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A 0rillasdelviru
A 0rillasdelviru
A orillas de Virú
LIBRO PRIMERO
Dedicado a
Doña Emperatriz Quintana Viuda de Obregón
al cumplir 90 años.
Cuando los soldados de Pizarro oyeron dialogar a los
habitantes originarios del Río Virú, de que las tierras más
allá del ese río estaban llenas de riquezas sin cuanto,
comenzaron a hablar del Virú como la meta de sus sueños.
No se tardó mucho en deformar la palabra Virú en Perú y
por esos ahora se habla del Perú, y no sólo de Perú,
pues se está recordando al rio Virú.
Pocos países tienen un artículo en su nombre, apenas La
Argentina y La India, cada una de ellos
con una motivación muy especifica.
Trujillo, 1563
Entrega del manuscrito
DÍA LUNES
Ciudad de Trujillo, Agosto 2008
Fue necesario hacer varios viajes por el río. Cuando todos estaban
junto al mar, se acomodaron en las balsas, aunque estaban previstas
para acoger a veinte personas, en cada una de ellas se acomodaron casi
cincuenta viajeros. Al estar sobrecargadas y en medio de la tormenta,
las olas barrían la superficie obligando a que se sujetaran con cuerdas
para no caer al mar. Las pequeñas barcas de totora iban atadas a las
balsas y en ellas viajaban los jóvenes.
El mar estaba alborotado, el temporal balanceaba violentamente las
balsas a su antojo.
Pusieron rumbo al sur, encontraron y bordearon algunas islas
pequeñas, inhabitables, que además estaban cubiertas con los nidos de
miles de ruidosas aves marinas.
Después de varios días de complicada singladura, amaneció un día
radiante, un cielo azul sin atisbo de nubes, ni rastro de polvo.
Pero seguía estando presente el hambre.
Los hombres comenzaron a organizar la pesca, desde la balsa
oteaban el mar buscando el rastro de los peces, descubrieron con
facilidad, un banco de corvinas que avanzaban a gran velocidad entre
saltos y cabriolas. Los pescadores se dispersaron en las barcas de totora
alrededor de los peces, entre dos barcas fueron extendiendo la red, en
cada totora iba un pescador, los que llevaron la red avanzaban
impulsándose con remos intentando rodear algunos de los peces.
Cuando lo conseguían, los demás se acercaban hasta la red para golpear
con mazas a los peces que se debatía enredados en la malla. No les
costó mucho conseguir una corvina para cada balsa. Eran peces grandes
de bastantes kilos cada uno, suficiente para paliar el hambre, junto con
los alimentos que aún les quedaban.
Cada noche se reagrupaban y se aproximaban al litoral, pues
aunque todos procuraban navegar rodeando la balsa de la MAMA-COYA,
con frecuencia alguna balsa era arrastrada por la corriente, alejándola de
las demás. Eran momentos de tribulación al ver, como desaparecía en el
horizonte nuestra gente, pero se esforzaban luego por volver y otra vez
se reunía toda la aldea flotante. A medio día el sol era abrazador y con
frecuencia les faltaba el agua, la sed siempre era más dolorosa que el
hambre.
A la semana de navegación avistaron una gran ciudad, pero
decidieron seguir adelante pues, en contra del criterio de algunas
madres, la MAMA-COYA afirmó:
-Detenernos en esta ciudad supone renunciar a construir una aldea
según nuestras costumbres, además lo normal es que no nos reciban
bien. En Consejo hemos decidido que seguiremos adelante buscando un
lugar apropiado para nuestros deseos.
Unos cuantos días después, encontraron la desembocadura de un
río que regaba una extensa llanura. En medio del río se vieron rodeados
por un horizonte de vegetación exuberante. Se llenaron de alegría al
contemplar los bosques de frondosos algarrobos y otros árboles que
bordeaban el río. Las plantas totoras verdeaba cubriendo las orillas.
Después de superar unos rápido, desembarcaron dispuestos a investigar
si era una zona habitable, la MAMA-COYA envió a varios grupos que se
dispersaron. Después de un viaje tan largo, algunas madres se alegraron
de volver a pisar tierra, y comenzaron a buscar alimento, hasta que
volvieron los expedicionarios con buenas noticias. El valle era fértil y no
encontraron a nadie que lo habitara y cultivara, además traían frutos
silvestres, pero comestibles, que repartieron entre los niños y los que
más lo necesitaban.
Todos miraban a la MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que
quiere), y ella vio en sus ojos el deseo de quedarse en ese lugar, por
ello, tratando de que su voz fuera tan solemne como la decisión que
debía tomar, exclamó con gran voz:
– Agradecemos a Pachamama que nos haya dado este valle,
sentimos que ella quiere que lo hagamos fructificar y que
cuidemos de este río. Lo llamaremos Virú, a su vera
construiremos el Templo y nuestra nueva Aldea.
En medio de aquella pequeña muchedumbre se elevaron gritos de
alegría y pronto se organizó la danza de agradecimiento.
Comenzaron unos días de gran actividad para encontrar el lugar
adecuado, debía estar cerca del río pero, a la vez, inmune a las riadas
que eran de esperar cada año, pues en la lejanía se veían los cerros
nevados que con el deshielo causarían crecidas.
Talaron algunos árboles para hacer un claro, nivelaron una zona
donde construir el templo y las casas.
Meses antes de empezar a construir el templo, un grupo de
mujeres y hombres, a las órdenes de Naira (Mujer de ojos grandes), hija
y sucesora de Tintaya (La que consigue lo que quiere), fueron por los
montes para buscar nuestra Kala (roca).
Paso el tiempo, ya con el templo y las casas principales edificadas,
comenzó la espera de la lluvia, todos miraban el cielo cuando alguna
nube se acercaba. Para comenzar a utilizar el Templo tenía que ser
bañado por la lluvia, pero en aquel lugar, sólo muy de vez en cuando
caía el agua del cielo. Varios meses después, se desató la tormenta y
aquel anochecer comenzó la danza ritual y todos los de la Aldea fueron
ascendiendo, por las rampas, hacia la Kala.
Se hizo un silencio profundo y entonces la MAMA-COYA Tintaya
con las vestiduras ceremoniales y en compañía de su hija Naira, avanzó
con gran solemnidad.
La multitud contempló a la MAMA-COYA con su melena plateada,
muy lacia y tan larga que podía cubrirle la espalda como en esta ocasión.
Por lo general, la llevaba recogida en una trenza adornada con cintas de
colores.
Se presentó vestida con su ropa ceremonial de algodón blanco
hasta el suelo, en el pecho dos collares de oro, plata, turquesa, cuarzo y
lapislázuli. Adorno de nariz de oro y plata. Diademas y corona de cobre
dorado. Y en su mano el cetro de madera y oro. Sus brazos, pies y
manos cubiertos de tatuajes de caracolas, peces, serpientes y arañas,
que como una coraza la protegía y dotaban de poderes especiales.
Avanzó hasta rodear la Kala, se detuvo con un abrazo prolongado.
Todos la contemplábamos extasiado. Después roció con agua del mar, el
ojo del monolito, se volvió hacia su pueblo y con voz majestuosa ordenó:
- ¡Escuchadme todos! Durante meses hemos trabajado para
preparar esta Aldea, todos nos sentimos orgullosos de comenzar, otra
vez, con nuestras costumbres. Superando la nostalgia por el lugar que
abandonamos, hemos encontrado junto a este río, todo lo que
necesitamos. Es mi deseo que todos mis hijos e hijas, manifiesten con
sus danzas la alegría de tener esta Kala en el centro de nuestra aldea.
¡Que suene la música!.
Gritos de alegría, música de ocarinas, quenas, antaras y tambores
llenaron la noche, ahuyentando los malos espíritus de aquel templo y de
la nueva aldea.
MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que quiere) ofreció en la
hoguera los primeros frutos de estas tierras: maíz, frijoles, ají, papas.
