti también un sentimiento, más que esa vez en los penachos blancos de las cortaderas, y está que
que se lo llevaron los senderos, Vamos a la gue- te llama agitando la mano.
rra grande, compañero, diciendo, cuando araba Pobre tu mamita. Esta vez no se iría sola.
con sus bueyes su chacrita. Él no quiso ir. Pero Te apuraras. El sol ya caía. Y los caminos se
igual nomás se lo llevaron, dándole un revólver estaban cerrando.
viejo para que se defendiera… Y como el abuelo Itacado tu poncho subes la cuesta.
estaba por morirse de pena, una tarde la Emicha, Sentada en una loma donde verdea el pasto,
tu madre, advirtiéndote que cuidaras al chachilla, ella te espera.
se fue a darles alcance a los compañeros cuando Un caminito de nube se asienta sobre la cima.
pasaban por la altura, a suplicarles que lo dejaran ¿Hacia el Janaq Pacha, el mundo de arriba?,
volver a su hermano. piensas, ¿por allí?
Pero a ella también se la llevaron, y el abuelo, Desde el río sube silbando un vientecito hela-
Óscar Colchado Lucio

más que por Sabino, murió por ella, por la hija… do. Tristes y solas parecen quedarse las casitas

Cordillera Negra
de ahí no supiste nada de ellos. Hasta que alguien del pueblo, ahora que los comunrunas, bajo el
trajo la noticia de sus muertes… Y cuando volvías bosque de aliso, llevan cargados sus muertos
de ver ese carrizal bombardeado, te topaste con camino al cementerio…
el pelotón guerrillero que dizque estaba yendo al
[282] [283]
[Glosario]

Cordillera Negra
achachay: ¡qué susto!
achallau: ¡qué bonito!
achic: brillantez, resplandor, gran luminosidad.
allauchi: pobrecito.
allko: perro.
allau: pobre, desdichado.
anaychi: interjección que denota pereza
(equivale a ‘no tengo ganas de hacerlo’).
asina: así.
anchado: cogido, sujeto.
bijuquiar o bejuquear: equivale a comparar
con un bejuco en movimiento.
calapacho: calato, desnudo.
cachaco: policía, militar.
cachucha: kepis.
caja: bombo chico.

Cordillera Negra
callapo: horcón.
cancha: maíz tostado.
challhua: pez de río.
[285]
chapar: coger / mirar. huayunca: lugar donde se guardan las mazorcas
charquear: salar y poner a secar al sol la carne. de maíz.
chasnar: sonido del agua al hacer contacto huicapear: arrojar.
con un cuerpo candente. huishtuquear: forma de caminar de quien
chilca: arbusto de tallo delgado y hojas menudas. tiene los pies torcidos.
china: mujer joven. itacar: terciar el poncho al hombro.
chirapear: llover con sol, dando lugar al arco iris. jalca: puna.
chiuche: niño, chiquillo. jipar: hipar, respirar con dificultad.
cho: amigo. jushga: curioso.
cholito: niño mestizo. kuya kuya: filtro, bebida o amuleto para hacerse
amar.
chúcaro: cerril, salvaje.
ketu siki: rabona, mujer que suele acompañar
chucro: seco y duro. a los soldados en las marchas y en campaña.
chuncha: recelosa, apocada. lajla: alabancioso.
devisar: perderse en la lejanía. laya: modo, manera.
gro: trago (mezcla de alcohol, té y limón). lic-lic: ave de la puna.
guagua: niño de pecho. llanque: ojota, sandalia de jebe.
hom: hombre. lloque: arbusto de madera dura.
huacho: oveja, huérfano. lliclla: manta que usan las mujeres.
huallqui: compañero. lloclla: torrentera, violenta corriente de aguas.
huanquilla: danza, grupo danzante. macollar: llenarse de follaje.
huajayllar: reír, carcajear.

Cordillera Negra
machca: harina de trigo cocida.
huashco: trago (mezcla de alcohol con té u otra machucar: aplastar.
yerba aromática).
magana: mazo pequeño para tocar la caja
huaylla: pasto, grama, grass. o bombo.
[287]
mallmar: bullir. pashtañahui o gashpañahui: ojos con pestañas
mana válej: flojo, débil, rizadas.
que no sirve. peyllé o paylla: retribución al peón o jornalero
mangada: lluvia intensa, tormenta. por el trabajo realizado.

mashua: tubérculo parecido a la oca. picsha: pequeña bolsa de cuero en el que


se deposita la coca.
masque o masqui: sin significación,
sirve para enlazar palabras. pirca: muro ancho de piedra.

matancar: llevar al hombro. pishtar: degollar.

millcar: llevar algo en la falda recogida poyo: asiento de adobe y barro arrimado
como bolsa. a la pared.

minga: minka, persona que participa puquial: manantial.


en un trabajo colectivo. quipi o quipe: atado que llevan las mujeres
mishti: misti, señor, hombre poderoso. a la espalda.

miskipar: gustar, saborear. quirma: camilla rústica para transportar heridos


o enfermos.
muchar: besar.
queresa: moscardón azuláceo, aparece cuando
mullpo: polvo. hay carne en estado de descomposición.
muñá o muña: yerba aromática y medicinal. reparar: mirar.
nuna o runa: hombre. rompe: víspera.
ñusta: princesa inca. roncadora: caja, bombo pequeño.
ñutu: hecho trizas. ruchuco: arbusto espinoso de frutitos rojos.
oiganes: equivale a ‘ustedes que me escuchan‘.
Óscar Colchado Lucio

shingo: gallinazo.

