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Hernán Ouviña
Semanas antes del inicio de la pandemia, Jair Bolsonaro caracterizó a Paulo Freire como un
“energúmeno ídolo de la izquierda”. No fue esta, por cierto, la primera ni seguramente sea
la última vez que el presidente de Brasil lance improperios públicos contra quien fuera uno
de los máximos educadores populares del sur global. ¿Por qué tamaño ensañamiento contra
él? ¿En qué radica la peligrosidad de sus ideas y propuestas en el contexto actual?
Nacido en 1921 en Recife, norte de Brasil, y fallecido en 1997 en São Paulo, Freire es
quizás el principal referente de una corriente pedagógico-política surgida de las entrañas de
Nuestra América, aunque con ramificaciones e influencias en otras latitudes del mundo.
Maestro trashumante y caminador incansable de la palabra, peregrino aprendiz y consejero
de infinidad de movimientos sociales y organizaciones de izquierda, autor de numerosos
libros centrados en la crítica de la educación “bancaria”, para él la denuncia del carácter
político del acto educativo tenía como correlato la necesaria toma de postura en favor de la
concientización de las clases subalternas, por lo que el proyecto al que supo aspirar a lo
largo de su vida siempre rechazó el autoritarismo, la dadiva paternalista y la verticalidad,
abogando por el diálogo, la praxis colectiva y la escucha mutua, como pilares
fundamentales de un proceso revolucionario centrado en el creciente protagonismo y la
liberación de las y los oprimidos.
Una de las obras más relevantes que elabora en esta etapa tardía es Pedagogía de la
esperanza, que junto a su inconclusa Pedagogía de la indignación (interrumpida producto
de su partida el 2 de mayo de 1997), tiene gran vigencia en estos días. Podría decirse que
tanto estos como el grueso de los restantes títulos de sus libros, fungen de verdaderas
frases-generadoras, certeras consignas de lucha y horizontes utópicos a los que aspirar. Por
lo tanto, referirnos a su denso y ajetreado itinerario, implica reconstruir y enunciar una
constelación dinámica y en constante movimiento, conjugada desde el gerundio y en plural,
ya que constituye una historia que aún no es plenamente Historia, sino que se recrea al
calor de los desafíos que nos depara un contexto tan complejo y difícil de asir como el
nuestro.
En apretada síntesis, nos interesa reseñar algunas de las principales ideas-generadoras que
anidan en los últimos textos producidos por Freire, a modo de anticuerpos para estos
tiempos pandémicos, con el propósito de contribuir a dotar de mayor visibilidad y potenciar
las respuestas “inéditas y viables” que se ensayan desde abajo y la izquierda para superar la
crisis civilizatoria que vivimos actualmente.
La primera de ellas remite a ejercitar una pedagogía de la memoria histórica que rompa
con el colonialismo y la cultura del silencio. No hay posibilidad de afrontar esta crisis
abismal si no asumimos una labor de rememoración y aprendizaje que apele al diálogo
intergeneracional, de forma tal que logre anudar y conecte el crisol de experiencias y
procesos de resistencia y autoafirmación forjados a lo largo y ancho de Nuestra América,
no solamente en últimas décadas sino también y sobre todo a partir de revitalizar la
memoria popular de mediana y larga duración, para nutrirnos de las cosmovisiones,
filosofías y culturas afroamericanas e indígenas, que intentaron ser exterminadas al calor de
la violencia colonial-moderna y los sucesivos “epistemicidios”.
Es imperioso exhumar aquellas praxis subterráneas no audibles para la sordera del poder
estatal y mercantil, e imperceptibles en términos visuales desde el daltonismo academicista.
