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Aproximación A Un Encuadre Epistemológico Del Discurso de La
Aproximación A Un Encuadre Epistemológico Del Discurso de La
INTRODUCCIÓN
¿Qué sentido reservan las élites rioplatenses a voces como «Revolución»,
«Independencia», «Constitución», «Ideología» (según expresión de Tracy)? A
estos interrogantes de manera específica pero no excluyente, que ayudan a
caracterizar el universo cultural de los actores en esta coyuntura, atenderemos en
el presente trabajo; un universo donde el relato histórico aparecería como tropo
ornamental dentro de la retórica discursiva —dimensión significativa del texto—,
pues dice poco sobre las vueltas y revueltas que signaron la enmarañada
coyuntura.
Entendimos que el riguroso planteamiento epistemológico formulado por
Michel Foucault en Las palabras y las cosas, al caracterizar la episteme clásica
(siglos XVII—XVIII) y moderna (siglo XIX), ofrecía un unificado esquema de
reflexión sobre las ciencias humanas, verdadera filosofía del concepto, modelo
teórico con el cual construimos nuestra hipótesis de trabajo. La misma plantea que
el discurso de las minorías reflexivas de la época encontraría adecuada definición
dentro del universo cultural de la episteme clásica apenas conmovido por latentes
signos de modernidad. En tal sentido, bajo representaciones singulares, los
actores sociales rioplatenses perseguían reencontrarse con una identidad contra
la cual atentaba el nuevo estado de cosas; representación alejada de cualquier in-
tento transgresor que condicionara el futuro; la consigna transitaba por el par
restauración/reparación no por el sendero del progreso lineal. En suma, los
enfrentamientos, las convulsiones facciosas de las élites conformaban respuestas
distintas para arribar a lo «mismo», a ese orden clásico que, desde la Revolución
Francesa comenzaría a oscilar para dejar paso a una realidad del todo distinta de
que daría cuenta tanto el romanticismo como el positivismo.
Nuestra hipótesis estudia una coyuntura -la «crisis de descomposición» de
la estructura clásica y su marcada resistencia en el mundo ibérico-, hasta su
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CONSIDERACIONES GENERALES
1. La secuencia 1810-1830, inserta en la episteme clásica, no podía menos
que ser observada por sus actores como extremadamente dinámica y atípica,
como instancia pocas veces observada tanto en tiempo antiguos como modernos.
Dado el ritmo impuesto a los hechos por esa aceleración de los tiempos, y
desde el paradigma de saber imperante, las élites buscarán su solución en
términos de regreso y no de progreso; regreso a la matriz primigenia de unidad
dentro de la diversidad, tal como la expresión jurídica del universo cultural lo deja
advertir (Constitución de 1819, Ley Fundamental, Constitución de 1826).
La policausalidad de factores físicos y morales que habían confluido en la
dinámica iniciada en 1810 encontraban su monitor en la inmutabilidad del orden
natural: se imponía reducir los fenómenos cambiantes a términos de orden, de
estabilidad, pues no podían rehuir indefinidamente el dictado de la naturaleza.
¿Acaso no se advertía que a poco de producido el primer cambio natural, y por
obra de las pasiones, este cambio inicial amenazaba con profundizarse? ¿Acaso
podía ocultarse que la anarquía se desata cuando se marcha de revolución en
revolución o, lo que es lo mismo, de un cambio político a otro?
Policausalidad fenoménica que no encontraría lugar dentro de la episteme
moderna, en tanto ésta no acepta la acción conjunta de diversas causas
generadoras de fenómenos. Para la Modernidad los fenómenos responden a una
ley tan inmóvil como la ley natural, a la que imponen el criterio de seguridad
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MARCO TEÓRICO
ANOTACIONES SOBRE EL PLANTEO EPISTEMOLÓGICO DE MICHEL
FOUCAULT
Existe “una infraestructura cultural del saber propiamente dicho” que
podríamos llamar «saber pre-científico», «opinión» o «episteme» que, para la
época clásica se identifica con los dominios de los seres vivos, de la riqueza y del
lenguaje, en cuyo interior encontrarían, en el siglo XIX, un lugar las ciencias
humanas1. A desentrañar el dominio clásico del saber y confrontarlo con el
moderno, se entregó Michel Foucault en su obra Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas. El clasicismo aparece para el autor como
el último refugio del entendimiento humano en su sentido más auténtico y
revelador, allí donde el ser es rescatado por la palabra y ésta le permite mostrarse.
