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Daniel Lieberman es profesor de biología evolutiva en la Universidad de

Harvard. En cuanto se entra en su página personal de la facultad se ve


que no es un altivo y tedioso profesor. Una de las fotos de la página lo
muestra corriendo descalzo. Practica lo que predica. Su libro es una
explicación de las características anatómicas que el ser humano ha
desarrollado a través de la presión evolutiva. El pie y su arco es una de
ellas. Lieberman corre sin calzado porque considera que es bueno para la
salud podal. Y eso es su libro: una explicación y una recomendación
dentro de esa tendencia a recuperar ciertos hábitos previos a la
revolución neolítica. Valga de ejemplo la paleodieta –comer alimentos
sin procesamiento industrial y rehuir carbohidratos complejos en todas
sus variedades– como otra de esas tendencias parejas al libro de
Lieberman.

El profesor Lieberman comenzó a escribir este libro después de que se


sus alumnos le insistieran en que querían saber cómo sería alguna vez el
cuerpo de un ser humano. Sus alumnos razonaban con infantil asombro
que es lógico pensar que el cuerpo humano seguirá cambiando durante
los próximos miles de años. Lieberman apunta que vivimos en épocas
donde somos más sanos y altos que nunca porque enfermedades que
antes eran letales ya no lo son. Pero, a la vez, se incrementan los casos de
diabetes, cáncer, alergias, insomnios, dolor lumbar, pie plano, fascitis
plantar, estreñimiento y síndrome de colon irritable. Aunque alguna de
estas dolencias se deban a que vivimos más y nuestros cuerpos han de
afrontar una vejez más larga, Lieberman considera que otras están
causadas porque nos hemos olvidado de nuestra historia evolutiva y de lo
que nos hizo ser como somos. Mientras que algunos médicos dirigen sus
miradas al presente de sus pacientes, Lieberman cree que hay que echar
la vista atrás y fijarse en el África de nuestros antepasados hace millones
de años: aquel momento en que hubo homínidos que se irguieron y se
separaron del antepasado común con los monos. Para Lieberman,
conocer la evolución sería un método eficaz y complementario de la
medicina actual a fin de prevenir enfermedades. Asimismo, la razón
última para escribir su libro es la pregunta que le hicieron sus alumnos:
qué cambios morfológicos experimentará el cuerpo de un humano ante
una presión que ya será más cultural que ambiental. A buen seguro que la
comida que comemos –y la que no– y el ejercicio que ya no hacemos
serán los principales modeladores del futuro.

Cuando se dice que es una crueldad mantener un tigre en la jaula de un


zoo o de un circo se olvida que un ser humano que vive en una casa con
aire acondicionado y con doble cristal está viviendo en un ambiente tan
poco natural y tan poco apegado a sus orígenes como aquel en que se
hace vivir al tigre. El tigre evolucionó para sobrevivir en la selva; un ser
humano lo hizo para sobrevivir en la sabana africana. Hace 9.000 años se
produjo la revolución neolítica, la cual trajo cambios en la alimentación,
pues aparecieron la agricultura y la ganadería. Antes de eso, el hombre
era cazador y recolector y recorría miles de kilómetros en busca de caza
y frutos que recoger de árboles y arbustos. Pero lo que marcó nuestro
cuerpo y nuestra mente no han sido esos últimos 9.000 años, sino los
millones de años de cazador/recolector.

