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Mª Elena Obregón Quintana

Pedro García Carmona

A orillas de Virú
LIBRO PRIMERO

Dedicado a
Doña Emperatriz Quintana Viuda de Obregón
al cumplir 90 años.
Cuando los soldados de Pizarro oyeron dialogar a los
habitantes originarios del Río Virú, de que las tierras más
allá del ese río estaban llenas de riquezas sin cuanto,
comenzaron a hablar del Virú como la meta de sus sueños.
No se tardó mucho en deformar la palabra Virú en Perú y
por esos ahora se habla del Perú, y no sólo de Perú,
pues se está recordando al rio Virú.
Pocos países tienen un artículo en su nombre, apenas La
Argentina y La India, cada una de ellos
con una motivación muy especifica.

Para ponerse en contacto con los autores facilitamos su dirección:


mariaelenaypedro9@gmail.con
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Entrega del Manuscrito en Trujillo


Viaje a Perú
Nos acercamos a Trujillo

Trujillo, 1563
Entrega del manuscrito

Me llamo Yanawara, que en el idioma de mi Aldea significa:


“estrella que ha venido de lejos”. Y en mi nombre se refleja la realidad
de mi nacimiento, ya que soy hija de la MAMA-COYA Sulata y del soldado
andaluz Diego de Villamayor.
Se puede decir que en mi persona se realiza, en toda su plenitud,
la extraordinaria unión del Virú y Andalucía.
Nací, como la gran mayoría de niños de mi aldea, dentro de las
aguas del río Virú, en el año 1527 del nacimiento de Cristo, siendo
Atahualpa el Inca del Imperio y Sulata la MAMA-COYA de nuestra Aldea.
Ahora vosotros veis en mi a una anciana de las muchas que
deambulan por las aldeas de estas tierras. Yo no me oculto, pero
tampoco deseo reflejar mis poderes, ni siquiera los muchos secretos que
a lo largo de los años las sucesivas MAMA-COYAS hemos idos guardando
formando un tesoro de creencias y verdades y que resumen nuestra
sabiduría.
Después de múltiples conversaciones con muchas de las personas
de mi Aldea, después muchas reticencias y dudas, hemos resuelto dar la
oportunidad, a todos los que estén interesado, de que conozca de
primera mano nuestra forma de vida y nuestras creencias a través de
este escrito. Pues dada vez más vemos como rumores y maledicencias
están dando lugar a incontables tergiversaciones y ocultamientos de la
verdad, con la clara intención de ignorar la importancia que tuvo mi
Aldea en los progresos anteriores a la llegada del Inca a estas tierras.

Creo necesario comenzar recordando que cuando apenas tenía yo


nueve años, murió mi padre en un desgraciado accidente que todavía me
duele recordar y que volvió a cambiar nuestras vidas. Fue desde
entonces cuando mi madre empezó a pensar, aconsejada por mi abuela,
que yo debía asimilar plenamente el idioma y la cultura de mi padre,
pues todos ya estábamos convencidos de que aquellos conquistadores,
dominarían todo el Imperio Inca y además habían venido para quedarse.
Tengo muchos recuerdos de mi padre, pues siempre fue para mi un
hombre joven, guapo, una cabeza más alto que los demás hombres de
mi Aldea, casi siempre ataviado a la usanza de nuestro pueblo aunque
en su cara, una poblada barba constantemente lo mostrara como a un
forastero, era muy hábil montando a caballo y siempre se mostraba muy
cariñoso conmigo.
Abandonar por primera vez mi Aldea fue un desgarro en mi
corazón. Parecía que no se encontraba el momento para ejecutarlo, pero
una mañana, para mi casi de improviso, es verdad que se había hablado
del asunto con frecuencia desde hacia varias lunas, y la decisión ya
estaba tomada y hasta en el Templo habíamos celebrado el ritual de
despedida.
Pero al fin llegó.
Y así de amanecida un día nos pusimos en marcha. Yo acababa de
cumplí los diez años y mi madre me acompaño hasta la ciudad de
Trujillo. Durante el camino tuvimos muchos momentos de silencio pero
otros muchos de consejos. Por mi parte eran sobre todos sentimientos
de perdida, sensación que se intensificó al divisar las primeras casa de la
ciudad y llenarme de una marabunta de nuevos olores, colores y sonidos
que fueron sofocando los que hasta ese día había llenado mi vida.
Al llegar mi madre comenzó a preguntar por el Alcaide y recibió
comentarios festivos, burlones y hasta de rechazo, cuando comunicaba
que pretendía ser recibida por el Alcaide. Pero fácilmente encontramos la
casa donde vivía, y a la puerta nos apostamos y mi madre preguntaba a
cuantos entraban o salían:
¿Está el Alcaide? ¿Nos puede recibir? ¿Somos la esposa y la hija de
un capitán español?
Paso el tiempo y a media tarde nos invitaron a entrar, nos llevaron
hasta una sala llena de cajones de madera y muy oscura y maloliente.
Vimos junto al ventanuco, una pequeña mesa con velas encendidas, que
centró nuestra atención. En esa mesa vislumbramos la silueta de un
español, que levantó la vista inquisitivamente al vernos. Pronto nos
comunicó que no era el Alcaide pero si su Teniente Secretario, personaje
de similar autoridad, sobretodo en lo referente a las relaciones entre los
españoles y los originarios, pues a lo largo del día, en aquellas oficinas
se había rumoreado con insistencia que las mujeres de la puerta venían
a poner algún pleito contra el capitán español del que hablaban, casi
siempre eran acusaciones de robos, engaños, promesas incumplidas, de
españoles que con frecuencia se sentían inmunes ante sus fechorías, por
eso le admiró nuestra petición:
-Esta niña es la única hija legitima del Capitán Diego de Villamayor,
por eso nos parece muy importante que conozca y asimile su idioma y su
cultura, pues así en el futuro será más fácil las relaciones entre nuestro
pueblo y los conquistadores sea más manejables y apropiadas.
A todos los presentes les pareció sensata y muy cabal nuestra
petición pero no era tan fácil hacerla realidad.
Pero fue sorprendente lo fácil que resultó todo cuando un capitán
español que había conocido a mi padre y le había tenido en gran estima,
pidió permiso para acogerme en su casa y facilitar mi formación.
Después de una rápida cavilación le fue concedido y cuando terminó sus
diligencias en la Audiencia, me acompaño junto con mi madre hasta su
casa.
A mitad de una pequeña calle, casi empedrada, se encontraba la
casa, allí nos presentó y dejó con su esposa, Doña Angélica. La casa era
unas cuatro veces mayor que las viviendas de mi Aldea pero mucho más
oscuras, pues las ventanas apenas dejaban entrar la luz y algunas
habitaciones hasta carecían de ventanas, todo daba sensación de
provisionalidad pues aunque se estaba construyendo como lo que tendría
que ser una ciudad importante, los habitantes en su mayoría seguían
pensando en conseguir marchar al Cuzco o a otros destinos en teoría,
más provechosos.
En el patio, bajo un gran algarrobo, mi madre platicó de largo con
Doña Angélica, estando yo presente. Así nos entéramos, no sin asombro,
que Doña Angélica había llegado desde Segobia, hacia apenas dos años,
junto con un grupo de mujeres de Castilla con la intención de
matrimoniar con los conquistadores como era el deseo de la Reina de
Castilla: Doña Isabel.
Con esta familia me dejó mi madre durante un tiempo: casi tres
años, que fueron bastante felices, aunque las primeras semanas añoraba
mi vida en la aldea y mi familia, pero en todo momento me trataron con
cariño. De aquella familia no sólo aprendí la nueva religión si no también
sus costumbres. Llegué a leer y escribir y por supuesto hablar en su
idioma.

En este documento recojo los acontecimientos que me narraron mis


abuelos: la MAMA-COYA Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) y su
marido Kinu (hombre despierto y vivaz), sobre la historia de mi pueblo y
algunos de los momentos más extraordinarios de esa historia. Forma
parte fundamental de nuestra vida el vivir envuelto en narraciones,
palabras que impregnaban nuestra memoria, para ello fijábamos los
hechos en cuentos, poesías y canciones.
Cuando narrábamos una historia, casi la cantábamos, resaltando la
musicalidad de las palabras y los silencios, buscando de este modo
facilitar el recuerdo.
Al escribir en castellano siento que traiciono su profunda verdad,
pues las despojo, sin querer, de la armonía, el ritmo y la vida de los
hechos narrados. Me he resistido mucho a llevar a cabo este menester,
aunque cada vez veía con más claridad mi obligación de plasmar estas
narraciones, para que no se pierdan en el olvido, pues yo ya empiezo a
sentir el frío en mi cuerpo, y a mi alrededor muchos jóvenes están
olvidando nuestro idioma y nuestra historia.
Desde que éramos niños, todos escuchamos con avidez estas
narraciones que nos trasmiten con frecuencia los mayores, en las fiesta
alrededor de la hoguera. Cada historia está narrada tal y como nos ha
llegado. Los protagonista cuentan en primera persona aquellos hechos
que han vivido.
Para nosotros son tan importantes estas narraciones que hemos
procurado recordarlas una y otra vez, sin alterarlas, pues son nuestra
historia, desde que llegamos al río Virú.
Nuestro pueblo vino del norte huyendo de una gran tormenta, en
aquellos días estábamos dirigidos por la MAMA-COYA Tintaya (La que
consigue lo que quiere). Nos asentamos en este valle y a lo largo de este
tiempo hemos vivido según nuestras costumbres, hasta el momento
actual. Un momento de los grandes cambios: en nuestra organización
social, en nuestro idioma y en nuestra religión. En todo aquello sobre lo
que se asentaba nuestra vida, todo aquello por lo que habíamos vivido
durante tanto tiempo, pero que estos días se tambalea con la fuerza de
un sismo.
Nuestra existencia se desarrolla en un vaivén incesante de días y
noches, el Sol y la Luna se persiguen, incansables, por el cielo dando
lugar al trascurrir monótono de nuestra existencia, pero esa monotonía,
se llenaba de confianza, al sentir la presencia constante de los demás
miembros de la Aldea, por eso la mayor desgracia es estar aislados:
marginados.
Nuestra Aldea se distingue, de algunos pueblos que nos rodean, en
que nosotros tenemos como autoridad máxima a una mujer, la llamamos
MAMA-COYA y es seleccionada entre las hijas de la anterior MAMA-COYA
por el consejo de Madres. Todas las mujeres adquieren el título de
Madres, cuando ponen el nombre a su primer hijo, esta ceremonia es
cuando el hijo cumple los 5 años y a partir de ese día, la madre forma
parte del Consejo de Madres y el hijo se incorpora a la Aldea. Hasta ese
momento era sólo la hija o hijo de una mujer: el hijo de Kori o la hija de
Ayka.
Cuando la primera hija de la MAMA-COYA llega a los cinco año, si es
elegida como la futura MAMA-COYA, se le tatúa una araña en cada pie
como señal de su elección y a partir de ese momento todos en la aldea
se responsabilizan de su educación. Primero pasa, varios años, viviendo
en la Aldea del Mar con los Padres, aunque la traen a la Aldea cada Luna
para la fiesta. Luego vive, por temporadas, en la casa de algunas
Madres, su vida cambia cuando, a los doce años elige esposo y empieza
a vivir en su propia casa. Cuando se convierte en Madre, forma parte del
Consejo como heredera, tras la muerte de su Madre, se convierte en la
nueva MAMA-COYA.
La vida de la Aldea se organiza alrededor del templo que, según
nuestra usanza, se construye como una gran plataforma cuadrangular,
donde ponemos la Kala de la MAMA-QOYA.
Con bloques de adobe, levantamos cuatro muros, cada uno de un
metro de altura y un metro de espesor. Esos muros formaban un gran
cuadrado que lo rellenamos con arena y piedras y se cierra con un techo
de adobe, sobre ese pavimento se harán las ceremonias rituales.
Meses antes de empezar a construir el templo, un grupo de
mujeres y hombres, a las ordenes de hija y sucesora de la MAMA-COYA
van por los montes para buscar la Kala (roca). Necesitamos atrapar el
espíritu de la montaña cercana y traerlo hasta nuestra aldea. Difícil es
separarla de su roca madre y más costoso transportarla, pero es
necesario si queremos cumplir con nuestras tradiciones.
En el centro de la gran plataforma colocamos la Kala ceremonial, es
un monolito de 2.15 metros de alto y de medio metro de diámetro, en el
que tallamos dibujos lineales y en la parte central un circulo circunscrito
en un cuadrado y la hoguera de las ofrendas. En cada esquina de la
plataforma se encienden hoguera de luz para iluminar cuando anochece.
Del centro ceremonial comienzan cuatro calzadas que después de
veinte pasos llegan a cada una de los vertientes de la plataforma y luego
de una rampa, forman las cuatro calles principales de la Aldea.
La calzada del norte desciende hasta el río Virú, mientras que la del
sur, sube hasta la cima del Cerro Saraque.
Después de una zona despejada, en torno a todo el Templo, se
construyen las casas de caña y barro, en la primera fila al sur, vive la
MAMA-QOYA, detrás, las madres alfareras con los talleres y almacenes,
con su característico olor a madera quemada de los muchos hornos, uno
en cada casa de ese barrio. Y, separada por la calle que sube hasta la
cima del Saraque, están las casas donde viven las Madres agricultoras
con sus granjas y almacenes para guardar los productos agrícolas.
En el norte, se sitúan las casas de las madres orfebres que trabaja
el metal y lavan en el río el oro y la plata, con la sinfonía de martillazos
que llenan todos los pasadizos y plazuelas durante el día. Y, separadas
por la calle que desciende hasta el río, las madres hilanderas, con sus
telares, pilones del tinte y depósitos de ropas y telas.
En cada zona se agrupan las casas sin mantener ningún orden
aunque agrupadas en pequeñas manzanas, no hay calles sino pasadizos
entre las viviendas. Cada casa se organiza alrededor de una patio, en
una lateral se construye la habitación de los padres y enfrente el taller
donde trabaja la madre de la familia.
Las madres agricultoras trabajan en la ladera del Cerro Saraque. El
camino directo a la cumbre es abrupto, pero con piernas jóvenes, se
llega rápido a la cima. Hasta allí llega la acequia construida para traer
agua a través de varios kilómetros. Desde donde el río Virú, antes de
caer por las cascadas, está a la misma altura que esta cima.
En todas nuestras celebraciones, la danza ocupa el primer lugar,
pero para nosotros no sólo es sinónimo de diversión o fiesta, es, sobre
todo, la expresión de la espiritualidad de nuestro pueblo. Danzamos para
mantener y acrecentar el sentimiento de unidad. Los que somos muchos,
llegamos a estar unidos formando una colectividad, que marcha al
unísono sometida a las fuerzas de la Naturaleza. Ejecutamos en nuestras
danzas como largas caminatas, en grupos numerosos de hombres y
mujeres, unificando el paso y el movimiento, al ritmo de tambores,
avanzamos todos unidos como una sola realidad, tal vez una serpiente,
un animal multicolor y escurridizo.
La educación de los jóvenes suele ser muy dura y los castigos, en
ocasiones, son hasta crueles y dolorosos, pensamos que sólo así se
puede asimilar la realidad en la que estamos inmersos, una realidad
brutal y no siempre justa.
Pero aquellos años, fueron tiempos de zozobra y desgracia, de
incertidumbre y dolor. Acontecimientos muy extraños, como no se
recordaban en nuestra memoria, se sucedieron, removiendo los
fundamentos de nuestras creencias y de nuestra visión del mundo.
Según nuestra forma de pensar toda la realidad es sagrada y dual:
tierra-mar, hembra-macho, día-noche, arriba-abajo, pasado-futuro,
delante-detrás. Pero nunca se puede dar una situación en la que los
opuestos luchen entre sí buscando la hegemonía. Son parte del todo, se
complementan y sin uno, no hay otro.
El Sol (Walac) ilumina y enriquece a la Tierra (Pachamama) y la
Luna (Shi) domina sobre el Mar (Mamacocha).

Pertenezco a un pueblo que ha sido conquistado, en repetidas


ocasiones, a lo largo del tiempo; que ha sentido la prepotencia de otros
pueblos más poderosos. De esos pueblos hemos recibido muchas cosas
buenas, pero, con el paso de tiempo, hemos tenido, que liberarnos al
sentir su crueldad. Tantas atrocidades que no podíamos soportar.
Gritamos: ¡LIBERTAD! Cuando con la ayuda del Inca nos sacudimos
el yugo del terror de los Señores de Chan Chan.
Gritamos ¡LIBERTAD! Cuando con la ayuda de los Españoles nos
libramos del poder del Inca.
¿Tendremos que volver a gritar ¡LIBERTAD! Cuando con nuestras
propias fuerzas tengamos que enfrentamos a los españoles?
Los de Chan Chan vinieron del norte, más allá del río Manta,
fundaron un reino en el río Moche y nos trajeron su religión, la división
de clases sociales, la burocracia y su crueldad.
Los Incas vinieron del sur, del Lago Titicaca y nos trajeron su
religión, sus conocimientos astronómicos, el calendario, su organización
social, su idioma y su crueldad.
Los Españoles vinieron de mucho más lejos y también nos trajeron
su religión, la rueda, la pólvora, el caballo, su idioma y su crueldad.
Me han contado tantas historias de nuestro pueblo que después de
todo lo que yo he escuchado, visto y vivido, no sé quién nos hizo mayor
bien, a quién debemos estar más agradecidos, por que, a pesar del daño
que nos hicieron, todos nos han traído su cultura, han abierto nuestras
mentes a nuevas verdades. Tantas veces su presencia nos han causado
sufrimiento, a nadie le puede extrañas que nuestra realidad actual haya
surgido del dolor, como yo nací tras el dolor de un parto.
Espero que mis palabras os den suficiente información para que
podáis juzgar con conocimiento de los hechos, tal y como nosotros los
vivimos.
Entrego esta carta junto con el manuscrito en el que escribo las
distintas narraciones orales escuchadas a los protagonistas. Lo firmo de
mi puño y letra ante el escribano real en Trujillo a 1563.
Viaje al Perú
Agosto 2008

El avión de Iberia IB 6653, volaba aquel viernes de agosto, sobre


la selva del Amazonas, a miles de pies de altura, entre el mar de nubes,
en algunos momentos se podía vislumbrar el verde intenso de la selva y
hasta se llegaba a intuir el amplio cauce del gran río.
Llevaban muchas horas de vuelo desde Madrid. Era un vuelo
barato, con salidas en la madrugada y cambio de avión en Caracas,
donde permanecieron varias horas sin salir del aeropuerto. Los
pasajeros dormitaban o conversaban.
Como en todos los viajes, cada pasajero tenia sus motivaciones,
algunos volvían después de años para ver a su familia, otros iban por
primera vez con intereses laborales o de ocio.
Para Rosa y su esposo Juan, era su tercer viaje por motivos
familiares. Rosa había llegado a España desde Lima, donde había dejado
a toda su familia. Después de varios años, volvía una vez más
acompañada por su esposo.
Como siempre al inicio del viaje, las azafatas se distribuyeron por
los pasillos y pidieron atención a las instrucciones que debían dar sobre
seguridad. Las reacciones de los pasajeros fueron muy diversas: desde
los que tal vez piensan que como hubiera un accidente todos esas
normas eran inútiles, a los que las han oído tantas veces que creen ya
las saben demasiado, algunos parece que no quieren saber nada de la
posibilidad de tener que utilizar los salvavidas, de otros se podía pensar
que mostraban desprecio al trabajo de las azafatas, enfrascándose en la
lectura de algún periódico, los menos atienden con atención, supieran
las normas o no, mostrado el respeto debido a aquellas profesionales
que tal vez piensan que hacen el ridículo, cuando realmente están
cumpliendo un deber.
Juan había aprendido a sentir la fascinación de una familia y un
país, al que cada vez se sentían más unidos por su historia y su belleza.
Su deseo era mirar y remirar en primer lugar a las personas, pero
también a los paisajes y los edificios. En las personas encontraría el
presente de la realidad peruana, mientras que los edificios y paisajes les
mostraría la esencia de las raíces profundas de la peruanidad. De eso y
de tantas cosas hablaban, hasta que la voz de la azafata les llena de
alegría:
-Por favor. Ocupen sus asientos y pónganse los cinturones, en unos
minutos iniciaremos las maniobras de aproximación al aeropuerto
Internacional Jorge Chavez de Lima. La temperatura es de 14º y el cielo
está brumoso.
En la semi-oscuridad del atardecer se ven multitud de luces de
ciudad, una amalgama de infinitas señales de vida humana. Con un
pequeño retraso, el avión comienza a deslizarse suavemente por la
pista.
Mientras desciende el avión, Juan recuerda que en otras visitas les
habían dicho que el Perú no esta reflejado en la ciudad de Lima, hasta el
extremo de poder afirmar que si en Lima no hubiera limeñas y limeños,
Lima no formaría parte del Perú. Basta salir de Lima para ver cielos, ríos,
cerros, quebradas, que contradicen todo lo que se puede ver, oler o
tocar en la ciudad de Lima. Perú es otra cosa, es mucho más.
Es el problema de las grandes ciudades, con facilidad se aíslan del
paisaje y de la vida que les rodea.
Un ejemplo es el río Rimac, que parece que pierde su peruanidad al
discurrir por Lima, su agua deja de ser limpia y abundante para ser
apenas un riachuelo, oscuro y sinuoso.
Cuando un limeño se ve obligado a salir de Lima, parece que ve
todos los paisajes con ojos de turista de otro país, más como un
observador extranjero que como un paisano, ante lo que le ofrecen la
grandiosa geografía peruana.
Como en todos los viajes anteriores, Rosa se había puesto en
contacto previamente con familiares y amigos pues su intención era
dedicar tiempo a todas aquellas personas.
Uno de los primeros día se reunieron con Adela, una de las amigas
de Rosa, la conocía desde hacia muchos ya que había trabajado con ella
antes de su marcha del Perú. Mientras tomaban unas mazamorras
moradas en la terraza de un restaurante, junto al Parque Central de
Miraflores y del Palacio de la Municipalidad, en una tarde apacible pero
en la que se notaba el frescor del invierno, les dijo:
-Desde hace un tiempo estoy considerando ir a Trujillo, pero no
encuentro el momento adecuado, este puede ser el más oportuno.
En esa ciudad del norte del Perú había nacido y hacía muchos años
que no visitaba, pese a tener allí una hermana casada y varios sobrinos.
-Si me acompañáis, os haré de cicerone, pues aunque hace mucho
que no voy, todavía me acuerdo de algunas cosas y me haría mucha
ilusión ir con vosotros.
Adela era una mujer animosa, llena de vitalidad, con el pelo
ensortijado que pese a su edad mantenía totalmente azabache, rasgos
finos y modales exquisitos, recientemente jubilada, se conservaba en
plena forma, con sus múltiples ocupaciones.
-Rosa, ya recuerdo que has venido para estar con su madre y
hermanos en Lima. Pero el viaje a Trujillo os dará una visión más
amplia, pues ni tú, ni tu esposo, habéis salido de Lima en los anteriores
viajes. Juan no conoce nada del Perú y si hacemos el recorrido en bus,
podréis ver los paisajes, sentir los cambios de temperatura, ver como se
deja el invierno para llegar a la Ciudad de la eterna Primavera.
-La verdad - apuntó Juan- es que me hace ilusión, podemos hacer
una escapada de pocos días, por supuesto. A mi me gustaría conocer
Trujillo y los paisajes del camino. ¿Cuánto se tarda en bus?.
-Seis o siete horas, creo que se demora – aclaró Adela- Pero lo
mejor será que nos informemos en una Agencia de Viajes. Viniendo para
acá he visto varias en las que podemos preguntar.
Cuando terminaron se encaminan a la cercana calle Canturias,
donde en la Agencia Chirimoya Tours, les informan, con un folleto de
paisajes impresionantes, de las opciones de viaje hasta Trujillo.

Sobre las cuatro de la tarde del día sábado, partieron de Lima en


un bus moderno y cuidado, Juan se sorprendió al verlo, en comparación
con los buses urbanos, en su mayoría viejos y desastrados, ruidosos y
malolientes, este parece pertenecer al otro Perú, el Perú de las grandes
montañas y los ríos habladores.
A lo largo del trayecto hicieron numerosas paradas, en las que
salieron a pasear y también algunos vendedores de comida y bebida
subían al bus a ofrecer sus mercancías: mazamorra, choclo cocido,
tamales y objetos de bisutería. En una de las paradas les llamó la
atención lo que se autodenominaba: El Cruce. Es cierto que era un cruce
de una de las muchas carreteras, que salen de la Panamericana, para
conectar con distintos pueblos. En este cruce los vendedores están
medio uniformados, en un peto se puede leer con enormes letras
blancas: Asociación de Vendedores del Cruce.
Casi todo el trayecto, Adela y Rosa se sentaron en la tercera fila de
la izquierda, tenían mucho de que hablar. En esa misma fila, al otro lado
del pasillo, se acomodaba Juan con una señora trujillana muy aficionada
a la plática, entusiasta de su ciudad. Como el camino fue largo, en
algunas paradas cambiaron de asientos.
Durante las casi ocho horas viajando por la Panamericana Norte,
alcanzaron a ver la maravilla del atardecer sobre el Pacifico y
atravesaron parajes desérticos entre los valles floridos de los ríos Salta,
Virú y Moche, hasta llegar a Trujillo.
Serían las 12 de la noche y comenzaba el domingo. Se alojaron en
el Hotel Libertador que ocupaba una de las más importantes casonas
históricas. Un gran hotel situado en el centro de la antigua ciudad de
Trujillo, donde tenían reservadas habitaciones por e-mail. Cuando
entraron en su habitación, Juan y Rosa, vieron por la ventana las luces
de la Plaza de Armas, pero les venció el cansancio y después de
contemplar el espectáculo unos momentos, cerraron la ventana y
corrieron las cortinas para dormir.

Después de unas horas, se reunieron en el comedor con Adela:


desayuno continental y primeras programación de actividades.
-Hay tres focos históricos, -comenta Adela- en sólo 10 kilómetros
se forma un triangulo: la ciudad de Chan Chan (de la cultura Chimú), la
ciudadela de Trujillo (fundada por Almagro) y la Huaca del Sol y Huaca
de la Luna (de la cultura Mochica). Podemos empezar por la ciudad de la
época de los conquistadores, de hecho residimos en ella.
Sin rumbo fijo salieron a deambular por las calles de la antigua
ciudadela de Trujillo, la actual Avenida España sigue el trazado de la
antigua la muralla, edificada cuando los ataques de los piratas se
hicieron frecuentes. A las 11 de la mañana asistieron a misa en la
Catedral.
-Como veis, -se defiende Adela- esta Catedral no es un edificio
antiguo, pues uno de los múltiples terremotos que ha vivido la ciudad,
dejó en ruinas la antigua Catedral.
En un ambiente dominguero, la Catedral se llenó de fieles que
abarrotaban la nave y al terminar la ceremonia se desparramaron por la
plaza de Armas.
Ellos también salieron a pasear lentamente por el Jirón
Independencia, lleno de viandantes al ser día de fiesta, Adela sugirió ir a
un museo que recordaba de su infancia, les habló del "Café-Bar del
Museo del Juguete" ubicado en la esquina del Jirón Junín. Era una
casona color celeste, a dos cuadras de la Plaza de Armas, entraron y
pidieron unos Inka-Colas. Una camarera les informó de que en la parte
alta está el Museo del Juguete.
-Es el primero de su tipo en Sudamérica. -afirma con convicción la
camarera- Pueden ver una magnífica colección privada, propiedad del
pintor Gerardo Chávez. Contiene juguetes de muchas partes del mundo
y también, algunos del período prehispánico peruano.
Por una estrecha escalera, subieron a la planta alta, donde
encuentran el peculiar museo, que ocupaba las estancias de la antigua
casona. Los juguetes se distribuyen por vitrinas adosadas a las paredes
y en otras que ocupan el centro de las habitaciones.
Así, admirando aquellos objetos infantiles, se les hace la hora de la
comida y decidieron volver al Hotel.
Encontraron el restaurante casi lleno de comensales pero con
varias mesas vacías. Un camarero les acompañó y les entregó la Carta,
aprovechando para explicarles el Menú del Día:
Aperitivo: Pisco sour
Entrante: Papas a la huacaína se cocina con papas amarillas, ají,
leche y pan.
Segundo: Olluquito con charqui que tiene dos ingredientes que son
exclusivamente peruanos: olluco, un tipo de papa que crece en los
Andes y charqui, carne seca de llama o alpaca.
Postre: Mazamorra morada elaborada con maíz morado, manzana,
guindas y camote
-A mi –se adelanta Juan- me apetece ese Menú, así degustaré
platos típicos.
Adela y Rosa estuvieron de acuerdo y pidieron lo mismo.
-Cuando pensaba venir a Trujillo -comentó Adela- uno de mis
ilusiones era buscar en los archivos si era verdad que una de mis
bisabuelas vino de España y se casó con un peruano que tenía sangre
mochica, pues eso se comenta en la familia, pero no se tiene seguridad.
-Pues mañana podemos buscar -dijo Juan- ¿Sabes dónde encontrar
esa información?
-No tengo ni idea, –se quejó Adela- podríamos preguntar, en
primer lugar, en la Municipalidad, por si hay algún archivo en el que se
pueda encontrar esa información.

Aquella tarde, se acercaron a la ciudad de Chan Chan, con voz


profesional la guía explicaba:
-La reduplicación de una palabra, en el idioma chimú, era la
manera de reforzar su significado, en este caso Sol Sol es la manera de
decir Gran Sol. Esta gran ciudad está formado por nueve ciudadelas o
pequeñas ciudades amuralladas, construidas sólo de adobe sobre
cimientos de piedra. Llama la atención especialmente, la cantidad y
variedad de muros decorados con altorrelieves. Los hicieron con moldes
y los motivos decorativos más frecuentes son figuras geométricas, pero
también las representaciones de peces y aves.
Este centro urbano prehispánico era la ciudad de barro más grande
de América prehispánica. Declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad
por la UNESCO en 1986.
El grupo de turistas avanzaba caminando por las antiguas calles de
la ciudad, escuchando con atención las explicaciones.

DÍA LUNES
Ciudad de Trujillo, Agosto 2008

Muy de mañana visitan la Biblioteca-Archivo del Palacio Municipal,


allí entre cientos de escrituras de propiedad y testamentos, encontraron
también, Partidas de Bautismo de las primeras parroquias y manuscritos
de crónicas de la época de la conquista.
Después de mucho ojear, por casualidad, hallaron un manuscrito
que les llamó mucho la atención. Era una narración extraordinaria,
escrita por una testigo de la época de la conquista. La escritora, dice
llamarse Yanawara, y refleja las antiguas narraciones de su pueblo.
Después de leer atentamente.
-¿Crees que este manuscrito estará editado? -pregunto Juan.
-No tengo ni idea -respondió Rosa- pero me parece muy
interesante si no ha sido publicado merece serlo. Respetando su estilo,
su contenido y por supuesto el propósito de su escritora, pero
modernizando el lenguaje pues resulta muy difícil de entender con tanta
palabra antigua y abreviaturas extrañas.
Buscaron al encargado del la Biblioteca que no puso inconveniente
para que fotografíen el manuscrito, todo lo demás fue perdiendo interés
ante sus ojos. Tienen entre manos algo que les parece importante
aunque les empiezan a surgir algunas dudas. Preguntaron al
Bibliotecario.
-¿Conoce usted a alguien que nos pudiera informar sobre el
Manuscrito?.
La memoria de la cámara digital ya estaba agotada con las
fotografías del día anterior en Chan Chan y apenas pudieron captar
catorce páginas del manuscrito.
Un rato después el Bibliotecario se acercó a la mesa donde
trabajaban Y les dice:
-Por aquí vino durante un tiempo, para hacer un trabajo de
investigación, un catedrático jubilado de la universidad, se llama D.
Miguel Ladrón de Guevara. Me he permitido llamarle por teléfono y al
explicarle su petición me ha dado permiso para que les diga su dirección
y que les espera hoy a las tres de la tarde en su casa. Creo que él les
puede ayudar.
Anotaron su dirección y le agradecieron las gestiones antes de
marchar de nuevo al Hotel.
LIBRO PRIMERO

PARTE 1ª: Los comienzos de la Aldea

Así comenzó nuestra Aldea


Un día de dolor
Una antigua aventura
Construcción del nuevo Templo
Tragedia en la aldea
La Vida Continua
Ciudad de Trujillo, Agosto 2008

A orillas del Virú, 1410


Así comenzó nuestra Aldea

Yanawara (hija de MAMA-COYA Sulata y Diego) Narradora

De las antiguas narraciones que se conservan en la memoria de


la Aldea sobre su origen antes de llegar a orillas del Río Virú.

Muchas veces de boca de los ancianos he escuchado, en compañía


de todos los demás al calor de la hoguera, la historia de la abuela de la
abuela de mi abuela, la MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que
quiere). En esas narraciones se nos explicaba, con gran cantidad de
detalles, los remotos comienzos de nuestra aldea a orillas del río Virú:

Al parecer todo empezó cuando nuestro pueblo vivía mucho más al


norte, en el valle del Jequetepeque, y resultó que un día el cielo se fue
llenando de nubes doradas. Comenzó a formarse una tormenta de arena
abrasadora, los vientos intensos y racheados envolvieron árboles, casas
y calles con un denso polvo; y poco a poco se fue paralizando la vida en
la Aldea. Al punto que no se podía salir de las casas.
Los hombres abandonaron precipitadamente el lugar donde
habitualmente vivían, unas cabañas junto al mar. Y llegaron a la Aldea
preguntado qué hacer.
Todo el mundo estaba desquiciado, pasaban los días y la tormenta
no cesaba, es más, a veces parecía que se intensificaba, y así día y
noche. Las terrazas de los cultivos se cubrieron, primero de una fina
capa de polvo, pero con el tiempo, la arena fue aumentando hasta
malograr las cosechas. La acequia que nos llevaba el agua del río, se
taponó con montones de polvo y ramas de arbustos que la corriente
había arrastrado.
Las llamas y vicuñas se asustaron y corrieron desconcertadas, de
un lado para otro dentro del corral; algunas entre empellones rompieron
las vallas y escaparon atemorizadas. Para buscarlas la MAMA-COYA envió
a su hija Naira (Mujer de ojos grandes) con los demás jóvenes. Subieron
el cauce del río, pero apenas podían ver en medio de la tormenta, el
polvo les irritaba los ojos y la garganta. Los árboles derribados les
dificultaban el paso, los arbustos arrastrados por el viento les golpeaban
desgarrándoles la ropa. Unas horas después los vieron acercarse: volvían
de vacío y cubiertos de polvo.
Y en medio de la catástrofe, no tardó mucho en surgir el peor
enemigo: la desunión.
Una de las Madres, llamada Waywa, que en otras ocasiones ya se
había enfrentado a alguna de las propuestas de la MAMA-COYA, conspiró
a su espalda.
- Todos vamos a morir si nos quedamos aquí, esta tormenta no va
a terminar nunca, parece que la Aldea está maldita – decía, atizando el
miedo y creando confusión.
Como no tuvo la osadía de enfrentarse a la MAMA-COYA, cara a
cara, reunió a un grupo de madres, que con sus maridos e hijos, en una
amanecida, abordaron una balsa y abandonaron la Aldea, río abajo.
La MAMA-COYA confiaba en que la tormenta pronto cesaría, pero
más bien arreciaba. En pleno día, el sol estaba velado por el polvo y
empezó a sentirse el hambre, que desde muchos tiempo atrás, habían
desterrado de su vida.
Se puso al frente de su pueblo para buscar soluciones.
Reunió el Consejo de Madres.
No costó mucho que todas vieran, como única solución, lanzarse al
mar. En la Aldea del Mar, los padres tenían varias balsas grandes de
madera y muchas lanchas de totora. Con presteza, en medio de la
tormenta, se pusieron todos, unos cientos de mujeres, hombres y niños,
camino de la Aldea del Mar.

Fue necesario hacer varios viajes por el río. Cuando todos estaban
junto al mar, se acomodaron en las balsas, aunque estaban previstas
para acoger a veinte personas, en cada una de ellas se acomodaron casi
cincuenta viajeros. Al estar sobrecargadas y en medio de la tormenta,
las olas barrían la superficie obligando a que se sujetaran con cuerdas
para no caer al mar. Las pequeñas barcas de totora iban atadas a las
balsas y en ellas viajaban los jóvenes.
El mar estaba alborotado, el temporal balanceaba violentamente las
balsas a su antojo.
Pusieron rumbo al sur, encontraron y bordearon algunas islas
pequeñas, inhabitables, que además estaban cubiertas con los nidos de
miles de ruidosas aves marinas.
Después de varios días de complicada singladura, amaneció un día
radiante, un cielo azul sin atisbo de nubes, ni rastro de polvo.
Pero seguía estando presente el hambre.
Los hombres comenzaron a organizar la pesca, desde la balsa
oteaban el mar buscando el rastro de los peces, descubrieron con
facilidad, un banco de corvinas que avanzaban a gran velocidad entre
saltos y cabriolas. Los pescadores se dispersaron en las barcas de totora
alrededor de los peces, entre dos barcas fueron extendiendo la red, en
cada totora iba un pescador, los que llevaron la red avanzaban
impulsándose con remos intentando rodear algunos de los peces.
Cuando lo conseguían, los demás se acercaban hasta la red para golpear
con mazas a los peces que se debatía enredados en la malla. No les
costó mucho conseguir una corvina para cada balsa. Eran peces grandes
de bastantes kilos cada uno, suficiente para paliar el hambre, junto con
los alimentos que aún les quedaban.
Cada noche se reagrupaban y se aproximaban al litoral, pues
aunque todos procuraban navegar rodeando la balsa de la MAMA-COYA,
con frecuencia alguna balsa era arrastrada por la corriente, alejándola de
las demás. Eran momentos de tribulación al ver, como desaparecía en el
horizonte nuestra gente, pero se esforzaban luego por volver y otra vez
se reunía toda la aldea flotante. A medio día el sol era abrazador y con
frecuencia les faltaba el agua, la sed siempre era más dolorosa que el
hambre.
A la semana de navegación avistaron una gran ciudad, pero
decidieron seguir adelante pues, en contra del criterio de algunas
madres, la MAMA-COYA afirmó:
-Detenernos en esta ciudad supone renunciar a construir una aldea
según nuestras costumbres, además lo normal es que no nos reciban
bien. En Consejo hemos decidido que seguiremos adelante buscando un
lugar apropiado para nuestros deseos.
Unos cuantos días después, encontraron la desembocadura de un
río que regaba una extensa llanura. En medio del río se vieron rodeados
por un horizonte de vegetación exuberante. Se llenaron de alegría al
contemplar los bosques de frondosos algarrobos y otros árboles que
bordeaban el río. Las plantas totoras verdeaba cubriendo las orillas.
Después de superar unos rápido, desembarcaron dispuestos a investigar
si era una zona habitable, la MAMA-COYA envió a varios grupos que se
dispersaron. Después de un viaje tan largo, algunas madres se alegraron
de volver a pisar tierra, y comenzaron a buscar alimento, hasta que
volvieron los expedicionarios con buenas noticias. El valle era fértil y no
encontraron a nadie que lo habitara y cultivara, además traían frutos
silvestres, pero comestibles, que repartieron entre los niños y los que
más lo necesitaban.
Todos miraban a la MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que
quiere), y ella vio en sus ojos el deseo de quedarse en ese lugar, por
ello, tratando de que su voz fuera tan solemne como la decisión que
debía tomar, exclamó con gran voz:
– Agradecemos a Pachamama que nos haya dado este valle,
sentimos que ella quiere que lo hagamos fructificar y que
cuidemos de este río. Lo llamaremos Virú, a su vera
construiremos el Templo y nuestra nueva Aldea.
En medio de aquella pequeña muchedumbre se elevaron gritos de
alegría y pronto se organizó la danza de agradecimiento.
Comenzaron unos días de gran actividad para encontrar el lugar
adecuado, debía estar cerca del río pero, a la vez, inmune a las riadas
que eran de esperar cada año, pues en la lejanía se veían los cerros
nevados que con el deshielo causarían crecidas.
Talaron algunos árboles para hacer un claro, nivelaron una zona
donde construir el templo y las casas.
Meses antes de empezar a construir el templo, un grupo de
mujeres y hombres, a las órdenes de Naira (Mujer de ojos grandes), hija
y sucesora de Tintaya (La que consigue lo que quiere), fueron por los
montes para buscar nuestra Kala (roca).
Paso el tiempo, ya con el templo y las casas principales edificadas,
comenzó la espera de la lluvia, todos miraban el cielo cuando alguna
nube se acercaba. Para comenzar a utilizar el Templo tenía que ser
bañado por la lluvia, pero en aquel lugar, sólo muy de vez en cuando
caía el agua del cielo. Varios meses después, se desató la tormenta y
aquel anochecer comenzó la danza ritual y todos los de la Aldea fueron
ascendiendo, por las rampas, hacia la Kala.
Se hizo un silencio profundo y entonces la MAMA-COYA Tintaya
con las vestiduras ceremoniales y en compañía de su hija Naira, avanzó
con gran solemnidad.
La multitud contempló a la MAMA-COYA con su melena plateada,
muy lacia y tan larga que podía cubrirle la espalda como en esta ocasión.
Por lo general, la llevaba recogida en una trenza adornada con cintas de
colores.
Se presentó vestida con su ropa ceremonial de algodón blanco
hasta el suelo, en el pecho dos collares de oro, plata, turquesa, cuarzo y
lapislázuli. Adorno de nariz de oro y plata. Diademas y corona de cobre
dorado. Y en su mano el cetro de madera y oro. Sus brazos, pies y
manos cubiertos de tatuajes de caracolas, peces, serpientes y arañas,
que como una coraza la protegía y dotaban de poderes especiales.
Avanzó hasta rodear la Kala, se detuvo con un abrazo prolongado.
Todos la contemplábamos extasiado. Después roció con agua del mar, el
ojo del monolito, se volvió hacia su pueblo y con voz majestuosa ordenó:
- ¡Escuchadme todos! Durante meses hemos trabajado para
preparar esta Aldea, todos nos sentimos orgullosos de comenzar, otra
vez, con nuestras costumbres. Superando la nostalgia por el lugar que
abandonamos, hemos encontrado junto a este río, todo lo que
necesitamos. Es mi deseo que todos mis hijos e hijas, manifiesten con
sus danzas la alegría de tener esta Kala en el centro de nuestra aldea.
¡Que suene la música!.
Gritos de alegría, música de ocarinas, quenas, antaras y tambores
llenaron la noche, ahuyentando los malos espíritus de aquel templo y de
la nueva aldea.
MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que quiere) ofreció en la
hoguera los primeros frutos de estas tierras: maíz, frijoles, ají, papas.
Unas hebras de humo, surgidos de la hoguera, modularon en el
cielo una representación del agradecimiento de los nuevos habitantes del
valle.
Entonces se adelantó una fila de muchachas y muchachos que
portaban cada uno un gran cuenco con chicha y la repartieron entre la
gente. Durante horas se alargó la danza, la música y la alegría.
Así me contaron, una y otra vez, nuestro comienzo a orillas del
Virú, y así lo escribo para mantener viva la memoria

A orillas del Virú, 1431


Un día de dolor
De cómo la muerte de Tintaya (La que consigue lo que quiere)
causó un gran dolor en todos los habitantes de la Aldea.

Narrado por su marido Anca (Veloz como el águila)

Y pasaron los años, tiempo en que nos fuimos asentando en el


nuevo valle. Las madres agricultoras cubrieron la ladera del Saraque de
terrazas para facilitar los cultivos. Arrancaron árboles y arbustos,
amontonaron las piedras formando muros que retenían la tierra de los
bancales, enriquecieron la pobre arena de ladera con guano. Hasta la
cima del cerro llegaba la acequia con agua abundante y ahora todo
verdeaban con distintas tonalidades, según crecían los diversos cultivos:
los maizales, las matas de papas, los arbustos de ají, las calabazas y la
yuca. Las madres alfareras equiparon cada casa con las vasijas
necesarias para conservar los alimentos o para cocinar.
Nuestra aldea volvía a tener su Templo, nuestras hijas e hijos eran
más numerosos y fuertes. En el río teníamos ya corrales de agua con
abundante cantidad de tortugas y también las llamas tenían sus rediles.
En el bosque de algarrobos cazábamos los cañanes y dentro de las casas
teníamos cuy que también nos daban gran cantidad de carne.
Las madres hilanderas nos proveían de toda clase de telas y las
madres orfebres de los instrumentos metálicos para el trabajo
Volvíamos a poder mirar al futuro con tranquilidad.
Hasta que llegó el día, en que con dolor, despedimos a MAMA-COYA
Tintaya, había sido nuestra primera MAMA-COYA a orillas del Virú. Ella
había mirado y protegido cada rincón de la aldea, se había sentado en el
suelo de cada casa nueva, el día en que se encendía por primera vez la
cocina, librando al recinto de aquellas paredes de los malos espíritus y
de las asechanzas malignas.
Aquel día amaneció muy fresco. Pero no era el frío lo que me
resultaba más molesto, sino la niebla y la humedad condensada en el
valle que se metía en mis viejos huesos y me adormecía las rodillas.
Durante la noche las nubes habían ocultado la luz de la luna mientras el
viento soplaba desde el mar, con una brisa suave pero persistente.
Como todas las mañanas llega a nuestra vivienda mi amigo Mayta
(el que aconseja y enseña con bondad):
-¿Cómo ha pasado la noche la MAMA-COYA? -me preguntó
entrando en la casa-
-Pues ya la ves, muy bien – le conteste con tristeza- Aunque cada
vez la veo con menos fuerzas.
En ese momento Tintaya me llamó y cuando entre en su cuarto, sin
apenas abrir los ojos me musitó quedamente:
-Anca, ya no me queda mucho tiempo, prométeme que serás fuerte
y que apoyarás en todo a nuestra hija.
Apenas le tome la mano, para que sintiera mi cercanía, ella me la
apretó mientras me susurraba y me miraba a los ojos:
-Gracias Anca, por todos estos años de compañía y felicidad.
Su respiración se tornó fatigosa y un escalofrío le recorrió el cuerpo
abrasado por la fiebre que la consumía. Poco a poco cerró los ojos y dejó
de respirar plácidamente.
Se rompió la mañana:
- Nuestra MAMA-COYA ha muerto – gritó Mayta saliendo de la casa
en busca de las Madres.
Comenzó un día de aflicción y lleno de intensa actividad, unos
jóvenes llevaron, río abajo, la noticia a la Aldea del Mar, para que
también los hombres pudieran participar en las ceremonias de despedida
a nuestra querida MAMA-COYA. Yo como ya era abuelo, vivía en la Aldea
del Río con las mujeres, como los demás hombres de mi edad como mi
amigo Mayta (el que aconseja y enseña con bondad).
Desde hacía semanas yo estaba preocupado, las madres habían
organizado algunas cosas en los días previos, cuando ya veíamos que su
vida se terminaba y casi no luchaba contra la enfermedad, parecía que
había perdido las ganas de vivir. A todos los que la visitábamos nos
miraba, con la profunda ternura, de quien ha vivido y ayudado a vivir
tantas situaciones, tantas alegrías y tantas penalidades.
Muchas ceremonias eran necesarias para que fuera digna su
despedida y demostrar nuestro agradecimiento. A ella debíamos la
fuerza para traernos a estas nuevas tierras, la decisión de asentarnos
definitivamente, mirando al futuro, cuando algunos pensaron en volver a
aquella tierra que habíamos dejado huyendo de la tormenta.
Todas las Madres tenían el honor y la obligación de preparar y
realizar los rituales de su entierro, todas las ceremonias que habían
acompañado el entierro de nuestras MAMA-COYAS antiguas, a las que
tanto debía nuestro pueblo.
Aquella mañana solemnemente el cortejo de las madres se puso en
marcha, no eran muchos pasos, pero avanzaron muy lentamente con
una mezcla de tristeza y serenidad, incluso cierto aire festivo, llevaron su
cuerpo, con la delicadeza de hijos, desde nuestra casa hasta su Kala, en
el centro de la plataforma del Templo, allí la desnudaron de toda
vestidura y adorno, sólo los tatuajes la protegían y señalaban su
dignidad y poder.
Avanzó mi hija Naira (Mujer de ojos grandes) y ungió el cuerpo de
su madre con sangre de la Pachamama y lagrimas de Mamacocha. La
madre más anciana tapó su rostro con un plato dorado, después
comenzaron a envolverla con el lienzo mortuorio.
Era un tejido de más sesenta metros preparado para la ocasión, en
él estaba bordada, con símbolos y figuras, toda la historia de la Aldea
durante el tiempo en que ella nos lideró con su autoridad.
Cada una de las Madres se encargó de poner con delicadeza los
signos de su poder entre el lienzo. Después de tres vueltas una Madre
avanzó y puso la corona de oro, símbolo de su poder absoluto. Y así,
cada tres vueltas fueron poniendo los aretes y narigueras ricamente
labrados. Los finos collares con cuentas de piedras preciosas. Los dijes
de oro con representaciones de rostros humanos. Los instrumentos de su
trabajo de alfarera. Y sus cetros ceremoniales de madera y oro.
Cuando terminaron de envolver su cuerpo, me llamaron y subí
lentamente llevando en mis brazos un maravilloso vestido ceremonial, el
vestido con el que nuestra MAMA-COYA se había presentado ante
nosotros, cada año en la fiesta de Inti y en las ocasiones más
extraordinarias de la vida de la Aldea. Lo puse encima de su cuerpo ya
envuelto por la representación de nuestra historia. Una bandada de
guacamayos cruzó el cielo llenándolo de graznidos, aleteos y colores.
Fuera de la plataforma, estaban todos los hombres, que a lo largo
del día habían llegado de la Aldea de Mar. Se arremolinaban para ver la
despedida a la MAMA-COYA a la que tanto debían y querían, lo
contemplaban todo con el rostro serio y dolorido.
Fue sobre la media mañana cuando mi hija Naira (Mujer de ojos
grandes), en compañía de las Madres de más edad, bajó a su casa, allí la
tatuadora le dio un narcótico y luego empezó a tatuarla: en su mano
derecha puso el último tatuaje que la constituía en la nueva MAMA-COYA
(a lo largo de su vida, en momentos especiales, le habían puesto los
tatuajes que la iban preparando para ser la heredera: a los cinco años:
al ponerle el nombre una araña en cada pie; cuando se casó: una línea
de rombos rojos y negros alrededor del ombligo; cuando tuvo su primera
hija: varias caracolas con piernas y brazos; al poner nombre a su
heredera; una estrella en la frente y ahora al suceder a su madre le
tatuaron la serpiente protectora enroscada en el brazo derecho). Luego
le vendó las las heridas y la dejó dormir.
A media tarde la revistieron con su atuendo ceremonial como
nueva MAMA-COYA, le colocaron la corona de oro, la nariguera y tomó en
sus manos el cetro. Con pausa y también tristeza, se encaminaron hasta
el templo. Al llegar junto a su madre se quitó las vendas y nos mostró el
último signo grabado en sus brazos, todos nos tumbamos en el suelo y
en ese gesto nos demoramos hasta que ella con voz potente nos manda:
-Alzaos para despedir a Tintaya.
Todos nos levantamos prestos a su mandato. Entonces llamó a los
hombres y ellos, con andares pausados, subieron la caja mortuoria que
habían preparado de madera de algarrobo, que sería sellada
herméticamente, para preservar el cuerpo de la descomposición.
Cuando terminaron de cerrar la caja con el cuerpo de la MAMA-
COYA dentro, mi hija Naira (Mujer de ojos grandes) encendió por última
vez la hoguera de las ofrendas y en el frío de la tarde se elevó el espíritu
de la MAMA-COYA, como humo blanco y denso caracoleando su eterna
juventud en el aire.
Tras una hora de silencio, se empezó a construir el recinto de su
túmulo, serían cuatro paredes de adobe que contendrían la caja de
madera con su cuerpo, su Kala y la hoguera ceremonial. Cada pared,
primorosamente ornamentada con grabados en relieve, tiene dos metros
de largo por dos de alto, el techo se hará de vigas de algarrobo. Todo
quedará cubierto por el Templo de la siguiente MAMA-COYA.
El sol se fue ocultando cuando las Madres Alfareras empezaron a
realizar los grabados en los muros, sobre los hechos más importantes de
nuestra historia, luego los colorearan con primor las Madres Hilanderas.
Se hizo más profundo el silencio. Todos permanecimos
contemplando la puesta de sol. La tarde declinaba y teníamos claro que
termina una etapa de nuestra historia. Al rato, la luna nos contemplaba y
miles de estrellas se encendieron en el firmamento, eran los mudos
espectadores que escuchaban la música triste de ocarinas que
acompañaba nuestro baile de despedida.
Y comenzó el banquete. Alrededor del Templo se encendieron
varias hogueras, las cazuelas se llenaron de agua para cocer papas, yuca
y maíz, que las madres agricultoras habían traído en grandes cestos de
totora. Mi nieta Illarisisa (que siempre vuelve a la vida) y varios jóvenes
fueron al corral y sacrificaron tres llamas, que se asaron, también carne
de cuy y de cañan. Todos comimos en abundancia. Los más pequeños se
fueron a dormir, pero todos los demás nos fuimos durmiendo en el
Templo, rodeando el túmulo de la MAMA-COYA Tintaya.
Mi hija Naira (Mujer de ojos grandes) estaba dolorida por los
tatuajes, pero se negó a abandonar a su madre, fue necesario que una
madre la obligara a beber un narcótico para menguar el dolor. No tardó
mucho en quedar dormida. Vi en su rostro los rasgos de su madre.

A orillas del Virú, 1431


Una antigua aventura

Anca (Veloz como el águila) Narrador

De donde se narra la extraordinaria aventura que supuso para


algunos la ocasión de conocer la costa más al sur del Virú.

Aquella mañana, como todos los días, un rayo de sol entró por el
hueco de la ventana, iluminando la pared de enfrente. Después de
despertarme salí, como es mi costumbre, a dar un paseo junto al río y
bañarme, acabamos de enterrar a mi mujer, la MAMA-COYA Tintaya y
llevamos unos días de desconcierto, pues hasta que no tuviéramos
nuevo templo nuestras vidas estaban sin horizonte.
Me encontré con Mayta (el que aconseja y enseña con bondad), un
anciano como yo, pero más delgado y huesudo, con los ojos aún vivos y
la voz rotunda, su nombre era una caricatura de su personalidad; era
rudo y obstinado, con frecuencia solitario y malhumorado. Recordaba, en
las noches de nostalgia, en las que la chicha le soltaba la lengua más
que de costumbre, los tiempos idos, aquellos días en que llegamos a
este valle y lo convertimos en nuestra casa y las aventuras de los
comienzos.
Durante un rato nos acompañamos, sin muchas palabras, en el
camino desde la Aldea. En aquel amanecer, una niebla suave, que todo
lo deja ver, pero todo lo difumina en la lejanía, cubría la aldea como un
manto de soledad, que poco a poco se iría rompiendo por el tumulto de
la actividad cotidiana. Entre los montes se fue intensificando la luz del
nuevo sol.
Dimos una caminata hasta el bosque de algarrobos donde estaban
las trampas para cazar cañanes, unos pequeños lagartos que forman
parte de nuestra comida y también para resecarlos y comerciar con las
aldeas cercanas. Como todos los días hay casi una docena; elegimos a
los machos, en esta ocasión siete, y soltamos a las hembras y los
pequeños para que crezcan.
Tal vez para distraerme, Mayta (el que aconseja y enseña con
bondad), empezó a hablar, de lo que más le gustaba recordar.
-Anca, cuando veo la facilidad que tenemos para conseguir comida,
me acuerdo de aquellos días de hambre, los que pasamos en nuestra
juventud, durante nuestra gran aventura. ¿Te acuerdas?
-Como me voy a olvidar, –le respondí con desgana- casi nos cuesta
la vida.
Aquel gran viaje que hicimos en nuestra juventud, había dejado
una huella, tan profunda, que ocupaba muchas de nuestras
conversaciones: pequeños detalles, momentos de miedo o tensión,
asombro ante la belleza, dolores en todo el cuerpo al trajinar en la
navegación, añoranza de los hermanos de Huacho y de aquel que una
noche cayó al mar y se perdió.