Se trata su obra de un ensayo acerca de los momentos sucesivos de la episteme
occidental a través de una propuesta definida en términos de arqueología del
saber. Para Foucault, la “arqueología” (archivo del saber) es la categoría por
medio de la cual el autor “intentará sacar a luz el campo epistemológico, la
episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que
se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas hunden su positividad y
manifiestan así una historia que no es la de la perfección creciente, sino la de sus
condiciones de posibilidad.”
La arqueología “al dirigirse al espacio general del saber, a sus
configuraciones y al modo de ser de las cosas que allí aparecen, define los
1
Hilton Japiassu, «A epistemologia ‘arqueológica’ de Michel Foucault», en Idem, Introduçao ao pensa-
mento epistemológico, Rio de Janeiro, F. Alves, 1977, p. 113. Puede verse sobre “conocimiento y
epistemología”, en relación con las ciencias sociales: Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable
sociedad. Cuestiones de epistemología de las ciencias sociales, Buenos Aires, A - Z, 1998, pp. 15-25.
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2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Ai-
res, Siglo XXI, 1968, pp. 7-8.
3
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., representa-
ción.
4
H. Japiassu, op. cit., p. 119.
5
M. Foucault, op. cit., p. 79 y 145.
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9
M. Foucault, ibíd., p. 125.
10
M. Foucault, ibíd., pp. 81-s..
11
H. Japiassu, op. cit., p. 122.
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REVOLUCION E INDEPENDENCIA
La Revolución como la Independencia resultan situaciones que se conjugan
en términos de una ley del orden, de ese desequilibrio fundamental que permite la
conciliación de lo idéntico con lo diferente. La Revolución y la Independencia están
prefijadas en el plan de la Naturaleza, en el sentido de que la parte más grande y
rica (América) no puede depender de la más pequeña y pobre (España), como
tampoco puede permanecer resguardada de las conmociones que la Naturaleza o
Providencia determinó encontrándose el centro de gravitación a gran distancia; de
allí se concluye que la fuerza de gravitación se haya desplazado hacia otro lugar a
menor distancia pues, como gustaba argumentarse en clave newtoniana, “las
fuerzas centrípetas tienden a los centros de cada planeta”, decreciendo “en razón
cuadrada de la distancia a los centros de los planetas.” 13
Recorreremos este apartado atendiendo a dos ejemplos expresivos de la
episteme clásica, aun cuando operen desde planteamientos doctrinarios
diferentes.
12
M. Foucault, op. cit., p. 217 y 241.
13
Isaac Newton, El sistema del mundo (Publicación póstuma de 1728). Barcelona, Sarpe (Colecc. «Los
Grandes Pensadores», nº 27), 1984, pp. 60, 62.
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los así llamados sistemas de las clases, que ya existen, están las cosas
meramente agrupadas y ordenadas unas junto a otras.” 17
Relacionadas las distintas variables y articuladas, dentro del sistema
revolucionario, con aquella que se ha identificado y nombrado específicamente –el
Plan de Operaciones-, la composición discursiva cumple entonces con el principio
de claridad y distinción.
Afirma Foucault que “el nombre [es] el que organiza todo el discurso
clásico; hablar o escribir no es jugar con el lenguaje, es encaminarse hacia el acto
soberano de la denominación, ir, a través del lenguaje, justo hasta el lugar en el
que las cosas y las palabras se anudan en su esencia común y que permite darles
un nombre.”18
Nombrada la cosa (el sustantivo), el verbo (“toda la especie de verbos se
remite a uno solo, el que significa «ser»”, palabra que recoge toda la esencia del
lenguaje, y, por tanto, expresión del ser del pensamiento), permitirá desarrollar las
causas a través de distintas proposiciones. Éstas constituyen la demostración de
la capacidad permanente de deslizamiento, de extensión, de reorganización de las
palabras. En ellas se despliega toda la argumentación, siempre por medio de
comparaciones, sobre la idea principal así como también sobre aquellos signos
empleados para ilustrar el tema central del discurso.
