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XVII JORNADAS DE HISTORIA DEL DERECHO ARGENTINO

Aproximación a un encuadre epistemológico del discurso de las minorías


reflexivas rioplatenses (1810-1830)

Rubén Darío Salas

INTRODUCCIÓN
¿Qué sentido reservan las élites rioplatenses a voces como «Revolución»,
«Independencia», «Constitución», «Ideología» (según expresión de Tracy)? A
estos interrogantes de manera específica pero no excluyente, que ayudan a
caracterizar el universo cultural de los actores en esta coyuntura, atenderemos en
el presente trabajo; un universo donde el relato histórico aparecería como tropo
ornamental dentro de la retórica discursiva —dimensión significativa del texto—,
pues dice poco sobre las vueltas y revueltas que signaron la enmarañada
coyuntura.
Entendimos que el riguroso planteamiento epistemológico formulado por
Michel Foucault en Las palabras y las cosas, al caracterizar la episteme clásica
(siglos XVII—XVIII) y moderna (siglo XIX), ofrecía un unificado esquema de
reflexión sobre las ciencias humanas, verdadera filosofía del concepto, modelo
teórico con el cual construimos nuestra hipótesis de trabajo. La misma plantea que
el discurso de las minorías reflexivas de la época encontraría adecuada definición
dentro del universo cultural de la episteme clásica apenas conmovido por latentes
signos de modernidad. En tal sentido, bajo representaciones singulares, los
actores sociales rioplatenses perseguían reencontrarse con una identidad contra
la cual atentaba el nuevo estado de cosas; representación alejada de cualquier in-
tento transgresor que condicionara el futuro; la consigna transitaba por el par
restauración/reparación no por el sendero del progreso lineal. En suma, los
enfrentamientos, las convulsiones facciosas de las élites conformaban respuestas
distintas para arribar a lo «mismo», a ese orden clásico que, desde la Revolución
Francesa comenzaría a oscilar para dejar paso a una realidad del todo distinta de
que daría cuenta tanto el romanticismo como el positivismo.
Nuestra hipótesis estudia una coyuntura -la «crisis de descomposición» de
la estructura clásica y su marcada resistencia en el mundo ibérico-, hasta su
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articulación con la «crisis de conformación» de otra estructura, insertada


netamente dentro de la episteme moderna y, de suyo, dentro de una situación
mental radicalmente distinta a la aquí planteada. «Crisis de descomposición» que,
aunque con ritmo diferente, operaba ampliamente en el universo cultural de
Occidente.
Tal coyuntura se inserta en un modelo de saber, cuya orientación arroja luz
en el camino interpretativo de lo construido entre 1810 y 1830 con su secuela de
enfrentamientos pero a la vez con identidades sustanciales, una interpretación que
entiende el progreso dentro del orden y no corriendo por fuera de él, que entiende
lo distinto desplegado en el mismo cuadro que lo idéntico, no operando por
supresión, sino perseverando en la asimilación de lo «otro».

CONSIDERACIONES GENERALES
1. La secuencia 1810-1830, inserta en la episteme clásica, no podía menos
que ser observada por sus actores como extremadamente dinámica y atípica,
como instancia pocas veces observada tanto en tiempo antiguos como modernos.
Dado el ritmo impuesto a los hechos por esa aceleración de los tiempos, y
desde el paradigma de saber imperante, las élites buscarán su solución en
términos de regreso y no de progreso; regreso a la matriz primigenia de unidad
dentro de la diversidad, tal como la expresión jurídica del universo cultural lo deja
advertir (Constitución de 1819, Ley Fundamental, Constitución de 1826).
La policausalidad de factores físicos y morales que habían confluido en la
dinámica iniciada en 1810 encontraban su monitor en la inmutabilidad del orden
natural: se imponía reducir los fenómenos cambiantes a términos de orden, de
estabilidad, pues no podían rehuir indefinidamente el dictado de la naturaleza.
¿Acaso no se advertía que a poco de producido el primer cambio natural, y por
obra de las pasiones, este cambio inicial amenazaba con profundizarse? ¿Acaso
podía ocultarse que la anarquía se desata cuando se marcha de revolución en
revolución o, lo que es lo mismo, de un cambio político a otro?
Policausalidad fenoménica que no encontraría lugar dentro de la episteme
moderna, en tanto ésta no acepta la acción conjunta de diversas causas
generadoras de fenómenos. Para la Modernidad los fenómenos responden a una
ley tan inmóvil como la ley natural, a la que imponen el criterio de seguridad
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antropológica que termina convirtiéndose en el lugar de todas las referencias


posibles. La actitud analítica cede su lugar a las síntesis objetivas y, en tal
contexto, las expresiones particulares sólo encontrarán sentido referidas a un
centro construido more geometrico.
En el marco del paradigma moderno la ley estática de los fenómenos es
progresiva; supone un progreso indefinido y un futuro promisorio y deviene en el
triunfo historicista que hurga en la tradición como fuente de inspiración, a la que
juzgará positiva o negativamente según convenga a su imagen de progreso
material. Para el clásico el futuro es apenas un momento del continuum temporal
pero nunca, como para el moderno, esperanza de un porvenir maravilloso. De
igual manera el ordenamiento jurídico constituye, no un mero recitativo de
disposiciones y normativas, sino una expresión del universo cultural. Una
constitución, si por su estructura material resulta fruto del presente, será
significativa en tanto rescate la memoria ética del pasado que traducirá en una
rigurosa preceptiva y legado de futuro; concebida como idea rectora que las
generaciones futuras podrán reformar, adaptar, pero no desechar.

2. Inserta la coyuntura dentro de los lineamientos epistemológicos del


clasicismo, y no como expresión de una modernidad en ciernes, el discurso de las
élites rioplatenses adquiere coherencia, pues aquello que, dentro de un marco
epistemológico moderno aparecería como contradictorio o indescifrable, resulta
contrariamente inteligible para el clasicismo. El discurso clásico se caracteriza por
plantear, contrariamente a la episteme moderna, la regularidad e inmutabilidad de
la naturaleza y no la de los fenómenos. Jamás antepone al hombre a lo
determinado por la ley natural, porque entiende a la racionalidad como un
producto del pensamiento y no como su sinónimo; percibe al pasado operando en
un presente que puede ser corregido, mejorado, pero no «inventado»; donde la
palabra refleja la cosa, se identifica con ella y se convierte en ella, constituyendo la
expresión directa del pensamiento y no una especie genérica e imprecisa del
objeto a que refiere.
La coyuntura 1810-1830 podría identificarse como la búsqueda cartesiana
de lo claro y lo distinto, de la observación y acomodamiento de lo idéntico y lo
diferente dentro de un mismo esquema de representación.
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Atiende a la «continuidad», pero renuncia a la búsqueda de orígenes


precisos y objetivos para explicar el presente y el devenir. El clasicismo rehuye al
historicismo al que se vuelca por entero la episteme moderna.
Signo e interpretación se funden uno en otro: las taxonomías se identifican
con el ordenamiento de las especies y las palabras resultan los signos de las
cosas.

MARCO TEÓRICO
ANOTACIONES SOBRE EL PLANTEO EPISTEMOLÓGICO DE MICHEL
FOUCAULT
Existe “una infraestructura cultural del saber propiamente dicho” que
podríamos llamar «saber pre-científico», «opinión» o «episteme» que, para la
época clásica se identifica con los dominios de los seres vivos, de la riqueza y del
lenguaje, en cuyo interior encontrarían, en el siglo XIX, un lugar las ciencias
humanas1. A desentrañar el dominio clásico del saber y confrontarlo con el
moderno, se entregó Michel Foucault en su obra Las palabras y las cosas. Una
arqueología de las ciencias humanas. El clasicismo aparece para el autor como
el último refugio del entendimiento humano en su sentido más auténtico y
revelador, allí donde el ser es rescatado por la palabra y ésta le permite mostrarse.
Se trata su obra de un ensayo acerca de los momentos sucesivos de la episteme
occidental a través de una propuesta definida en términos de arqueología del
saber. Para Foucault, la “arqueología” (archivo del saber) es la categoría por
medio de la cual el autor “intentará sacar a luz el campo epistemológico, la
episteme en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que
se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas hunden su positividad y
manifiestan así una historia que no es la de la perfección creciente, sino la de sus
condiciones de posibilidad.”
La arqueología “al dirigirse al espacio general del saber, a sus
configuraciones y al modo de ser de las cosas que allí aparecen, define los

1
Hilton Japiassu, «A epistemologia ‘arqueológica’ de Michel Foucault», en Idem, Introduçao ao pensa-
mento epistemológico, Rio de Janeiro, F. Alves, 1977, p. 113. Puede verse sobre “conocimiento y
epistemología”, en relación con las ciencias sociales: Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable
sociedad. Cuestiones de epistemología de las ciencias sociales, Buenos Aires, A - Z, 1998, pp. 15-25.
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sistemas de simultaneidad, lo mismo que la serie de mutaciones necesarias y


suficientes para circunscribir el umbral de la nueva positividad.” 2
En su labor conceptualizadora de la episteme clásica, utiliza Foucault como
entidad epistemológica organizadora el término REPRESENTACIÓN, que es
aquél que identifica al pensamiento clásico. Para el autor la representación 3 debe
ser caracterizada, no solamente como un hecho mental, sino como “un registro
epistemológico específico, cuya comprensión es necesaria para la actitud
científica (o racional) de todo un período del pensamiento y de la cultura.” 4 Se trata
de una visión duplicada de la realidad convertida en concepto. El sujeto de
conocimiento, para la episteme clásica, conoce mediante la representación de la
realidad (Naturaleza, sociedad, política), no existiendo entre la realidad
representada y la representación una relación de semejanza sino de identidad.
La representación se traduce en términos de mathesis (ciencia universal de
la medida y del orden) y, en relación con ella, la taxinomia (“un cierto continuum de
las cosas”). En el otro extremo de la episteme clásica se encuentra una “génesis”,
entendida como análisis de las series empíricas; como dimensión temporal.
Entre la mathesis y la génesis se extiende la “región de los signos - de los
signos que atraviesan todo el dominio de la representación empírica, pero no la
desbordan jamás.” “Limitado por el cálculo y la génesis”, aparece el “espacio del
cuadro”, espacio de la empiricidad; allí se articula “el conjunto de la representación
en niveles distintos, separados unos de otros por rasgos asignables.”
En este espacio en cuadro se alojan la “historia natural” (estudio de los
seres vivos), la “teoría de la moneda” (estudio de las riquezas) y la “gramática
general, ciencia de los signos por medio de los cuales los hombres reagrupan la
singularidad de sus percepciones y recortan el movimiento continuo de sus
pensamientos.”
“En el saber clásico, el conocimiento de los individuos empíricos sólo puede
ser adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal de todas las
diferencias posibles.”5

2
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Ai-
res, Siglo XXI, 1968, pp. 7-8.
3
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., representa-
ción.
4
H. Japiassu, op. cit., p. 119.
5
M. Foucault, op. cit., p. 79 y 145.
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Lo fundamental, para la episteme clásica, reside en la relación de todo el