La gran aventura sucedió cuando ya estábamos establecidos en


este valle, y la MAMA-COYA reunió al Consejo para comunicarles los
cavilaciones que rumiaba desde hacia tiempo.
-Es necesario hacer un viaje comercial hacia el Sur, pues nuestro
río es pobre en minerales y necesitábamos cobre, oro y plata.
Ante este mandato con celeridad construimos tres grandes balsas
con gruesos troncos de madera ligera y porosa, reciamente unidas
mediante sogas. Dos palos robustos colocados en el centro de la balsa
sostenían una gran vela cuadrada de algodón y para que fuera más
maniobrera, se le puso un timón. Sobre la cubierta construimos una zona
protegida para evitar que la espuma de las olas perjudicara a las
mercaderías.
Mientras nosotros construíamos las balsas, en la Aldea prepararon
varios cántaros y los llenaron de agua y alimentos igual tenían maíz y
papas que ají. Y en otras vasijas pusieron ropa de diversos colores,
mantas de lana de llama y algodón, finamente adornadas con bordados
de aves, peces y árboles. También adornos de oro y plata de las formas
más diversas y muchas otras cosas: como conchas rojas y blancas,
perlas y esmeraldas. Cada balsa era una auténtica casa flotante, dos
habitáculos con paredes de madera, ocupaban el centro, detrás de las
velas, que se izaban en un troncos de tres metros de altura, en cada una
irían varias Madres y quince pescadores.
Fueron muchos los que, de madrugada, se reunieron en la Aldea
del Mar para despedirnos. Habían pasado la noche, con nosotros,
muchas Madres y niños, junto con la MAMA-COYA. Cuando todo estuvo
preparado, en medio del ajetreo de gritos y carreras busque con la vista
a Mayta (el que aconseja y enseña con bondad), casi lloroso se abrazaba
a su Madre. Montamos en la balsas que serían nuestro hogar durante
muchos días y muchas noches. Entonces, Nina (mujer inquieta, vivaz),
volvió a la orilla y se acercó a la MAMA-COYA, que se quitó uno de los
collares y se lo puso a Nina en el cuello, seria el signo de su autoridad
durante el viaje.
Con alegría y cierto inquietud nos lanzamos hacia el sur, en brazos
de la brisa, que nos mecía e impulsaba con decisión. Tanto el cielo como
mar que nos envolvía, estaba sereno y azul. Nos fuimos alejando poco a
poco sin perder de vista a los que dejábamos.
En nuestra balsa iba Nina, una madre hilandera de mal genio y
gritona cuando las cosas no iban según su criterio, pero amable y hasta
dulce, si todo está a su gusto. Nina dejaba en la Aldea a sus cuatro
hijos, su vida estaba marcada por la muerte de su esposo, perdido en el
mar cuando una ola inmensa le sorprendió pescando, junto a varios más
y todas las barcas de totora fueron arrastradas hacia alta mar y no volvió
ninguno. Se conservó, durante meses, la inquietud en la Aldea hasta que
se aceptó lo inevitable: todos habían muerto. El carácter de Nina se
enturbió y no sólo sus hijos sufrieron los gritos.
En nuestra balsa las mercancías eran sobre todo telas bordadas,
los trabajos de metal iban en las otras balsas, mientras que las tres
balsas llevaban sus alimentos y el agua necesaria para la travesía.
Poco a poco la playa se fue alejando y las multitud se dispersó,
moviendo los brazos en despedida. A mi alrededor había caras serias,
algunos, tal vez, pensaba que era una despedida definitiva, otros sólo
pensábamos que todo saldría bien y pronto volveríamos. El cabeceo de la
balsa no tardó en causar mareos, sobre todo en las mujeres, poco
acostumbradas al balanceo continuo. Navegábamos todos juntos,
dejando que fuera la balsa de Nina (mujer inquieta, vivaz) la que fuera
delante.
Cada día de navegación, nos acompañaba una costa desértica, que
de vez en cuando, verdeaba al llegar a las desembocaduras de los ríos,
por todos ellos nos adentrábamos, buscando las aldeas en las que
pudiéramos comerciar, en todas éramos recibidos con hospitalidad, pero
poco oro y metales nos podían ofrecer por nuestros productos. Una y
otra vez volvíamos al mar y seguíamos hacia el sur. Cada noche,
buscábamos un lugar para pernoctar cuando el sol empezaba a hundirse
en el mar, nos acercábamos a la costa buscando el cobijo de alguna
ensenada.
Pero no siempre podíamos refugiarnos.
Sería media tarde cuando a lo lejos alcanzamos a ver una línea por
encima de las olas, era la silueta de unas montañas que recibieron con
grandes gritos de alegría, desde el día anterior, el viento nos había
alejado mar a dentro, la noche la habíamos pasados en alta mar, lejos de
la protección de la playa. Era una isla habitada por miles de aves.
Al anochecer nos encontramos bordeando altos y empinados
acantilados cubiertos por los excrementos de los pájaros marinos que
nos recibieron con multitud de gritos y el aleteo de sus grandes alas. No
parecía que fuéramos bienvenidos.
En la noche pernoctamos en las balsas varadas en una pequeña
bahía, bajo el cielo cuajado de estrellas, apenas ráfagas intermitentes de
conversación rompían el silencio, todos estábamos agotados después de
la noche pasada en alta mar.
Zarpamos al romper el alba con muy buen tiempo y nos alcanzó un
viento constante por lo que avanzamos con facilidad.
-Al cabo de algunos días, no recuerdo cuantos -sentenció Mayta (el
que aconseja y enseña con bondad)-, llegamos a un puerto muy
protegido donde acercamos nuestras balsas.
Luego supimos que era un puerto de pescadores llamado Huacho.
Amanecía sobre Huacho. El sol naciente lucia dominando un cielo
azul, pero el ambiente era húmedo en aquellas horas de la mañana.
Junto al muelle se apiñaban las casas bajas de adobe. Las casa de los
pescadores. Cuando la balsa comenzó a acercarse al puerto y esas
manchas que, en la lejanía, se movían de un lado para otro, se hicieron
más nítidas, descubrimos que no se asustaban al vernos, parecían
acostumbrados a recibir la visita de extraños. Pero no pude intuir lo que
encontraríamos en ese pueblo tan acogedor. Cerré los ojos y dejé que el
aire, cargado de mar, acariciara mi rostro. Giré la cabeza y encontré, al
otro lado de la balsa, la espalda de Mayta, bregaba con la vela que se
hinchaba y crujía ante el ímpetu del viento.
La agitación en el mar fue desapareciendo, pero el brisa se había
tornado caprichosa, con facilidad cambiaba de dirección y no todas las
rachas tenían la misma fuerza. Las nubes bajas color gris oscuro de los
últimos días habían desaparecido, para dar paso a un cielo azul radiante,
miles de pájaros lo surcaban camino de los bancos de peces. A gritos
llamé a Mayta para concertar los movimientos de acercamiento. El ruido
de las olas al romper era cada vez más intenso, constantemente nos
empapábamos con el agua pulverizada, no obstante atracamos sin
novedad las balsas en la ensenada del puerto.
Allí nos detuvimos, buscábamos la ocasión de reparar una de las
balsas que había sufrido desperfectos, pues a veces el mar se
embravecía y zarandeaba nuestras pequeñas balsas entre olas inmensas
y vientos terroríficos. Necesitábamos maderas y cuerdas para repararlas.
También llevábamos muchos días sin beber agua fresca, la que quedaba
en los cántaros ya estaba bastante sucia y corrompida, había que
renovarla.

Nada más desembarcar, sentimos un difuso rechazo, miradas


huidizas, sutiles desplantes. En el barrio de los pescadores, unos niños
nos recibieron a gritos, a ellos se unió el ruidoso revolotear de gaviotas
gritonas. No era un buen augurio.
Mientras algunos buscaban medios para reparar las balsas, yo me
fui con Nina (mujer inquieta, vivaz), llegamos a la plaza del mercado, allí
nos separamos en pequeños grupos, Nina y yo atravesamos la zona
donde vendían frutas y verduras y nos adentramos por entre los puestos
de orfebrería buscando metales.
Sentí que este iba a ser un día muy largo y desde luego lo fue.
Sucedieron muchas cosas, los hechos se precipitaron. Cuando estaba con
Nina, negociando un trueque, llegaron a la carrera Mayta y algunos de
los nuestros.
-¿Qué sucede? - pregunté intrigado.
-Nada -respondió acalorados Mayta, su rostro estaba lívido y los
labios le temblaban.
-No lo parece -dijo Nina enfadándose.
-Os he dicho que no es nada -volvió a afirmar mientras con los ojos
buscaba entre la muchedumbre.
Decidí no continuar insistiendo. Cuando Mayta (el que aconseja y
enseña con bondad) se cerraba en si mismo, seguir porfiando era como
bracear en medio del oleaje, más que salir te hunde.
Pero enseguida se descubrió el motivo de su nerviosismo. Por la
calle, sorteando los numerosos puesto de venta y a los compradores,
llegaron corriendo los demás.
Nos unimos a ellos y en la huida entramos en un callejón sin salida.
Incapaces de seguir, nos camuflamos junto a unas cestas con olor a
pescado podrido. Las moscas no incomodaban pero era nuestra mejor
opción ante el griterío de los perseguidores. Allí permanecimos hasta que
se relajó el ambiente, se dejó de oír los gritos. Entonces nos contaron:
-Nos entéramos de que a Huacho -empezó a narrar Mayta- hace
años llegaron unos extraños, que hablaban como nosotros. Residían
todos juntos en el barrio de la Salina y tenían a una mujer, la MAMA-
COYA, que ejercía la máxima autoridad, conservaban tanto sus idioma
como sus costumbres. Allí nos dirigimos y los encontramos. Era un barrio
de unas treinta casas, con calles estrechas con trazado laberíntico. Nos
presentamos ante la MAMA-COYA, resultó ser Waywa, la que huyó de la
antigua Aldea, la que se enfrentó a MAMA-COYA Tintaya (La que
consigue lo que quiere). Nos recibieron con recelo, pero pronto
empezaron a hacernos preguntas sobre sus recuerdos. Sobre las
personas que añoraban. Se sorprendieron al saber que todo el pueblo se
había salvado y ahora estábamos establecidos a orillas del río Virú. En
sus ojos se empezó a ver la envidia, sobre todo cuando les hablamos de
nuestro nuevo Templo. A ellos no les han permitido hacer el suyo y a
veces se sienten hostigados por sus vecinos. La MAMA-COYA nos invitó a
cenar.
Entonces tomó la palabra Qawayu (Hombre veloz, ligero):
-Cuando salimos del Barrio de la Salina para avisaros de que nos
habían invitado, empezaron los problemas, un grupo de jóvenes nos
gritaban “ya hay muchos salineros en nuestro pueblo” y nos tiraban
piedras, sentimos el odio y rechazo de aquel grupo. Tuvimos que correr
pues eran demasiados, como habéis visto.
Nos marchamos al puerto, hasta donde habíamos dejado las
balsas, allí Nina (mujer inquieta, vivaz) organizo la defensa. Ocho
pescadores se quedaron custodiando las balsas, los demás la
acompañamos al barrio de la Salina, procurando no llamar la atención
eludiendo la zona del mercado que seguía llena de gente.
-Estar muy atentos a todo lo que suceda -comentó Nina mientras
Qawayu nos guiaba.
En el barrio nos recibieron como a hermanos y no se sorprendieron
cuando les contamos nuestro problema con los jóvenes.
-Cuando llegamos -empezó a hablar la MAMA-COYA Waywa- nos
recibieron con hospitalidad, llegamos casi cuarenta, pues en el viaje
perdimos a algunos niños. Vimos que en este pueblo no tenían la técnica
de salar los pescados, sólo los secaban al sol, pero no todos los pescados
se pueden secar y algunos los perdían al podrirse. Hicimos una salina y
empezamos a salar el pescado y a venderlos. Al poco tiempo nuestra
situación mejoró. Fue inevitable que surgiera la envidia. Por esos
nosotros nos fuimos agrupando en este barrio como una reacción
defensiva, el trazado de las calles nos protege. A veces tenemos que
soportar burlas y agresiones cuando vamos al mercado. ¡Pero ya
estamos acostumbrados!
Fueron unas horas agradables, pues tanto ellos como nosotros
teníamos muchas preguntas y muchos recuerdos.

Después de varios días pusimos rumbo al sur. Cuando teníamos


que navegar contra el viento, la única opción era zigzaguear. Nos
alejábamos hasta que la línea de la costa se perfilaba en la distancia y
entonces cambiábamos de rumbo volviendo la costa. Esas maniobras
nos permitían avanzar aunque fuera poco, así estuvimos varios días
hasta que cambió el viento.
-¡Eh, mira esto! - rompió súbitamente Qawayu (Hombre veloz,
ligero) el silencio del mar.
Giré la cabeza hacía el lugar donde me indicaba y contemple uno
grupo de delfines, que surgieron una y otra vez entre las olas, parecían
jugar con la estela de la balsa.
¿No te parece maravilloso? - gritó corriendo hacia el borde de la
balsa para contemplar más de cerca las evoluciones de los animales.
-Dan ganas de echarse al agua – contesté- y nadar con ellos.
Un viento favorable nos empujó raudos hacia el sur. Levanté la
vista, las gaviotas, que indican la cercanía de tierra, revoloteaban a
nuestro alrededor.
Seguíamos navegando sin obtener los que buscábamos, pero si que
sufrimos la cólera el mar: tormentas y días de sol abrasador. No parecía
que nuestro viaje fuera muy fructífero, pero para nosotros era una gran
aventura. Nina (mujer inquieta, vivaz) empezaba a cansarse de tanta
navegación y comenzó a hablar de volver, se decidió cuando, en una
loma de la costa, vimos una imagen grabada en la arena, el viento nos
acercaba a aquel pequeño acantilado batido por las olas, que rompían
con fuerza, entre las rocas con explosiones de espuma.
Ante nosotros una imagen, un tatuaje de la Pachamama, una figura
estilizada en actitud de oración, con los brazos en alto, eso es lo que yo
vi, otros sólo vieron tres postes grabados en la roca, uno más largo que
los dos laterales, unido entre si formando la figura de un árbol, pero lo
que todos vimos fue una señal para que volviéramos. Esa fue nuestra
decisión.
Aquella noche la pasamos en un pequeño puerto natural, protegido
por un espigón de rocas. Cuando a la mañana siguiente intentamos
recomenzar el viaje, ni el viento ni el fuerte oleaje, nos permitieron
continuar. Ante aquel descanso forzoso Nina (mujer inquieta, vivaz) nos
mando explorar la costa buscando alimentos y agua.
Creí que el camino de vuelta iba a ser fácil, pero me equivoque,
fueron muchos días de navegación, muchas jornadas de tranquilidad y
otras de tormentas, el mar se ponía hostil, chocaban entre sí las olas y
nuestra balsa era zarandeada con furia. Crecía en nosotros el deseo,
cada vez más intenso, de volver a ver a nuestras familias.
Allí, entre aquellos cántaros, bregando con las velas y el timón,
habíamos pasado muchos días, tanto buenos como malos momentos,
pero todos ellos afrontados con la ilusión de la juventud.

A orillas del Virú, 1442


Construcción del nuevo Templo

Anca (Veloz como el águila) Narrador

Donde narra la construcción de un nuevo templo, el de su querida


hija Naira.
Con la amanecida comienza nuestra nueva vida, todas las madres,
los padres y los jóvenes nos reunimos en la explanada del antiguo
Templo. Somos una pequeña muchedumbre, respetuosa y expectante.
Antes que nadie, era mi privilegio, me acerque a mi hija, nuestra nueva
MAMA-COYA, y besándola le dije con voz fuerte y decidida:
-MAMA-COYA Naira, te deseo la sabiduría de tu madre y su fuerza.
Siempre tendrás mi lealtad y la de todos los habitantes de nuestra Aldea.
Con un saludo parecido se fueron acercando, uno a uno, todos los
que se convertían en sus hijos, de los que ella tendría que cuidar. Le
deseábamos sabiduría, para comprender y juzgar con verdad y fuerza
para decidir lo más conveniente. A algunos, se le llenaron los ojos de
lágrimas de emoción, al besar a Naira (Mujer de ojos grandes).
Según nuestras costumbres, el nuevo templo, tenía que ser una
plataforma de menor dimensión que la anterior, pero encima de la
explanada del antiguo templo, que ahora, después de enterrar a mi
esposa, contenía su túmulo funerario. Desde la distancia se veía un
escalón más en la pirámide escalonada que se irá construyendo con cada
nueva MAMA-COYA que gobierne en la Aldea.
Al ser el Templo de mi hija, la MAMA-COYA Naira, su hija Illarisisa
(Flor del amanecer) con un grupo de mujeres y hombres, se encargo de
traer la Kala del monte de donde habían traído, años antes, la antigua
Kala y ponerla en el centro de la nueva plataforma, exactamente encima
de la Kala de la MAMA-COYA Tintaya.
Después de un mes de trabajo intenso de todos los de la aldea, se
pudo dar por concluida la construcción del Templo. Ya se alzaba el nuevo
escalón de dos metros de altura, ya tenía la nueva Kala en el centro, la
hoguera de las ofrendas y las hogueras de luz en las esquinas de la
plataforma.
Para poder inaugurarlo se necesitaba que fuera purificado por la
lluvia. Todos en la Aldea espéramos durante casi tres meses, hasta que
amaneció un día tormentoso. Cuando de vez en cuando, una o dos veces
al año, nos llegaba una tormenta aunque fuera con rayos y truenos, si
nos dejaba abundante lluvia, era una gran fiesta, a nadie se le podría
ocurrir asociar la lluvia con el mal tiempo, pero en esta ocasión era
todavía más importante pues purificaría por primera vez el nuevo Templo
con lágrimas de Inti, ese era el primer paso para inaugurar el Templo.
Durante horas, todos los hombres fueron llegando de la orilla del
mar, paseaban por el pueblo empapándose de la lluvia, a media mañana
cesó paulatinamente y salió el sol. En el azul del cielo palpitan pálidos
brochazos de blanco, pequeños recuerdos de la tormenta.
En los meses anteriores, los hombres habíamos traído, en grandes
cántaros, agua marina, pues la siguiente ceremonia consistía en rociar
con lágrimas de la Mamacocha toda la explanada del Templo, esta misión
las desempeñan las Madres. Cuando terminaron, un grupo de hombres
tocando tambores las sustituían alrededor de la Kala.
Comenzaban a ahuyentar a los malos espíritus, con el toque
constante de los tambores que se prolongaba durante horas. Hasta que
la MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos grandes) escoltada por las demás
Madres, solemnemente avanzó desde su casa, portando todos los
adornos de su poder. Al llegar al centro cesaron los tambores. Ella se
abrazó, durante varios minutos, a su Kala, sobre la plataforma sólo
estaban las Madres rodeándola. El silencio que apenas rompían algunos
pájaros, que al cesar los tambores, volvieron con sus cantos, a inunda
toda la Aldea. Silencio y emoción.
La MAMA-COYA encendió la hoguera y fue recibiendo, de manos de
cada Madre, las ofrendas a la Pachamama, que en parte se quemara. De
cada canasto lanzaba al fuego un puñado, lo demás se empleará en el
banquete de celebración: chicha, maíz, papas, yuca, ají pero también
cuy y cañanes. De las llamas ya sacrificadas y troceadas, echó a la
hoguera las cabezas. Los olores de la comida se extendieron por la Aldea
llenándolo todo de vida ante la inminencia del gran banquete.
Comenzaron los músicos a tocar y a su alrededor, poco a poco
todos, menos los que se encargaban de preparar la comida, nos fuimos
incorporando a la danza, dando vueltas alrededor de la Kala al ritmo y
cambiando de sentido cuando los músicos giran. En poco tiempo todo el
pueblo formaba una comunidad danzante, acompasando el paso, hasta
llegar a ser un único organismo vivo, multicolor y envolvente.

Después de unas horas de danza, cuando la Luna aparece entre las


montañas iluminando la Aldea, comenzó el banquete. Cada familia se
acercaba a tomar lo que necesitaba, para luego situarse en las
escalinatas del templo. Los niños correteaban entre los grupos y
colaboraban en la distribución de las comidas. Las chicas y chicos no
podían beber chicha pues era necesario que algunos cuidaran de la
seguridad, todos recuerdan como hace años en una de las fiestas, fueron
atacados por pumas cuando todos estaban inconscientes por la bebida.
Los pumas provocaron varias muertes y muchos heridos. Era en la época
de la antigua Aldea, cuando la MAMA-COYA con el Consejo de Madres
decidieron que en las fiestas, los jóvenes tendrían que abstenerse de la
bebida para cumplir con esa misión, durante la celebración patrullan por
los alrededores de la aldea en pequeños grupos y luego, se encargan de
poner orden entre los comensales que, con demasiada frecuencia, suelen
ir embriagándose, conforme avanza la celebración, dando lugar a
pequeños altercados.
Ha caído la noche y el aire limpio y tenue, aún impregnado de la
humedad de la tormenta, lo inunda todo de paz. La Kala, bañada por el
resplandor de la luna, fría, distante y ajena al bullicio, a los gritos y
carcajadas; proyecta su sombra difuminada, sobre las losetas de adobe
de la explanada,.
Pasa el tiempo. El viento trae retazos de conversaciones. Me siente
en un peldaño del Templo, me quede pensativo. Me veo acobardado por
los años, aunque activo y fuerte, todavía capaz de muchos esfuerzos. Un
perro viejo se acurruca entre mis piernas, los niños, algunos muy
pequeños, gatean sobre la arena. Mi hija después de quitarse sus
vestiduras ceremoniales, se afana con las demás Madres.
Y avanza la noche, una y otra vez, me llega el cuenco con la chicha.
Al arrullo de las suaves y agradables sensaciones me quedo medio
dormido. Hasta que termino durmiendo plácidamente. Al despertar mi
boca es incapaz de articular las palabras. Mis ojos no pueden enfocar,
todo lo veo borroso. Mientras oigo los gemidos de otros a mi alrededor.
Las voces resuenan en mis oídos, pero me resulta imposible entender
qué dicen. Quiero hablar pero soy incapaz. Levanto la mirada como si
estuviera en el fondo de un pozo y experimento una nausea tan intensa
que me da la impresión que si llego a vomitar expulsaría hasta las tripas.
Las carcajadas más sonoras provienen del grupo que acompaña a
Tarki (con carácter, que se hace respetar), el marido de Naira (Mujer de
ojos grandes), uno de los que está más bebido, parece incapaz de dar un
paso sin tambalearse. Es un joven de unos 20 años de cuerpo no muy
alto pero recio, con cicatrices en la cara, ya que tendía a ser bastante
pendenciero, y más cuando en las fiestas la chicha le nublaba la razón.
Tarki se levanta, ni el mismo sabe a dónde va, además, tropieza
con un cuerpo dormido, cae de bruces, se alza pateando al dormido que
no es otro que Qawayu, que aunque anciano tiene un genio muy fuerte y
reacciona también con dureza, se enzarzan en golpes y puñetazos sin
renunciar a las patadas y codazos. No tarda en generalizarse la trifurca y
el griterío. Al poco aparecen varios jóvenes dispuestos a poner orden, no
les cuesta mucho averiguar el origen del conflicto y los primeros
causantes, rodean a Tarki y lo reducen echándolo al suelo y atándolo. Se
lo llevan a su casa. Poco a poco vuelve la tranquilidad, el relente del
amanecer cae sobre la hierba y amortigua el calor del exiguo fuego que
dan dos pequeños troncos, con el que yo me caliento. En muy pocos
lugares se oyen cánticos o conversaciones, el rumor se ha apagado,
domina el sueño.

Me pongo en marcha, sigo el camino que baja, rodeado de


chirimoyas, hacia el río. Al llegar me adentro avanzando sobre las
piedras que alejan la corriente de esa orilla, creando un remanso donde
atamos las balsas, fuera de la corriente.
Paseo ensimismado con la cabeza dolorida por la bebida de la
noche. Las tórtolas se arremolinan en el prado cazando insectos. De vez
en cuando surge un poco de viento y hace sisear las hojas de los
algarrobos. Me meto en el río, lleno con una larga inhalación mis
pulmones, me sumerjo hasta sentir que el agua me cubre totalmente,
con los ojos abiertos avanzo nadando hasta el centro, salgo a la
superficie, tomo aire y vuelvo a sumergirme hasta lo más profundo,
hasta el lecho del río. Algunos peces huyen con parsimonia, me saben un
extraño, que pronto tendrá que ascender de nuevo, yo sólo busco el
silencio.
La soledad no me dura mucho, al poco aparece Mayta (el que
aconseja y enseña con bondad) voceando:
-¿Anca estás por allí? no te veo.
Mi primera intención es seguir escondido entre las totoras de la
orilla, pero como insiste en sus llamadas, nadando me voy acercando
hacia él, al verme dice:
-Tu hija te está buscando, me ha preguntado por ti, ¿y dónde
podías estar? Lo primero que se me ha ocurrido es en el río.
-¿Te ha dicho mi hija para que me busca?.
-No, pero se la veía apurada.
Salgo de río y con Mayta (el que aconseja y enseña con bondad)
me encamino hacia la aldea, por el camino cogemos unas cuantas
chirimoyas. Al llegar a casa de Naira (Mujer de ojos grandes) la
encuentro con mi nieta.
-Illarisisa (Flor del amanecer), cuéntale a tu abuelo lo que me has
dicho:
-Esta noche cuando vigilaba con los otros jóvenes, Ninan (Inquieto
y vivaz como el fuego) se ha puesto muy violento conmigo. Me ha
exigido que lo elija como esposo. Me he asustado, se ha enfrentado a
Churki (que nunca se rinde, persistente) cuando me ha defendido
diciendo que yo podía elegir al que quisiera.
-Yo lo que puedo hacer -les digo- es hablar con Ninan.
-De acuerdo -dice Naira- pero déjale bien claro los derechos de las
mujeres.
Salgo de allí dispuesto a hablar con Ninan. Pero por mucho que
busco, no hay manera de encontrarlo en toda la mañana, nadie sabe de
él, pero a esas alturas ya todo el mundo sabe que yo lo busco. No me
sorprende ver cómo aquella tarde, en un momento en que yo estoy sólo,
se me acerca preguntándome:
-Anca, ¿Qué quieres de mí?.
Le veo intranquilo y enojado, pienso que no está en condiciones de
atender a muchas razones. Con suavidad le digo:
-¿Dónde has estado esta mañana?.
-Paseando por ahí, casi todo el mundo ha estado toda la mañana
durmiendo la borrachera. Yo he subido hasta las Cascadas, tenía mucho
que pensar.
-Y me puedes decir ¿Qué es lo que te inquieta?.
Yo le miro esperando que me hable de sus problemas con Illarisisa
(Flor del amanecer)
-Pues de muchas cosas -me contesta- sobre todo de tu nieta
Illarisisa. Cada vez me resulta más complicado entenderla, unos días
dice una cosa y otros, la contraria.
Se queda callado, mientras caminamos los dos solos por el bosque
de algarrobos. Se agacha, coge una piedra y la lanza con furia contra
unas tórtolas que levantan el vuelo.
-¿Qué es lo que te ha dicho Illarisisa? - le pregunto.
-Hace unos días me dijo que me elegiría pero anoche, delante de
todos dijo que quería como marido a Churki. ¡No sabe lo que quiere!.
Anoche la vi muy rara y me desconcertó.
-Ninan, tú sabes igual que yo que son las mujeres la que eligen.
Illarisisa es libre de hacer lo que quiera, pero tú puedes intentar
convencerla para que te elija, pero al final tienes que aceptar su decisión
por mucho que te cueste.
Sin querer seguir escuchando, Ninan comienza a correr y se pierde
en el bosque, yo me vuelvo preocupado hacia la aldea.
Algo de razón tiene Ninan (Inquieto y vivaz como el fuego), mi
nieta es muy dada a hacer bromas y a veces, si se juega con
sentimientos, es difícil controlar las consecuencias, pero ella es muy
joven para entender tantos matices del corazón humano.

A orillas del Virú, 1455


Tragedia en la aldea

Naira (Mujer de ojos grandes) Narradora

Sobre el modo de elegir marido en nuestra Aldea y la tragedia


que ocasionó la reacción de Ninan (Inquieto y vivaz como el
fuego).

Y llega la fiesta de la Elección. Entre nosotros, cada año en la Luna


Llena de Abril se reúne toda la Aldea en el Templo. Todas las jóvenes que
cumplen 13 años eligen marido entre los solteros.
Este año mi hija Illarisisa (Flor del amanecer), tendrá que eligir
marido, junto a otras 16 jóvenes, todas ser convertirán en Madres
cuando pongan nombre a su primer hijo, cuando este cumpla cinco años.
La tarde otoñal se llena de alegría y danzas.
Salgo de mi casa y en la puerta me encuentro a las madres. Me
saludan y forman dos filas; me acompañan en procesión hasta el centro
del Templo, rocío con agua del mar nuestra Kala, enciendo la hoguera
ceremonial y hago las ofrendas. Mi hija Illarisisa (Flor del amanecer) con
las otras jóvenes, avanzan solemnemente danzando, al ritmo
acompasado de unos tambores, que rompen el silencio simulando los
latidos del corazón. Las 17 jóvenes suben a la explanada del Templo y
rodean la Kala, con sus ropas multicolores agitándolas al viento y el
suave rumor de sus collares y brazaletes. Danzan formando un círculo
mágico, pues la elección de marido, forma parte del proyecto de toda la
Aldea, que se fundamenta en las familias, son la gran riqueza que nos
fortalece y nos hace crecer.
Después de una hora de danza, antes de comenzar la Elección,
tenemos que otorgar a cada joven, la casa que la aldea le ha preparado.
Yo me pongo en cabeza de las dos filas de danzantes, precedidas por las
Madres y nos dirigimos a cada una de las nuevas viviendas. Al llegar a
cada casa, nos despedimos de la joven que se convierte definitivamente
en la propietaria y se queda sola después de una breve ceremonia. Por
supuesto, ha participado en su construcción junto con todos los demás.
Días antes se han distribuido las casas y cada joven ha llevado
desde la casa de su madre sus ropas y lo que ha preparado para esta
ocasión.
Mi hija ocupa una casa en la zona de las Alfareras ya que este será
su trabajo, como lo había sido, ayudándome, hasta ese momento.
Al llegar a la que será su casa digo:
-Illarisisa, entra en la casa que te entregamos. Forma una familia
en la que reine la paz y da a nuestro pueblo numerosas hijas e hijos.
Ella entra en la casa y al poco sale con un gran cuenco de chicha y
dándomelo dice:
-Esta chicha simboliza los bienes que compartiré con todos los de
nuestra comunidad. Bebed, celebrad conmigo este día de felicidad.
Es la pequeña ceremonia que vamos realizando en la puerta de
cada una de las nuevas casas y como cada año, sobre todo cuando son
muchas las casas que se entregan, algunas de las madres, que en vez de
mojarse los labios con la chicha querían un verdadero trago de cada
invitación, sufren los efectos de la chicha y son llevadas, entre risas, por
la otras madres.
Acompañada por las Madres volví al Templo. Después de un tiempo
de silencio, algunos padres tocaron las caracolas de viento y con su
llamada volvieron las jóvenes de nuevo a reunirse junto a la Kala.
Y desde el río se acercó el grupo de los jóvenes que esperaban ser
elegidos, acudían danzando al son de pequeños tambores por el camino
de las Chirimoyas y subiendo hasta el templo.
Mi hija me había dicho que Ninan la había estado siguiendo. En
varias ocasiones lo descubrió espiándola, como aquella vez, cuando ella
se bañaba ignorante de que era mirada y él, aunque desde donde estaba
ya podía verla, se acercó un poco más y al pasar entre los arbustos,
varios pájaros emprendieron el vuelo con un aleteo entrecortado. El
inesperado batir de las alas atrajo la mirada de mi hija y le descubrió
escondido entre la maleza.
-Ninan, ¿Qué haces ahí?
-Por favor, Illarisisa, no te asustes, yo sólo pasaba por aquí y de
pronto te he visto bañándote.
-No pienses que te voy a creer, tú me estás persiguiendo y
espiando. ¡Dejame en paz!.
O cuando en otra ocasión le exigió, de modo imperativo, que tenía
que elegirlo por esposo pues él era el que más la quería. Ella le aseguró
que no lo quería y por eso no lo elegiría nunca, que la dejara tranquila,
como le había pedido muchas veces. Pero él seguía ofuscado y le
agradaba decir, a todos el mundo, que al final se arrepentiría y lo tendría
que elegir, pues él era el que más la merecía: era el más fuerte y
valiente de todos los que esperaban casarse este año.
Aunque era conocido por todos esa obsesión de Ninan (Inquieto y
vivaz como el fuego), a nadie le paso por la cabeza a lo que estaba
dispuesto, si no era elegido por Illarisisa. Más de uno intentó hacerle
comprender que, para nosotros, eran las mujeres las que elegían y los
hombres no tenían nada que hacer en ese asunto, y menos todavía en el
caso de la heredera de la MAMA-COYA.
Estas cosas bullían en mi cabeza cuando los jóvenes danzaban y
veía moverse con brío a Ninan y a los demás, mostrando su fuerza y
juventud al ritmo de los tambores, golpeados con furia y tal vez con
rabia por los padres.
Levanté los brazos y al bajarlos las jóvenes comenzan a ingresar en
el baile, cada una de ellas se va emparejando con su elegido, al que
enlaza con la cinta multicolor que lleva en las manos. Después de bailar
durante varias vueltas más, se van alejando llevando cada una a su
elegido hacia la casa donde van a empezar una nueva vida. Illarisisa se
lleva a Churki (que nunca se rinde, persistente), un joven dos años
mayor que ella, muy serio y trabajador, guapo y atlético. El ritmo de los
tambores se va intensificando llenado todo de vibración.
Comienza el banquete, corre la chicha como de costumbre. Muchos
nos damos cuenta de que Ninan (Inquieto y vivaz como el fuego) no ha
sido elegido por mi hija, ni por ninguna de las otras jóvenes. Quedó
desconcertado por la situación, huraño y avergonzado se esconde de las
miradas, pues aunque es normal que no todos los jóvenes sean elegidos,
siempre son más que las jóvenes, la obsesión de Ninan lo pone en una
situación muy difícil. Su Madre se le acerca dispuesta a consolarlo pero
es rechazada. Ninan se aleja con su tristeza camino del río.
Al rato Churki (que nunca se rinde, persistente) llega corriendo al
Templo y gritando.
-MAMA-COYA, MAMA-COYA, Ninan ha matado a Illarisisa.
El joven respira entrecortadamente, presa de un tremendo dolor y
desconcierto. La noticia causa un gran revuelo.
-Ven conmigo- le digo.
Y con otras madres y padres salgo corriendo, siguiéndolo camino de
su casa, al llegar encontramos tendida en el suelo a mi hija, con la
cabeza ensangrentada, intento reanimarla, pero esta muerta, me levanto
y digo a Churki (que nunca se rinde, persistente):
-¿Qué ha pasado?
-Llegamos a la casa emocionados y alegres, empezamos a
celebrarlo, cuando vimos aparecer a Ninan (Inquieto y vivaz como el
fuego), con el rostro hosco y malhumorado. Illarisisa salió a la puerta
tratando de apaciguarlo pero él seguía irritado y sin mediar palabras
cogió una piedra y se abalanzó sobre ella golpeándola repetidas veces.
Cuando yo reaccioné saltando sobre él, Illarisisa cayó al suelo y Ninan,
forcejeando, se me escapó corriendo hacia el río.
-Hay que buscarlo -dije con dolor- y traerlo.
Rápidamente se pusieron en marcha varios grupos de búsqueda,
corrieron al río y montaron en varias balsas, unos se dirigieron a las
cascadas y otros al mar. Luego nos contaron que al llegar a las cascadas
vieron una balsa abandonada. Se detuvieron y bajaron a tierra para
perseguirlo, daban por supuesto que estaba por allí pero no lo veían en
ninguna parte, se dispersaron en su búsqueda subiendo por los riscos de
las riberas, espantando ranas y otros animales, oteando entre los
arbustos. Así llegaron a la noche sin haberle visto, pero con la seguridad
de que estaba en esa dirección, no solo por la balsa si no por otros
rastros que encontraron. Pasaron la noche a orilla del río, no fue difícil
encontrar alimentos, pero el frío si fue un problema.

Al día siguiente se pusieron en marcha de nuevo, toda la mañana


encontraron pistas, la noche la había pasado en una pequeña cueva, no
parecía que borrara las huellas, tal vez estaba convencido de que nadie
le seguía o huía tan aterrorizado que no se paraba a pensar. Hasta que lo
vieron a media altura de un acantilado, era una pared bastante vertical
con trechos de piedras sueltas y otras de rocas vivas de variados colores.
Le gritaron para que se detuviera, pero Ninan (Inquieto y vivaz como el
fuego) al verlos intensifico su huida, cada vez más desesperado. Tenían
urgencia pues sólo quedaban unas horas de luz de aquel día, pero
estaban decididos a darle alcance. Lo había mandado la MAMA-COYA.
Ya oscurecía cuando los más ágiles le alcanzaron, tuvieron que
esquivar las piedras que les lanzaba desde su altura. Le rodearon pero
cuando lo alcanzaron se zafó con gran violencia y siguió corriendo hasta
que le pudieron reducir, le obligaron a descender. Tenía las manos y
rodillas ensangrentadas de los golpes y rozaduras con las rocas, parecía
alucinado y encolerizado.
Le llevaron atado hasta la Aldea y aunque ya había anochecido
decidí que sería juzgado, tiene derecho a defenderse, aunque todos
saben lo que ha hecho y no están dispuestos a ser demasiados
comprensivos. Quiero que se haga con toda la solemnidad que un juicio
reclama, para ello me visto con ropa ceremonial y me acuclillo junto a la
Kala rodeada de las Madres. La primera que toma la palabra es la Madre
de Nina:
-Deseo que se haga justicia con mi hijo. Todos sabéis su obsesión
por Illarisisa. Como lleva varios años afirmando que ella le elegiría como
marido. A mi me afirmó que se habían puesto de acuerdo y ella lo
elegiría. Aquella mañana amaneció raro, como enojado, peleando con
sus hermanos y gritando a su abuelo. Estaba tan ofuscado que no ha
sido capaz de aceptar su decisión. Yo se que Ninan es un hombre bueno
pero también que se ha merecido un castigo. Espero que el castigo le de
la oportunidad de rectificar.
Como era de esperar la indignación se extiende como el fuego por
un bosque azotado por el viento. Surge un denso murmullo que va
creciendo hasta convertirse en griterío. De las madres se levanta una
voz:
-No se trata de que rectifique, -dice acalorada- si no que pague con
su vida, la vida que ha matado.
Mientras Ninan permanece encerrado en si mismo, silencioso y
agestado, en medio de los gritos de repulsa clava los ojos en el suelo y
apenas se mueve, tan rígido como ausente.

Mi hija era muy querida por todos y ya esta preparada para su


entierro a mi lado, delante de todos. Antes de que su cuerpo se pusiera
rígido, la había desnudado, ungí su cuerpo con agua de mar, ordené a la
tatuadora que le pusiera el símbolo de casada una guirnalda de rombos
alrededor del ombligo. Recogí sus piernas de manera que sus rodillas se
juntaban con el pecho, con sus brazos rodee las piernas, en esa postura
la envolví en una tela de algodón y con cintas de distintos colores até el
fardo, que quedó convertido en un pequeño bulto y me acompañaba
junto a la Kala.
Con creo que su reciente marido tiene derecho a decir lo que
piensa. Churki (que nunca se rinde, persistente) se levanta cuando se lo
pido y entre sollozos nos dice:
-Ninan no merece vivir con nosotros, pero nosotros tampoco
necesitamos mancharnos con su sangre. Me parece que sería justo que
lo expulsáramos de nuestra aldea y lo dejáramos maniatado en la isla
Guañape y si Inti le sigue permitiendo vivir, que le ayude a salir de allí.
Al escuchar sus palabras veo como muchos asienten, esto me hace
pensar que será la mejor solución.
-Aunque sé que muchos de vosotros deseáis que Ninan sea
castigado con la muerte y esa también es mi opinión. Pero al escuchar a
Churki he cambiado, mi decisión firme es que sea abandonado en la
Guañape, sin comida ni bebida y con las manos y los pies atados.
Aquella noche un grupo custodia a Ninan en el corral de las llamas
mientras los demás acompañan a Illarisisa en el Templo, el tiempo
avanza en medio de cánticos y danzas de recuerdo.

Con el amanecer Ninan fue expulsado de nuestra Aldea, en el


camino al embarcadero, las voces de condena arreciaron y algunos hasta
le arrojaron puñados de tierra y piedras. Descendieron por el río dos
balsas para cumplir la condena, al llegar al mar se dirigieron a una de la
Isla de Guañape, allí desembarcaron y con presteza los abandonaron en
medio de las bandadas de aves que junto con los lobos de mar son sus
únicos habitantes.
Todavía no habían vuelto de la isla cuando nos dirigimos con
Illarisisa hasta la Cueva de los muertos.
A media altura de la ladera del Cerro de Saraque, habíamos
preparado, cuando llegamos a esta Aldea, una cueva como lugar de
reposo de nuestros hermanos, unas grandes rocas cerraban la entrada,
para protegerlos de la acción de algunas alimañas.
Atravesamos un frondoso matorral que desprendía, bajo el sol
agobiante, intensos olores, por allí marchamos durante un largo rato, en
el aire vibraban los insectos que buscaban alimento en las flores.
Dejamos de ver la Aldea cuando emprendimos la subida por vericuetos
entre rocas, siguiendo un sendero apenas marcado, muy pocas veces al
año subíamos a la cueva. Sobre una pequeña anda llevada por cuatro
porteadores iba el cuerpo de Illarisisa. Todo la acompañábamos en ese
último camino. Al llegar, ya habían quitado las rocas, y la depositamos
entre cantos y danzas de despedida y poco nos demoramos en volver a
nuestra Aldea.
Al retornar nos encontramos con los que volvían de la Isla Guañape
que nos contaron cómo habían abandonado a Ninan (Inquieto y vivaz
como el fuego), cumpliendo la sentencia.
A orillas del Virú, 1455
La Vida Continua

Naira (Mujer de ojos grandes) Narradora

De cómo se elige a una heredera de la MAMA-COYA.

En medio de la tristeza la vida continuaba en la Aldea. Como cada


tarde las madres iban reuniéndose junto al río después del trabajo, se
quitaban la túnica y se sumergían en el agua, los niños alborotaban
entrando y saliendo del río. Algunas madres, después nos recostamos,
en la reducida playa de arena que se forma a la sombra de los árboles.
El Virú venía crecido y había inundado como cada año una pradera
en la que ahora verdeaban las totoras, croaban miles de ranas y los
pájaros picoteaban. Por la rocas de la ribera, vi aparecer a un grupo de
niños venían de las pozas donde con facilidad, en esta época, se podía
pescar los salmones que remontaban la corriente. Una niña se nos
acercó corriendo. Al llegar buscó a su madre y se le acerco diciendo:
-Mamá, Kusi me ha pegado – sollozaba abrazada a su madre.
-¿Pero que ha pasado? - la consolaba, entre mimo, su madre.
-Kusi quiere que digamos que ella lo ha pescado todo y no es
verdad, yo he pescado uno, ella sólo ha pescado dos y me ha pegado
cuando le he dicho que iba a decir que uno lo he pescado yo.
Cuando llegaron los demás yo me encare con Kusi.
-¿Es verdad que los has pescado tu todos?.
-Si mamá -contesto Kusi con suspicacia pero con decisión.
-¿Es verdad que le has pegado a Cuculi (Paloma)?.
-No, no es verdad, ella se ha caído, yo la he visto.
-Hija ¿por que me mientes? Vete a casa, no vas a salir de allí en
una semana, ya hablaremos.
Con gran enfado Kusi (que tiene siempre suerte) se alejó corriendo,
dejándome pensativa. Y surgió la conversación entre las madres.
-Me parece –dijo Sanka (La que siempre tiene la palabra adecuada)
- que puede darnos problemas en el futuro como MAMA-COYA.
-¿Por qué dices eso? -se sorprendió Lawra (mujer de gran
influencia).
Mi hija Kusi tenía 10 años, era una niña con gran personalidad y
muy revoltosa, pero nadie podía dudar de su buen corazón.
-Por que va ser -afirmo Sanka - yo la veo muy violenta y como su
padre muy dada a los enfrentamientos, siempre quiere llevar razón y con
frecuencia sus reacciones son agresivas.
Otra madre anciana intervino con firmeza.
-No hace mucho se enzarzo en una pelea, con un chico algo mayor
que ella y ya sabéis como acabó.
-Casi le saca los ojos -apuntó Sanka.
-No seas exagerada.
-Pues la cara le quedó lleno de arañazos.
Durante toda la conversación yo había permanecido en silencio,
escuchando las opiniones que tenían las madres sobre mi hija Kusi (que
tiene siempre suerte), hasta que intervine.
-El día del consejo todas podéis votar y yo tengo otra hija de siete
y otra de tres años. Cualquiera de ellas puede ser elegida. Yo pienso que
Kusi es muy temperamental pero eso es bueno si se la sabe guiar. Hasta
ahora yo me dedicaba especialmente a Illarisisa ahora tendré que
dedicar más tiempo a la que elijamos como heredera.
-Por eso tenemos que pensarlo -continuo Sanka (La que siempre
tiene la palabra adecuada)- es una gran responsabilidad, nos jugamos el
futuro de la Aldea.
-Por supuesto -dijo Lawra (mujer de gran influencia)- pero yo
confío en Kusi. Me parece adecuada. No se hable más por ahora.
Preparar una hoguera que voy a asar estos peces.
Habían traído doce salmones, los pusieron sobre las rocas y
mientras se preparaba la lumbre, Lawra los preparó, atravesándolos con
una totora para poder asarlos. El aire se impregno de humo y cuando la
fogata se convirtió en brasas, colgaron los peces entre dos piedras. La
grasa caía sobre la lumbre chisporroteando y llenado el aire del
suculento aroma del salmón asado. Éramos muchos y rápidamente nos
comimos toda la pesca.
Aquella noche tuve una larga conversación con mi hija, estábamos
las dos en el patio de nuestra casa, mis otros hijos ya dormían.
-Kusi, tú sabes que las madres vamos a tener que elegir, entre tus
hermanas, una, para que sustituya a Illarisisa, como mi heredera. Tú
eres la mayor, pero eso no significa que tengamos que elegirte, es más,
algunas madres piensan que no eres la más adecuada.
-Así, ¿quiénes son esas?.
-Eso es lo de menos, lo importante es lo que piensan y están
dispuestas a decir y votar en el Consejo.
-¿Y qué es lo que dicen de mí esas chismosas?.
-Yo no pienso que sean entremetidas. Esta misma tarde le has dado
motivos. Tú ya no eres una niña pequeña para tratar así a los demás.
-Pero...
-No hay peros, no es la primera vez que te peleas. No es la primera
vez que me han llegado quejas de tu comportamiento. En la fiesta de la
próxima Luna será la votación. Tú estás castigada pero podrás salir de
casa para hablar con las madres, no para jugar con los demás niños.
Será tu última oportunidad para demostrar que mereces ser la futura
MAMA-COYA.