El Plan se inserta dentro de la ley del orden, es decir, dentro de un continuo
donde se armonizan las identidades y diferencias. La Naturaleza, la Providencia,
ha producido un cambio, la Revolución, y este proceder del Orden físico requiere
ser encauzado dentro del Orden moral, en el cual “hay ciertas verdades
matemáticas en que todos convienen, así como todos admiten los hechos
incontestables de la física.” El Plan de Operaciones deberá comprenderse como
una manera de preservar dicho Orden, y la manera de preservarlo sería seguir las
“lecciones” enseñadas por los maestros de las revoluciones, que señalan la
necesidad de prescindir de la “moderación” y de la “benevolencia”, pues ésta
virtud no es la adecuada en momentos de “tormenta”, que es cuando más se
agitan las “pasiones” de los hombres.19
17
Immanuel Kant’s physische Geographie, editada por F.T. Rink (Königsberg, 1802), en Richard Hartshorne, «La
noción de Geografía como ciencia del espacio, desde Kant y Humboldt hasta Hettner», en Annals of the
Association of American Geographers, vol. 48, June 1958, núm. 2, apud. «Fichas de Librería Nueva Visión»,
núm. 19, p. 7.
18
M. Foucault, ibíd., p. 122.
19
Mariano Moreno, «Plan de las Operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del
Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia»,
Buenos Aires, 30 de agosto de 1810, en IDEM, Escritos políticos y económicos, Buenos Aires, «La Cultura
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Las pasiones humanas, que operan desde adentro y desde afuera, obligan
la puesta en marcha del Plan: la crueldad que caracterizará las acciones
recomendadas quedarán entonces éticamente justificadas. En tal sentido
considera el autor que “muy poco instruido estaría en los principios de la política,
las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien ignorase de sus
anales las intrigas que secretamente han tocado los gabinetes en iguales casos”, y
no puede afirmarse por ello que hayan perdido “algo de su dignidad, decoro, y
opinión pública en lo más principal. Nada de eso: los pueblos nunca saben, ni ven,
sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice.” 20
El Plan se impone como la variable más efectiva que permitirá afianzar el
“Nuevo Sistema,” verdadero centro de gravitación hacia el que deberán converger
todas las fuerzas y de esa manera restablecer el equilibrio siempre inestable del
continnum.
La ley interior que rige el discurso, en términos clásicos, revela “el orden del
pensamiento”, pues “la comprensión no es otra cosa sino concepción derivada del
discurso”. Las distintas proposiciones constituyen distintos niveles del discurso
que pueden dar paso a otros temas que a su vez generarán nuevas proposiciones.
Las extensiones y derivaciones del discurso constituyen el rasgo retórico del
mismo, entendido, no como ornamento, sino como parte sustancial del mismo,
pues es en la dimensión retórica donde se encuentra el despliegue temático; es el
lugar del texto que reproduce las representaciones del entendimiento
(“imaginación que se produce en el hombre.... por medio de palabras u otros
signos voluntarios”); es el lugar del “discurso en palabras” que refleja el “discurso
mental.”21
El discurso clásico, tal como se advierte en el Plan, acude a las cláusulas
interrogativas como recurso a la vez estilístico y retórico; en el primer caso resulta
un recurso que permite al expositor detener la acción del discurso para luego
precisar sus argumentos y, por otro lado, los refuerza permitiendo al signo
representar más acabadamente la idea.
El discurso clásico expresa juicios analíticos y no sintéticos 22, y la distancia
que media entre uno y otro es una de las marcas axiales de la ruptura entre la
Argentina», p. 306.
20
M. Moreno, «Plan...», p. 310.
21
Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, (1651)
Barcelona, Sarpe (Colecc. «Los Grandes Pensadores»), 1983, V. I, pp. 54 y 39. Cf. Cap. III y IV.