“saber clásico” con la “mathesis”, que “hasta fines del siglo XVIII, permanece
constante e inalterada. Esta relación presenta dos características esenciales. La
primera es que las relaciones entre los seres se pensarán bajo la forma del orden
y la medida, pero con ese desequilibrio fundamental consistente en que siempre
se pueden remitir los problemas de la medida a los del orden. De manera que la
relación de toda mathesis con el conocimiento se da como posibilidad de
establecer entre las cosas, aún las no mensurables, una sucesión ordenada”.
Pero, por otra parte, “esta relación con la mathesis [...] no significa una absorción
del saber en la matemática, ni que se funde en ella todo conocimiento posible; por
el contrario, en correlación con la búsqueda de una mathesis, se ven aparecer un
cierto número de dominios empíricos -gramática general, historia natural, análisis
de las riquezas, ciencias del orden en el dominio de las palabras, de los seres y de
las necesidades- que hasta entonces no habían estado formados ni definidos.” Si
bien en todos estos dominios es posible encontrar “rastros de un mecanismo o
matematización, sin embargo, todos se han construido sobre una posible ciencia
del orden.” Su instrumento particular no era “el método algebraico, sino el sistema
de signos.”6
Los signos recorren todos los dominios del saber clásico, pues éste es
expresión representada en el discurso o texto. Cada representación se da, en su
transparencia, “como signo de lo que representa”, no existiendo “entre el signo y
su contenido elemento intermediario alguno ni opacidad alguna.” El saber clásico
fue de un extremo a otro una “filosofía del signo”, y la Gramática General o Lógica
constituyó la teoría de los signos verbales, la cual tuvo como “fundamento y
justificación filosófica una «ideología», es decir, un análisis general de todas las
formas de representación, desde la sensación más elemental hasta la idea
abstracta y compleja.” La Ideología, corriente filosófica cuyo nombre fuera
acuñado por Destutt de Tracy para definir la ciencia de las ideas, constituyó la
“última de las filosofías clásicas”.7
La Ideología es el “fundamento de todos los conocimientos [manifestado] en
un discurso continuo.” Es un lenguaje “que duplica en toda su extensión el hilo
espontáneo del conocimiento”8; por tanto, la tarea fundamental del discurso clásico
6
M. Foucault, ibíd., pp. 63-s..
7
M. Foucault, ibíd., p. 72; 237-s..
8
M. Foucault, ibíd., p. 90.
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consistió en “atribuir un nombre a las cosas y nombrar su ser en este nombre.


Durante dos siglos, el discurso occidental fue el lugar de la ontología. Al nombrar
el ser de toda representación en general era filosofía: teoría del conocimiento y
análisis de las ideas. Al atribuir a cada cosa representada el nombre que le
convenía y que, por encima de todo el campo de la representación, disponía la red
de una lengua bien hecha, era ciencia –nomenclatura y taxinomia.” 9
Si se quiere intentar un análisis arqueológico, los debates u opiniones no
sirven como hilo conductor. Para el discurso clásico el tema central de una
exposición se define dentro del todo de la representación, es decir, del saber. La
palabra, el signo, tiene dimensión ontológica, de allí que el discurso clásico
despliega en sus reflexiones el sistema general del pensamiento, “cuya red hace
posible un juego de opiniones simultáneas y aparentemente contradictorias. Es
esta red la que define las condiciones de posibilidad de un debate o de un
problema.”10
La episteme clásica es el lugar donde asumen su fisonomía los
fundamentos de todo conocimiento, y éste da cuenta del clima general del
pensamiento de un período histórico, constituyendo algo así como los «archivos»
de una cultura y de un saber.11
El pensamiento clásico, que dominó la cultura occidental durante los siglos
XVII y XVIII, cuya oscilación hacia un concepto del saber distinto comenzó en el
último tercio de esa última centuria, es el pensamiento que exige que las cosas
deban ser analizadas, haciéndolo “en términos de identidad y diferencias, de
medida y de orden”, universalizándose el acto de comparación.
Es posible definir la episteme clásica, en su disposición más general, “por el
sistema articulado de una mathesis, de una taxinomia y de un análisis genético.”
Respecto de la episteme moderna sobre la que Foucault realiza consideraciones
menos extensas en su obra, y que entiende afirmada hacia 1825, pero en embrión
ya desde 1775, representa, para el autor, la mayor ruptura conocida en Occidente,
significando el desmantelamiento del sistema clásico de la representación y, con
él, el pasaje a un universo cultural que carece de un lenguaje que permite
decodificar el universo anterior.

9
M. Foucault, ibíd., p. 125.
10
M. Foucault, ibíd., pp. 81-s..
11
H. Japiassu, op. cit., p. 122.
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La episteme moderna se traduce en generalizaciones y abstracciones, en


un intento de formalizar y hasta matematizar el dominio de los seres vivos a los
que opone la historia de la vida; el dominio de las riquezas, que deviene en
economía y el estudio del lenguaje al que se opone la Ciencia del lenguaje, que
recogerá en su seno a las Ciencias humanas.12
El orden clásico es translucido, por tanto rechaza las generalizaciones y
reduccionismos, en suma, lo abstracto, lo geométrico, las síntesis objetivas. Su
lenguaje es extenso, descriptivo, analítico.
Es aquel en el cual la concreción de una imagen en idea no se disuelve en
ella, sino que se proyecta sobre ella dejando siempre ver, dentro del discurso, el
ensamblado (sentido y juicio forman un todo indisoluble). Por eso en el discurso
clásico la metáfora no constituye un ornamento, sino que hace a lo íntimo de su
significación.

REVOLUCION E INDEPENDENCIA
La Revolución como la Independencia resultan situaciones que se conjugan
en términos de una ley del orden, de ese desequilibrio fundamental que permite la
conciliación de lo idéntico con lo diferente. La Revolución y la Independencia están
prefijadas en el plan de la Naturaleza, en el sentido de que la parte más grande y
rica (América) no puede depender de la más pequeña y pobre (España), como
tampoco puede permanecer resguardada de las conmociones que la Naturaleza o
Providencia determinó encontrándose el centro de gravitación a gran distancia; de
allí se concluye que la fuerza de gravitación se haya desplazado hacia otro lugar a
menor distancia pues, como gustaba argumentarse en clave newtoniana, “las
fuerzas centrípetas tienden a los centros de cada planeta”, decreciendo “en razón
cuadrada de la distancia a los centros de los planetas.” 13
Recorreremos este apartado atendiendo a dos ejemplos expresivos de la
episteme clásica, aun cuando operen desde planteamientos doctrinarios
diferentes.

(A) El Plan de operaciones de Mariano Moreno

12
M. Foucault, op. cit., p. 217 y 241.
13
Isaac Newton, El sistema del mundo (Publicación póstuma de 1728). Barcelona, Sarpe (Colecc. «Los
Grandes Pensadores», nº 27), 1984, pp. 60, 62.
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Producida la quiebra de la Monarquía hispánica había nacido un Nuevo


Sistema y, dentro de él, el Orden moral recomendaba la adopción de un Plan de
Operaciones que permitiera afianzarlo. Éste, que podría deberse a la pluma de
Mariano Moreno, pero al que adhería la Junta Gubernativa en pleno, responderá a
la necesidad de restablecer el desequilibrio, cambio siempre acechado por la
pasión humana.
El Plan (estrategia global para afianzar la empresa revolucionaria), como
rasgo temático, cobra sentido para la Gramática o Lógica clásica, dentro de una
estructura compuesta por otras variables: geopolíticas, políticas, jurídicas,
sociales, económicas. Por tanto, el Plan aparece como variable de una estructura
(composición y disposición de las variables), que se hará comprensible dentro de
un sistema (lugar de las identidades y diferencias) a través de relaciones de
coordinación. Si el Plan surge como el «carácter» privilegiado de la estructura es
sólo en virtud de su eficacia combinatoria, en tanto elemento condicionante de los
demás dentro del Sistema más amplio de la Revolución. “En el saber clásico,
apunta Foucault, el conocimiento de los individuos empíricos sólo puede ser
adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal de todas las diferencias
posibles.”14
Hablar de Sistema es hacerlo, dentro de la episteme clásica, del lugar de
las identidades y diferencias en relación íntima con una ciencia universal de la
medida y del orden. Esto significa que el rigor sistemático clásico resulta de la
visión en cuadro; se inscribe dentro del “cuadro ordenado de identidades y
diferencias entre las representaciones” 15 Importa disociarlo del concepto de
sistema, definido precisamente por Kant y que caracterizará plenamente a la
episteme moderna bajo el dominio positivista.
“Quien dice ciencia, afirma Kant, dice conjunto de conocimientos enlazados
de manera sistemática y no simplemente como un agregado” 16; sistema implicará
en su concepción y para la episteme moderna, formalizar y matematizar todos los
dominios del saber. A tal efecto, Kant considera impropio hablar de “Sistemas de
la naturaleza”, resultando más apropiado hacerlo de “agregados de la Naturaleza”,
pues “un sistema supone la Idea del Todo, de lo cual se deriva la diversidad de las
cosas. En realidad hasta ahora no tenemos ningún Sistema de la Naturaleza. En
14
M. Foucault, op. cit., p.145.
15
M. Foucault, ibíd.., p. 239.
16
Immanuel Kant, Tratado de Lógica, Buenos Aires, Araujo, 1938, p. 139.
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los así llamados sistemas de las clases, que ya existen, están las cosas
meramente agrupadas y ordenadas unas junto a otras.” 17
Relacionadas las distintas variables y articuladas, dentro del sistema
revolucionario, con aquella que se ha identificado y nombrado específicamente –el
Plan de Operaciones-, la composición discursiva cumple entonces con el principio
de claridad y distinción.
Afirma Foucault que “el nombre [es] el que organiza todo el discurso
clásico; hablar o escribir no es jugar con el lenguaje, es encaminarse hacia el acto
soberano de la denominación, ir, a través del lenguaje, justo hasta el lugar en el
que las cosas y las palabras se anudan en su esencia común y que permite darles
un nombre.”18
Nombrada la cosa (el sustantivo), el verbo (“toda la especie de verbos se
remite a uno solo, el que significa «ser»”, palabra que recoge toda la esencia del
lenguaje, y, por tanto, expresión del ser del pensamiento), permitirá desarrollar las
causas a través de distintas proposiciones. Éstas constituyen la demostración de
la capacidad permanente de deslizamiento, de extensión, de reorganización de las
palabras. En ellas se despliega toda la argumentación, siempre por medio de
comparaciones, sobre la idea principal así como también sobre aquellos signos
empleados para ilustrar el tema central del discurso.
El Plan se inserta dentro de la ley del orden, es decir, dentro de un continuo
donde se armonizan las identidades y diferencias. La Naturaleza, la Providencia,
ha producido un cambio, la Revolución, y este proceder del Orden físico requiere
ser encauzado dentro del Orden moral, en el cual “hay ciertas verdades
matemáticas en que todos convienen, así como todos admiten los hechos
incontestables de la física.” El Plan de Operaciones deberá comprenderse como
una manera de preservar dicho Orden, y la manera de preservarlo sería seguir las
“lecciones” enseñadas por los maestros de las revoluciones, que señalan la
necesidad de prescindir de la “moderación” y de la “benevolencia”, pues ésta
virtud no es la adecuada en momentos de “tormenta”, que es cuando más se
agitan las “pasiones” de los hombres.19
17
Immanuel Kant’s physische Geographie, editada por F.T. Rink (Königsberg, 1802), en Richard Hartshorne, «La
noción de Geografía como ciencia del espacio, desde Kant y Humboldt hasta Hettner», en Annals of the
Association of American Geographers, vol. 48, June 1958, núm. 2, apud. «Fichas de Librería Nueva Visión»,
núm. 19, p. 7.
18
M. Foucault, ibíd., p. 122.
19
Mariano Moreno, «Plan de las Operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del
Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia»,
Buenos Aires, 30 de agosto de 1810, en IDEM, Escritos políticos y económicos, Buenos Aires, «La Cultura
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Las pasiones humanas, que operan desde adentro y desde afuera, obligan
la puesta en marcha del Plan: la crueldad que caracterizará las acciones
recomendadas quedarán entonces éticamente justificadas. En tal sentido
considera el autor que “muy poco instruido estaría en los principios de la política,
las reglas de la moral, y la teoría de las revoluciones, quien ignorase de sus
anales las intrigas que secretamente han tocado los gabinetes en iguales casos”, y
no puede afirmarse por ello que hayan perdido “algo de su dignidad, decoro, y
opinión pública en lo más principal. Nada de eso: los pueblos nunca saben, ni ven,
sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que lo que se les dice.” 20
El Plan se impone como la variable más efectiva que permitirá afianzar el
“Nuevo Sistema,” verdadero centro de gravitación hacia el que deberán converger
todas las fuerzas y de esa manera restablecer el equilibrio siempre inestable del
continnum.
La ley interior que rige el discurso, en términos clásicos, revela “el orden del
pensamiento”, pues “la comprensión no es otra cosa sino concepción derivada del
discurso”. Las distintas proposiciones constituyen distintos niveles del discurso
que pueden dar paso a otros temas que a su vez generarán nuevas proposiciones.
Las extensiones y derivaciones del discurso constituyen el rasgo retórico del
mismo, entendido, no como ornamento, sino como parte sustancial del mismo,
pues es en la dimensión retórica donde se encuentra el despliegue temático; es el
lugar del texto que reproduce las representaciones del entendimiento
(“imaginación que se produce en el hombre.... por medio de palabras u otros
signos voluntarios”); es el lugar del “discurso en palabras” que refleja el “discurso
mental.”21
El discurso clásico, tal como se advierte en el Plan, acude a las cláusulas
interrogativas como recurso a la vez estilístico y retórico; en el primer caso resulta
un recurso que permite al expositor detener la acción del discurso para luego
precisar sus argumentos y, por otro lado, los refuerza permitiendo al signo
representar más acabadamente la idea.
El discurso clásico expresa juicios analíticos y no sintéticos 22, y la distancia
que media entre uno y otro es una de las marcas axiales de la ruptura entre la
Argentina», p. 306.
20
M. Moreno, «Plan...», p. 310.
21
Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, (1651)
Barcelona, Sarpe (Colecc. «Los Grandes Pensadores»), 1983, V. I, pp. 54 y 39. Cf. Cap. III y IV.
22
Cf. Sobre el “método analítico” y “sintético”: M. Destutt de Tracy, Gramática General. Traducida por
Juan Ángel Caamaño. Madrid, Imprenta de D. José del Collado, 1822, p. 72.
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episteme clásica y la moderna. Si el juicio analítico es la representación