Los primeros días Kusi estuvo muy enfadada y con frecuencia


agresiva con sus hermanos, especialmente cuando todos salían y ella se
quedaba sola en el patio rumiando su descontento. Después poco a poco
empezó a salir para acompañar a algunas madres en su trabajo.
Yo veía que en ese tiempo, había grandes cambios en su talante,
especialmente una noche que llegó a casa muy animada.
-Kusi – le dije- ¿dónde has estado esta tarde?.
-He estado en la ladera del Saraque ayudando a Sanka (La que
siempre tiene la palabra adecuada) a sacar camotes. Es muy simpática,
ha sido muy duro pero lo he pasado bien.
Me quedé mirándola extrañada, ¿Qué le habría dicho Sanka?.
También pasó una mañana trabajando con Lawra (mujer de gran
influencia) en su taller, llegó con las manos manchadas de los tintes que
había usado.
-Mamá –me dijo, ocultando sus manos en la espalda -¿de qué color
tengo la mano derecha.
-Y yo qué sé, de color carne.
-Mírala de color rojo – me dijo enseñando la mano derecha.
-¿Y de qué color tengo la mano izquierda?.
-Pues seguro que rojo.
-Pues no mamá, color azul.
En la siguiente fiesta de la Luna, reuní el Consejo de Madres y
antes de votar, todos los presentes tenían derecho a intervenir, también
los padres que habían venido para la fiesta.
El primero que pidió la palabra fue Tarki (con carácter, que se hace
respetar), mí marido.
-Todavía estoy dolorido por la muerte de Illarisisa y me parece que
es Kusi la que tiene que ser elegida.
-Soy de la misma opinión -dijo mi padre Anca (Veloz como el
águila)- mi nieta Kusi es una niña de mucha personalidad.
Se levantó un cuchicheo entre las madres y los padres, unos a
favor y otros en contra.
-Si tiene mucha personalidad -dijo Sanka -tal vez demasiado-
Parece muy mandona queriendo tener siempre la razón.
-Pero puede mejorar – defendió Lawra (mujer de gran influencia)-
todavía es muy niña.
Desde el principio las posturas quedaron claras. Me pareció que lo
mejor era votar. Si seguíamos discutiendo sólo empeoraríamos las cosas,
creando mayor división en la Aldea. Pero muchas madres levantaron la
voz queriendo intervenir.
-Silencio -dije con autoridad- no me parece oportuno seguir
debatiendo. Que cada madre deposite su voto en la cesta.
Las madres se fueron acercaron cada una llevando una piedra de
color, si era roja el voto sería para Kusi (que tiene siempre suerte) si era
verde o amarilla, sería a favor de una de mis otras hijas. La cesta estaba
situada junto a la Kala con las dos madres más ancianas.
Cuando todas las madres habían depositado su voto, las dos
ancianas hicieron el recuento. Y una de ellas dirigiéndose a todos los
presentes gritó:
-¡Ha sido elegida como heredera de la MAMA-COYA, su hija Kusi!
Como nunca se sabe lo que depara el futuro yo sólo podía esperar
que hubiéramos acertado en la elección.
Ordené a mi hija que viniera junto a la Kala, ella avanzó sonriente y
un tanto cohibida, y en presencia de todos la abracé y besé en la frente.
-Kusi -le dije- vas a recibir la primera señal que simboliza el poder
que tendrás para proteger del mal, a todos los que serán tus hijos,
cuando seas la MAMA-COYA de esta Aldea.
Llamé a la tatuadora que se acercó y ofreciéndole un cuenco, le
susurró al oído:
-Bebe de este narcótico.
No tardó mucho en hacer efecto la pócima y cuando estaba
adormilada, apartó del fuego el molde ritual y le tatuó una araña en cada
pie.
Luego protegió las llagas con dos cintas azules y yo me la lleve a
casa ayudada por mi marido y mi padre. La acosté y mande silencio a
todos mis hijos para que no la molestaran.
DÍA LUNES
Ciudad de Trujillo, Agosto 2008

El tiempo paso muy rápido y por la hora que era, buscaron donde
comer, y como en toda gran ciudad había muchas opciones, entraron al
Restaurante El Mochica, en la Calle Bolívar, donde les ofrecieron los
platos típicos, de manera especial les hablaron de la Sopa Shambar que
se sirve, por tradición, solamente los días Lunes, es una sopa de trigo
con carne de cerdo, menestras, culantro y ají. Se acompaña con maíz
tostado
El camarero les dijo que en una mesa cercana estaba la trujillana
María Julia Mantilla, Miss Mundo en el 2004, al terminar tuvieron la
oportunidad de saludarla.
¿Por qué no nos sorprendería descubrir -afirmó Rosa- que hay
relación estrecha entre Yanawara y la Mis Mundo que habíamos
saludado?
¿No descendería María Julia -se preguntó Juan- de aquella hija de
MAMA-COYA Sulata y el andaluz Diego de Villamayor?.
Después de comer se encaminaron a la casa de D. Miguel, era muy
importante lo que les pudiera decir.
-He visto el plano -dijo Rosa- y la casa no está muy lejos así que
podemos ir andando.
Antes se acercaron al Hotel. Bajaron las fotografía de la máquina
de fotos a la computadora portátil y salieron tomando la Avd. Diego de
Almagro hasta la Avd. de España, desde allí por la Avd. Tupac Yupanqui
llegaron a la Avd. Los Incas donde encontraron con facilidad la dirección.
Era una casa en esquina, pintada de color verde agua. La fachada
principal en la Avd. Los Incas, tenía en la planta baja dos ventanas y en
el centro una gran puerta de madera, y en la planta superior tres
ventanas. Tanto las ventanas como la puerta eran de madera de caoba.
La puerta de dos hojas era un gran trabajo de carpintería, cada hoja
tenía dos filas de cuarterones tallados manualmente con filigranas
florales, cada cuarterón está bordeado por tablas horizontales y
verticales con símbolos marinos: escamas talladas a mano.
Como habían llegado demasiado pronto, dieron unas cuantos
paseos por la Avenida, en la que se mezclaban bastantes comercios con
casonas antiguas pero cuidadas. Daban las tres de la tarde cuando
llamaron al timbre de la puerta y les salió a recibir una señora de edad,
que se les presentó con un sonrisa:
-Yo soy Claudia, la esposa de D. Miguel, que os está esperando.
Les hizo pasar
-Mi esposo está en el despacho. -les aseguró con amabilidad.
El interior de la casa es muy luminosa gracias a dos patios
interiores, más que entrar a una casa parecía que se entraba a un
jardín, que rebosaba por las ventanas interiores.
El suelo es de madera con muebles antiguos pero muy bien
conservados, por todas la casa correteaba una perrita alborotadora,
pequeña y negra, no sabría decir de que raza.
-Esta perrita- dijo doña Claudia- nos la regalo mi nieta en nuestro
cincuenta aniversario de boda. Le puso por nombre Ñusty, en recuerdo
de las Ñustas del Antiguo Perú.
Doña Claudia les dirigió a través de un pasillo hasta el estudio de
su esposo. Era una estancia amplia con una gran mesa con varios
montones de papeles, dos sillones de cuero burdeos. Una estantería,
llena de libros, cubría dos de la paredes, en las otras, una puerta-
ventana se abría a un patio interior con una gran maceta en la que
crecía una miniatura de algarrobo y otra ventana a la fachada lateral, las
zonas de pared libres, estaban decoradas por grabados y maquetas de
los restos arqueológicos de la región.
Se presentaron.
D. Miguel, para sus 82 años todavía se mueve con la elegancia de
un maestro, acostumbrado a disertar delante de grupos de alumnos.
Tras unos anteojos de montura metálica y estilo clásico les mira con
atención unos ojos, algo cansados, pero inquisitivos y con frecuencia con
destellos de ironía. Después de presentarse contándole de donde venían
y lo que habían encontrado, el famoso manuscrito.
-D. Miguel -le dijo Juan- nuestra primera pegunta es si se puede
saber si este manuscrito ha sido ya publicado.
-Para eso tendré que leerlo, estudiarlo despacio y hacer algunas
averiguaciones bibliográficas.
-También necesitamos una opinión autorizada sobre, si se puede
decir sin dudar, que esta escrito en la fecha que dice, que es de la época
de la conquista.
Abrieron la computadora y le mostraron las fotografías de varias
hojas del manuscrito y al verlas dijo con pausa.
-La letra es muy cuidada pero veo que faltan las abreviaturas a la
que eran tan aficionados los Escribanos de la época -les miró antes de
proseguir
-En el manuscrito se dice que el autor no es un escribano, - aportó
Rosa - es una mujer, hija de una MAMA-COYA y de un soldado andaluz.
Lo que quiere, es dejar constancia de lo que ha pasado con su Aldea. Su
historia según la recordaban sus antepasados.
Pareció que esas palabras le convencieron, pero siguió señalando lo
que para él podrían ser incongruencias:
-La encuadernación es demasiado sencilla. Lo llamativo es que
siendo tan pobre la presentación se conservara en el Archivo. Tal vez él
que la recibió pensó que era particularmente interesante. Pero para
poder decir algo más serio. Hay que leer y estudiar detenidamente el
documento.
Comenzó a leer las fotografías en la computadora, cada fotografía
era una página del manuscrito. Después de media hora les dijo:
-Este manuscrito es muy interesante. Refleja los datos históricos
que tenemos: Sabemos que durante milenios, en el Norte del Perú, en
los valles de Tumbes, del Chira y de Piura, se desarrollaron diversas
culturas, cuando llegó Trujillo y sus soldados encontraron a los Tallan,
un pueblo agrícola que había convertido esos valles en zonas ricas y
fértiles, asegurándose una suficiente producción de alimentos para su
población, esta situación causó el pasmo de los primeros conquistadores.
Este pueblo es conocido como los Tallan, gente muy hospitalaria.
Lo más característico es su dominio sobre el mar: la perfección que
alcanzaron en la pesca y en la navegación a vela.
Sabemos que no eran un pueblo militarista y conquistador. Es
admirable comprobar, como se preocuparan de establecer vínculos
comerciales y de amistad sin plantearse la conquista de ninguna
territorio. Era un pueblo pacífico.
En una estantería de la biblioteca tenía dos ficheros con fichas de
tamaño octavilla de papel reciclado, antiguas circulares, Orden del Día
de reuniones, etc. que guardaba de su época académica, y que ahora
iba cortando para aprovechar el papel. Algunas fichas apenas tenían
unas líneas, en otras, disminuía la letra, para recoger párrafos enteros
de información. De aquel fichero, D. Miguel les mostraba, con facilidad,
la fichas que en ese momento era la apropiada.
-Con gentes de estos pueblos se encontraron, al comienzo de la
conquista, los recién llegados. Fue muy grande su asombro – siguió
comentando D. Miguel - pues en el tiempo que estaban por América no
habían visto ese tipo de velas, ni que se manejara un barco con timón.
Parece que, de manera jocosa, algún cronista afirma que aquellos
conquistadores, al ver en la lejanía ese barco, se desilusionaron
pensando que otros europeos se le habían adelantado. Cuando lo vieron
de cerca, descubrieron que aquello no era un barco de los conocidos,
sino una balsa, aunque con velas y timón.
En una de las paredes del despacho, un grabado representaba la
posible maqueta de una de esas balsas. Y siguió hablando:
-Por supuesto que no lo saben, pero un día a la semana me reúno
en el estudio de Radio Libertad con un grupo de carcamales, todos
profesores de Historia, pero jubilados: unos de la Universidad otros de
Secundaria. Allí grabamos una conversación que luego se emite con el
pomposo titulo de Debates de Historia, varias veces, a lo largo de la
semana en distintas hora. Recuerdo el día que saque a colación un
informe sobre la Señora de Cao. Yo había asistido el 15 de mayo de
2006 en la Universidad a una conferencia del Arqueólogo Doctor Regulo
Franco Jordan del Instituto Nacional de Cultura, que dirigía un equipo de
arqueólogos peruanos que trabajaban en la Huaca de Cao, que está
cerca de la pequeña ciudad de Magdalena de Cao a unos 60 kilómetros
al norte de Trujillo. En esa Conferencia disertó sobre el descubrimiento
de los restos de una mujer a la que llamaron Señora de Cao.
Es increíble cómo un fardo enterrado hace unos 1.700 años,
mantenía oculto uno de los más apasionantes capítulos de la historia
peruana.
Antes de ese hallazgo, todo el mundo científico pensaba que sólo
los hombres había ejercido altos cargos políticos o militares en el antiguo
Perú. Ahora se ponía en duda, pues esa Señora, se presentaba con los
atributos de la autoridad suprema de una Reina Guerrera, que había
gobernado mil años antes que aparecieran los Inca. En la conversación
hablé de que ese matriarcado se sigue notando por estas tierra. Nunca
se ha perdido esa actitud entre la mujeres trujillanas.
Pero, uno de los contertulios, D. Antonio, me rebatió no sólo lo de
la Señora sino lo de las mujeres trujillanas:
-Eso no son más que tonterías de gente que se deja influenciar por
las modas. Que moderno suena eso del feminismo, pero es falso. Y
usted, D. Miguel no le da vergüenza renegar, traicionar a su condición,
después de años y años siendo hombre, ahora nos viene con eso de las
mujeres. ¡ por favor!, hay que ser coherentes.
-Mire usted -intervino D. Diego tomando el recorte del periódico
que yo había llevado- aquí se habla del ajuar encontrado con báculos
que representaban el poderío de gobernante.
-¿Qué es eso de los báculos? -casi se burlaba con sorna D. Antonio.
-Pues unos cetros de madera forrados de cobre, -remacho D.
Diego- utilizados en las ceremonias como símbolos de poder y
hegemonía, que se encontraron dentro del cofre de madera en el que
estaba encerrada la Señora.
-Antes de este descubrimiento, - volví a tomar la palabra- no había
ninguna información científica sobre el hallazgo de narigueras en tumbas
de mujeres de la cultura moche. Esas joyas, todos pensábamos que
eran exclusivas de los hombres y lo mismo las porras de madera
forradas con metal dorado, otro elemento masculino, también
encontrados dentro del fardo funerario, habrían sido utilizadas durante
las ceremonias como símbolos de poder y hegemonía.
-Que no D. Miguel, que no -se revolvía cada vez con menos
argumentos, pero con la terquedad que le caracterizaba, nuestro amigo
D. Antonio- No se puede aceptar esa teoría, ¿que pasa en el Imperio
Mochica o en el Inca?. La autoridad suprema la tienen siempre los
hombres, Puedo aceptar: brujas, sacerdotisas o hechiceras pero nunca
gobernantes o guerreras. Eso es una ingenuidad de ignorantes.
-Tampoco le convence las palabras del cronista Cieza -dije sin
mucho convencimiento- no recuerda como afirma que en 1528 durante
el segundo viaje de Pizarro a éstas tierras los españoles tienen trato
directo con dichas Señoras. Y como Pedro Halcón pretendió quedarse en
ese lugar y se lo exigió imperativamente a Pizarro, quien no quiso
porqué el tal Halcón "era de poco juicio" y muy enamoradizo.
-A aquellas Señoras -Volvió a meter baza D. Diego- hasta “las
conducían en andas”, e inclusive ejercían la poliandria a su antojo,
tenían libertad de escoger consortes y por "cantidad".
-Bueno eso si que son habladurías de algunos de los cronistas-
apostilló D. Fernando- pues otros no dicen nada de eso. Además se tiene
alguna constancia de que la Señora de Cao sea tan antigua.
-Pues sí, Don Fernando, -dije sacando una de mis fichas- en la
conferencia el Arqueólogo habló de dos factores que habrían contribuido
a conservar los restos de la Señora de Cao.
1º El nivel intermedio en que se encontró la tumba. Entre el
escalón superior y la base de la pirámide.
2º El uso de cinabrio o sulfato de mercurio. Que funcionó como un
repelente y veneno para las bacterias, que podrían haber deteriorado el
cuerpo.

Aquella tarde la tertulia estaba muy animada pero también en


algunos momentos se dijeron palabras más fuertes de lo habitual. Al
terminar D. Antonio pidió disculpas alegando que hay temas que le
soliviantan, pidió que se quitaran algunas de sus expresiones cuando se
emitiera, para no dejar mal a ninguno de los tertulianos. Todos le
dijimos que cada uno tenían derecho a decir lo que quisiera y que
apasionarse en defensa de lo que se piensa no es un delito. Lo
conseguimos apaciguar y nos fuimos todos a casa de D. Enrique, uno de
los contertulios habituales que ese día había faltado por estar
indispuesto. La discusión continuo durante el camino y en casa de D.
Enrique que dijo
-Yo he leído en alguna parte que los exámenes de Carbono 14 y
ADN indican que habría fallecido entre los 20 y 25 años de edad, y que
habría tenido por lo menos un hijo. Y que esa Señora tiene tatuajes de
serpientes y arañas en los antebrazos, los tobillos y los dedos de los
pies.
Y comenzó de nuevo la discusión, aquella tarde en casa de D.
Enrique.
Siguieron conversando sobre el manuscrito hasta que a la siete de
la tarde, dijo D. Miguel:
-Si están interesados les puedo recibir mañana a la misma hora. Yo
me tengo que ir para llevar a pasear a la perrita Ñusty y luego hasta una
iglesia para oír misa.
-Le importa que le acompañemos – dijo Rosa.
-Por supuesto que me gustaría ir con ustedes en mi paseo. Ahora
voy a prepararme.
-Nosotros mañana iremos – dijo Juan – a terminar de fotografiar el
manuscrito, le podemos dejar una copia de los que tenemos en su
computadora.
-Por supuesto -dijo don Miguel – así podré estudiar con
detenimiento el manuscrito.
En unos minutos ya estaban todos preparados, D. Miguel se había
puesto la chaqueta de su terno azul marino y el sobrero de fieltro del
mismo color, se despidió de su esposa y salieron.
Durante el paseo fueron numerosos los saludos de los transeúntes.
-El que me acaba de saludar fue alumno mio en la Universidad.
Trujillo es una gran ciudad, pero todavía en los barrios, mucha gente nos
conocemos. Alguna vez he pensado que si perdiera la memoria y
empezara a pedir ayuda, muchos sabrían mi nombre y me llevarían
hasta la puerta de mi casa. A mi esposa, la llamarían Doña Claudia,
cuando le contarán lo que me había pasado.
Después de detenerse en el parque le puso la correa a Ñusty y
reanudaron el paseo, Por la Calle Moche siguieron hasta la Avenida de
España y allí vieron una iglesia. Se acercaron y a la puerta, una señora
mayor, pedía limosna. D. Miguel saludó.
-Buenas tarde Doña Luisa, me podría cuidar a la perrita.
-Por supuesto, D. Miguel, la tendré vigilada como todos los días.
-Gracias.
Y entraron a la Iglesia, que no tenía nada especial, no era de las
famosas, simplemente una parroquia de barrio. Al terminar la misa
salieron. D. Miguel dio una moneda a Doña Luisa. Que se lo agradeció.
-Muchas gracias, por cuidar de Ñusty.
-Como siempre se ha portado muy bien. ¡Que Dios le bendiga!.
-Hasta mañana, Doña Luisa.
La siguiente parada habitual antes de volver a su casa era pasar
una hora en la Cevichería Morena de Oro, jugando a los naipes con un
grupo de amigos y tomarse un vasito de pisco.
-El médico me permite tres dedos de un vaso pequeño. Tampoco
me pone pegas mi hija, la que es médico en Lima.
Entraron con él y se sentaron en la mesa cerca de donde se
desarrollaba el juego. No había pasado ni media hora cuando se levantó
despidiéndose de los demás y se acercó a Rosa y Juan:
-Creo que ya es hora de marchar, se va haciendo tarde.
Les habló durante el trayecto de los jugadores, sus amigos:
-Todos son jubilados, pero de las más dispares profesiones, uno
era camionero, otro camarero y el más mayor fue durante años el
barbero del barrio.
Al llegar a casa, Doña Claudia se sorprendió:
-Ya volvéis, siempre te quedas una hora. ¿Qué a pasado?.
-Nada, -contestó D. Miguel- es que me pareció que estos señores
estaban un poco aburridos, además quiero hablarles del Paracas. Me ha
parecido muy interesante lo que dice el Manuscrito.
-Mañana – dijo Juan- sólo le acompañaremos pero hasta la puerta
de la Cevichería, para que pueda quedarse con sus amigos según su
costumbre.
-Por favor pasen a mi despacho – les insistió D. Miguel-
Con reticencia, pues no querían perturbar sus horarios, entraron
con la intención de marcharse lo más rápidamente posible.
D. Miguel abrió su cartera, en la que únicamente llevaba, algunos
recortes de periódicos y dos sobres: uno con fichas en blanco y otro con
las usadas pero que todavía no estaban ordenadas en el fichero, de ese
sobre nos enseño una que se refería al Candelabro:
En la Bahía de Paracas, en el departamento de Ica, se ubica el
geoglifo llamado el Candelabro o el Tridente. Está grabado sobre la
ladera de una inmensa roca. Para ver este geoglifo en toda su
dimensión, es necesario acercarse a la costa desde el mar. El alto del
poste principal del Candelabro alcanza 200 metros de altura, mientras
que el ancho total mide 60 metros. Los postes de los costados tienen
una altura de 60 metros y los canales, es decir los surcos que fueron
grabados y hacen visible el diseño, tienen una profundidad que oscila
entre 1,2 y 3,2 metros.
-No cabe dudas -les dijo- que el geoglifo tiene alguna relación con
las líneas de Nazca, pero su origen es un misterio y se han formulado
varias hipótesis algunas disparatadas. Muchos hablan de bucanero: la
figura estaría indicando el camino de un tesoro escondido. Otros que se
trata de un símbolo de la masonería, grabado por orden del general José
de San Martín. Muchísimo más curiosa es la teoría que afirma el origen
alienígena. El Candelabro apuntaría directamente a las líneas de Nazca.
Según esta teoría funcionaban, en una época remota, para señalizar el
descenso a la tierra de naves de extraterrestres.
-Pero esta última, -comentó Juan- parece una teoría un tanto
extraña. Es curioso que las líneas de Nazca sólo se puedan apreciar
desde el aire, en una época en la que el hombre no sabía volar, ¿pero la
explicación es poco científica?
-Desde luego -aclaró D. Miguel- la teoría más consensuada es que
fue grabada por la antigua cultura Nazca para orientar a los navegantes.
El Candelabro sería en realidad una representación de la Cruz del Sur.
Se cree que las demás estrellas de la constelación Centauro también
están plasmadas en la roca, y es por ello que exhibe la peculiar figura de
un candelabro.
Pero si es para orientar a los navegantes, la piedra estratificada
donde fue grabado el símbolo llega directamente hasta el agua y no deja
ningún espacio de playas en la zona. El paraje no pudo haber funcionado
como punto de llegada para las embarcaciones, pues es un pequeño
acantilado golpeado por las olas, como he visto en todas las fotografías
del lugar.
-Tal vez -le dijo Rosa con precaución- como las Líneas de Nazca,
este candelabro sea un tatuaje de la Pachamama, realizadas por las
culturas antiguas, con la misma finalidad mágica, con la que se hicieron
los tatuajes de la Dama de Cao.
-Eso es lo que dan a entender los navegantes del manuscrito y me
parece una explicación muy sagaz. Me gustaría poder profundizar en esa
explicación, y si ustedes me autorizan a escribir un artículo sobre el
tema en el periódico.
-Por supuesto que no hay ningún inconveniente – dijo Juan
mirando a Rosa que asintió.
Ya era demasiado tarde cuando consiguieron marchar de aquella
casa con el propósito de volver al día siguiente
El día terminó en el Hotel, recordando y escribiendo tantas cosas
como les habían contado.
Cuando ya estaban de vuelta del viaje, les llegó a Canarias un e-
mail de la nieta de D. Miguel, Laura, dándoles la dirección del blog, que
le había hecho a su abuelo, en el que había resumido parte del artículo
publicado días antes en el periódico La Libertad de Trujillo:
https://ladrondeguevara.webs.com/, que se puede resumir en las
siguientes líneas:
---(Desde que se empezaron a estudiar las Líneas de Nazca,
muchas han sido las teorías intentando explicar su origen y significación.
Por comparación con los dibujos de la cerámica de la cultura
Nazca, se le atribuye su construcción a los Nazcas, por tanto tendría
unos 200 años antes de Cristo de antigüedad.
No se puede olvidar el gran trabajo de la matemática germana
María Reiche. Durante más de medio siglo investigó las representaciones
de Nazca, y afirmó que las líneas de Nazca son un gigantesco calendario
sobre los movimientos del sol, la luna y las constelaciones. El mapa de la
bóveda celeste más grande del mundo, las incontables líneas que cruzan
el desierto en todas las direcciones fueron usadas para observar los
movimientos del Sol y la Luna.
Sobre esta hipótesis surgieron dudas, pues no todas las figuras
responden a esa explicación.
Otra teoría nos habla de algunos detalles que pueden explicar su
sentido: En el desierto se ven con frecuencia espejismos, los dibujos del
desierto sería para capturar el agua de los espejismos. Esto es
precisamente lo que los antiguos Nazca debieron de afirmar. La multitud
de líneas en el desierto eran entonces acequias para canalizar el agua
fantasma, por ello las líneas están hechas con trazos continuos sin
interrupciones para poder retener y canalizar esa agua vivificadora.
No queriendo enfrentarnos a esas explicaciones, pero en el deseo
de seguir profundizando en el misterio, nos atrevemos a presentar una
nueva teoría, que siguiendo un axioma científico, la explicación más
sencilla es la que tiene mas posibilidades de ser la verdadera, la
consideramos posible.
Nos preguntamos:
¿Y si las Líneas de Nazca son meros tatuajes?.
Los tatuajes corporales está presentes, desde antiguo, en casi
todas las civilizaciones, tiene en algunos casos la misión de manifestar la
pertenencia a una comunidad, en otros mostrar alguna cualidad de la
persona: casado, soltero, grado militar: como los galones y estrellas en
todos los ejércitos del mundo. También muestran poderes mágicos o
místicos.
La Señora de Cao tiene algunos de los dibujos de Nazca tatuados
en sus brazos, piernas y manos, con un sentido simbólico y místico.
Serpientes, peces y otras figuras cargadas de simbolismo envuelven a la
Dama, como una armadura de magia y poder.
Para los antiguos peruanos la Tierra es la Pachamama. Las líneas y
los símbolos de animales y gentes que se pueden ver en Nazca podían
ser sus tatuajes)---.

PARTE 2ª: La MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos


grandes)

Caravana comercial a la Sierra


Caravana comercial en Baños del Inca
Incursión en Chan Chan
Nos enfrentamos a los soldados
Los soldados en nuestra Aldea
Los soldados del Inca en Chan – Chan
Día Martes en Trujillo, Agosto 2008

A orillas del Virú 1450


Caravana comercial a la Sierra

Tarki (con carácter, que se hace respetar) Narrador

Donde se refiere los acontecimientos sucedidos durante una


caravana comercial a la sierra de Cajamarca.

A media tarde llegué, junto con un grupo de padres de la Aldea del


Mar, para celebrar la semana de la Luna llena, durante esa semana
vivíamos en la Aldea, cada uno con su familia. Atracamos en la ensenada
del río, donde un grupo de vicuñas que unos jóvenes habían traído se
arremolinaban para beber en el margen del río, entre empujones y
berridos. Muchos niños jugaban nadando en las aguas cristalinas.
Como cada mes, mi hija pequeña me espera y corrió hacia mí,
sorteando a los demás niños.
-Papá, Papá – gritaba con alborozo.
Y cuando agachándome le acerque mi cara, ella me miró a los ojos
y sin más me preguntó.
-Papá, ¿me quieres?
-Si, cariño, claro que te quiero mucho.
-Pero Papá, ¿me quieres más que a Kusi?
-Tu sabes que os quiero a todos igual.
-Papá, papá, pero a mi me quieres más que a los demás.
Entonces la subí a mis hombros, ella comenzó a simular miedo y a
fingir llantos y gritos. Entré con ella en el río, hasta que me sumergí y
ella quedó nadando en la superficie. El juego consistía en que yo la
dejaba, luego nadaba sumergido y esperaba a que ella llegara, entonces
me levantaba y ella quedaba otra vez sobre mis hombros, luego
salíamos del río simulando que la había salvado y ella daba gritos de
alegría.
Después me encaminé hacia mi casa con ella en mis hombros,
saludando a unos y otros que me encontraba en el camino. Era mi hija
más pequeña que iba a recibir su nombre este año, yo quería que la
llamen Cuculi, por que le gusta bailar a mi alrededor, como una paloma
torcaz y siempre estaba contenta y a mi me llenaba de felicidad. Como
cada mes me recibieron los cantos de las calandrias ocultas entre los
arbustos del camino. Cada vez volvía con más ilusión después de tantos
días lejos de la familia.
Al llegar a casa. Me recibió mi esposa Naira (Mujer de ojos
grandes), había salido a la puerta alertada por los gritos de Cuculi.
Después de los saludos de costumbre, me encaminé, del brazo de
mi esposa, al taller donde muy afanosa encontramos trabajando a mi
hija Kusi (que tiene siempre suerte).
-¿Kusi, que haces con tanto interés? ¿te has olvidado que soy tu
padre?.
-No papá -contestó, mientras se acercaba a abrazarme- nuestra
MAMA-COYA está esperando que termine esta vasija para meterla en el
horno. Me esta metiendo prisa.
-No seas quejica, Kusi -la recriminó Naira- llevas demasiado tiempo
haciendo ese huaco, ya tendría que estar en el horno.
Aquella noche, en la intimidad de nuestra habitación, Naira me
comentó:
-Tarki, he pensado que tu podrías dirigir una caravana comercial
hacia las aldeas de interior, las Madres han empezado a hablar de la
necesidad de que los hombres intervengan más en el desarrollo de la
Aldea, y hemos decidido que os ocupéis del comercio con los pueblos
vecinos.
-Pero Naira -le contesté quejoso- nosotros nos dedicamos a la
pesca y también nos encargamos de salar el pescado y en la semana de
la Luna Llena que estamos en la Aldea, nos ocupamos de los trabajos
que nos encomiendan en el Consejo, recuerda que el mes pasado
estuvimos mejorando los caminos, el anterior ampliamos varios
almacenes para guardar el maíz y las papas.
-Por supuesto, yo no digo que no hagáis nada, sino que tenéis que
colaborar más, y ademas del viaje a la sierra, otros tendrán que ir por el
mar a comerciar con otros pueblos. Es acuciante.
-La aventura por mar es más realizable -le sugerí con cuidado- y
podríamos llevar más cosas. Por tierra todo lo tendríamos que cargar,
pues poco nos van a ayudar las llamas.
-Pero pienso -afirmó Naira- que nos será más prometedor el
comercio, con los pueblos de la sierra, ellos no tienen sal.
-Hoy al llegar consideraba -pensé en voz alta- que ya me costaba
mucho estar lejos de vosotros todo el mes. Con ese viaje estaré más
tiempo sin poder veros.
-Tarki , pero ese viaje puede que sea una sola vez en la vida, -
matizó Naira- pues cada vez irán aquellos que quieran. Yo confió en que
a algunos les resulte más interesante que estar siempre pescando.
Todavía no se había tensado demasiado la cuerda, pero cada vez
veo más decidida a la MAMA-COYA, y a pesar de mis reticencias, se que
tiene razón, en algunas cosas, especialmente sal, ya empezábamos a
tener demasiada almacenada, y podíamos usarla con facilidad para el
trueque.
-De acuerdo, Naira -claudiqué con desgana- que esperas que haga
para preparar ese viaje.
-Espero que hables con algunos Padres y formes un grupo de 10 ó
12 dispuestos a caminar y comerciar. Nosotras prepararemos lo que
llevaréis y los jóvenes seleccionarán unas llamas para que os ayuden en
el trasporte.
No hacia mucho tiempo que habían llegaron, de uno de los pueblos
de la sierra, un grupo de hombres que nos intercambiaron lana de alpaca
y vicuña por sal, también les interesó la carne del cañan y del cui, que
nosotros secábamos con sal como el pescado.

Al día siguiente empecé a cumplir la mandato de la MAMA-COYA,


hablando con unos y otros del proyecto, a mi alrededor mi niña
revolotea, hasta que la envié a preguntar, no se que cosa, a su madre,
pues sino se quedaría todo el tiempo a mi lado. Como yo barruntaba no
despertó ningún entusiasmo entre los padres.
-Es un viaje muy azaroso, -me replicaban- y además muy
complicado pues hay que subir y bajar de la sierra cargando con
mercancías.
Cómo tampoco todas las Madres estaban convencidas del provecho
de esa andanza. A la mañana siguiente sólo tenia convencido a dos de
los Padres.
-Sólo por que tu me lo pides – me confesó Sayri (quien siempre da
apoyo y ayuda), un padre de mi edad, gran pescador y de fuerte
carácter- y por no dejarte solo, pero sabes lo que opino.
-Si, Sayri, lo sé – le repliqué- pero vamos a tener que hacerlo, pues
la MAMA-COYA está decidida, y aunque va a ser duro, la verdad es que
ella tiene razón, no podemos negarnos a progresar.
Durante los días previos a la fiesta, este proyecto fue la
conversación constante. Las opiniones se fueron decantando a favor de
negarse, pues a nadie le parecía bien meterse en un viaje tan trabajoso,
complicado y arriesgado. Por eso el día de la fiesta sólo le pude
manifestar a Naira:
-Naira, vas a tener que cambiar de opinión, yo sólo he conseguido
que me acompañen cuatro padres, por no dejarme solo. Todos los demás
se niegan a subir a la sierra.
-Ya veremos -con cara seria, afirmó Naira- esta tarde tendremos
una reunión. Allí me van a oír.
Por la tarde, cuando todos estábamos en el Templo, la MAMA-COYA
acudió desde su casa vestida con todos los atributos de su autoridad y la
cara seria e impenetrable. Yo nunca la había visto tan enfadada, sentí
temor. Llegó a su Kala, se volvió hacia nosotros y extendió los brazos. Se
hizo un tremendo silencio, pasaron los segundos, nadie hablaba ni
siquiera susurraba y tal vez ni siquiera respiraba.
Paseando lentamente los ojos por todos nosotros, la MAMA-COYA
dijo con voz fuerte y airada:
-Ya sé que no siempre voy a poder estar orgullosa de vosotros. Me
habéis defraudado profundamente. Ahora no estoy satisfecha de mis
hijos. Pero vais a tener la oportunidad de rectificar. Ya sé que sólo cuatro
estáis dispuestos a acompañar a Tarki, pues yo voy a elegir a otros cinco
que le acompañaran, pues como todos sabéis la decisión de comerciar
con los pueblos cercanos es un acuerdo decidido en el Consejo de
Madres apoyado por mi autoridad. Y no permitiré a nadie que
desobedezca.
-Tarki – me ordena- acércate con los que te van a acompañar.
Salimos los cinco que estamos dispuestos y ella fue escogiendo a
los que faltaban, entre los más fuertes. Todos bajaron la cabeza y
obedeciendo a su voz, subieron poniéndose junto a nosotros. Cuando
estaba reunido todo el grupo nos dijo:
-Vosotros vais a ser los primeros en iniciar lo que queremos se
convierta en una actividad encomendada a los hombres, que espéramos
sea muy fructífera. Será dificultoso, eso ya lo sé, pero hay que hacer lo
que es necesario y no podemos conformarnos, hemos de buscar nuevas
metas solo así nuestra Aldea crecerá. Cuando pase el tiempo todos
veréis que tengo razón
Con esa decisión ya tomada se celebró aquel mes la Fiesta, llena de
comentarios y alguna disidencia soterrada. La chicha fue desatando la
lengua de algunos a lo largo de la noche. Pero nadie se atrevió a
enfrentarse a la decisión de Naira (Mujer de ojos grandes).
Al día siguiente pusimos en marcha los preparativos. Cada viajero
se encargaría de cinco llamas cargadas con dos paquetes de 15 Kilos
cada una, por eso con los jóvenes, fuimos a escoger a las que cada uno
se encargaría, tenían que ser fuertes y dóciles, había que acostumbrarlas
a caminar juntas y cargadas, para ello las atamos en grupos de cinco, y
las hicimos andar. En terreno llano no había problema, las dificultades de
presentaban cuando había que subir por los cerros. Para entrenarlas
utilizamos las cuestas del Cerro Saraque, porque de eso se tratará sobre
todo, de subir y bajar montes.
Durante años, algunos viajeros y comerciantes que habían visitado
nuestra Aldea, nos habían informado que siguiendo hasta el nacimiento
del Virú era fácil llegar al Camino Real que unía el Cuzco con Cajamarca,
en ese momento tendríamos que seguir en dirección Norte pues nuestra
intención era comerciar en Cajamarca. También nos hablaron con
machaconería en el frío que tendríamos que afrontar por las peladas
montañas y en la urgencia de llevar ropa adecuada y abundante.
Y llegó la siguiente Fiesta de la Luna. Todo estaba ya preparado: las
llamas entrenadas y los fardos con las mercancías, amarrados.
Una mañana nos pusimos en marcha, todo el pueblo nos escoltaba
durante un tiempo. Después de atravesar el bosque de los Algarrobos,
llegamos a Las Cascadas y allí decidieron despedirnos.
Naira me miró, una y otra vez, queriendo llenarme de coraje, pero
mi pequeña Cuculi sólo lloraba, cuando nos fuimos alejando por la ribera
del Virú, peñas arriba.

Nos organizamos dedicando las horas de sol para caminar. Cada


mañana antes del amanecer, comíamos y dábamos de yantar a las
llamas, les atábamos los bultos y al clarear el cielo comenzábamos la
marcha. Cada uno jalaba de su grupo de llamas y así avanzábamos
durante toda la jornada.
Los primeros días remontamos el cauce del río Virú por lo que
siempre disponíamos de agua. Casi todo el tiempo el camino ascendía en
fuerte pendiente montaña arriba, yo sentí la tensión en las piernas, el
corazón que me palpitaba con fuerza y la respiración que se me
aceleraba. A mediodía empezábamos a buscar el lugar más apropiado
para pasar la noche a la vez que avanzábamos.
Unas veces era en alguna cueva, otras en pequeños bosques cerca
de la ribera del río. El mejor momento del día era cuando ya teníamos
decidido donde dormir, descargábamos las llamas, les dábamos de
comer, nos sentábamos entorno al fuego para comer y hablar. La
temperatura descendía muy rápidamente al esconderse el sol. Con
frecuencia sacábamos las ocarinas y tambores y hacíamos música pues
la visión de la luna nos recordaba a nuestras familias. Las noches, en
general, eran pacificas pero frías, nos acurrucábamos al calor de las
llamas, cubiertos con mantas. Aunque alguna vez vimos recortarse en la
penumbra, la sombra sigilosa de algún puma que curioseaba y se alejaba
al ver el fuego.
Antes de la amanecida todo volvía a la vida. Las llamas levantaban
la cabeza y se incorporaban, mientras los pájaros reanudaban sus trinos,
ininterrumpidos durante la noche. Nosotros nos preparábamos para una
nueva jornada de camino.
Un noche comenzó a nevar, al poco se acumulo más de un palmo
de nieve en la puerta de la cueva, que sin duda se convertirá en más con
el paso de las horas. Sentí que no había ni un solo ruido a mi alrededor,
fue un instante largo hasta que, el llanto de una llama, rompió aquel
momento mágico.
Al amanecer siguió nevando, en medio del torbellino; ráfagas de
viento agrupaban la nieve en grandes montones. Ese día no tuvimos
fuerzas para continuar la marcha. Alimentamos a las llamas y después
alargamos la conversación mientras comimos a calor de la hoguera. A
mediodía deja de nevar y el viento se amansó. Por la tarde el sol
descendió tiñendo la nieve de un rosa deslumbrante. Varios cóndores
sobrevolaron el barranco, hasta que uno de ellos plegó sus alas y
empezó a descender vertiginosamente, de vez en cuando las extendía
para regular la velocidad y la dirección, hasta que desapareció de
nuestra vista tras la ladera, por el mismo lugar se ocultaron los demás,
uno detrás del otro.
En una ocasión habíamos recorrido una distancia considerable en
dirección errada, cuando nos dimos cuenta y volvimos sobre nuestros
pasos casi se nos terminaba el día, Panti (hombre atrayente y agradable)
se enfadó.
- ¿Cuántas veces he dicho que estábamos equivocados?
- Pues la verdad, yo no te he oído decir eso en ningún momento
-me burlé con camaradería.
Los demás permanecieron en silencio, muchas veces se había
quejado del camino, pero nunca había dicho que estábamos
equivocados; no podía decirlo porque hasta que no llegamos a aquel
acantilado, nadie sabía que aquella vereda no sólo era dificultosa sino
que terminaba haciéndose impracticable.
Después de muchos días de marcha, enfilamos un sendero que
ascendió por una cuesta pronunciada, hasta llegar a su fin en el gran
Camino. Antes de llegar, al tomar una curva nos enfrentamos con un
grupo de vicuñas, una me miró a los ojos. No se si logró enhebrar algún
pensamiento, pero torció la cabeza y comenzó a trotar, las demás la
siguieron alejándose de nosotros. Aunque no podíamos está seguros
intuíamos que era camino que buscamos, y lo confirmamos cuando
encontramos antes de que anochezca un Tambo. Era un pequeño
almacén rodeado de varias chozas y corrales, fuimos muy bien recibidos
por el encargado, negociamos con él la estancia y la comida, para esa
noche, le ofrecimos un saco de sal que aceptó encantado. Después de
tantas noches durmiendo en la intemperie aquella fue un tanto singular y
cómoda. Nos dormimos casi al instante por tanto cansancio acumulado.
A la mañana siguiente antes de comenzar la marcha se presentó el
encargado y nos comunicó:
- Si siguen por el camino llegaran a Cajamarca. Pero los Chasquis
me han informado que el Inca ya viene camino del Cuzco, tiene que
pasar por aquí, hace dos días salió de Cajamarca.
-¿Y cuál es el problema? -replicó Kantuta (hábil y diestro en la
caza)– ¿Qué nos importa a nosotros el Inca?.
El encargado lo miró y con tremendo asombro afirmó:
- Parecerme que no sabéis lo que decís. Ya se ve que sois de una
aldea perdida. Que no habéis tenido ningún contacto con el Inca. Para
nosotros es el hijo del Sol, no le podemos ni hablar ni mirar a la cara. Si
os encontráis con su comitiva es mejor que la esquivéis, si no queréis
tener problemas, pues los que le protegen no suelen ser muy amistosos
con los caminantes desconocidos.

Con toda esa información abandonamos el Tambo y cuando


llevábamos dos días por el camino, al amanecer el cielo se llenó de
nubes y divisamos a lo lejos la vanguardia de una comitiva, eran una
500 personas que avanzaban lentamente siguiendo el camino.
-Creo que será mejor – pensé en voz alta – que nos alejemos con
rapidez de su paso, son muchos y como nos han dicho podemos
encontrarnos en una situación peligrosa.
-Y si -intervino Panti (hombre atrayente y agradable)– subimos
hasta aquel bosque y desde allí los contemplamos pasar sin que ellos
nos vean.
Con presteza abandonamos el camino antes de que llegara la
comitiva hasta donde estábamos nosotros ¿para qué tentar a la suerte?.
Cuando ya nos habíamos guarecido ocultándonos entre las rocas y
los árboles, empezamos a escuchar música, vimos a los soldados
fuertemente armados y gran cantidad de llamas transportando alimentos
y los utensilios para ensamblar, en cualquier lugar, un tambo provisional
para el Inca.
Después avanzaban los músicos y bailarines rodeando el palanquín
del Inca, era un plataforma de madera con un sillón adornado y cubierto
con una sombrilla, sentado en el sillón viajaba el Inca. Todos creían que
si tocaba con sus pies el suelo ocasionaría tremendas desgracias. Detrás
venían varias andas más pequeñas en las que viajan algunas de sus
esposas que le acompañaban en ese viaje, cada palanquín era llevado
por ocho hombres robustos. Los que llevaban al Inca avanzaban en
silencio, no así los demás que formaban un grupo de unos cien hombres
que se turnaban, llevando una u otra anda de las esposas o trasportado
enseres.
No fue repentino, pero empezó a llover, al principio una suave
llovizna, la comitiva se detuvo y vimos como, en el mismo camino,
comenzaban a instalar el tambo del Inca. Empezaron por extender las
placas de oro, que formaran el suelo, sobre el que extendieron
numerosas telas de alpaca y algodón, todo lo cubrieron con una
estructura de maderas, sobre la que pusieron telas enceradas que
protegerían del agua, fue muy rápida la operación, se notaba que lo
habían hecho en innumerable ocasiones. El Inca y sus esposas se
refugiaron en el Tambo mientras todos los demás buscaron donde
situarse para protegerse, pues es normal que la lluvia caiga durante toda
la noche.
La previsión se cumplió y empezó a diluviar con tanta intensidad,
que dejamos de ver a la comitiva, que desapareció tras una espesa
cortina de lluvia.
-Aquí no podemos quedarnos – casi grité en medio de la tormenta-
los árboles nos nos ofrecen suficiente cobijo.
Avanzamos bajo el aguacero buscando donde refugiarnos, lo más
lejos posible de la compañía del Inca. No fue menester esforzarnos
mucho, en la ladera encontramos una pequeña cueva, donde pudimos
encender una hoguera sin miedo a ser descubiertos y secamos la ropa.
Al amanecer tiritando por el aire cargado de humedad, nos pusimos
en marcha, el suelo embarrado entorpecía nuestros pasos, pero por
fortuna había dejado de llover. Volvimos al camino y nos alejamos del
Inca en dirección a nuestro destino: Cajamarca.

Los Baños del Inca 1451


Caravana comercial en los Baños del Inca

Tarki (con carácter, que se hace respetar) Narrador

De la llegada de los comerciantes a la ciudad de Cajamarca y de


lo que acaeció en los Baños de Inca.

A las afueras de Cajamarca encontramos un campamento de choza


donde se guarecían los comerciantes y caminantes, por supuesto que
teníamos que dar algo a cambio, y como ya era nuestra costumbre,
ofrecimos un saquito de sal. A cambio conseguimos un almacén donde
descargar las mercaderías y un corral donde resguardar y alimentar a
nuestras llamas.
A la mañana siguiente, Sayri (quien siempre da apoyo y ayuda) se
queda al cuidado de las mercancías y las llamas. Los demás nos
dirigimos al mercado de la aldea. Al llegar nos dividimos en grupos.
Cientos de personas se arremolinaban alrededor de múltiples puestos de
ventas, con montones de productos. Las vendedoras daban colorido con
sus vestidos multicolores. Los gritos y las conversaciones llenaban el
ambiente.
Junto con Kantuta (hábil y diestro en la caza) me acerqué a una de
la vendedoras, que tenía varios atados de lana de alpaca.
- Señora, escuche, nos interesa su lana, nosotros le podemos
ofrecer sal.
- A mi no me interesa la sal -contestó con amabilidad- ¿No tienen
otras cosas?.
- Si, tenemos pescado y carne de cuy y cañanes secos.
- Lo siento. Nada de eso me interesa - contestó la mujer.
- Y entonces ¿que es lo que le interesa? – preguntó Kantuta-.
- Yo quiero sobre todo papas y maíz – nos informó la mujer- Y
también verduras.
Por suerte, me acompaña Kantuta, pues me quedé bastante
asolado por esas palabras. Me embargó un sentimiento de frustración;
no sabía que hacer, todo el viaje habíamos considerado que nuestra sal
sería un bien muy deseado por cualquiera. Y me encontré con alguien a
la que no le interesa. Menos mal que Kantuta me explicó, que nos estaba
hablando del trueque, sería más fatigoso pero no imposible:
-Tarki. Tendremos que conseguir de otra vendedora, a cambio de
nuestras mercancías, lo que le interesa a ella, y se lo traeremos para
poder conseguir lo que nosotros necesitamos.
Nos apartamos de allí y seguimos adelante buscando alguna
vendedora que tuviera de esos productos y que quisiera el trueque con lo
que nosotros teníamos.
Mientras preguntábamos a una y otra vendedora, un anciano nos
dio alcance y se nos acercó diciendo:
- Si sólo necesitáis lana de vicuña y llama, lo mejor es que vayáis a
Pulltumarka. Es un pueblo que está apenas a 7 km de acá, sólo tenéis
que seguir el camino de la sierra, que sale de la Fuente. En el último mes
han estado el Inca y sus soldados. Han cazado, y como de costumbre,
han dejado las pieles de las vicuñas y alpacas al pueblo, por eso tienen
ahora mucha lana.
Y confías – le replique, todavía desalentado- que les interesara lo
que nosotros tenemos.
-Pienso que si. Hace un rato os he oído hablar que tenéis gran
cantidad de sal y de pescado seco.
Kantuta (hábil y diestro en la caza) y yo nos miramos, le dimos las
gracias y en premio un pescado salado. Con esa información seguimos
paseando por el mercado; vimos lo complicado que iba ser obtener lo
que pretendíamos. De todas formas conseguimos algo de maíz y fuimos
a la señora que nos lo cambió por un poco de lana.
Al atardecer, en el campamento de los comerciantes, volvimos a
reunirnos. Entre todos escasamente teníamos unos cuantos kilos de lana
y ya nos habíamos dado cuenta de la dificultad de la encomienda.
Kantuta contó lo que nos había dicho aquel anciano:
-Según parece cerca de aquí hay un pueblo donde tienen mucha
lana y que seguramente les interesaran nuestras mercancías.
Decidimos ponernos en marcha inmediatamente, para investigar las
posibilidades del trueque. Todos están de acuerdo en que Kantuta y yo,
vayamos a Pulltumarka.
Con la Luna en lo más alto del cielo nos pusimos en marcha. Era
una noche clara, estrellada y fría, con suficiente luz para avanzar por
aquel camino andadero. Yo no levanté vista al cielo en todo el trayecto,
ensimismado en mis pensamientos. Todo se nos estaba complicando,
pero no podía permitirme ninguna vacilación y menos dudar del éxito de
nuestra empresa.
-Espero -afirmó Kantuta- que sea más factible en este pueblo.
Pero lo más inesperado esta apunto de suceder.
El sol despunta en el horizonte cuando llegamos a unas charcas
humeantes, sus aguas brotaban levantando columnas de vapor, en un
terreno casi horizontal rodeado de gran abundancia de vegetación. Era
una zona extensa cubierta de extraordinario macizos de hortensias y
majestuosos árboles. Pájaros, de plumajes multicolores, levantaban el
vuelo a nuestro avance sigiloso, desde algunos arbustos de hojas
brillantes por la humedad del rocío matutino.
Junto a las charcas nos sentamos a comer, aunque el olor del aire
era desagradable. En medio de la soledad, se nos acercó corriendo un
joven que nos gritaba.
-Fuera de aquí. Cómo habéis entrado hasta estas charcas.
Con dignidad nos fuimos poniendo de pie, sin mostrar ningún signo
de nerviosismo.
-Este es un paraje prohibido – siguió gritándonos el joven.
Nosotros tratábamos de tranquilizarlo, con nuestros gestos y
nuestras palabras.
-Perdona, no sabíamos que este lugar esta prohibido.
-Es peligroso bañarse en estas charcas – sus enfado daba la
impresión que iba cediendo - El agua está muy caliente.
-Tranquilo –dijo Kantuta- nosotros no tenemos intención de
bañarnos, ya notamos que está muy caliente. El agua hierve como en
una olla. Sólo estamos comiendo. ¡Si aquí está prohibido comer, nos
iremos a otro sitio¡.
Yo sentí que se estaba aplacando, pues aunque seguía
conminándonos a abandonar el lugar, empezaba a entender que nosotros
no habíamos entrado a esas charcas con aviesa intención, si no solo por
ignorancia.
-Yo me llamo Tarki y mi compañero Kantuta, hemos venido de muy
lejos con el propósito de comerciar.
-Pues estáis confundidos, si esperáis encontrar con que comerciar,
en este lugar. Estos son unos baños, y aquí la gente sólo viene a sanarse
con las aguas medicinales.
-En Cajamarca, un anciano nos ha enviado aquí para conseguir lana
de alpaca y vicuña. - entonces le pregunté- Tu. ¿Cómo te llamas?
-Yo me llamo Panti (hombre atrayente y agradable), soy el
ayudante del gran Sanador de la Ciénaga y puedo aseguraros que os han
engañado. Aquí no hay nada con que comerciar.
-Escucha Panti, aquel anciano nos aseguró que ahora hay lana en
este lugar. -Y ante su gesto contrariado, seguí diciéndole- Escucha, nos
dijo que durante un tiempo el Inca y sus soldados han estado cazando
por estos lugares y que lo normal es aprovechar sólo la carne de los
animales y las pieles con la lana se desperdician.
-Te diría que se arrojar al barranco hasta que se pudren.
-Ves de eso se trata, -le explicó Kantuta- a nosotros nos interesan
esas pieles, especialmente la lana que tienen, aunque también nos
podría interesar la piel si está trabajada.
Poco a poco el tono fue cambiando, pues empezamos a encontrar
puntos de dialogo.
El joven Panti me empezó a parecer que nos podía facilitar mucho
las cosas si lo teníamos de nuestra parte. Era alto, de nariz fina, mirada
inteligente y labios carnosos. Luego descubrimos que era un hombre de
talante alegre y despreocupado, al que vimos, con frecuencia, jugar
rodeado de niños, muy dado a las bromas con los pequeños bañistas.
Con sólo mirar a Kantuta, descubrí que también el pensaba que
estamos ante el enlace más oportuno para nuestro negocio. El joven
tenía encanto, aunque para nuestro gusto, resultaba un tanto grotesco el
sombrero, rojo escarlata, con el que se engalanaba, por supuesto que
resultaba muy llamativo así cumplía con la misión de conferir autoridad a
su usuario, para eso lo llevaba.
Sentados en aquella mullida alfombra vegetal, proseguimos
comiendo. Panti nos habló de su familia, especialmente de su hermana
mayor, Illika, a la que él considera muy especial por su extremada
capacidad negociadora, la había visto realizar trueques inverosímiles y
negocios casi imposibles.
-Cuando terminéis de comer os presentaré a mi hermana, con ella
podéis hablar -nos informó metiéndonos prisas- Yo no tengo mucho
tiempo, enseguida empezarán a llegar los bañistas y lo normal es que
esté ocupado toda la mañana.
Rápidamente terminamos la comida.

Los tres empezamos a caminar entre las charcas, hacia un pequeño


collado donde se agrupan algunas chozas, el sol ya había salido y
empezaba a calentar. El poblado se despertaba, preparando la primera
comida del día. Subimos a buen paso la pequeña loma rodeada de
vegetación y pájaros alborotadores. Nos cruzamos con algunas personas
que nos miraban, pero a todos, Panti (hombre atrayente y agradable)
saludaba con gestos y palabras. Al llegar al grupo de chozas de su
familia. Nos pidió que esperásemos a que él entrara a buscar a sus
padres. Fue sólo un momento pues con premura volvió a salir con su
madre.
-Estos son Tarki y Kantuta -afirmó Panti, presentándonos- Te piden
permiso para presentarlos a mi hermana Illika.
Aquella señora nos miró con interés y nos señaló, invitándonos a ir,
la choza de su hija, que estaba al lado, en el mismo núcleo de chozas de
la familia.
Panti entró en la casa de su hermana y al poco ella salió sonriendo
con un niño en brazos, era una joven en la que nos sorprendió el brillo
inteligente de sus ojos y sus ademanes pausados y señoriales. Illika nos
embrujó y cuando nos habló su mirada nos envolvió. Yo mire a Kantuta
hasta que él rompió en parte el hechizo, afirmando:
-Panti nos ha dicho que platicáramos contigo, pues te puede
interesar el negocio que nos ha traído hasta acá.
Ella nos invitó a sentarnos en la puerta de su choza a la sombra de
un árbol. Allí le fuimos exponiendo nuestra situación y nuestras
pretensiones; y la conversación se dilató, respondiendo a sus preguntas.
Lo que llevábamos pensado y otras ideas que surgieron en la
conversación, las exponíamos con pasión. Hasta que ella nos dijo con
ímpetu:
-Pues será necesario intentarlo. Aunque tenemos que establecer las
condiciones de los trueques.
-Nosotros hemos hablado con tu hermano -afirme tratando de que
todo esté claro desde el principio- de la posibilidad de llevar a cabo algo
más constante. Tenemos gran abundancia de sal y podemos enseñaros
como salar pescado y carne, a cambio de lana para transportar a nuestra
aldea.
-Las posibilidades son muy atractivas – pensó en alto Illika- pero os
tenéis que comprometer con nosotros a que seguiréis trayendo la sal y a
enseñarnos como emplearla.
-Eso ya lo tenemos decidido – aseguré con aplomo- yo soy el
representante de nuestra MAMA-COYA para ejercer su autoridad en este
viaje y puedo comprometer nuestra cooperación. Ahora mismo en
Cajamarca, tenemos la sal y otras cosas para el trueque, que hemos
traído en este viaje.
-De acuerdo – afirmó Illika, mirándonos a los ojos y sellando con
este acto nuestras voluntades- Empezamos a trabajar. En nuestro pueblo
es costumbre sellar los grandes acuerdos con chicha, Esperad aquí.
Se alza con presteza, dejando al niño jugando en el prado, entró en
la choza y sacó un cántaro de chicha, de donde todos bebimos con
solemnidad. Muchas cosas quedaban por concretar, pero teníamos ya el
fundamento para construir una relación fructífera.
El sol empezó a calentar tímidamente aquel paisaje de multitud de
charcas, alguna bastante grandes, aunque la mayoría eran extensiones
de unos cuantos metros en los que burbujea el agua naciente y se
rebosa por canales a otras charcas, con esos trasvases, el agua se iba
enfriando. Y era nuestro amigo Panti (hombre atrayente y agradable) el
encargado de controlar la temperatura para prohibir o autorizar el baños,
cuando la temperatura era la adecuada para bañarse buscando la salud.
No demoramos mucho en ponernos en marcha de vuelta a
Cajamarca, mientras Illika organizaba a las que traerían las pieles para
obtener la lana. Buscamos entre las charcas a Panti (hombre atrayente y
agradable), que con sus instrumentos iba evaluando las temperaturas,
rodeado de un grupo de bañistas que esperaban, con paciencia, a que él
autorizara el baño a cada cual según su achaque. Con pocas palabras
nos despedimos hasta la tarde, pues pensábamos volver con todos los
de nuestro grupo y los productos que teníamos.
Nuestro caminar fue muy distinto a la de la noche anterior, ahora
ya teníamos un propósito. Las palabras nos comprometían pero todavía
no hay nada plenamente decido. Era Illika la que tiene que conseguir la
lana, y para ello tendría que mover a mucha gente, Si lo conseguía
pondríamos en marcha el negocio ¿y si no?, pero más valía esperar, pues
nos había dado la impresión de que era muy capaz de poner en marcha
todo lo necesario.
Llegamos a Cajamarca, con la impresión de haber tardado mucho
menos que la noche anterior. En el campamento Sayri (quien siempre da
apoyo y ayuda) cuidaba de las mercancías y de las llamas, cuando le
explicamos nuestras gestiones marchó al pueblo para traer a los demás,
que habían empleado la mañana en comerciar.
Kantuta (hábil y diestro en la caza) y yo nos dedicamos a acomodar
el cargamento sobre las llamas. Cuando todos llegaron nos pusimos en
marcha explicándoles a los demás las posibilidades que habíamos
hallado en el poblado de las charcas.
A media tarde nos encontramos nuevamente con Illika y Panti
(hombre atrayente y agradable). En las afueras del poblado había una
choza medio derruida y deshabitada en la que nos alojamos. Aunque el
lugar estaba en mal estado no nos costo mucho ponerlo en condiciones,
al lado hicimos un corral para la llamas.
Aquella noche, entre conversaciones, nos fuimos durmiendo. Al
amanecer llegó Illika, con ella venían otras cuatro mujeres.
-En nuestro poblado – nos comunicó Illika - todos los hombres se
dedican a conservar los baños. Hemos pensado que nosotras podemos
encargarnos del negocio que nos proponéis.
No me extraño esa reacción pues en nuestra aldea son las mujeres
las que organizan, la lástima era que tan sólo pudieran colaborar cinco
mujeres, nosotros habíamos pensado en mucha más gente. La primera
tarea era seleccionar las pieles a las que quitaríamos la lana. Pero luego
ellas salarian peces y carne.
Illika nos llevó a la llamada Cueva de los Animales, era una caverna
profunda, a dos o tres kilómetros del poblado, donde se arrojaban los
animales muertos y donde había dejado las pieles que buscábamos. Al
llegar nos abofeteó un olor nauseabundo, insoportable, de tanto
animales en descomposición. Mi primera reacción fue huir pero hicieron
una gran hoguera en la puerta, el humo llegó a hacer más soportable el
mal olor. Mis ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la penumbra
pero a la luz del fuego empezamos a vislumbrar los montones de pieles,
el frío había conservado, en buen estado, las más recientes, las que a
nosotros nos podían ser útiles. Del fondo de la cueva salieron multitud
de murciélagos cuando empezamos a sacar pieles.
Con cuchillos de bronce conseguimos quitar la lana de las pieles.
Encontramos pieles de más de cien vicuñas, pero también las había de
alpacas y guanacos.
Cuando ya parecía que todo estaba encarrilado. Surgió lo
inesperado. No se si tenía que haberlo previsto pero la esposa del Gran
Sanador empezó a crear problemas. Cuando volvimos al poblado
después de un día de trabajo, nos encontramos con los murmullos de las
madres que no habían pensado en ayudarnos.
-No está bien que os dediquéis a ese trabajo – murmura la esposa
del Gran Sanador- descuidando vuestra obligación de cuidar de vuestra
familia, ¿Qué pasará con vuestros hijos?
Los comentarios fueron creciendo cada vez con más virulencia, y
llegue considerar que teníamos una conflicto casi insuperable. Illika fue a
casa del Gran Sanador dispuesta a defender su postura. Ella había
entendido que su principal trabajo era su familia, pero que podía dedicar
algún tiempo cada día a esa otra ocupación.
El Gran Sanador le pidió que le explique cuál es su propósito:
-Todo el poblado – comenzó Illika con vehemencia – vivimos de los
regalos que hacen los visitantes a los baños. En algunas temporadas
vienen tan pocos que nuestros hijos pasan necesidades. No podemos
depender sólo de ese trabajo y más cuando nos ha surgido la posibilidad
de comerciar con lana y sal. Nuestra lana nos la cambian por sal con la
que podremos secar carne y pescado para venderlos en Cajamarca.
-Pero ¿eso exigirá mucho tiempo de trabajo?.
-No, cada mujer podrá dedicar el tiempo que considere y cuando
pueda. No todos los días será necesario. Al final de cada mes, según el
tiempo dedicado, recibirá un beneficio de carne y pescado para que
pueda comerciar con ellos o usarlos en su cocina.
-Bueno -sentencia el Gran Sanador mirando de soslayo a su
esposa- Con esas condiciones no veo la dificultad. Podéis empezar y
dentro de un año veremos que tal se desarrolla ese negocio.
Cuando Illika nos comunicó esa decisión me pareció que todas las
dificultades se allanaban y que nuestro negocio tenía futuro. Ademas me
dijo que su esposo deseaba hablar conmigo, por eso me invitaba a
comer. Como yo no tenía ningún inconveniente me presente aquel
atardecer en casa de Illika. Me recibió junto con Usuy (que trae
abundancia), su esposo, me habían preparado una comida una tanto
especial.
-Illika – me dice Usuy- me ha hablado, los últimos días, mucho de
vosotros ¿de donde sois?.
-Somos de una aldea a orillas de río Virú muy cerca del mar.
-¿Eso está cerca del río Moche?
-Si es un río más al sur del Moche, apenas dos días de camino ¿tu
has estado por allí?.
Eso le dio pie a que empezara a contarme su vida:
-Yo nací en el Cusco y a los ocho años ingresé en la Casa de
Enseñanza donde estudian los hijos de los nobles. Nos reuníamos
jóvenes de todos los pueblos, allí nos enseñaban el quechua, técnicas
militares, geografía, historia del Imperio, astronomía y religión. De esa
Escuela saldríamos los jefes militares, los altos funcionarios y los futuros
sabios del Imperio. Allí conocí al hijo del señor de Chan Chan, que era un
joven muy ambicioso y muy poco inclinado a aceptar la autoridad del
Inca. Por eso he oído hablar del río Virú, pero no he estado nunca en esa
comarca.
Pero -interrumpí interesado en lo que comentaba- en esa escuela
había alumnos de todas las tribus del Imperio, no eran exclusivamente
del Incanato.
No, por supuesto, -argumentó Usuy- era un modo de unificar a las
distintas tribus pues los hijos de los nobles de todas ellas recibían las
mismas enseñanzas y aprendían el idioma común, el quechua. También
en ella nuestros maestros iban descubriendo las cualidades y aptitudes
de cada uno de nosotros. En mi último año yo iba para ser un alto
funcionario del gobierno, pero me vine hasta los baños acompañando a
mi madre. El médico le había recomendado. para sus dolores. los baños
en este lugar. Nos vinimos aprovechando unos días de descanso que me
daban en la escuela. Nuestra estancia, estaba prevista que sería, como
máximo, de una luna, pero se fue prolongando.
Enviábamos a mi padre mensajes sobre la salud de mi madre. El
nos replicaba pidiéndome con insistencia que yo me volviera al Cusco
aunque ella tuviera que quedarse, pues se reanudaba las clases y yo
estaba comprometido en finalizar mi formación en la Casa de Enseñanza.
Yo daba largas pues tenía otros muchos motivos para quedarme aquí.
Un día como ya habían pasado cuatro lunas mi padre aprovecho
para venir a Cajamarca con una misión del Inca. Desde Cajamarca se
trasladó a los baños, vio a mi madre bastante recuperada y decidió que
nos volviéramos con él,
Yo había intentado convencer a Illika para que se viniera conmigo
al Cusco, pero ella se había negado rotundamente. No estaba dispuesta
a abandonar este pueblo, yo tampoco tenía mucho querencia a volver de
nuevo al Cusco. Cuando se lo expliqué a mi padre, se encolerizó pues no
podía comprender que yo renunciara a una cargo importante en la
gobernación del Imperio, por el amor de una pueblerina, incapaz de
comprender los beneficios de vivir en una gran ciudad como el Cusco,
junto al Inca. Fue duro pero yo no acepte renunciar al amor de Illika.
Mis padres se marcharon y yo me quedé trabajando en los Baños,
arreglaba los caminos, edificaba o restauraba cabañas para los bañistas
y últimamente me dedico también a la administración de la economía. Y
ahora llegáis vosotros proponiendo ese negocio sólo para mujeres.
-No pretendemos - le respondí un tanto confuso - que sea sólo para
mujeres, pero en nuestra Aldea son las mujeres las que ejercen la
autoridad. Por eso nos hemos dirigido a ellas.
-A bueno -replicó Usuy– ya me parecía a mí anómalo, pues
nosotros también podríamos contribuir, aunque todos tenemos trabajo
en los baños y podríamos dedicar muy poco tiempo.
-Eso fue lo que nos dijo Panti, por eso nos dirigimos en primer
lugar a tu esposa.
-Yo también estoy de acuerdo – afirmó mirando con cariño a su
esposa - Illika es conocida por su gran capacidad para los trueques. Es
intachable pero muy trajinante. Todos admiran su sagacidad,
especialmente cuando viene la comitiva del Inca, entonces tiene muchas
oportunidades de comerciar con tanta gente: porteadores, soldados,
recaderos y otros acompañantes.
-Viniendo para acá – le comenté- nos cruzamos con la caravana del
Inca ¿Qué tal fue la visita en esta ocasión?
-Pues como siempre. -contestó- Un gran alboroto. En esta ocasión,
vinieron con el Inca dos de mis antiguos compañeros, uno era consejero
el otro oficial de ejercito. Volvían de guerrear, pues es costumbre que
cada año se organice una acción militar para tener al ejercito en forma.
En ningún momento me paso por la cabeza envidiar nada de esos
amigos y menos cuando los veía comportarse tan servilmente delante el
Inca. Yo aquí soy mucho más libre sin tantas preocupaciones.
-Pero ellos viven muy bien -le dije- tienen de todo y en abundancia.
-Pues a pesar de eso, ya te he dicho que yo no envidio su situación.