22
Cf. Sobre el “método analítico” y “sintético”: M. Destutt de Tracy, Gramática General. Traducida por
Juan Ángel Caamaño. Madrid, Imprenta de D. José del Collado, 1822, p. 72.
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29
M. Moreno, Plan..., p. 311
30
Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud-América, excitando los Pueblos a la
unión y al orden, Buenos Aires, Imprenta de Gandarillas y Socios, 1816, p. 11.
31
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., continuo.
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todo está «lleno»”32. Ley de continuidad que recorre todo el discurso clásico
rioplatense, como explícitamente los redactores del Decreto lo recuerdan a los
Pueblos, al subrayar que el Congreso busca “fijar límites a la revolución, abrir los
senderos del orden, restablecer la armonía [...], consolidar la unión de las partes
dilaceradas.”33 La “desunión no es menos funesta que el desorden. La desunión
debilita [...] La unión al contrario todo lo consolida, y aunque sea pura agregación,
forma masas enormes difíciles de mover: con la unión todo es más fuerte” Basta,
si no, observar “la Naturaleza: siempre ocupada en llenar sus designios,
destruyendo y reproduciendo, sus acciones no son otras que disolver y concentrar;
ved lo que pueden unidos en un foco los débiles rayos de luz dispersos.” 34
Tanto el Plan como el Manifiesto, proyectan la mirada analítica que
caracteriza al paradigma clásico del razonamiento, reconocible siempre a través
de las “sutilezas constituidas por las palabras y el discurso”; despliegue
espontáneo de la “representación en un cuadro.” 35 El discurso del Manifiesto,
organizado alrededor de las palabras - clave «orden» y «unión» y sus respectivos
opuestos, se articula en torno a metáforas vinculadas a la Naturaleza en general y,
a la naturaleza humana, en particular. El discurso nos presenta a los congresales
echando “una ojeada” desde la cumbre donde observan el comportamiento de los
Pueblos, y deteniendo la mirada “sobre el cuadro que ha ofrecido a (la) vista la
alternativa terrible de dos verdades: [...] unión y orden, o suerte desgraciada.”
“Germen de la anarquía”; “contagio” y “síntomas” que se traducen en “partes
dilaceradas”, consecuencia de las “convulsiones tumultuosas”. “Virus
revolucionario” que “se nutre y vigoriza de lo que destruye”. “¡Desesperado
recurso! buscar en la muerte el germen de la vida e irritar el furor de las pasiones”
que derivan en un estado “de fatiga y abatimiento”. “Es preciso huir de los
principios destructores”, pues “ni la política, ni la justicia, ni la naturaleza obran a la
ruina del ser.” En suma, se impone a los Pueblos progresar por los carriles ya
establecidos por la Naturaleza, regresando al mundo de lo «mismo». La tarea de
los congresales consistirá en encontrar el camino de retorno, y por ello dirán: “La
32
Gottfried W. Leibniz, Monadología (1714), en Idem, Monadología y discurso de metafísica, Madrid,
Sarpe (Colecc. «Los grandes pensadores»), 1985, párr. 61.
33
Manifiesto..., p. 9.
34
Manifiesto..., p. 17.
35
M. Foucault, op. cit., pp. 295-s..
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La ausencia de Modernidad
Las imágenes y conceptos con los cuales conciben su realidad las minorías
reflexivas rioplatenses las colocan fuera de cualquier concepción moderna del
saber.
Revolución e Independencia son instancias ya previstas dentro del orden de
la Naturaleza, pero en tanto ambas indefectiblemente despiertan en la especie
humana «pasiones», surgirá la necesidad de imponer los correctivos necesarios.
Ambos cambios, iniciados en la región rioplatense por un sinnúmero de
circunstancias difíciles de evitar, requieren luego de la virtud y la prudencia de sus
actores para soslayar los males que toda desviación del orden natural acarrea.
Revolución e Independencia una vez concretadas son amenazadas por
«pasiones» que enturbian el cambio. Se impone el ordenamiento sistemático, la
reconstrucción, lenta y gradual, del orden jurídico-político y socio-económico,
reformando aquello que hubiera envejecido con el tiempo o expurgando aquello
que infligiera daño al cuerpo social.
