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CLARISSE EN MUNDO DISTOPIA Y SU MUERTE PREMEDITADA

Crónica inspirada en el libro: Farenheit 541 de Ray Bradbury

Valentina Villano Orozco

Foto: Clarisse McClellan

“La mayor parte de lo que sabemos o creemos saber, nunca lo hemos experimentado
personalmente. Sabemos cosas en base a las historias que hemos escuchado. Somos las
historias que contamos”

George Gerbner

Permanecía en la esquina del nuevo barrio merodeando en los alrededores, pensando,


buscando. Salía de casa alrededor de las 7 p.m. y volvía alrededor de las 10 p.m., nunca
antes vio un bombero, pero le invadía la duda acerca de cómo eran. En su familia habían
hablado suficiente de ellos, pero Clarisse adolescente, rebelde e inconforme quería
confirmar la veracidad de lo que le decían, estaba sin duda tentada a pensar que ese otro en
posición de villano y diferente, podría ser simplemente otro, con dudas, temores y
prejuicios acerca de la realidad, así como su familia e incluso como ella misma. Entonces
ella lo vio doblar la esquina como otras noches con su uniforme de bombero y ese fuerte
pero implacable olor a petróleo que tanto detestaba. Pero esta vez no desapareció como en
otras ocasiones, sino que mantuvo la valentía que sació su curiosidad. Él le dijo adiós y
Clarisse se concentró en los símbolos de su uniforme, la salamandra y el fénix,
representaciones bastante discutidas en su familia en relación con su significado, se quedó
atónita, sin embargo, continuo la conversación, él le hablo sobre el amor que sentía por el
olor a petróleo, especulando que tal vez era la razón de que ella hubiese adivinado su
profesión, y Clarisse movía sus ojos alrededor de él, entre temerosa y analítica.

Finalmente se presentaron, él le dijo que se llamaba Guy Montang y ella le dijo que se
llamaba Clarisse que tenía 17 años y estaba loca, continuaron la conversación y ella intento
aclarar algunas de sus dudas, por ejemplo, le pregunto si era verdad que hubo un tiempo en
que los bomberos apagaban fuegos en vez de causarlos, el encontraba esta hipótesis carente
de todo sentido, Clarisse pensó que él era extraño y le pareció muy raro que fuese él
precisamente, quien anduviera incomodo por encontrarla tan “diferente”. Clarisse no quiso
retirarse sin preguntarle si era feliz, pensó también que tal vez había ido demasiado lejos
con la pregunta, no quería una respuesta en modo piloto automático, de esas que la gente
como hipnotizada amaba dar a los asuntos trascendentales, así que se propuso abandonarlo,
entre asustada y alegre de haberlo dejado pensando.

¿Es posible que en la ignorancia de la disidencia se pueda ser feliz? ¿la idea de una realidad
diferente es tan espantosa que hay que erradicarla necesariamente con fuego a 541°
Fahrenheit? ¿Son los bomberos culpables de esta situación de censura y manipulación de
masas? Al siguiente día, Clarisse seguía asaltada por la duda, pensaba que posiblemente
había encontrado su serendipia, entonces propicio el segundo encuentro, mientras caminaba
bajo la lluvia y se disponía a ir a la cita con su psiquiatra, entonces ella jugo con el diente
de león y Montang, le explico sus malas experiencias con otros bomberos, le dejo ver de
qué iba su “locura” y trato como siempre de ahondar en algún tema importante, por ejemplo
esta vez, le pregunto la razón por la que había decidido ser bombero, no le cabía en la
cabeza que alguien con su perfil encajara perfectamente en su profesión, y como siempre
con la justa espontaneidad de un loco le planteo su opinión, y lo lamentable que era vivir en
un mundo donde la gente no se escuchaba ni se regalaba momentos de calidad como ese. Él
la despacho rápidamente y ella se fue entre feliz y sosegada.

Día tercero: Clarisse proseguía con su rutina de encuentros con Guy, ella sentía que esa
excepción a la regla que él representaba, era tal vez la esperanza de tiempos mejores,
momentos donde los jóvenes en las escuelas no fueran alienados por la t.v. o por el montón
de clases absurdas que lejos de dar cabida al pensamiento crítico lo aniquilaban, incluso
romper la brecha intergeneracional a través de la escucha representaba ya para ella una
esperanza. Entonces en los días sucesivos, aparte de disfrutar el momento con cualquier
sorpresa que fuera que el clima le trajera, Clarrisse dejaba a veces regalos para Guy, una
vez un ramillete de flores tardías, otra vez un puñado de nueces e incluso hojas otoñales
enclavadas sobre el papel sujetas a la puerta, Al séptimo día tuvieron una conversación más
trascendental, podría decirse incluso que un poco premonitoria. Montang le hablo de cómo
se sentía familiar a su lado, y también le pregunto acerca de porque no iba al colegio, ella
aprovecho para explicarle como el sistema de enseñanza y socialización era precisamente
opuesto a la socialización, y como en ese contexto resultaba que ella era anormal, antisocial
y sin amigos, de manera que la razón de no ir a la escuela obedecía también a uno de sus
temores más grandes, el contacto con la gente joven, entonces ella quiso hacer notar al
bombero, como habían incrementado de manera exponencial en esa generación los índices
de violencia, en un grado tan alarmante que ella misma se sentía espeluznada y más
horrorizada se sentía de que a nadie más pareciera importarle.

Ese último día antes que él tomara el metro, Clarisse le hablo a Guy de cómo la gente de la
sociedad moderna no hablaba acerca de nada relevante, de cómo habían perdido el
discurso y se tornaban más violentos, subiendo la intensidad de todas aquellas cosas que les
saturaran los sentidos, la velocidad de los carros, el número de televisores por casa, en fin,
de esa maldita alienación que nos obnubila a todos y no nos deja ver que una vida de un
joven que se pierde, es también el asesinato de la esperanza de una mejor civilización,
podría decirse que el hecho de notar como los automóviles tenían plena libertad para andar
a velocidades impensadas en el pasado, era el presentimiento de ese peligro inminente de
morir arroyados, pero es que acaso incinerar libros a 541° farenheit, no es una causa
indirecta del aumento de las tasas de mortalidad en accidentes de tránsito, o del aumento de
las muertes violentas, y parece que los gobiernos que están ahí para ayudarnos, no sólo no
ayudaron a Clarrisse, sino que estaban más ocupados en programar un absurdo sabueso,
que no es ni si quiera un animal, sino una maquina diseñada para detectar y acabar con
cualquier brote de esperanza, simplemente porque la claridad, la candidez y la diferencia
son adjetivos que si crecieran lo suficiente harían que todos los bomberos del mundo
renunciaran a su absurda lucha y se incineraría este conjunto de dogmas obtusos que
queman el conocimiento y nos escupen mentiras que aceptamos como verdades.

¿Pero cuantas más jóvenes como Clarisse deben morir, hasta que despertemos? ¿cuantos
más libros deben incinerarse mientras que el número de televisores por casa aumenta?
Ahora mismo relato esta crónica como un anónimo que quiere conmemorar la juventud
rebelde, y que escribe desde los suburbios donde muchos intelectuales nos resguardamos,
atesorando historias de libros pasados y futuros hasta que la presión social sea tanta que se
nos cambie esta distopia por utopía, una sociedad donde las jóvenes como Clarrisse sean la
regla no la excepción y donde nosotros podamos permitirles que crezcan y no asesinarlos
de manera premeditada con esta terrible indiferencia.

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