Unas hebras de humo, surgidos de la hoguera, modularon en el
cielo una representación del agradecimiento de los nuevos habitantes del
valle.
Entonces se adelantó una fila de muchachas y muchachos que
portaban cada uno un gran cuenco con chicha y la repartieron entre la
gente. Durante horas se alargó la danza, la música y la alegría.
Así me contaron, una y otra vez, nuestro comienzo a orillas del
Virú, y así lo escribo para mantener viva la memoria
Aquella mañana, como todos los días, un rayo de sol entró por el
hueco de la ventana, iluminando la pared de enfrente. Después de
despertarme salí, como es mi costumbre, a dar un paseo junto al río y
bañarme, acabamos de enterrar a mi mujer, la MAMA-COYA Tintaya y
llevamos unos días de desconcierto, pues hasta que no tuviéramos
nuevo templo nuestras vidas estaban sin horizonte.
Me encontré con Mayta (el que aconseja y enseña con bondad), un
anciano como yo, pero más delgado y huesudo, con los ojos aún vivos y
la voz rotunda, su nombre era una caricatura de su personalidad; era
rudo y obstinado, con frecuencia solitario y malhumorado. Recordaba, en
las noches de nostalgia, en las que la chicha le soltaba la lengua más
que de costumbre, los tiempos idos, aquellos días en que llegamos a
este valle y lo convertimos en nuestra casa y las aventuras de los
comienzos.
Durante un rato nos acompañamos, sin muchas palabras, en el
camino desde la Aldea. En aquel amanecer, una niebla suave, que todo
lo deja ver, pero todo lo difumina en la lejanía, cubría la aldea como un
manto de soledad, que poco a poco se iría rompiendo por el tumulto de
la actividad cotidiana. Entre los montes se fue intensificando la luz del
nuevo sol.
Dimos una caminata hasta el bosque de algarrobos donde estaban
las trampas para cazar cañanes, unos pequeños lagartos que forman
parte de nuestra comida y también para resecarlos y comerciar con las
aldeas cercanas. Como todos los días hay casi una docena; elegimos a
los machos, en esta ocasión siete, y soltamos a las hembras y los
pequeños para que crezcan.
Tal vez para distraerme, Mayta (el que aconseja y enseña con
bondad), empezó a hablar, de lo que más le gustaba recordar.
-Anca, cuando veo la facilidad que tenemos para conseguir comida,
me acuerdo de aquellos días de hambre, los que pasamos en nuestra
juventud, durante nuestra gran aventura. ¿Te acuerdas?
-Como me voy a olvidar, –le respondí con desgana- casi nos cuesta
la vida.
Aquel gran viaje que hicimos en nuestra juventud, había dejado
una huella, tan profunda, que ocupaba muchas de nuestras
conversaciones: pequeños detalles, momentos de miedo o tensión,
asombro ante la belleza, dolores en todo el cuerpo al trajinar en la
navegación, añoranza de los hermanos de Huacho y de aquel que una
noche cayó al mar y se perdió.
El tiempo paso muy rápido y por la hora que era, buscaron donde
comer, y como en toda gran ciudad había muchas opciones, entraron al
Restaurante El Mochica, en la Calle Bolívar, donde les ofrecieron los
platos típicos, de manera especial les hablaron de la Sopa Shambar que
se sirve, por tradición, solamente los días Lunes, es una sopa de trigo
con carne de cerdo, menestras, culantro y ají. Se acompaña con maíz
tostado
El camarero les dijo que en una mesa cercana estaba la trujillana
María Julia Mantilla, Miss Mundo en el 2004, al terminar tuvieron la
oportunidad de saludarla.
¿Por qué no nos sorprendería descubrir -afirmó Rosa- que hay
relación estrecha entre Yanawara y la Mis Mundo que habíamos
saludado?
¿No descendería María Julia -se preguntó Juan- de aquella hija de
MAMA-COYA Sulata y el andaluz Diego de Villamayor?.
Después de comer se encaminaron a la casa de D. Miguel, era muy
importante lo que les pudiera decir.
-He visto el plano -dijo Rosa- y la casa no está muy lejos así que
podemos ir andando.
Antes se acercaron al Hotel. Bajaron las fotografía de la máquina
de fotos a la computadora portátil y salieron tomando la Avd. Diego de
Almagro hasta la Avd. de España, desde allí por la Avd. Tupac Yupanqui
llegaron a la Avd. Los Incas donde encontraron con facilidad la dirección.
Era una casa en esquina, pintada de color verde agua. La fachada
principal en la Avd. Los Incas, tenía en la planta baja dos ventanas y en
el centro una gran puerta de madera, y en la planta superior tres
ventanas. Tanto las ventanas como la puerta eran de madera de caoba.
La puerta de dos hojas era un gran trabajo de carpintería, cada hoja
tenía dos filas de cuarterones tallados manualmente con filigranas
florales, cada cuarterón está bordeado por tablas horizontales y
verticales con símbolos marinos: escamas talladas a mano.
Como habían llegado demasiado pronto, dieron unas cuantos
paseos por la Avenida, en la que se mezclaban bastantes comercios con
casonas antiguas pero cuidadas. Daban las tres de la tarde cuando
llamaron al timbre de la puerta y les salió a recibir una señora de edad,
que se les presentó con un sonrisa:
-Yo soy Claudia, la esposa de D. Miguel, que os está esperando.
Les hizo pasar
-Mi esposo está en el despacho. -les aseguró con amabilidad.
El interior de la casa es muy luminosa gracias a dos patios
interiores, más que entrar a una casa parecía que se entraba a un
jardín, que rebosaba por las ventanas interiores.
El suelo es de madera con muebles antiguos pero muy bien
conservados, por todas la casa correteaba una perrita alborotadora,
pequeña y negra, no sabría decir de que raza.
-Esta perrita- dijo doña Claudia- nos la regalo mi nieta en nuestro
cincuenta aniversario de boda. Le puso por nombre Ñusty, en recuerdo
de las Ñustas del Antiguo Perú.
Doña Claudia les dirigió a través de un pasillo hasta el estudio de
su esposo. Era una estancia amplia con una gran mesa con varios
montones de papeles, dos sillones de cuero burdeos. Una estantería,
llena de libros, cubría dos de la paredes, en las otras, una puerta-
ventana se abría a un patio interior con una gran maceta en la que
crecía una miniatura de algarrobo y otra ventana a la fachada lateral, las
zonas de pared libres, estaban decoradas por grabados y maquetas de
los restos arqueológicos de la región.
Se presentaron.
D. Miguel, para sus 82 años todavía se mueve con la elegancia de
un maestro, acostumbrado a disertar delante de grupos de alumnos.
Tras unos anteojos de montura metálica y estilo clásico les mira con
atención unos ojos, algo cansados, pero inquisitivos y con frecuencia con
destellos de ironía. Después de presentarse contándole de donde venían
y lo que habían encontrado, el famoso manuscrito.
-D. Miguel -le dijo Juan- nuestra primera pegunta es si se puede
saber si este manuscrito ha sido ya publicado.
-Para eso tendré que leerlo, estudiarlo despacio y hacer algunas
averiguaciones bibliográficas.
-También necesitamos una opinión autorizada sobre, si se puede
decir sin dudar, que esta escrito en la fecha que dice, que es de la época
de la conquista.
Abrieron la computadora y le mostraron las fotografías de varias
hojas del manuscrito y al verlas dijo con pausa.
-La letra es muy cuidada pero veo que faltan las abreviaturas a la
que eran tan aficionados los Escribanos de la época -les miró antes de
proseguir
-En el manuscrito se dice que el autor no es un escribano, - aportó
Rosa - es una mujer, hija de una MAMA-COYA y de un soldado andaluz.
Lo que quiere, es dejar constancia de lo que ha pasado con su Aldea. Su
historia según la recordaban sus antepasados.