El sol se ha ocultado pero la hoguera nos calentaba. Hablamos


también de nuestra Aldea, de mi esposa Naira (Mujer de ojos grandes) y
de mis hijos. Otras muchas cosas podría contar, pues fue muy larga y
amena la conversación, pero se fue terminando cuando ya el cielo estaba
lleno de estrellas. Yo me fui a mi cabaña. Con estos pensamientos
rondando mi cabeza, en algún momento me dormí.
Antes de marcharnos hacia nuestra aldea, convencí a Sayri (quien
siempre da apoyo y ayuda) para que se quedara en el poblado como
encargado de enseñar la técnica de secado con sal, también tendría que
moverse adquiriendo lana mientras nosotros volvíamos a nuestra aldea.
-Bueno yo me quedo -aceptó Sayri, poniendo condiciones- pero si
con la próxima caravana no viene mi mujer y mis hijos yo me volveré.
Estoy de acuerdo pues esa condición me parece lógica. Y cuando
tenemos lana suficiente había llegado el momento de regresar, nos
pusimos en marcha hacia nuestra aldea.
Habían pasado siete lunas cuando por fin llegamos a las Cascadas y
todos aceléramos el paso para abrazar a nuestras familias.
Durante muchos días pusimos al corriente de nuestras aventuras y
tuvimos que conceder que la MAMA-COYA tenía razón.
Durante años se sucedieron las caravanas a Cajamarca. Tengo que
decir que la esposa de Sayri (quien siempre da apoyo y ayuda) marchó
al encuentro de su esposo y bastantes años organizaron con eficacia
aquella misión comercial.

A orillas del Virú, 1461


Incursión en Chan Chan

Lawra (mujer de gran influencia)

De la vista de espionaje en la ciudad de Chan-Chan ante los


rumores de posibles hostilidades.

Aquella mañana por la aldea corrió la noticia:


-Esta noche habrá reunión de Consejo
Y también que el asunto a tratar serían las informaciones que nos
llegaban de la ciudad de Chan-Chan. Durante todo el día se sucedieron lo
corrillos de madres.
Al anochecer todas las Madres nos reunimos con la MAMA-COYA
junto a la Kala del Templo, nos acomodamos y después de quemar
alimentos en la hoguera en honor de la Pachamama, tomó la palabra la
MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos grandes):
-Aunque creo que todas ya lo sabéis, me parce interesante que
Lawra nos cuente a todas lo que sabe de Chan-Chan.
Lawra tomó la palabra en medio del silencio:
-Como sabéis, durante unos días he hospedado en mi casa a unos
comerciantes de sur, que venían de estar negociando durante una luna,
en la ciudad de Chan-Chan y han tenido oportunidad de conocer el
ambiente extraño que se respira en esa ciudad. Hay entre los aldeanos
un creciente rechazo a los extranjeros, los soldados actúan con
extremada crueldad, se suceden los sacrificios humanos y se ven
próximas las acciones guerreras contra los pueblos cercanos. No son sólo
rumores terroríficos de gente pusilánime, sino realidades.
Una de las madres de mayor edad me interrumpió:
-Pero eso ha sido siempre así. Ese pueblo siempre ha sido una
amenaza constante para nosotros.
-Si, por supuesto – le aclaré con paciencia- pero ahora las noticias
son inquietantes, pues parece que durante años se han encaminado a
controlar y domeñar a los pueblos del Valle del Moche. Pero ya que todo
ese valle lo tienen dominado, el rumor es que piensan extenderse a otros
valles. Y aquí está nuestro peligro. Hora es ya de que nos enfrentemos a
la realidad.
La reunión a veces se acaloraba. En esta ocasión dura varias horas
hasta que la MAMA-COYA dijo:
-Estamos hablando de rumores, por supuesto terroríficos, pero no
podemos acordar nada hasta que no tengamos información fiable. Por
eso despacharemos a Lawra y su esposo para que nos pongan al
corriente de la situación. -y dirigiéndose a mi- Lawra, ¿estás de acuerdo
con marchar a Chan-Chan?
En mi mente se agolparon muchos pensamientos: por supuesto que
me costaría separarme de mis hijos, sólo tiene meses la más pequeña.
También mi marido, Kachi (agudo, inteligente) estoy segura que no
tendría inconvenientes para acompañarme, pero.... En ese momento no
sólo la MAMA-COYA me mira, todo el Consejo espera mi respuesta:
-De acuerdo, iremos –contesté- espero que pueda conseguir esa
información que tanto necesitamos.
En ese momento, un madre levantó la voz para decir:
-A mi también me gustaría ir a esa ciudad
-De acuerdo, Sanka, -aceptó la MAMA-COYA- tu y tu marido les
podéis acompañar, así seréis más fuertes si hay problemas.
El consejo se disolvió entre conversaciones y preocupaciones. Me
acerque a Sanka (La que siempre tiene la palabra adecuada), con la que
tengo gran amistad, se la conoce como una mujer animosa y atrevida,
es casi de mi edad, es agricultora por lo que tiene la piel tostada por
pasar todo el día bajo el sol, el cabello azabache y ondulado. Le dije:
-Nosotras podemos formar equipo, pero va a ser más difícil que
Kachi y Chuwi se compenetren, en este viaje será muy importante que
estemos unidos.
-No te preocupes Lawra (mujer de gran influencia)- me contestó-
Estoy segura de que mi marido Chuwi (simpático, agradable) será una
gran ayuda pues tiene una gran facilidad para congeniar con la gente.
Al día siguiente los jóvenes llevaron la noticia a nuestros esposos y
rápidamente se unieron a nosotras para emprender los preparativos.
Chuwi era un hombre de treinta años, de baja estatura pero
musculoso, con los ojos oscuros y el pelo azabache y liso, enmascarado
en una gruesa trenza. Tenía fama de arriesgado sobre las balsas de
totora en sus labores de pesca y de amable y acogedor cuando se pasea
por la Aldea cumpliendo sus trabajos en la semana de la Luna Llena, que
todos los hombres pasan con sus familias. ¿Cómo reaccionará en tierra
extraña?. Durante ese tiempo no tendrá la posibilidad de navegar. Mi
marido, casi de su misma edad, por supuesto que será de gran utilidad,
yo confío plenamente en él y en numerosas circunstancias ha
manifestado su valor, a veces un tanto imprudente.
Como cada tarde, nos reunimos en el río, que para los niños era su
mejor juguete, nadaban y se zambullía, hacían rebotar las piedras
saltarinas, hacían carreras de balsitas y hasta de flores, no todas
flotaban igual o se deslizan con la misma facilidad. Después llegaban los
jóvenes, y con ellos juegos más violentos y agresivos. Todos nos
bañamos con sólo un taparrabos, mientras dejamos colgadas de los
árboles nuestras túnicas de algodón y tejidas con hilos de distintos
colores. Tanto hombres como mujeres vestimos una túnica, con mangas
en invierno, más o menos larga atada a la cintura por una cinta.
¿Cuántas veces hemos cruzado nuestro río nadando?
¿O nos hemos sumergido para reaparecer unos metros más arriba
o abajo, según fuera el reto?
¿Y las veces que se trataba de zabullirse para subir hasta la
superficie la piedra más grande?.
Veía a mis hijos a los que tendría que dejar con mi madre. ¿Por
cuánto tiempo? A la vez conversaba con Sanka (La que siempre tiene la
palabra adecuada) que asimismo dejará a sus cuatro hijos en la Aldea.

Después de unos días de mucha actividad, estábamos preparados


para nuestra incursión, llevaremos dos llamas y alimento suficiente para
varias semanas. Nos pusimos en marcha al amanecer de un día caluroso
con el cielo tan azul que sólo puede presagiar cosas buenas, aunque
nosotros mas bien estamos preocupados y meditabundo.
Nos encaminamos por la ruta de la sierra, aunque sería más dura,
era claramente la más corta, el sendero a veces desaparecía por
derrumbes de piedras y tierra, pero seguimos adelante.
Dos días después, a media tarde, desde la cima de un monte
oteamos el valle del río Moche, en aquella gran llanura el río se dividía en
múltiples brazos que regaba las tierras del final de valle. Todo estaba
verde, más verde que el verdor del paraíso, con multitud de pájaros, el
sonido constante de las ranas y el zumbido de los insectos.
Una ciudad inmensa se recostaba junto al río al borde del mar.
Desde donde estábamos, todo ante mi, se doraba con los últimos rayos
del sol, y las murallas de la ciudad se llenaban de sombras que hacían
destacar su grandeza. Se apreciaban varias ciudadelas amuralladas
independientes formando la gran ciudad. Algunas de las ciudadelas se
las veía medio deshabitadas, mientras que en otras la actividad es
incesante. Una neblina gris comenzó a borrar el paisaje y a la gran
ciudad de Chan-Chan.
Apresuramos el paso para bajar hasta el valle y llegamos a uno de
los brazos del río cuando ya oscurecía. Entre los árboles encontramos un
pequeño prado lleno de hierba y flores donde instalamos nuestro
campamento.
-Yo me encargo de la hoguera –comunicó Chuwi- voy a recoger
leña.
-Pues yo -se ofrece Kachi- acomodaré a las llamas.
Se veía que nos estábamos uniendo en el trabajo y lo cual era un
buen comienzo para el buen fin de nuestra misión.
Cuando ya el fuego iluminaba, nos sentamos alrededor para comer,
teníamos carne de cuy seca y también papas y frutas. En medio de la
conversación Sanka me preguntó:
-Lawra, a veces me pregunto cómo hacéis para que nuestras
túnicas tengan tantos colores y tan brillantes.
-Pues por lo que me han dicho, -conteste- antiguamente se teñían
las telas cuando estaban ya tejidas, pero ahora teñimos los hilos de
algodón, y lana de alpaca y vicuña. Cada hilo de un color. Al tejer se van
eligiendo los colores de modo que quedan formando las figuras que se
desean.
-De donde obtenéis cada uno de los distintos colores -preguntó
Chuwi (simpático, agradable).
-Pues algunos -conteste- se consiguen de plantas: raíces, hojas,
flores, otros de un insecto que vive en las tunas y hasta de piedras
machacadas, a veces tenemos que teñir el mismo hilo con dos colores
para conseguir otro.
-Parece bastante difícil.
-Bueno no tanto, si se saben las combinaciones, algunas consiguen
auténticas maravillas.
En la hoguera, un potente chasquido lanzó diminutas brasas que
iluminaron un instante el campamento, nos sobresaltamos, pero
seguimos con la reunión, hasta que se fue apagando la conversación
como la hoguera, y terminamos dormidos.
A la mañana siguiente, me desperté sobresaltada por un formidable
estruendo, era el alborotó de un grupo de llamas que llegó corriendo
hasta el río, no nos habíamos dado cuenta pero el campamento estaba
asentado muy cerca de su camino habitual. Formaban un grupo
numeroso de animales salvajes que, entre bufidos y empellones, se
acercaron al agua. Nuestras llamas se encabritaron pero Kachi (agudo,
inteligente) corrió hasta ellas para retenerlas. Cuando nos descubrieron,
con el mismos estrépito, empezaron a alejarse, camino del monte.
Ya despiertos, el cielo se fue aclarando y nos dirigimos al río para
asearnos antes de comer y proseguir nuestra marcha a la ciudad.
Recorriendo la ribera encontramos puentes, más o menos
precarios, pero suficientes para seguir avanzando. Tras varias horas
caminando entre riachuelos, superando carrizales y bordeando pequeñas
parcelas cultivadas de maíz y algodón, llegamos a los arrabales de la
ciudad, eran pobres chozas en las afuera de las ciudades amuralladas.
La ciudad bullía. Olores nuevos para mí se esparcían por doquier.
Sumidos en medio de aquella algarabía nos dirigimos al mercado.
Empezamos a sentir la animadversión de aquella gente, algún insulto
deseando que nos marcháramos, malas caras y peores gestos, que nos
acobardaban.
-Así no podemos seguir –dijo Sanka, señalando un lugar donde
ocultarnos- tenemos que conseguir no llamar tanto la atención.
-Pues la única posibilidad -les apunté pensativa- es que consigamos
indumentaria como la que aquí usan, por que nuestras túnicas
multicolores son demasiado alegres, aquí todo el mundo lleva colores
tristes: grises o pardos, tal vez ea sería la manera de pasar algo
desapercibidos.
-Mirad, – señaló Chuwi (simpático, agradable)- como se acicalan el
pelo, me parece hasta grotesco
-Pues así tendremos que peinarnos también nosotros - Dijo Sanka-
ya veréis como fácilmente nos acostumbramos, aunque los hombres si
que van ridículos con ese flequillo, se asemejan a tres cuernos azules,
por encima de la frente.
En compañía de Sanka (La que siempre tiene la palabra adecuada)
me acerqué a un puesto de ropa, la vendedora, una anciana regordeta,
nos miró con interés, parecía que nos identificaba por nuestra ropa.
-Nosotros tenemos sal ¿Cuantas túnicas nos puedes dar por este
saco de sal?
-¿De donde sois vosotras? -Nos preguntó con interés.
- Venimos del río Virú -Contestamos temerosas.
-No tengo ni idea de donde está ese río. Pero os puedo dar cuatro
túnicas por esa cantidad de sal.
-Necesitamos dos para hombre y dos para mujer.
-No os preocupéis todos son iguales, sólo se diferencian por el
cinturón y por el modo de ponérselas. Los hombres se remangan la
túnica con el cinturón, para que quede más corta.
De un montón de túnicas nos pidió que eligiéramos. Sanka
seleccionó dos y por mi parte otras dos.
Después de despedirnos fuimos a donde habíamos dejado a Kachi
y Chuwi con las llamas. Nos reunimos y nos cambiamos de ropa.
Seguimos andando sintiendo menos rechazo pero todavía nos veían
como extranjeros, y en todos los sitios donde pedimos alojamiento
fuimos rechazados. Terminamos el día a orillas del río, rodeados de un
tumulto de balsas que iban y venían.
Malamente nos instalamos bajo un árbol y allí con tranquilidad y
entre risas nos fuimos transformado un poco más. Sólo si abríamos la
boca nuestras palabras nos delatan. Para mi sorpresa Chuwi, con
esfuerzo, comenzó a platicar imitando a los de Chan Chan, había estado
escuchando durante toda la mañana y ya podía hacer una digna
imitación. Eso es lo que yo pensaba.
Toda la tarde la dedicamos a pasear por la ciudad escuchando a la
gente, nadie se fija mucho en nosotros, cuando nos movíamos entre la
multitud. No me dí cuenta de que Chuwi se sentó junto a unos ancianos
a la puerta de un almacén de maíz. Nosotros seguíamos andando dando
vueltas, terminamos sentándonos en el centro de la plaza. Pasó el
tiempo y vimos como se nos acerca Chuwi (simpático, agradable)
acompañado por uno de los ancianos.
-Arumi (elocuente) nos ha invitado a su casa, en su juventud
estuvo de viaje llegando hasta el río Virú.
Nos dirigimos en su compañía hasta su casa, al llegar nos acogió su
esposa, Wara (estrella), terminamos alojados en la habitación de los
hijos que ya eran mayores y no vivían con ellos. La casa consistía en dos
habitaciones, cuando una pareja se casaba la comunidad le regalaba un
terreno y le edificaba una habitación, en esa habitación estaba la cocina
y el dormitorio, cuando empezaban a tener hijos construían otra
habitación que luego quedaba vacía pues los hijos se hacían mayores y
se marchaban al casarse.
Estábamos instalándonos en aquella habitación cuando se presentó
Wara.
-Nos gustaría que almorzarais con nosotros.
-Pero no queremos ser un estorbo – afirmó Chuwi- de hecho hemos
traído suficiente provisiones.
-Cuando os he visto llegar me habéis hecho recordar a mis hijos,
no es molestia para nosotros compartir lo poco que tenemos.
-Solo lo aceptamos si vosotros aceptáis lo que nosotros tenemos.
-De acuerdo.
Sacamos maíz, papas, cañan, cuy y la ayudamos a llevar todo a su
cocina. Se encargará de los comestibles mientras estemos en su casa.
Al rato nos reunimos con ellos, acomodados debajo del gran árbol
de la entrada surgió la conversación.
-¿Cómo fue -se interesó Chuwi- el viaje que nos has dicho que
llevasteis a cabo por el río Virú?
-Hace años, cuando éramos jóvenes -manifiesta Arumi- estuve con
varios amigos, durante una temporada, viajando por la sierra.
-Qué interesante ¿y qué es lo que hacíais? ¿erais comerciantes?
-La verdad es que no teníamos nada con que comerciar, más bien
habíamos tenido un problema con las autoridades y nos estábamos
escondiendo. ¿Vosotros también venís huyendo de vuestro pueblo?.
-No. Lo que nos trae por aquí, es que en nuestra aldea estamos
preocupados por lo que podáis hacer lo de Chan Chan, venimos a ver si
podéis ser un peligro para nosotros.
-No se si sabéis, -comenzó a argumentanos Arumi- pero los
acontecimientos que explican algunas cosas, son que hace años llegaron
por el mar unos guerreros que venían del Norte, entraron por el río
Moche, haciendo guerra cruel a toda la gente que no se sometía. Nos les
constó mucho conquistar las aldeas de las orillas de río, derrotaron a los
jefes y fundaron la ciudad de Chan Chan. Según su costumbre años
después comenzaron a edificar la ciudad del heredero. Nosotros somos
herederos de aquel pueblo que fue sometido, cada cierto tiempo nos
revelamos, no aceptamos su dominio. Ahora las cosas se están volviendo
a complicar. Nuestro hijo mayor esta en la sierra con un grupo de
perseguidos que se han enfrentado a los soldados en varias ocasiones.
La conversación se alargó alrededor de la hoguera mientras una
luna inmensa terminó alumbraba todo el cielo.
Entré en la habitación y aunque tenía sueño no podía dormir
después de un rato, no recuerdo cuanto, volví a salir al patio y me
sobrecogió sentir la paz de la ciudad, mucho más grande que nuestra
Aldea, cuando miles de personas duermen en ese momento. Sólo
algunos estarían despiertos: unos por el sobresalto de una pesadilla,
otros por insomnios ocasionales o preocupaciones. Pero la inmensa
mayoría: miles de cuerpos dormidos con las más diversas posturas. Pero
como siempre era una paz ficticia
A la mañana siguiente, en compañía de Arumi, nos dirigimos a la
ciudadela del actual Señor de Chan Chan, llegamos a la muralla y la
bordeamos hasta llegar a la puerta principal.
Desde lejos Arumi miró a los soldados que estaban de guardia a ver
si conocía alguno y podía conseguir que nos dejaran pasar.
-Parece que estamos de suerte -exclamó Arumi- dos de ellos nos
pueden ayudar, vosotros quedaros aquí que yo voy a hablar con ellos.
Con paso firme vimos como Arumi se acercó, al llegar se sentó
junto a uno de ellos y comenzó a conversar. Desde donde nosotros
estábamos, medio disimulado entre la gente, no les podíamos oír.
Durante un rato largo los vimos gesticular entre risas, de vez en cuando
otros soldados se unían al grupo, parecía como si Arumi se hubiera
olvidado de nosotros, el tiempo pasaba lentamente.
-¿No nos habrá traicionado? -susurró Sanka (La que siempre tiene
la palabra adecuada)- será mejor que nos dispersemos.
-De ninguna manera -contesté- tenemos que confiar.
Cuando ya todos estábamos bastante intranquilos vimos a Arumi
despidiéndose de los soldados y acercándose hacia nosotros.
-Las cosas han ido muy bien -nos dijo como saludo- me ha dicho
que esta tarde será más fácil.
Sanka se le enfrentó:
-Nos hemos puesto muy nerviosos, yo he llegado a creer que nos
estabas traicionando.
-Comprendo que no me conocéis en absoluto. Yo me he jugado la
vida en abundante ocasiones; para mi estas gentes también son
enemigos.
En ese momento por la puerta principal salió un grupo de soldados,
avanzando al ritmo de tambores y caracolas, entre ellos en una litera
venía un personaje ricamente engalanado.
-Ese es el Consejero principal del heredero - nos informó Arumi.
Los soldados empujaban y golpeaban a las gentes que recogía sus
enseres a toda prisa tratando de que no les pisotearan sus pocas
posesiones. La multitud se arremolinaba entorpeciendo el paso y
llegando casi detenían a la pequeña comitiva.
Observamos como el Consejero se iba impacientando y como hacía
gestos a los soldados que comenzaron a golpear con ensañamiento a
todo el mundo. Los niños corrían, las mujeres gritaban, pero nadie
escapaba, todos se amontonaba defendiendo sus pertenencias. En medio
de la confusión, presencie como resbalar, golpeada por un soldado, una
mujer. Me aproxime a ella muy despacio, me arrodille a su lado, sabía
que no había nada que hacer. Estaba muerta, una herida sangraba en su
cabeza, le habían aplastado la cara con un golpe de maza. Nosotros con
sigilo nos fuimos retirando.
Por la tarde, volvimos a esa puerta de la ciudadela y se volvieron a
repetir los movimientos de Arumi, y otra vez nos quedamos esperando.
Pero vimos como se amontonaba la gente otra vez cerca de la puerta, en
esta ocasión no tardó mucho Arumi en volver y traernos noticias.
Nos informo que esta tarde abrirían la puerta para todo el que
quisiera acceder. Lo habitual era que, un día a la semana, hubiera un
espectáculo sangriento en la plaza de la ciudadela. En presencia del
Señor y de la muchedumbre, el gran Sacrificador, mataba a unos cuantos
prisioneros de las continuas guerras con los habitantes del valle que se
habían sublevado contra la autoridad.

Nada más entrar, nos encontramos un pasadizo entre las dos


murallas, que nos trasladaba hasta la entrada de la Plaza Ceremonial,
entre esas dos murallas, el tumulto avanzaba siguiendo las señales que
nos dirigían, hasta una plaza inmensa con las paredes decoradas con
múltiples relieves, al fondo tres puertas daban acceso al interior de la
ciudadela, la zona reservada, a la que no podíamos entrar.
Arumi nos insistió:
-Id con tiento. No olvidéis que los soldados nos observar
constantemente desde lo alto de la murallas.
Efectivamente decenas de soldados con arcos y lanzas controlaban
a la muchedumbre, en previsión de posibles tumultos.
Por una de las puertas entraba un grupo de soldados escoltando la
andas del Señor, hasta llegar una pequeña plataforma desde la que
puede divisar a la la gran muchedumbre. Donde yo estaba lo que podía
ver el las parihuelas era simplemente a un anciano demacrado y
ricamente vestido, parecía ausente y sin ningún interés por lo que
sucedía a su alrededor. No tardó mucho en salir y situarse en otra
plataforma el gran Sacrificador, una máscara horrorosa cubría su rostro,
en su mano derecha brillaba, a la luz del atardecer, el Tumi Ceremonial.
Cuando llegó el gran Sacrificador al centro de la plataforma cesó la
música y vocifero para que todos se llenaran de terror:
-Señor de Chan Chan, ante toda esta muchedumbre voy a mostrar
tu poder. Nadie que se oponga a tu autoridad puede vivir. Tu eres el
todopoderoso, el Gran Señor.
En ese momento, rodeados de soldados y entre empellones, avanzó
un grupo de cinco prisioneros desnudos, eran hombres jóvenes que se
tambaleaban bajo los efectos de una potente droga que anulaba su
voluntad y sus fuerzas.
-Señor de Chan-Chan, estos miserables se han enfrentado a tu
ejercito, han rechazado tu autoridad y en tu presencia van a morir.
Arrastrados por los soldados, fueron subiendo a la plataforma, uno
a uno, al llegar frente al gran Sacrificador, los forzaban a arrodillarse, y
con un potente golpe de Tumi los decapitaban.
La muchedumbre gritaba, algunos horrorizados se cubrían el rostro,
otros sádicos ante el dolor ajeno sonreían, y aullaban de placer.
Cuando todos habían sido inmolados, el Señor de Chan Chan se
retiro acompañado por los soldados y la música. Como ya había
terminado el espectáculo, algunos soldados empezaron a empujar a la
gente hacia el exterior de la Ciudadela, a través del pasillo angosto por
donde habíamos entrado.
Hábilmente, Arumi, nos fue llevando hacia la puerta por donde
había desaparecido el Señor, avanzábamos por un pasillo decorado con
peces y figuras geométricas, aquel pasadizo terminaba de improviso en
una gran plaza donde la algarabía se contraponía al dolor de lo que
habíamos presenciado. Quince o veinte niños correteaban a la sombra de
grandes árboles, jugaban con primorosas mariposas de oro, de apenas
un milímetro de espesor, lindos juguetes con alas de filigrana, a los que
se podía, por su levedad, lanzar al aire y ver revolotear alegremente
venciendo la gravedad, hasta caer en tierra. Un pequeño bosque rodeaba
el gran estanque de los Nenúfares, en las noches sin nubes, sobre su
superficie, se deslizaba majestuosa la luna.
Detrás de unos arbustos nos ocultamos.
De improviso, hacia nosotros corrió, un joven atosigado por
algunos soldados, estaba a punto de llegar hasta nosotros, cuando
Arumi nos susurró:
-Corred. !Nos van a descubrir¡. !Corred¡.
Empezamos a correr, el joven nos persiguió hasta alcanzarnos.
Juntos llegamos a la plaza ceremonial y ocultándonos entre los últimos
que se remoloneaban en la salida, admiramos los maravillosos grabados
de las paredes, con temor conseguimos salir de la ciudadela.

Dando un gran rodeo, para despistar a los soldados que tal vez nos
podían rastrear, nos dirigimos a casa de Arumi.
-¿Que ha pasado en la ciudadela? - nos preguntó Wara asustada al
ver nuestro nerviosismo.
Después de que Arumi le pusiera al corriente lo que había sucedido
ella afirmó con determinación.
-Tenemos que irnos todos inmediatamente. Antes o después nos
encontraran. Todo esto es muy peligroso.
-Mujer, no seas tan alarmista, los hemos despistado. Estoy seguro
de que nadie nos ha seguido.
-De todos modos, -le contestó- los soldados tienen medios para
saber lo que sucede y tu ya eres muy conocido.
Ninguno de nosotros abrió la boca ante esta situación inesperada.
No sería adecuado poner en riesgo su seguridad ¿Que podíamos hacer?
Wara se enfrentó con el joven que nos había acompañado en la
huida.
- ¿Y tú quien eres?. No te conozco de nada.
- Yo soy de una aldea de la sierra y hace varios meses me hicieron
prisionero. Nos habíamos enfrentado a la autoridad de Chan Chan y los
soldados arrasaron mi pueblo y cogieron prisionero a todos los que
habíamos sobrevivido a su ataque. Al llevar a la cárcel, cada soldado
marcó con fuego el brazo de sus prisioneros y los metió en la celda,
luego los irán eligiendo para el sacrificio. Llevo semanas sobreviviendo a
la elección, pero antes o después me elegirían para el sacrificio. Y esta
tarde, dominando mi pánico, he aprovechado el cambio de guardia y en
un descuido he huido y cuando corría sin saber por donde salir, les he
visto a ellos, y a ver que también corríais he pensado que me podríais
proteger.
Wara recordó entristecido:
-Nuestra vida ha sido terrorífica, teníamos miedo hasta de respirar,
sometidos a los deseos sanguinarios de unos Jefes que representaba a
un dios perverso que exigía victimas humanas. Cuantas veces me han
obligado a asistir a la actuación de El Decapitador, segando la vida ha
cientos de hombres, jóvenes prisioneros en sus interminables guerras.
Cada soldado trasladaba a su prisionero desnudo y atado por el cuello. El
Decapitador los recibía en el centro de la plaza, sobre un pedestal de
piedra, sajaba con el Tumi los brazos para recoger la sangre en la Copa
ceremonial, de esa copa bebía el soldado que lo había capturado, para
apropiarse de su energía, después le cortaba el brazo por la marca y se
los entregaba como trofeo al vencedor, terminaba su agonía con un
golpe seco que descoyuntaba su cuello. La cabeza sangrante se exhibía,
con las demás, hasta el nuevo sacrificio, en la plataforma central, junto
con las copas que contenían la sangre de los decapitados. Yo recuerdo
los alaridos de dolor, muchas noches poblaban mis pesadillas infantiles.
El problema era que cuando ya medio me había olvidado, tenia que
asistir a otra ceremonia sangrienta, pues nos obligaba a presenciarlas.
En esta y otras conversaciones estamos, cuando de pronto,
numerosos soldados irrumpieron en el patio, nos rodearon y nos fueron
apresando a pesar de nuestra oposición. Un soldado se me abalanzó, yo
le golpeé las manos y forcejeé para zafarme de él.
-¡Quieta! – me gritó derribándome e inmobilizándome con su peso.
Entre gritos y carreras nos fueron apresando y atando a todos,
pero en medio del tumulto, el joven logró salir del patio y escapar.
A los seis nos llevaron a la ciudadela rodeados de soldados, al
entrar Arumi susurró:
-Esta no es la fortaleza del Señor, si no la de su heredero.
Por las calles de esta ciudadela se veía muy poca gente, estaba
todavía construyéndose, algunas murallas y casas se iban edificando con
urgencia porque al actual Señor parecía que le quedaba poco tiempo de
vida. Al llegar a la mazmorra la encontramos vacía. Era un agujero en el
suelo de una sala, nos metieron dentro y bloquearon la abertura con
palos, apenas entraba unos rayos de luz, reflejo de las antorchas de la
sala de los guardianes. Fruto de la tensión me dormí, mi sueño fue una
pesadilla: según recuerdo llegaba hacia el gran Sacrificador y en medio
de alaridos de dolor me desperté. Fue una noche de sobresaltos.

Durante días, casi no nos dieron de comer, el calor agobiante del


medio día nos hacía delirar, Wara nos daba ánimos:
-Aunque la situación es difícil una y otra vez me viene a la cabeza
mi hijo. Si se entera de donde estamos seguro que vendrá a librarnos.
- Por supuesto -afirmó Arumi- yo también lo espero, además es
una suerte estar en esta ciudadela a medio construir y con pocos
soldados. Me parece que va ha ver cambio de Señor, y el nuevo esta
tomando posiciones, nosotros somos sus primeros prisioneros.
-¿Cómo puede su hijo ayudarnos? -Pregunté ingenuamente.
-Tal vez no os hemos dicho, -explicó Wara- pero nuestro hijo es el
jefe de una cuadrilla de opositores al poder de Chan Chan. Viven en la
sierra, como lo hicimos nosotros en nuestra juventud, defienden a las
aldeas y se enfrentan a los soldados. Es una vida dura y llena de
contratiempos, pero no podemos soportar tantas tropelías.
Una mañana, no recuerdo cuanto tiempo llevábamos prisioneros,
removieron las tablas que hacían de puerta y se personó el Consejero del
futuro Señor.
-He sido informado de que os han cazado dentro de la ciudadela,
en la zona reservada. Me ha dicho que queríais secuestrar a alguno hijo
de un noble, tal vez para canjearlos por prisioneros.
Ante nuestro silencio, sus acompañantes nos golpearon y el
Consejero nos gritó:
-Estamos seguro de que sois de alguna cuadrilla de la sierra.
Aunque no era verdad no le quisimos decir nada y con esa idea se
marchó después de amenazarnos con una muerte segura y dolorosa.
El tiempo pasó lento entre el aburrimiento y la esperanza de ser
liberados, nos íbamos consumiendo por la falta de sustento, no todos los
días nos lanzaban algún cuenco con maíz o papas cocidas y hasta había
días que se olvidaban de bajarnos el cántaro de agua.
Una noche, en el silencio de la madrugada, nos despertó un
susurro:
-¿Estáis ahí? ¿Cuántos sois? No hagáis ruido.
Aquello nos sobresaltó porque no habíamos oído ningún ruido,
¿Quien podría ser?.
El rostro de Arumi se iluminó al escuchar la voz:
-Hijo, somos nosotros.
-Tranquilos, vamos a sacaros.
Entonces sentí como varios hombres forzaron la puerta de la
mazmorra hasta que la abrieron y, en medio de la oscuridad, fuimos
saliendo tambaleantes y desnutridos, desorientados, llevábamos varios
semanas sin respirar el aire puro ni ver el sol, aquellos hombres y
mujeres nos sostenían casi en vilo y nos llevaron por varios pasillos y
callejuelas hasta el exterior de la ciudadela sorteando los pequeños
grupos de soldados que encontramos a nuestro paso.
En toda la noche no paramos de andar renqueando pero
apoyándonos en su fuerza, hasta que llegamos al monte desde donde
habíamos contemplado por primera vez la ciudad de Chan Chan. Al llega
a aquel monte nos encaminaron hasta la cueva donde ellos, con
frecuencia, se refugiaban. Muy cerca de la cumbre una pared casi
vertical se elevaba cortando el paso, pero si se subía un poco más arriba,
había una cueva que no se veía desde abajo. En el llano de abajo un
grupo de perros avisaban con sus gruñidos de la presencia de extraños.
Con cuerdas nos ayudaron a encaramarnos y nos acomodaron.
Después de darnos comida y bebida, nos dejaron dormir que es lo que
más necesitamos y así dormimos lo que quedaba de noche y el día
siguiente con su noche. De vez en cuando medio nos despertamos y
siempre había alguien vigilando que nos ofrecía comida y agua
dejándonos seguir durmiendo.
Después de tantas horas, cuando ya todos estábamos despiertos y
con el deseo de marchar, cuanto antes a nuestra Aldea, Arumi buscó a
su hijo para que nos informara de lo que había sucedido:
-Cuando fuisteis apresados, un vecino llevó a la sierra la noticia,
pero no nos llegó a nosotros hasta hace unas semanas, cuando volvimos
de Cajamarca, entonces bajamos a la ciudad y nos encontramos con la
noticia del fallecimiento de Señor con todo lo que significa de mudanza
y ceremonias. El nuevo Señor tenía que presenciar el enterramiento de
su Padre, por eso nos ha resultado tan fácil liberaros. Esa noche apenas
había soldados en la Ciudadela del heredero y en su mazmorra estabais
cautivos, sólo tuvimos que desarmar a unos cuantos, y actuar con sigilo.
Después de todo lo que habíamos vivido le dije a Sanka con
ímpetu.
-Mañana nos volveremos a nuestra Aldea. Ya tenemos suficiente
información.
Nos despedimos de Arumi, Wara y de aquellos guerreros que se
jugaban la vida por atacar las tropelías de los gobernantes. Y así terminó
nuestra aventura en Chan Chan.

A orillas del Virú, 1462


Nos enfrentamos a los soldados

Lawra (mujer de gran influencia) Narradora

Donde se narra la colaboración de algunos de la Aldea con los


insurgentes de Chan-Chan.

Desde que llegamos y pusimos al corriente al Consejo de nuestra


aventura, no podíamos quitarnos de la cabeza la posibilidad de que nos
estuvieran buscando. El Consejero del nuevo Señor de Chan Chan nos
había demostrado la capacidad de sus soldados para encontrar a los
rebeldes y a nosotros nos consideraba especialmente peligrosos, no en
balde habíamos sido los primeros prisioneros de su mazmorra y
habíamos conseguimos escapar poniendo en ridículo sus medidas de
seguridad.
En el Consejo nada se había decidido, la MAMA-COYA Naira (Mujer
de ojos grandes) se debatía entre las posturas más temerosas: algunas
madres sugerían marcharnos más al sur, huir abandonando la orilla del
Virú, otras querían que enviáramos una delegación para mostrar al
nuevo Señor nuestro sometimiento. Tampoco faltaban las que opinaban
que lo mejor es unirse a los rebeldes y participar en sus combates.
Aquella mañana en todos los corrillos de las madres se polemizaba
entre estas posturas, para las jóvenes la postura más común era unirse
a los rebeldes y hacerle frente al Señor de Chan-Chan, pues
argumentaban que no podíamos aceptar su dominio.
Me fui a buscar a Sanka (La que siempre tiene la palabra
adecuada), subí por el vereda hacia la cumbre del Saraque, entre los
cultivos, el maíz cubría las mayoría de las parcelas, tenía ya las hojas
amarillentas, listo para la recogida. La encontré en la cima del Saraque
abriendo las compuertas de las acequias y le pregunté sin rodeos:
-¿Sanka, cuento contigo para convencer a la MAMA-COYA de que
hay que actuar?.
-Por supuesto – me contestó – aunque está claro que muchas
madres se han dejado dominar por el miedo.
-Razón tienen, en nuestra Aldea nunca hemos tenido un ejercito,
siempre hemos vivido en paz, pero hay momentos en que es necesario
actuar, aunque eso nos cause sufrimiento. A veces el mayor riesgo es no
arriesgar.
Desde donde estábamos podíamos ver toda nuestra aldea con el
Templo que tanto nos había constado levantar, y los grandes arboles que
rodeaban el río Virú, era nuestra tierra. Cuando llegamos, esto apenas
era un bosque sin nadie que lo cultivara, y ahora, con nuestro trabajo lo
habíamos convertido en un lugar habitable y lleno de encanto.
Aquella tarde, Sanka y yo, nos reunimos con Kusi (que tiene
siempre suerte), la heredera de la MAMA-KOYA, una madre sólo unos
años más joven que nosotras, las tres estamos de acuerdo en actuar
apoyando a los rebeldes. Sólo teníamos que conseguir el apoyo del
Consejo. Fue una labor premiosa y a algunas madres no había modo de
convencerlas. Pasaron los meses sin que tomáramos ninguna decisión
pero con un creciente desasosiego ante las noticias que nos llegan de
Chan Chan, donde cada vez se afianza más el nuevo Señor y se
acrecentaba el terror entre las gentes, por el poder que iba tomando el
Consejero y su control sobre el ejército.
Después de muchas deliberaciones y muchos meses, el Consejo
nos autorizó a que un grupo de voluntarios nos uniéramos a los
rebeldes, el grupo estaría comandado por Kusi en representación de su
Madre y lo formaría un máximo de 50 voluntarios, ya que no se podían
abandonar los trabajos de pesca y agricultura.
Fue fácil formar el grupo y empezar el entrenamiento.

Un día nos pusimos en marcha, buscando a los rebeldes. Seguimos


la ruta de la montaña y llegamos a la cueva donde nos habíamos
recuperado después de estar presos el la cárcel de Chan-Chan. Pero esta
vez la encontramos casi vacía, sólo había varios ancianos, entre ellos
descubrimos con alegría a Arumi y Wara y unos niños. Wara nos
informa:
-Los demás están en una batalla en Chan Chan, pero en unos días
volverán. Los podéis esperar.
Comenzaron unos días de adiestramiento, aquellos ancianos
llevaban muchos años de lucha y vieron con prontitud que nosotros
éramos unos novatos, con buena voluntad pero sin experiencia. Uno de
ellos era una mujer muy animosa aunque cargada de años, que nos
tomó a las mujeres bajo su mando, nos reunió y nos arengó:
-Lo más importante es ser resistentes en la carrera, no sólo para
huir, si no para poder arremeter con rapidez en varios sitios y así
hacerles creer que somos más. Por eso vais a subir y bajar, espero que
cada vez con más rapidez, hasta la cumbre de aquella colina, hasta que
os resulta idéntico andar paseando que correr buscando al enemigo
Así fue como nos lanzamos a aquellos ejercicios agotadores, pero
que, a los pocos días, nos resultó más asequible. Teníamos todo el
cuerpo dolorido, las piernas y brazos llenos de heridas, eran frecuentes
los resbalones y las caídas rodando pendiente abajo. Cada día lo
terminábamos luchando, entre nosotros, con lanzas, palos y mazas.
Hasta que una tarde llegó Illampu (el más fuerte), el hijo de Wara y
Arumi con su gente, era bajo y moreno, con el cuerpo recio y sin grasa,
los hombros musculosos y las piernas cortas y ligeramente arqueadas.
Nos contaron sus últimas acciones y aceptaron nuestra ayuda, se les
veía cansados y muchos de ellos magullado y con pena recordaban a los
que habían muerto o estaban prisioneros.
Después de una semana descansando, mientras nosotros seguimos
con nuestro entrenamiento, Illampu nos reunió a todos y nos pidió que le
acompañásemos en una acción. Formábamos un grupo de unas ochenta
personas que nos dirigimos hacia el río Moche.
Lo que más me atemorizar y a la vez me excitaba, era la continua
incertidumbre. Ahora cada día era cada día. No era como en la aldea,
donde cada día era igual al pasado y al siguiente: trabajo por la mañana,
reunión en el río al atardecer, y así luna tras luna.
Anochecía cuando desde una de las colinas descubrimos al ejercito,
estaban acampados junto al río.
Illampu nos dividió en tres grupos para acercarnos por varios sitios,
toda la noche estuvimos esperando a su señal. La pendiente era más
pronunciada de lo que parecía desde la cumbre, era necesario bajar en
zigzag para no despeñarse. Sigilosos y ocultos por la niebla de la
amanecida nos acercamos a la orilla de río, al otro lado se extendía el
emplazamiento enemigo, en algunas fogatas todavía humeaban las
últimas brasas cubiertas de ceniza, el río serpenteaba y una frondosa
vegetación medio ocultaba el campamento.
Mientras todos se preparaban, me acerque en silencio a Kusi y le
susurré:
-Quiero que en la batalla estemos siempre juntas. Kusi, por favor,
no me pierdas de vista.
-De acuerdo – me contestó- Así nos podremos defender mejor.
Pero, como muy pronto descubrimos, no era tan fácil sobretodo
cuando nos tocaba huir. En esta ocasión se trataba sólo de hostigar a los
soldados.
Cada grupo íbamos ocupando nuestro lugar, acercándonos lo más
posible al campamento. Agucé los oídos en espera de la señal, pero sólo
me llegaba el canto de los pájaros y el suave susurro del viento entre los
árboles. De improviso escuché la señal convenida y comenzamos a
lanzar piedras y a gritar con todas nuestras fuerzas. Con celeridad
reaccionaron los soldados, entre el follaje y los algarrobos floridos, no
tardaron en aparecer varios que en un instante terminaron acordonando
a nuestro grupo. Reconozco que en ese momento sentí pánico y corrí sin
sentido ni dirección, al poco reaccione y volví. Me lance a correr y llegue
a su lado cuando uno de los soldados, musculoso y de piel morena, tenía
a Kusi cogida por el brazo. Ella lo golpeaba furiosa con la otra mano. El
alargó el brazo y la golpeó con fuerza en la mejilla. Lanzó un grito de
dolor y empezó a patearlo con ambas piernas, una de las patadas golpeo
al soldado en la rodilla. Chilló y se apartó, pero otro soldado agarró con
fuerza a Kusi antes de que pudiera zafarse. Una singular expresión,
mezcla de rabia y dolor desfiguraba el rostro de Kusi. Por sorpresa
ataqué, golpeando con la maza, al que la retenía, fue un movimiento
decisivo pues se volvió soltándola y las dos aprovechamos para huir
corriendo.
Escuchábamos gritos a nuestro alrededor y vimos carreras y golpes
entre los matorrales. No podía dejar de oír la furia vibrante de los
tambores, los aullidos de guerra lanzados por los soldados. Mi corazón se
comprimió, pero nos dirigimos con determinación pendiente arriba. Yo
subía despacio, detrás de Kusi, atenta a aquel terreno desconocido, lleno
de hierbas medio marchitas que se escondían entre las piedras sueltas y
a veces eran más grandes y lo ocultan todo haciendo más difícil el
ascenso. De repente, a unos cincuenta metros, ladera abajo, nos
percatamos, era una cuadrilla de soldados que nos acosaban. A
trompicones nos lanzamos hacia la cumbre, los soldados se lanzaron en
nuestra persecución con gritos amenazantes. No había caminos pero si
lugares más fáciles, por los que, de vez en cuando, avanzábamos con
más celeridad. La ventaja que teníamos se fue acrecentando, pero uno
de los soldados avanzó con más celeridad o determinación y nos alcanzó,
pero se había quedando solo, subía casi a cuatro patas, resbalando en el
terreno pedregoso. Cuando llegamos a la cumbre le lanzamos piedras
que detuvieron su avance, se refugió en un hueco de nuestra furia, y allí
le dejamos.
Al llegar a la cumbre nos encontramos con los acantilados, miré
hacia abajo, en aquel punto no era muy alto pero si abrupto. Sentí que
perdía el equilibrio, y rápidamente dí un paso atrás. Por allí no podíamos
bajar. Corrimos bordeando el precipicio, hasta que encontramos un lugar
por donde bajar, era una pendiente muy peligrosa, pero era la única
opción. Yo iba sin aliento con todo el cuerpo dolorido a causa del
esfuerzo. Desde la altura nos llegaban los gritos de los soldados, que se
reagrupaban mientras nosotros corríamos, ladera abajo, y nos ocultamos
entre los árboles que empezaban a abundar, era una pausa que nos
permitió sosegar la respiración, pues al instante tuvimos que proseguir
en nuestra huida.

Durante toda la tarde nos fuimos reagrupando a la vez que nos


dirigíamos, por el valle, hacia la cabecera del río, que era nuestro lugar
de reunión. Cada uno contaba lo que le había sucedido. En una de las
paradas me tumbé en la ribera de río, una oleada de calambres recorrió
todo mi cuerpo, exacerbando más el dolor que agarrotaba mis piernas,
tenía hinchada una rodilla, que al enfriarse se puso rígida, pero el
descanso terminó cuando Kusi nos mandó continuar.
-Lawra (mujer de gran influencia), ponte de nuevo en marcha, nos
que mucho trecho hasta llegar nuestro punto de reunión.
Ya nos esperaban cuando llegamos al campamento. La pequeña
fogata se estaba apagando pero persistía el olor de la madera al
quemarse, en medio del olor penetrante de la hierba y las flores.
Alimentamos la fogata y nos fuimos recostando, para comer lo que ya
tenían preparado. Aquella fue una noche extraña, para nosotros
habíamos experimentado un gran fracaso, no habíamos logrado nada,
solo correr, huir una y orea vez; en cambio para Illampu y su gente, no
haber tenido bajas era un éxito, tendríamos que acostumbrarnos a que
ese era el modo de enfrentarnos a los soldados.
-Aunque no lo creáis -dice Illampu- hoy hemos conseguido
desbaratar y retrasar sus planes. Si no hubiéramos atacado en estos
momentos los soldados habrían conquistado y asolado una aldea
causando muertes y prisioneros. Es lo más que podemos hacer. Si
mañana los volvemos atacar conseguiremos retardar una vez más su
avance.
Cuando lo pensamos vimos que teníamos que darle la razón, eran
demasiados para que nosotros los pudiéramos detener, sólo los podemos
demorar en su avance conquistador.
Pero lo peor estaba por llegar, así un día, resultó mucho más
trágica nuestra acción.
En un encuentro sufrimos muchas perdidas, todo un grupo fue
masacrado al verse sorprendido por los soldados que actuaron con
decisión y los rodearon, entre ellos había varios de nuestra aldea, estas
bajas no lograron amedrentarnos, aunque nos llenaba de dolor.
De vez en cuando llegaban y se unían a nosotros gentes que habían
huido de las aldeas conquistados por los soldados. Pero siempre éramos
muy pocos para enfrentarnos al ejercito.
A lo largo de los meses continuamos hostigando a los soldados. En
una ocasión cuando llevábamos varias horas caminando, Illampu (el más
fuerte) se detuvo y se agachó, girando la cabeza de un lado al otro.
Todos nos detuvimos y espéramos en silencio.
Vi a los soldados avanzar y desaparecer al rato, entre los árboles
del bosque, desde donde yo estoy junto con Kusi (que tiene siempre
suerte), no puedo ver sus movimientos, pensamos que se van alejando y
cual fue nuestra sorpresa al oír sus gritos y sentir que nos han rodeado.
-¿Me acompañas? -interrogo impaciente a Kusi.
-Por supuesto Lawra, en ningún momento pensaba dejarte sola –
me replica Kusi.
Reaccionamos con rapidez, cada uno buscando la escapatoria,
llenos de pánico, ya que somos seis y ellos unos cuarenta, ¿Qué
podemos hacer? correr. Tropiezo con una piedra y caigo rodando, varios
metros más abajo consigo levantarme y continúo renqueando, una roca
ha golpeado mi cabeza y la herida gotea sangre, con miedo y dolor sigo
corriendo, de pronto descubro que estoy sola ¿Dónde está Kusi? No la
veo por ninguna parte, recuerdo la promesa y corro buscándola entre las
rocas y los matorrales. El brazo derecho me duele y la cabeza sangra,
me acurruco al amparo de una roca. Seguía oyendo los gritos de dolor.
No me puedo mover. Cerca oigo pasar a la carrera a varios soldados.
Poco a poco se va haciendo el silencio en la ladera de la montaña. Suena
la caracola que llama a los soldados.
Creo recordar que perdí el conocimiento, porque es noche cerrada
cuando vuelvo a abrir los ojos, sigo sin fuerzas, apenas me puedo mover,
la herida de la cabeza ya no sangra pero siento una sed terrible. Tal vez
volví a desmayarme, la luz del amanecer se extiende por la ladera, y hay
una cosa que ahora, a la luz del día veo claramente. Lo que me había
parecido ver a unos metros: un cuerpo tendido; es efectivamente el
cuerpo de Kusi que aun respira. Me voy acercando con esfuerzo
arrastrándome entre la maleza. Un golpe ha destrozado su cara, una
flecha, atraviesa su pierna derecha. No puedo reprimir el llanto, y más
cuando me levanto y puedo ver a mi alrededor las consecuencias de la
batalla, solamente Kusi y yo hemos parece que hemos sobrevivido.
Varios cadáveres se desparraman por la ladera entre ellos encontramos
al marido de Kusi, pero de mi marido no hay rastro, el silencio es
absoluto en toda la pendiente.
La sed me sigue atormentando, a unos metros me llama la
pequeña cascada de un arroyo, con decisión arrastro a Kusi que gime de
dolor.
-Kusi tranquila, no te muevas mucho –la tranquilizó entre sollozos,
Me pongo en marcha ladera abajo hasta llegar al arroyo, recuesto a
Kusi en la ribera, dentro del agua, el frescor me va serenando, Kusi
también recupera la conciencia entre lamentos, la saco del agua, le
extraigo la flecha, le tapono la herida con un jirón de su túnica. Allí
seguimos las dos tumbadas semiinconscientes.
Después de un rato empiezo a tener una idea fija:
Volver a nuestra Aldea. Deseo partir sin más dilaciones.
Después de varios días caminando rumbo a nuestra Aldea,
agotando las últimas fuerzas que nos quedan. Al anochecer empezamos
a sentir que el aire está cargado de humo y un penetrante olor a madera
quemada llena el ambiente, un fuego inmenso cubre toda la montaña y
avanza empujado por el viento, el calor se extiende por el aire, un sinfín
de partículas incandescente se esparcen por todas partes, el furioso
chisporroteo de las llamas se eleva hacia el cielo. Quedamos
sobrecogidas, por otra parte, una jaguar con sus cachorros corre
atemorizada cerca de nosotras.
-Kusi – susurro su oído– es mejor seguir a la jaguar, ella sabe,
mejor que nosotras, por donde huir del fuego.
Con gran esfuerzo nos ponemos a caminar, oleadas de aire caliente
nos envuelven, a gran velocidad el fuego avanza, con un poder aterrador.
Las fragancia de los matorrales quemados impregnan el aire.
Llegamos a un río, el agua llega muy fría, nos sumergimos y
tiritando llegamos a la otra orilla, es una pequeña playa de arena, y allí
nos rendimos.
La noche va avanzando y el fuego se detiene en el río, algunas
chispas saltan empujadas por el viento pero caen en el agua. Poco a
poco se va consumiendo la vegetación de toda la ladera, las brasas
brillan como diminutos soles, grandes árboles se desploman lanzando
infinidad de brasas al aire, arrollando en su caída las ramas de otros
árboles que también se iluminan en grandes llamaradas, en medio del
ruido infernal grandes rocas explotan, esparciendo multitud de piedras
recalentadas. Hasta las orillas del río llegan cientos de animales
huyendo. El humo nos envuelve y seca nuestras túnicas.
Cuando al día siguiente empieza a clarear la mañana, más allá del
río todo esta carbonizado y sobre el agua flotan algunos animales
muertos. En la arena de la playa, algunos se detienen y es nuestra
oportunidad para saciar el hambre.
No podemos quedarnos allí, y seguimos en ruta rumbo a nuestra
aldea.