desplegada de la idea a través de distintas proposiciones; el juicio sintético es el
que prescinde del análisis para arribar directamente al efecto; mientras el primero
despliega en cuadro, a partir del verbo, las distintas representaciones de la idea, el
segundo, las elude. La crítica kantiana estableció claramente esta distinción,
sancionando este acontecimiento, por primera vez dentro de la cultura europea: “la
retracción del saber y del pensamiento fuera del espacio de la representación.” Al
arribar a estas “síntesis objetivas” se rompe el espacio entrelazado existente entre
las disciplinas matemáticas y los distintos dominios empíricos. Fruto de esta
misma concepción, y en el lapso de la oscilación de la crisis de descomposición de
la estructura clásica, la relación Naturaleza-Naturaleza humana se invierte, en
tanto el hombre se instala como expresión superior y única de la Naturaleza; las
leyes inmutables de la naturaleza se convierten en las leyes inmutables de los
fenómenos. El Plan, por tanto, resultaría un galimatías dentro de la episteme
moderna.
Respecto del concepto de Revolución encuentra aquí dos significaciones.
Una se explica en los términos tradicionales de cambio cíclico y restauración del
orden perdido, de «retorno», es decir, regreso al punto de partida del ciclo
constitucional. De esta forma la nueva concepción astronómica copernicana se
une, hacia el siglo XVII y en virtud de los cambios políticos que agitaban la
centuria , con la tradicional teoría de la circularidad de Polibio. La segunda
significación (segunda cronológicamente en el planteo del discurso) se identifica
con la versión desarrollada, no creada, por los jacobinos de la Revolución
Francesa, que impone a la Revolución un sesgo violento. En caso alguno, el
discurso revolucionario e independentista en general acepta su inscripción dentro
del concepto de rebelión, pues este signo supone violentar el orden físico, del cual
el orden moral o político, es su proyección.23
Todo el texto está planteado como una promesa de futuro a través del
«regreso» al orden perdido, introduciendo aquellas reformas que permitan edificar
sobre ese orden el “Nuevo Sistema”: “Desembarácese el suelo de los escombros,
quiero decir, concluyamos con nuestros enemigos, REFORMEMOS los abusos
corrompidos y PÓNGASE EN CIRCULACIÓN LA SANGRE DEL CUERPO
23
Cf. Melvin Lasky, Utopía y revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp.291- 325. Espe-
cificaciones sobre el deslinde semántico entre “revolución” y “rebelión” en: John Locke, Segundo Tratado de
Gobierno (1690). Introducción de Thomas P. Peardon. Buenos Aires, Ágora (Colecc. «Hombres y Problemas», nº
24), 1959, c. 19, párr. 223-228.
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SOCIAL extenuado por los antiguos déspotas, y de este modo se establecerá la


santa libertad de la Patria24”.
Las consideraciones económicas desde la perspectiva individualista
burguesa están ausentes. El concepto de moneda se encuadra en la teoría clásica
de la riqueza, en la cual la moneda cumple el mismo papel que la palabra en el
25
sistema de las representaciones. En la teoría clásica el valor reside en la
moneda, no en el tiempo de la producción y del trabajo 26: “Siendo la moneda,
como es en todas partes, un signo o señal del premio a que por su trabajo o
industria se hace acreedor un vasallo, como igualmente un ramo del comercio,
que probablemente se creó para el cambio interior con las demás producciones de
un estado.”27
La introducción y diversos pasajes del discurso mostrarán la necesidad que
el pensamiento clásico tiene de encontrar un lugar a un planteamiento que el autor
advierte podría aparecer como transgresor del Orden de la naturaleza y, por tanto,
del orden moral. De allí que le resulta imperioso rescatar la propuesta como
modelo de virtud cívica y no como fruto de la pasión. Para tal fin se vale de la
fuerza metafórica de las figuras del navío en peligro y del diestro piloto –el Estado
y la energía humana- envueltos en la tormenta, en un símil con la Naturaleza y su
energía. Se trata de un recurso de que se valía el pensamiento clásico, en el
marco de la teoría del lenguaje como representación, consistente en emplear
simultáneamente el par imagen-idea (recurso incorporado por el clasicismo
barroco, pero en el marco del discurso emblemático), procedimiento que
multiplicaba la fuerza representativa de la palabra en tanto se colocaban sin
solución de continuidad las dos “especies” de percepción: las “impresiones”
(“percepciones vivas y fuertes”) e “ideas” (“percepciones más empañadas”) 28 Se
advierte así cómo la observación (el aspecto visual),de igual forma que la
comparación, constituían los basamentos del discurso clásico del siglo XVIII.
La necesidad de prevenir al «lector ideal» sobre cualquier tipo de
conclusión apresurada, llevará al autor del texto a advertir que el uso de “voces”
tales como “cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa”, “no debe
24
M. Moreno, Plan..., p. 311. N.B.: Subrayado nuestro.
25
M. Foucault, op. cit., p. 173.
26
M. Foucault, ibíd., p. 222.
27
M. Moreno, op. cit., p. 341.
28
David Hume, «Resumen de un libro recientemente publicado bajo el título de Tratado de la “Naturaleza
Humana”» (1739-1740), en David Hume, Buenos Aires, Sudamericana (Breviarios del Pensamiento Filosófico),
1939, p. 69.
Página 14 de 36

escandalizar, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los


antropófagos y caribes”. Recurriendo al recurso de la «impresión fuerte», apunta:
“Y sino ¡por qué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal? Porque
ningún estado envejecido o provincias, pueden regenerarse ni cortar sus
corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre.” 29
(B) El Manifiesto del Congreso Constituyente de 1816
El Manifiesto responde al mismo basamento epistemológico, acercándose
temáticamente más al discurso-tipo revolucionario, sobre todo a aquél
característico de la secuencia 1815-1820 que el mismo título explicíta,
continuando así con una tradición discursiva que el clasicismo, atento a esa
necesidad retórica o de expansión, impone a la predicación.
La naturaleza impone un orden que no es dado al género humano violentar,
pues hacerlo supone la “alternativa” de la “suerte desgraciada”. El relato es una
extensa exposición introductoria justificativa del Decreto que sería comunicado al
Director Supremo. El texto clásico –estilísticamente hablando- obliga a un gran
dominio de la preceptiva gramatical para cumplir con el objetivo estético que
consistiría en yuxtaponer exactamente la imagen al signo, lo cual en caso alguno
se refleja en los modelos textuales seleccionados, en tanto representativos del
texto-tipo, de suyo alejado de la enjundia literaria.
El texto clásico, en el que la palabra representa las «cosas del espíritu»,
requiere de genio creativo para congeniar el rigor estético con el conceptual. Pero,
en tanto su carácter expansivo refleja una manera de operar del entendimiento
que desconoce las síntesis objetivas, privilegia la estética argumentativa a la
belleza formal; prioriza la estética del significado.
En el saber clásico la naturaleza humana es una naturaleza siempre menguada,
acosada por “el furor de las pasiones más violentas” 30 que, en momentos críticos,
pueden poner en juego a la especie por la tendencia a apartarse de la ley natural
que rige a todos los seres y cosas del universo. El pensamiento clásico considera
a la ley de continuidad como uno de los principios o leyes fundamentales del
universo; ella garantiza el orden y la regularidad de la naturaleza, y ésta es a la
vez la expresión de tal orden y regularidad 31. “Todo está ligado; todo es continuo;