Pareció que esas palabras le convencieron, pero siguió señalando lo
que para él podrían ser incongruencias:
-La encuadernación es demasiado sencilla. Lo llamativo es que
siendo tan pobre la presentación se conservara en el Archivo. Tal vez él
que la recibió pensó que era particularmente interesante. Pero para
poder decir algo más serio. Hay que leer y estudiar detenidamente el
documento.
Comenzó a leer las fotografías en la computadora, cada fotografía
era una página del manuscrito. Después de media hora les dijo:
-Este manuscrito es muy interesante. Refleja los datos históricos
que tenemos: Sabemos que durante milenios, en el Norte del Perú, en
los valles de Tumbes, del Chira y de Piura, se desarrollaron diversas
culturas, cuando llegó Trujillo y sus soldados encontraron a los Tallan,
un pueblo agrícola que había convertido esos valles en zonas ricas y
fértiles, asegurándose una suficiente producción de alimentos para su
población, esta situación causó el pasmo de los primeros conquistadores.
Este pueblo es conocido como los Tallan, gente muy hospitalaria.
Lo más característico es su dominio sobre el mar: la perfección que
alcanzaron en la pesca y en la navegación a vela.
Sabemos que no eran un pueblo militarista y conquistador. Es
admirable comprobar, como se preocuparan de establecer vínculos
comerciales y de amistad sin plantearse la conquista de ninguna
territorio. Era un pueblo pacífico.
En una estantería de la biblioteca tenía dos ficheros con fichas de
tamaño octavilla de papel reciclado, antiguas circulares, Orden del Día
de reuniones, etc. que guardaba de su época académica, y que ahora
iba cortando para aprovechar el papel. Algunas fichas apenas tenían
unas líneas, en otras, disminuía la letra, para recoger párrafos enteros
de información. De aquel fichero, D. Miguel les mostraba, con facilidad,
la fichas que en ese momento era la apropiada.
-Con gentes de estos pueblos se encontraron, al comienzo de la
conquista, los recién llegados. Fue muy grande su asombro – siguió
comentando D. Miguel - pues en el tiempo que estaban por América no
habían visto ese tipo de velas, ni que se manejara un barco con timón.
Parece que, de manera jocosa, algún cronista afirma que aquellos
conquistadores, al ver en la lejanía ese barco, se desilusionaron
pensando que otros europeos se le habían adelantado. Cuando lo vieron
de cerca, descubrieron que aquello no era un barco de los conocidos,
sino una balsa, aunque con velas y timón.
En una de las paredes del despacho, un grabado representaba la
posible maqueta de una de esas balsas. Y siguió hablando:
-Por supuesto que no lo saben, pero un día a la semana me reúno
en el estudio de Radio Libertad con un grupo de carcamales, todos
profesores de Historia, pero jubilados: unos de la Universidad otros de
Secundaria. Allí grabamos una conversación que luego se emite con el
pomposo titulo de Debates de Historia, varias veces, a lo largo de la
semana en distintas hora. Recuerdo el día que saque a colación un
informe sobre la Señora de Cao. Yo había asistido el 15 de mayo de
2006 en la Universidad a una conferencia del Arqueólogo Doctor Regulo
Franco Jordan del Instituto Nacional de Cultura, que dirigía un equipo de
arqueólogos peruanos que trabajaban en la Huaca de Cao, que está
cerca de la pequeña ciudad de Magdalena de Cao a unos 60 kilómetros
al norte de Trujillo. En esa Conferencia disertó sobre el descubrimiento
de los restos de una mujer a la que llamaron Señora de Cao.
Es increíble cómo un fardo enterrado hace unos 1.700 años,
mantenía oculto uno de los más apasionantes capítulos de la historia
peruana.
Antes de ese hallazgo, todo el mundo científico pensaba que sólo
los hombres había ejercido altos cargos políticos o militares en el antiguo
Perú. Ahora se ponía en duda, pues esa Señora, se presentaba con los
atributos de la autoridad suprema de una Reina Guerrera, que había
gobernado mil años antes que aparecieran los Inca. En la conversación
hablé de que ese matriarcado se sigue notando por estas tierra. Nunca
se ha perdido esa actitud entre la mujeres trujillanas.
Pero, uno de los contertulios, D. Antonio, me rebatió no sólo lo de
la Señora sino lo de las mujeres trujillanas:
-Eso no son más que tonterías de gente que se deja influenciar por
las modas. Que moderno suena eso del feminismo, pero es falso. Y
usted, D. Miguel no le da vergüenza renegar, traicionar a su condición,
después de años y años siendo hombre, ahora nos viene con eso de las
mujeres. ¡ por favor!, hay que ser coherentes.
-Mire usted -intervino D. Diego tomando el recorte del periódico
que yo había llevado- aquí se habla del ajuar encontrado con báculos
que representaban el poderío de gobernante.
-¿Qué es eso de los báculos? -casi se burlaba con sorna D. Antonio.
-Pues unos cetros de madera forrados de cobre, -remacho D.
Diego- utilizados en las ceremonias como símbolos de poder y
hegemonía, que se encontraron dentro del cofre de madera en el que
estaba encerrada la Señora.
-Antes de este descubrimiento, - volví a tomar la palabra- no había
ninguna información científica sobre el hallazgo de narigueras en tumbas
de mujeres de la cultura moche. Esas joyas, todos pensábamos que
eran exclusivas de los hombres y lo mismo las porras de madera
forradas con metal dorado, otro elemento masculino, también
encontrados dentro del fardo funerario, habrían sido utilizadas durante
las ceremonias como símbolos de poder y hegemonía.
-Que no D. Miguel, que no -se revolvía cada vez con menos
argumentos, pero con la terquedad que le caracterizaba, nuestro amigo
D. Antonio- No se puede aceptar esa teoría, ¿que pasa en el Imperio
Mochica o en el Inca?. La autoridad suprema la tienen siempre los
hombres, Puedo aceptar: brujas, sacerdotisas o hechiceras pero nunca
gobernantes o guerreras. Eso es una ingenuidad de ignorantes.
-Tampoco le convence las palabras del cronista Cieza -dije sin
mucho convencimiento- no recuerda como afirma que en 1528 durante
el segundo viaje de Pizarro a éstas tierras los españoles tienen trato
directo con dichas Señoras. Y como Pedro Halcón pretendió quedarse en
ese lugar y se lo exigió imperativamente a Pizarro, quien no quiso
porqué el tal Halcón "era de poco juicio" y muy enamoradizo.
-A aquellas Señoras -Volvió a meter baza D. Diego- hasta “las
conducían en andas”, e inclusive ejercían la poliandria a su antojo,
tenían libertad de escoger consortes y por "cantidad".
-Bueno eso si que son habladurías de algunos de los cronistas-
apostilló D. Fernando- pues otros no dicen nada de eso. Además se tiene
alguna constancia de que la Señora de Cao sea tan antigua.
-Pues sí, Don Fernando, -dije sacando una de mis fichas- en la
conferencia el Arqueólogo habló de dos factores que habrían contribuido
a conservar los restos de la Señora de Cao.
1º El nivel intermedio en que se encontró la tumba. Entre el
escalón superior y la base de la pirámide.
2º El uso de cinabrio o sulfato de mercurio. Que funcionó como un
repelente y veneno para las bacterias, que podrían haber deteriorado el
cuerpo.
Dando un gran rodeo, para despistar a los soldados que tal vez nos
podían rastrear, nos dirigimos a casa de Arumi.
-¿Que ha pasado en la ciudadela? - nos preguntó Wara asustada al
ver nuestro nerviosismo.
Después de que Arumi le pusiera al corriente lo que había sucedido
ella afirmó con determinación.
-Tenemos que irnos todos inmediatamente. Antes o después nos
encontraran. Todo esto es muy peligroso.
-Mujer, no seas tan alarmista, los hemos despistado. Estoy seguro
de que nadie nos ha seguido.
-De todos modos, -le contestó- los soldados tienen medios para
saber lo que sucede y tu ya eres muy conocido.
Ninguno de nosotros abrió la boca ante esta situación inesperada.