A orillas del Virú, 1470


Los soldados de Chan-Chan en nuestra Aldea

Lawra (mujer de gran influencia) Narradora

En el que se refiere los tristes acontecimientos vividos en la


Aldea cuando fue asolada por las huestes de Señor de Chan Chan.

A los cuatro días nos llenamos de alegría al ver, desde la montaña,


nuestro Templo, nuestro río Virú, nuestra familias. Aceléramos el paso
cruzamos las cascadas y nos dirigimos a través del bosque de algarrobo
hacia la Aldea,
Al llegar a las primeras chozas, nos salen al encuentro unas
madres, que desde el Saraque nos han visto llegar, se extiende la noticia
y empiezan a abrazarnos las demás. Kusi y yo nos dirigimos a la Kala,
allí se van reuniendo todas las madres, hasta que llega la MAMA-COYA
Naira (Mujer de ojos grandes), me sorprende verla tan mayor, los
últimos años han sido para ella de gran sufrimiento, y ya es un pálido
reflejo de la mujer vigorosa y valerosa que yo conocía. Llorosa nos
abraza.
Con dolor, les comunicamos, que somos los únicos supervivientes
de aquel grupo de voluntarios, que varios años antes, salió dispuesto a
defender la aldea. A todos los habíamos vistos morir heroicamente frente
a los soldados de Chan Chan, en tantas batallas.
Durante semanas, vamos poniendo al corriente de muchos detalles
de nuestra funesta aventura. En muchas casas hay disgusto y amargura,
al recordar a madres y padres que han dado su vida en las batallas; el
desaliento se instala en nuestros corazones. Aquellas madres que se
opusieron a nuestra aventura, se llenan de razones.
Kusi y yo consolamos a nuestros hijos, que han perdido a sus
padres en la aventura.
Me gusta acompañar a la MAMA-COYA es sus paseos por la aldea,
caminar con ella hasta el río, ya es una anciana, a la que todos
considéramos, llena de sabiduría y prudencia. En una ocasión me abrió
su corazón, sentadas contemplando nuestro rio:
-Conforme pasa el tiempo, cada vez me descubro más ignorante,
es verdad que a lo largo de mi vida he aprendido de tantas personas y
circunstancias, ahora hasta me enseñan los niños. Los veo jugar, les
escucho sus preguntas a las que, con frecuencia, no encuentro
respuestas. Descubro sus ojos hipnotizados por el asombro, siguiendo el
vuelo de una mariposa. Los has visto cuando se me acercan, con el pelo
mojado, para que les haga la trenza, su alegría cuando les pongo, alguna
de mis cinta, en su cabeza.

Un atardecer, varias lunas después, algo completamente distinto


está a punto de presentarse. Observamos en la ladera, al otro lado del
río, a pequeños grupos de extraños que se iban instalando, formando
campamentos. Encendiendo hogueras que, poco a poco, iluminan toda la
ladera como pequeños puntos de luz. Nuevas amenazas se cernían sobre
nosotros.
En la Aldea cundió el pánico, el viento trae sonidos de tambores y
gritos. Cuando tomamos conciencia de que son soldados de Chan Chan,
la MAMA-COYA envía a unos jóvenes a la Aldea del Mar, llevan la noticia
para que los padres vengan con rapidez. Y convoca al Consejo. Todas las
madres acuden. Kusi y yo acercamos, casi en volandas, a la MAMA-COYA
hasta el Templo.
-Todos estamos viendo – toma la palabra Kusi – el peligro que se
nos anuncia inminente. Durante un tiempo se irán concentrando,
reagrupando sus fuerzas. Mañana es muy probable que se acerquen a la
aldea a informarnos de sus intenciones.
-Nunca han venido tantos soldados -evoca la MAMA-COYA,
rememorando antiguas incursiones– espero que esta vez sólo nos
exigirán lo de siempre.
-Por lo que sabemos – toma la palabra Kusi- hay un nuevo Señor y
eso significa que nos exigirá mucho más. Los rebeldes nos dijeron que
cada nuevo Señor de Chan-Chan tiene que conseguir nuevos tributos,
pues todos los del antiguo Señor, se los queda su familia. El nuevo
Señor, no hereda nada, ni siquiera el palacio o el templo y mucho menos
los tributos de las aldeas conquistadas en el pasado, por eso cada nuevo
Señor organiza campañas de conquista.
-Se me ocurre - sugiero yo- que podríamos aprovechar, esta noche,
para trasladar de la aldea algunos alimentos, antes de que ellos lleguen.
-Lawra (mujer de gran influencia) me parece muy bien esa idea
-me respalda Kusi con coraje- yo podría entrenar un grupo y marchar,
con todo lo que podamos, hasta la laguna de los Patos, allí esperaremos
hasta que se vayan los de Chan -Chan.
El consejo se divide en multitud de opiniones, hasta que la MAMA-
COYA determina.
-De acuerdo, Kusi. Organiza la partida, no hay tiempo que perder.
Alrededor de Kusi, que no quiere que yo la acompañe, para que me
quede a proteger a su madre, se reúne un pequeño grupo de madres y
padres que van al almacén de alimentos y cargan en las llamas bolsas de
maíz, papas, ají, y carne seca de cuy, llama y cañanes. Entre lo que
cargan en las llamas y lo que cada uno lleva, consiguen una gran
cantidad de alimentos. Con celeridad y sigilo se ponen en marcha, y se
alejan por el camino de la Cueva de los Muertos, bordeando el cerro
Saraque por el camino del desierto.

Al día siguiente, a media mañana, un murmullo de voces, se pone


en marcha y desciende por la ladera y dando varias vuelta se acercan
por el camino de las Cascadas. El grupo de soldados, luce sus mejores
pertrechos, rodeando al Representante del Señor, el General de aquel
ejercito, que avanza sentado, majestuosamente, en la litera que portan
ocho forzudos, una gruesa cadena de oro cuelga de su cuello.
Ante el revuelo de la comitiva, acompañada por el ruido de
tambores y caracolas, todos los de la aldea nos dirigimos hacia el
Templo. Yo acompaño a la MAMA-COYA que vestida con los atributos de
su poder se acomoda junto a la Kala, todos la rodeamos tratando de
enmascarar el miedo que nos paraliza.
La comitiva llega hasta la base del templo, por la escalera sube la
litera rodeada de los guerreros más fieros. A unos metros de la MAMA-
COYA el General detiene a los porteadores, se pone de pie y grita desde
lo alto de las parihuelas:
-¿Quien es la máxima autoridad de esta aldea?.
-Yo soy - afirma con decisión la MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos
grandes) poniéndose en pie– muchas veces he recibido al representante
del Señor de Chan-Chan.
-Yo soy el representante del Gran Señor de Chan-Chan y vengo con
una encomienda muy clara: recaudar los tributos que ha de pagar esta
aldea. El Gran Señor os exige la mitad de todos vuestros productos.
-No me parece justo -dice la MAMA-COYA alarmada con esa
exigencia- durante mucho tiempo el tributo era un tercio, que para
nosotros es un gran sacrificio, pero que aceptábamos para mantener la
paz, lo que nos pides ahora es un atropello que condenará a nuestro
pueblo, a un tiempo de hambre, hasta que recojamos la próxima
cosecha.
Ante estas palabras el General golpeó con su vara la litera, los
porteadores la bajaron hasta el suelo y el avanza hasta la MAMA-COYA.
-La justicia soy yo – grita golpeado en la cabeza a nuestra MAMA-
COYA – me vais a obedecer sin rechistar.
Fue ese un movimiento tan rápido e colérico que a todos nos
amedrentó, y más al ver con que saña trata a nuestra MAMA-COYA, que
cayó al suelo con la cabeza ensangrentada.
Los soldados comenzaron a golpearnos haciendo espacio a su jefe,
yo me abalanzo hacia la MAMA-COYA para protegerla, no soy la única y
entre todas la rodeamos. Cuando levanto la vista, mis ojos observaron
los rostros atónitos de las Madres, adivinó en todas ellas un ramalazo de
angustia y rabia:
¿Quién puede tratar así a nuestra MAMA-COYA? A la que tanto
respetamos y debemos. Para casi todos, era la única MAMA-COYA que
habíamos conocido a lo largo de nuestra vida y no sólo la honrarnos si
no que la apreciamos como a nuestra madre.
Aquel General se vuelve a su gente. Es un momento tenso y
señalando con el dedo a dos de sus oficiales, grita.
-Tú y tú: llevaros a vuestra gente al almacén de alimentos y tomad
todo lo que encontréis. Esta aldea nunca nos olvidará, tienen que saber
que no pueden discutir los deseos del gran Señor. Los demás – continuo
mandando – haced lo mismo en todos los almacenes y casas.
Nuestra MAMA-COYA, casi inconsciente, apenas mantiene un hilo de
vida, con miedo por lo que empezamos a temer la llevamos a su casa, a
sólo unos pasos, va casi agonizante, la edad la ha consumido, en
nuestros brazos casi no nos pesa, con delicadeza la tendemos en su
cama, un montón de esteras y cojines, en una esquina de la habitación,
se quedan con ella sus hijos y las Madres de más edad.
Toda las Aldea se llena de gritos y carreras, grupos de soldados
bajan de la ladera y siembran en nuestros corazones el pánico.
El General se retiró a su campamento y dejó a sus subordinados
organizando el saqueo. Cuando una familia se resistía defendiendo su
casa, no tienen ningún reparo en incendiarla, tirando unas teas ardiendo
al techo y disfrutando con la visión, desde la puerta, de como caen
brasas del techo, iluminando la habitación y llenándola de humo, hasta
que los que se escondían, salen atemorizados, recibiéndolos con golpes.
Asolan el pueblo, cabaña a cabaña, incendiando lo que tanto nos ha
costado construir.
Unos jóvenes saltan hasta el corral de las llamas, y abren las
puertas. Uno de ellos entra dentro para azuzarlas, con gritos, haciendo
que huyan. Otros se les acercan hasta conseguir que las llamas salgan
del corral alejándose de la Aldea. Cuando unos soldados se percatan y
corren hacia ellos, a algunos los golpean quedando tendidos en el suelo
con graves heridas, pero la mayoría corren, Saraque arriba, rumbo a la
laguna de los Patos.
La aldea se ilumina con multitud de incendios y gritos de
desesperación, durante horas todo es confuso. Los soldados arrasan la
aldea, arruinan el Templo, derriban la Kala, violan a las madres que se
resisten, aplastan la cabeza de cuantos encuentran a su paso: niños y
mayores. Al anochecer empiezan a abandonar la aldea dejando tras de si
una estela de destrucción y miedo.
Después de haber intentado proteger a mis hijos, vuelvo a la casa
de la MAMA-COYA, me sorprende el silencio dolorido de las madres que
la acompañan.
-Lawra (mujer de gran influencia)- me sugiere una de ellas – la
MAMA-COYA está muy mal, se está muriendo, pide que desea que vuelva
su hija, ¿tu puedes ir a por ella?.
Todas sabemos que Kusi vendrá cuando los de Chan-Chan se hayan
marchado, pero yo pienso que para entonces tal vez la MAMA-COYA
habrá muerto.
-De acuerdo. Inmediatamente salgo con mi hija mayor – le digo
con pesar - tal vez mañana podamos volver con Kusi.
Corro a mi casa, esquivando en el camino a pequeños grupos de
soldados que todavía se emborrachan por las calles de la aldea.
Encuentro a una de mis amigas tumbada en el suelo ensangrentada y
muerta, eso a mi no me debe ocurrir. No me va a ocurrir. Mi casa, como
casi todas, está carbonizada, aunque mis hijos ya han apagado el fuego,
el techo, de ramas y carrizo, ha caído sobre los pocos objetos del
dormitorio y la cocina, peor esta el taller. Las telas, que no se llevaron,
todavía arden con humo negro y nauseabundo.
-Todos os quedaréis aquí –les comunico al llegar- menos Sami
(afortunada, feliz, venturosa) que vendrá conmigo a buscar a Kusi.
-Pero mamá- protesta mi hijo mayor - ¿porqué no voy yo contigo?
-Porque te tienes que quedar con tus hermanos, alguien tiene que
protegerlos, además tenéis que traer agua para acabar con el fuego del
taller. Sami, mira si hay algo de agua y si no ve al río y busca qué nos
llevamos para comer durante el viaje.
No tardamos mucho en ponernos en camino rumbo a la Laguna de
los Patos, pero ya el sol se esconde.
Es una noche luminosa llena de estrellas, la luna casi llena, nos
acompaña, en nuestro caminar decidido, iluminando el camino. De vez
en cuando Sami me hace preguntas, sin dejar de caminar:
-¿Crees que Kusi será una buena MAMA-COYA?
-Mamá ¿esperas que lleguemos a tiempo para que Kusi hable con
su madre?
-¿Cómo vamos a recuperarnos de la catástrofe, todo está quemado
y deteriorado?
-Algunas madres hablan de abandonar esta Aldea ¿Tú que piensas?
Yo no tengo respuestas, me hago las mismas preguntas, pero
intento tranquilizarla.
Desde hacia años no iba por la laguna de los Patos, en una ocasión
había hecho el camino con un grupo de jóvenes y nos habíamos
entretenido con juegos y conversaciones. Recuerdo que la primera vez,
fue unos días antes de mi elección de marido, el que luego elegí venia en
el grupo y tuvimos muchas ocasiones de hablar, le dije que era mi
elegido, llegó a ser el padre de mis hijos y ahora está muerto, mi
añorado Kachi (agudo, inteligente) .
Todavía falta bastante tiempo para el amanecer, por la posición de
la luna pienso que es entre las cuatro y las cinco de la madrugada,
cuando desde un cerro vislumbramos la hondonada donde está el
estanque.
La laguna de los Patos es un estanque natural, a una jornada de
marcha desde la Aldea, rodeada de vegetación en medio del desierto,
recoge el agua que mana del suelo, muchas aves se reúnen para beber
en medio de la algarabía, y a ella también acudíamos nosotros, de vez
en cuando, a cazar pues otros muchos animales se congregan, sobretodo
al atardecer.
Conforme nos acercamos, el humo de una hoguera se eleva entre
los árboles de la ribera, en medio del silencio de la noche.
Al llegar, tanto Sami como yo, jadeamos por el esfuerzo de la
última carrera, y gritamos:
-Somos Lawra y Sami. ¿Buscamos a Kusi?
A nuestros gritos todos se levantan alarmados, ni siquiera tenían a
alguien de guardia, todo se habían dormido. Nos sentamos junto a la
fogata, el aire es fresco en el amanecer y les contamos lo que ha pasado
en la Aldea, bastante sabían, por grupos que habían llegado a lo largo
del día, pero se llenaron de tristeza cuando les hablamos de la MAMA-
COYA.
-Kusi , en la Aldea esperan que vayas cuanto antes – le comunico
con pesadumbre – Allí te necesitamos.
-Pero no podemos volver, -replica Kusi - todavía no se ha marchado
los soldados. Pero sólo a mi esperan.
-Pero yo te acompañaré, para eso he venido. -afirmo con decisión-
Mi hija se quedará para ayudar aquí.
Preparamos la partida y antes de una hora, ya estamos en camino,
el sol empieza a calentar, durante el camino nuestras conversaciones
giran en torno al futuro, yo tengo claro y así se lo hago ver que tal vez
cuando lleguemos su madre ya estará muerta, yo la he dejado casi
agonizando, ella tendrá que ser la nueva MAMA-COYA. En el rostro de
Kusi yo veo que, a pesar de mis palabras, no consigo que acepte la
muerte inminente de su madre,
-Cuando la dejé, -insiste- por supuesto que estaba muy anciana
pero, de ahí a que se muera, hay una gran distancia.
Ser la nueva MAMA-COYA no le preocupa, desde hacía mucho
tiempo sabía que eso era lo que se esperaba de ella, lo que le cuesta
aceptar es la muerte de su madre.
Nuestro caminar aquella mañana, fue más lento que durante la
noche, el sol calienta la arena, levantando el frescor del rocío y
convirtiéndolo en un vaho agobiante, no hay sombras, entre las dunas
apenas se ven pequeños matorrales, bajo los que se esconden algunos
reptiles que huyen a nuestro paso, es junto a los insectos, el único
indicio de vida visible.
Después de un día caminando, desde el cerro Saraque la visión era
terrorífica, la aldea se veía llena de cadáveres y ruinas calcinadas. El
silencio que envolvía las calles, contrastaba con el humo que todavía se
eleva en algunas casas y almacenes. Corremos Saraque abajo, rodeamos
el Templo hasta la casa de la MAMA-COYA, al llegar nos reciben en la
puerta las madres, inmediatamente entramos a la casa. Hace demasiado
calor en la habitación por el bochorno del atardecer. Kusi se arrodilla
junto a su madre, que lleva un rato inconsciente, pero nada más cogerle
la mano, la MAMA-COYA Naira abre los ojos:
-Kusi, mi tiempo se ha consumido, ahora tú has de llevar adelante
a nuestro pueblo -dice en un susurro la MAMA-COYA- Mi dolor es que te
dejo la aldea destruida y sin alimentos.
-No te esfuerces más madre, tendremos tiempo para hablar más
adelante.
-Kusi no hay tiempo. Yo confío en ti y todos el pueblo te seguirán,
has demostrado inteligencia y valentía. Vas a tener que reconstruir la
aldea, en verdad se ha perdido mucho, pero no podemos abandonar, el
río Virú es nuestro hogar.
En ese momento cierra los ojos y vemos como serenamente, sin
ninguna muestra de dolor, deja de respirar.
Kusi se quedó paralizada mirándola, pero una de las madres
ancianas se le acercó levantándola. Cuando Kusi , con los ojos llenos de
lágrimas, se vuelve hacia nosotros, siento que ya era nuestra nueva
MAMA-COYA.
En medio de la tragedia tenemos que sacar fuerzas para honrar a la
MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos grandes). Ella se lo merece.

Kusi nos puso en marcha, envía a una madre a la Cueva de los


Muertos, para avisar al que allí vigila, diciéndole que vaya a traer a los
de la Laguna de los Patos.
A la mañana siguiente, con todos los supervivientes de la aldea,
realizamos los rituales para el entierro, por la situación en la que
estábamos hubo que improvisar algunas cosas, los hombres preparan la
caja de madera con excesiva rapidez, les hubiera encantado hacerla más
digna. Los soldados nos han robado hasta algunos de sus objetos
ceremoniales, su casa también fue saqueada, no le pudimos poner sus
collares ni su corona de oro que habían desaparecido.
Al final colocamos la caja junto a su hoguera y levantamos de
nuevo su Kala, y según nuestra usanza se preparó su cuerpo y se le
envolvió en el lienzo de su vida, en el que varias madres bordaron los
últimos hechos y el modo cruento de su muerte. Lo tapiamos todo
adornando las paredes con relieves.

Nada más terminar el entierro de la MAMA-COYA Naira, se puso en


marcha la caravana rumbo a la Cueva de los Muertos con todos los que
han fallecido estos días. Casi todas las familias tienen algún muerto, en
total son cuarenta y siete, hay niños y ancianos pero también algunas
madres y padres. Las familias acompañan, con cantos y danzas, a los
que han perdido, el calor es agobiante en la cuesta que bordea el cerro
Saraque, un concierto de chicharras llena el aire con un canto triste y
monótono. Cada parentela lleva a sus muertos y después de depositarlos
en la Cueva, se quedan en la puerta para acompañar a los que llegan.
Todo termina con una danza de despedida, que precede al los gritos de
saludo, nosotros despedimos de esta vida con tristeza pero saludamos
con alegría la nueva vida que inauguran los que nos han dejado.
Empiezan unos días de dolor.
Kusi convoca el Consejo y todas las Madres acuden, como todavía
no hemos hecho el nuevo templo, nos reunimos alrededor del túmulo de
la MAMA-COYA Naira.
-Ya os he recordado -dice solemnemente Kusi- las últimas palabras
de mi Madre: No podemos aunque hayamos perdido mucho marcharnos
de aquí. El río Virú es nuestro hogar. Algunas de vosotras habéis
manifestado que lo mejor sería huir hacia el sur, buscar sitios más
tranquilos, más lejanos del poder de Chan-Chan, pero el último deseo de
nuestra MAMA-COYA, es un mandato: reconstruir la aldea. El río Virú es
nuestro hogar. Seguiremos aquí.
En medio del silencio se levantan algunas voces, todas a favor de
permanecer a orillas del Virú.
Nadie puede imaginar los que pocos años más tarde sucederé. Pero
nuestra decisión, en ese momento, está tomada.
-Ahora los más importante – continua Kusi- es organizar el trabajo
para reconstruir la aldea, sin olvidarnos de que hay que conseguir
alimentos. Los padres se irán a la Aldea del Mar durante una semana, y
traerán pesca y sal. Las madres agricultoras harán un inventario de los
alimentos que nos han dejado. Las demás madres se encargarán de
arreglar las casas y almacenes dañados por el fuego y la barbarie,
mientras que los jóvenes buscarán las llamas que se han dispersado y
cazarán cañanes. También los niños deben colaborar, se encargarán de
traer agua del río. Cuando dentro de una semana, vuelvan los hombres
todos nos encargaremos de construir el Templo. Mi hija Sisa (que
siempre vuelve a la vida) ya ha salido a buscar la nueva Kala.
Al escuchar estas palabras no puedo menos que admirar la
capacidad organizativa y la autoridad de nuestra nueva MAMA-COYA.
Bajo su gobierno parece fácil recomenzar de nuevo.

A orillas del Virú, 1470


Los soldados del Inca en Chan - Chan

Lawra (mujer de gran influencia) Narradora

De como los soldados del Inca asedian al ciudad de Chan-Chan,


hasta que se rinde por la falta de agua y comida.
Las calles de nuestra Aldea iban recobrando su actividad normal, la
MAMA-COYA quiso dar realce a la fiesta de la elección de marido,
participando personalmente, eligió a Churki (que nunca se rinde,
persistente), que había estado casado con su hermana Illarisisa (Flor del
amanecer), y desde entonces permanecía viudo. A Churki se le veía
emocionado, pues siempre había visto en Kusi (que tiene siempre
suerte), un reflejo de su amada Illarisisa.
Antes de casarse, Kusi me pide que yo también me case, pero así
como las dos habíamos visto el cuerpo de su marido Chuwi (simpático,
agradable), y como moría en medio de una batalla. Ninguna podía
afirmar lo mismo del cuerpo de Kachi (agudo, inteligente), mi marido,
aunque yo no tenía ninguna esperanza, ¿pero y si volvía?.
Habíamos construido el nuevo Templo y en su explanada se
desarrolló la ceremonia. Pero hay bastantes murmuraciones de las que
nunca se han mencionado los nombres, pero parece que son varias las
Madres que chismorrean sobre la nueva MAMA-COYA. Una de las madres
censurar que sea la primera en escoger marido, pues la costumbre
manifiesta que cuando llega a la edad de elegir, la heredera de la MAMA-
COYA, ella es la primera que escoge, pero eso ya lo había hecho Kusi
cuando eligió a su primer esposo, ahora ya no tenía ese derecho.
Otra madre difunde el rumor de que Kusi se había chanchanizado
pues al vivir tanto tiempo con gentes de Chan-Chan, había tomado
algunas de sus costumbres, su manera de hablar y hasta sus adornos y
vestimenta. Por eso ha perdido el derecho a ser nuestra MAMA-COYA.
La más cruel fue la que empezó a llamarla MAMA-monstruo,
exagerando la deformidad de su rostro, fruto de la herida de la batalla
con la que llegó medio muerta, a la Aldea; con el tiempo no era tan
grande la cicatriz aunque se le notaba. A esta madre el Consejo la
expulsó de la Aldea, yo también apoyé la expulsión aunque me pareció
excesivo, y podía haberla defendido, pero ella no se arrepintió y
abandono nuestra compañía junto con su marido y algunos de sus hijos,
en una balsa se dirigieron hacia el sur.
Kusi acepta las critica y asegura que se esforzara para volver a
apreciar todas nuestras costumbres, pues no es intencionada la supuesta
chachanización de la que la acusan. Ella ha demostrado, con hechos, el
rechazo a los de Chan Chan. De lo que no quiso ni oír hablar, fue de que
no tenía derecho a ser la primera en elegir marido, pues esa era una
costumbre arraigada que mostraba el poder absoluto de la MAMA-COYA y
que ella no podía renunciar.
El Consejo le dio la razón y poco a poco se aplacaron los ánimos.

Pasaron los meses y sucedieron muchas cosas, cada una a su


manera, iban a cambiar mi vida aunque yo todavía no lo supiera.
Como todas las tardes bajé al río, llevaba al igual que cada madre
el cántaro para traer a la casa el agua del día siguiente. Era un tiempo
de alegría junto al río, todos nos bañábamos y surgían las
conversaciones, con frecuencia a cuenta de los hijos que revoloteaban a
nuestro alrededor. Pero en esta ocasión sucedió lo impensable.
Por la ladera del monte, al otro lado del río, surgieron varias figuras
que avanzaban, poco a poco vemos que son un grupo de soldados de
Chan-Chan, en cabeza viene uno con las plumas y las pequeñas placas
de oro incrustadas en la túnica, características de los oficiales, de pronto
le vemos empezar a correr dejando atrás a los demás.
Nuestros perros vadean el río y rodean al Oficial, por las cabriolas
que dan a su alrededor, nos parece que lo conocen, sigue avanzando y al
llegar a la orilla me da un vuelco el corazón:
-Es Kachi, !es mi esposo¡.
Vemos como se toma unos instantes para recobrar el aliento, las
manos sobre la rodilla, luego se tumbar en la ribera, y empieza a
derramarse agua sobre la cabeza y la cara. Un alegría salvaje se apodera
de él, yo no puedo comprender su reacción.
-!Kachi¡ -digo, y me doy cuenta de que estoy gritando.
-!Qué alegría¡
Me lanzo al río y en apenas cuatro brazadas lo cruzo. Me abalanzo y
abrazándole susurro:
-¿Donde has estado? Si supieras todo lo que te he extrañado.
Nunca perdí la esperanza de volver a verte, muy en el fondo de mi
corazón sabía que estabas vivo.
Kachi (agudo, inteligente) me miraba con rostro impasible, ¿Cuanto
le cuesta creer que ha llegado a la Aldea? y más todavía que yo le esté
abrazando. Poco a poco una sonrisa iluminó su rostro. Lo había logrado.
- Tienes muchas cosas que contarnos.
- ¿Cómo están mis hijos? -es su primera pregunta con la voz rota.
Del otro lado del río comienzan a llegar, en las balsas, los que lo
veían con incredulidad, vi muy emocionada a la MAMA-COYA. Fueron
muchos los abrazos. Llegaron los soldados y se unieron a nuestra
alegría. Nos montamos en una balsa, abrazado a mi me dice:
-Cuando llevaba más de un año en la cárcel, llegaron, presos,
varios de la Aldea, me contaron la masacre de los soldados, y me dijeron
que tú estabas viva antes del ataque, pero todos hablaban de la
destrucción y de que habíais abandonado la Aldea huyendo hacia el sur,
Me he quedado aturdido al ver dos milagros: que existe la Aldea y que tú
me mirabas desde el otro lado del río.
Al llegar a la otra orilla todos nos rodean y Kachi nos mira entre
asombrado y risueño, antes de seguir se baña por primera vez después
de tanto tiempo, en nuestro río Virú, en esta situación llegaron algunos
de nuestros hijos que alborotado lo abrazan.
Empezamos a andar por el camino de las Chirimoya hasta llegar a
la Aldea. Todo el tiempo le miramos aun incrédulos ante lo que estamos
viviendo. Llegamos a nuestra casa pero él quiere acercarse hasta el
Templo, allí besa la Kala y nos dice:
-Cuantas veces he recordado nuestro Templo. Cuantas noches me
veía danzando, junto con vosotros, en honor a Inti, en este Templo.
Es un momento emotivo verle con los ojos anegados en lágrimas,
abrazado a la Kala. Pero todos vemos que necesita descansar.
-Kachi, vamos a casa, -le digo, tomándole del brazo- ya está
anocheciendo y tendrás mucho tiempo para venir al Templo y también de
contarnos tantas cosas.
Aquella noche les preparé algo de comer y les forcé a que durmiera
en nuestra habitación y los soldados en el patio de la casa, pues la noche
era agradable. Se acostó y no tardó mucho en despertar gritando
aterrorizado, su sueño estaba poblado de pesadillas. Le abracé tratando
de tranquilizarlo y se volvió a dormir, después de beber una tisana de
adormidera que le preparé.
Por la mañana seguía entre sueños, aletargados. No quise
despertarlo, los soldados mantuvieron el silencio, se fueron a bañar a al
río, pero a medio día me pareció que tenían que comer. Desperté a Kachi
y le hice comer un hervido de maíz con papas y yuca, cuando estaba
comiendo llegó la MAMA-COYA
-¿Kachi cómo estás?
-Si algo necesito - dice Kachi- es vuestra compañía, sentir de nuevo
la fuerza de nuestra aldea, la fuerza de vuestras miradas y sonrisas.
-Si estás con ánimo, -continua la MAMA-COYA- está noche podemos
hacer una fiesta. He mandado que los hombres vengan de la Aldea del
Mar para recibirte.
A la hora que Inti enrojece las nubes, salimos de nuestra casa,
cuando llegamos, todos estaban ya en el Templo, subimos por la
escalinata norte, nuestro templo ya tiene tres terrazas superpuestas, la
explanada de Tintaya (La que consigue lo que quiere), encima la de
Naira (Mujer de ojos grandes) y ahora también la de Kusi (que tiene
siempre suerte), que se eleva unos cinco metros sobre el suelo.
Kachi (agudo, inteligente) avanzaba apoyado en mis hombros, yo
voy eufórica y entusiasmada como no estaba desde hacía muchos años,
Después de la danza se reparte la chicha y todos nos sentamos en la
explanada. Kachi tomó la palabra diciendo pausadamente:
-Como todos sabéis hace cuatro años, la MAMA-COYA Naira envió a
Kusi (que tiene siempre suerte) y unos cuantos de nosotros a colaborar
con los rebeldes en la lucha contra los de Chan-Chan. Participábamos en
muchas acciones, durante un tiempo salimos más o menos victoriosos de
aquellos encontronazo y conseguimos retrasar el avance de los soldados,
pero la acción más trágica, nos llevó a la derrota.
Sucedió que una mañana, después de dormir bajo un techo de
miles de estrellas, la tensión era palpable, cuando avanzamos
acercándonos a un campamento. Nadie hablaba y nuestros movimientos
eran cautelosos. Desde donde yo estaba veía a Kusi y a mi esposa
Lawra (mujer de gran influencia), y con horror vi como las rodeaban y
atacaban con saña, en medio de gritos y gestos agresivos. Kusi cayó al
suelo y la creí muerta, Lawra se precipitó por un abismo y desapareció
de mí vista. Al reaccionar me levante y me vi rodeado de soldados que
me golpearon y me hicieron prisionero.
Después de varios días marché junto a un grupo de prisioneros,
llegamos a Chan-Chan. Yo llegue a la cárcel con la rodilla destrozada y
golpes por todo el cuerpo, me metieron en una mazmorra con otros
quince prisioneros, allí permanecí, desnudo, más de doce lunas.
La cárcel era una gran sala, en el suelo se abrían las entradas a las
mazmorras, unas cuevas subterráneas, sin ventanas ni respiraderos, en
las que se hacinaban los prisioneros. Semana tras semana elegían a
unos cuantos para el sacrificio ritual, era el único momento en que
abrían la trampilla y bajaban varios soldados por una escalera de mano
para elegir a los destinados a la ofrenda semanal a sus dioses. Yo me iba
librando hasta que una tarde, me sacaron junto con otros cinco infelices.
Como era su costumbre, a los que iban a ser sacrificados, nos dieron una
droga, para adormecer nuestra voluntad. Cuando la bebí empecé a tener
fuertes espasmos, los músculos se pusieron rígidos y me desplomé
inconsciente.
Dos días después cuando recuperé la conciencia y me fui enterando
de lo que había pasado.
Cuando caí al suelo el Jefe de los carceleros irritado grito:
-Este desgraciado ya esta muerto, no podemos llevarlo al sacrificio.
Después lo enterraremos.
Me patearon y me dejaron en una esquina, cuando volvieron del
sacrificio, nadie me hizo caso, me había convertido en un objeto más en
la sala de los carceleros. De vez en cuando cualquiera me golpeaban
para ver si estaba vivo.
Cuando recuperé el conocimiento y pude darme cuenta de mí
situación, procuré moverme lo menos posible, debía seguir siendo un
objeto tirado en una esquina, una sed horrorosa me desquiciaba, pero
tuve que esperar hasta la madrugada cuando aprovechado el desidia de
los carceleros, pude beber y comer algo.
A la mañana siguiente el carcelero Jefe al verme me gritó:
-¡Muerto!, ven aquí.
Con pánico me arrastre hasta donde él se ponía la ropa, temiendo
lo peor y cual fue mi sorpresa cuando me dijo:
-¡Muerto! traéme aquella lanza.
Ante esto, yo obedecí con presteza, pero sin levantarme del suelo,
renqueando, tratando de seguir invisible.
Sin ningún sentido, me fui convirtiendo en un criado peculiar de los
carceleros. Me habían cambiado el nombre, yo era Muerto, siempre
estaba desnudo, les traía y llevaba cosas, les limpiaba sus armas, recibía
patadas y empellones pero milagrosamente seguía vivo.
Llegué a ser el encargado de bajar el agua y la comida a los que
estaban en las mazmorras. Al amanecer tenía que bajarles, a cada
mazmorra, un cántaro de agua y otro de comida y a la anochecer un
cántaro de agua y subir y vaciar el cántaro de excrementos. En cada
calabozo malvivían unos 20 prisioneros. No era mucho trabajo pero así
los carceleros no lo tenían que hacer y se quitaban una obligación. Más
de una vez aproveche sus descuidos para bajarles más agua a unos y
otros, comida era imposible, ya que la traían cada mañana y se agotaba.
Por experiencia sabia que algunos carceleros descuidados o sádicos, al
bajar el cántaro de agua o de comida, lo zarandeaba y cuando nos
llegaba se había perdido alguna cantidad, yo por eso siempre me esforcé
por que eso no me sucediera y le llegara a los prisioneros el máximo,
aunque yo sabía por recuerdo que siempre era menos de los que se
necesitaba y siempre se acababa demasiado pronto.
Llevaba en esta extraña situación varias lunas cuando llegaron
cinco prisioneros a los que, por su ropa y por su cara, reconocí
inmediatamente. Eran de nuestra aldea. Fue para mi un golpe demoledor
las noticias que me fueron contaron: la destrucción de la aldea, la huida
de todos sus habitantes, la muerte de los que se resistieron.
La vida seguía cada vez con menos sentido, ni siguiera una salida
de la cárcel, fue motivo para mi de alegría. Ya llevaba más de dos años,
cuando el jefe de los carceleros me dijo:
-Muerto, ponte un taparrabos y ven conmigo.
Le seguí y tuve que entornar los ojos al salir al patio. Deslumbrado
avancé tras sus pasos por las calles de la ciudadela. Llegamos a su casa,
llevaba muchos años sin ver a ningún niño, y me quede mirándolos
-Muerto, olvidate de los niños, te he traído para que metas estos
sacos de maíz en el almacén, antes el mediodía cuando vendré a por ti.
Fue un trabajo duro, yo no tenía fuerzas, pero cuando el jefe volvió
había cumplido con su mandato: los veinte sacos de maíz estaban en el
granero. Me dio unos tragos de chicha de regalo y volvimos a la cárcel.
Aquella tarde tuve que explicar mi aventura a algunos prisioneros
que, desde la mazmorra, me preguntaban.

Entre los carceleros empezaron a correr rumores de un ejercito que


bajaba desde la sierra, los llamaban los soldados del Inca y suponía que
se dirigían con dirección a Chan-Chan. Lo alarmante era que se decía
que eran miles. Un ejército de más de 30 mil combatiente, se acercaba.
Fueron días de gran zozobra, el Señor de Chan-Chan organizó
varios sacrificios de prisioneros, en tres semanas fueron sacrificados casi
cien, pidiendo a Kon, su Dios protector, que luchara con ellos contra sus
enemigos.
En todo Chan-Chan, el miedo creció como una nube negra,
apoderándose del ánimo de la población. A la ciudadela llegaban grupos
de soldados narrando derrotas frente al ejercito adversario. El Inca envió
una embajada exigiendo la rendición, pero Minchan Caman, Señor de
Chan-Chan la rechazó, mato a todos los enviados del Inca, menos a uno,
al que devolvió para que notificar amenazando:
-Chan-Chan nunca se rendirá.
Al recibir esta respuesta, Túpac Inca Yupanqui, hijo de Pachacútec,
aconsejado por sus generales, decidió rodear la ciudad y bloquearles los
canales que le suministraban agua, al estar la ciudad de Chan-Chan en
pleno desierto, por aquellas acequias les llegaba agua del río Moche, esa
decisión supuso un duro golpe para la ciudad, pues en unos días se
agotaron las reservas y la gente comenzó a tener sed.
A la cárcel nos llegaban todos estos rumores y, aunque empezamos
a sufrir las consecuencias, deseábamos que el Inca triunfara,
Una tarde desaparecieron los carceleros y yo abrí las mazmorras,
con ayuda de la escalera de mano, facilité la salida de los prisioneros,
apenas éramos unos ochenta y empezamos a salir de la cárcel. Todos
nos mirábamos y reaccionamos buscando algo de ropa y cada cual
decidió su manera de huir. En la ciudadela se había instalado el caos,
autoridades y soldados, corrían en medio del desconcierto. Los soldados
del Inca ya habían superado la primera muralla y comenzaban a
desperdigarse dentro de la ciudadela, en medio de aquel caos no me fue
difícil salir y sin muchos problemas esconderme a orillas del río Moche.
Allí otros muchos fugitivos, se escondían de los soldados del Inca y
grupos, cada vez mas numerosos, se embarcaban rumbo al mar en
pequeñas embarcaciones de totora.
Mi único pensamiento era alejarme de allí.
Tomé la ruta de la sierra buscando la cueva donde se reunían los
rebeldes, no se me pasaba por la cabeza otro sitio donde acudir. Llegue
en dos días, como poco, pues por mucho que me apresurar corriendo, la
distancia era harto grande, me fallaban las fuerzas y a veces pasaba
horas acurrucado a la sombra de los árboles, medio dormido y
hambriento. Encontré la cueva y me vi rodeado de los perros, que al
principio gruñían pero que al poco me reconocieron. Me recibieron Wara
y Arumi junto con unos cuantos ancianos.
-Mi hijo Illampu– me informó Wara- con los demás, se ha unido a
la tropa del Inca en el asalto a Chan-Chan.
Yo les pude decir que esa batalla la habían ganado, pero que no
sabía nada de su hijo. Allí me cuidaron durante semanas hasta que nos
llegó noticia de Illampu pidiéndonos que fuéramos a Chan-Chan.
Al llegar a la ciudad nos encontramos con una situación
desconocida, el hijo del Inca había apresado al Señor de Chan-Chan, y lo
había enviando al Cusco cautivo, en su nombre, encumbró a su hijo
Chumún Caur, que comenzó a gobernar la ciudad en nombre de su
padre, pero como súbdito del Inca. También nombro a Illampu jefe del
ejercito de Chan-Chan, para que controlara al nuevo Señor. Illampu
nombró oficiales de su ejercito a los rebeldes que lo habían acompañado
y como yo era uno de ellos, pese a mi reticencia, quiso que fuera oficial y
tuve que aceptar el cargo.
Cuando ya estaban las cosas más tranquilas, empezó a
obsesionarme el deseo de visitar nuestra aldea, a la que sabía destruida,
por eso me llene de alegría, cuando vi la aldea desde la ladera del
monte. No podía creerlo, allí estaba nuestro templo, por eso me apresure
hasta llegar a nuestro Virú.
Al terminar de hablar se hizo el silencio en la explanada del Templo.
Ya es casi la medianoche, todos estamos sobrecogidos y nos sentimos
liberados de la opresión de Chan-Chan. En ese momento Kusi (que tiene
siempre suerte) levantó la voz:
-Hemos vivido tiempos difíciles bajo del dominio de Chan-Chan, nos
han dejado sin alimentos, han destruido nuestra aldea, han matado a
muchos de los nuestros. Ahora pienso que vienen tiempos mejores.
Esperemos que el Inca no venga al río Virú y si viene o manda un
emisario no sea tan cruel.
El silencio alcanzó a toda la concurrencia, cada uno tratando de
explicarse en que consistía la nueva situación, nos encaminamos cada
cual a su casa. Mi marido despide a los soldados, que marcharon de
vuelta a Chan-Chan, él se puso nuestra ropa y se reintegró en la vida de
la aldea.

DÍA MARTES

Al día siguiente volvieron a casa de D. Miguel con nuevas dudas y


preguntas. En esta ocasión de nuevo les recibió Doña Claudia y al mirar
por la ventana al patio interior, le elogiaron los jardines.
-A mi edad ya sólo puedo hacer frente a tres de mis hobby: la
cocina, la jardinería y poner alguna que otra inyección. No se si mi
esposo les ha dicho que cuando nos conocimos el ya era un joven y
apuesto profesor de la Universidad pero yo estudiaba enfermería y fui
enfermera hasta que lo dejé, temporalmente, para atender a mis hijos,
cuando se me hicieron mayores y me dejaron el nido vacío, volví a
ejercer hasta que me jubilé. La cocina siempre fue una de mis pasiones
y las flores son una alegría que me gusta cultivar
Al entrar al estudio, D. Miguel estaba de un humor excelente, se diría
que exultante, les empezó a decir tras los saludos:
-Durante la mañana he leído la parte del Manuscrito que me
dejaron y me ha parecido muy interesante la descripción que hacen de
los Baños del Inca, que mucho antes de la llegada de los conquistadores,
eran unos baños termales, alrededor de los que surgió una cultura de
sanadores, es la llamada cultura Cajamarca de la que todavía se sabe
muy poco. Fueron conquistados por el Imperio Inca en la primera
expansión con el gran Pachacutec y aún en la actualidad es un
importante centro termal.
Pero lo más importante de este capítulo es la relación de la Aldea
con Chan-Chan y sobre ese tema hay muchas noticias interesantes.
Como Yanawara afirma en la carta de presentación del manuscrito,
este pueblo llegó al Valle del Moche. Vino del mar, no se sabe de dónde,
aunque algunos arqueólogos hablan de un pueblo guerrero venido de
Manta en el actual Ecuador, en una flota de balsas, con toda su corte y
guerreros. Fundó la ciudad como Capital del que ahora conocemos como
Cultura Chimú. El nombre de aquel conquistador era Tacaynamo y fue el
primer soberano de Chan-Chan. El último de los Señores, Minchanman
fue derrotado por los Incas, que conquistaron y destruyeron la ciudad.
Cuando llegaron los Españoles lo que encontraron fue una ciudad
en ruinas. Junto a la que fundaron la actual Trujillo.
La extensión Chan-Chan se debe a que es una ciudad de ciudades.
Porque al morir el gobernante de turno, quedaban sellados para siempre
sus palacios, patios ceremoniales, talleres y depósitos donde ejerció su
poder; quedando como un enorme mausoleo, como una ciudad
fantasma, silenciosa y deshabitada para siempre.
Al sucesor le tocaba ocupar un espacio vecino donde volvía a
edificar una ciudadela, esa sería su ciudad con sus palacios para albergar
a sus sacerdotes, guerreros y sirvientes. Cuando los incas la destruyeron
la ciudad estaba formada por diez ciudadelas amuralladas. Las más
antiguas habían sido abandonadas muchos años antes y aunque sus
edificios estaban deteriorados nadie había profanado sus tesoros. Los
incas llevaron gran cantidad de oro, plata y piedras preciosas al Cuzco.
-Algunos arqueólogos sostienen -afirma Rosa- que de esta Ciudad
son las maravillas que adornaban la Koricancha.
-Por supuesto que es una explicación muy razonable –dijo D.
Miguel- pues la cantidad de metales preciosos que había en el Cuzco,
bien pudo ser fruto de la conquista de Chan-Chan, ya que era la ciudad
más importante en ese momento, más que el Cuzco. Cuando llegaron los
españoles pensaron que en esas ruinas no habían tesoros. Pero se
equivocaban. Hay constancia, al menos, de un Cacique que obsequió a
un oficial de Trujillo con un deslumbrante tesoro de objetos de oro, de
plumas y de perlas, que había extraído de la ciudadela más antigua.
Figuraban en el regalo, una almohada cubierta de perlas, una corona de
perlas, un collar de oro y perlas y un asiento en cuyo espaldar había
borlas de perlas que ceñían cabezas esculpidas de pájaros.
-Pero las ruinas -dijo Juan- que visitamos el domingo parecía de
una ciudad bastante inhabitable, nosotros sufrimos mucho del calor.
-Según estudios realizados -dijo D. Miguel- sobre su arquitectura,
los techos facilitaban la circulación de corrientes de aire, que además
había gran cantidad de jardines, pozos y lagunas artificiales, recreando
un micro clima especial -mucho más agradable que el actual- dentro de
la ciudadela.

Al llegar la hora de marchar, le dejaron copia de todo el manuscrito


que ya tenían fotografiado. Le acompañaron de nuevo en su paseo.
Doña Claudia también se unió al grupo. Al salir D. Miguel le pasó la
correa de la Ñusty a Juan y tomó con un brazo a su esposa y con el otro
a Rosa:
-Así es como suelo ir cuando voy con Claudia y alguna de mis hijas,
me siento muy bien acompañado.
-Muchas gracias, -dijo Rosa con una sonrisa socarrona- por
considerarme como una hija suya.
Fueron al parque y a la Iglesia. Saludando a muchísima gente.
Como es lógico Doña Claudia era más conocida que su marido. No en
vano había atendido a mucha gente en su trabajo.
Al salir de la iglesia y despedirse de Doña Luisa dándole la moneda
de sol como cada vez que entraba en la iglesia. D. Miguel les dijo:
-Han escuchado en la Lectura eso de: La piedra que desecharon los
Arquitectos. Yo lo interpreto pensando que arquitectos o constructores,
no son los albañiles, son los que saben, los sabios, los inteligentes, los
catedráticos esos son los que desechan la piedra que resulta ser la
piedra angular de la bóveda.
-Miguel -dijo Doña Claudia- para, ya les estás atosigando con tus
ideas.
-Claudia, no es así como nosotros hacemos estas cosas.
-¿Pero que me dices?
-Que hay una técnica más sutil en estos casos. ¿No recuerdas?
-Por supuesto -dijo doña Claudia mirando a Rosa con complicidad-
Nosotros desde hace mucho tiempo tenemos un modo de pedir el
cambio de tema. Cuando éramos todavía novios un día entramos en una
discusión política, yo soy y en aquella época mucho más, de izquierdas
de las simpatizantes del APRA. Y Miguel más bien bastante de derechas.
El tema de discusión ya lo he olvidado, pero no el disgusto que nos duró
varios días. Yo no quería volver a hablar con Miguel, me había molestado
profundamente sus palabras prepotentes y cerriles. Yo jugaba en el
equipo de baloncesto de Enfermería, y el domingo cuando estábamos
jugando, una compañera me señaló a Miguel que como todos los
domingos, estaba en la grada de espectador. Me dije a mi misma:
-No esperará que todo se olvide, como si nada hubiera pasado.
Al terminar el partido, me esperó donde acostumbraba, y volvimos
a hablar. Entonces decidimos, que cuando una conversación, a alguno
de los dos nos pareciera que se convertía en discusión, podía pedir, con
el gesto del baloncesto, tiempo muerto. Entonces el otro cambiaba de
tema inmediatamente.
-Cuando los hijos fueron creciendo -dijo D. Miguel- teníamos que
hacerlo con disimulo, por que se daban cuenta y nos embromaban : Ya
empiezan los deportista, decía alguno de ellos.
-Pero el sistema – prosiguió Doña Claudia- nos ha funcionado, en
algunos casos también en reuniones de amigos. Aunque cada vez lo
usamos menos. Ya nos conocemos lo suficiente para saber que es lo que
nos puede molestar.
Llegaron a la Cevichería y allí se quedó D. Miguel.
De camino a casa Rosa preguntó
-Doña Claudia, que tal está, de salud, D. Miguel, se le ve muy
entero y se mueve con agilidad.
-Ahora está bien, lo pasamos mal hace unos años, cuando tuvo un
problema de corazón, pero se recuperó muy bien, y ahora toma las
medicinas que le mandaron. ¡Ya me encargo yo de que así sea!.
-Y usted -intervino Juan- ¿Qué tal está?.
-Yo siempre me he cuidado y ya veis como me manejo. Pero no se
si os podéis imaginar como de guerrera era cuando joven, jugaba a
baloncesto y al poco de casarnos pasé una temporada en la cárcel.
-¿Cómo fue eso? – se asombró Rosa- no me lo puedo imaginar.
-Termine Enfermería y cuando decidimos casarnos tuvimos largas
conversaciones, hicimos las que Miguel llamaba Capitulaciones
personales, en recuerdo de las llamadas Capitulaciones de Santa Fe
entre los Reyes de España y Cristóbal Colón antes del descubrimiento.
En ideas políticas no podía haber un acuerdo, sólo aceptamos una tregua
perpetua, que Miguel, como podéis suponer respetó siempre, a
rajatabla, fruto de su plena honestidad personal, yo la rompí alguna vez,
especialmente cuando había elecciones y sobre todo a partir de la
primera vez que pude votar, tenia más de 30 años y ese derecho me lo
concedió uno de los grandes enemigos del APRA, el General Odría que
en 1955 reformó la ley electoral y acepto el sufragio de las mujeres.
En el tema religioso, los dos habíamos sido educados como
católicos, pero ambos, en ese momento, vivíamos en la tibia comodidad
del agnosticismo si no escepticismo, no obstante en consideración a
nuestras familias, decidimos casarnos en la Iglesia y bautizaríamos a
nuestros futuros hijos, como a las niñas se les hacen los agujeros para
los aretes, y así, si luego quieren ponerse pendientes en las orejas,
tienen donde colgarlos.
Estas Capitulaciones las hicimos entre bromas y veras.
-Pero – siguió insistiendo Rosa- ¿Cómo fue eso de la cárcel?
En ese momento llegaron a la casa y Doña Claudia les invitó a un
té, que aceptaron encantados pues les interesaba la historia que les
estaba contando. Se acomodaron en el salón
-Yo no sólo era simpatizante -siguió contando Doña Claudia,
removiendo su té- sino que era militante del APRA (Alianza Popular
Revolucionaria Americana), un partido político fundado en Trujillo y que
había sido perseguido en algunos de los gobiernos militares. El APRA fue
el primer partido que movilizó a los jóvenes y a las mujeres que no
tenían derecho a votar, pero que podíamos hacer mucho ruido.
Funcionaban dos países en un mismo Perú, el de los hombres que se
reducían a los pocos implicados en la política y el de las mujeres que no
tenían ni derecho a voto. La mayoría de los hombres se mantenían
alejados de la política, sólo se quejaban.
Miguel y yo nos casamos, fuimos de viaje de novios a Lima y a la
vuelta. Con mis compañeros, organizamos una manifestación, y
terminamos 15 jóvenes ante el juez. La acusación fue: actos subversivos
contra el Estado Peruano, y por ello nos condenaron, aunque nosotros
insistimos en que participábamos en una manifestación pacifica contra
medidas imperialistas del Gobierno, no estábamos contra el Estado.
De nada nos sirvió. Con otras cinco chicas fui condenada a tres
años de cárcel. No tengo buenos recuerdos de esos años. La convivencia
era difícil al principio, pero nosotras, formábamos un pequeño grupo,
dentro de las casi cincuenta presas por motivos políticos y las casi
quinientas que penaban por causas muy variadas: robos, asesinatos.
Algunas de las políticas les ayudábamos a leer las cartas de sus maridos
o enamorados y empezamos a enseñarles a leer. Pero lo realmente duro
era que en el silencio nocturno los pequeños sonidos se agrandan, yo
nunca me acostumbré, todavía a veces me retumban aquellos ruidos
desconocidos y terroríficos. Además una de las carceleras, una mujercilla
flaca y de ojos saltones, a la veía tan siniestra, por lo que cada vez que
me miraba me aterrorizaba. El tiempo se anquilosó en un perenne
presente de monotonía.
Si yo todavía no estaba totalmente enamorada de Miguel, esos
años fueron decisivos. Se puso de mi parte, a pesar de sus ideas,”esto
es una injusticia” repetía. Pero yo le pedí que no hiciera mucho ruido, no
iba a servir para nada y además el podía sufrir las consecuencias, no
sería el primer expulsado de la Universidad por estos asuntos.
-¿Y estuvo usted en la cárcel los tres años? – preguntó Juan.
-Si, salí a los dos años y siete meses, nadie me podía ayudar. A
mis padres les pedí que, a mi hermano, en aquel momento era un joven
oficial, le dijeran lo que yo le decía una y otra vez a Miguel. Que no
interviniera.
Cuando salí de la cárcel, prometí a Miguel que mientras el APRA
fuera perseguido, yo no intervendría en ninguna de sus actividades,
Además muy pronto empezaron a cambiar mis obligaciones familiares.
Todavía no había vuelto D. Miguel de cevichería, cuando Rosa y
Juan marcharon a su hotel. Estaba anocheciendo, el trafico seguía
siendo intenso, mucha gente se dirigía andando con prisa hacía sus
casas.
LIBRO SEGUNDO

PARTE 3ª: Visitantes del norte llegan a la Aldea

Acogida a una familia de huidos


Integración en la Aldea
Una nueva vida
Nuevos peligros
Añoranza de una abuela
De vuelta a la Aldea
Un secreto
Día Miércoles en Trujillo, Agosto 2008

Aldea del Río, 1477


Acogida de una familia de huidos

Dumma: narrador

Donde Dumma cuenta como llegó a la Aldea junto con su familia


después de abandonar su hogar.