29
M. Moreno, Plan..., p. 311
30
Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud-América, excitando los Pueblos a la
unión y al orden, Buenos Aires, Imprenta de Gandarillas y Socios, 1816, p. 11.
31
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., continuo.
Página 15 de 36

todo está «lleno»”32. Ley de continuidad que recorre todo el discurso clásico
rioplatense, como explícitamente los redactores del Decreto lo recuerdan a los
Pueblos, al subrayar que el Congreso busca “fijar límites a la revolución, abrir los
senderos del orden, restablecer la armonía [...], consolidar la unión de las partes
dilaceradas.”33 La “desunión no es menos funesta que el desorden. La desunión
debilita [...] La unión al contrario todo lo consolida, y aunque sea pura agregación,
forma masas enormes difíciles de mover: con la unión todo es más fuerte” Basta,
si no, observar “la Naturaleza: siempre ocupada en llenar sus designios,
destruyendo y reproduciendo, sus acciones no son otras que disolver y concentrar;
ved lo que pueden unidos en un foco los débiles rayos de luz dispersos.” 34
Tanto el Plan como el Manifiesto, proyectan la mirada analítica que
caracteriza al paradigma clásico del razonamiento, reconocible siempre a través
de las “sutilezas constituidas por las palabras y el discurso”; despliegue
espontáneo de la “representación en un cuadro.” 35 El discurso del Manifiesto,
organizado alrededor de las palabras - clave «orden» y «unión» y sus respectivos
opuestos, se articula en torno a metáforas vinculadas a la Naturaleza en general y,
a la naturaleza humana, en particular. El discurso nos presenta a los congresales
echando “una ojeada” desde la cumbre donde observan el comportamiento de los
Pueblos, y deteniendo la mirada “sobre el cuadro que ha ofrecido a (la) vista la
alternativa terrible de dos verdades: [...] unión y orden, o suerte desgraciada.”
“Germen de la anarquía”; “contagio” y “síntomas” que se traducen en “partes
dilaceradas”, consecuencia de las “convulsiones tumultuosas”. “Virus
revolucionario” que “se nutre y vigoriza de lo que destruye”. “¡Desesperado
recurso! buscar en la muerte el germen de la vida e irritar el furor de las pasiones”
que derivan en un estado “de fatiga y abatimiento”. “Es preciso huir de los
principios destructores”, pues “ni la política, ni la justicia, ni la naturaleza obran a la
ruina del ser.” En suma, se impone a los Pueblos progresar por los carriles ya
establecidos por la Naturaleza, regresando al mundo de lo «mismo». La tarea de
los congresales consistirá en encontrar el camino de retorno, y por ello dirán: “La

32
Gottfried W. Leibniz, Monadología (1714), en Idem, Monadología y discurso de metafísica, Madrid,
Sarpe (Colecc. «Los grandes pensadores»), 1985, párr. 61.
33
Manifiesto..., p. 9.
34
Manifiesto..., p. 17.
35
M. Foucault, op. cit., pp. 295-s..
Página 16 de 36

naturaleza ha llenado su designio, y nosotros hemos conformado nuestra obra a


sus planes.”36
Naturaleza y Naturaleza Humana están presentes también en la acepción
que se atribuye a la voz “Revolución”: ennoblecimiento de la palabra en tanto
referida a la jornada de mayo de 1810; envilecimiento de la misma, en tanto
vinculada con las pasiones humanas, esto es, con el desvío del mandato natural.
“Ved ahí [1815] la época en que la revolución toma un nuevo carácter, [...]
degradando el mérito de la revolución [...] y el país se presenta con un aspecto
más funesto.” “El virus revolucionario se incrementa con su continuada acción; [...]
El estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un
estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en
disolución.”37
Se advierte así que la historia se identifica con la historia natural “en el
exacto sentido de que la conexión de autoridad y utilidad parece descubrirse tan
objetivamente en el progreso natural de la sociedad hacia la libertad civil, cuanto
en la teoría que lo tiene como tema.” 38

La ausencia de Modernidad
Las imágenes y conceptos con los cuales conciben su realidad las minorías
reflexivas rioplatenses las colocan fuera de cualquier concepción moderna del
saber.
Revolución e Independencia son instancias ya previstas dentro del orden de
la Naturaleza, pero en tanto ambas indefectiblemente despiertan en la especie
humana «pasiones», surgirá la necesidad de imponer los correctivos necesarios.
Ambos cambios, iniciados en la región rioplatense por un sinnúmero de
circunstancias difíciles de evitar, requieren luego de la virtud y la prudencia de sus
actores para soslayar los males que toda desviación del orden natural acarrea.
Revolución e Independencia una vez concretadas son amenazadas por
«pasiones» que enturbian el cambio. Se impone el ordenamiento sistemático, la
reconstrucción, lenta y gradual, del orden jurídico-político y socio-económico,
reformando aquello que hubiera envejecido con el tiempo o expurgando aquello
que infligiera daño al cuerpo social.
36
Manifiesto...,pp. 1-2, 6, 9-13, 20-21.
37
Manifiesto..., pp. 6, 2, 10, 12.
38
Jürgen Habermas, Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, Madrid, Tecnos, 1997, p. 277.
Página 17 de 36

Se deberán precisar conceptualmente los modelos de organización político-


institucional, recurriendo a la experiencia propia y a la de otros pueblos. Las cosas
deberán nombrarse apelando a significaciones conocidas, derivando de ellas otras
si las circunstancias lo requirieran; también evitar las voces abstractas y, en lo
posible, reservar un nombre distinto para cada cosa, como enseña la Gramática,
que puede considerarse como una de sus ramas de la Lógica”. 39
La Lógica permite “poner en las ideas el encadenamiento conveniente y
facilitar en consecuencia el paso de unas a otras, [lo cual] proporciona en cierto
modo el medio de aproximar hasta cierto punto a los hombres que más parecen
diferir”, pues “todos nuestros conocimientos se reducen primitivamente a
sensaciones, que son aproximadamente las mismas en todos los hombres."40
Confrontada con la representación que las elites rioplatenses se hacían de
su realidad, es decir, atendiendo a los dictados del discurso que éstas nos
presentan, aparecería como imposible de compatibilizar el proceso
independentista con el sentido de la modernidad. Los mismos discursos
enfrentados de la época denotan que dicho enfrentamiento no parte de
planteamientos doctrinarios incompatibles de sus actores, pues se inscriben en las
mismas coordenadas; no se trata de visiones de la realidad encontradas sino de
operar dentro de la misma visión de la realidad que, por sus características,
requiere de acomodamientos graduales y sucesivos La misma dinámica
revolucionaria, el carácter espasmódico de las acciones, delata el marco clásico
sobre el cual ésta opera, demostrado en la recurrente búsqueda de ámbitos de
conciliación (congresos), en los cuales se establezca la armonía de los contrarios,
no a la supresión de una de las partes. La episteme clásica, en tanto concibe la
realidad en los limites de un cuadro, realiza allí los acomodamientos necesarios
para superar las distorsiones, no por eliminación de lo Otro, sino por armonización,
debiendo surgir una realidad distinta pero clara. La realidad revolucionaria exigirá
a las élites rioplatenses un prolongado tiempo de acomodamiento, pues el saber
clásico rechaza las síntesis objetivas que sacrifican varios de los términos en
pugna en favor de una situación sólo visual y abstractamente resuelta.
Frente a la episteme moderna de los hechos consumados, del progreso
evolutivo constante, el orden clásico opone la visión del orden y el progreso por

39
Jean D’Alembert, Discurso preliminar de la Enciclopedia (1759), Madrid, Sarpe (Colecc. «Los Gran-
des Pensadores»), 1985, pp. 63-s.
40
J. D’Alembert, ibíd., p. 61. N.B.: Subrayado nuestro.
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superación de las contradicciones; un progreso que se desenvuelve dentro del


orden y no por fuera de él. Donde el discurso moderno exhibe seguridad
antropológica, el saber clásico muestra cautela, pues se sabe sólo expresión de
una parte dentro del continuo que constituye el sistema de la Naturaleza.
El ciclo de la Revolución y de la Independencia se desenvuelve plenamente
dentro de una episteme clásica, a cada momento evidenciado en el discurso de
sus actores para quienes la política no existe como tal como no existen ni la
economía, ni la lingüística, ni la vida, sino situaciones que tienen que ver con la
circulación de recursos, que atañen a la naturaleza y a la naturaleza humana, que
hacen a la necesidad y a la escasez y a la convivencia de los seres humanos en el
marco más amplio de la Naturaleza con todas sus determinaciones climáticas,
culturales, sociológicas.
El tema independencia como conflicto no es pertinente a la modernidad,
pues lo incluye en su episteme; en cambio sí resulta conflictivo dentro de una
episteme clásica, porque independencia es ruptura, y su solución exige soluciones
racionales y empíricas, pero excluyen la vía de la abstracción, que incluye el
concepto de mutación.

CONSTITUCIONALISMO
La Revolución y la Independencia se inscriben dentro del Orden Natural, y
así como los seres vivos, también el género humano encuentra en dicho orden su
razón de ser. Si determinadas leyes regulan el comportamiento de los seres vivos
en general, la ley natural y, el Derecho, de la que ésta es parte, regulan el
accionar de las comunidades humanas. A diferencia de lo que prescribe el
Derecho formal de la Modernidad, desligado de los deberes del orden vital, el
mismo que prescribió el desplazamiento de toda forma de creación jurídica “que
no emanará de la ley promulgada dentro del Estado” 41, las normas del Derecho
Natural clásico están orientadas a la vida del buen ciudadano, y esto significa vida
virtuosa.42
El Derecho Natural, es la directa proyección del Orden de la Naturaleza en
el Orden Moral, del que la política es parte, tal como se advertirá en el

41
Víctor Tau Anzoátegui, «La dimensión histórica del Derecho Natural», en Revista de Historia del Dere-
cho, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, nº 19, 1991, p. 530
42
J. Habermas, op. cit., p. 89.
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constitucionalismo, inscripto en los términos de la Teoría del Pacto o Contrato


Social.
La proyección a un primer plano de la Teoría pactista responde a una
necesidad acuciante de la hora, conminados como se encontraban las élites a dar
forma a un nuevo sistema, donde lo idéntico y lo diferente siguieran
reconociéndose como integrantes de lo «mismo». Como sostiene Víctor Tau
Anzoátegui, el pactismo permitía “verificar la persistencia de una cultura jurídica
con el juego de recepción, resistencia y asimilación.” 43
La episteme clásica se articula siguiendo líneas que no aíslan 44 y, para los
Pueblos, reconstruir el tejido social dañado por la radicalización revolucionaria
significaba articular, trazar las líneas que llevaran a reparar el orden regular que es
propio de todos los seres y de todas las cosas. Si alguna consecuencia inmediata
había producido la Revolución, ésta consistió en resaltar la libertad de que
gozaban en el seno de la Monarquía. El desafío consistía en reparar los daños
producidos por el choque de pasiones; encontrar la variable estructural que
permitiera resguardar tal libertad sin renunciar a la unidad. Para arribar a la meta
prevista, el orden jurídico hispano aparecía como la cantera inagotable cuyos
materiales facilitarían la reparación de la cultura monárquica (aunque la forma de
gobierno adoptara otro signo), de aquella cultura de los «tiempos aristocráticos»,
en términos de Alexis de Tocqueville.
Dichos materiales, junto a aquellos identificados con la variable liberal del
clasicismo, permitirían definir la estructura constitutiva del futuro Estado, es decir,
componer y disponer las piezas que forman su cuerpo, desplegadas dentro del
sistema de las identidades y diferencias. Tal emprendimiento, como explicaban los
redactores de La Abeja Argentina (Felipe Senillosa, Julián S. de Agüero y Manuel
Moreno), saldría a luz en la “era clásica de la filosofía moderna”
-“período en que los grandes filósofos y legisladores de la Antigüedad hubieran
deseado vivir”-; era, que habiendo nacido “cerca de medio siglo atrás”, se estaba
“reproduciendo en esos días en toda la América española” 45
Como en el orden natural, también en el orden moral la ”observación unida
a la experiencia son la base de todo arte”, de “todo juicio”. Por ello el orden
43
Víctor Tau Anzoátegui, Nuevos horizontes en el estudio del Derecho Indiano, Buenos Aires, XI Con-
greso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano/Instituto de Investigaciones de Historia del
Derecho, 1997, p. 112.
44
M. Foucault, op. cit., p. 300.
45
La Abeja Argentina, n° 6, 15 de septiembre de 1822, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de
la Nación, 1960, T. VI, p. 5405. N.B.: Subrayado nuestro.
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constitucional (orden moral), y el Estado como su expresión más neta, basado en