Cordillera Negra
pachaca: grupo danzante. shojmar: frotar.
palla: mujer danzante. shucaqui: jaqueca.
panatahua: danza de la etnia del mismo nombre. sirguillito: especie de canario.
[288] parva: lugar donde se cosecha el trigo. intip: sol. [289]
taita mayo: se refiere al Cristo de Huaraz cuya Camino de zorro
celebración es en mayo.
tatau o atatau: ¡qué asco!
tanco: bajo, empatado.
tancoseando: caminar del tanco. aclla: joven escogida para el culto al dios sol.
taruka o tarugo: venado. achachay: interjección que denota miedo.
temple: valle cálido de la sierra. achallau: ¡qué bonito!
terciana: paludismo. allko: perro.
togao o togado: señorial, distinguido. amancay: planta silvestre de flores amarillas.
tuktupillín, putilla o piturrín: avecilla del tamaño amaru: serpiente mítica, culebra de gran tamaño.
de un gorrión, de pecho y moño rojo, y alas negras.
amonser: se traduce por “hacer de cuenta”.
vara de campo: autoridad india.
añojo: toro joven.
wachwa: pato silvestre.
asina: así.
wayra: viento.
ayataki: canción de los muertos.
warmi: mujer.
ayla: rito de iniciación sexual de los jóvenes.
wiku: enfermedad en el que se pudre el hueso.
burro achické: burro que come gente.
wirakocha: antiguo dios incaico; nombre que
se da a los señores de la clase alta cualquiera cachaco: policía, militar.
que sea su raza. calapacho: calato, desnudo.
yanasa: amiga. callapo: horcón.
yana puma: puma negro de gran ferocidad. casera: amante.
Óscar Colchado Lucio

yunca: danzante varón. catay: interjección que indica que algo

Cordillera Negra
zampao: borracho. ‘es así, de este modo, de esta manera‘.
zanco: mezcla de harina con agua. chapetón: español (en tono despectivo).
chiclayo: calabaza.
[290] [291]
chilca: arbusto de tallo delgado y hojas menudas. kirma: camilla rústica para transportar heridos
china: mujer joven. o enfermos.
chipak: con brillantez, con gran luminosidad. kollasuyo: región de los aymaras.
chonta: planta de madera dura y fuerte, especial kukulí: paloma, tórtola.
para hacer bastones. kurpa: terrón.
chullo: prenda para cubrirse la cabeza. lajpirear: lloriquear.
chuño: fécula de la papa. laya: modo, manera.
chuspita: bolsa pequeña de lana que se usa para llanque: ojota, sandalia de jebe.
llevar hojas de coca. lliclla: rebozo, manta que usan las mujeres.
gárgach: ave nocturna malagüera. majada: lugar donde el ganado deja su estiércol
haciendaruna: peón de hacienda. para abonar la chacra.
huajayllarse: reírse, carcajearse. mamacocha: el mar.
huallqui: compañero. mashua: tubérculo parecido a la oca.
huashco: trago (mezcla de alcohol con té masque o masqui: sin significación, sirve para
u otra yerba aromática). enlazar palabras.
huishtu: pies torcidos. maula: cobarde.
huatu: nudo. mita: trabajo obligatorio en las minas.
ichu: icho, pasto muy duro propio de la puna. nakacho o nákaq: degollador.
jalca: puna. oiganes: se traduce por ‘ustedes que escuchan‘.
jipar: hipar, respirar con dificultad. orko: cerro.
Óscar Colchado Lucio

kanra: sucio (terrible insulto en quechua). pachaca: grupo danzante.

Cordillera Negra
Kañihua o kañahua: fruto pequeño de color negro pasñacha: doncella, jovencita.
que comúnmente se come tostado y molido. picchar: escoger las hojas de coca
katekilla: dios rayo. que se van a consumir.
[292] kekeq o uma pawan: cabeza voladora. pishtako: nakaq, degollador. [293]
prosista: orondo, ufano, orgulloso. uta: enfermedad de la piel.
pucha: exclamación que denota sorpresa viracocha: señor.
o zozobra. wambra: niño.
pukakunka: cuello colorado. wambracha: niñito.
punle o bunle: poza. waraka: honda.
quipe o quipi: atado que llevan las mujeres
a la espalda.
runa o nuna: hombre.
rebozo: manto, lliclla.
retobado: terco.
rondero: el que cumple servicio de ronda
o vigilancia.
sacador: negociante de ganado.
samacuy: descansar, reposar.
shaproso: barbudo.
shishu: planta espinosa.
shapingo: diablo, demonio.
shinguá: ortiga.
shucshu: vara de chonta.
supay: diablo, demonio.
Óscar Colchado Lucio

taita: padre.