36
Manifiesto...,pp. 1-2, 6, 9-13, 20-21.
37
Manifiesto..., pp. 6, 2, 10, 12.
38
Jürgen Habermas, Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, Madrid, Tecnos, 1997, p. 277.
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39
Jean D’Alembert, Discurso preliminar de la Enciclopedia (1759), Madrid, Sarpe (Colecc. «Los Gran-
des Pensadores»), 1985, pp. 63-s.
40
J. D’Alembert, ibíd., p. 61. N.B.: Subrayado nuestro.
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CONSTITUCIONALISMO
La Revolución y la Independencia se inscriben dentro del Orden Natural, y
así como los seres vivos, también el género humano encuentra en dicho orden su
razón de ser. Si determinadas leyes regulan el comportamiento de los seres vivos
en general, la ley natural y, el Derecho, de la que ésta es parte, regulan el
accionar de las comunidades humanas. A diferencia de lo que prescribe el
Derecho formal de la Modernidad, desligado de los deberes del orden vital, el
mismo que prescribió el desplazamiento de toda forma de creación jurídica “que
no emanará de la ley promulgada dentro del Estado” 41, las normas del Derecho
Natural clásico están orientadas a la vida del buen ciudadano, y esto significa vida
virtuosa.42
El Derecho Natural, es la directa proyección del Orden de la Naturaleza en
el Orden Moral, del que la política es parte, tal como se advertirá en el
41
Víctor Tau Anzoátegui, «La dimensión histórica del Derecho Natural», en Revista de Historia del Dere-
cho, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, nº 19, 1991, p. 530
42
J. Habermas, op. cit., p. 89.
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46
«Sesión del 19 de enero de 1826. Alocución de Julián S. de Agüero», en E. Ravignani, comp., op. Cit.,
T. II, p. 441.
47
IBID., p. 5406.
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48
Carta Confidencial de Ignacio Núñez al Encargado de Negocios de S.M.B., Woodbine Parish, Buenos
Aires, 15 de junio de 1824, «Revista Política”, en Ignacio Núñez, Noticias históricas, Buenos Aires, «La Cultura
Argentina», 1952, T. II, pp. 231-s..
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debían “clasificarse según las formas que en ellos prevalezcan más”, pues la
Constitución es el “código o reglamento fundamental que fija los derechos
mayestáticos, los distribuye, y da las formas de su ejercicio y administración”.49
Dentro del constitucionalismo (expresión normativo-racional o tradicional), el
género humano parecía haber encontrado un lugar para desplegar sus diferencias
e identidades, es decir, había construido su sistema. Reinaba la taxinomia, que
seguía de cerca el modelo consagrado por las ciencias de la Naturaleza, tal como
lo enseñaban, desde perspectivas distintas, Linneo y Cuvier. Así como en el orden
del lenguaje el sueño último consistía en lograr una lengua universal, en el orden
de los seres vivos, incluido el hombre, la aspiración máxima transitaba por el
camino de la taxinomia, de la visión en cuadro. En el orden de los seres vivos no
racionales tal propósito parecía haberse concretado y, la especie humana,
también parecía haber logrado avanzar positivamente en orientación al orden
regular de la Naturaleza cuando la voz constitución expresó la única posibilidad de
vida organizada. En opinión de un diputado partidario del sistema de unidad, si las
provincias quieren constituir “el estado”, es preciso atender a la analogía con “el
orden y marcha de la naturaleza”.50
La cultura jurídica, la más identificada con la Gramática filosófica, encontró
también su lugar en la taxinomia y la visión en cuadro, y dio el nombre de
constitución al sistema que describía, analizaba y daba forma a la vida de los
pueblos. La palabra constitución expresaba el anhelo de la armonía universal. El
nombre constitución refería a aquello que dentro de cada ser o cosa es medida de
su identidad y diferencia, pero el saber clásico se representa esta voz como la
organización más elevada del hombre en sociedad. Eje paradigmático del discurso
político-institucional de las elites rioplatenses más allá de la oportunidad
considerada adecuada para su concreción; rasgo temático central para unos
pueblos sorprendidos por la crisis de la Monarquía hispánica. A su construcción
las minorías reflexivas consagraron todos sus esfuerzos, tal como se refleja de
manera elocuente en las constituciones de 1819 y 1826.