el armónico juego de aquellas potencias que reciben el nombre de poderes, debe
verse como una réplica de “la máquina armoniosa del universo”. En tal sentido,
corresponde a la ciencia política hacer converger “los elementos contrarios de la
comunidad” hacia “un foco y a un solo momento de fuerza, que produzca, con la
sencillez que sea dable, el grande y majestuoso impulso, que requiere el cuerpo
social.” Se debe concluir, que reunido un Congreso Constituyente, en tanto
representación de ese cuerpo moral que es la nación, “debe conciliar el bien y la
prosperidad de TODA ella, y TODOS Y CADA UNO de los Pueblos.“ 46
El lenguaje propio de la episteme moderna hubiera echado mano del juicio
sintético47 refiriendo sin más a la «prosperidad de todos», y tal generalización
lingüística, divorciada ya del sistema de la representación de las identidades y
diferencias, derivaría en el paradigma constitucional decimonónico, aquél que
sacrifica las subjetividades para poder arribar a una unidad objetiva,
Las impugnaciones del federalismo a la propuesta unitaria, en el plano del
discurso (del pensamiento como acción), demuestran que operan dentro del saber
clásico, pues impugnan lo que consideran excesiva concentración del poder,
excesiva intromisión del centro administrativo en la dinámica de cada parte del
todo, pero no asoma en momento alguno la idea o imagen del poder como síntesis
objetiva y supresión de los particularismos que define a la episteme moderna con
su visión excluyentemente matemática de las cosas. En tal sentido, el
constitucionalismo rioplatense opera en términos de la «Nación – Estado», y no en
términos de «Estado-Nación», característica del paradigma constitucional que
comenzará a imponerse en Europa con las Revoluciones de 1830.
Por una cuestión de voces (Unitario/Federal), explica Juan Ignacio de
Gorriti, los Pueblos rechazaron la Constitución de 1826. Bajo la fuerza de las
pasiones y, en tanto algunos se representaban lo unitario como perverso, otros
vieron la perversión en lo federal, pero ambos imaginaron también las soluciones
constitucionales por medio de una nomenclatura, que no lograba desplazar la
primera representación con que estas voces se asociaban. Se trataba de voces
que traducían mal la nueva cosa , pues la necesaria relación de identidad entre
interpretación y signo se hallaba ausente. Ni una ni otra voz había conseguido ser

46
«Sesión del 19 de enero de 1826. Alocución de Julián S. de Agüero», en E. Ravignani, comp., op. Cit.,
T. II, p. 441.
47
IBID., p. 5406.
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la representación de la cosa a la que refería; no había surgido la voz clara y


distinta, que permitiera mostrar lo idéntico y lo diferente para la nueva realidad.
Por lo contrario, la predicación del «ser unitario» o del «ser federal», reflejaba la
necesidad de una nueva voz para una cosa nueva, para una realidad que, como
se reconocía, no registraba antecedentes ni en tiempos antiguos ni modernos. Por
ello, como argumenta Ignacio Núñez, la “nueva administración” que surgió en
Buenos Aires en 1821 buscó “dar a las cosas un sentido fijo” soslayando toda
“nomenclatura viciosa; y sobre este principio introdujo el de que el país sólo podía
regirse por el sistema representativo a que se agregó después el apelativo
republicano.”48
Inmersas en el saber clásico, las palabras no son mero rótulo, son ideas
que, en tanto obra del entendimiento humano, deben reflejar, de forma lo
suficientemente ajustada la cosa representada. Las palabras, dentro de la Teoría
de la representación, no son abstracciones de cosas, sino la cosa misma. La
recurrencia al carácter mixto, como variable principal del Sistema Representativo,
para precisar el alcance de las voces federal o consolidado, demuestra la
inconsistencia significativa de ambas locuciones. La misma calidad de mixto
atribuida a la opción constitucional (Monarquía/República, Unitario/Federal) es
fruto también, y conjuntamente, de un pensamiento que no acepta la existencia de
dominios empíricos aislados, de allí que la prolongación del conflicto armado se
deba a que ambos sectores en pugna no conciben las soluciones que aíslan,
renuncian a reconocer que cualquier solución pase por la vía de la exclusión de
una de las partes que confrontan; resisten a un resultado final que suponga la
fragmentación territorial, por eso la recurrente referencia, en los pactos suscriptos
a partir de 1820 (pactos entendidos como soluciones meramente coyunturales) a
la unidad nacional, la cual siempre deberá surgir de un progreso derivado de la
recomposición del orden perdido.
La solución devendrá de la marcha gradual de las cosas, no de la
imposición abrupta y apasionada. El modo mixto permitía atender tanto a las
identidades como a las diferencias que exhibían los Pueblos, lograba preservar el
todo al atender a los requerimientos de las partes. El modo mixto, que las luces
del siglo habían consagrado, determinaba que en su constitución, los gobiernos

48
Carta Confidencial de Ignacio Núñez al Encargado de Negocios de S.M.B., Woodbine Parish, Buenos
Aires, 15 de junio de 1824, «Revista Política”, en Ignacio Núñez, Noticias históricas, Buenos Aires, «La Cultura
Argentina», 1952, T. II, pp. 231-s..
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debían “clasificarse según las formas que en ellos prevalezcan más”, pues la
Constitución es el “código o reglamento fundamental que fija los derechos
mayestáticos, los distribuye, y da las formas de su ejercicio y administración”.49
Dentro del constitucionalismo (expresión normativo-racional o tradicional), el
género humano parecía haber encontrado un lugar para desplegar sus diferencias
e identidades, es decir, había construido su sistema. Reinaba la taxinomia, que
seguía de cerca el modelo consagrado por las ciencias de la Naturaleza, tal como
lo enseñaban, desde perspectivas distintas, Linneo y Cuvier. Así como en el orden
del lenguaje el sueño último consistía en lograr una lengua universal, en el orden
de los seres vivos, incluido el hombre, la aspiración máxima transitaba por el
camino de la taxinomia, de la visión en cuadro. En el orden de los seres vivos no
racionales tal propósito parecía haberse concretado y, la especie humana,
también parecía haber logrado avanzar positivamente en orientación al orden
regular de la Naturaleza cuando la voz constitución expresó la única posibilidad de
vida organizada. En opinión de un diputado partidario del sistema de unidad, si las
provincias quieren constituir “el estado”, es preciso atender a la analogía con “el
orden y marcha de la naturaleza”.50
La cultura jurídica, la más identificada con la Gramática filosófica, encontró
también su lugar en la taxinomia y la visión en cuadro, y dio el nombre de
constitución al sistema que describía, analizaba y daba forma a la vida de los
pueblos. La palabra constitución expresaba el anhelo de la armonía universal. El
nombre constitución refería a aquello que dentro de cada ser o cosa es medida de
su identidad y diferencia, pero el saber clásico se representa esta voz como la
organización más elevada del hombre en sociedad. Eje paradigmático del discurso
político-institucional de las elites rioplatenses más allá de la oportunidad
considerada adecuada para su concreción; rasgo temático central para unos
pueblos sorprendidos por la crisis de la Monarquía hispánica. A su construcción
las minorías reflexivas consagraron todos sus esfuerzos, tal como se refleja de
manera elocuente en las constituciones de 1819 y 1826.

49
Antonio Sáenz, Instituciones elementales sobre el Derecho Natural y de Gentes. Curso dictado en
la Universidad de Buenos Aires en los años 1822-1823, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales. Instituto de Historia del Derecho Argentino (Colecc. De Textos y Documentos para la Historia del
Derecho Argentino), 1939, pp. 115; 82-s..
50
”Nace el niño, y es conducido por mano ajena, aprende a marchar y marcha; y en los varios períodos
que recorre en su primera edad, despliega primero una razón que después va sazonando; luego otras facultades
y potencias hasta que expedito por sí mismo entra en el rango de independencia de los demás.” (“Sesión 42 del
11 de junio de 1825. Alocución de Lucio V. Mansilla”, en E. Ravignani, comp., op. cit., T. II, p. 39). N.B.:
Subrayado nuestro.
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El anecdotario histórico abundará en razones para considerar oportuno en


determinada instancia el dictado de una constitución y desaconsejarlo luego. ¿Qué
razones invocaban algunos sectores de las elites cuando estimaban inoportuna
una solución constitucional, sobre todo luego de los hechos de Cepeda? Más allá
de cualquier actitud interesada en el juicio, la ambivalencia discursiva era
sumamente reveladora a la vez de la importancia de la solución constitucional
como del temor de acelerar el camino hacia ella. En todos los casos, tanto por
parte de quienes consideraban oportuno el momento de su concreción, como de
quienes lo negaban, el discurso de la época revelaba que el tejido social
rioplatense distaba mucho de estar reconstruido. De allí, que para los partidarios
del mayor gradualismo cualquier solución constitucional que excediera los
postulados de la Ley Fundamental parecía, por lo menos, riesgoso. La opción
consistente en imponer la Constitución prescindiendo de las expresiones
regionales, resultaría en una síntesis objetiva, atractiva para la episteme moderna,
incomprensible dentro del orden clásico que conformaba el clima mental en que se
movían las élites.
Un ejemplo ilustrativo del saber clásico nos ofrece la alocución de Juan
Ignacio de Gorriti, partidario de no apurar la marcha hacia la solución
constitucional: “Una constitución urge, porque sino se pierde el país ¿Qué es
esto? ¿Una Constitución? ¿Y esto se cree que es obra de quince días, o un mes?
[...] Se necesita imitar en esto el orden de la naturaleza, porque en esto
justamente se parece a la naturaleza el ORDEN POLÍTICO y MORAL. La
naturaleza nada hace repentinamente: lleva siempre una marcha progresiva y
lenta, y sus frutos se van sazonando paulatinamente hasta que maduran. Del
mismo modo y con más razón debe procurarse esta progresión en el ORDEN
POLÍTICO y el ORDEN MORAL: es preciso ir marchando a pasos lentos para
hacer que se perfeccione la obra.”51
Desde cualquier lugar de la puja política, se persigue resolver la encrucijada
político-institucional encauzándola dentro de los términos ordenados por la
Naturaleza y, dado que por debajo de las identidades y diferencias está el fondo
de las continuidades, de las semejanzas, de las repeticiones, de los
entrecruzamientos naturales, el MODO MIXTO o su símil metafórico, la BALANZA
CONSTITUCIONAL, asume el carácter rector de la estructura de cualquier sistema
51
“Sesión 42 del 11 de junio de 1825. Alocución de Juan I. de Gorriti”, en E. Ravignani, comp., op. cit., T.
II, p. 32.
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benéfico de gobierno. De allí se concluye que dentro del Sistema Representativo