No sería adecuado poner en riesgo su seguridad ¿Que podíamos hacer?
Wara se enfrentó con el joven que nos había acompañado en la
huida.
- ¿Y tú quien eres?. No te conozco de nada.
- Yo soy de una aldea de la sierra y hace varios meses me hicieron
prisionero. Nos habíamos enfrentado a la autoridad de Chan Chan y los
soldados arrasaron mi pueblo y cogieron prisionero a todos los que
habíamos sobrevivido a su ataque. Al llevar a la cárcel, cada soldado
marcó con fuego el brazo de sus prisioneros y los metió en la celda,
luego los irán eligiendo para el sacrificio. Llevo semanas sobreviviendo a
la elección, pero antes o después me elegirían para el sacrificio. Y esta
tarde, dominando mi pánico, he aprovechado el cambio de guardia y en
un descuido he huido y cuando corría sin saber por donde salir, les he
visto a ellos, y a ver que también corríais he pensado que me podríais
proteger.
Wara recordó entristecido:
-Nuestra vida ha sido terrorífica, teníamos miedo hasta de respirar,
sometidos a los deseos sanguinarios de unos Jefes que representaba a
un dios perverso que exigía victimas humanas. Cuantas veces me han
obligado a asistir a la actuación de El Decapitador, segando la vida ha
cientos de hombres, jóvenes prisioneros en sus interminables guerras.
Cada soldado trasladaba a su prisionero desnudo y atado por el cuello. El
Decapitador los recibía en el centro de la plaza, sobre un pedestal de
piedra, sajaba con el Tumi los brazos para recoger la sangre en la Copa
ceremonial, de esa copa bebía el soldado que lo había capturado, para
apropiarse de su energía, después le cortaba el brazo por la marca y se
los entregaba como trofeo al vencedor, terminaba su agonía con un
golpe seco que descoyuntaba su cuello. La cabeza sangrante se exhibía,
con las demás, hasta el nuevo sacrificio, en la plataforma central, junto
con las copas que contenían la sangre de los decapitados. Yo recuerdo
los alaridos de dolor, muchas noches poblaban mis pesadillas infantiles.
El problema era que cuando ya medio me había olvidado, tenia que
asistir a otra ceremonia sangrienta, pues nos obligaba a presenciarlas.
En esta y otras conversaciones estamos, cuando de pronto,
numerosos soldados irrumpieron en el patio, nos rodearon y nos fueron
apresando a pesar de nuestra oposición. Un soldado se me abalanzó, yo
le golpeé las manos y forcejeé para zafarme de él.
-¡Quieta! – me gritó derribándome e inmobilizándome con su peso.
Entre gritos y carreras nos fueron apresando y atando a todos,
pero en medio del tumulto, el joven logró salir del patio y escapar.
A los seis nos llevaron a la ciudadela rodeados de soldados, al
entrar Arumi susurró:
-Esta no es la fortaleza del Señor, si no la de su heredero.
Por las calles de esta ciudadela se veía muy poca gente, estaba
todavía construyéndose, algunas murallas y casas se iban edificando con
urgencia porque al actual Señor parecía que le quedaba poco tiempo de
vida. Al llegar a la mazmorra la encontramos vacía. Era un agujero en el
suelo de una sala, nos metieron dentro y bloquearon la abertura con
palos, apenas entraba unos rayos de luz, reflejo de las antorchas de la
sala de los guardianes. Fruto de la tensión me dormí, mi sueño fue una
pesadilla: según recuerdo llegaba hacia el gran Sacrificador y en medio
de alaridos de dolor me desperté. Fue una noche de sobresaltos.
DÍA MARTES
Dumma: narrador
Dumma: narrador
Un secreto, 1479
Dumma: narrador
Dumma: narrador
Este valle parecía diferente a la luz del día, cuando ayer, coronamos
la cumbre y pusimos el campamento, ya era de noche. Pero ahora, ante
nuestros ojos, se extiende el peregrinar lento y sinuosos de un río,
bordeado de vegetación, grandes sauces cubren las riberas, llenando de
sombras la corriente. Una vez más, como me sucedía con frecuencia, me
quedé inmóvil contemplando la belleza del paisaje, y deseando ser un
cóndor para poder sobrevolarlo todo desde las nubes.
Al amanecer el cielo, cargado de nubes de tormenta, lo vaticina y
luego durante todo el día andamos bajo el aguacero. Cuando ya
estábamos empapados, nos refugiamos en una oquedad, no se podía
llamar cueva, pero al menos, el suelo estaba seco y nos la ingeniamos
para encender una fogata, secar la ropa y calentarnos.
En dos ocasiones Usuy (que trae abundancia) y Parina, protegidos
por una tela encerada, se alejaron bajo la lluvia y volvieron con cantidad
de ramas muertas, pero totalmente mojadas. Las apilan alrededor del
fuego para que se fueran secando y al rato, aunque desprendiendo humo
blanco, estaban en condiciones de arder. Cuando llegó la noche cesó la
lluvia, se encendieron las estrellas y la luna llena inundó el cielo.
Comimos, hablamos. Yo toque la ocarina y recordé a nuestra gente,
hasta que poco a poco nos fuimos durmiendo.
A la mañana siguiente nos pusimos de nuevo en marcha, no
teníamos casi alimentos, ¡más nos valdría llegar pronto a Cajamarca!,
pues el hambre empezaba hacer mella en nuestras fuerzas.
Pero las cosas se complicaron.
Un atardecer bajábamos la ladera de una montaña, cuando
oteamos a un grupo de soldados del Inca. Avanzaban con
despreocupación, descendiendo de la cima. Nosotros estábamos
desparramados, cuando casi llegaron al fondo del valle, Duchicela, Usuy
y Sayri; Parina y yo todavía estamos a media ladera. Es Parina quien los
descubrió
-Mira, Takiri - me susurró- Esos soldados se nos acercan.
Empezamos a correr cuesta abajo alejándonos de los soldados y
acercándonos a nuestros amigos. Corrimos procurando hacer el menor
ruido posible, tratando de pasar desapercibidos, aunque en aquel terreno
pedregoso, con muy pocos matojos, era difícil ocultarse. Cuando nos
vieron los soldados, comenzaron a gritar y a perseguirnos. ¡En mi vida
había corrido con tanta decisión!, pero todo fue en vano, aquellos
soldados corrían con fuerza, mientras que nosotros estábamos
debilitados. Al dar un salto aterrice rodando entre las piedras, unos
matorrales detuvieron mi caída, entonces un soldado me golpeó, poco
después otros alcanzaban a Parina y lo apresan rodeándolo. Por el
alboroto de la persecución, nuestros compañeros que ya habían llegado
al río descubrieron lo que pasaba. Usuy (que trae abundancia) reaccionó
con rapidez corrió ladera arriba a nuestro encuentro. Cuando llegó una
veintena de soldados nos rodeaban.
-¿Quién manda aquí?.
Al tono autoritario de la pregunta hizo vacilar a aquellos hombres y
uno de ellos se presentó.
-Yo soy el jefe de este grupo ¿y tu quien eres?
-Me llamo Usuy (que trae abundancia) y soy oficial del ejercito
Inca, a todos estos los llevo al Cusco.
-¿Pero qué me dices?
-Estos, son representantes de diferentes aldeas y van conmigo a
entrevistarse con el Inca.
Ya habían llegado los demás.
-Son dos cañari: Duchicela y Parina y dos del río Virú: Sayri y
Takiri. Llevan mensajes de paz para la fiesta del Inti Raymi.
No me parece que estas palabras les convencieran, pero la actitud
decidida de Usuy le amedranta lo suficiente para forzarles a expresar:
-De acuerdo, pero nos parece que esta manera de viajar es muy
peligrosa, sin escolta y fuera del Camino Real.
-Vamos por aquí atajando hasta Cajamarca, allí se reunirá toda la
caravana. Es verdad que medio nos hemos perdido, necesitamos comida.