49
Antonio Sáenz, Instituciones elementales sobre el Derecho Natural y de Gentes. Curso dictado en
la Universidad de Buenos Aires en los años 1822-1823, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales. Instituto de Historia del Derecho Argentino (Colecc. De Textos y Documentos para la Historia del
Derecho Argentino), 1939, pp. 115; 82-s..
50
”Nace el niño, y es conducido por mano ajena, aprende a marchar y marcha; y en los varios períodos
que recorre en su primera edad, despliega primero una razón que después va sazonando; luego otras facultades
y potencias hasta que expedito por sí mismo entra en el rango de independencia de los demás.” (“Sesión 42 del
11 de junio de 1825. Alocución de Lucio V. Mansilla”, en E. Ravignani, comp., op. cit., T. II, p. 39). N.B.:
Subrayado nuestro.
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60
Juan M. Fernández de Agüero, Principios de Ideología. Primer Curso de Filosofía dictado en la
Universidad de Buenos Aires (1822-1827), Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras (U.B.A.), Instituto de
Filosofía (Publicaciones de Filosofía Argentina), 1940, 1ª parte, Ideología Elemental o Lógica, p. 239-s..
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61
M. Foucault, ibíd., p. 137.
62
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, p. 64.
63
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, Ideología Abstractiva o Metafísica (Secc. 1ª. «De la sensibili-
dad del hombre en sus relaciones intelectuales»), p. 21. “Pensar (...) es siempre sentir y nada más que sentir.”
(Destutt de Tracy, Eléments d’Idéologie, Paris, 1805, T. II, p. 35).
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64
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, Ideología Oratoria o Retórica, p. 42.
65
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p.124-s..
66
“Como nuestras sensaciones difieren entre sí [...] quedamos enteramente ciertos de que entre las cosas
externas existe, al menos para nosotros, la misma diferencia que entre nuestras sensaciones. Añadimos al menos
para nosotros: porque no siendo nuestras ideas sino el resultado de nuestras sensaciones comparadas, no puede
haber en ellas, sino verdades relativas a la manera general de sentir de la naturaleza humana; y la pretensión de
penetrar la esencia misma de las cosas es tan claramente absurda que basta la más ligera atención para
reprobarla.” (J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p. 31).
67
En relación con las reformas de Rivadavia, leemos en el periódico La Abeja Argentina: “Si la reforma se
dirige a mejorar las cosas o a reparar las brechas que los vicios y las edades hayan abierto en su moral, la
innovación es santa y laudable. [...] La naturaleza misma es la primera innovadora, y lo hace o renovando, o
sustituyendo, o acabando.” (Nº 10, 15 de enero de 1823, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la
nación, 1960, T. VI, p. 5515.
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establece una distinción entre el Orden físico y moral, señalando respecto del
primero: “En el mundo físico todos los seres se tocan; no hay un vacío; y no puede
uno tener un movimiento, sin que otro tenga parte en la acción. Este es el gran poder
de la naturaleza y el arte admirable de su autor: haber colocado todos los seres,
inmediatos unos a los otros; haber hecho un todo tan inmenso; no dejar un solo
vacío, sin dejar de haber un gran espacio en que se moviesen los seres.”68
Requerimiento axial para alcanzar la claridad y distinción exigida por el pensa-
miento clásico resulta la casuística, entendida como preceptiva gramatical y, de
acuerdo con las reglas de la Lógica o Gramática general (filosófica), como entidad
argumentativa. En el marco de la cultura jurídica, el casuismo se constituye en el
lugar de las derivaciones del discurso; el lugar de las explicaciones, elocuente
expresión didáctica del orden clásico.69
Si se atiende a la relación causa - efecto, el discurso clásico da cabida en
su seno, sin violentar su fundamento epistémico, a expresiones que van desde un
determinismo absoluto (Racionalismo) como se advierte en el discurso de
Fernández de Agüero70, hasta otras, en la línea de Hume, que referirán a la
«unión» de los dos términos pero no a la «relación» 71. No obstante, se está
siempre en el dominio de la «cosa en sí», y también de que no existe progreso
alguno que no se encuentre contemplado dentro de la ley del orden.