las formas puras dejaron definitivamente su lugar a las mixtas. 52
Tal vez el aporte más grande en orden a la política, sostiene el deán
Funes, provenga de las consideraciones teóricas nuevas producidas por el
“sublime conde Destutt de Tracy”, quien enseñaba que un sistema de gobierno
será mejor no atendiendo a sus “principios” sino en relación con el contento que
produce. En suma, que las instituciones solas pueden mejorarse en proporción del
aumento de las luces en la masa del pueblo, y que las mejores “absolutamente” no
son las mejores “relativamente”. Un sistema de gobierno será bueno en tanto
atienda a la felicidad, es decir, a la libertad, de los hombres. La forma de gobierno
no es en sí una cosa muy importante y, en este negocio conviene no olvidar que
ésta afecta a entes sensibles y positivos y no a entes ideales y abstractos, de allí
que sea importante tener en cuenta aquellas condiciones principales que debe
reunir una organización social.53 “La clasificación de republicano [palabra] muy
vaga [...] no es propia para indicar oposición con la de monárquico”. Por otra parte,
“esto no es más que una circunstancia QUE PUEDE HALLARSE REUNIDA CON
OTRAS MUCHAS MUY DIVERSAS, Y NO CARACTERIZA LA ESENCIA DE LA
ORGANIZACIÓN SOCIAL.” 54
Las consideraciones del ideólogo Destutt de Tracy resumen el pensamiento
clásico, dentro del cual, como apunta Foucault, “el conocimiento de los individuos
empíricos sólo puede ser adquirido sobre el cuadro continuo, ordenado y universal
de todas las diferencias posibles.”55
El cuerpo legal clásico, aquél que receptan estatutos y constituciones, es
una visión en cuadro a la vez continuo y articulado, “que se instauraba en la
abundancia de similitudes, el orden definido entre las multiplicidades empíricas”56.
La constitución es el lugar de la taxinomia, que describe lo observable, no lo
recóndito y abstracto; resulta para las elites la representación de la estructura visi-
ble y vital de la realidad, no una expresión de enigmas que hacen necesario cortar
el texto para recabar su sentido. En términos de la Gramática de Port-Royal, se
52
Cf. Manifiesto del Soberano Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud-América
al dar la Constitución, Buenos Aires, 22 de abril de 1819 (E. Ravignani, comp., op. cit., T. VI –2ª parte-, pp. 721-
728). Dictamen y Proyecto de la Comisión de Negocios Constitucionales sobre la forma de gobierno que ha de
servir de base a la Constitución del Estado, Junio de 1826 (E. Ravignani, comp., ibíd., T. III, pp. 213-218).
53
“Provincias del Río de la Plata”, El Argos de Buenos Aires, Buenos Aires, Academia Nacional de la
Historia, 1939, nº 32, 19 abril de 1823, T. III, pp. 133-134.. N.B.: Subrayado nuestro.
54
“Janeiro, Contestación al artículo del diario brasilero”, El Argos de Buenos Aires, nº 40, 17 de mayo de
1823, T. III, p. 164.
55
M. Foucault, op. cit., p. 145.
56
M. Foucault, op. cit., p. 232.
Página 25 de 36

trata de “la relación estructura superficial/estructura profunda” del discurso.57 Es en


su superficie donde se despliega el entendimiento, donde la idea se muestra en su
valor representativo.
El texto constitucional adquiría para la episteme clásica el carácter de una
nueva Enciclopedia; pues los artículos en su orden sucesivo querían representar
la totalidad del mundo en palabras claras y distintas. El constitucionalismo, sobre
todo en su expresión racional-normativa se presenta como el ámbito donde la
Gramática General, y la Ideología que la actualiza, encuentran sus posibilidades
de rigurosa aplicación.
El texto jurídico, tejido de normas, expansión de preceptivas responde a
una triple lógica: lógica gramatical, lógica de los significados, lógica de las normas.
El constitucionalismo resulta la representación más acabada de la episteme
clásica; el lugar donde la palabra y la cosa que ésta representa se dejan ver en su
identidad y, como quiere el saber clásico, en la misma superficie del texto.
La Constitución es una taxinomia, que refiere a una mathesis y a un análisis
genético. Se trata no del método algebraico sino del sistema de signos.
Parafraseando a Tomás Paine, quien alude a las “constituciones
norteamericanas”, dentro de la episteme clásica, el sistema constitucional era “a la
libertad lo que una gramática es a un idioma determinado; [define] las partes de su
oración e [interpreta] prácticamente su sintaxis”. 58
En suma, el discurso constitucional sustantiva el Sistema Representativo.
Por otra parte, los diversos modelos constitucionales expresan a la vez, de
manera clara y distinta, la preceptiva de la teoría de la representación,
convirtiéndose la doctrina jurídica para el lector moderno en el lugar que con más
transparencia permite asomarse a una construcción cultural que resulta “una
culminación del pensamiento occidental”59.
De manera alguna resulta lícito emparentar el constitucionalismo clásico
con el producido en los tiempos modernos; éste, aunque formalmente revista la
forma clásica, deriva en una interpretación acorde con el excluyente pensamiento
sintético que la modernidad ha hecho suyo. Así, por ejemplo, el Sistema
57
La Gramática de Port Royal “floreció desde el siglo XVII hasta el romanticismo (...);obra que inició la tra-
dición de la gramática filosófica”, una de cuyas innovaciones “fue su reconocimiento de la importancia de la noción
de la frase como unidad gramatical” (Noam Chomsky, El lenguaje y el entendimiento, (1968), Barcelona,
Planeta-Agostini, 1992, pp. 48, 39-41)
58
Tomás Paine, Los Derechos del Hombre (1791-1792), México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p.
88.
59
Roger Chartier, «Poderes y límites de la representación. Marin, el discurso y la imagen», en IDEM,
Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Buenos Aires, Manantial, 1996, p. 80-s..
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Representativo característico de la episteme clásica devendrá Democracia


Representativa en el orden moderno. El armónico equilibrio de formas puras de
gobierno o de potencias identificadas o explícitamente derivadas de éstas,
traducido como «Gobierno Mixto», dejará su paso, a un orden que deprimirá las
formas de gobierno clásicas de gobierno derivando en Democracia y, por tanto,
excluyendo la convivencia de identidades y diferencias. De igual forma, quedará
destruido el concepto de cuerpo político, al desplazarse la articulación entre la
fuerza de «brazos» o «ramas» de un único poder, por tres cuerpos distintos cuya
relación se asienta en la contienda de autoridades, planteadas como Poder
Ejecutivo y Poder Legislativo, entendida la voz poder no tanto en el sentido físico
de fuerza, como en el de imperio.

LA «IDEOLOGÍA» O LA ÚLTIMA DE LAS FILOSOFÍAS CLÁSICAS


El curso de filosofía sobre Principios de Ideología dictado entre 1822 y 1824
por Juan Manuel Fernández de Agüero, cuyos resúmenes resultan una paráfrasis
de los mismos producidos por Desttut de Tracy, nos interesa en tanto visión
condensada del tema que nos ocupa. Su discurso, construido desde algunos
planteos de la Ideología, pero que recoge también expresiones del cartesianismo
así como del empirismo60, registra el modelo del saber desde el que reflexionaron
los actores sociales de la coyuntura, cuyo rumbo resultaría ininteligible para la
visión moderna, para aquella que ve las cosas dándose por fragmentos, perfiles,
trozos, muy parcialmente a la representación. Registra un modelo de saber que
recorre todo el saber y no exclusivamente el de los ideólogos.
Queda reservado a la anécdota, a la dimensión histórica, los entretelones
de las pujas políticas y de las mezquindades de los claustros universitarios, que
dejan al conocimiento relegado a mera erudición mientras bloquean cualquier
aproximación al saber. En tanto pretende nuestra lectura ser respetuosa del
paradigma epistemológico que analizamos, dejamos reservado al relato histórico,
en el marco de la representación, un lugar apenas marginal.
El curso sobre Principios de Ideología se puede definir en términos de
“filosofía del concepto”, de los significados desplegados en las proposiciones,

60
Juan M. Fernández de Agüero, Principios de Ideología. Primer Curso de Filosofía dictado en la
Universidad de Buenos Aires (1822-1827), Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras (U.B.A.), Instituto de
Filosofía (Publicaciones de Filosofía Argentina), 1940, 1ª parte, Ideología Elemental o Lógica, p. 239-s..
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donde cualquier tema específico adquiere entidad significativa por su inserción en


el todo del saber; de allí que la opinión de algún actor sobre una cuestión dice
poco sobre su carácter, en tanto no se lo inserte en el sistema de variables de
donde surja una “descripción clara y siempre acabada”, jugando “en el sistema de
61
identidades y en el orden de las diferencias”
El curso sobre Principios de Ideología se nos ofrece como un compendio
del saber clásico, allí podremos encontrar las claves que ayudan a develar nuestra
coyuntura; aquél que se pregunta por cómo razonar, cómo plantear los
conocimientos producto de las sensaciones, cómo expresar esas
representaciones de la realidad - cuya imagen es la más cercana a ella y de la
cual la palabra es su actualización-, de manera clara y distinta. Es la reflexión que
indaga acerca de cómo debe proceder el hombre - el hombre lógico (animal
racional)- para que la realidad observada, visible, pueda aparecer con
transparencia en el lenguaje. Compendio del saber, del sentir y del lenguaje que
convergen en la unidad del saber clásico; saber para el cual el razonamiento sólo
surge en el lenguaje, que no es previo a él, que el error conceptual es difícil de
controlar absolutamente, a menos que exista una determinada palabra para
expresar con claridad y distinción las ideas. “Idea [...] quiere decir tanto como
imagen o representación intelectual del objeto en cuya virtud le percibimos sin
afirmar o negar nada de él. Los signos [son] el medio verdadero de comparar las
62
sensaciones y de transformarlas en razonamientos”
Fisiología y filosofía, y dentro de la segunda la Gramática general, son los
grandes referentes del Curso. Son los mismos fundamentos de la fisiología que
alimentan el entendimiento humano, los que nos inducen “a fijar las bases de la
moral en el fondo mismo del corazón humano.” “Pensar y existir”, “pensar y sentir”,
resultan para el individuo una misma cosa. “Pensar es en nosotros advertir las
diversas alteraciones que de necesidad o de grado recibe el principio animante en
consecuencia de las impresiones causadas por los órganos sensorios; y como no
puede recibir ni ser recibido lo que no existe en el orden de las cosas, se deduce
por una consecuencia forzosa que el hombre no puede pensar sin existir.” 63

61
M. Foucault, ibíd., p. 137.
62
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, p. 64.
63
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª parte, Ideología Abstractiva o Metafísica (Secc. 1ª. «De la sensibili-
dad del hombre en sus relaciones intelectuales»), p. 21. “Pensar (...) es siempre sentir y nada más que sentir.”
(Destutt de Tracy, Eléments d’Idéologie, Paris, 1805, T. II, p. 35).
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El discurso de los contemporáneos sobre su concepto o sentir acerca de la