Cordillera Negra
temple: valle cálido de la sierra.
togado: señorial, distinguido, decente, elegante.
untu: grasa.
[294] [295]
Hacia el Janaq Pacha caracho: eufemismo de carajo.
carhuacasha: espina.
casero, casera: amante.
achachay: interjección que denota miedo. comunrunas: comuneros.
ajes: gritos guerreros. chapar: mirar. Significa también ‘atrapar‘.
ajtuy: escupir. chapetones: despectivo de españoles.
allko: perro. chirapa: lluviecita fina que cae a pleno sol.
apu: deidad andina que mora en los cerros chúcaro: cerril, salvaje.
y montañas. gapaj: dios, creador.
arariwa: cuidador de los sembríos. gapaj ñan: camino de dios.
aromo: variedad del color rojo. gro: trago (mezcla de alcohol, té y limón).
asina: así. guagua: niño de pecho.
auqui: espíritu de la montaña de menor jerarquía hanpeq: curandero.
que los apus.
huacas: seres dignos de adoración.
chachila: abuelo, persona de mucha edad.
huajayllarse: reírse a carcajadas.
ayllu: conjunto de individuos que habitan un mismo
territorio y tienen vínculos de sangre, religión, etc. huashco: trago (mezcla de alcohol con té
o alguna otra yerba aromática).
bijuquear: de bejuco. Doblarse como el bejuco.
huaylla: grama menuda, grass.
cachcaron (de cachcar): arrancar con los dientes
los últimos vestigios de carne de un hueso. huayquear: golpear la barriga.

calapacho: calato. huiracoya: sebo.


Óscar Colchado Lucio

ichu: paja brava.

Cordillera Negra
calapachar: calatear.
callapo: horcón. illa: hijo del rayo, amuleto, figurilla de piedra.

cañihua o kañigua: fruto pequeño de color negro illapa: dios rayo.


que comúnmente se come tostado y molido. Inkarrí: el inca reencarnado.
[296] [297]
Intip: sol. mullpo: polvo.
intip wirakocha: nombre del dios creador. mullu: polvo de concha de mar.
itacar: terciar al hombro. munapar: querer, desear, anhelar.
janaq pacha: región grande, cielo. ojonal: manantial.
jijuna: maldito, desgraciado. ollcar: colgar.
jipando: hipando. Respirando con dificultad. oque: color pardo.
jirka: cerro. paccha: catarata.
katachilla: cruz del sur. pachaca: grupo danzante.
killa: luna. pachacrá: planta medicinal.
kipu: hilos para contabilizar. pachamama: madre tierra.
kullko: jorobado. pachapa shimín: boca de la tierra.
layme: parcela cultivada en forma rotativa palla: mujer danzante.
cada cierto tiempo. pasña: jovencita, doncella.
llampu: polvo sagrado. pishtar: degollar.
llanque: ojota, sandalia de llanta porongo: recipiente de calabaza.
de neumático.
pucha: eufemismo de ¡puta!
mamacocha: el mar o madre de los lagos.
pukakunka: colorado.
mangada: lluvia torrencial.
puyllosha: planta silvestre de frutos gomosos.
manam: no.
qori huasca: soga de oro.
maqta: adolescente, púber.
sango: mezcla de agua con harina.
Óscar Colchado Lucio

mashua: tubérculo que crece en lugares altos,


shingo: gallinazo.

Cordillera Negra
frígidos.
masque o masqui: sin significación. Sirve para sirguillito: canario.
enlazar palabras. supay: demonio.
[298] millcar: llevar algo en la falda recogida como bolsa. taita: padre. [299]
torollo: látigo de cuero de res.
tulumanya: el arco iris. Dios culebra.
[Índice]
ullullmar: volver a brotar.
ushno: cerrito en forma de altar.
wamani: dios montaña.
warmacha: niñito.
yachacuy: aprender.
yunca: danzante varón que capitanea Cordillera Negra
a un grupo de pallas. Cordillera Negra..................................................................... 9
ukhu pacha: el mundo de abajo. El águila de Pachagoj.......................................................... 41
zampar: emborrachar. También significa ‘meterse Dios montaña......................................................................... 63
a la fuerza o furtivamente a un lugar‘. Ese anciano fue Dios............................................................ 79
Esa vez de la mangada....................................................... 85
De aquí no saldrás hasta tu muerte.............................. 101
Kuya kuya................................................................................. 111

Camino de zorro
Intip nos llama....................................................................... 153
El Amaru................................................................................... 161
En el cañón del Ayahuarco................................................ 171
Los dos santiagos.................................................................. 177
Óscar Colchado Lucio

Tuerto enamorao................................................................... 187


Amor bajo el naranjo........................................................... 197
Camino de zorro.................................................................... 203

[300]
Hacia el Janaq Pacha
Apu Yanahuara....................................................................... 221
Nuestro Gápaj........................................................................ 229
Pachamama............................................................................. 235
Hijo de Illapa........................................................................... 249
De dioses y demonios.......................................................... 261
Viejo puñalero........................................................................ 275
Hacia el Janaq Pacha........................................................... 277

Glosario............................................................................................285

También podría gustarte