El cuerpo está lleno de señales de haberse adaptado. Algunas son


manifiestas; otras no tanto. La piel se hizo más clara para captar mejor la
poca luz de las regiones septentrionales de Europa. Asimismo, nos
encanta una tarta de chocolate porque nuestros cuerpos están hechos para
ansiar la comida que nos proporciona mucha energía en poco tiempo. Es
lógico, porque antes comíamos quizá 2 ó 3 días a la semana. La
diferencia es que antes consistía en un puñado de bayas y ahora es un
bollo de azúcar varias veces al día. En otras ocasiones, la adaptación fue
complementaria: nuestros dientes están mejor adaptados a comer fruta
que carne cruda, pero nuestras manos hacen herramientas que ayudan en
eso. De igual modo, nuestros cuerpos están hechos para engordar –sobre
todo las mujeres– no porque los organismos nos odien, sino porque la
acumulación de grasa favorece la fertilidad. Este es un ejemplo de cómo
el cuerpo antepone la transmisión de genes a la salud. Por este motivo, a
la pregunta de para qué ha evolucionado el cuerpo humano, la respuesta
más sencilla es: la supervivencia. La evolución se ha ocupado de
hacernos sobrevivir y no de facilitarnos una vida cómoda y feliz. La
bipedestación –caminar sobre dos piernas– hace que el parto de la
hembra humana sea profundamente doloroso en comparación a otros
mamíferos: la pelvis se estrechó para erguir el cuerpo. No obstante,
Lieberman cree que el hombre se adaptó a caminar y correr descalzo y no
sobre deportivas de diseño con suelas mullidas. Amén de estar mejor
adaptado a ponerse en cuclillas que a sentarse sobre sillas. Por lo tanto, el
autor se hace eco de la teoría del desajuste –mismatch hyphothesis–,
mediante la cual muchas enfermedades y desórdenes actuales se
explicarían porque el cuerpo se enfrenta a un ambiente radicalmente
distinto de aquel para el que evolucionó. Lieberman también utiliza el
término desevolución –dysevoution– para estas situaciones de genes en
ambientes para los que no están preparados.
Hace 6 millones de años ya había homíninos –el grupo que engloba a
primates, homínidos y el hombre actual– que caminaban sobre dos
piernas. Los descubrimientos más recientes los nombran Ardipithecus,
Sahelanthropus y Orrorin. Tantos millones de años de bipedestación han
hecho del hombre un experto en andar solo con los pies, a diferencia de
otros primates que caminan apoyando los nudillos. Lieberman recuerda
que un niño está perfectamente capacitado para caminar a los pocos
meses de vida. Si no aprende antes no es a causa de su esqueleto sino del
cableado cerebral necesario para controlar el equilibrio y el movimiento.
Este éxito en el caminar, unido al comienzo de la ingesta de carne –el
ácido clorhídrico de nuestros intestinos prueba que para un humano es
perfectamente natural comer carne–, condujo a los homínidos de hace 3
millones de años a recorrer enormes distancias para cazar. El hombre
había desarrollado una gran capacidad de enfriarse mediante el sudor y
agotaba a los animales, a los que reventaba por el calor. Un animal de
cuatro patas no aguanta más de 15 minutos corriendo bajo el calor antes
de sufrir un colapso. Esta idoneidad en soportar un trote largo puede
verse en los cazadores-recolectores que aún quedan en el mundo. No
conservar esta huella evolutiva haciendo ejercicio estaría dando lugar a
las altas tasas actuales de osteoporosis.
De ningún modo debe tomarse La historia del cuerpo humano como un
canto al primitivismo. Daniel Lieberman no recomienda volver a vivir en
cuevas y renunciar a las comodidades de la vida moderna. Al contrario,
el autor destaca la paradójica situación de que haya enfermedades como
la diabetes que sean cada vez más abundantes pero otras mortíferas hace
siglos como la viruela sean hoy solo una muestra en un laboratorio.
Lieberman sugiere retomar ciertos hábitos sanos del pasado fijándose en
nuestra historia evolutiva. A este fin, aconseja comer más fruta y
verdura, alimentos sin procesar, caminar o correr sin calzado y masticar
chicle para no olvidar que nuestras muelas son más poderosas que las de
un chimpancé y servían para triturar raíces. Tampoco desdeñe usted
mirar a puntos lejanos, como hacían nuestros antepasados, al objeto de
compensar el desgaste que libros y pantallas hacen a los ojos. En
contraposición a lo que sostienen colegas suyos, Lieberman afirma que la
evolución continúa. No hay más que ver el caso de los europeos, que
apenas llevan unos 7.000 años pudiendo beber leche de otros animales.
Asiáticos y africanos no la toleran, pero parece que los europeos
evolucionaron para tener una fuente de vitamina D en épocas en que el
continente era más frío que ahora. La conclusión de Lieberman está entre
lo cómico y lo trágico. Asegura que nos dirigimos a un mundo como el
de la película de dibujos animados Wall E, donde los seres humanos eran
todos obesos, no tenían más actividad física que mantenerse vivos y eran
continuamente atendidos por máquinas. Al margen de su intención, el
libro puede leerse como un ágil y divertido manual de paleontología. A
ver si alguna editorial se anima a traducirlo al español.
Daniel E. Lieberman, The Story of the Human Body: Evolution, Health
and Disease, Pantheon, Nueva York, 2013, 480 páginas.

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