Para mi sorpresa aquellos soldados nos ofrecieron maíz, papas, y
carne seca, pero más me sorprendió Usuy, que dirigiéndose, tanto a los
soldados como a nosotros, afirmó:
-Lo mejor es que todos bajemos al río y allí podremos comer.
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, menos aún Parina, que
no sabía ni donde mirar, viéndose acogido por soldados del Inca.
Bajamos hasta el río y, en una pequeña pradera, los soldados
prepararon la hoguera y la comida, con gestos, Usuy (que trae
abundancia) hizo que nosotros no colaborásemos, había que mantener
nuestra ficticia encomienda: auténticos representantes de varios pueblos
amigos del Inca.
Los soldados no iban camino de Cajamarca, tenían orden de unirse
a un ejercito que avanza hacia Chachapoyas, si hubieran ido en nuestra
dirección, estoy seguro, que Usuy los hubiera convertido en nuestra
escolta.
Cuando, después de comer, los soldados siguieron su derrotero y
nosotros recupéramos nuestra realidad, Parina no salía de su asombro
¿Cómo Usuy había dominado la situación? Era inca y sabía manejar la
mentalidad de los soldados, las ordenes de un oficial se aceptan
siempre.
A partir de ese momento, Parina comenzó a ver con otros ojos a
Usuy, todos nos dimos cuenta de su cambio de actitud. Empezó a
respetarlo y admirarlo. Era frecuente verlos trabajar en equipo.
Como Duchicela casi siempre avanzaba ensimismada, le estaba
costando asimilar la muerte de su abuela, en el silencio yo me sentía
como una hormiga ante la inmensidad del paisaje, era una experiencia
única recorriendo aquel lugar solitario. A veces el viento barría las nubes
y, por unos instantes se veían, las cimas nevadas, de unos montes
imponentes, pero en momentos las nubes lo cerraban todo, hasta los
rayos del sol se debilitan, este viaje me estaba llenando de nuevas
experiencias, hasta entonces mi mundo se reducía al río Virú, ahora, con
mis propios ojos, contemplaba la inmensidad de un mundo desconocido
del que sólo había oído hablar.
-¿En que piensas? -me interrumpió Duchicela acercándose- tu estás
sintiendo lo mismo que yo, cuando contemplé el mar por primera vez:
las nubes tan cercanas, abrazadas a las montañas, los días de lluvia
incesantes, el sabor imposible de la nieve, la pequeñez de nuestra propia
realidad, contemplando la inmensidad de los montes. Yo también quede
anonadada frente al mar, miraba y miraba y todavía no puedo
comprender si a lo lejos se terminaba, y si se termina ¿había algo detrás
del horizonte?.
Nuestra conversación la interrumpió una lluvia intensa y repentina.
Corrimos ladera abajo hasta reunirnos con los demás bajo la protección
de unas rocas. Llueve tenue pero constantemente toda la noche, y así
continuamos acurrucados en medio de la soledad.
Lo mismo que yo, Parina, jamás había salido de su aldea. Avistar
desde el cerro la ciudad de Cajamarca, con sus palacios de paredes
enrojecidas por el sol del atardecer, y sus largas calles distribuidas entre
las casas de adobe y, sobre la loma cercana, las charcas humeantes,
hacen que se detenga y exclame:
-Que pasa ¿aquel incendio puede llegar hasta la ciudad?.
-No te preocupes, -le explicó Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda)- allí es donde nosotros vivimos y aquello no es fuego, pero no te
voy a decir nada hasta que lo veas, entonces si que vas a ver una
maravilla, ni te puedes imaginar aquel regalo de la Pachamama. Cuando
yo llegué por primera vez también me sorprendió.
Aceléramos el paso gastando nuestras últimas fuerzas, bordeamos
la ciudad de Cajamarca. Parina ya tendría ocasión de conocer la ciudad,
Usuy y Sayri tenía verdadera urgencia de abrazar a sus familias, nos
encaminamos hacia las charcas.
DIA MIERCOLES
Cuando llegaron esa tarde, Doña Claudia les dijo que estaba
ocupada con una visita pero que entraran al estudio donde estaba su
marido:
- Ya conocen el camino -Dijo con amabilidad.
D. Miguel casi dormitaba en uno de los sillones, pero reaccionó
nada más vernos, se levantó con la agilidad de sus ochenta años
cumplidos, les estrechó la mano. Encendió la computadora y mientras se
ponía en marcha les dijo.
-Toda la mañana, he estado investigando sobre los cañari, no sabía
mucho de ellos, pues nadie los considera peruanos, sino más bien
Ecuatorianos, aunque después de estudiar sus relaciones con los incas,
se puede decir que muchos de ellos fueron deportados a algunos lugares
del Imperio Inca. Por lo que sabemos fue un pueblo mucho más antiguo
pero sin ninguna apetencia conquistadora, las distintas aldeas sólo se
unían cuando había un enemigo exterior.
Tenían que aliarse para formar un frente común. Lo hicieron y
lucharon contra la conquista y ocupación incas, sin éxito. Pero siempre
rechazaron la dominación y con frecuencia se revelaron, los Cañaris
engañaron y traicionaron cuanto pudieron a los Incas, que intentaron
formar, a partir de las comunidades locales, un ente “cañari”, al que
incluso le pusieron nombre. Para los conquistadores Incas era un pueblo
de costumbres extrañas, desde su peinado por los que lo llamaban, de
modo despectivo, cabeza de calabaza hasta su religión, adorando la
culebra.
En el conflicto entre Atahualpa y Huascar, sobre la sucesión al
cargo de Inca, los Cañaris dieron su apoyo a Huascar pues ya habían
sufrido la crueldad de Atahualpa. Por desgracia, su candidato resultó
perdedor y tuvieron que aguantar la ira y venganza de Atahualpa
triunfante. Según la crónica de Pedro Cieza de León (1547), la masacre
de Cañaris fue tan brutal que sobrevivió sólo un hombre por cada cinco
mujeres. Todo esto pasó antes que Pizarro desembarcara en Tumbes, es
decir, llegara al Perú. Tan pronto supieron de la llegada de un nuevo
participante en el campo político-militar, tres jefes cañari bajaron a
Tumbes para ofrecerle su alianza, siempre con el afán de desterrar a los
odiados Incas.
Desde este momento los Cañaris colaboraron con los españoles en
calidad de guías, cargadores, soldados y hasta consejeros de los nuevos
conquistadores.
Se puede decir que los actuales peruanos también descienden de
los Cañaris, como de los Mochicas, de los Chimus, de los Incas y de los
Españoles.
-En el manuscrito se habla de los chasquis ¿Y quiénes eran los
chasquis? - Preguntó Juan.
-Eran funcionarios de la Organización Inca, jóvenes corredores que
iban de Tambo a Tambo llevando los mensajes del Inca. Estos jóvenes,
entre los 18 y 20 años, preparados físicamente desde su juventud para
recorrer grandes distancias en el menor tiempo posible, de ellos
dependía a veces que se suspendiera una acción militar a tiempo o
llegaran los refuerzos en una batalla.
En los Tambos los chasquis descansaban mientras esperaban al
chasqui en camino. En cuanto avistaban que iba llegando, se preparaban
a salir enseguida, y tomando el bolsón que el chasqui traía, salía
inmediatamente.
En las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega se dice que los
chasquis, gracias a su velocidad y resistencia, llevaban al Inca,
establecido en el Cusco, pescado fresco desde la costa; cubriendo una
distancia de unos 600 km en condiciones adversas tales como la altura
para cruzar la Cordillera de los Andes. El Cusco está a 3.680 metros
sobre el nivel del mar.
Llevaba siempre un pututu para anunciar su llegada, un kipu,
donde traía la información, y un bolsón a la espalda, donde llevaba
objetos y encomiendas. En la cabeza llevaba un penacho de plumas
blancas.
-Cuando yo era escolar, nos explicaron - dijo Rosa- que los Incas
no tenían escritura. ¿Los quipu servían para transmitir mensajes?