Revolución, de la Independencia, las pugnas en torno a la forma de gobierno, a la
forma de administración más conveniente, el espíritu de las reformas encaradas a
partir de 1821 por la administración de Bernardino Rivadavia, las soluciones
político-institucionales, entre otros asuntos de interés, todo lo pone en las
antípodas de cualquier concepto de modernidad.
La ausencia casi absoluta de los nombres colectivos (“humanidad” 64) y de
suyo de las generalizaciones y reduccionismos consecuentes/ el concepto ético de
65
la Naturaleza y la superioridad de ésta respecto de la naturaleza humana/ la fe
en la razón, pero al mismo tiempo la clara conciencia de su debilidad, producto de
provenir la actividad racional de la percepción/ el precepto clásico, que supera la
esfera de una determinada concepción filosófica, del «pienso, luego existo», que
al tiempo que le otorga al hombre conciencia ontológica, le advierte también sobre
sus limitaciones 66y sobre su relación con los otros seres con los que comparte el
orden natural, todo resulta ajeno al espíritu moderno.
Así como el Orden Físico se rige por las leyes inmutables de la naturaleza,
también el Orden Moral responde a leyes aunque no gocen de la misma absoluta
perfección; no es atribución de la especie humana (una entre muchas) decidir
cambios, alteraciones bruscas. Sólo es válido producir aquellos cambios que ya la
naturaleza anunció; también aquellas reformas que permiten corregir lo que el
67
tiempo desgastó ; pero aquello que la Naturaleza determinó unir, no puede ser
fragmentado, mutilado ,a riesgo de destruir el orden, la ley interna que rige todas las
cosas y que armoniza lo idéntico con lo diferente. El concepto de sistema todavía
aparece identificado como el lugar donde se articulan lo idéntico y el orden de las
diferencias, y no como enlace irreductible de las regularidades con exclusión de toda
nota discordante. Resultan ilustrativas, en relación con el continuum que envuelve a
todos los seres vivos, las palabras del Ministro de Gobierno de Rivadavia, cuando

64
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, Ideología Oratoria o Retórica, p. 42.
65
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p.124-s..
66
“Como nuestras sensaciones difieren entre sí [...] quedamos enteramente ciertos de que entre las cosas
externas existe, al menos para nosotros, la misma diferencia que entre nuestras sensaciones. Añadimos al menos
para nosotros: porque no siendo nuestras ideas sino el resultado de nuestras sensaciones comparadas, no puede
haber en ellas, sino verdades relativas a la manera general de sentir de la naturaleza humana; y la pretensión de
penetrar la esencia misma de las cosas es tan claramente absurda que basta la más ligera atención para
reprobarla.” (J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 2ª Parte, p. 31).
67
En relación con las reformas de Rivadavia, leemos en el periódico La Abeja Argentina: “Si la reforma se
dirige a mejorar las cosas o a reparar las brechas que los vicios y las edades hayan abierto en su moral, la
innovación es santa y laudable. [...] La naturaleza misma es la primera innovadora, y lo hace o renovando, o
sustituyendo, o acabando.” (Nº 10, 15 de enero de 1823, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la
nación, 1960, T. VI, p. 5515.
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establece una distinción entre el Orden físico y moral, señalando respecto del
primero: “En el mundo físico todos los seres se tocan; no hay un vacío; y no puede
uno tener un movimiento, sin que otro tenga parte en la acción. Este es el gran poder
de la naturaleza y el arte admirable de su autor: haber colocado todos los seres,
inmediatos unos a los otros; haber hecho un todo tan inmenso; no dejar un solo
vacío, sin dejar de haber un gran espacio en que se moviesen los seres.”68
Requerimiento axial para alcanzar la claridad y distinción exigida por el pensa-
miento clásico resulta la casuística, entendida como preceptiva gramatical y, de
acuerdo con las reglas de la Lógica o Gramática general (filosófica), como entidad
argumentativa. En el marco de la cultura jurídica, el casuismo se constituye en el
lugar de las derivaciones del discurso; el lugar de las explicaciones, elocuente
expresión didáctica del orden clásico.69
Si se atiende a la relación causa - efecto, el discurso clásico da cabida en
su seno, sin violentar su fundamento epistémico, a expresiones que van desde un
determinismo absoluto (Racionalismo) como se advierte en el discurso de
Fernández de Agüero70, hasta otras, en la línea de Hume, que referirán a la
«unión» de los dos términos pero no a la «relación» 71. No obstante, se está
siempre en el dominio de la «cosa en sí», y también de que no existe progreso
alguno que no se encuentre contemplado dentro de la ley del orden.
La Ideología se esfuerza por constituirse en la única forma racional y
científica que puede revestir la filosofía y como único fundamento filosófico que
puede proponerse a las ciencias en general y cada dominio singular del
conocimiento. “La Ideología, ciencia de las ideas, debe ser un conocimiento del
mismo tipo que los que tienen por objeto los seres de la naturaleza, las palabras
del lenguaje o las leyes de la sociedad. Pero, en la medida misma en que tiene por
objeto las ideas, la manera de expresarlas en las palabras y de ligarlas en los
razonamientos sirve como gramática y Lógica de toda ciencia posible.” La
Ideología se constituye en “el saber de todos los saberes.” 72

68
Sesión del 23 de febrero de 1826. Alocución del Ministro de Gobierno, en Emilio Ravignani, comp.,
Asambleas Constituyentes Argentinas, Buenos Aires, Peuser, 1937, T. II, p. 732.
69
Véase para comprender el movimiento oscilatorio de la episteme clásica hacia la modernidad a través
de distintos caminos que el autor logra objetivar en el marco de la cultura jurídica (entendida como ex presión de
las manifestaciones del saber que confluyen en un determinado ordenamiento jurídico): V. Tau Anzoátegui,
Casuismo y Sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, Buenos Aires, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, 1992. Otros aportes que ilustran sobre el tema en: Nuevos horizontes...
70
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 53.
71
J. Ferrater Mora, op. cit., T. I, p. 273 (2ª y 3ª columnas), p. 274 (2ª columna).
72
M. Foucault, op. cit., p. 236.
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Conocimiento y lenguaje se entrecruzan estrictamente; el lenguaje no sólo


es expresión de las ideas, sino que además las forma. Toda “sentencia perfecta”
(“proposición o declaración cabal del pensamiento”) debe cumplir con cuatro
condiciones: “claridad, unidad, energía y armonía”. La primera es de la mayor
importancia y se define por su “precisión”, pues la expresión debe ser tal que no
sea “más ni menos que la copia exacta de las ideas”. Hablar es producto de la
observación y deriva de la “facilidad con que el entendimiento humano descubre
entre los objetos y las ideas las relaciones de identidad y diferencia” 73.
La época clásica otorga al lenguaje el poder de “dar signos adecuados a
todas las representaciones, sean las que fueren, y de establecer entre ellas todos
los lazos posibles”. Por tanto, resulta “un manantial del deleite demostrar por
medio de la lógica el encadenamiento de ideas, y su conformidad con los
objetos”74. Pero el lenguaje requiere no sólo del uso conveniente de la lógica, sino
también de la retórica, del empleo de aquellas figuras que ayuden a la claridad,
unidad y armonía del discurso o del escrito, a la elección de la palabra más llana y
simple, del nombre que permita designar a la cosa sin turbiedad. Como apunta
Foucault “toda la literatura clásica se aloja en el movimiento que va de la figura del
nombre al nombre mismo, y resulta la tarea fundamental del discurso clásico
atribuir un nombre a las cosas y nombrar su ser en este nombre” 75 Se debe
atender “con esmero “ a encontrar “el valor exacto de las palabras si queremos
escribir con propiedad y precisión”, no debiendo perderse de vista que “las
palabras todas, siendo unos signos representativos de nuestras ideas han de
guardar aquella progresión gradual conforme al orden de la acción y naturaleza de
las cosas”, y la misma “graduación” debe operar en la “coordinación” de los
“miembros” de la sentencia de manera que hagan la mayor “impresión.” 76
Figuras de la retórica como la comparación, antítesis e interrogación
definen al lenguaje - al saber clásico -, pues en ellas se despliegan las relaciones
de identidad y diferencia, lo cual resulta, para el saber clásico, una exigencia de la
forma proposicional del lenguaje, ya que no se habla sino en la medida es que es
posible esta relación y en tanto, por debajo de ellas, existe, como destaca

73
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p.76, 83.
74
Ibíd.,, p. 25.
75
M. Foucault, ibíd., p. 123 y 125.
76
J. M. Fernández de Agüero, ibíd., 3ª Parte, p. 85 y 96. El empleo de cursiva es nuestro.
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Foucault, “el fondo de las continuidades, de semejanzas, de repeticiones, de


entrecruzamientos naturales.”77 Es por este continuo que el lenguaje existe.
A través de la comparación, de las antítesis (“deben fundarse más bien en
el contraste de los pensamientos que jugar sobre la opinión de los términos” 78), de
las interrogaciones que las recorren, la episteme clásica encuentra el lugar de la
acción; allí, en ese preciso espacio, que es la proposición, las acciones se
despliegan como expresión auténtica del ser. La proposición, espacio de la
derivación, es el lugar de las decisiones, aquél que la “fuerza de la imaginación y
de las pasiones”79 impulsan, aquel que luego el instinto pasional que vive en todos
los seres vivos, puede desviar de su recto camino. Es en la dialéctica donde se
define realmente la realización del hombre lógico y no en la desviación.
La interrogación resulta el recurso a la vez expresivo y conceptual, por
medio del cual se afirma o niega algo con vehemencia, lugar del discurso donde el
hablante manifiesta “una gran confianza en la verdad de [sus] propios
sentimientos, apelando al juicio de [sus] oyentes sobre la imposibilidad de lo
contrario.” Es la misma Naturaleza la que aconseja expresarse a través de la
figura interrogativa, de allí que el escritor u orador puede muy bien “extenderse en
las interrogaciones.”80
Precisión, claridad, armonía en el discurso, lugar de la conciliación de los
opuestos, dominio exclusivo del nombre, expresión rotunda de la episteme clásica
cuyas posibilidades de sobrevivencia dependerán de la mayor o menor
permanencia del concepto de jerarquía social. “Cuando desaparecen las castas,
afirma Alexis de Tocqueville, y las clases se renuevan y se confunden, se mezclan
todas las palabras de la lengua. Aquellas que no son aceptadas por la mayoría
perecen.”81

COMENTARIOS A MANERA DE CONCLUSION


(1) La cultura moderna supone un corte tan profundo y completo con la
precedente, que bastarían menos de dos generaciones para que todo intento de