Muchas veces, a anochecer, al calor de la hoguera, me han pedido


que cuente mi historia. Me llamo Dumma y llegué a la Aldea del Rio con
unos 12 años huyendo junto con mis padres y mis 3 hermanos del norte,
de más allá de Cajamarca.
Los Incas iniciaron la conquista de nuestro territorio hacia 1460
bajo las órdenes del príncipe Tupac-Yupanqui, durante el reinado del Inca
Pachacutec y lograron someter a todos los pueblos de la Sierra. Ante la
opresión a la que fuimos sometido, todas nuestras aldeas se unieron en
un levantamiento general que fue aplastado por el hijo de Tupac
Yupanqui, Huayna-Cápac, pero nos defendimos, mucho les costó
derrotarnos, pero luego de varios años de cruenta lucha, todas las aldeas
fueron sometidas.
Nuestro pueblo estaba formado por más de 25 tribus. Organizados
en Aldeas, que más o menos congeniados las del mismo valle y más o
menos en lucha con las de los valles cercanos. Hablábamos el mismo
idioma, compartíamos una cultura y mantenían intensas redes de
intercambio comercial. Pero cada Aldea funcionaba independiente de las
demás; no había una autoridad, una ley, o un poder político por encima
del jefe local.
La llegada de los Incas fue el motivo para que estas aldeas se
unieran ante el enemigo común, lo que, de hecho, produjo un grupo al
que los Incas llamaron “los cañari”. Si los jefes nativos querían resistir al
ejército de los Incas, tenían que aliarse. Lo hicimos y luchamos contra la
conquista y ocupación de los Incas, pero fue sin ningún éxito.
Mi familia y yo vivíamos en Hatun Cañar, –ahora la llaman
Ingapirca- que ya entonces era un gran centro religioso. Hasta allá
llegaron los soldados del Inca, se dice que unos 30.000, eran gente
experimentada y adiestrada, nosotros sólo podíamos presentar unos 500
hombres y además sin experiencia guerrera, fuimos derrotados con
facilidad y entraron en nuestra ciudad.
En esos días aciagos, uno grupo de soldados llegó a nuestra casa,
golpeando a mi madre que se enfrentó a ellos protegiendo a mis
hermanos, los golpes mataron a mi hermana pequeña que se refugiaba
en brazos de mi madre. Comenzaron unos días de terror, los soldados
derribaban con saña nuestras casas.
Aunque no lo sabíamos, los que más riesgo corrían eran los niños
pequeños y los ancianos, pues el propósito de los conquistadores era
deportar a mujeres y hombres útiles para el trabajo.
Después de aquellos sangrientos días, una tarde, nos reunieron en
la plaza y un jefe nos vociferó:
-El Inca quiere enviaros al Cusco, allá trabajaréis en la construcción
de unos palacios. No tenéis que preocuparos de la comida, ni del vestido.
El Inca os dará todo lo que necesitéis, cuando acabéis la faena, podréis
volver en paz a vuestra tierra.
Fue una noche muy larga, con constantes intentos de escapadas,
nadie creía esas promesas, cada evasión finalizaba mal, pues lo soldados
estaban alerta.
Al día siguiente se organizó la caravana y se puso en marcha.
Familias enteras avanzábamos bajo los gritos de los soldados por el
Camino Real. Al llegar la noche, nos hicieron acampar en el mismo
camino, en una pequeña hondonada, rodeados de hoguera y soldados,
atemorizados por gritos constantes y carreras en la oscuridad. Fue una
noche sin luna y con mucha desesperación.
A la mañana siguiente los soldados nos despertaron entre gritos y
empujones, van separando a los padres del resto de la familia.
-Así seguro que no intentareis huir – Nos gritaban.
Fue un momento muy doloroso pues nos costaba creer lo que nos
decían.
Entre nosotros, surgieron los rumores: sólo le interesan los
hombres, ya veréis como a las mujeres y los niños los abandonan a su
suerte.
Pasaban los días, caminando hasta que llegamos a Cajamarca, allí
nos volvieron a reunir toda la familias y se relaja un tanto la vigilancia
pues los soldados empiezan a tener cantidad de chicha a su disposición.
Mis padres decidieron aprovechar la ocasión para escapar. Así en
mitad de una noche, salimos con sigilo, toda la familia, del campamento.
Al poco amanece y durante todo el día avanzamos en nuestra huida. Mi
hermana Duchicela se encargaba de mis dos hermanos menores,
mientras que yo ayudaba a mis padres, llevando lo poco que teníamos.
Al atardecer del día siguiente llegamos a la orilla de un lago. Allí,
ocultos entre la maleza, pasamos la noche. A la mañana siguiente todo
el cuerpo me dolía especialmente las piernas. Nuestro avance fue más
lento, ya no teníamos la sensación de ser perseguidos, descendíamos las
montañas buscando los valles, el clima se iba haciendo cada vez más
agradable, los riachuelos eran muy abundantes.
Un momento especial fue cuando vimos, en la otra orilla del río,
que había varios árboles de chirimoyas, parecía que los frutos estaban
maduros y buscamos la manera de cruzar.
Mi padre, ayudado por un bastón, tanteaba las rocas y avanzaba, le
seguían mis dos hermanos pequeños, jugando, animados por Duchicela
para que no se distrajeran, después iba yo y cerrando la marcha, mi
madre Guatamba. En un instante uno de mis hermanos resbaló y cayó al
río, el agua le arrastraba, mi madre gritaba y quería ayudarle, pero fue
mi hermana la que se lanzó al río, logrando agarrarlo y sacarlo a la orilla.
Cada vez que relato este acontecimiento, me parece importante
declarar que para vosotros, que aprendéis a nadar antes que a andar,
seguro que os parecerá un hecho sin importancia. Pero hay que recordar
que ninguno de nosotros sabíamos nadar, por que en nuestra sierra los
ríos y lagos son de agua muy fría, que no es normal bañarse y mucho
menos nadar en los ríos.
De río salieron tiritando, mi madre les quitó la ropa y los envolvió
en mantas. Así quedaron sentados al sol, con la ropa colgada en un
arbusto, mientras mi padre y yo, conseguimos las chirimoyas y
preparamos un gran banquete, allí pasamos la noche. Al amanecer nos
pusimos en marcha siguiendo el curso del río, a veces el valle se
bloqueaba y el río bramaba entre dos paredes de rocas, entonces
nosotros teníamos que alejarnos de la orilla.
Un vez, estuvimos subiendo tanto tiempo por una ladera, que la
noche se nos echó encima antes de decidir donde dormir y en medio de
la ladera tuvimos que improvisar un campamento. Del viaje sólo
recuerdo el cansancio y la alegría de la liberación.
Después de mucho caminar llegamos a la Aldea bajando por el río,
llevábamos varias semanas buscando donde asentarnos. Lo primero que
vemos fue un grupo de niños que juegan, nadando en la orilla.
Procuramos hacer gestos amistosos pero aquellos niños huyeron de
nosotros corriendo hasta la aldea. Al rato vimos que un grupo de
mujeres se nos acercan con paso decidido, una de ellas, alzó la voz y nos
dijo.
-¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?
No entendimos bien sus palabras, pues hablaba un idioma que
desconocíamos. Mi padre, Chamba, replicó en el idioma de los Incas y
así pudimos comunicarnos.
-Veníamos del norte, -afirmó con decisión mi padre- huyendo de
los soldados del Inca que han conquistado nuestro pueblo. Nuestra
intención es encontrar un lugar donde instalarnos.
-Yo soy la MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte)
-manifestó aquella mujer- podéis quedaros en la aldea durante un
tiempo, hasta que se reúna el consejo de madres y decidamos.
En compañía de aquellas mujeres subimos por el camino de las
Chirimoyas hasta la aldea y nos alojaron en una casa vacía, que parecía
abandonada aunque estaba habitable, era una sola habitación de planta
circular, como las de nuestra aldea, las demás casas tenían cuatro
paredes, en todas, el suelo era de tierra tan pisado, mojado y vuelto a
pisar, que llegaba a tener casi la consistencia del adobe de las paredes.
Mi madre nos fue acomodando, en la penumbra distinguíamos al fondo
una estera que, colgando del techo, divide la casa en dos estancias.
Al atardecer vienen varios jóvenes, entre ellos Sisa (que siempre
vuelve a la vida), la hija de la MAMA-COYA, nos llevaban víveres
pensando, como en efecto sucedía, que no tendríamos casi nada para
comer. Se quedaron con nosotros y surgió la conversación. Para mi fue
una sorpresa ver como Sisa lleva la voz cantante y, relegando a mi
padre, se dirige directamente a mi madre, empecé a pensar que en esta
Aldea la función social de la mujer es distinta, pero todavía no tengo
muchos motivos para suponerlo.
Y así empezó nuestra vida en la Aldea, hasta que al poco tiempo,
un atardecer se reunió el Consejo de Madres y nos llamaron para
comunicarnos su decisión.
-Durante estos días os hemos observado –comenzó a declarar la
MAMA-COYA Kusi- y estamos inclinados a aceptaros con algunas
condiciones: tendréis que hablar nuestro idioma aunque podéis usar el
vuestro cuando habléis entre vosotros. Colaboraréis en los trabajos.
Chamba se marchará a la Aldea del Mar donde participará con los demás
maridos en la pesca. Guatamba puede elegir uno de los trabajos que
tenemos las Madres. Duchicela y Dumma se incorporarán al grupo de los
jóvenes en sus trabajos y los dos pequeños cuando cumplan los cinco
años se le pondrá nombre y formaran parte de la Aldea, por ahora sólo
son los hijos de Guatamba. ¿Aceptáis estas condiciones?
Mis padres hablaron entre ellos y al fin mi madre respondió:
-Estamos de acuerdo.
-Muy bien -retomó el hilo la MAMA-COYA- también tendréis que
participar en las costumbres de nuestro pueblo. Cada día nos reunimos
todas las madres a orillas del Virú. Entre baños y conversaciones
resolvemos los problemas y nos sentimos como una comunidad. Cada
vez que se convoque tu, Guatamba, participarás, como todas las Madres,
en el Consejo. Una vez al mes celebramos la fiesta de la Luna Llena,
durante esa semana, los hombres vienen a la Aldea, viven con sus
familias y colaboran en los trabajos especiales. La fiesta la celebramos
en el Templo, alrededor de la Kala, vosotros no tenéis que participar en
la ceremonia, pero si en la celebración, la comida y las danzas de la
noche.
Mi hermana se acerca a mi madre y le susurra:
-Mamá, pregunta sobre nuestros vestidos y nuestros adornos del
pelo.
-Duchicela, -interrumpió la MAMA-COYA- tu también puedes hablar
en este Consejo, pues todos habéis sido invitados. ¿Qué es lo que te
preocupa o no estas de acuerdo?
-A nosotros -afirmó Duchicela- nos gusta vestir de otro modo,
nuestras túnicas tienen colores mucho más vivos y brillantes, comemos
otras cosas y además, no nos cortamos el pelo nunca, la Pachamama
nos lo ha regalado y nosotros lo respetamos y adornamos
-Ya hemos considerado esas costumbres – aclaró la MAMA-COYA- y
nos parecen respetables. Si surgiera algún problema en el futuro, se
debatiría en el Consejo, pero no parece que sean cosas importantes.
Muchas cosas quedaron aclaradas en aquel Consejo y nosotros
queríamos quedarnos en la Aldea aunque para ello tuviéramos que
aceptar algunas de sus costumbres.

Aldea del Río, 1477


Integración en la Aldea

Dumma: narrador

De la manera en que Dumma llegó a casarse con la heredera de


la MAMA-COYA.

Al día siguiente, vinieron dos padres y trasladaron a mi padre a la


Aldea del Mar. Mi madre eligió ser hilandera, pues en eso tenía alguna
experiencia. A mi hermana y a mi nos acogieron los jóvenes con
entusiasmo. Duchicela puso reparos en cazar cañanes, pero no en cuidar
las llamas que le confiaron.
Varios días después, Sisa (que siempre vuelve a la vida), me pidió
que les acompañara en la peripecia que varios jóvenes hacían cada
mañana, llevando comida a la Aldea del Mar y trayendo de allí la sal y el
pescado.
Cuando llegamos quedé anonadado. Yo había visto muchos ríos, es
más durante años viví junto a uno, pero al ver por primera vez aquella
inmensa franja azul bajo un sol radiante, me quede desconcertado. Era
el mar. Las olas avanzaban y retrocedían sembrando de espuma la
arena, en las rocas estallaban en miles de burbujas y a lo lejos no se
veía ninguna orilla. Una gran roca se adentraba en el mar y divide la
playa, cuando llegamos la marea la convierte casi en una isla, aunque
algunas pequeñas rocas, la unen a la playa. El viento llegaba después de
acariciar el mar y cargarse de humedad.
Bajo unas palmeras, los hombres tenían las chozas, junto sólo a
unos metros y a pleno sol, estaba el secadero de pescado. Sisa me llevó
hasta la salina que se encontraba al otro lado de la gran roca.
A nuestro pueblo llegaba, de vez en cuando, algún comerciante con
sal, pero no me podía imaginar de dónde se sacaba ni cómo se obtenía.
En las salinas encontramos a mi padre, después de abrazalo, me
contó.
-Cuando llegué aquí, me quedé mirando el mar y la salina, lo
mismo que tú y todavía sigo asombrado. Me costó mucho dormir los
primeros días con el murmullo de las olas, pero ya me voy
acostumbrando. Como no sé navegar, ni nadar, por ahora mi trabajo
consiste en salar pescado y cuando termino, me vengo a esta roca a
contemplar el mar y pienso en vosotros. ¡cuánto le gustaría a tu madre
viera el mar!
Estaba hablando con él cuando un hombre se nos acercó y me dice:
-¿A qué no sabes como llamamos a esa roca -señala la roca que
parte la playa- Pues desde que ha venido tu padre, la llamamos roca de
Chamba. Pues todas las tardes vemos a tu padre sentado en ella
contemplando la puesta de sol.
Ayudé a mi padre con el saco de sal y nos encaminamos a las
barracas.
-¿Cómo está tu madre? -Me preguntó- ¿está a gusto en la nueva
aldea y con esta gente?.
-Muy bien, muy bien – le expliqué– trabaja como hilandera y se le
ve alegre y contenta.
-¿y Duchicela?.
-Ya sabes como es mi hermana. Sigue protestando por algunas
cosas. Pero cada vez está mejor.
Al llegar colocamos el saco en la barca que nos llevaría de vuelta
hasta la aldea del río.
Sisa se nos acercó y dirigiéndose a mi padre le dijo:
-La MAMA-COYA Kusi me ha dicho que te pregunte ¿Qué tal estás?
Y ¿Cómo te va el trabajo?.
-Estoy bien, el trabajo es duro pero, no más que los trabajos a los
que estoy acostumbrado.

Varias horas después, con las barcas cargadas de sal y pescado


remontamos el río rumbo a la Aldea, al ir contra-corriente, tuvimos que
hacer mucho más esfuerzo con los remos y en algunos sitios la corriente
zarandea la barca, yo no tenía que afirmar que estaba bastante
atemorizado. A mi lado remaba Sisa, por lo que intenté ocultar mi
miedo. Estaba seguro de que ella me miraba de reojo, aunque lo
disimulaba. Yo deseaba que se terminara cuanto antes el trayecto. Pero
llegamos a una zona en la que el río, se encajonaba y aceleraba. Para,
avanzar nos acercamos a una orilla, en la que las totoras ralentizaban la
marcha. Tres jóvenes saltaron y nadando subieron a la orilla, desde allí
jalaron con cuerdas de la barca, mientras los demás remábamos entre
los rápidos. Se veía que aquellos jóvenes lo habían hecho muchas veces,
mientras que yo, más que colaborar me agarraba asustado a las cuerdas
que aseguraban las mercaderías. No tardamos mucho en llegar a un
remanso, los que iban por la orilla volvieron nadando hasta la barca.
Sólo me serené al ver de nuevo el embarcadero de la Aldea.
De vuelta le conté a mi madre lo que había visto y lo que me había
dicho mi padre. Ella deseaba también ver el mar.
En la Aldea mi madre comenzó a trabajar con las madres
hilanderas y le llamaba la atención como obtenían el color rojo y que no
se puede conseguir el color que ella tiene en muchas de sus prendas. En
nuestro pueblo el color rojo se obtenía de unos pequeños insectos que
vivían en las tunas o chumberas. Como por aquí hay muchas tunas, sería
fácil conseguirlo, así se lo dijo a la MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre
tiene suerte) y con su autorización nos organizó a unos cuantos jóvenes
para marchar a por los insectos. Yo fui con ella y con rapidez también se
apuntó Sisa.
El amanecer nos despertó el canto de los pájaros, andábamos por
la orilla del Virú, pues Sisa nos dijo que por allí ella había visto muchas
tunas, era una caminata agradable. Mi madre y Sisa (que siempre vuelve
a la vida) platicaron mucho, se las veía muy amigables. Cuando llegamos
a una zona con tunas, mi madre nos explico:
-¿Veis esas manchas blancas sobre la tuna? Ahí viven los insectos.
Los llamamos Chupika, por el color sangre con el que mancha nuestros
dedos. Para cazarlos basta con raspar con un palo y recogerlos en un
cuenco, así se evita que los pinchos, que defienden las palas de las
tunas, nos dañen.
Después de ver como se hacia nos fuimos dispersando por la
tunera. A nuestro alrededor, revoloteaban los pájaros a los que
estábamos robando su comida. Tardamos toda la mañana, en llenar
cada uno su cuenco, pues aunque hay muchos, son unos insectos muy
pequeños.
Cuando nos reunimos todos, mi madre nos sentó en una duna para
comer desde allí oteo por primera vez el mar. En el horizonte apenas se
distinguía del cielo, una balsa se acercó a la orilla dejando una estela. No
era probable que viajara mi padre en ella, pues no sabía navegar y todos
respetan su miedo por ahora. Pero seguro que son hombres de la Aldea
del Mar. Mi madre quedó anonadada y yo también, pues desde aquella
altura, se ve la extensión majestuosa del azul, ribeteada con la espuma
de las olas. Era una visión totalmente desconocida para nosotros, en
aquel silencio roto por el piar y aleteo de los pájaros sentimos, por
primera vez la inmensidad del abrazo de la Pachamama a la Mamacocha.
El sol en lo más alto nos contemplaba. Después de un rato nos pusimos
en camino hacía la aldea.
Al llegar, mi madre nos pidió que pusiéramos, las Chupika sobre
grandes esteras, que extendimos al sol.
-Mañana -nos dijo mi madre- ya se podrán emplear para teñir
cualquier tela.
Al día siguiente hizo la primera prueba, puso en una olla agua a
calentar y cuando ya estaba hirviendo vertió un puñado de Chupika que
poco a poco tiñeron de rojo sangre el agua, después metió una tela de
lana de vicuña, durante una rato removió todo con fuerza, luego apartó
la olla del fuego y fue sacando la tela que se había impregnado de un
espléndido color rojo.
Todos los que la habíamos acompañado recogiendo la Chupika la
seguimos hasta la casa de la MAMA-COYA Kusi, donde le mostramos el
fruto de nuestro trabajo.
Varios meses después, una atardecida mi madre me pidió que la
acompañara a dar un paseo sólo los dos. Salimos por el camino de las
Cascadas. No podía ni imaginarme que quería decirme, pero por su cara
me parecía que algo la tenía preocupada, yo nunca he sido muy bueno
leyendo pensamientos, pero a la luz de la luna se sentó sobre una piedra
y me preguntó:
-Dumma, ¿Qué te pasa con Sisa?
-¿Con Sisa?, nada que yo sepa.
-Como que nada, siempre estáis juntos, Sé que fue ella la que
empezó a querer tenerte siempre a su lado, pero ahora eres tú también
el que la buscas constantemente.
Yo creo que mi madre exageraba, Sisa me caía bien, estaba a gusto
a su lado, la veía simpática, le estaba agradecido pues nunca se burlaba
de mi ignorancia, siempre me defendía.
-Mira, Dumma, estoy empezando a sospechar que Sisa quiere
elegirte como esposo, ¿Qué piensas hacer? En esta pueblo, son las
mujeres las que eligen y los hombres no se pueden negar.
-Pero madre, eso es imposible, yo no soy de este pueblo.
-Dumma, ¿en este tiempo Sisa te ha dicho algo de tu pelo?
-¿De mi pelo?
-Si, de porque no te cortas el pelo como hacen ellos.
-No, Bueno una vez algo me dijo pero ni me acuerdo. No parece
que a ella le preocupe mucho eso del pelo.
-¿Y de otras de nuestras costumbres?
-Madre, yo no tengo ningún problema para aceptar todas sus
costumbres, por supuesto, si me pide que me corte el pelo, no tengo
inconveniente y lo haré.
-Dumma, tu sabes que yo quiero lo mejor para ti, y me preocupa
que os ilusionéis y luego tengáis problemas. No llevamos ni un año en
esta Aldea y de vez en cuando a mi me sorprenden algunas de sus
cosas. No conocemos todas sus tradiciones ni su historia. ¿Sabes lo que
significa ser el esposo de la MAMA-COYA? Por que Sisa es la heredera y
será la MAMA-COYA.
-Me parece que estás haciendo un problema donde no lo hay, todo
son suposiciones. Ya hablaré yo con Sisa.
Con lo entusiasmado que yo estaba, con lo bien que me llevaba con
todos aquellos jóvenes. Y parece empiezan los problemas. ¡Qué complejo
es el mundo de los mayores!
El día siguiente busqué la ocasión de hablar a solas con Sisa (que
siempre vuelve a la vida), no fue nada fácil, no parábamos de hacer
cosas y cuando estábamos más o menos solos, surgían otras
conversaciones. Pero al atardecer, en el río, Sisa que andaba
chapoteando, entre las rocas del corral de las tortugas, me vio llegar y
se acercó a la orilla, nos alejamos de todos y nos sentamos debajo de un
algarrobo.
Sin vaguedades le dije:
-Sisa, mi madre me ha dicho, que tal vez estás pensando en
elegirme como esposo.
-Ah, eso dice.
-Si, y como debes saber eso es algo imposible.
-Anda, ¿Por qué dices que es imposible?.
La miré asombrado, osea que mi madre tenía razón y yo no me
había dado cuenta de nada. No solo era complejo el mundo de los
mayores sino también incomprensible el de las mujeres. ¡Ahora me sale
Sisa con esas!.
-Pero Sisa no te das cuenta de que yo soy un extraño para ti. Y ni
siquiera se lo que significa ser el marido de una MAMA-COYA.
-Y por que te complicas la vida, las cosas son más fáciles de lo que
parecen. Yo te elegiré como marido y ya está.
-Pero Sisa, no te van a dejar.
-Ahora mismo voy a buscar a mi madre y le voy a decir la decisión
que he tomado y que la única alternativa que ella tiene es obtener la
autorización del Consejo.
-Bueno, haz lo que considere adecuado, pero yo ya te he avisado
-No, pero no se trata de eso ¿Cuándo yo te elija, me aceptarás?.
Eso es lo único que me interesa saber.
Ya habíamos llegado al meollo, esto se había liado ¿que le podía
contestar?. Me gustaría decirle si, pero tal vez mi madre tenía razón y
solo conseguiría el rechazo de toda la aldea. Pero no estaba dispuesto a
decirle que no
-Creo que debes preguntar a tu madre, antes de decidir nada.
-Mi madre hará lo que yo le diga. Nadie puede influir sobre mi
decisión. Es mi vida y yo decidiré como vivirla.
Se puso de pie con rapidez. Yo busque su mirada y la vi decidida
entonces me dijo:
-Y tu tienes dos días para darme una respuesta.
Me miró directamente, con los ojos fijos en mi y algo descarados.
Sentí como si me estuviera enfrentando a un desafío y por alguna razón
eso me desconcertaba. Fue un momento tenso. Hacía años que no había
sentido ese desconcierto. Se dio la vuelta y me dejó sólo bajo el
algarrobo. Me levanté y la seguí, intenté retenerla para dialogar, pero
apretó el paso y se alejaba. Al llegar a la aldea vi que se acercaba a su
madre, y las dos se alejaban conversando.
Al día siguiente, cuando todos nos reunimos para ir a la Aldea del
Mar, Sisa me dijo:
-Hoy no vienes con nosotros, la MAMA-COYA quiere hablar contigo.
Por cómo me lo dijo, me malicié que las cosas han ido bien para su
objetivo.
Busqué a la MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte), y
nada más llegar a su taller, ella me preguntó:
-¿Cómo estás Dumma? -Me miró con una sonrisa- Ayer mi hija me
dijo que te ha elegido como marido, pero queda pendiente tu aceptación.
Tu no tienes que decidir sólo aceptar, no olvides que la que elige es la
mujer y si el hombre no acepta ese año no puede ser elegido por otra
hasta el próximo año.
-¿Pero no hay problema de que yo no sea de la Aldea?.
-Sería la primera vez, pero Sisa (que siempre vuelve a la vida) está
decidida y no hay nada en contra siempre que tu aceptes nuestra
cultura. En el último consejo hemos decidido que Duchicela, si quiere,
puede elegir un marido entre los jóvenes de la aldea. Pero no le digas
nada, antes de que yo se lo comunique. Búscala y dile que quiero hablar
con ella.
No sabía donde encontrar a Duchicela, buscándola, me enteré que
había marchado a la cascada de los guacamayos a por arcilla, volví con
esa noticia a la MAMA-COYA Kusi que me recibió sonriente con las manos
llenas de barro en medio de su taller.
-Dumma ¿estás más tranquilo? ¿Sabe algo de esto tu madre?
-Por supuesto, ella fue la primera que me dijo que Sisa me iba a
elegir como marido.
-¿ Y está de acuerdo?.
-Me dijo que sólo le preocupaba la decisión del Consejo, no quería
que se creara un problema en la aldea.
-Pues vete, y dile a tu madre lo que ha decidido el consejo de las
Madres Ancianas.
Ya todo estaba claro, no habría problemas si las Madres Ancianas
habían decidido una cosa, se daba por supuesto que el Consejo de
Madres lo aprobarían. Busque a mi madre y la puse al corriente, para mi
sorpresa ella se alegro y me dijo:
-Ya te puedes ir cortando el pelo.
-Nadie me lo ha dicho, -le contesté entre bromas - sólo tu estas
obsesionada con mi pelo.
-No es tu pelo, ya veras como Sisa te hace cambiar de costumbres.
Terminará gustándote el ceviche de cañan y todas las cosas de esta
Aldea.
Entre los jóvenes hay comentarios cuando se va conociendo la
noticia, aunque a la mayoría no les sorprende, sobre todo a las chicas.

Mi hermana Duchicela si que había tenido problemas, pues desde


que llegamos se sintió algo desplazada, todas las chicas de su edad ya
estaban casadas y muchas de ellas hasta tenían hijos, además siempre
se veía fuera de nuestro grupo. Por otro lado era muy presumida, no
recordaba si os había contado como llevamos el pelo en nuestro pueblo,
resulta que alrededor de la cabeza ponemos un aro de tela bordado,
alguno descuidado lo hacían de calabaza, atado en la frente, allí se
recoge todo el pelo que se enrollaba en la parte superior, por eso los
Incas despectivamente nos llamaban cabeza de calabaza “mate-uma” al
fijarse sólo en los que van desaliñados. Duchicela siempre lo llevaba
adornado con plumas de guacamayo. Así es como se llevaba en las
fiestas de nuestro pueblo, pero aquí llamaba demasiado la atención. Y
que decir cuando se lo desenrollabai para lavarlo en el río, al principio
cuando no estaba muy limpio, no, pero después el pelo se extiende
sobre el agua antes de hundirse formando una nube a su alrededor.
¿Alguien se puede imaginar la cara que puso Duchicela cuando le
dijeron que podía elegir marido? Para empezar ella creyó que tenía que
elegir marido. Que era obligatorio. Ella ni siquiera se había fijado en los
jóvenes de la aldea. No digo que los considerara inferiores pero si que
los consideraba demasiados jóvenes para ella, con sus quince años ya se
consideraba mayor, pero sólo podía elegir entre un grupo de niños que
cumplian doce años .
Cuando llegó la fiesta de la elección, la MAMA-COYA entregó las
casas a cada joven, después volvieron al templo y allí comenzaron la
danza, la primera que eligió fue Sisa (que siempre vuelve a la vida), se
colocó a mi lado enlazando mi cintura con una cinta, después le tocó, por
edad, a mi hermana Duchicela. No voy a decir que dio un espectáculo
pero si que después de varias vueltas alrededor de los jóvenes, intentó
enlazar a Takiri (El que crea música). Takiri se zafó y se arrojó al suelo,
la danza se interrumpió bruscamente.
-Yo no puedo casarme contigo, -exclamó Takiri- no me habías dicho
nada y me causas intranquilidad con tu comportamiento.
La MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte) se levantó de
inmediato y avanzó unos pasos hasta los jóvenes, con voz fuerte
manifestó:
-Takiri, sabes que no puedes rechazar una elección, si Duchicela te
ha elegido tienes que ser su esposo.
-MAMA-COYA -contestó Takiri desde el suelo– yo no quiero casarme
con alguien que no es de nuestra aldea. Con alguien que no respeta
nuestras costumbres. No me había dicho nada.
-Takiri -dijo la MAMA-COYA - aunque es verdad que Duchicela tiene
sus propias costumbres, tu tienes que respetar las nuestras, y ya sabes
que si te niegas a aceptar la elección, este año ya nadie te podrá elegir.
-Esto es injusto – se quejó Takiri- pero lo acepto.
Abandonó al grupo de danzantes y bajó de la explanada del templo
uniéndose al grupo de padres.
-Duchicela -dijo la MAMA-COYA- quieres elegir a otro.
-No MAMA-COYA, yo también voy a dejar la danza.
Después se reanudó y todas las jóvenes eligieron marido.
Me gusta recordar que al año siguiente mi hermana Duchicela eligió
a Takiri (El que crea música), que en este ocasión acepto encantado, y
también que fue un año muy especial para mi. De pronto me encontré
casado, apenas llevaba nueve meses en esta Aldea y mi vida había dado
un vuelco total.

Un secreto, 1479

Takiri (El que crea música): narrador

De como se resuelven antiguas dudas.

Mantuvimos un gran secreto, Duchicela y yo, desde que llegamos


desde Cajamarca a la Aldea.
Todo comenzó uno de los días que permanecimos en la Laguna de
la Culebrilla. Un día llegó al campamento un grupo de cañari, llegaban
rotos por el cansancio y hambrientos, durante varios días habían vagado
sin rumbo por la sierra, temerosos y huidizos. Nada más verlos sentí
como Duchicela se tensaba, poniéndose en pie, pues una joven al mirarla
la reconoció y ella se sintió reconocida, Duchicela se adelantó hacia ella y
con una antigua familiaridad, la abrazó. Fue un abrazo largo, sin
palabras, Duchicela tuvo que ayudarla pues cayó al suelo desmayada, la
llevó hasta una cabaña, le puso un poncho, tiritaba de fiebre, le preparó
comida y con delicadeza le ayudo a comer, al final la dejó adormilada.

Pero aquella tarde, cuando ya había descansado, fui testigo de una


larga conversación. Estábamos sólo los tres, yo medio adormilado
protegiéndome del frío. Era una joven menuda, de rasgos finos, pero en
sus ojos sólo se notaba tristeza y vacío, estaba demacrada, y casi con un
hilo de vida. Duchicela la miraba con cariño.
-Shabalula, ¿Cómo te ha ido?.
-Estos ha sido unos años muy duros, desde que vosotros huisteis,
en la aldea todo han sido desastres y dolor. Cada vez es peor y no
parece que pueda mejorar. Yo tengo un motivo de penas más. ¿Cómo
está tu hermano Dumma?
Duchicela titubeó a responder.
-Bien, se ha adaptado a nuestra nueva Aldea. Vivimos cerca del
mar, junto a un río. Allí no conocen la nieve ni el frío y tienen unas
costumbres muy extrañas. En la aldea manda un mujer, pero no por que
sea una anciana, sino porque hereda el poder de su madre la MAMA-
COYA.
-Yo no te he preguntado eso -la cortó Shabalula- lo único que me
interesa es Dumma. Todavía me duele que no me buscara, si estaba
vivo. Yo sabía que os escapasteis en Cajamarca, cuando os llevaban
presos al Cusco, pero pasaron los meses y no volvió a buscarme. Nació
nuestro hijo.
-¡Tienes un hijo! -exclamó Duchicela.
-¡Tenemos un hijo!, Dumma es el padre. Tu sabes igual que yo, que
estábamos casados. ¡Todo el pueblo lo sabía! Y ahora que sé que está
vivo, no entiendo que nos abandonara, que no volviera a buscarnos.
-Ni él, ni nadie, sabia que esperabais un hijo. ¿Cómo se llama?
El rostro de Shabalula se dulcificó.
-Dumma, como su padre. Lo he dejado con mi madre en la Aldea,
ya tiene casi tres años y es un niño muy fuerte.
-Cuando llegamos a la Aldea del Río, recuerdo que mis padres
hablaron con Dumma, y después de varias deliberaciones todos
pensamos que habrías muerto o sería imposible encontrarte.
-Si, pero tú has vuelto, ¿Qué es tan importante, qué es lo que
buscas?
-Yo he venido a proteger a mi abuela.
-No intentes defender a Dumma. Tu has vuelto, él me dejó en el
olvido, fue un cobarde. Y en esa Aldea vuestra, se habrá vuelto a casar
-Cuando llegaron a la Aldea –dije yo tratando de componer- vi a
Dumma muy preocupado, no nos dijo por qué, pero siempre estaba
pensativo y triste.
-Sus padres, especialmente su padre, -explicó Shabalula- no me
aceptaban como esposa de su hijo, por que yo soy algo mayor, casi
cuatro años. Dumma y yo seguimos adelante, teníamos que vernos a
escondidas en las afueras del pueblo. Un grupo de árboles, cerca del
camino de la sierra, son testigos de nuestro amor, de nuestras promesas,
hasta hablamos de marcharnos a otros lugar, buscar otro sitio donde no
fuéramos rechazados. Pero todo terminó con la llegada de los soldados
incas y con la huida de Dumma con su familia.
-Bueno, realmente Dumma no huyó –matizó Duchicela- junto con
toda la familia fuimos obligados a marchar al Cusco, junto con otros que
habían apresado.
En ese momento, Shabalula perdió el conocimiento, en medio de
temblores que nos inquietaron. Yo salí corriendo en busca de ayuda y
cuando volví con una anciana, había recobrado el sentido y sólo tenía
fuerzas para mirar a Duchicela. Cogió con fuerza su mano y susurrando
le pidió.
-Por favor, Duchicela, ayuda a mi hijo. Su padre lo podrá proteger,
aquí no puede sobrevivir en medio de esta guerra. Me siento morir y no
quiero que quede solo.
Duchicela la miraba, apretando su mano le acaricia el rostro,
empezó a llorar al ver tan desvalida a su amiga, aquella chica animosa
con la que, no hacía tanto tiempo, había soñado un futuro tan distinto de
que ahora vivían, desde luego mucho mejor.
Duchicela me había contado muchas pequeñas historias de cuando
las dos junto con otras niñas de su edad, se encargaban de adornar con
flores silvestres y con cintas de colores las llamas que la aldea subiría
hasta la laguna para ofrecerlas en sacrificio a la Culebra. El año en que a
ellas les tocó, buscaron por los campos cercanos flores violetas, habían
decidido que ese año las dos llamas blancas sólo llevaran flores violeta y
cintas azules, les consto varios días encontrar suficientes flores de ese
color, pero cuando la caravana se encaminó hacia la laguna, muchos
elogiaron su trabajo.
Casi dos días duró su agonía, tuvo oportunidad de escuchar el
compromiso de Duchicela de llevar al niño a su padre. Esa promesa la
llenó de serenidad. Y así, arropada por nuestro cariño, murió Shabalula a
orillas de la Laguna de la Culebrilla. Y allí la enterramos.
El compromiso adquirido por Duchicela nos obligó a volver a la
aldea.
No fue difícil encontrar a la abuela y al pequeño Dumma, ni
tampoco convencerla para que nos lo confiara. Duchicela hizo un
transportín con telas y cintas. Por turnos lo acomodábamos a la espalda
cada vez que marchábamos y él se cansaba de andar o teníamos prisa.
Cuando llegamos a Cajamarca a todos les dijimos que el pequeño
Dumma era un huérfano que Duchicela había adoptado, nadie supo que
era el hijo de Dumma. Aquel pequeño se ganó muy pronto el corazón de
todos especialmente el de Duchicela. Decidimos que conservaría el
idioma de los cañari, por eso, en ese idioma siempre le hablaba
Duchicela, mientras que los demás y yo le hablábamos en el idioma de
nuestra aldea.
El viaje fue largo pero al fin la caravana con las llamas cargadas de
lana, alcanzó a otear el Cerro de Saraque. Nuestra llegada fue motivo de
gran alborozo. Cuantas cosas teníamos que contar, aunque algunas
Duchicela y yo teníamos que ocultar. Durante el viaje habíamos decidido
mantener en secreto que el pequeño Dumma era hijo de Dumma, nos
parecía que podía ser un problema para Sisa (que siempre vuelve a la
vida) descubrir que su esposo tenía un hijo Cañari.
Pero para nuestra sorpresa empezaron a surgir rumores. Enseguida
se empezó a hablar del parecido evidente entre Dumma y el pequeño
Dumma.
La MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte) nos interrogó
sobre el particular.
-No puedo dudar de vuestra palabra, pero necesito que me
confirméis que el pequeño Dumma no es hijo de Dumma.

Aldea del Río, 1478


Una nueva vida

Dumma: narrador

De como se organizó mi nueva vida.

Y mi vida sufrió una revolución. Nada más terminar la fiesta de la


Elección, Sisa (que siempre vuelve a la vida) me llevó a la casa que nos
habían preparado. Resultó ser una casa antigua en el barrio de las
alfareras, la casa tenía cuatro habitaciones independientes, en medio un
patio con árboles, desde una calle estrecha se entraba en la primera
habitación, a la izquierda la hoguera de la cocina y en la estantería con
cacerolas, sartenes y cuencos. En la pared de la derecha se apilaban, en
varias alacenas, las vasijas con maíz, frijoles, ají, maní, etc. Una estera
separaba un espacio para el dormitorio. Una puerta comunicaba con el
patio, enfrente, el taller de alfarería con su horno, a la izquierda, las dos
pequeñas habitaciones, para niños y niñas cerraban el patio, si la casa
hubiera sido nueva no tendría edificadas las habitaciones para los niños,
los padres las harían cuando las necesitaran. Esta casa había sido
utilizada por una madre alfarera, que se había trasladado a otra más
cercana del templo, cuando murió su madre. Y ahora era la nuestra.
A mi me agradó, y a Sisa (que siempre vuelve a la vida) también
aunque me dijo que le habría gustado más que fuera una casa nueva.
Nos la habían arreglado, especialmente el techo, que era nuevo, olían a
verde las ramas, carrizo y palmas que lo cubrían, al suelo le habían
echado una nueva capa de tierra. En resumen, que todo estaba muy
bien.
Y empezamos. Era costumbre que el recién casado estuviera
durante doce lunas en la Aldea del Río, luego se incorporará, con los
demás padres, a la Aldea del Mar. Ese año se presentaba lleno de
novedades. Sin darme cuenta dejé de estar constantemente con Sisa, yo
seguía con los jóvenes, dedicado a cosas tan variadas como llevar a las
llamas a comer por los alrededores, viajar a la Aldea del Mar para traer y
llevar cosas. En cambio, Sisa, empezó a trabajar de alfarera, es verdad
que le costó bastante: su horno demoró en encenderlo hasta dos meses
después. No paraba en casa, o estaba con su madre o en el taller de
alguna alfarera. Mucho tiene que aprender.
La mayoría de los días nos vemos al atardecer a orillas del río, de
allí nos íbamos a nuestra casa, durante el día casi no nos veíamos. Yo
salía de casa al amanecer a realizar mis trabajos y dejaba a Sisa casi
siempre refunfuñando, queriendo acompañarme, pero ella debía
empezar a fabricar los objetos de barro que le mandaba la jefa de las
alfareras. Bueno, ya lo he dicho, le constó comenzar.
Una tarde yo jugaba con los más jóvenes en el río, hasta que me di
cuenta que iba anocheciendo y Sisa no aparecía. Tendría que ir a
buscarla, o tal vez no. Me acerqué a la MAMA-COYA Kusi (Mujer que
siempre tiene suerte) que ya se está marchando.
-MAMA-COYA – le dije – Sisa no ha venido esta tarde.
Ella me miró con extrañeza.
-Corre a vuestra casa a ver que pasa.
Y corrí con creciente preocupación ¿Que puede haber pasado?.
Llegué a la casa llamándola y no me contestó nadie. Pero Sisa salió del
taller al patio, con toda la ropa llena de barro y la cara llena de enfado.
-¿Qué ha pasado? No te he visto en el río.
-Para ríos estoy yo – me replicó casi a gritos-.
-¿Pero que es lo que pasa?.
-Esta mañana he tenido un problema con la jefa. ¿te parece normal
que me halla roto en mis narices el cántaro que me costó, todo el día de
ayer, hacerlo?.
-¿Pero porqué se ha portado así?.
Sisa seguía vociferando y yo no sabía como consolarla.
-Ayer me mando hacer un cántaro para el ají que le había pedido
una madre. Esta mañana se lo he llevado y nada más verlo me ha dicho
que la figura del ají, que tiene que estar hecha en barro y pegada al
cántaro, no parecía un ají. Yo lo había hecho sin molde pero me parecía
adecuado.
-¿Pero por casualidad no tienes ningún molde del ají?.
-Pues no, no tengo todavía ningún molde pero no lo creía
necesario. Y esa bruja me repetía una y otra vez que yo para ser la
MAMA-COYA tenía que aprender hacer las cosas bien.
-Algo de razón tenía - le dije.
-Si, tu ponte de su parte.
-Sisa ¿Qué es lo que has hecho para solucionar el problema?.
-Fui al taller de mi madre y sin decirle nada, le cogí el molde del ají
y llevo todo el día con el dichoso cántaro. Hace un rato lo he metido en
el horno.
-Bueno, pues si ya lo has conseguido, aunque ya es de noche, ven
conmigo al río, tienes que limpiarte.
-Pero, por qué te empeñas, no tengo ganas.
Con buenas palabras poco a poco la convencí y allí fuimos los dos
camino del río, a la luz de la luna. Al llegar seguía enfadada, me quité la
túnica y la ayude a ella. Me metí en el agua y ella se quedó sentada
sobre una roca. Desde el agua la llamaba haciendo como que me
ahogaba y como no reaccionaba continué nadando hasta la otra orilla.
Salí por el arenal y con gestos y gritos la llamé. Al poco, ella se metió en
el agua y avanzó con agilidad hacia donde yo estaba.
Cuando llegó le comenté.
-¿Qué te ha parecido como he nadado yo. Verdad que soy un buen
alumno? ¿recuerdas como me enseñaste?.
Abrazándola, la besé y nos tumbamos en la arena. Millones de
estrellas cubrían el firmamento, pero ella continuaba enfadada. Yo ya la
iba conociendo y sabía que era muy dura, muy rígida, tendría que pasar
un poco más de tiempo antes de que reaccionar y más en esta ocasión
en que le habían tocado el orgullo, y ella era muy orgullosa. Por eso me
sorprende cuando comentó:
-Aunque todavía me duele, la jefa tenía razón -y en broma afirmó-
cuando sea MAMA-COYA no la expulsaré de la aldea como levo
maquinando todo el día.
La abracé y nos revolcamos por la arena hasta que ella se zafó y
corrió hasta el río, cientos de ranas saltaron con ella, luego salté yo.
Nadamos para un lado y para el otro, hasta que el frescor de la
noche nos hizo tiritar. Salimos del agua y corriendo nos fuimos a nuestra
casa. Sacó el cántaro del horno, comimos algo y nos fuimos a dormir.

Me sentía inquieto, con zozobra, como si presintiera que algo me


iba a suceder, tantos días de tranquilidad preludiaban cambios. Aquel
tiempo de asombros terminó con una sorpresa mayor. Como cada tarde
bajé al río, el día había sido especialmente caluroso, el aire se estancó
desde la mañana y ninguna nube nos protegía de Inti. De camino al río
recogí algunas chirimoyas, maduras y calientes, que refrescaría en el
agua antes de repartirlas entre los niños, llegué con las manos llenas
procurando que no se me resbalara ninguna y se fueron incorporando las
madres. Llegó Sisa, platicando con mi hermana Duchicela. Cada vez se
las notaba más unidas. Desde lejos me divisaron. Sisa avanzó por la
ribera del río hasta donde yo estaba. Salí del río y abrazándola la besé.
-Duma, me parece que estas muy despistado y como siempre ¿no
te das cuenta de nada?.
-¿De qué me tengo que dar cuenta?,
-Pues aunque estés muy despistado, vas a ser padre.
-¿Sisa estás segura?.
-He hablado con mi madre y ella me ha dicho que dentro de seis
lunas seré madre. Ella tiene experiencia y no se equivoca.
La abrace y puse mi mano sobre nuestro hijo. Y aquella tarde corrió
como el agua de las cascadas a noticia por toda la aldea. Todo el mundo
me felicitaba con alegría.
Por la noche Sisa me preguntó cuando estábamos acostados:
-¿Tú que quieres que sea, niño o niña?.
Yo no había pensado nada, pues creía que ese asunto no era de mi
incumbencia, pero le dije:
-Si yo pudiera elegir diría niño. Aunque me da igual, siempre que
se parezca a mi.
-Eso es imposible, tu solo has despertado a uno de los hijos que yo
ya tengo preparados.
-Es lo que decís aquí porque en mi pueblo lo que sabemos es otra
versión, yo lo he hecho y lo he puesto dentro de ti para que lo alimentes
y cuides, hasta que nazca y por eso se tiene que parecer a mi.
-Eso ya lo veremos.
-Yo tendré razón si tiene mis rasgos y mi pelo.
Pasó el tiempo y cada vez era más notorio el embarazo de Sisa.
Una de sus amigas, recién casada como ella, tuvo un problema en
el parto y murió junto con su hijo. Este hecho causó zozobra en la aldea
y preocupación entre las embarazadas.
Cuando yo le hable a Sisa (que siempre vuelve a la vida) de que
también estaba preocupado, me explicó:
-Tu sabes lo que significa Sisa. Pues me pusieron ese nombre que
significa “la que siempre vuelve a la vida”, porque cuando tenía tres años
estuve muerta.
-Eso nunca me lo has contado.
-Porque hace ya mucho tiempo. Yo estaba en el río con otros niños
y flotando nos alcanzó un árbol que venía arrastrado por el agua, una
rama me golpeo y me hundió. Ante los gritos varias madres se lanzaron
a ayudarnos. Y sé que una me sacó, ¿imaginas quien fue?.
Yo quedo desconcertado pues no se me ocurre quien pudiera haber
sido.
-Pues la bruja a la que estuve durante todo el día pensando que la
expulsaría de la aldea. Cuando el otro día estábamos en río, en medio de
mi enfado me acordé de lo que ella había hecho por mí. Me tendió en la
arena de la orilla y con desesperación me zarandeó, yo seguía sin
respirar, estaba muerta. Hasta que llegó mi madre y empezó a
golpearme, eché agua por la boca y tosiendo comencé a respirar. Yo ya
me he muerto y no puedo volver a morirme.
Ella estaba muy segura y no tenía sentido preocuparla, aunque yo
seguía pensando que algún peligro había, cuando me explicaron que en
la aldea habían muerto tres madres al dar a luz. Aunque también es
verdad que en ese tiempo habían nacido cientos de niños sin problemas.

Pasó el tiempo y cada vez le resulta más fatigoso el trabajo, pero


todas las tardes la acompañaba a orillas del río. Sisa se echaba y
chapoteaba en el remanso de agua, donde apenas fluía la corriente y
había muy poca profundidad; el frescor la relajaba. A nuestro alrededor
los niños y las madres jugaban y charlaban animosamente.
Una tarde Sisa empezó a quejarse de dolores, aunque según la
opinión de las madres todavía le faltaban algunos días:
-Creo que me ha llegado el momento.
Yo comencé a gritarles a las madres cada vez más nervioso,
Acudieron con premura: una era de la opinión de sacarla del agua,
mientras que otras piensan que lo mejor era dejarla donde estaba, así
piensa la MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte) que acaba
de llegar.
El agua se enturbia alrededor de Sisa, la MAMA-COYA me dice que
la agarre por los hombros, todo es muy rápido y ayudada por la MAMA-
COYA nace nuestra hija

Aldea del Río, 1479


Nuevos peligros

Dumma: narrador

De como nuevos peligros amenazan la vida de la Aldea.

Con el nacimiento de mi hija, comenzó lo que en la Aldea se llama


la luna de padre, durante ese tiempo el padre se queda en la Aldea
dedicado a cuidar a su hijo recién nacido, era una costumbre muy
interesante, por que hacía que el padre se sintiera más unido al hijo, por
supuesto no era tanto tiempo como el que había estado dentro del
cuerpo de la madre, pero el suficiente como para que se le pueda oír
cuando llora, mirar cuanto sonríe y acariciar cuando duerme.
Como siempre había algún padre con esa misión en la Aldea, yo ya
sabía en que consistía, pues los había visto durante este año. Cada
mañana cuando el alba apaga las estrellas me levantaba para llevar a mi
hija al río donde la bañaba, luego la llevaba a su madre para que la
alimentara y durante el día la contemplaba mientras duerme y jugaba
con ella, y ya por la tarde la volvía a bañar en el río. Desde los primeros
días se dejaba sumergir y quedaba con los ojos abiertos mirándome y
manoteaba queriendo nadar. Yo nunca la soltaba, pero nunca, nunca. La
verdad es que eso fue al principio yo le ponía la mano debajo de su
barriga y ella flotaba y pataleaba. Me hacía ver que disfruta en el agua
cuando la sacaba, rompía a llorar, deseando quedarse. Para mi era
disfrutar de mayor intimidad con mi hija, a veces estábamos solos los
tres: el Virú, mi hija y yo. Cuando la bañaba, le cantaba canciones, y ella
me miraba embobada, hacía mucho que no apreciaba tanto la vida como
en esos momentos. Cada vez que mi hija abría los ojos era a mi al que
veía. También consideraba en lo frágil que era su vida y anhelaba verla
ya crecida, corriendo por la arena. No es fácil que un niño sobreviva en
medio de tantos peligros. Bañándola con frecuencia yo la quería hacer
fuerte.
Aquel día, como otros muchos, me detuve en la casa de la MAMA-
COYA Kusi (Mujer que siempre tiene suerte) camino del río. Su abuela la
tomaba en brazos y la besaba en la frente deseándole un día venturoso.
La llevaba en un cesto de mimbre, que había hecho siguiendo las
instrucciones de otros padres. Con cuidado, la sacaba del cesto y la
sumergía en el río, también limpiaba las telas con las que la envolvía.
Estaba con otro padre que hacía lo mismo con su hijo cuando vimos
en la cumbre del cerro Saraque un grupo de gentes que avanzaba hacia
la Aldea, era una fila interminable de personas haciendo sonar sus
roncas caracolas. Aceléramos el baño y corrimos a avisar a la MAMA-
COYA Kusi.
Cuando se acercaron más, vislumbré con terror, que eran soldados
del Inca, llevaban los mismos ornamentos y banderolas, que aquellos
que asolaron nuestro pueblo en la sierra, los que nos hicieron huir de
nuestra tierra.
Pero no se acercaron a la Aldea. De modo pacifico siguieron
caminando hasta las Cascadas, allí se detuvieron, montando un
campamento, era como una aldea en movimiento, donde sólo faltaban
niños.
A lo largo de la mañana vimos como avanzaban, divididos en
grupos de unas veinte o veinticinco personas, de las que tan sólo unos
diez eran soldados, pues eran los únicos que llevaban cascos, los otros
eran porteadores, pastores de llamas y mujeres. A veces entre cada
grupo había espacio y se distinguían claramente sus integrantes. Unos
de los grupos era más numeroso y vimos como en medio, sobre un
palanquín, llevaban al que pensamos sería el Jefe. Entre los grupos
corrían jóvenes mensajeros trasmitiendo las ordenes. Uno de esos
heraldos llegó hasta la Aldea y le comunicó a la MAMA-COYA Kusi (Mujer
que siempre tiene suerte).
-El Jefe os espera en su campamento al atardecer.
Se reunió con premura el Consejo de Madres y decidieron que con
la MAMA-COYA irían algunas madres y todos los jóvenes. Entonces
descubrimos que mi hermana Duchicela había desaparecido, su ausencia
era muy comentada, pues había sido una escapada furtiva sin contar con
nadie. Luego supimos que, dominada por el pánico, se escondió en el
cerro por el Camino de los Muertos, desde donde vigilaba dispuesta a
huir mucho más lejos si había problemas. Yo tenía pensado quedarme
atendiendo a mi hija, pero la MAMA-COYA me manda dejarla con Sisa
(que siempre vuelve a la vida) y que yo la acompañe a ella en la visita al
campamento.
Al crepúsculo nos pusimos en camino, llevamos como regalos,
cestos con chirimoyas y cántaros con chicha. Cruzamos las lindes del
campamento moviéndonos por su asentamiento. Sobre la pradera
cubierta de hierba y flores se habían instalado, cada grupo alrededor de
una hoguera, algunos también montaron cabañas de esteras. Era una
muchedumbre perfectamente organizada. En algunos grupos se oían
risas y conversaciones, en otros había danzas al son de tambores. Los
últimos en llegar aún descargaban de las llamas los alimentos y las
armas, haciendo montones de mazas, lanzas, arcos y flechas, escudos,
cascos y armaduras. Nosotros avanzábamos en medio de aquella aldea
improvisada. En una pequeña explanada, junto a las Cascadas,
distinguimos una cabaña especialmente adornada. Allí nos dirigimos y
allí encontramos al Jefe. Junto a la puerta en varias hogueras se
calientan las ollas de barro con los alimentos: maíz con papas, yuca con
cuy y ají.
Nos detuvimos y al poco se asomó a la puerta el Jefe, que nos dijo:
-Nosotros somos la guarnición de Huacho y nos han ordenado
concentrarnos en Cajamarca para emprender una acción militar en la
zona norte. Necesitamos alimentos para el viaje.
Aunque velada, sus palabras sonaban como una amenaza. La
MAMA-COYA Kusi le entrega los regalos que llevamos, diciéndole:
-Te damos gracias por que no habéis dañado la aldea y te prometo
el tributo acostumbrado.
No hay más que hablar, tendríamos que darles todo los alimentos
que quisieran.
Iniciamos la comida que terminó como es habitual con danzas.
Cuando ya la chicha había afectado a sus colaboradores más cercanos y
al mismo Jefe, se presentó ante nosotros un chaski, con su gran penacho
de plumas blancas y amarillas.
-Traigo un quipu para el Jefe de la guarnición de Huacho
-Yo soy -movió la cabeza el jefe.
Entonces le entregó en mano el mensaje.
-Que venga el lector de quipu - gritó el jefe- que nos lea lo que nos
comunican.
Inmediatamente se presentó, ante todos los comensales, el lector y
tomando el quipu comenzó a decir:
-La cuerda principal es de color rojo, por tanto es un mensaje
directo del Inca. La primera cuerda dice que viene de Cajamarca, de
donde salió este quipu, hace dos días. La segunda cuerda es el
destinatario, el jefe de la guarnición de Huacho. La tercera manda que
lleguemos inmediatamente a Cajamarca. La cuarta nos pregunta cuantos
soldados forma esta expedición y cuanto tardaremos en llegar.
Cuando termina la lectura vimos como los colaboradores del Jefe se
movían nerviosos, todos sabían que tardarían en llegar, al menos diez
días, una comitiva como esta difícilmente puede avanzar más de 30
kilómetros por día.
Nosotros miramos a la MAMA-COYA Kusi (Mujer que siempre tiene
suerte) que levantándose hizo ademán de marcharse.
-MAMA-COYA, –la detuvo con energía el jefe– mañana al amanecer
reanudaremos la marcha, durante esta noche iremos a la aldea a recoger
los tributos.
Comenzó una noche muy ajetreada, grupos de soldados van y
vienen vaciando nuestros almacenes.
A lo largo del día siguiente vimos como la litera y la comitiva se
ponían de nuevo en marcha. En ese momento me di cuenta de que esos
soldados iban a combatir a mis hermanos cañari, que una vez más se
habían levantado en armas ante la opresión del Inca. Sentí el dolor de la
impotencia, mi familia habíamos huido y ahora ayudábamos al enemigo.
No podía olvidar que los vencidos que habían puesto resistencia, eran
tratados con suma crueldad, se le llevaba al Cuzco en una marcha
humillante, con las manos atadas, con la ropas e ídolos que cuando
llegaban era pisoteados por el Inca. Los enemigos eran encerrados en
horrendas mazmorras, donde había fieras, serpientes y toda clase de
sabandijas. Cuando un grupo se había resistido con especial valentía, la
represalia llegaba a su extremo: hacían tambores con la piel de los
vencidos, flautas con sus huesos, con sus dientes collares y con sus
cráneos vasos para beber.
Volví a ocuparme de mi hija, no llegaba a nada con esos tristes
pensamientos, mi niña era el futuro, un futuro que yo deseo fuera muy
distinto.
Cuando terminaba la luna de padre, la MAMA-COYA Kusi (Mujer que
siempre tiene suerte) me dijo:
-Dumma ya eres padre y ya te tienes que incorporar a la aldea del
mar, con todos los padres.
No podía decir que no lo esperara, los últimos días había estado
pensando muchas cosas. Despegarme de mi hija me dolía pero se que
tenía que hacerlo, todos lo hacían en esta Aldea. Era duro enfrentarse al
día día sin las miradas de mi niña, ni las palabras de Sisa (que siempre
vuelve a la vida), durante tanto tiempo.