La Ideología se esfuerza por constituirse en la única forma racional y
científica que puede revestir la filosofía y como único fundamento filosófico que
puede proponerse a las ciencias en general y cada dominio singular del
conocimiento. “La Ideología, ciencia de las ideas, debe ser un conocimiento del
mismo tipo que los que tienen por objeto los seres de la naturaleza, las palabras
del lenguaje o las leyes de la sociedad. Pero, en la medida misma en que tiene por
objeto las ideas, la manera de expresarlas en las palabras y de ligarlas en los
razonamientos sirve como gramática y Lógica de toda ciencia posible.” La
Ideología se constituye en “el saber de todos los saberes.” 72
68
Sesión del 23 de febrero de 1826. Alocución del Ministro de Gobierno, en Emilio Ravignani, comp.,
Asambleas Constituyentes Argentinas, Buenos Aires, Peuser, 1937, T. II, p. 732.
69
Véase para comprender el movimiento oscilatorio de la episteme clásica hacia la modernidad a través
de distintos caminos que el autor logra objetivar en el marco de la cultura jurídica (entendida como ex presión de
las manifestaciones del saber que confluyen en un determinado ordenamiento jurídico): V. Tau Anzoátegui,
Casuismo y Sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, Buenos Aires, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, 1992. Otros aportes que ilustran sobre el tema en: Nuevos horizontes...
70
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 53.
71
J. Ferrater Mora, op. cit., T. I, p. 273 (2ª y 3ª columnas), p. 274 (2ª columna).
72
M. Foucault, op. cit., p. 236.
Página 30 de 36
73
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p.76, 83.
74
Ibíd.,, p. 25.
75
M. Foucault, ibíd., p. 123 y 125.
76
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 85 y 96. El empleo de cursiva es nuestro.
Página 31 de 36
77
M. Foucault, ibíd., pp. 124-s..
78
J. M. Fernández de Agüero, 3ª Parte, p. 37.
79
Ibíd. , p. 22.
80
Ibíd. , p. 53.
81
Alexis de Tocqueville, La Democracia en América (1835-1840), Madrid, Sarpe (Colecc. «Los grandes
pensadores»), 1984, T. II, p. 62.
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interpretación segura del espíritu clásico resultara una labor signada por
innúmeras dificultades. La razón de esto se puede explicar en términos de
semiótica cultural: apenas un delgado hilo unía una a otra dimensión epistémica
De allí entonces que, desde nuestro presente, el estudioso deba resignarse a
cualquier intento de arribar a resultados acabados y altamente objetivos de un
mundo de imágenes, ideas y concepto, tarea para la cual no posee medios para
su decodificación, pues dispone apenas de voces y expresiones, las cuales sólo
podrán ofrecer una traducción imperfecta de ese pasado. Además, produce en el
estudioso actual una “actitud de rechazo [pues] ha adquirido ya de modo
connatural una conciencia de la inserción del sujeto en la historia” 82 de la que el
orden clásico carecía.
Confesadas las limitaciones impuestas por nuestro universo semiótico,
ofrecimos una relectura del discurso de una coyuntura histórica, que intentó
relevar el entramado textual, la idea que lo anima, resistiendo cualquier intento de
focalizar la atención en la intencionalidad específica de tal o cual actor social. Se
avanza entonces por un camino que facilita “definir las condiciones que hicieron
posible el pensar en formas coherentes y simultáneas.” 83
Los «argumentos de la polémica», el desarrollo de la lucha por el poder,
aparecen desplazados del centro de la atención hacia un segundo plano; entonces
el lenguaje se posesiona de la escena, se convierte en protagonista y con él se
activa el “mundo de conceptos” 84 del Orden clásico, que es aquel, como apunta
Michel Foucault, “que se da en las cosas como su ley interior, [el] que no existe a
no ser a través de la reja de una mirada, de una atención, de un lenguaje.” 85
El discurso político -iluminado desde las distintas perspectivas del saber del
que forma parte, es decir, en relación con la mathesis “(ciencia universal de la
medida y el orden)”, inscripto dentro de una “taxinomia”, que “implica un cierto
continuum de las cosas [una no discontinuidad, una plenitud del ser] y una cierta
imaginación86 que hace aparecer lo que no es, pero que permite por ello mismo,
82
Gonzalo Navajas, «Un discurso sin paradigma. La Vida de Torres de Villarroel», en Francisco La Rubia
Prado y Jesús Torrecilla, dirs., Razón, tradición y modernidad: re-visión de la Ilustración hispánica, Madrid,
Tecnos, 1996, p. 250.