77
M. Foucault, ibíd., pp. 124-s..
78
J. M. Fernández de Agüero, 3ª Parte, p. 37.
79
Ibíd. , p. 22.
80
Ibíd. , p. 53.
81
Alexis de Tocqueville, La Democracia en América (1835-1840), Madrid, Sarpe (Colecc. «Los grandes
pensadores»), 1984, T. II, p. 62.
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interpretación segura del espíritu clásico resultara una labor signada por
innúmeras dificultades. La razón de esto se puede explicar en términos de
semiótica cultural: apenas un delgado hilo unía una a otra dimensión epistémica
De allí entonces que, desde nuestro presente, el estudioso deba resignarse a
cualquier intento de arribar a resultados acabados y altamente objetivos de un
mundo de imágenes, ideas y concepto, tarea para la cual no posee medios para
su decodificación, pues dispone apenas de voces y expresiones, las cuales sólo
podrán ofrecer una traducción imperfecta de ese pasado. Además, produce en el
estudioso actual una “actitud de rechazo [pues] ha adquirido ya de modo
connatural una conciencia de la inserción del sujeto en la historia” 82 de la que el
orden clásico carecía.
Confesadas las limitaciones impuestas por nuestro universo semiótico,
ofrecimos una relectura del discurso de una coyuntura histórica, que intentó
relevar el entramado textual, la idea que lo anima, resistiendo cualquier intento de
focalizar la atención en la intencionalidad específica de tal o cual actor social. Se
avanza entonces por un camino que facilita “definir las condiciones que hicieron
posible el pensar en formas coherentes y simultáneas.” 83
Los «argumentos de la polémica», el desarrollo de la lucha por el poder,
aparecen desplazados del centro de la atención hacia un segundo plano; entonces
el lenguaje se posesiona de la escena, se convierte en protagonista y con él se
activa el “mundo de conceptos” 84 del Orden clásico, que es aquel, como apunta
Michel Foucault, “que se da en las cosas como su ley interior, [el] que no existe a
no ser a través de la reja de una mirada, de una atención, de un lenguaje.” 85
El discurso político -iluminado desde las distintas perspectivas del saber del
que forma parte, es decir, en relación con la mathesis “(ciencia universal de la
medida y el orden)”, inscripto dentro de una “taxinomia”, que “implica un cierto
continuum de las cosas [una no discontinuidad, una plenitud del ser] y una cierta
imaginación86 que hace aparecer lo que no es, pero que permite por ello mismo,
82
Gonzalo Navajas, «Un discurso sin paradigma. La Vida de Torres de Villarroel», en Francisco La Rubia
Prado y Jesús Torrecilla, dirs., Razón, tradición y modernidad: re-visión de la Ilustración hispánica, Madrid,
Tecnos, 1996, p. 250.
83
Michel Foucault, op. cit., p. 198.
84
Antonio J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la investiga-
ción histórica, Buenos Aires, Ábaco, 1979, pp. 73-75
85
Michel Foucault, op. cit., p. 5.
86
«Imaginación» es una palabra clave de la episteme clásica en tanto saber de la representación. En el
siglo XVIII aparece unida a las energías intelectuales superiores. Cf. Paul Ilie, «¿Luces sin Ilustración?
«Imaginación/Fantasía» como testigos léxicos», en F. La Rubia Prado y J. Torrecilla, dir., Razón..., pp, 139 y 141.
“Imaginación es la facultad del alma para concebir las cosas y formar idea de ellas.” (P. E. Torres y Pando,
Diccionario castellano, con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas
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sacar a luz el continuo-, se reconoce mejor a sí mismo, alcanza, más allá de


responder su argumento a una situación puntual agitada por las «pasiones», más
allá de la contemporaneidad y de la historia, dimensión ontológica, es decir, nos
descubre, una vez traspuesto el ser del verbo, en su predicación, y a través de las
distintas partículas que lo integran, su plan, el camino gradual que permitirá
retomar el rumbo desviado por la revolución, por aquel cambio marcado por la
Naturaleza. Desde el segundo plano, el único que le cabe por formar parte de un
saber, el discurso político puede comprenderse cuando el espacio en cuadro en
que se enlazan las identidades y diferencias, asomen de una manera clara y
distinta en esa representación de la realidad que es el constitucionalismo.
El lenguaje clásico es “análisis del pensamiento”, es “no un simple recorte,
sino la profunda instauración del orden en el espacio.” “El lenguaje es el camino
por el cual la representación se comunica directamente con la reflexión”, de allí
que la Gramática General adquiera tanta importancia para la Filosofía en el curso
del siglo XVIII: “Era, señala Foucault, en un solo acto, la forma espontán
ea de la ciencia [y] la descomposición reflexionada del pensamiento.” 87
La búsqueda de la precisión conceptual, del despliegue de las
especificaciones, muchas veces mediante el empleo de varias proposiciones
causales, reflejan una visión del mundo, para la cual el lenguaje debe desterrar
enigmas: el lenguaje clásico oculta menos de lo que quisieran sus autores.
Las reflexiones en torno a la revolución, a la independencia, al
constitucionalismo, planteadas dentro del desarrollo de la crisis de
descomposición de la estructura clásica en Occidente, descomposición en ciernes,
apenas sugerida en el mundo hispánico, nos enfrenta a un modelo discursivo
asentado en los principios rigurosos de la «Gramática General», esto es, de la
Lógica.
(2) 1810-1830, secuencia de pasiones enfrentadas, de compromisos
violentados, donde el tema de la organización del Estado-Nación aparece en el
centro de intencionalidades en pugna traducidas en múltiples enfrentamientos
facciosos. Pero, por fuera del anecdotario histórico, la disonancia delata la presión
de una actitud mental que resiste soluciones que, llevadas a sus últimas

francesa, latina e italiana, Madrid, 1787, T. II, p. 147).


“Nuestra imaginación tiene una gran autoridad sobre nuestras ideas, y no hay ideas, por dife rentes que sean unas
de otras, que ella no pueda separar, unir o combinar en toda suerte de ficciones.” (David Hume, «Resumen...», en
David Hume, p. 90.
87
M. Foucault, op. cit., pp. 88-s..
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consecuencias, contrariarían la consigna de claridad y distinción. En suma,


marchas y contramarchas en el proceso de organización institucional que,
entendemos, se explican en virtud de su raigambre clásica, lo que conducía a
recelar ante soluciones institucionales que pudieran derivar en la mera
«fabricación» de una nación; temor de arribar a un resultado como el que
protagonizaría el mundo europeo luego de las revoluciones de 1830. 88
(3) Elegimos el año de 1830 como cierre de este trabajo por tratarse de una de
las fechas emblemáticas dentro del esquema lineal de la historia, aquella que
marca el inicio efectivo de un nuevo paradigma -el moderno- indicativo, para la
cultura occidental, del avance decidido e incontenible de la burguesía en el control
de los puestos claves de las decisiones políticas.
El oscilar del clasicismo se ha consumado. A partir de esta instancia crítica,
el pensamiento clásico podrá ofrecer alguna resistencia, pero ya no dispondrá de
un ámbito apropiado para su cultivo. En el mundo iberoamericano, éste resistirá
más, en gran medida favorecido por la instancia bélica de las guerras por la
independencia, enmarcada en la épica clásica, y que obró como freno frente a los
«tiempos democráticos» o era utilitaria.
Como toda fecha que marca una ruptura, resulta siempre más una marca
que alude a situaciones consumadas que efectivo inicio. Pero, en este caso, la
ruptura resulta de tal magnitud que a los hombres de esa generación les resulta ya
borroso su pasado inmediato. Los cruces de ambos paradigmas pueden advertirse
en el discurso jurídico de Juan B. Alberdi titulado Fragmento preliminar al estudio
del Derecho; discurso cuyo marcado eclecticismo teórico acusa los
desplazamientos conceptuales. Si bien recorre el sendero clásico al aludir a la
«Nueva exposición elemental de nuestra legislación civil, que debe seguir a esta
obra», terminará adscribiéndolo al nuevo marco epistémico ubicado en las
antípodas del anterior. La reflexión final de la obra resulta, por un lado, rescate
incidental de la clásica visión en cuadro pero, por otra, verdadera proscripción y
negación de la misma, pues el aparente lineamiento clásico, enseguida se ve
violentado en la conclusión de la obra («Nota a la Tercera Parte»).
Así confesará el autor que será intención de su obra poner en manos de los
estudiantes de derecho “cada una de las grandes ramas del derecho civil
[proyectadas] en un vasto cuadro, a la vez sinóptico y analítico [...] No será omitida

88
Cf. E. Hobsbawm, La era del capitalismo, Barcelona, Labor, 1989, pp. 82-97.
Página 35 de 36

cosa alguna de importancia [...] Aquella parte de la legislación española que haya
sido derogada, aquélla que esté vigente, aquélla puramente indígena o nacional,
serán respectivamente designadas por tintas de diversos colores.” Pero, torcerá el
rumbo de su exposición, cuando recuerde que la “verdadera filosofía” renació en
el “siglo nuevo” inaugurado en “1830”, año “en que se ha dejado ver otra vez [a la
filosofía] sobre su arena favorita, no ya con el antiguo carácter de revolucionaria,
sino bajo la bandera benéfica del progreso pacífico, de asociación, de igualdad, de
libertad constitucional. Se la ha visto entregarse [...] al estudio sintético del
hombre, del pueblo, de la humanidad [...] pero del hombre, no ya bajo éste o aquél
aspecto exclusivo, [...] del hombre espiritualista [Eclecticismo], manía que en la
restauración, había sucedido a la otra manía del hombre materialista del último
siglo [Ideología]”89
En fin, los planteamientos clásicos ya no definen su discurso, el que
transita decidida y efectivamente por los carriles de la modernidad.
Un examen del discurso jurídico-político de la época comprendida entre
1830-1850, permitirá seguramente iluminar el escenario de las rupturas y
continuidades de la episteme clásica y, de igual manera, ayudará a caracterizar el
nuevo paradigma por el que transitará la denominada «Organización Nacional»,
todo lo cual, entendemos, permitirá dar sentido a los hechos, al anecdotario
histórico.
(4) El presente trabajo buscó dar un fundamento epistemológico a la secuencia
que simbólicamente cerramos en 1830, siguiendo, en este caso, una pauta
histórica que nos lleva hasta el umbral del Estado rosista. Opera tal fecha como
límite de reflexión, pero no autoriza a inferir que la nueva época pueda definirse,
en términos absolutos, como de modernidad.
Nuestro trabajo partió de una hipótesis: la etapa iniciada en 1810 y concluida
en 1830 se inserta dentro de la episteme clásica, pudiendo rotular este marco
epocal como entramado clásico de la revolución rioplatense.
Entendemos que definir tal secuencia en términos de modernidad, supondría
atribuir a las élites rioplatenses o, a ciertos sectores de la misma, una
interpretación anacrónica de su realidad; supondría juzgar lo acaecido en esta
instancia a través de las conclusiones desplegadas luego de Caseros.

89
Juan B. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837). Buenos Aires, Biblos, 1984, pp. 316-318.
Página 36 de 36

No nos hemos detenido en ciertas notas modernas del discurso político


rioplatense, pues preferimos privilegiar los rasgos temáticos, estilísticos y
enunciativos denotativos de su coherencia.
En suma, nos impusimos la tarea de no confrontar el paradigma clásico con el
moderno, es decir, con aquél que privilegia la existencia de dominios empíricos
aislados, la excluyente visión antropológica y el juicio sintético.
Nos ocupamos pues de una manifestación del saber, cuya proyección histórica
todavía entendía la realidad en términos de representación, donde la distancia
entre la palabra que designa y la cosa designada se entendía apenas separada y
todas las relaciones se definían más por su proximidad que por su extrañamiento.

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