Añoranza de una abuela, 1479

Takiri (El que crea música): narrador

Donde se narra la añoranza de Duchicela.

Cuando Duchicela me eligió como marido, yo quedé espantado,


pues había hablado con otra joven y teníamos decidido me elegiría.
Duchicela no me había dicho nada y al elegir la segunda se adelantó a lo
que teníamos concertado, aquella joven y yo. Con su manera de actuar
Duchicela rompía nuestra costumbre, pues en la ceremonia la joven
elegía, pero antes el asunto se había hablado y siempre se llegaba a la
ceremonia con todas las parejas decididas.
Después de aquel espectáculo yo quede bastante dolido y me
sorprendió la reacción de Duchicela, vi como después, ella buscaba
ocasiones para estar conmigo. Nunca había ido a cazar cañanes y ahora
cada vez que a mi me mandaban, ella hacía lo posible por unirse al
grupo. Seguía sin querer cazarlos, le repugnaba tocarlos, pero llevaba el
cesto donde los metíamos. También con frecuencia la sorprendía
mirándome. En medio del rechazo a su aspecto, yo tenía que reconocer
que físicamente me atraía, ya era una mujer hermosa.
Mi sorpresa fue grande cuando una mañana llegó al río para unirse
al grupo de los que iríamos a la Aldea del Mar.
¡Se había cortado el pelo al estilo de las demás jóvenes!
Dos trenzas adornadas con cintas de colores, enmarcaban su
rostro, finos aretes de oro pendían de sus orejas. Parecía otra, más
joven y elegante. Aquel casquete de pelo enmarañado, sobre la cabeza,
la avejentaba y afeaba. Para mi siempre había sido un adorno
repugnante.
Desde aquel día, empezó a deslumbrarme, todo lo que hacía y
hasta el acento con que pronunciaba nuestras palabras me sonaba más
musical.
Por eso nadie se sorprendió cuando al año siguiente Duchicela me
eligió y yo acepte decidido.
Aunque no puedo decir que fue la primera desilusión que sufrí, su
reacción huyendo de la Aldea despavorida, sin decirle nada a nadie,
cuando llegaron los soldados de Huacho, me dejó totalmente impactado.
No había sido una reacción normal. ¡Todos tuvimos miedo! Pero nadie
huyó despavorido.
Cuando volvió, le afeé que no me hubiera dicho nada, además su
conducta me había parecido desproporcionada.
-Calla, cállate -me espetó, sintiéndose ultrajada- tú no has sufrido
el ataque de un ejercito en tu aldea. Al verlo llegar he reviví lo que había
vivido no hace tanto en mi pueblo.
Cuando se enteró de que esos soldados, iban camino de las tierras
de su familia, a someterlos de nuevo, su reacción fue obsesiva.
-Tenemos que ir a ayudarles -repetía constantemente a todo el
mundo-. Me siento especialmente obligada a proteger a mi abuela.
Su abuela era la madre de su madre, la que se había encargado de
criarlos, cuando Guatamba los tenía que dejar para acompañar a su
marido en los trabajos de reparación de caminos y puentes, a los que les
obligaban los representantes del Inca. Ante su insistencia yo me resistía
¡el viaje no solo sería duro sino también muy peligroso!.
Pero en su argumentación, Duchicela también se aprovechaba de
mi afición.
-En ese viaje tendrás muchas oportunidades – me decía- de ver y
conseguir nuevos instrumentos musicales.
Cuando yo era muy pequeño mi madre me hizo una ocarina que
aún conservo, era muy pequeña, para que yo, de apenas tres años, la
pudiera tocar. Fue tal mi afición, que quitármela era el mayor castigo y
cuando a los cinco años me pusieron nombre a todo el mundo le pareció
bien que me llamaran Takiri (El que crea música). Toda esa vieja historia,
ahora, Duchicela la usa para que la acompañase.
Las madres estaban divididas pues, aunque todas sospechaban que
el motivo era justificado: ayudar a su abuela. Pero a todos nos parecía
una gran locura.
Ante la insistencia de Duchicela se reunió el Consejo.
Después de largas discusiones la decisión fue: si yo la acompañaba,
nos podríamos unir a la caravana que llevaría, como todos los años, sal a
Cajamarca. Desde allí podríamos marchar, nosotros dos más al Norte a la
tierra de los Cañaris.
Aquel año el jefe de la caravana era Kantuta (hábil y diestro en la
caza). No me costó mucho convencerlo cuando fui a la Aldea del Mar a
informarle de la decisión del Consejo.

Un año más, partió la caravana de la sal a Cajamarca. Duchicela y


yo nos incorporamos, no éramos los únicos novatos pero si los más
jóvenes, nosotros estábamos recién casados aunque no teníamos
todavía hijos, todos los demás eran padres y algunos como Kantuta
habían hecho el recorrido en diversas ocasiones.
Casi una luna después llegábamos a Cajamarca, y sin detenernos,
atravesamos la ciudad y subimos a las Charcas.
Sayri (quien siempre da apoyo y ayuda) apareció, de pronto, bajo
los árboles y se acercó a nosotros con saltos y muestras de alegría.
-Bienvenidos -exclamaba abrazando y besando a cada uno- No os
esperaba tan pronto. Pero sed bienvenidos.
Sayri seguía viviendo, con toda su familia en los Baños, era desde
el comienzo, el encargado del comercio de nuestra aldea en aquella
zona.
Cuando llegamos algunos conocían también a Illika, a la que
Duchicela le explicó nuestro objetivo. Se volvió a repetir la misma
historia, a nadie le parece prudente que viajemos por aquellas comarcas.
-Toda la información que nos llega -explicó Illika- es terrorífica. Son
días de guerra. Los soldados del Inca están persiguiendo por las
montañas a grupos de Cañaris que se resisten.
-Pero hemos venido -se empecinaba Duchicela- para proteger a mi
abuela y no nos marcharemos sin intentarlo.
En vista de la situación, Sayri se ofreció a escoltarnos, lo mismo
que Usuy (que trae abundancia), el marido de Illika.
Yo había llegado en muy malas condiciones, con mareos, dolor de
cabeza, escalofríos y cansancio extremo. Me afectaba la altura y durante
los días de subida no había conseguido adaptarme.
En compañía de Duchicela, me acercaba todas las mañanas a las
charcas y Panti (hombre atrayente y agradable) me informaba:
-Esta charca es la más adecuada para tus dolencias- después de
comprobar la temperatura- y ya te puedes bañar.
Duchicela y yo nos quitábamos la ropa y tiritando nos
sumergíamos. Bañarme en aquella agua caliente me relajaba y era el
único momento en que no tenía frío.
A los cinco días, los cuatro nos pusimos en marcha. Yo ya me había
recuperado. Era, con mucho, el más débil, pues por primera vez en mi
vida, me enfrentaba al intenso frío de aquellas altísimas montañas,
cubiertas de nieve; en las que durante la noche, el ventarrón gélido casi
me malograba el sueño. Nunca eran suficientes las mantas y ponchos
para protegerme, aunque siempre me acurrucaba entre las llamas. Usuy
(que trae abundancia) se burlaba de mi.
-Me recuerdas a algunos de los compañeros que tuve en la escuela
de Cusco. Toda su vida había vivido en las aldeas de la costa y cuando
llevaban al Cusco, no dejaban de tiritar y de quejarse del frío. Unos de
ellos enfermó y tuvo que volver a su aldea.
-No me extraña, – comente- es muy normal que alguien no se
acostumbre a este frío y a la altura. Pero vosotros llevabais un vida
regalada, propia de privilegiados en aquella Escuela.
-No creas, uno de los jefes, el que nos enseñaba técnica militar, era
especialmente duro. Cada mañana nos levantaba a gritos y nos hacía
correr durante horas. Terminábamos saliendo de patio y bajando hasta el
río, lo teníamos que atravesar nadando, y así, chorreando de agua fría,
volvíamos corriendo y hambrientos a nuestra habitación. Como nos iban
vigilando, nadie podía escapar de aquella tortura. Algunos lo intentaron,
pero fueron azotados y permanecieron todo el día en el patio, atados con
estacas en el suelo, sin agua ni comida. Luego a nadie se le ocurrió
repetirlo.
-Era un poco salvaje ese profesor ¿No?
-Bueno, se trataba de hacer de aquellos niños de ocho años, que lo
habían tenido todo, unos recios soldados, que debían mandar a cientos y
hacerse respetar en el campo de batalla, o funcionarios del Inca que
debía trasmitir toda la fuerza de las ordenes recibidas. En definitiva ser
el mismo Inca en todas las circunstancias, reflejar su poder de hijo del
Sol.
Una mañana, llevábamos caminando bastante rato, cuando
empezamos a ver, con más claridad, la silueta de una montaña con la
cumbre nevada. Me sentí avasallado por su presencia. Nuestro caminar
era dificultoso, a nuestro alrededor una nube de hojas secas se
arremolinaba bajos los sauces de la ribera de un río, nos detuvimos y
ocultamos entre los matorrales al ver pasar, a media ladera, a un grupo
de soldados. No teníamos ningún interés en explicar a nadie nuestra
misión.
-Son guerreros del Inca -dijo Usuy (que trae abundancia)- no nos
han visto.
Cuando los perdimos de vista, reanudamos nuestra marcha.
Varios días después, llegábamos a Hatun Cañar, Duchicela no
reconocía ya su aldea, había grandes edificios de piedra, donde antes
sólo se encontraban chozas circulares y almacenes. Los constructores
acarreaban grandes piedras para las nuevas edificaciones, todos eran
extranjeros, y a todos, mujeres y hombres, les faltan las dos orejas.
Guiados por Duchicela nos encaminamos hacia su antigua choza,
pero no la encontramos, en su lugar estaba edificando, en piedra, un
gran palacio. Una de las mujeres que se afanaba puliendo los cantos de
una gran piedra nos dijo:
-A todos los Cañaris que capturan, los concentraban en un corral de
llamas y cuando hay suficiente organizaban caravanas para llevarlos al
sur. Nosotros somos de Chachapoyas. Nos resistimos y fuimos
derrotados, nos deshonraron cortándonos las orejas y nos castigaron a
trabajar en esta aldea.
Duchicela me pidió que la siguiera, y avanzamos por una calle
angosta hacia las afueras. Llegamos al corral de llamas, nos ocultamos
tras los matorrales. Allí, bajo la vigilancia de varios soldados, grupos de
Cañaris se agrupaban en torno a hogueras, malheridos y hambrientos,
nos sorprendió ver sólo a hombres y mujeres.
-Para el trabajo -nos dice Usuy- no les interesa los ancianos ni los
niños.
Con cautela nos acercamos al corral, para ver más de cerca sino
había allí ningún anciano. Pronto nos convencemos de que todos son
hombres y mujeres capaces de realizar un largo viaje y útiles en trabajos
pesados.
-Y entonces ¿dónde podemos buscar a mi abuela?.
-Desde luego -aventure yo- no la encontraremos aquí. Tal vez este
escondida en algún lugar de la aldea.
-Pues volvamos a buscar -se empecinaba Duchicela- tenemos que
estar seguros de que no está aquí.
Cuando nos dirigimos de vuelta a la aldea descubrimos que alguien
nos perseguía. Aunque procura ocultarse, sus movimientos lo delataban.
Con disimulo Usuy (que trae abundancia) se detuvo y escondió, mientras
los demás seguíamos adelante, cuando el que nos rastreaba llegó a su
altura, con presteza, lo agarró inmovilizándolo, al escuchar el pequeño
tumulto, volvimos sobre nuestros pasos ¿habíamos cazado un espía?
Resultaba ser un joven, que pese a su camuflaje, Duchicela identifica
como un Cañari.
-¿Qué es lo que tu buscas? ¿porqué nos persigues?.
El joven al escuchar hablar a Duchicela, le dijo:
-Al veros pensé que erais de esta aldea. Tu te pareces a mi prima
Duchicela, pero los hombres que te acompañan, no es posible que sean
Cañaris.
-Por supuesto soy Duchicela, y tú ¿Qué sabes de nuestra abuela?.
-Yo soy tu primo Parina. Sé que hay algunos fugitivos refugiados en
la sierra, podríamos intentar localizarlos. A mis padres los enviaron a
trabajar al sur. Yo hui y hace ya algún tiempo que me muevo escondido
por la aldea ¡no sé a donde ir!.
En ese momento, un grupo de soldados nos avistaban y ante sus
gritos, nos lanzamos calle abajo. Duchicela se me adelantó. Cada poco
miraba hacia atrás para cerciorarse de que no nos seguían. No
tardaríamos en salir a campo abierto y dejaríamos de oír los gritos de los
perseguidores. Duchicela se sentó en la hierba y contempló como poco
a poco se ocultaba el so,l recordando a su abuela. Los demás también
nos acurrucamos bajo los árboles.
Parina comenzó a hablar:
-Entre los muchos sitios en los que se pueden haber refugiado los
que huyeron de la aldea, el sitio más lógico y más razonable es la laguna
de la Culebrilla. Duchicela, seguro que tu recuerdas que allí una vez al
año nos reunimos gentes de muchas aldeas a celebrar entre danzas y
ofrendas ritos en honor a la Culebra.
-Me acuerdo -murmura Duchicela- allí había una pequeña laguna
alimentada por un riachuelo que serpeaba como una culebra y traía agua
de los neveros de las montañas cercanas. Se vaciaba por un riachuelo,
que se habría camino entre las rocas. Cada año bloqueábamos esa salida
con piedras y tierra. Cuando volvíamos al año siguiente el agua rebosaba
pero la laguna se había hecho más grande. Ahora seguro que ha crecido.
-Por supuesto -afirmó Parina- la última vez que yo estuve por la
laguna el agua cubría las gradas inferiores del templo.
-Pues yo recuerdo -se explaya Duchicela- que ese templo estaba a
bastantes metros de la laguna.
-¿Esa laguna está muy lejos de aquí? -pregunté yo.
-Apenas a dos jornadas -afirmó Parina- aunque hay que subir y
bajar varios montes.
-Pues ya que estamos aquí -terció Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda)- podemos subir a esa laguna y tratar de encontrar a tu abuela.
A todos nos pareció bien y nos pusimos en camino hacia una cueva
cercana para pasar la noche. La brisa movía las hojas. Las estrellas
empezaron a dejarse contemplar en el firmamento, mientras nosotros
avanzábamos dirigidos por Parina.
El día siguiente amaneció frío y ventoso, ya desde primeras horas
de la mañana se presagiaba desapacible, hasta las nubes barruntaban
lluvia. Pero nosotros ya estábamos muy acostumbrados. Como nos había
asegurado Parina, dos días después avistamos la laguna, y era a medio
día cuando dejamos atrás uno de los pasos más críticos y ante nuestros
ojos se presentaba una maravillosa vista de la laguna, el viento rizaba la
superficie con pequeñas olas, alrededor matorrales de montaña cubrían
un paisaje desértico, en la orilla sur de la laguna un grupo de chozas
rodeaban al templo.
-Bajaré yo -nos anunció Parina- para alertarles de vuestra llegada.
-Yo también iré contigo -se apuntó Duchicela.
Y allí nos quedamos viéndoles alejarse, ante aquella inmensidad me
quedé absorto en mis pensamientos: grandes cumbres cubiertas de
nieve, inmensas laderas de rocas desnudas y la laguna reflejando
blancos jirones de nubes.
Al rato Duchicela nos hizo gestos y bajamos nosotros también, al
llegar me detuve, respirando con dificultad, doblado por el flato,
enseguida me yergo y comencé a mirar en derredor: un grupo de cañari
de todas las edades me rodeaban, nunca había visto yo a tantos juntos,
con la ropa y el peinado con el que había llegado, Duchicela y su familia
a la Aldea del Virú.
Si yo los veía extrañado, ellos nos miraban a nosotros sin
comprender como estábamos acompañamos a unos cañari, gente de
tribus tan distintas.
No obstante éramos recibidos con amabilidad y una de las ancianas
se interesó por nuestra situación:
-¿Cuánto tiempo hace que no habéis comido?
Pero antes de contestar nada, Duchicela preguntó por su abuela.
Sin darle respuesta a su pregunta, nos llevó a una choza, pues el
frío y el viento eran muy intenso también para ellos. Alrededor de una
hoguera, nos calentamos, dejamos de tiritar y nos ofrecieron comida,
aquel guiso de papas me lleno de energía, yo más que hambre tenía frío.
Siento como si todo aquello le estuviera pasando a otra persona, vivido
como en un sueño, en una pesadilla.
En la conversación Parina se me acercó y me preguntó:
-¿Cuándo Duchicela llegó a tu aldea, iba con ella su hermano
Dumma?.
-Si, llegaron sus padres y hermanos y también Dumma.
-Dumma y yo éramos muy amigos, hicimos muchas travesuras
juntos, y me quedé muy triste cuando se fue huyendo. Al llegar a esta
laguna se me ha hecho presente tantos recuerdos, cada año llegábamos
con la caravana de nuestra aldea y cuando los mayores hacían sus
danzas y ofrendas, nosotros corríamos bordeando la laguna, casi
siempre ganaba Dumma pues era el primero que se atrevía a cruzar,
metiéndose en el agua helada, el río que alimenta la laguna, otros
éramos renuentes hasta que nos decidíamos, cuando lo cruzábamos el
ya nos había sacado mucha ventaja.
Formábamos un grupo de amigos de la misma edad. Sólo Dumma y
yo quedamos libres, los que no murieron están deportados en varios
lugares, unos en el Cusco, otros en Chachapoyas y de otros no sé nada.
Cuando éramos pequeños cada uno de nosotros tenía un perro.
Una señora nos repartió la camada de su perra. La mía era una perra
pequeña, blanca, que a la que enseñe a salta cuando se lo mandaba, la
que llamaba la Blanca, aunque tenía algunas manchas en el cuerpo.
Cuando nos reuníamos siempre íbamos rodeados de aquella jauría de
perros, con ellos hacíamos carreras y salíamos a cazar. Todavía algunos
corretean por la aldea.

Mientras Duchicela continuaba preguntando por su abuela a todo el


mundo. Pero las respuestas que recibía, más y más la desmoralizaban.
¡Nadie sabía nada de ella!.
Hasta que un anciano aseguró haberla visto muerta, ese anciano
resultaba ser el hermano menor de la abuela de Duchicela. Nos explicó
que junto con su hermana salieron de la aldea a refugiarse en la
montañas, pero su hermana era muy anciana y no resistió nada más que
tres días de hambre y agotamiento, estábamos en una situación
desastrosa y una mañana al despertar descubrieron que había muerto
mientras dormía.
Aunque todos más o menos lo esperábamos, esta revelación afectó
con intensidad a Duchicela, no podía contener las lágrimas y ninguno de
nosotros intentó consolarla. Todos lo sentimos pero nada podíamos
hacer, al fin la sospecha se trocó en certeza.
-Ya no tiene sentido -se lamenta Duchicela- seguir buscando. Lo
mejor será volver. Aquí ya no hay nada que hacer.
-¿Yo puedo también acompañaros? -suplicó Parina.
Todos le miramos y fue Duchicela la que le explicó:
-Donde nosotros vamos todo es muy distinto. Siempre hace calor, y
todo el campo está seco, sólo hay vegetación en las orillas del río.
-Eso es cierto -la contradije con suavidad- pero lo mismo que tú te
has acostumbrado, Parina lo podrá hacer.
-Seguro que sí -aceptó Duchicela- ¡pero que luego no se queje!.

De vuelta a la Aldea, 1479

Takiri (El que crea música): narrador

De como surgen nuevos problemas.

Después de varios días recogimos nuestro equipaje y nos pusimos


en camino.
Más adelante nos adentramos en un bosque, donde la hierba y los
matorrales empezaban a ser más altos, casi como árboles. Cada uno
marchaba ensimismado en sus pensamientos, la brisa movía las hojas
secas y nuestros pasos rompían el silencio, hasta que el golpear del agua
en una cascada nos envolvió.
Si ya tenía frío, descender el barranco y penetrar en la nube, me
empapó toda la ropa y comience a tiritar. Seguimos adelante siguiendo la
ribera del río.
Se me acercó Parina y comenzó a caminar a mi lado, me preguntó:
-¿Cómo conocisteis a Usuy (que trae abundancia)? No me cabe en
la cabeza, que siendo inca esté con vosotros. ¿por qué Usuy es Inca?
¿no?.
-Si, la historia de Usuy es muy curiosa, a mí me la contó Sayri. En
resumen era un inca que por amor a una de la Charca: Illika, abandonó
a su familia. Si no ahora sería un consejero del Inca o uno de sus
generales.
-Pues yo -casi susurra Parina- sigo sintiendo aversión, en su cara
veo a los que asolaron mi aldea y se llevaron prisioneros a mis padres.
-Pues a mi me parece una buena persona, ha sabido ganarse a
todos los de la aldea y además sabe como piensan y se comportan los
incas.
En ese momento nos dio alcance Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda) y al escuchar lo que yo decía, terció en la conversación:
-También a mi me costó al principio cuando fui por primera vez a su
aldea. Lo veía como a un enemigo, pues mi misión era trabajar junto con
Illika, y él parecía el marido competidor. Pronto vi que no era así, Usuy
respetaba la decisiones y el trabajo de su esposa.
-Pues debe ser que a veces sin motivo, se siente rechazo por
algunas personas. Pero a mi me cae mal. Me cuesta trabajo conversar
con él. Cada vez que lo miro se me hace presente el rostro de aquel
soldado que entró en mi casa. Nunca había visto unos ojos tan llenos de
odio, entró en la casa golpeándolo todo, con una furia incontrolada,
derribó a mi madre y golpeó a mis hermanos. Ciego de pánico yo hui al
ver entrar otros soldados. Aquellas escenas todavía no me deja vivir,
mis sueños se pueblan de pesadillas. Se me presenta el rostro de aquel
soldado, aunque poco a poco, se va desdibujando, pero quedan sus ojos
llenos de odio. Aquel día después de correr lleno de un miedo irracional,
me detuve avergonzado por no haber defendido a mi familia. Cuando
volví, escondiéndome en la noche, me asaltó la tragedia: la choza estaba
destruida y varios de mis hermanos yacían muertos, no había rastros de
mis padres. Esa es otra de mis pesadillas: mis hermanos, dos niñas y un
niño, sin vida, sobretodo, mi hermana más pequeña, mi engreída, que
con sus cuatro años bien podía ser mi hija. Con los ojos abiertos pero la
mirada vacía, su pecho destrozado por la lanza que rompió su corazón.
Con el miedo sentí el vacío.
Aquella noche, arrasado de pena, envolví sus cuerpos en telas que
mi madre guardaba en un cántaro, y luego los fui llevando hasta una
pradera, donde los enterré lo mejor que pude. El bullicio era grande
aunque apenas había amanecido cuando busqué a mis padres, grupos de
soldados celebraban la victoria entre gritos y carreras, más de uno
encontré derribado por la borrachera, haciendo como que vigilaban las
entradas de las chozas, a uno de ellos le quite ropa para disfrazarme. Así
llegué hasta donde tenían reunidos a todos los de la aldea y allí, entre la
penumbra de las hogueras, descubrí a mis padres.
Cuando pude acercarme, mi padre, se alegró al verme pues, al no
encontrarme entre los prisioneros. pensaba que estaría muerto, se
acerco también mi madre y los dos me dijeron que huyera, nada podía
hacer por ellos.
Merodeando por allí fue cuando os encontré, aunque mis padres ya
no estaban.

Este valle parecía diferente a la luz del día, cuando ayer, coronamos
la cumbre y pusimos el campamento, ya era de noche. Pero ahora, ante
nuestros ojos, se extiende el peregrinar lento y sinuosos de un río,
bordeado de vegetación, grandes sauces cubren las riberas, llenando de
sombras la corriente. Una vez más, como me sucedía con frecuencia, me
quedé inmóvil contemplando la belleza del paisaje, y deseando ser un
cóndor para poder sobrevolarlo todo desde las nubes.
Al amanecer el cielo, cargado de nubes de tormenta, lo vaticina y
luego durante todo el día andamos bajo el aguacero. Cuando ya
estábamos empapados, nos refugiamos en una oquedad, no se podía
llamar cueva, pero al menos, el suelo estaba seco y nos la ingeniamos
para encender una fogata, secar la ropa y calentarnos.
En dos ocasiones Usuy (que trae abundancia) y Parina, protegidos
por una tela encerada, se alejaron bajo la lluvia y volvieron con cantidad
de ramas muertas, pero totalmente mojadas. Las apilan alrededor del
fuego para que se fueran secando y al rato, aunque desprendiendo humo
blanco, estaban en condiciones de arder. Cuando llegó la noche cesó la
lluvia, se encendieron las estrellas y la luna llena inundó el cielo.
Comimos, hablamos. Yo toque la ocarina y recordé a nuestra gente,
hasta que poco a poco nos fuimos durmiendo.
A la mañana siguiente nos pusimos de nuevo en marcha, no
teníamos casi alimentos, ¡más nos valdría llegar pronto a Cajamarca!,
pues el hambre empezaba hacer mella en nuestras fuerzas.
Pero las cosas se complicaron.
Un atardecer bajábamos la ladera de una montaña, cuando
oteamos a un grupo de soldados del Inca. Avanzaban con
despreocupación, descendiendo de la cima. Nosotros estábamos
desparramados, cuando casi llegaron al fondo del valle, Duchicela, Usuy
y Sayri; Parina y yo todavía estamos a media ladera. Es Parina quien los
descubrió
-Mira, Takiri - me susurró- Esos soldados se nos acercan.
Empezamos a correr cuesta abajo alejándonos de los soldados y
acercándonos a nuestros amigos. Corrimos procurando hacer el menor
ruido posible, tratando de pasar desapercibidos, aunque en aquel terreno
pedregoso, con muy pocos matojos, era difícil ocultarse. Cuando nos
vieron los soldados, comenzaron a gritar y a perseguirnos. ¡En mi vida
había corrido con tanta decisión!, pero todo fue en vano, aquellos
soldados corrían con fuerza, mientras que nosotros estábamos
debilitados. Al dar un salto aterrice rodando entre las piedras, unos
matorrales detuvieron mi caída, entonces un soldado me golpeó, poco
después otros alcanzaban a Parina y lo apresan rodeándolo. Por el
alboroto de la persecución, nuestros compañeros que ya habían llegado
al río descubrieron lo que pasaba. Usuy (que trae abundancia) reaccionó
con rapidez corrió ladera arriba a nuestro encuentro. Cuando llegó una
veintena de soldados nos rodeaban.
-¿Quién manda aquí?.
Al tono autoritario de la pregunta hizo vacilar a aquellos hombres y
uno de ellos se presentó.
-Yo soy el jefe de este grupo ¿y tu quien eres?
-Me llamo Usuy (que trae abundancia) y soy oficial del ejercito
Inca, a todos estos los llevo al Cusco.
-¿Pero qué me dices?
-Estos, son representantes de diferentes aldeas y van conmigo a
entrevistarse con el Inca.
Ya habían llegado los demás.
-Son dos cañari: Duchicela y Parina y dos del río Virú: Sayri y
Takiri. Llevan mensajes de paz para la fiesta del Inti Raymi.
No me parece que estas palabras les convencieran, pero la actitud
decidida de Usuy le amedranta lo suficiente para forzarles a expresar:
-De acuerdo, pero nos parece que esta manera de viajar es muy
peligrosa, sin escolta y fuera del Camino Real.
-Vamos por aquí atajando hasta Cajamarca, allí se reunirá toda la
caravana. Es verdad que medio nos hemos perdido, necesitamos comida.
Para mi sorpresa aquellos soldados nos ofrecieron maíz, papas, y
carne seca, pero más me sorprendió Usuy, que dirigiéndose, tanto a los
soldados como a nosotros, afirmó:
-Lo mejor es que todos bajemos al río y allí podremos comer.
Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, menos aún Parina, que
no sabía ni donde mirar, viéndose acogido por soldados del Inca.
Bajamos hasta el río y, en una pequeña pradera, los soldados
prepararon la hoguera y la comida, con gestos, Usuy (que trae
abundancia) hizo que nosotros no colaborásemos, había que mantener
nuestra ficticia encomienda: auténticos representantes de varios pueblos
amigos del Inca.
Los soldados no iban camino de Cajamarca, tenían orden de unirse
a un ejercito que avanza hacia Chachapoyas, si hubieran ido en nuestra
dirección, estoy seguro, que Usuy los hubiera convertido en nuestra
escolta.
Cuando, después de comer, los soldados siguieron su derrotero y
nosotros recupéramos nuestra realidad, Parina no salía de su asombro
¿Cómo Usuy había dominado la situación? Era inca y sabía manejar la
mentalidad de los soldados, las ordenes de un oficial se aceptan
siempre.
A partir de ese momento, Parina comenzó a ver con otros ojos a
Usuy, todos nos dimos cuenta de su cambio de actitud. Empezó a
respetarlo y admirarlo. Era frecuente verlos trabajar en equipo.
Como Duchicela casi siempre avanzaba ensimismada, le estaba
costando asimilar la muerte de su abuela, en el silencio yo me sentía
como una hormiga ante la inmensidad del paisaje, era una experiencia
única recorriendo aquel lugar solitario. A veces el viento barría las nubes
y, por unos instantes se veían, las cimas nevadas, de unos montes
imponentes, pero en momentos las nubes lo cerraban todo, hasta los
rayos del sol se debilitan, este viaje me estaba llenando de nuevas
experiencias, hasta entonces mi mundo se reducía al río Virú, ahora, con
mis propios ojos, contemplaba la inmensidad de un mundo desconocido
del que sólo había oído hablar.
-¿En que piensas? -me interrumpió Duchicela acercándose- tu estás
sintiendo lo mismo que yo, cuando contemplé el mar por primera vez:
las nubes tan cercanas, abrazadas a las montañas, los días de lluvia
incesantes, el sabor imposible de la nieve, la pequeñez de nuestra propia
realidad, contemplando la inmensidad de los montes. Yo también quede
anonadada frente al mar, miraba y miraba y todavía no puedo
comprender si a lo lejos se terminaba, y si se termina ¿había algo detrás
del horizonte?.
Nuestra conversación la interrumpió una lluvia intensa y repentina.
Corrimos ladera abajo hasta reunirnos con los demás bajo la protección
de unas rocas. Llueve tenue pero constantemente toda la noche, y así
continuamos acurrucados en medio de la soledad.
Lo mismo que yo, Parina, jamás había salido de su aldea. Avistar
desde el cerro la ciudad de Cajamarca, con sus palacios de paredes
enrojecidas por el sol del atardecer, y sus largas calles distribuidas entre
las casas de adobe y, sobre la loma cercana, las charcas humeantes,
hacen que se detenga y exclame:
-Que pasa ¿aquel incendio puede llegar hasta la ciudad?.
-No te preocupes, -le explicó Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda)- allí es donde nosotros vivimos y aquello no es fuego, pero no te
voy a decir nada hasta que lo veas, entonces si que vas a ver una
maravilla, ni te puedes imaginar aquel regalo de la Pachamama. Cuando
yo llegué por primera vez también me sorprendió.
Aceléramos el paso gastando nuestras últimas fuerzas, bordeamos
la ciudad de Cajamarca. Parina ya tendría ocasión de conocer la ciudad,
Usuy y Sayri tenía verdadera urgencia de abrazar a sus familias, nos
encaminamos hacia las charcas.

Era media tarde cuando llegamos a las primeras charcas.


-Ven, Parina -dice Sayri - acercate y mete la mano en ese charco.
Parina hizo lo que le decía Sayri.
-!Esta agua está caliente¡- exclamo amedrentado.
-Pues esta es de las más alejadas de la fuente. Cuando vayamos
subiendo cada una estará más caliente y así veras como humean las
primeras, en ellas el agua está hirviendo.
-Duchicela ¿Que has encontrado de tu abuela? -Nos gritó a modo
de saludo Illika, a la vez que abrazaba a su marido – que delgados estáis
todos – exclamó mientras nos abrazaba a cada uno- ¿y este quién es?.
-Para, para – la tranquilizó Usuy - ya tendremos tiempo de contar
nuestras aventuras y de responder a todas tus preguntas.
-Mi abuela a muerto -le dice Duchicela- ya era muy mayor para
superar la situación.
-Lo más urgente ahora -dijo Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda)- es comer y dormir. Yo, por lo menos, estoy exhausto –y se
dirigió hacia su casa en busca de su familia- venir todos conmigo.
Nos acercamos a su casa, donde encontramos a su familia y
algunos de los que habían venido en la caravana con nosotros desde la
aldea. Hubo gritos de alegría y en pocos minutos nos sentábamos
alrededor de la hoguera en la primera comida abundante y agradable
desde que salimos hacia tierra de cañari. Al fuego pusieron varias vasijas
calentando agua, en la que echaron papas, en otra vasija pusieron la
yuca.
Poco a poco, a nuestro alrededor, se fueron reuniendo y hablando,
mientras preparaban la comida, todos miraban a Duchicela, que terminó
hablando:
-Ha sido muy doloroso para mi aceptar la muerte de mi abuela.
Habría deseado ayudarla. Pero ya no puedo hacer nada. En su nueva
vida conocerá la intención que nos ha movido en este viaje. Los últimos
días he pensado mucho y creo que ha sido lo mejor, pues ella era
demasiado mayor para un viaje tan largo. Lo único que me apena es la
desgracia que ha caído sobre mi pueblo. Os presento a mi primo Parina,
el nos ha ayudado y ahora desea acompañarnos hasta la Aldea del Virú.
Y este niño, lo llamamos pequeño Dumma, es un huérfano que yo
encontré y he adoptado como hijo.
Parina, alzó respetuoso la cabeza, saludando a los presentes que se
arremolinaban a nuestro alrededor, mientras el pequeño Dumma sonría
encantado al ver a otros niños de su edad.
-Yo he sufrido mucho, -afirmó Parina- durante días he estado
escondiéndome, por las casas de mi aldea, de los soldados del Inca. He
perdido a toda mi familia. Al encontrar a Duchicela encontré lo que
queda de mis parientes. Su madre que es hermana de mi madre y mis
primos que espero saludar en la Aldea del Virú, es lo único que me
queda.
De pronto se acercó Kantuta (hábil y diestro en la caza) hasta
donde estábamos nosotros.
-Que alegría ya habéis vuelto. Desde hace unos días estaba
preocupado, pensando en que tendría que dejaros aquí, pues la caravana
ya está preparada para volver a la aldea.
-Espero que nos dejes unos días -le reclamé yo- para recuperarnos.
Estamos muy cansados.
-Por supuesto -concedió Kantuta– no tenemos tanta prisa.

Durante aquellos días la confianza entre Parina y Usuy (que trae


abundancia) se hizo más estrecha. Una vez al día bajábamos a las
charcas y Panti (hombre atrayente y agradable) nos encaminaba a la
charca más adecuada. En una de esas ocasiones escuché una
conversación entre Usuy y Parina.
-Creo que estoy cambiando de idea -dice Parina-.
-¿De que me hablas?
-De la posibilidad de quedarme aquí ¿te costó mucho a ti adaptarte
a esta gente?.
-Bueno mi caso es un tanto extraño, yo me quedé por Illika. Ella no
quería marcharse conmigo al Cusco y yo tampoco tenía interés en
volver a mi antigua vida. Habla con Sayri (quien siempre da apoyo y
ayuda) tal vez el necesita ayuda en su trabajo, pero díselo antes a
Duchicela no vaya a ser que tenga pensado algo para ti en su Aldea.
Aunque estas palabras de Parina me sorprendieron (siempre
parecía muy decidido a ir con nosotros hasta la casa de su tía a orillas
del Virú) sin embargo, no era una postura muy descabellada: el había
vivido siempre entre el frío y la nieve, le asustaba la idea de vivir en un
lugar tan seco y caluroso.
Aquella tarde en una charca cercana, Duchicela enseñaba al
pequeño Dumma a nadar, desde la orilla yo los contemplaba, veía como
cada vez Duchicela estaba más alegre, parecía como si volcara sobre el
pequeño Dumma todo el amor que ella había recibido de su abuela.
Al rato llegó Parina, no se le veía muy decidido pero se acercó a
orilla de la charca, se sentó y empezó a hablar.
-Duchicela, ¿Te parece que le pregunte a Sayri si tiene trabajo para
mi?. Llevo varios días dando vueltas a la idea. Estaría dispuesto a
quedarme en esta aldea.
-¡Qué me dices!, Me parece muy bien -le dijo Duchicela – es una
buena solución para ir adaptándote a otras costumbres. Siempre tendrás
la posibilidad de ir con alguna de las caravanas hasta nuestra casa. Allí
serás siempre bienvenido. No te imaginas la alegría de mi madre cuando
sepa que al menos un hijo de su hermana está vivo. Os dábamos a todos
por muertos ¿no te estará pasando a ti como a Usuy (que trae
abundancia)?.
-No, pero no lo descarto, ya he visto algunas jóvenes atractivas y
una me a empezado a llamar la atención .
-Pues espabila -le comenté yo con socarronería, terciando en la
conversación- no tengas que arrepentirte de haber esperado demasiado.
A la mañana siguiente Sayri (quien siempre da apoyo y ayuda) nos
comentó una conversación que había tenido con Parina la noche anterior.
Le pareció que Parina estaba decidido y a él, le sería su ayuda muy útil,
pues siempre tenía mucho trabajo en el saladero.
Después de esos días de tranquilidad nos pusimos en marcha,
integrándonos en la caravana, camino de nuestra aldea.

Duchicela y yo nos miramos, no podíamos mantener la mentira,


además la MAMA-COYA había tenido la prudencia de hablarnos a solas,
podíamos decírselo a ella y que ella decidiera si se mantenía en secreto.
-Cuando estábamos en tierra de los Cañaris -empezó a decir
Duchicela- encontramos una amiga mía, yo la sospechaba casada con mí
hermano Dumma. Ella nos manifestó antes de morir, quien era el padre
del pequeño Dumma y nos hizo prometer que se lo traeríamos. Eso
hemos hecho y yo lo estoy cuidando como mi hijo, por que tememos que
esta situación haga sufrir inútilmente a Sisa (que siempre vuelve a la
vida).
-Creo que soy yo la más adecuada para informar a mi hija, pues
aunque Dumma debió hablarnos de su situación cuando llegó a nuestra
aldea, sin embargo, es lógico pensar, que los fugitivos al llegar a un
lugar extraño, guardan sus secretos. Y cuando ya están integrados les
cuesta mucho trabajo hablar del pasado. Además no sabemos si Dumma
ha hablado de todo esto con Sisa.
La MAMA-COYA quiso que Duchicela y yo estuviéramos presentes
cuando hablara con Sisa, por eso nos mando a buscarla. La encontramos
en su casa trabajando de alfarera.
-Sisa -le dijo Duchicela- tu madre quiere hablar contigo. Puedes
ahora acompañarnos.
Sisa nos miró intrigada ¿Qué es tan urgente para que tenga que
interrumpir mi trabajo?. Pero nos acompañó hasta la casa de la MAMA-
COYA de camino, Duchicela le preparó:
-Cuando estábamos fuera de la aldea, muchas cosas nos han
ocurrido, algunas agradables y otras preocupantes. Casi todas nos han
sorprendido.
-Es lógico -aventura Sisa- todo viaje acarrea contratiempos.
Llegamos a la casa de la MAMA-COYA, aunque Duchicela entró
acompañando a Sisa, yo me quede fuera, hasta que la MAMA-COYA me
mando entrar también
-Takiri, entra tu también, creo que es mejor que todos podamos
comentar lo que tengo que decirle a mí hija. ¿Sisa, no se si Dumma te
ha explicado que cuando salió de su tierra dejó a una mujer esperando
un hijo?.
-Eso no pudo decirlo -intervinó Duchicela- pues cuando salimos
huyendo, nadie sabía que Shabalula estuviera embarazada. Lo único que
podía decir Dumma es que allí, en medio de una guerra, quedaba una
mujer con la que estaba comprometido, las circunstancias habían
impedido que se celebrara el matrimonio.
-Creo recordar que alguna vez Dumma me habló de su salida de
vuestra aldea, también de los amigos, a los que había dejado allí, a
todos los daba por muertos. Pero nunca me habló, claramente, de
ninguna Shabalula. Pero ahora cuando habéis vuelto vosotros, trayendo
al pequeño Dumma, tenía el propósito de preguntar a Dumma, cuando
vuelva para la fiesta de la luna, si él tiene algo que ver con ese niño, no
sólo se le parece, si no que además, tu Duchicela, lo tratas con un cariño
especial.
-Shabalula me dijo, -aclaró Duchicela- poco antes de morir, que su
hijo lo era también de Dumma. Yo le prometí que cuidaría de él y lo
traería con su padre. Yo me he encariñado y me gustaría quedármelo
como hijo.
-Antes de tomar una decisión -afirma Sisa- yo quiero hablar con
Dumma.
La MAMA-COYA se dirige a mi y me manda.
-Takiri, mañana iras a la aldea del Mar y traerás a Dumma, este
asunto no puede esperar más.
A la mañana siguiente, cuando me disponía a cumplir ese encargo,
Duchicela me encareció:
-Explicale a Dumma todo lo que nos explicó Shabalula, así cuando
llegue sabrá por que le llama la MAMA-COYA Kusi, y no será tan grande
la sorpresa.
Al atardecer volví con Dumma y los jóvenes. Dumma casi no habla,
viene ensimismado desde que le conté la historia de Shabalula, todas
sus preguntas habían sido sobre el pequeño Dumma, había sido para él
una gran sorpresa, pues nunca se le paso por la cabeza pensar que
había dejado un hijo en la aldea Cañari, también me hizo varias
preguntas sobre Shabalula.
Al llegar a la aldea, saltó raudo de la barca y yo salí corriendo,
persiguiéndolo, fuimos hacia la casa de la MAMA-COYA, no encontramos
a nadie, seguimos buscando y encontramos en la de Sisa, a la MAMA-
COYA a Duchicela y al pequeño Dumma. Estaban sentadas a la sombra
del árbol del patio, haciendo carantoñas al niño, Dumma se acercó, tomó
al niño en sus brazos y se le quedó mirando.
-No sabía que existías. Pero me alegro mucho de haberte
encontrado -y dirigiéndose a Sisa- ¿ya le habéis dicho que tiene una
hermana?.
-No le hemos dicho nada -intervinó Duchicela- ¿Takiri te ha dicho
que yo lo he adoptado? Esperábamos a que tu hablaras con Sisa para
ver que decidíamos.
El pequeño Dumma correteaba por el patio ajeno a la conversación.
-Al principio me costo -explicó Sisa - entender lo me contó
Duchicela. ¡puedes comprender mi desconcierto!, pero ya he tenido
tiempo de aceptar lo que supuso para ti, abandonar aquel pueblo en
medio de la guerra.
-Sisa perdona que no te hablara de la existencia de Shabalula,
estaba convencido de que había muerto y desde luego no tenía idea de
que quedara embarazada.
Se hizo el silencio, parecía que ya no había nada más que decir. Yo
miraba los ojos de Duchicela, pero me fue imposible leer sus
pensamientos, ella miraba al pequeño Dumma y dijo con decisión,
poniéndose en pie:
-Ya está todo claro, si todos estáis de acuerdo el pequeño Dumma
tiene una hermana que es la hija de Sisa (que siempre vuelve a la vida),
tiene un padre que es Dumma tiene una madre Shabalula que murió en
la sierra y tiene una madre que soy yo y una abuela que es la MAMA-
COYA Kusi (que tiene siempre suerte).
Siguió un profundo silencio, ahora se trataba de que cada uno de
los presentes aceptara esa solución, y fue la MAMA-COYA la primera que
habló casi con la voz solemne de los Consejos de Madres:
-Desde este momento el pequeño Dumma sera mí nieto.
Aunque parezca extraño, de pronto, todos comenzamos a aceptar,
todos apoyábamos las palabras de Duchicela.

DIA MIERCOLES

Cuando llegaron esa tarde, Doña Claudia les dijo que estaba
ocupada con una visita pero que entraran al estudio donde estaba su
marido:
- Ya conocen el camino -Dijo con amabilidad.
D. Miguel casi dormitaba en uno de los sillones, pero reaccionó
nada más vernos, se levantó con la agilidad de sus ochenta años
cumplidos, les estrechó la mano. Encendió la computadora y mientras se
ponía en marcha les dijo.
-Toda la mañana, he estado investigando sobre los cañari, no sabía
mucho de ellos, pues nadie los considera peruanos, sino más bien
Ecuatorianos, aunque después de estudiar sus relaciones con los incas,
se puede decir que muchos de ellos fueron deportados a algunos lugares
del Imperio Inca. Por lo que sabemos fue un pueblo mucho más antiguo
pero sin ninguna apetencia conquistadora, las distintas aldeas sólo se
unían cuando había un enemigo exterior.
Tenían que aliarse para formar un frente común. Lo hicieron y
lucharon contra la conquista y ocupación incas, sin éxito. Pero siempre
rechazaron la dominación y con frecuencia se revelaron, los Cañaris
engañaron y traicionaron cuanto pudieron a los Incas, que intentaron
formar, a partir de las comunidades locales, un ente “cañari”, al que
incluso le pusieron nombre. Para los conquistadores Incas era un pueblo
de costumbres extrañas, desde su peinado por los que lo llamaban, de
modo despectivo, cabeza de calabaza hasta su religión, adorando la
culebra.
En el conflicto entre Atahualpa y Huascar, sobre la sucesión al
cargo de Inca, los Cañaris dieron su apoyo a Huascar pues ya habían
sufrido la crueldad de Atahualpa. Por desgracia, su candidato resultó
perdedor y tuvieron que aguantar la ira y venganza de Atahualpa
triunfante. Según la crónica de Pedro Cieza de León (1547), la masacre
de Cañaris fue tan brutal que sobrevivió sólo un hombre por cada cinco
mujeres. Todo esto pasó antes que Pizarro desembarcara en Tumbes, es
decir, llegara al Perú. Tan pronto supieron de la llegada de un nuevo
participante en el campo político-militar, tres jefes cañari bajaron a
Tumbes para ofrecerle su alianza, siempre con el afán de desterrar a los
odiados Incas.
Desde este momento los Cañaris colaboraron con los españoles en
calidad de guías, cargadores, soldados y hasta consejeros de los nuevos
conquistadores.
Se puede decir que los actuales peruanos también descienden de
los Cañaris, como de los Mochicas, de los Chimus, de los Incas y de los
Españoles.
-En el manuscrito se habla de los chasquis ¿Y quiénes eran los
chasquis? - Preguntó Juan.
-Eran funcionarios de la Organización Inca, jóvenes corredores que
iban de Tambo a Tambo llevando los mensajes del Inca. Estos jóvenes,
entre los 18 y 20 años, preparados físicamente desde su juventud para
recorrer grandes distancias en el menor tiempo posible, de ellos
dependía a veces que se suspendiera una acción militar a tiempo o
llegaran los refuerzos en una batalla.
En los Tambos los chasquis descansaban mientras esperaban al
chasqui en camino. En cuanto avistaban que iba llegando, se preparaban
a salir enseguida, y tomando el bolsón que el chasqui traía, salía
inmediatamente.
En las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega se dice que los
chasquis, gracias a su velocidad y resistencia, llevaban al Inca,
establecido en el Cusco, pescado fresco desde la costa; cubriendo una
distancia de unos 600 km en condiciones adversas tales como la altura
para cruzar la Cordillera de los Andes. El Cusco está a 3.680 metros
sobre el nivel del mar.
Llevaba siempre un pututu para anunciar su llegada, un kipu,
donde traía la información, y un bolsón a la espalda, donde llevaba
objetos y encomiendas. En la cabeza llevaba un penacho de plumas
blancas.
-Cuando yo era escolar, nos explicaron - dijo Rosa- que los Incas
no tenían escritura. ¿Los quipu servían para transmitir mensajes?
-No se conocía la escritura con caracteres sobre una superficie. Se
cree que el quipu era un sistema equivalente a la escritura pues es
posible lograr más de 8 millones de combinaciones gracias a la
diversidad de colores, distancias entre las cuerdas, posiciones y tipos de
nudos posibles.
El quipu (del quechua Khipu que significa nudo), fue un sistema de
cuerdas de lana o de algodón y nudos de uno o varios colores.
Consta de una cuerda principal, sin nudos, de la cual salen otras
con nudos y de diversos colores, formas y tamaños. Los colores se
identifican como productos y los nudos con la cantidad. Puede haber
cuerdas sin nudos, como también cuerdas que no se desprenden de la
principal sino de una secundaria.
Su utilización más conocida es la de sistema de numeración y
contabilidad. Pero podrían ser también libros con una escritura
alfanumérica donde los números, simbolizados en cada nudo,
representan una letra. Fueron utilizados para registrar la población de
cada uno de los grupos étnicos, clasificado por sexo y edad. Las
cantidades de productos guardados en los tambos y de los ganados,
tierras, etc., los calendarios, las observaciones astronómicas, las cuentas
de las batallas y las sucesiones dinásticas y quizás la literatura.
Actualmente se sigue investigando el significado de cerca de 600
quipu sobrevivientes, lo que podría servir para ampliar nuestro
conocimiento.
Siguieron hablando de aquellas historias tan interesante, hasta que
llegó la hora del paseo.
Al dar el primer paso en la calle, D. Miguel se santiguo, sin
ostentación pero sin disimulo, tomó del brazo a Rosa y a Juan le dio la
correa de Ñusty.
-Tal vez - empezó a hablar- se han sorprendido al verme santiguar,
pero esta es una costumbre que empecé ha hacer cada vez que salgo a
la calle, desde hace algunos años. Es lo que hacia mi abuelo. En una
ocasión hasta dijo en voz alta: En el nombre del Padre..... y me dijo:
cuando salgo a la calle podrías pensar que es por que yo quiero, por que
a mi me apetece, cuando la verdad es que salgo porque Dios quiere.
-Esa costumbre- aportó Rosa- también la he visto en algunas
personas en España.
-Pues a mi me costó empezar bastante tiempo después de ver a mi
abuelo. Durante años estuve dando vueltas a unas palabras que escuche
en una canción de un cantante español. Creo que Serrat, que cantaba
una poesía de Antonio Machado: El Cristo de los gitanos, siempre con
sangre en las manos. Y luego : que es la fe de mis mayores.
-En efecto es Juan Manuel Serrat- aportó Juan.
D. Miguel continuó:
-La fe de mis mayores. Eso me intrigaba. Y si mi problema era que
yo me consideraba más inteligente que mis mayores. No podía poner en
duda que mi inteligencia estaba mucho más cultivada que la de ellos,
¡sólo con pensar en mi abuela analfabeta! Pero ¿y si yo tenía más
verdades que ellos, pero había perdido la verdad?. La verdad de mis
mayores. No era más verdadera mi abuela que con sus esposo rezaba
cada día el rosario, o la que iba cada día a misa. No estaría yo
obnubilado por la soberbia de la inteligencia. ¿No se si les aburró con mi
cantinela?
Durante estos minutos, varias personas le habían saludado, él
respondía pero seguía con su verdad.
-No -le animó Juan- nos esta enseñando mucho.
-Pues aquí tienen una nueva lección – levantó la vista ante los
árboles de un Parque diciendo con ironía- esta es la plazuela de Pinillos
en recuerdo de uno de los héroes peruanos, un capitán del Aire, que
también da nombre a Aeropuerto Internacional de Trujillo. Un personaje
importante, pero su plazuela a quedado para parque donde suelto a
Ñusty para que haga sus cosas: ríos y montaña, también corretea a su
antojo.
Como veis hay bastantes niños con sus madres, a veces, con el
padre y también algunas parejas de novios que pasean o se sientan a la
sombra de los árboles. Es un lugar tranquilo.

-Hemos oído hablar de su hija de Lima, -preguntó Rosa- ¿pero


cuantos hijos tienen?
-La mayor, Dulce, es profesora de Historia en la Universidad en
Piura, luego están los dos de Lima: Antonio militar y la médico Laura;
otros dos aquí en Trujillo, la profesora de Secundaria, Luisa que es la
mamá de Marta y el pequeño Pedro, que abandonó los estudios y ahora
es taxista

PARTE 4º: El imperio del Inca

Los soldados del Inca


Siguiendo a nuestras hermanas
Nos dirigimos a las montañas
Nos adentramos por la sierra
Llegada a la ciudad del Cusco
Los libertadores en el Cusco, 1512
Regreso a la Aldea
Día Jueves en Trujillo, Agosto 2008

Camino al Cusco, 1511


Los soldados del Inca

Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) narradora

En el que se hace relación de los acontecimientos sucedidos en la


aldea que motivaron el secuestro de tres jóvenes.

