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LA PEQUEÑA

BURGUESÍA EXPLOTA
1 DE NOVIEMBRE, 2020 · ACTUALIDAD> ACTUALIDAD GLOBAL

Barcelona anoche.

En España, con récord de contagios y más de 239 muertos al


día, Francia e Italia parece evidente que los con namientos
perimetrales y los toques de queda no van a ser su cientes
para parar la curva ascendente de casos, la saturación
hospitalaria, las muertes y las bajas permanentes. Y sin
embargo, los medios llevan semanas recogiendo y alentando
las manifestaciones y quejas de hosteleros y empresarios de la
noche mientras no reproducen una sola voz pidiendo
con namientos más rigurosos. La estrategia era evidente.
Las únicas voces discordantes publicadas debían reforzar la
política principal frente a la pandemia: salvar las empresas
(=sus bene cios) y la actividad económica (=la acumulación
de capital), caiga quien caiga.

Algaradas, negacionistas y pequeña


burguesía lumpen

Robando el Decathlon de la esquina.

Pero la pequeña burguesía, especialmente la comercial y aun


más la parte de ésta que se confunde en las fronteras del
lumpen como la que controla los garitos nocturnos y los
comercios ilegales asociados, es un bicho peligroso cuando
se le jalea.

En Italia el paso de la protesta a la algarada fue casi


inmediato. En Francia el paso de las protestas simbólicas a la
insumisión a los cierres y la resistencia pasiva apunta una
evolución similar. En España van ya dos noches de altercados
en media docena de ciudades.

Altercados que en Barcelona han tomado además un guión a


la estadounidense novedoso y extraño a los patrones locales:
los manifestantes asaltaron una tienda Decathlon y robaron
bicicletas. Tampoco podía esperarse otra cosa de una
movilización que puso en vanguardia al lumpen articulado
por los dueños de antros nocturnos. Los chicos de Bannon,
que esta vez apenas han juntado un centenar de personas en
las principales ciudades alemanas, pueden estar contentos.
Pero no puede dárseles todo el mérito. Esta vez, aunque
fueran mano a mano en una melé de dueños de garitos y
ultraderechistas clásicos, sus argumentarios eran solo el
condimento.

La consigna común de la pequeña


burguesía europea

«Salvemos la hosteleria». Cartel exhibido esta noche en Logroño por los


propietarios de garitos de «ocio nocturno». Obsérvese la incorporación de la
cruz céltica al nombre de la ciudad.

Los argumentos dominantes en esta ola de algaradas son


comunes en todo el Sur europeo y para toda la pequeña
burguesía empresarial: las muertes por covid serían
equivalentes a las muertes económicas de sus negocios.
Tocaría cuando menos equilibrar la lucha contra unas
muertes y otras.

La barbarie moral es evidente, pero la formulación es


idéntica, aunque una pizca más burda en la argumentación, a
los posicionamientos públicos de las grandes empresas de
bienes de consumo y distribución. Hace menos de una
semana Juan Roig, dueño de una de las principales cadenas
de supermercados españolas a rmaba que nos hemos
desviado mucho a la salud y poco a la economía. Es decir,
salvar vidas es desviarse del objetivo principal, los bene cios,
y tocaría equilibrar.

Dicho esto, la actitud frente a las huelgas y protestas de los


trabajadores, incluso frente a los sanitarios que piden más
recursos, es imaginable. Y global. En Canadá estamos viendo
esta semana una verdadera campaña mediática contra las
huelgas de sanitarios apoyándose en esos sentimientos. Hace
poco más de un mes vimos algo igual en Corea del Sur.

Resumiendo: tenemos una clase que se rebela contra las


consecuencias de la crisis pero lo hace bajo una consigna que
es una versión burda del lineamiento más antihumano de
todos los que expresan las necesidades del capital; cuya
moral considera mantener sus negocios en números negros
un n superior a evitar la matanza de cientos de personas al
día; y que, como no podía ser de otra manera, destila una
violenta hostilidad por las movilizaciones de trabajadores.