-No se conocía la escritura con caracteres sobre una superficie. Se
cree que el quipu era un sistema equivalente a la escritura pues es
posible lograr más de 8 millones de combinaciones gracias a la
diversidad de colores, distancias entre las cuerdas, posiciones y tipos de
nudos posibles.
El quipu (del quechua Khipu que significa nudo), fue un sistema de
cuerdas de lana o de algodón y nudos de uno o varios colores.
Consta de una cuerda principal, sin nudos, de la cual salen otras
con nudos y de diversos colores, formas y tamaños. Los colores se
identifican como productos y los nudos con la cantidad. Puede haber
cuerdas sin nudos, como también cuerdas que no se desprenden de la
principal sino de una secundaria.
Su utilización más conocida es la de sistema de numeración y
contabilidad. Pero podrían ser también libros con una escritura
alfanumérica donde los números, simbolizados en cada nudo,
representan una letra. Fueron utilizados para registrar la población de
cada uno de los grupos étnicos, clasificado por sexo y edad. Las
cantidades de productos guardados en los tambos y de los ganados,
tierras, etc., los calendarios, las observaciones astronómicas, las cuentas
de las batallas y las sucesiones dinásticas y quizás la literatura.
Actualmente se sigue investigando el significado de cerca de 600
quipu sobrevivientes, lo que podría servir para ampliar nuestro
conocimiento.
Siguieron hablando de aquellas historias tan interesante, hasta que
llegó la hora del paseo.
Al dar el primer paso en la calle, D. Miguel se santiguo, sin
ostentación pero sin disimulo, tomó del brazo a Rosa y a Juan le dio la
correa de Ñusty.
-Tal vez - empezó a hablar- se han sorprendido al verme santiguar,
pero esta es una costumbre que empecé ha hacer cada vez que salgo a
la calle, desde hace algunos años. Es lo que hacia mi abuelo. En una
ocasión hasta dijo en voz alta: En el nombre del Padre..... y me dijo:
cuando salgo a la calle podrías pensar que es por que yo quiero, por que
a mi me apetece, cuando la verdad es que salgo porque Dios quiere.
-Esa costumbre- aportó Rosa- también la he visto en algunas
personas en España.
-Pues a mi me costó empezar bastante tiempo después de ver a mi
abuelo. Durante años estuve dando vueltas a unas palabras que escuche
en una canción de un cantante español. Creo que Serrat, que cantaba
una poesía de Antonio Machado: El Cristo de los gitanos, siempre con
sangre en las manos. Y luego : que es la fe de mis mayores.
-En efecto es Juan Manuel Serrat- aportó Juan.
D. Miguel continuó:
-La fe de mis mayores. Eso me intrigaba. Y si mi problema era que
yo me consideraba más inteligente que mis mayores. No podía poner en
duda que mi inteligencia estaba mucho más cultivada que la de ellos,
¡sólo con pensar en mi abuela analfabeta! Pero ¿y si yo tenía más
verdades que ellos, pero había perdido la verdad?. La verdad de mis
mayores. No era más verdadera mi abuela que con sus esposo rezaba
cada día el rosario, o la que iba cada día a misa. No estaría yo
obnubilado por la soberbia de la inteligencia. ¿No se si les aburró con mi
cantinela?
Durante estos minutos, varias personas le habían saludado, él
respondía pero seguía con su verdad.
-No -le animó Juan- nos esta enseñando mucho.
-Pues aquí tienen una nueva lección – levantó la vista ante los
árboles de un Parque diciendo con ironía- esta es la plazuela de Pinillos
en recuerdo de uno de los héroes peruanos, un capitán del Aire, que
también da nombre a Aeropuerto Internacional de Trujillo. Un personaje
importante, pero su plazuela a quedado para parque donde suelto a
Ñusty para que haga sus cosas: ríos y montaña, también corretea a su
antojo.
Como veis hay bastantes niños con sus madres, a veces, con el
padre y también algunas parejas de novios que pasean o se sientan a la
sombra de los árboles. Es un lugar tranquilo.
Regreso a la Aldea
DÍA JUEVES
Tambo Colorado:
Situado en el Valle de Pisco y a media hora de la ciudad de Pisco,
Tambo Colorado era la ruina de adobe mejor conservada de todo el
Perú, solamente faltan los techos.
Fue edificado en la época del Inca Pachacutec con la finalidad de
albergar a soldados y altos dignatarios. La arquitectura y el trazado
típico inca se mantienen con una única particularidad: la construcción es
de adobe y muestra la adaptabilidad de los andinos al nuevo ambiente
costeño durante su expansión.
Recibe su nombre del color rojizo que presentaban sus edificios,
enlucidos con estuco y teñidos con pigmentos minerales extraídos de
una cantera cercana. Completaba la ornamentación los colores amarillos
y blancos, los que brindaban a la estructura una apariencia formidable.
En la actualidad mucho del color original se ha perdido, lavado por las
lluvias y erosionado por el paso de los siglos.
Está dividido en dos sectores.
El primero es el más importante, pues está constituido por un gran
edificio con forma de pirámide erigido en las laderas de un cerro. Con
100 metros aproximados de frente y 150 de profundidad, tiene un solo
acceso organizado en torno a una plaza rodeada por cerca de 30
habitáculo. Destacan el llamado Templo del Sol, el Acllahuasi o Casa de
las vírgenes solares y el Palacio que se cree fue mansión de la autoridad
máxima. En la plaza se ubica una pequeña pirámide donde desde lo alto
se divisa con mucha claridad gran parte del amplio y fértil valle que se
extiende hasta el mar.
El segundo sector esta formado por dos edificios rectangulares
divididos por un muro.
Este conjunto se encuentra a 800 metros sobre el nivel del mar y
en un sitio constantemente soleado y seco.
La Chinkana :
Como todos los meses para celebrar la fiesta de la Luna Llena, los
hombres vinieron a la Aldea del Río, llegaron a la ensenada en un grupo
bullicioso de canoas. El ronco sonido de las caracolas y tambores,
anunciaba su llegada.
En esta ocasión, además de los niños, muchas madres habían
bajado a recibirlos, pues nos llegó la noticia de que viene con ellos el
naufrago viracocha. La algarabía bulliciosa subía la pequeña cuesta,
sombreada de chirimoyas, atravesaba toda la aldea hasta el templo,
donde les esperaba la MAMA-COYA Kori (mujer valiosa y de gran
sensatez), con ella estoy yo, su hija Sulata (mujer hermosa).
Mi Madre se había puesto, para la ocasión, algunas de las
vestiduras rituales. Se quitó su vestido de trabajo, después de lavarse
las manos del barro que había trabajado. Tomó de un gancho de la
pared, una túnica de algodón, verde intenso con pequeñas flores de
verde más pálido. Se la echó sobre la cabeza, la ciñó con un grueso
cinturón de cuero con incrustaciones de plata y oro. Se puso el adorno
de nariz de oro y plata. Y por último se colocó la diadema junto con la
corona de cobre dorado.
Por lo que luego nos dijo Diego, lo que más le llamó la atención
fueron los tatuajes de sus manos. Yo ya tenía tatuadas las arañas de los
pies y la serpiente en mi brazo, pues la heredera era, cada año, marcada
con las señales de su futuro poder.
Le vimos acercarse temeroso, tal vez cohibido, sin saber cómo
manifestar su respeto. Mientras asciende por la rampa de las cinco
plataformas que ya tiene nuestro Templo, buscaba a su alrededor qué
hacían los demás, pero al no ver nada extraño, pensó que lo mejor era
poner una rodilla en tierra, luego nos dijo que esa era la manera de
actuar delante de la Reina de Castilla. Y así el lo hizo.
Fue un momento de emoción y silencio, hasta que dijo, mirando
con determinación a la MAMA-COYA Kori:
- Deseo pedirle permiso para celebrar la fiesta en su Aldea, desde
que he llegado todos me han recibido con afecto y deseo corresponder.