“Yo no conmemoro la invasión, sino la rebelión contra la invasión”, arenga
provocativamente Freire al cumplirse el V centenario del encubrimiento de América. En
efecto, a este inquieto pedagogo le interesa más que nada “la enseñanza de que los
poderosos no lo pueden todo”. En este sentido, celebra por ejemplo que
los quilombos “fueron un momento ejemplar de aquel aprendizaje de rebeldía, de
reinvención de la vida, de asunción de la existencia y de la historia por parte de esclavas y
esclavos”, al igual que más recientemente la bravura de las Ligas Campesinas, para dar
cuenta de cómo esas marcas y huellas hoy perduran en formas contemporáneas de
hermanamiento y lucha mancomunada como la del MST en Brasil.
Estas y muchas otras valientes peleas, pueden brindar enormes aprendizajes de dignidad,
pistas para la convivencia democrática y el autocuidado colectivo, estimulando la
imaginación política, el arte popular, la espiritualidad y praxis educativa liberadora, desde
la corporalidad, la cultura oral y los afectos. Revitalizar cantos, danzas, cuentos, comidas,
relatos, vestimentas, medicinas naturales, costumbres y repertorios de acción, que doten de
mística y repoliticen la vida cotidiana, a la par que contrarresten el individualismo, la
artificialidad, la cultura del desvinculo y la lógica competitiva propia del capitalismo, la
colonialidad y el patriarcado, tres enemigos acérrimos de la sensibilidad, que separan
tajantemente cuerpo y alma, cabeza y corazón.
En segundo lugar, el evitar que el sueño de las y los oprimidos sea emular a sus
opresores. El profundo arraigo de valores de derecha, un sentido común desgarrado por
prejuicios autoritarios, cierta tendencia latente a la xenofobia, el consumismo, la misoginia
y homofobia, el punitivismo y el odio racial, que de conjunto tienen como basamento una
“pedagogía enajenadora” azuzada por el miedo, la incertidumbre y la precariedad de la vida
que la pandemia devela y amplifica. Freire nos advierte desde sus tempranos escritos acerca
de este mal, teorizado lúcidamente por Frantz Fanon, que lleva a una deshumanización total
de los sectores populares, al punto de emular al amo, introyectar la violencia o desear
convertirse en dominadores.
La descolonización requiere por lo tanto respetar los saberes de las clases subalternas, pero
no romantizarlos, esto es, tomarlos como punto de partida sin subestimar a la hegemonía
burguesa, patriarcal y neocolonial como poderosa educadora. Crear hombres y mujeres
nuevas e infancias libres supone desnaturalizar lo supuestamente obvio, desechar la
necrofilia tan arraigada en nuestra subjetividad, revertir la cosificación, priorizar
el convencer en tanto acto pedagógico y combatir toda forma de dominio o sometimiento
que alojamos dentro, ya sea de clase, racial o de género, de manera que esta lucha integral
redunde en “cambio de piel”, (re)aprendizaje, (auto)liberación colectiva, vida digna y
existencia plena.
Es importante recordar la raíz etimológica de la palabra cultura, que remite al cultivo. Freire
admite que una oprimida olvidada en su clásico libro escrito hace 50 años atrás fue la
naturaleza. Hoy es urgente ensayar formas de producción y consumo alternativas al modelo
de los agronegocios, la ganadería industrial, la minería a cielo abierto y los megaproyectos,
que una vez más nos prometen “progreso” a costa de devastación ambiental, proliferación
de enfermedades, destrucción de la biodiversidad, maltrato extremo de animales y despojo
recargado.
Como cuarto y último aporte, cabe destacarel abogar por una radicaldespatriarcalización
desde las pedagogías feministas. Además de esa gran oprimida que es la tierra, Paulo
Freire tuvo la lucidez de reconocer en sus últimos años de vida -a partir de la escucha y el
aprendizaje brindado por numerosas activistas y feministas del sur global-, que una relación
de poder y dominio clave, no problematizada durante las primeras etapas de su teorización,
es la que padecen las mujeres en el marco del patriarcado (exacerbada en estos tiempos de
aislamiento forzado y recrudecimiento de las desigualdades estructurales).