Idealismo y delirio de una clase


intermedia

Lo interesante es que entre estos planteamientos y los de la


izquierda posmoderna, identitaria, hay una continuidad
perfecta. Estamos acostumbrados ya a escuchar al
feminismo, a Podemos o al movimiento BLM en EEUU que lo
importante es que cada uno pueda hacer su propio relato.
Relatos y expresiones del lenguaje que -por distintos
caminos- serían con guradores de realidad: usar la jerga
llamada lenguaje inclusivo reduciría la discriminación de
mujeres, resigni car y disputar la palabra patria convertiría la
defensa de la economía nacional en un objetivo propio de los
trabajadores… En palabras de Errejón la política, que para él
es una forma de tejer relatos, no estaría sobredeterminada por
lo que ocurre en terrenos previos a ella como la economía o las
relaciones sociales. Dicho de modo más comprensible: el
poder se disputa por identidades e ideas que pueden estar
condicionados por la realidad pero que, en el fondo, toman
forma al margen de la materialidad. De hecho la realidad se
transformaría y se construiría desde los discursos y las
identi caciones. La política sería la organización y
representación de mayorías heterogéneas a partir de los
discursos y en principio no re ejaría la fuerza de unos
intereses económico-materiales. Ese argumento es lo que
de ne el idealismo. Las ideas, la ideología es la que explicaría
el cambio histórico y no al revés.

La versión de izquierda es ciertamente más so sticada, pero


no es en absoluto diferente de lo que fundamenta el
negacionismo de la pandemia, el catastro smo que anuncia la
extinción de la especie humana o las teorías más delirantes
del trumpismo pop.

La idea de verdades alternativas no es ninguna novedad y


aparece una y otra vez ligada a las expresiones culturales y
políticas de la pequeña burguesía. El gramscismo, esa
variante del idealismo que tanto fascina a Iglesias, Errejón o
Melenchon, no es más que la insinuación de la existencia de
modos políticos y mediáticos capaces de hacer que una
verdad alternativa pueda instalarse como realidad social
hegemónica. Al nal, si en principio todo relato puede llegar
a hacerse verdad política, dado que las tendencias de la
realidad material son siempre contradictorias, bastaría con
exaltar aquellas tendencias existentes pero secundarias que
se alinean con un deseo o un interés colectivo para que el
principio de deseo se impusiera sobre el de realidad. Es lo
que resume la famosa consigna de Gramsci: contra el
pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad. El
subjetivismo voluntarista del anarquismo sería simplemente
otra forma de articular ésto. Su ejempli cación política más
cercana Ayuso diciendo que no hay estudios que corroboren
lo evidente o los negacionistas y anarquistas a rmando que
el uso de mascarillas no es más que un ejercicio autoritario
que no protege a nadie del contagio de una enfermedad que
muchos llegan incluso a negar.

Todo esto para entender cómo puede considerarse que las


pérdidas de un negocio pueden ser equivalentes a la muerte
de cientos de personas en un día, o cómo puede llegar a
invisibilizarse una matanza.

Pero hay algo más. Y es importante. Efectivamente la realidad


es contradictoria, no hay tendencia que no tenga su
contratendencia. Pero eso no quiere decir ni que todas las
tendencias pesen lo mismo en la dialéctica de la realidad ni
que todas apunten al mismo lugar. De hecho, el sentido y la
base de las tendencias es lo que importa. En todas las luchas
de los trabajadores como clase y por sus propios intereses,
vemos a rmarse como tendencia -en distintos grados y
formas- las necesidades humanas universales.

Hoy por hoy: parar los contagios, asegurar el abastecimiento


de las familias, atender y proteger a todos por igual… es
progresista porque apunta a la superación de una manera de
organizar la producción que acaba oponiendo la vida humana
a la continuidad de un arti cio contable que encubre la
explotación y, en el camino, destruyendo las capacidades de
la sociedad de mil formas distintas: crisis, guerra, suicidios,
soledad, violencia, discriminación…

En cambio, intentar congelar la historia en un punto donde el


pequeño empresario, el académico o el cuadro medio
corporativo sean reconocidos por los grandes fondos,
mimados por el estado ligado a ellos, rea rmen su estatus
frente a los trabajadores y no se vean agobiados por las crisis
del sistema o la pandemia, puede llegar a tomar formas
anticapitalistas pero es profundamente reaccionario. Sea en
su versión ultraderechista, en la negacionista, la ecologista o
en su versión de izquierda liberal o identitaria.

Todos estos movimientos de la pequeña burguesía a rman,


aunque no compensan, la verdad material que hace
reaccionarias todas sus manifestaciones actuales. La
pequeña burguesía explota porque tiene cada vez más
di cultades para explotar el trabajo ajeno de manera rentable
y teme perder su condición. Sus consignas, el llamamiento a
salvar negocios antes que personas, expresan la devaluación
de las vidas humanas que no puede rentabilizar en sus
cuentas de explotación.

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