Mi madre lo miró, sorprendida de que pudiera entender lo que
decía, pues aunque no hablaba nuestro idioma, se le entiende casi todo.
Se acercó hasta él y agarrándolo por los brazos, le hizo levantar, y con
gestos pausados y ceremoniosos lo abrazó, acogiéndolo en nuestra
Aldea, en medio del alborozo de los presentes.
No pensé lo mucho que llegaría influir en mi vida futura, aquel
joven conquistador, que abrazaba a mi madre con afecto.
Aquella noche nuestra MAMA-COYA le invitó a comer. Cuando nos
reunimos en torno a la hoguera, a la puerta de la casa, nos sorprendió
que no se sentara como nosotros, con las piernas dobladas por delante
en tal forma que las rodillas se quedan altas, a nivel de la barbilla.
-Perdonar que no os imite en vuestra forma de sentaros, pero como
no estoy acostumbrado, estaré muy incomodo para almorzar con
tranquilidad.
Vimos que se sentó con las piernas cruzadas delante.
Y ante nuestra insistencia nos siguió contando su historia.
Yanawara: Narradora
DÍA VIERNES
Don Miguel les recibió con más documentos en los que pudieron
encontrar información sobre la llegada y primeras actuaciones de los
españoles.
Un cronista asegura que, cuando por tercera vez llegó Pizarro al
Perú, encontró el pueblo de Tumbes quemado y destruido por el ataque
de los nativos. Al hacer averiguaciones sobre esa tierra, se enteraron de
la guerra fratricida, situación que podía serles útil para la invasión.
Nos cuenta el cronista Mena, que Atahualpa había enviado a un
capitán suyo, disfrazado para espiar a los conquistadores. Este capitán
propuso luego atacar al ejército español en un desfiladero pero el Inca
incomprensiblemente se lo impidió.
Lenta y prudentemente avanzaban los españoles y en un
reconocimiento del campo, Hernando de Soto llegó con cuarenta
hombres al lugar donde hallaron un pueblo destruido por la guerra pero
con los depósitos llenos. Los soldados quisieron repartirse el oro y las
mujeres pero Pizarro tenía prohibido cualquier desmán o pillaje que
pudiera irritar a los naturales.
Durante varios días continuó Pizarro su camino hacia la sierra hasta
que llegaron ante el real de Atahualpa, quien les mandó regalos de carne
asada, maíz y chicha. Pero un curaca amigo les recomendó no probar
bocado por temor a que fuesen víveres envenenados.
Al atardecer entraron sigilosamente en Cajamarca, temerosos de
algún encuentro armado. Hernando de Soto y Hernando Pizarro
solicitaron a Francisco Pizarro permiso para dirigirse al campamento de
Atahualpa y verlo de cerca. Encontraron al Inca sentado a la entrada de
una casa rodeado de sus principales y de sus mujeres. Soto se acercó
caracoleando su cabalgadura tan cerca del soberano que su borla se
movió con el resoplido del caballo sin que el Inca hiciese el menor gesto
de sorpresa o de temor. Hernando Pizarro que se había atrasado,
apareció con un intérprete. El Inca les ofreció de beber y les prometió ir
personalmente a la ciudad al día siguiente.
EPILOGO
DÍA SÁBADO
DÍA DOMINGO
DÍA LUNES
Sería las seis de la mañana cuando de la recepción del Hotel
comunican por teléfono a Rosa y Juan que un taxista les esperaba en la
puerta. Rosa se acerca a la habitación de Adela y como ya están todos
preparados, bajan con presteza. Pero antes de ponerse en marcha
invitan al Señor Cesar a desayunar, aunque él ya ha comido, se sienta
con ellos a la mesa y acepta una mazamorra morada, mientras ellos
toman café, leche y tamales. Como todos tienen prisa, se demoran muy
poco.
Al subir al taxis, Juan se pone en el asiento junto D. Cesar, tiene la
intención de aprovechar el viaje para contarle lo que han leído en el
manuscrito y así prepararlo para que pueda entender mejor lo que
buscan con tanto interés.
Es un viaje muy agradable de apenas una hora por la
Panamericana rumbo al Sur, y pronto queda claro que el Señor Cesar es
un hombre muy leído, pero, sobre la antigüedad peruana, casi todo lo
que sabe se reduce a los múltiples tópicos que ensalzan a los incas y
denigran a los conquistadores, aunque la existencia de Chan-Chan, a
donde ha llevado turistas con frecuencia, le tiene intrigado.
-En una ocasión le hice una carrera -les comentó- a dos personas
que hablaban sobre la importancia de aquellos habitantes, conquistados
por los soldados Incas, Hablaban de Chan-Chan pero, también de de la
Señora de Cao y de otros sitios cercanos a Trujillo.
Retazos de aquella conversación le llevaron a buscar en la
Biblioteca Municipal algunos libros sobre el tema.
-En la Biblioteca encontré cualquier cantidad de libros pero el que
me recomendó la Bibliotecaria, me resultó bastante aburrido, me pareció
demasiado técnico y así terminó malamente mi afición por ese asunto.
El viaje también dio oportunidad para hablar de la familia y de sus
amigos de Virú. Por teléfono había conectado con su gran amigo, Luis, a
su casa les llevaría pues les puede dar información de primera mano
sobre el lugar.
En el Grifo Gran Chimú, paran a llenar el tanque de combustible, al
reanudar la marcha, la Panamericana atraviesa las primeras calles de
Virú, llegaron cuando ya el sol rompe el cielo. Las casa de la ciudad se
desparramaban a lo largo de la carretera hasta que una de las calles,
como todas en el lado derecho, se aleja de la Panamericana y les lleva
hasta el núcleo, hasta la Plaza de Armas, a esta barriada algunos mapas
la llaman Saraque, pero es allí donde están la Municipalidad Provincial, la
Comisaria, el Estadio y el Cementerio del Virú. En algunas calles ven
arcos de madera decorados con cintas de colores y flores.
-Señor Cesar -preguntó intrigado Juan- ¿Qué son esos arcos? He
visto ya varios.
-Son de los catorce Arcos para la fiesta, por estas calles pasan Las
Diabladas, en la fiesta del Señor de la Sangre. El sábado anterior al
primer domingo de julio es la venida del Señor y luego el concurso de
danzas. Y por la noche, es la retreta de las bandas y la quema de fuegos
artificiales como símbolo de víspera. El domingo, día central, después de
la misa, sobre a las seis de la tarde, comienza la procesión principal que
lleva al Señor de la Sangre hacia la capilla edificada a los pies de la
Huaca Santa Clara. El lunes de amanecida, el Señor de la Sangre
regresa al templo del Virú, pero en el camino se encuentra con el Señor
de la Sangre de Lima, el Señor de Huamanzaña y La Pastorcita. En el
Barrio El Alto lo esperan las imágenes de San Pedro, San Pablo y San
Isidro. Son encuentros emocionantes, sobretodo para los viruleños que
esperan durante el año estas fiestas.
Cerca de la Plaza de Armas, llegaron a la casa del Señor Luis y su
esposa Teresita, que les reciben con alegría, por supuesto, la alegría es
por abrazar al Señor Cesar, no le han visto en varios años. El señor
Cesar presenta a Rosa, Adela y Juan.
-El señor Cesar nos ha dicho que usted nos puede orientar.
-comentó Rosa- En primer lugar nos gustaría que nos explicara qué pasa
con el río, pues lo hemos cruzado y apenas es una acequia canalizada.
-Desde hace unos años -comienzó el señor Luis- en esta parte del
Perú se está realizando una gran obra de ingeniería es el Proyecto
Especial CHAVIMOCHIC que consiste en la derivación de las aguas del río
Santa a través de un canal para conducirla, por medio de túneles y
puentes, hacia los valles de Chao, Virú, Moche y Chicama. Ese canal
madre enlaza con el Río Virú y lo alimenta para distribuir agua por todo
el valle.
