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Manuel Morales Lama

En la actualidad la implementación y desarrollo de la llamada “diplomacia económica y comercial”,


tiende a ser un imperativo para los Estados contemporáneos y consecuentemente se ha convertido en un
fundamental proyecto de Estado de consistente y compleja elaboración.

En el mismo contexto, téngase presente que “la fuerza política de un Estado no reposa exclusiva y
directamente sobre sus parámetros económicos. Es necesario conjugar coherentemente la capacidad
comercial con la operatividad en otros campos, y todo ello unido a una gran cohesión social”, así lo
afirma J. Álvarez Bueno.

A lo que el autor añade: “Es la versatilidad y la síntesis de todos estos factores la que proporciona el
peso político de un Estado. Y la diplomacia es uno de los instrumentos adecuados para realizar esa
síntesis, en la medida que es capaz de utilizar su peso político a favor de las empresas y las inversiones
y, a la inversa, rentabilizar políticamente el peso económico de sus nacionales en el exterior”.

Entre las acciones principales que se desempeñan en el marco de la diplomacia económica, están: a) la
promoción comercial, haciendo énfasis, pero no limitándose, en las exportaciones; b) la promoción de la
inversión, orientada principalmente a la canalización de la inversión extranjera, pero sin excluir
gestiones referentes a la inversión en el exterior de empresas del país que se representa, cuando fuera
pertinente; c) la atracción de convenientes tecnologías, así como gestiones referentes al desarrollo de las
tecnologías locales; d) la cooperación internacional y de ésta el manejo de la ayuda económica, lo cual es
importante para la mayoría de los países en desarrollo como destinatarios de la misma y para los
donantes, que son los países desarrollados.

Las relaciones internacionales de la postmodernidad tienden a exigir, además de la implementación de


nuevas acciones y métodos, la modificación y efectiva adecuación de los tradicionales roles y
responsabilidades de los Ministerios de Relaciones Exteriores, que incluye prominentemente la
conciliación (mediante mecanismos institucionales) de actividades que antes correspondían
exclusivamente a éstos, con otros ministerios (o entidades gubernamentales) que tienen competencias
comunes en temas tales como los concernientes al comercio exterior, e igualmente con actores no
estatales, con los que debe mantenerse un diálogo constructivo orientado a la cooperación (R. Saner/L.
Yiu).

Sin embargo, hay países que tienen otras formas de proceder respecto a la conciliación del comercio
exterior y las relaciones exteriores. Un ejemplo que citan varios autores es el caso de la República
Argentina, cuya Cancillería se denomina Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y
Culto; es decir, que tanto las relaciones exteriores como el comercio exterior son responsabilidad de un
mismo ministerio.

En lo que respecta al servicio exterior, hoy más que antes, las embajadas cuentan con una sección
especializada para estas funciones, al frente de la cual está un consejero (técnico) o agregado económico
y comercial, que puede ser un diplomático especializado en estas áreas o bien conforme a los acuerdos
institucionales (o a normas establecidas al respecto) podría ser un funcionario escogido, o recomendado,
por el Ministerio de Comercio Exterior o su equivalente. Naturalmente, el encargado de dicha sección
está subordinado al jefe de misión y, a través de éste, al Ministerio de Relaciones Exteriores, al que
corresponde mantener el Principio de Unidad de Acción Exterior del Estado.

Hay que puntualizar en este “quehacer” las labores de observación e información que realizan los
agentes diplomáticos con respecto a las políticas económicas de países extranjeros y la responsabilidad
que tienen éstos de dar al Estado que representan la asistencia o asesoramiento, según el caso, en cuanto
a la mejor forma de “influenciarlas”(R. Saner/L. Yiu).
En el orden práctico es esencial en este ejercicio contar efectivamente con los recursos tecnológicos que
permitan obtener las informaciones necesarias para la formulación de las respectivas políticas, como por
ejemplo, el “software” denominado “World Integrated Trade Solution (WITS)”, desarrollado por el
Banco Mundial y la UNCTAD, que “busca facilitar el manejo de las bases de datos internacionales sobre
informaciones comerciales y diseños de escenarios de negociación que permitan estimar posibles
impactos fiscales y comerciales, debidos a cambios arancelarios y flujos de comercio”, entre otros
asuntos indispensables para esta labor, que son imprescindibles en los “Proyectos para el fortalecimiento
de la gestión del Comercio Exterior”.

Cabe resaltar, finalmente, que la diplomacia económica es parte esencial de la dinámica de una
consistente política económica y que, asimismo, constituye un elemento inseparable de la “diplomacia
convencional”, particularmente en su manejo profesional. Al respecto, tal como sostiene J. Castro, es
esencial saber “garantizar una mayor coherencia en la identificación sustentada de los intereses
económicos nacionales en el exterior, verificándose un fundamental análisis para el desarrollo de un
modelo de diplomacia económica capaz de orientar efectivamente a la acción económica externa”.

El autor es presidente del Instituto Hispano Luso Americano de Derecho


Internacional.

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