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Ángel Bea
Si el abuso de autoridad se pudiera denunciar como delito (que en muchos casos lo es, de
forma evidente) las cárceles estarían llenas de personas que, creyendo que hacen la
voluntad de Dios, solo hacen la suya propia. El asunto es que, el campo conocido como
“evangélico” es propicio para que se den dichos abusos. Y lo más peligroso es el hecho de
que, a menudo se tiene un concepto equivocado de lo que es la autoridad espiritual y el
ejercicio de ella. Razón por lo cual dicho error “calza” perfectamente con aquel (o aquella)
que tiene pretensiones de “ser algo” o “alguien” a quien apetece mandar y ordenar a otros.
Por esa razón, allí donde los fieles escuchen tal cosa como esta: “Tú me tienes que
obedecer a mí como si obedecieras a Dios”. No le escuchéis; no le hagáis caso. El
verdadero pastor de Dios enseña con claridad, con amor, con mansedumbre y si hiciera
falta, con ruegos y lágrimas; pero nunca exige obediencia como si de un mando militar se
tratara. Porque de esa manera, una vez que las personas se convencen de que es así como
funciona la vida cristiana, estarán dispuestas a hacer cosas de las cuales no están
convencidos, pero las hacen porque creen que es Dios es que se lo demanda a través de “su
siervo ungido”. Pero después es posible que tengan que lamentarlo el resto de sus vidas. O
que permanezcan bajo ese régimen de esclavitud pseudocristiano. Porque, otras de las cosas
que cierran el círculo de ese falso ejercicio de autoridad es el clásico: “Al ungido no lo
toquéis”. O sea, nadie podrá protestar ni decir nada en contra. La trampa es mortal.