-Toda esa construcción -sentencia el señor Cesar- ha cambiado
totalmente el paisaje del valle y hasta el recorrido del río. El dato más
relevante para encontrar lo que buscamos será localizar el cerro
Saraque.
-Señor Luis -preguntó Rosa- ¿Por donde piensas que podemos
empezara a buscar?.
-Yo les acompañaré en toda la excursión, lo que me dijo Cesar me
interesa. Podemos ir esta mañana, río arriba, hasta el cerro y allí ver esa
aldea de la que hablan, después vendremos a casa para comer y por la
tarde podemos ir hasta el mar.
Sin más dilaciones se encaminaron hacia el cerro Saraque.
Del pueblo arrancan dos carreteras, que alejándose del mar,
acompañan por las riberas al río. Por la del margen derecho se acercan
al cerro, lo superan buscando las cascadas, que resultan más pequeñas
de lo que habían imaginado. Son cuatro pequeñas cascadas. El agua,
muy limpia, saltaba entre las piedras y se remansaba en cristalinas
lagunas. Cerca estaba el acantilado de los Guacamayos.
A la sombra de unos árboles, sobre un pequeño prado, se sentaron
a contemplar las cascadas.
-Tal vez ya estaban estos árboles cuando los niños venían a por
arcilla, –comentó Juan- o son los retoños de aquellos, pues los
algarrobos tienen una larga vida y estos se ven muy retorcidos y añosos.
Al rato montaron de nuevo en el todo-terreno y volviendo sobre
sus pasos se aproximan al Cerro.
-En esta zona tendría que estar la Aldea, -comentó Rosa al llegar al
lugar en que se acercaba la ladera al río- pues dice el Manuscrito, que
entre el Virú y el Cerro edificaron el Templo, las casas y los almacenes.
Detuvieron el auto, los cinco se apearon y comenzaron a andar:
algarrobos, matorrales, algún cañan que huye a su paso, cientos de
pájaros les dan la bienvenida, el aire vibra con el aleteo de los insectos,
pero no se ve ni rastro de la Aldea, ni de los andenes para el cultivo, ni
de las acequias. Todas las laderas del cerro esta llena de guijarros,
rocas, algunos árboles y muchos matorrales.
Por muchas vueltas que dan, todo es inútil, allí no se encuentra
ningún resto de la Aldea.
-¿Dónde puede estar la Aldea? -preguntó Juan intrigado- parece
que se ha volatilizado.
El señor Luis frunce el ceño y dice paseando la vista por el campo.
-No lo sé. Pero se me ocurren algunas explicaciones. Hay que tener
en cuenta que ha pasado mucho tiempo y con frecuencia el río crece con
las lluvias e inunda las riberas. No sería extraño pensar que hace años
viniera una riada más importante y arrastrara rocas, fango y árboles.
Pudo arrasar la Aldea y cubrirla de escombros.
-Eso pudo ser – admite, de mala gana, el señor Cesar- pero ¿Qué
pasó con los andenes de la ladera en los que cultivaban? No hay ni
rastro y en otros muchos lugares se han conservado ¿No habéis visto
fotos de MachuPichu?
-También se me ocurre otra explicación -afirma pensativo el señor
Luis- y si algún sismo o algún huaico hizo desplomarse la ladera, y
arrastró la zona de cultivo enterrando la Aldea.
-Pues es una explicación -afirmó pensativa, Rosa, y un tanto
confusa- y hasta que los arqueólogos no tengan tiempo, esta Aldea
estará esperándoles. Ahora tienen demasiados sitios donde buscar.
Es muy difícil darse por vencidos después que haber estado
soñando durante tanto tiempo con aquel lugar. Incansables subieron y
bajaron el cerro una y otra vez, intentando encontrar alguna señal de
ruinas o huellas de la antigua Aldea. Hicieron cientos de fotos, sería lo
único que se llevarían.
-Allí, en la lejanía, -les dijo el señor Luis- sobre el cerro al otro lado
del río, se dibuja la mole inmensa del Castillo de Tomabal, es una
edificación de adobe, ya estaba construida mucho antes de que los
españoles llegaran al Perú y todavía permanece como recuerdo y señal
de sus antiguos habitantes.
-En el Manuscrito –apunta Adela- dicen que cuando llegaron al
valle encontraron una gran edificación, aunque ya estaba deshabitada y
en parte arruinada.
Se hizo la hora de comer y decidieron volver al pueblo. En el auto
la conversación estaba llena de desilusión ¡Qué pena no haber
encontrado nada! Tal vez se había ilusionado en demasía.
Al llegar al pueblo, como ya la hora es tardía, se encaminan
directamente a Restaurante El Fogón, donde la señora Teresita ya les
espera. Había hablado con la propietaria del Restaurante, doña Rosita, y
además de encargar la comida, había negociado que una pareja, bailara
marineras, para sus invitados.
Cuando se acercaban, las notas musicales de la marinera
inundaban el cobertizo, donde se situaba el comedor. Rayos de sol
atravesaban la cubierta, llenándolo de columnas de luz y de manchas de
claridad en las mesas y el suelo. En una de las mesas estaban
preparados seis servicios, sobre el mantel de papel azul con rayas
blancas, hacia ella, la señora Teresita, encaminó a la comitiva. Otras
mesas estaban ocupadas por trabajadores, de una empresa cercana de
conservas vegetales. Por el Chavimochic ha empezado a surgir varias
empresas de elaboración de los productos agrícolas: espárragos,
pimientos de piquillo, alcachofas; que dan nueva vida a la ciudad, y que
en España se ven en los envases: Producto de Perú.
-Estos son los famosos Chicharrones de cerdo -presentó orgullosa
doña Rosita- que se cocina con su piel y en su grasa, acompañados con
papas sancochadas y maíz tostado al que se añade una salsa criolla
hecha con cebolla picada y limón y hierbabuena.
-Es leyenda que este plato -comentó el señor Luis- era el preferido
de D. Francisco Pizarro, pues en su infancia criaba cerdos. En este
manjar se allegaban los sabores peruanos: papa y maíz, productos
desconocidos en su tierra, con el cerdo que ellos trajeron desde España.
En la conversación hablaron de su rechazo a los cañanes pero
también de su admiración por la papa, se puede comer: cocida, asada,
ahumada y frita. No hay más modos de cocinar un alimento.
Por la tarde bajaron a buscar la Aldea del Mar, pero con la
experiencia de la mañana, apenas piensan en que, al menos puedan ver,
la puesta de sol que los habitantes de esa Aldea vería cada atardecer.
Rosa sintió el frescor de la brisa en el rostro, cuando a lo lejos se
empezó a vislumbra el mar.
Habían visto el paisaje con árboles y flores, oído el rumor del río y
el canto de los pájaros, tocado el agua en sus pies y en su cara, olido el
aroma de los campos y del mar, saboreado los frutos de los algarrobos;
y sobretodo, habían llenado sus pulmones con el aire de las orillas del
Río Virú.
CORO I
Eres tu, oh Virú, Madre Tierra
que a la patria su nombre inspiró,
la fuente eterna que bebieron
nuestros pueblos por su libertad
ESTROFA
Suelo patrio y cuna gloriosa
de la noble cultura Virú,
brazo enhiesto y tambo de imperio
casta Inca, Mochica – Chimú.
Tu ciudad esmerada del valle
armonía de paz y quietud,
siembra un pueblo que canta y rebosa
los valores de la juventud.
ESTROFA
Tomabal, un castillo del arte,
Milenario Queneto eres tú,
magna piedra angular que sostiene
la grandeza del pueblo Virú.
Levantemos al tope las almas,
que nos una la fe, la inquietud.
Chavimochic fomente la siembra,
La cosecha, el honor, la virtud.
CORO II
Eres tú, oh Virú, Madre tierra,
la que España, San Pedro nombró.
La Virgen de los Dolores cuide
su fiel pueblo, posada de amor (bis)
INDICE