83
Michel Foucault, op. cit., p. 198.
84
Antonio J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la investiga-
ción histórica, Buenos Aires, Ábaco, 1979, pp. 73-75
85
Michel Foucault, op. cit., p. 5.
86
«Imaginación» es una palabra clave de la episteme clásica en tanto saber de la representación. En el
siglo XVIII aparece unida a las energías intelectuales superiores. Cf. Paul Ilie, «¿Luces sin Ilustración?
«Imaginación/Fantasía» como testigos léxicos», en F. La Rubia Prado y J. Torrecilla, dir., Razón..., pp, 139 y 141.
“Imaginación es la facultad del alma para concebir las cosas y formar idea de ellas.” (P. E. Torres y Pando,
Diccionario castellano, con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas
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88
Cf. E. Hobsbawm, La era del capitalismo, Barcelona, Labor, 1989, pp. 82-97.
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cosa alguna de importancia [...] Aquella parte de la legislación española que haya
sido derogada, aquélla que esté vigente, aquélla puramente indígena o nacional,
serán respectivamente designadas por tintas de diversos colores.” Pero, torcerá el
rumbo de su exposición, cuando recuerde que la “verdadera filosofía” renació en
el “siglo nuevo” inaugurado en “1830”, año “en que se ha dejado ver otra vez [a la
filosofía] sobre su arena favorita, no ya con el antiguo carácter de revolucionaria,
sino bajo la bandera benéfica del progreso pacífico, de asociación, de igualdad, de
libertad constitucional. Se la ha visto entregarse [...] al estudio sintético del
hombre, del pueblo, de la humanidad [...] pero del hombre, no ya bajo éste o aquél
aspecto exclusivo, [...] del hombre espiritualista [Eclecticismo], manía que en la
restauración, había sucedido a la otra manía del hombre materialista del último
siglo [Ideología]”89
En fin, los planteamientos clásicos ya no definen su discurso, el que
transita decidida y efectivamente por los carriles de la modernidad.
Un examen del discurso jurídico-político de la época comprendida entre
1830-1850, permitirá seguramente iluminar el escenario de las rupturas y
continuidades de la episteme clásica y, de igual manera, ayudará a caracterizar el
nuevo paradigma por el que transitará la denominada «Organización Nacional»,
todo lo cual, entendemos, permitirá dar sentido a los hechos, al anecdotario
histórico.
(4) El presente trabajo buscó dar un fundamento epistemológico a la secuencia
que simbólicamente cerramos en 1830, siguiendo, en este caso, una pauta
histórica que nos lleva hasta el umbral del Estado rosista. Opera tal fecha como
límite de reflexión, pero no autoriza a inferir que la nueva época pueda definirse,
en términos absolutos, como de modernidad.
Nuestro trabajo partió de una hipótesis: la etapa iniciada en 1810 y concluida
en 1830 se inserta dentro de la episteme clásica, pudiendo rotular este marco
epocal como entramado clásico de la revolución rioplatense.
Entendemos que definir tal secuencia en términos de modernidad, supondría
atribuir a las élites rioplatenses o, a ciertos sectores de la misma, una
interpretación anacrónica de su realidad; supondría juzgar lo acaecido en esta
instancia a través de las conclusiones desplegadas luego de Caseros.
89
Juan B. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837). Buenos Aires, Biblos, 1984, pp. 316-318.
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