Aquella mañana desperté con un humor raro, por la noche había


sentido un dolor intenso cerca del ombligo que no me dejó dormir bien,
tal vez se me acercaba la Kamachina, mi madre me había hablado de
ese momento, en el que dejaría el mundo de las niñas para entrar en el
de las mujeres ¿No sería ese el motivo?, pero necesitaba correr y gritar,
una punzada de desasosiego me tenía nerviosa, con una tensión
extraña.
Nuestra casa, con el suelo repisado de tierra, es bastante grande.
Varias estancias rodeando un gran patio: el taller de la alfarería con el
horno y los estantes atiborrados de vasijas, la habitación de mis padres
y las habitaciones de los hijos. En la estancia de mi madre ya se
empezaban a oír ruidos, aunque el silencio era total en las demás
habitaciones. Cuando, aun adormilada, apenas estaba encendiendo el
horno, me saluda mi madre, saliendo al patio:
-¿Qué te pasa, Kori?, ya estás trabajando.
-Si, esta mañana me iré con las demás a por arcilla –le explique
excitada.
Mi madre me miró entre sorprendida e intrigada
-Pero a que tantas prisas, si tenemos arcilla suficiente.
-Si, pero necesito respirar un poco, no se lo que me pasa pero
estoy muy intranquila.
-Bueno, hija, haz lo que quieras.
Salí de la casa, las calles estaban desiertas aunque ya empezaban
a despertarse el rumor propio de los talleres. Varios perros me
acompañaban, me encaminé a casa de mi amiga Ururi (lucero de la
mañana) y al entrar en su patio me recibió el alboroto de los pájaros que
daban la bienvenida al nuevo día, yo seguía nerviosa, extraña. Cuando
se levantó Ururi nos fuimos en busca de las demás niñas y nos pusimos
en camino hacia la cascada de los Guacamayos. Todo estaba en calma, el
viento apenas removía las hojas de los árboles, en los que piaban los
pájaros multicolores.
A media mañana llegamos al acantilado, río arriba junto a las
cascadas, donde recogimos la arcilla, rodeadas de guacamayos que con
gran alboroto comían el barro, para alimentarse de algunas frutas que
con es arcilla dejaban de ser venenosas.
Junto al río, se extendía un prado cuajado de flores, al acercarme
una ligera brisa meció, con movimiento ondulante, la superficie florida.
Continué caminando hasta la piedras, que bordean el torrente, que se
abría paso espumeando en una pequeña cascada. Me desnudé y me
acosté de espaldas en el agua de la orilla, cerré los ojos y sentí el
burbujear del agua por todo mi cuerpo. Permanecí tendida viendo los
árboles, escuchando el trinar de los pájaros y sintiendo el vuelo de las
mariposas.
La Pachamama me acariciaba y yo me sentía feliz cuando el agua
se empezó a ensangrentar a mi alrededor.
Tardaron en llegar las demás y se rompió con sus gritos el hechizo.
Sin decirle nada a nadie, me vestí y seguimos la marcha y al llegar al
remanso de la aldea, atamos las llamas, que cargaban las bolas de
arcilla, a la sombra del algarrobo y nos metimos en el agua para
limpiarnos y jugar, todo en nosotras declaraba la pura alegría de vivir,
saltos y cabriolas alborotaban a los peces que huían a esconderse entre
las rocas. El agua del río se amansaba en la curva y su sonido era muy
débil, apenas un murmullo.
- Kori, mira, ¿quiénes son esos? -gritó asustada Ururi.
Desde el río vimos aparecer, por la cumbre del Saraque, unos
hombres; por sus vestiduras sospechamos que sólo podían ser soldados
del Inca. Avanzaban silenciosos y en la cumbre se detuvieron esperando
a los demás, luego la comitiva empezó a descender hacia nuestra aldea.
Nosotras corrimos, olvidando a las llamas y la arcilla, nuestros
gritos de alarma llenaban el aire.
La aldea se movilizó, las Madres se acercaron a la alfarería donde
estaba trabajando la MAMA-COYA Sisa (que siempre vuelve a la vida), mi
madre. Salió precipitadamente de su taller.
Los soldados del Inca se unieron al tumulto lanzando al aire sus
gritos de guerra mientras bajaban las cuesta, pero cuando vieron que
nosotros no representamos ningún peligro, cesaron de repente y todo
quedó en silencio que sólo rompía el rumor de los pájaros. Un silencio
cargado de tensión enmudeció la Aldea, pues no es la primera vez que
nos visitaban, y siempre nos causaban desgracias, ¿Cuál sería esta vez?.
La entrada del jefe, un sujeto serio que marcha muy erguido y con
determinación, no presagiaba nada bueno. Se encaramó en el templo, y
se dirigió a nosotros desde el centro del templo, al lado de nuestra Kala,
se presentó con prepotencia y alardes de autoridad:
- Poneos de rodillas –nos gritaban los soldados-, estáis en
presencia de los Ojos y la Boca del Inca.
Por supuesto que nos negamos y fue nuestra MAMA-COYA Sisa la
que se enfrentó a él, intentando apaciguar sus exigencias, pues sabemos
que según su costumbre, respetará nuestra tradición.
Aceptará que no nos arrodillemos ante nadie y no profanará
nuestro templo, sólo nos pedirá que, sobre nuestras creencias,
aceptemos a Inti como el dios supremo y al Inca como el hijo de Inti.
Esto último es lo que tiene más consecuencias en nuestra vida. El Inca
nos exige tributos.
Junto a los soldados caminaban unas cuantas jóvenes, que por sus
gestos y actitud, mostraban que eran cautivas. Así descubrimos por que
nos visitaban en esta ocasión: debían elegir unas cuantas jóvenes para
llevarlas al Inca y ser educadas como Vírgenes del Sol, Ñustas. Así
podían ser esposas secundarias del Inca, o entregarlas como esposas a
los jefes locales como premios a la lealtad, por eso tenían que ser
jóvenes y por supuesto, de una belleza sobresaliente.
Cuando iban a elegir a quien se llevarían, mi madre nos deformó el
rostro con arcilla a todas las jóvenes, pero cuando nos avistó el Jefe dijo
con voz irritada:
- ¿A sí?, Pues ahora, todas iréis a río.
Los soldados nos empujaban, de malos modos, hasta el río.
- Quiero veros a todas totalmente desnudas – gritó un soldado –
Meteros en el agua y lavaros bien.
Algunas empezaron a llorar cuando los soldados les arrebataron la
ropa sin miramientos, o más bien con miradas lujuriosas. Todas nos
lanzamos al agua para cubrir nuestros cuerpos desnudos y removiendo
la arena enturbiamos el agua para que nos protegiera.
Como castigo, nos hizo salir del río y nos llevo desnudas ante el
Jefe para que escogiera. Nos tapábamos con las manos, pero los
soldados nos empujaban con saña.
De nuestra aldea raptaron sólo a tres. La hija de Qalani (mujer
vigorosa y enérgica), una niña pequeña que comienza a llorar. Ururi
(lucero de la mañana) una joven de mi edad y yo. Ante el llanto de
Kurmi (brillante Arco Iris) quisimos consolarla.
- Kurmi, no llores, nosotras te protegeremos.
Pero ella no se dejaba consolar, pues veía que nosotras tampoco
podíamos hacer nada; es más estábamos llenas de miedo y bajo una
apariencia de fortaleza, temblábamos ante lo que nos espera y
desconocíamos.
Como tributo también exigieron a la aldea, seis llamas de las más
fuertes, además cada una cargadas con maíz, papas y yuca.

Cuando al día siguiente se pusieron en marcha, reuniéndonos con


las jóvenes que llevaban de otras aldeas, se me acercó mi madre y
sigilosamente me aseguró:
-Os liberaremos. Te lo prometo Kori.
Esas palabras resonaron en mi memoria, jornada tras jornada, en
los 34 días que duró el camino hasta el Cusco, cogí uno de los adornos
que llevaba en mi muñeca y lo utilicé como cuenta días, cada amanecer
hacía un nudo, fue mi kipu personal.
Tomamos el camino avanzábamos por una zona desértica con
extensas dunas, en la orilla del camino había grandes árboles que
ofrecían su sombra, y en las zonas de dunas móviles, el sendero estaba
protegido por muros de adobe. Era un camino muy bien cuidado,
llamado el camino de la costa que partía desde El Cusco y bajaba hacia
la costa a la altura de Nazca,y de allí se prolongaba hasta Tumbes
llegando también a la ciudad de Quito. De vez en cuando nos
cruzábamos con otras comitivas. Nosotras estábamos atadas y
caminamos todas juntas. Veía como cada paso nos alejábamos de los
nuestros. Ururi (lucero de la mañana) seguía cada vez más preocupada
mientras que Kurmi (brillante Arco Iris) en su juventud, se iba animando,
conversando con las otras niñas de su edad. Llegamos al final de la
jornada a un Tambo, donde nos alojaron y nos dieron de comer después
de tantas horas de caminata y tristeza.
Por noche el jefe del tambo nos explico que eran los albergues del
camino y también funcionaban como centros de almacenamiento de
alimentos, algodón u otros materiales básicos para la supervivencia. De
este modo, en épocas de desastres naturales, los tambos alimentaban y
proveían de algunos materiales a las aldeas más cercanas.
Era una especie de seguro catastrófico que la administración inca
había creado para su gente. Los tambos se repartían cada 20 o 30
kilómetros (una jornada de marcha de un chaski).
Cuando nos dejaron quedé tendida boca arriba sobre la paja, no
podía dormir. Busqué estrellas, mirando hacia arriba pero no había
ninguna, mantuve los ojos abiertos. Pensando en mi madre, en las
gentes de mi aldea y en Kinu y casi se me llenaron los ojos de lagrimas.
A mi lado, Ururi (lucero de la mañana) se agitaba, tal vez soñando entre
gemidos, o simplemente estaba desvelada como yo. Se giró hacia mi y
temblorosa me susurró
-¿Kori, estás despierta? - yo abrí los ojos y la miré, esperando-
Tenemos que huir.
Entonces la abracé y me abrazó.
-Ururi, -le susurré al oído- tenemos que esperar a una buena
ocasión, ahora estamos atadas y encerradas. Todavía no hemos visto a
los que ha enviado nuestra MAMA-COYA. Ellos nos librarán.
-Pero, Kori, no ves que cada vez nos alejamos más – Se quejó, su
voz reflejaba impotencia y miedo.
-No te preocupes Ururi, estamos juntas, verás como escapamos
antes de que nos hagan ningún daño.
Entre sollozos, nos fuimos durmiendo por el cansancio.
La amanecida nos encontró abrazadas. Comenzábamos una nueva
jornada de camino, y así en días soleados y otros nublados, íbamos
avanzando hacia nuestro destino.
Después de una jornada especialmente fatigosa, varias tormentas
oscurecieron el cielo y nos acompañaron a lo largo del día, llegamos al
Tambo Huacho cuando empezaba a anochecer y entre las nubes rojas
aún brillaba el sol ya casi en el horizonte.
El tambo Huacho me pareció mucho más grande que los anteriores,
no era sólo el almacén de víveres y las viviendas del encargado y los
Chasquis; sino que además estaba rodeado por las chozas de un
guarnición de soldados y un poblado de pescadores.
Cuando llegamos la guarnición la formaban muy pocos soldados, la
mayoría habían salido a pueblos cercanos, para sofocar brotes de
rebelión que, como en otras muchas ocasiones, incendiaban la zona. El
poblado se dilataba rodeando al puerto. Los pescadores salían y
entraban del muelle, dejaban cestas con peces para poner a salar, un
penetrante olor a salitre y peces muertos impregnaba el ambiente. Son
muchos los que tenían la nariz o las orejas cortadas, por algún castigo.
Por las callejuelas de la aldea nos encontramos con un tremendo
alboroto. Uno de los pescadores era acusado de robar y la multitud lo
llevaba entre empujones a la choza del Jefe. Yo estaba bastante cerca
cuando salió a recibir al tumulto. El Jefe era un sujeto alto y mal
encarado, me pareció que no veía por los dos ojos, el derecho lo tenía
inmóvil, y una herida cruzaba su cara desde la ceja a la boca, era la
señal de una batalla, de un golpe recio; también se movía con dificultad.
Los lugareños, entre gritos, acusaban de robar un saco del sal del
Tambo, a uno de ellos, al que rodeaban en actitud hostil, pero él lo
negaba con vehemencia.
La multitud es inhumana por naturaleza, gente que tomadas de
una en una son personas, se convierten en manada aullante cuando son
multitud.
El Jefe mandó llamar al encargado del Tambo, cuando llegó le dijo:
-Investiga con rapidez, si ha desaparecido algún saco de sal del
almacén.
El encargado consultó las existencias y los datos del kipu y pudo
afirmar que era cierta la información.
El acusado por tanto había cometido dos delitos. Robar y mentir los
más graves para los incas, además sigue asegurando que es inocente.
Sólo correspondía hacer una investigación que el Jefe encargó a dos
soldados. Cuando encontraron en la choza del acusado un saco de sal,
no fue difícil llegar a una conclusión y sentencia: culpable.
Y en medio de los alojamiento militares, lo ajusticiaron en
presencia de todos los pescadores para escarmiento.
Nos detuvimos dos días en aquel tambo, luego seguimos el camino,
rumbo al sur, hasta llegar al Tambo Colorado.
Se sucedieron muchas jornadas de fatiga y miedo, nunca me había
sentido tan cansada, además nos alejábamos de nuestra Aldea y de
nuestra gente. Caminatas y descansos, subiendo riscos y cruzando
riachuelos, entre los gritos y empellones de los soldados cuando alguna
caía al suelo por agotamiento. Todos mis recuerdo del viaje son
dolorosos.

Camino al Cusco, 1511


Siguiendo a nuestras hermanas

Kinu (hombre despierto y vivaz) Narrador, enamoriscado de Kori

De la reacción de Kinu ante el secuestro de su amada y de como


se puso en marcha para liberarla.
Los jóvenes nos agitamos ante el secuestro de nuestras
compañeras. Era un comentario común:
-No podemos conformarnos. Nosotros no aceptaremos de ninguna
manera la prepotencia de ese pueblo dominador. Tenemos que liberarlas.
Nadie puede someternos de esa manera.
Nuestra MAMA-QOYA Sisa (que siempre vuelve a la vida) seleccionó
a unos cuantos, entre los más fuertes. Dio su autoridad a Utuya (mujer
fuerte y decidida), una madre joven hilandera, regordeta pero muy
enérgica y ágil, a la que todos respetábamos. El grupo lo formarían en
total 16: cuatro madres, tres padres, cinco chicas y cuatro chicos. Al
recibir la noticia me puse en marcha de inmediato, busque a la MAMA-
QOYA Sisa y me presenté voluntario, pues aunque yo siempre procuraba
mantenerme alejado de los problemas, estaba enamorado de Kori (mujer
valiosa y de gran sensatez), y esperaba, como ella me había dicho, que
ese año me elegiría para casarnos. La MAMA-QOYA aceptó que yo
también fuera en la expedición.
La víspera de nuestra partida me fui al río, a la pequeña playa de
guijarros. Subí por el peñasco y me acomodé entre los matorrales, bajo
el gran algarrobo, allí con frecuencia me encontraba con Kori para mí: la
más hermosa, delicada, suave y siempre sonriente de las mujeres.
Aquellas conversaciones se nos habían hecho cada vez más
necesarias, fantaseábamos sobre nuestro presente y futuro. Aquí nos
dijimos que, cuando estuviéramos lejos uno del otro, la luna sería
nuestra alianza, y al mirarla, escucharíamos lo que el otro le estuviera
diciendo, ahora era la ocasión. Un rato largo estuve mirando la misma
luna que ella vería. Aunque pueda resultar exagerado, lo cierto era que
con frecuencia, me parecía oír música cuando estaba junto a ella, y
ahora que estaba lejos, todo había perdido sentido y color.
Recordé sus carcajadas el día que apareció un hombre que
caminaba por la ribera desierta del río. De vez en cuando se detenía a
mirar alrededor, pero luego proseguía la marcha. el sol desaparecía poco
a poco, demorándose entre los árboles. Por fin llegó a un lugar que
pensó sería adecuado: unos cuantos árboles sombreaban una roca que
entraba en el agua. A lo lejos el sendero se elevaba en el margen rocoso
del arroyo. Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) me miró al reconocer
al caminante, no pudo contener su alegría, pues aquel paseante nómada
narraba leyendas y cuentos, historias de nuestra gente.
Durante los días que estuviera en nuestra aldea estaba asegurada
la diversión. Pero hoy hasta el río daba la impresión de que discurría con
desgana. Después de un rato en la orilla del Virú, gravé la señal de su
nombre sobre la arena y pensando en ella volví a la aldea a preparar la
partida.
Ya amanecía cuando nos pusimos en marcha. Formábamos un
pequeño grupo y avanzábamos con rapidez, teníamos que dar alcance a
la caravana de los soldados. Cuando los avistamos por primera vez,
estaba terminado el día y se instalaban en uno de los tambos, nosotros
tuvimos que pasar la noche al raso, alejados del camino y ocultos por
unas dunas, pero vigilando por turnos. Las tenían a todas atadas, dentro
de un cercado, al lado del Tambo. Al menos la noche era agradable, sólo
una suave brisa marina, movía unas pocas nubes que apenas ocultaba y
mostraban a la luna, que parecía ajena a nuestra desdicha.
En el cielo palpitaban las estrellas. Mientras el viento traía, de vez
en cuando, un rumor de cantos y gritos que del Tambo salían. A hora
inusitada de la noche, escuché en la bruma del sueño, gritos recios en el
Tambo que sugerían cualquier situación extrema, tal vez las cautivas
habían intentado huir.
Apenas hubo claridad a la mañana siguiente cuando volvimos a
ponernos en camino. Nuestra misión consistía en no perderles de vista
pero sin que nos vieran sus captores. Esa maniobra no era nada fácil,
pues el desierto, con sólo pequeños matorrales, se extendía a ambos
lados del camino. A veces se acercaba hasta la costa o había árboles
plantados a sus riberas para dar sombra a los caminantes, eran
ocasiones en las que nos acercábamos más, pero eran acercamientos
inútiles, pues no podíamos ponernos en contacto, para que supieran que
estábamos allí y dispuestos a ayudarles.
Poco a poco nos fuimos concienciando que nuestra tarea no iba a
ser fácil. Con igual monotonía se repitieron varias jornadas, el hambre
empezó a ser nuestro principal problema, había que racionar lo que
teníamos y tratar de cazar algún pájaro o conejo, también encontramos
nido con huevos en algunos árboles; no obstante no hay nada peor, que
tener sed y no tener agua y esa situación también la vivimos con
frecuencia. Un vaho ardiente flotaba en el aire desfigurando el perfil de
las dunas.
Avanzábamos por el dorado deslumbrante de las dunas, a nuestra
derecha se extendía el azul intenso del mar y entre la arena y el mar, el
blanco de las olas espumeantes.
Íbamos fuera del camino, para no ser vistos o interceptados. Utuya
(mujer fuerte y decidida) nos mandó aprovechar, para que a la vez que
caminábamos, fuéramos con los perros intentando cazar. Mullu (hombre
cuya presencia trae suerte) un joven de mi edad, que no me tenía
demasiada simpatía, pues pensaba que yo era responsable de no se que
cosas sucedidas en el pasado, era el más experto, él nos dirigía en la
caza. No era fácil, aunque a veces veíamos algunos conejos pero
desaparecían con premura entre los matorrales buscando sus
madrigueras.
En una ocasión, Mullu levantó la mirada y vio algo que le hizo
empezar a correr. Yo seguí su mirada pero no vi nada; pero en ese
momento reparé en uno grupo de conejos que saltaban entre las
hierbas. Los perros corrieron para tratar de cerrarles la retirada a sus
madrigueras. Cuando lo conseguían, mientras uno de nosotros lo
perseguía, los demás nos dispersábamos tratando de sorprenderlos entre
los arbustos o facilitar a Mullu que lo pudiera alcanzar con sus flechas. Y
todo esto sin hacer mucho ruido. Nuestros perros no ladran, sólo se
relacionaban entre ellos con gruñidos. De vez en cuando podíamos tener
carne fresca, pero otros días que conformarse con nuestra hambre.
Hasta que llegamos al río Santa, entonces las cosas tomaron un
cariz realmente malo, pues el gran puente que ellos cruzaron, estaba
vigilado y nosotros no podíamos usarlo, ya que no teníamos ninguna
autorización ni motivo que alegar. Tampoco podíamos cruzar vadeando
pues era un rio hondo, ancho y de gran corriente.
Nos dirigimos arroyo arriba buscando un lugar en que fuera posible
vadearlo. Los pájaros se asustaban a nuestro paso. Remontaban el vuelo
por encima de nuestras cabezas, se alejaban con sus trinos en cualquier
dirección.
Encontramos otro puente en este caso un grueso cable de maguey
se extendían de una orilla a la otra, por el cual se deslizaba un recipiente
a manera de canasta, dentro de la cual se metía el viajante y era halado
por un guardián dedicado a esa labor.
Este guardián nos acusaría si nos presentábamos queriendo cruzar.
Tuvimos que dedicar varios días a subir por la ribera del río con
premura y desesperación, no podíamos esperar la bajada de la crecida
que no sabíamos cuando llegaría. Encontramos un lugar tranquilo,
rodeado de juncos que se mecían suavemente y a la sombra de un gran
árbol vislumbramos a una puma, con sus tres cachorros, que
jugueteaban a su alrededor, tuvimos tiempo para escondernos entre las
rocas de la ribera, pero tal vez nos intuyó, pues se fue alejando con
precaución, una puma con cachorros es siempre muy peligrosa, con
facilidad se siente acosada y reacciona con extrema ferocidad.
Después de subir un terraplén arenoso, alcanzamos un lugar donde
era fácil llegar hasta la mitad del río, trepando por un árbol caído y
remolcado, que estaba detenido por unas rocas, desde allí podríamos
nadar hasta la otra orilla. Sería una maniobra peligrosa, pues el agua
embravecida nos podía arrastrar.
Era Qalani (mujer vigorosa y enérgica), una joven madre de unos
25 años, su hija era una de las cautivas, también tenia dos hijos más,
todavía sin nombre. Atlética y acostumbrada a los ríos, pues dedicaba
varias horas al día a buscar oro y otros metales en nuestro Virú. Ella fue
la que se lanzó en primer lugar, atada con una soga a la cintura.
El agua la arrastraba, pero llegó a la otra ribera, aunque río abajo,
en un arenal con juncos y flores. Subió por la ribera hasta nuestra altura
y sujetó la soga a un árbol, le enviamos con facilidad otra cuerda. Ya
teníamos una para agarrarnos con las manos y otra que situaríamos un
metro por debajo para ir apoyando los pies, era un puente improvisado y
provisional pero suficiente.
Empezamos a pasar, cuando le tocó a Mullu (hombre cuya
presencia trae suerte), se mascó la tragedia, pues resbaló y quedó
sujeto sólo por una mano, en la otra llevaba uno de los perros, el perro
se asustó y al revolverse, hizo que los dos cayeran al río. Al caer, el agua
lo lanzó sobre una roca, en la que se golpeó, se hundió, volvió a salir y a
sumergirse. Todavía no se sabe si por valentía o por imprudencia, yo me
impulsé al agua. Con dos brazadas pasé de la zona estrecha de las rocas
y llegando hasta donde el río se ensanchaba y el agua se remansaba. No
me fue difícil agarrar a Mullu, que era arrastrado inconsciente, y llevarlo
hasta la orilla. Qalani (mujer vigorosa y enérgica) y los que ya habían
cruzado, a la carrera se allegaron hasta nosotros y nos sacaron del agua.
Arrastraron sobre la arena el cuerpo de Mullu, tenía una brecha en
la cabeza que sangraba. No tardó en abrir los ojos y empezó a quejarse
también de dolor en un brazo. El perro salió del agua por su propios
medios. Al lugar fueron llegando los demás. Y Utuya (mujer fuerte y
decidida) determinó que en aquel arenal del río Salta permaneceríamos,
hasta que Mullu recuperara las fuerzas para seguir adelante. Amaya (hija
muy querida) una madre muy joven, acababa de poner nombre a su
primera hija, entendida en hierbas y curaciones, preparó con raíces y
hojas, un ungüento con el que cubrió las heridas después de limpiarlas,
también le inmovilizó el brazo dañado con unas cañas y lo recostamos a
la sombra de un gran árbol.
Teníamos mucho tiempo para pescar y cazar algunos patos, con
frecuencia llegaban bandadas de aves, hasta los árboles que rodeaban al
río, llenándolo con su algarabía y sus colores. También encontramos
frutas, raíces y algunos huevos en los nidos de los pájaros, que daban
variedad a nuestra comida.
Cuando a Mullu le explicaron su accidente y cómo yo me había
lanzado a salvarlo, quiso hablar conmigo.
-Muchas gracias, Kinu -me dijo la primera vez que pasé a su lado-
creo que tu valor me ha salvado la vida.
-Salté sin pensar -le contesté, preguntando- ¿te sigue doliendo el
brazo?.
-Si, todavía no lo puedo mover, aunque la herida de la cabeza casi
se ha cerrado con el ungüento de Amaya (hija muy querida).

Habíamos perdido varios días, cuando nos pusimos de nuevo en


persecución de nuestras hermanas. Nos dirigimos rumbo al mar para
buscar el camino, varios días después lo encontramos y seguimos
nuestra marcha, las habíamos perdido de vista, pero como estábamos
descansados, apretamos el paso.
-Cuanto más nos acerquemos al Cusco -comentó Amaya - más
difícil será. Seguro encontraremos más soldados. Tendremos que darnos
prisa en alcanzarlos.
Hicimos nuestro camino sin descansar apenas. Poco se hablaba
entre nosotros, y la mayor parte del tiempo sólo se percibían nuestros
pasos, hasta que alguien entonaba una u otra canción, y íbamos uniendo
nuestras voces. No solían ser canciones alegres, pero nos ayudaban a
caminar. Lo peor de la caminata era el aburrimiento, las horas se
amontonaban, el cuerpo seguía por inercia y se dejaba de pensar por la
fatiga.
Mucho tenía de majestuosa, la solitaria desolación de los parajes
por los que avanzábamos: mar y dunas de arena, cielos nublados y
estrellados, soledad y hambre, un día y otro. Y en medio, nuestra
caravana, un grupo pequeño de personas con una misión que cumplir.
Nos acercábamos con cautela a los Tambos que encontrábamos,
pero no había rastro de Kori (mujer valiosa y de gran sensatez), Ururi
(lucero de la mañana) o Kurmi (brillante Arco Iris), ni de sus captores.

Una tarde nos paramos antes de lo habitual, los alrededores de un


Tambo detuvieron nuestro avance, nos sorprendió lo importante que era.
Conseguimos infiltramos y averiguamos que habían estado allí,
pero ya se habían marchado rumbo al Cusco.
Pero al enterarnos de que era el Tambo de Huacho.
-Antes de seguir, -dijo Utuya (mujer fuerte y decidida)- podemos
ponernos en contacto con los del Barrio de la Salina. Tal vez nos puedan
informar mejor.
En nuestra Aldea, habíamos escuchado muchas veces, la narración
de un encuentro con la MAMA-COYA Waywa en aquel antiguo viaje
comercial, cuando un grupo de nuestra aldea, viajó tratando de
conseguir metales. Está sería una buena oportunidad de conocer como
se encontraba, después de tanto tiempo sin tener noticias de ellos. Para
buscarlos, paseamos por los alrededores de la Salina y preguntamos, sin
saber como preguntar, por nuestros hermanos. Tuvimos muchos
rechazos, algunos desairados, que agudizaron nuestro interés.
-¿Por qué nadie quiere hablar? -Pensé con temor- ¿Qué ha pasado?
Un niño nos habló de una abuela que lo podría saber y nos
encaminó hacia donde encontrarla.
A la anciana la encontramos moliendo maíz, nos observó a todos
con sumo interés, giró la cara buscando nuestros ojos, las manos le
empezaron a temblar ligeramente, cuando tocaba nuestras manos.
Sapana (Hija única) era un mujer emotiva, de lágrima fácil, con los
sentimientos a flor de piel, pero recelosa y firme. En ella se intuía la
gracia de la joven que había sido, hacía ya tanto tiempo.
La gente pasaba por la calle despreocupada. Cuando estuvo segura
de que nadie podía oírla, Sapana se giró hacia nosotros y nos dijo en
tono amable:
-Por favor, acompañarme – se puso en pie y comienzó a andar con
paso lento y renqueante, hacia la orilla del mar. Todos la seguimos.
Bajamos una cuesta de pendiente suave y cruzamos un pequeño
arroyo, alejándonos del pueblo. Nos quería llevar lejos de oídos
indiscretos. Mujer robusta, enérgica aunque su ojos reflejaban el
cansancio de una larga vida, acentuando sus palabras con gestos de la
cara y de las manos. Se sentó a la sombra de un gran árbol, nosotros
nos acomodamos a su alrededor, se escuchaba el leve rumor de los
árboles, movidos por la brisa, el canto de los grillos y el oleaje lejano.
Después de volver a mirarnos detenidamente a cada uno de nosotros,
explicó con unas palabras que me sonaban a antiguas, por la cadencia
de su pronunciación:
-Yo fui una de las primeras niñas que nació en Huacho, cuando
llegaron aquí mis antepasados, al terminar el gran viaje desde su Aldea
de origen. Muchas veces he oído las narraciones y otras muchas veces
yo he sido la narradora. Hace diez años sufrimos una tremenda
persecución de la que todavía no nos hemos recuperado.
Durante los primeros años nuestra Aldea se vio reducida a un
barrio de este pueblo, éramos apenas cinco familias. Empezaron, para
tener algo con que comerciar, a salar pescado como era nuestra
costumbre, para eso hicimos una gran salina, que al poco comenzó a dar
sus frutos, sacos de preciosos y brillantes granos de sal. A cambio de sal
conseguíamos pescado que limpiábamos, quitando las cabezas y las
vísceras, para luego ponerlo un tiempo entre capas de sal, hasta que los
lavábamos y oreábamos en un sitio fresco. Una vez salado, los
cambiábamos por otros productos.
En pocos años, nuestro barrio creció y lo fuimos adornando y
enriqueciendo. No tardó mucho en surgir la envidia, con desprecio nos
llamaban: “los salineros”. Algunos se burlaban de nuestras costumbres y
creencias. Y menudeaban las pequeñas agresiones.
Todo se complicó cuando se convirtió en Cacique una persona que
nos tenía un odio mortal e insensato. Algunos decían que el padre de su
madre era un salinero que había violado a una chica del pueblo, pero ese
rumor no era muy creíble. Sea lo que fuera, ese Cacique nos quiso
expulsar del pueblo. Al negarnos, mandó tapiar las calles que entraban a
nuestro barrio. Tardaron un tiempo, fue un proceso lento, y cada vez nos
obligaban a dar una vuelta más larga para llegar al mercado.
Hasta que un día todas las calles estaban tapiadas, convirtieron
nuestro barrio en una cárcel. Las primeras semanas, a pesar de las
restricciones, no fueron tan trágicas como las siguientes, cuando empezó
a escasear el alimento y se hizo cada vez más difícil alimentar a los niños
y ancianos , y comenzaron las muertes. Se reunió el Consejo de madres
y en aquel ambiente de pesadumbre tomó la palabra la MAMA-COYA:
-¿Qué vamos a hacer? Necesitamos actuar de una vez. Nuestra
gente está atemorizada y las cosas va a ir a peor.
-Pero no podemos – arguyó una Madre- poner en peligro la vida de
nuestros hermanos.
-Ha llegado el momento de rebelarnos, -contestó la MAMA-COYA
con decisión- cuando más lo retrasemos más vidas pondremos en
peligro. Las Madres jóvenes organizaron patrullas de hombres y jóvenes
para intentar salir de esta cárcel.
-Si lo hemos de hacer -sugirió otra Madre- el sitio más adecuado
parece que es la calle de la Salina, aunque es alta, la muralla está
alejada del pueblo y no suele estar muy custodiada.
-Necesitamos actuar -terminó la MAMA-COYA- con inteligencia y
valor. Todos estamos implicados.
Algunos jóvenes intentaron romper el cerco y traernos alimentos,
pero los cogieron y mataron. El ejercito del Cacique era muy superior a
nuestras fuerzas, que además nos íbamos debilitado por la hambruna.
Fueron días de sufrimiento, cada familia se vio afectada por la
tragedia. Algunos vagaban buscando, con desesperación, algo que
comer, otros preguntando por algunos de sus familiares perdidos. Nos
convertimos en un barrio fantasma silencioso y atemorizado. Del otro
lado de la muralla, jóvenes y niños nos lanzaban piedras, y en algunos
casos antorchas encendidas, que propagaban el fuego por nuestras
chozas .
La llegada de los soldados de Inca fue para nosotros la salvación,
hizo que no fuéramos exterminados totalmente, pues tomaron la ciudad
matando al Cacique y dispersando a su ejercito.
Los soldados se asombraron cuando, al llegar hasta nuestro barrio,
y derribar los obstáculos de las calles, nos vieron, a los pocos que
quedábamos, esqueléticos y hambrientos. Nos movíamos como muertos
vivientes, incapaces de reaccionar, hasta que, poco a poco, nos
alimentaron y fuimos recobrando las fuerzas.
Apenas quedamos 19 supervivientes, decididos a reconstruir
nuestra cultura. Habíamos aprendido tantas cosas que, por ahora,
procuramos mantener nuestras actividades lo más secretamente posible.
Yo soy la nieta de la MAMA-COYA Waywa y antes del desastre fui elegida
MAMA-COYA.
-Perdona Sapana (Hija única), yo he escuchado a mi madre –
expuso Amaya- decir que su madre era hija de una hermana de Waywa.
Tu abuela y mi bisabuela eran hermanas. Waywa dejó en la Aldea,
cuando la abandono, por lo menos a seis hermanos, que yo recuerde
haber oído mencionar en las historias de la llegada al Virú.
La conversación se extendió con tantos recuerdos familiares y
personales, no podíamos ponernos de acuerdo sobre la actuación de la
MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo que quiere), pues para la
historia de Huacho, no había estado a la altura de las circunstancias, al
retrasar la salida por la tormenta de arena, mientras que la decisión de
Waywa de marchar había salvado a su pueblo.
Lo que ellos no sabían o no querían aceptar era que la actuación de
la MAMA-COYA Tintaya, había salvado a todo el pueblo, y no sólo a
algunas familias, con hizo Waywa.
Al preguntar por las que nosotros buscábamos, no nos pudo decir
nada, sólo que el grupo de soldados había seguido su camino al Cusco.
Se hizo el silencio, nadie habló, no había nada que decir.

Seguimos el camino dejando atrás el Tambo de Huacho. Al poco


subimos unos cerros de muy poco altura y nos encontramos con una
maravilla, una extensa laguna con frondosa vegetación y con muchas
clases de pájaros, una laguna encantada, en medio de tanto desierto.
Fue la ocasión para bañarnos, cazar algún pato y pescar. Una bandada
de pájaros llegó de imprevisto y se ocultaron entre las ramas de un
árbol. No podíamos detenernos más aunque el lugar nos recordaba a
nuestro río Virú. Acompañados por el canto de los pájaros, que poblaban
las orillas, nos pusimos de nuevo en marcha.
Tras una larga y fatigosa jornada acampamos en las afueras de un
tambo. Habíamos corrido y andado el doble de lo normal, por un camino
llano pero polvoriento.
Atravesamos un riachuelo y dos cerros que resultaron más altos de
lo que parecían a primera vista. En un día habíamos superado dos
Tambos pero no habíamos visto más que vestigio de los que nos
precedían, la jornada no se interrumpió con la puesta de sol, aunque al
caminar se perdían los contornos de los montes y de los grandes árboles
envueltos en las sombras a la tenue luz de la luna, seguimos caminando
hasta el agotamiento. En los días siguientes encontramos muchos
Tambos y los supéramos en nuestra marcha hacia el sur.
Un día, al despertar, todos estábamos cubiertos de pequeñas
hormigas, sin saberlos aquella noche habíamos dormido sobre la entrada
de un hormiguero. Después de interminables jornada, de fatigoso
caminar, a veces con hambre y otras con sed, un día, a la caída de la
tarde, coronamos una loma desde la que se oteaba el Pucahuasi (Tambo
Colorado) a orillas del río Pisco, es la ciudad más grande que habíamos
visto en nuestra vida y por supuesto la más cuidada.
De lejos su muralla pintada con franjas de blanco, rojo y amarillo,
resultaba impresionante. Allí se cruzaba el camino de la Costa con el que
se dirigen al Cusco subiendo por los montes.
Nos separamos en tres grupos para poder entrar en el tambo
discretamente:
-Tenemos – explicó Utuya (mujer fuerte y decidida)- que ser muy
cautos y movernos con sumo cuidado para no llamar la atención.
Encontramos varios recintos que servían de alojamiento para los
funcionarios, para sus chasquis y para un pequeño ejército. También
vimos grandes almacenes y depósitos. Alrededor de una gran plaza
destacaban el Templo del Sol, Casa de las Vírgenes y el Palacio-mansión
de la autoridad máxima y donde se hospedaba el Inca en sus viajes por
la zona.
Nos admiraba el trazado de las calles, estrechas pero rectas y las
casas con puertas angostas pero altas y la fachadas decoradas con
muchas ventanas. Al ver nuestras caras de asombro un viandante nos
manifestó:
-Estas casas están muy bien, pero nada al nivel de las del Cusco.
En la Casa de las Vírgenes del Sol no estaban Kori, Ururi, ni Kurmi,
pero nos entéramos que las habían llevado al Cusco junto con las otras
jóvenes.

Nos dirigimos a las montañas

Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) narradora

De lo que acaeció durante el viaje hasta llegar al Cusco.


Al ponernos en marcha una vez más, el paisaje comenzó a cambiar,
abandonamos la orilla del mar para internarnos en los montes, pronto
nos encontramos con zonas de bosque cerrado en el que no penetraba la
luz y con pendientes resbaladizas a causa de la humedad.
Cuando el día terminó ya estamos en medio de las cumbres. Por la
noche me desperté tiritando varias veces, nunca estaba lo bastante
caliente. Al día siguiente amanecí con el cuerpo tan entumecido que no
podía ni moverme, con una serie de movimientos lentos, acompañando
cada uno de ellos con un gemido, me levanté.
El paisaje desplegaba todos los matices de verde, bajo la tenue
neblina del la mañana. Ese día contemplamos maravillados, como por las
laderas de los montes cercanos, trotaba un inmenso rebaño de vicuñas,
guanacos y alpacas, repartidos en grupos numerosos, interminables.
Todo el monte parecía vivo, se movía como el oleaje marino, el ruido de
sus pasos, amortiguado por la lejanía, nos llegaba, como el chocar de los
guijarros al retirase, las olas en un mar embravecido. Ante nuestros ojos
parecían hormigas blancas y doradas que volvían con premura a su
hormiguero. Hasta que descubrimos la razón de su carrera: pequeños
grupos de pumas las perseguían y acosaban.
Poco a poco el cielo se fue cubriendo de nubes que presagian lluvia,
marchábamos despacio, atemorizados por los relámpagos que rompían
el cielo y los truenos que retumbaban por el valle, empezó a llover,
gruesas gotas golpeaban los hojas de los árboles y el suelo olía a tierra
mojada.
Al tomar una curva, en la ascensión, vislumbre el Tambo del final
de esa jornada, aceléramos el paso, jadeando, con la garganta irritada
por el aire congelado, los dedos de los pies dormidos, la nariz y las
orejas enrojecidas, llegamos. Cuando entramos, rápidamente me arrimé
a la hoguera, y me sentí caliente por primera vez, desde que
comenzamos a alejarnos de la costa y nos adentramos en los montes.
Me mantuve tan cerca como era posible, lo bastante cerca como para
sentir que mi cara se calentaba, casi se me quemaba. En el interior no
había más luz que la hoguera, pero era más que suficiente para ver y
comer lo que nos dieron.
El encargado, un hombre delgado con la boca rodeada de arrugas y
mirada amable, acostumbrado a días de frío y nevadas, nos atendió con
afabilidad ayudado por su esposa. Sus dos hijos mayores son de los
chasquis del Tambo.
Con la amanecida de nuevo el camino. Casi todo el día caminamos
por encima de las nubes, que de vez en cuando se movían y nos dejan
ver, iluminado, parte del gran valle, pero al poco tiempo se nos volvía a
ocultar, la densa niebla nos impedía ver los árboles. A lo lejos se divisaba
un gran incendio que asolaba la ladera de la montaña. Hasta nosotros
llegaba la humareda, que impregnaba de olores tostados el ambiente, y
nos dificultaba la marcha. Después de una empinada ascensión pasamos
un túnel construido en la roca para acortar, en algo, el camino. Al salir de
nuevo a la luz, por decenas nos recibieron los colibríes, que de flor en
flor, centelleaban su arco iris de colores, el túnel no era muy largo pero
si muy oscuro, la humedad resbalaba por sus paredes convirtiendo el
suelo en un lodazal.
La tarde avanzaba con rapidez y el sol comenzó a negarnos su
calor. Yo seguía obsesionado con el frío, con cada nuevo jadeo, el aire
cortante me hacía arder la garganta. Tuve la suerte de no asoracharme
por la altura de aquella sierra. Por la noche muy cerca de mi, en busca
de calor, sufriendo en silencio estaba Ururi (lucero de la mañana) a la
que divisaba más niña de lo que era, con susto en la cara y esporádicos
temblores de miedo y frío. Murmurando algo en sueños, antes de caer
también yo rendida por el cansancio.
Tras la noche comenzó un día de descanso, a media mañana
escuchamos el sonido del pututu (caracola), era el aviso del Chasqui que
llegaba, así prevenía con tiempo, al que tenía que tomar su relevo hasta
el próximo Tambo y convocaba a todos los habitantes que se
congregaban para escuchar las noticias que trae.
Durante la noche y la mañana siguiente, sopló un viento
embravecido, levantando torbellinos de nieve que nos golpeaba las
mejillas y disminuían la visibilidad. Al salir lo encontramos todo nevado,
el cielo estaba tan cerrado que la luz del sol apenas lo atravesaba, por
supuesto, ningún rayo iluminaba el paisaje. Descubrimos lo duro y difícil
que era caminar sobre la nieve que nos cubría hasta la rodilla y pensé en
el Chasqui que esa misma mañana, había salido para hacer su trayecto.
De pronto un tremendo ruido, rompió el silencio, caminábamos en
la mitad de una ladera y en la cima comenzó el rugir de una avalancha,
grandes extensiones de nieve se deslizaban hacia nosotros,
arrastrándolo todo, rocas, arbustos y animales. Conforme avanzaba la
gran nube de nieve, temimos que nos alcance, no podíamos hacer nada.
Ururi (lucero de la mañana) me gritó al situarse al amparo de una roca y
junto a ella nos acurrucamos algunas jóvenes, la avalancha llegó casi
inmediatamente, vimos como arrastraba a los que iban a la cabeza de
nuestra caravana, no se oía nada, apenas se le veía gesticular
arrastrados ladera abajo. Nosotras permanecimos atónitas viendo como
una parte pequeña de nieve nos pasaba por encima. Con la misma
rapidez con que surgió el ruido, se hizo el silencio, entonces comenzaron
los gritos de los soldados tratando de organizar la caravana.
Hemos tenido suerte sólo unos pocos habían desaparecido, no
estábamos en el centro de la avalancha, pero el camino había
desaparecido, ademas no se podía avanzar sobre tanta cantidad de
nieve, y allí nos quedaríamos rodeados de nieve. Tal vez al día siguiente,
la nieve se helaría, y aunque difícil sería posible continuar.
Todos nos reagrupamos cerca de la roca para pasar la noche, antes
de dormir plácidamente protegida por el calor de otros cuerpos, volví a
pensar en mi aldea y en la triste situación en la que nos encontrábamos.
Nos llenamos de alegría cuando, a la vista de la situación, nos
alentó el Jefe.
-Animo, en la próxima jornada llegaremos al Cusco.
El día siguiente, con la tarde ya avanzada, mientras el sol se
suavizaba, divisamos una ciudad a lo lejos, de ella nos separaba un
profundo barranco por el que descendía el camino para luego
zigzagueando ladera arriba llevarnos a la meta. Desde una pequeña
loma, barruntamos la ciudad con sus palacios relucientes, nos quedamos
maravillados. Se presentaba ante mis ojos la panorámica más
asombrosa que había visto en toda mi vida: El Cusco.
Desde donde estábamos, ayudé a distinguir a Ururi, los palacios
con sus grandes fachadas de piedra y fuera de la ciudad las chozas de
los campesinos y transeúntes.
El jefe de la caravana nos detuvo a todos y exclamó emocionado:
-Desde aquí se ve mí casa. Veis los tres ríos que rodean una
pequeña colina sobre la que se recuesta, como un puma, la ciudad.
Todos sabemos que la cabeza es la fortaleza de Sacsayhuamán y el
corazón el Koricancha.
El espectáculo que contemplaba era más grandioso de lo que nunca
yo había imaginado. Alrededor de una gran plaza, las fachadas,
adornadas con placas de oro, centellean con la vida que les daba el sol
del ocaso.
-Junto al Koricancha está el palacio del Inca y el de las Vírgenes del
Sol -sigue informándonos- Pasaremos la noche en una cueva de la ladera
y mañana llegaremos a la ciudad.

Nos adentramos por la sierra

Kinu (hombre despierto y vivaz) Narrador, enamoriscado de Kori

En el que se hace relación del viaje desde el Tambo Colorado al


Cusco, con las dificultades que supone el frío y la altitud.

Nada nos retenía en el Tambo Colorado, en el bullicio de la gentes,


nos arrimamos a una caravana que se dirigía al Cusco, para celebrar la
fiesta del Sol Naciente, al ser un grupo numeroso, nosotros podíamos
pasar desapercibidos.
Uno de ellos, después de mirarnos con una sonrisa, nos amonestó:
- ¿Pensáis ir con sólo esa ropa?. Así poco aguantaréis. Sentiréis un
frío como nunca en vuestra vida, vosotros lleváis ropa para el desierto,
no para la montaña y menos para estas montaña.
Nos acompañó a comprar mantas y pochos de lana, nuestra ropa
era de algodón bastante liviano y necesitaríamos ropa de lana de llama,
gruesa y caliente, para las madrugadas, en las alturas de la sierra,
También nos animaban a comprar coca pues la requeriríamos para
tolerar la dureza del camino.
Y obedeciendo esos y otros concejos, nos pusimos de nuevo en
marcha.
Varias jornadas después, a media mañana, comenzó a caernos una
lluvia fina que enseguida nos dejaba calados, pero seguimos adelante
con más determinación, andando sobre una tierra que se había
convirtiendo en barro. Hasta que la pendiente se suavizó, como si
hubiéramos llegado a una cima, pero siguió lloviznando con una lluvia
persistente, una lluvia furiosa, que amenazaba con volverse eterna. Al
borde del camino los árboles brillaban a la mortecina luz del mediodía,
algunos conservaban las últimas hojas, casi muertas, en la ramas, otros
estaban ya totalmente desnudos.
Comencé a escuchar un murmullo constante y desconocido, al
voltear una curva del camino vimos que era agua que se precipitaba
espumeando toda la pared. Surgía a media ladera de la montaña, el
agua tal vez había horadado el monte, y surgía con violencia por varios
lugares desde donde se precipitaba al vacío. Agua golpeada por agua en
la caída interminable de la cascada. Varios metros más abajo se formaba
una corriente de aguas cristalinas, la ladera repleta de colores, piedras
de distintos metales, que brillaban reflejando la luz filtrada por la
neblina.
Desde las cumbres el río avanzaba, con incesante furia, a través del
profundos barrancos, quebradas y tajos. Un tosco puente nos dejaba
cruzar el riachuelo. Envueltos en el canto de las ranas, el piar de los
pájaros, y contemplando las orquídeas colgando de los árboles, no
podemos olvidar el peligro en que siempre estamos. Unos pájaros trinan
en la distancia, tal vez anunciando nuestra llegada. Me acordé de Kori
(mujer valiosa y de gran sensatez), aunque también podía decir que
siempre la tenía en mi pensamiento.
Se que Kori conseguirá escapar. No es la primera mujer decidida
que conozco, pero tal vez en está ocasión necesitara de nuestra ayuda.
La caravana se detiene cada atardecer en un Tambo, no llevan prisa
pues tienen calculado el itinerario para llegar con tiempo al Cuzco y
celebrar el Inti Raymi. Nosotros teníamos otra prioridad, deberíamos
avanzar lo más rápidamente posible, si queremos alcanzar a nuestras
hermanas antes de que lleguen al Cuzco. Por eso, sin calcular bien los
riesgos, decidimos aligerar la marcha, por aquel camino desconocido.
Varias horas después de haber dejado atrás un Tambo, nos alcanzó
la noche con el cielo cubierto de nubes. Aquella noche nos detuvimos en
una cueva, encendimos una fogata. El aire se llenó de humo. Entro
Qalani se detuvo un momento en medio de aquella niebla, buscando con
los ojos, hasta que decidió avanzar hasta donde estamos, se sentó junto
al fuego y nos miro.
¿No sé si hemos acertado dejando la caravana? -nos confió
temerosa.
Todos callamos comprendiendo su preocupación, mientras una
lluvia constante regaba la tierra y hacia crecer los ríos que le daban vida,
sentimos la presencia de varios pumas que merodeaban a nuestro
alrededor, muchas veces habíamos tenido que vérnosla con pumas, pero
en esta ocasión era distinto, nunca se nos habían acercado tanto y en la
oscuridad que es cuando ellos salían a cazar y en un lugar que nosotros
desconocíamos.
Había ya luz del día cuando un ruido me despertó, a mi alrededor
se acurrucaban mis compañeros, arrebujados en las mantas, que
malamente nos protege del frío de aquella cueva, donde nos habíamos
refugiado.
- Ya me he despertado -Le murmuro a Qalani (mujer vigorosa y
enérgica) que esta a mi lado.
- Me he dado cuenta.
- Bueno … ¿Y ahora que?
Qalani me miró sin verme, sacudió la cabeza de tal manera que su
larga cabellera revoloteaba en torno a sus hombros. Sus pensamientos
estaban en otra parte (¿Qué sería de su hija?), se levantó y ando unos
pasos hacia la puerta de la cueva, permaneció inmóvil contemplando la
salida de sol. Luego regresó lentamente hacia nosotros, soltó a los
perros y me indicó que la siguiera. A nosotros dos se fueron uniendo
otros que ya estaban despiertos, y salimos de la cueva. La lluvia me
golpeó la cara, pero continué adelante tras los demás. De los pumas no
había ni rastro pero si hay señales de su presencia, restos de una llama
esparcidos entre los matorrales. Habían estado muy cerca pero les
resultó más fácil cazar esa llama, que molestarnos a nosotros.
-Si te encuentras con pumas –comenta Amaya (hija muy querida)-
¿sabes lo que tienes que hacer?.
-Subirte a un árbol – se defendió con gracia Mullu (hombre cuya
presencia trae suerte)- y además lo más rápido que puedas.
-Así lo más probable es que te destroce - siguió atacando Amaya -
pues por muy rápido que corras, él te alcanzara. Lo que hay que hacer
es detenerse y abrir los brazos, vocear, tirarle lo que tengas en las
manos. Pero nunca salir corriendo y, menos todavía, agacharse para
coger una piedra, pues pensaría que tienes cuatro patas y te
convertirías, para él, en una presa más y te atacaría.
-Yo prefiero – confesé convencido- no tener que enfrentarme a
ningún puma. Se les ve demasiado peligrosos.
Ante esta ocurrencia algunos sonrieron.
Volvimos a la cueva y después de comer algunas cosas: charqui,
(carne seca en tiras), fruta y alguna raíz de yuca, nos volvimos a poner
en camino. Sobre la tierra embarrada apenas se distinguía el sendero.
Salimos desafiando un frío intenso que nos sonrojaba la cara y
convertía en humo nuestra respiración. El camino discurría paralelo al
cauce de un río, aunque a veces, hileras de piedras hacían de puente a la
otra ribera. Me detuve contemplando el arroyo que avanzaba sinuoso,
ocultándose a veces, en la frondosa vegetación de las riberas, retomé la
marcha con paso decidido. Avanzábamos por un sendero, hasta que de
repente, el camino comenzó a ascender hasta la cima de otro monte.
Avanzamos por una abrupta pendiente agarrándonos, en los matorrales.
Ya teníamos los brazos y las piernas llenas de moratones, arañazos y
heridas. Llegamos a la cima resoplando y con los pulmones doloridos por
el frío. En medio de la niebla sólo pude ver el primer tramo de una
escalera en bajada, con un desnivel preocupante. Cualquier resbalón
sería fatal. Aunque todos éramos conscientes del peligro no faltó quien
gritaba de vez en cuando.
-¡Cuidado! ¡Atención!.
Fue una jornada llena de sobresaltos y con la sensación, difusa de
inutilidad, ¡Poco habíamos avanzado! Mucho antes que la puesta del sol,
ya comienzan a hacerse las sombras entre las montañas, era una
situación extraña a la que tendríamos que habituarnos. Debajo de un
gran árbol nos sentamos para comer y vimos una tapera donde mal que
bien nos acomodaríamos para pasar la noche. Una noche muy larga.
Por fin amanece. Avanzaba la aurora y retrocedía lentamente la
oscuridad, necesitábamos el calor de sol, estábamos ateridos y
temblorosos. Ante nuestros ojos, una vez más, se desplegaba la belleza
impresionante de una naturaleza virgen. Sobre el cielo se elevaba
majestuoso un cóndor, y se levantó un viento susurrante entre las ramas
altas de los árboles. El sol brillaba proyectando largas sombras aunque
desprendiendo poco calor, en aquella mañana invernal de frío
penetrante.
De repente se terminaban los árboles y un paisaje desolado de
colinas, sin vegetación, de color ocre y picos grisáceos ocupaba todo el
panorama. Un viento gélido y polvoriento se adueñó de todo. Nuestro
grupo se estremeció, avanzando entre el polvo reseco, que se introducía
en la garganta, oídos y ojos. Tosiendo, escupiendo y lagrimeando en
medio de aquel vendaval que nos acompañaría durante días de
sufrimiento y desolación. Sentía un dolor punzante en la cabeza, me
zumbaban los oídos. ¿Qué podía hacer? Sólo seguir adelante, pasara lo
que pasase debemos llegar hasta el Cusco.
Hay muchos momentos de soledad, sobre todo cuando el grupo se
esparcía a lo largo del estrecho sendero, con la pared de la montaña a la
izquierda y el acantilado a la derecha.
Yo avanzo el tercero de la fila y en algún recodo, podía ver a los
que me seguían, dispersos a lo largo del sendero, algunos en parejas
pero la mayoría en solitario. Cada cierto tiempo el que avanza en primer
lugar se detenía, y poco a poco nos volvíamos a reagrupar.
Por la tarde permanecimos formando un grupo, pues el camino se
ensanchaba y llaneaba bordeando el acantilado.
-¡Mirad, qué maravilla! - gritó admirada Amaya (hija muy querida).
Señalaba a nuestra derecha donde una pequeña laguna, reflejaba
las nubes del cielo, un grupo de flamencos llenaban de una belleza
inexplicable el atardecer. Los flamencos siguieron danzando, en las orillas
de la laguna, cuando nos alejábamos cuesta arriba. En muchos lugares
encontrábamos montoncitos de piedras, cinco o seis, colocadas unas
sobre otras. Eran oraciones de anteriores viajeros, en algunos nosotros
también añadíamos unas piedras, uniéndonos a esas oraciones.
Por mucho que nos esforzábamos nunca llegamos a alcanzar al
grupo de soldados. Aunque por fin conseguimos llegamos al Cuzco.

Llegada a la ciudad del Cusco

Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) narradora

Kori narra como fueron recibidas en el Cusco y de la manera de


vivir de las Vírgenes del Sol.

Después de cruzar el río y subir los terraplenes de la ribera, el


camino entraba en lo que parecía un campamento, con callejas de tierra
y choza provisionales. La caravana se encaminó a la ciudad. Después de
dejar atrás las primeras casa, muy parecidas a las de nuestra Aldea,
continuamos caminando cerca de media hora, -calculé-, durante la cual
avanzábamos a través de calles abarrotadas.
En ambos lados de las avenidas se extendían tenderetes con toda
clase de tejidos y alfarería, más adelante una gran plaza acogía las
tiendas de pescado seco, carne, verduras y frutas. Los compradores
pululaban luciendo sus multicolores vestidos de fiesta. Por todas las
calles se desparramaba la gente y menudeaban los gritos.
A medida que trascurría el tiempo, fui descubriendo las miradas
sorprendidas de los viandantes, alguna gente nos rodeaban con
curiosidad acercándose hasta con nosotros. El grupo de soldados
rodeaba a las quince jóvenes, cruzaron lentamente la ciudad.
¡A nosotras nos miraban!.
Unos nubarrones bajos y obscuros cubrieron el cielo, amenazando
con descargar agua, un viento constante y fuerte los impulsaba.
Observaba por sus callejuelas gentes de todas las regiones, de
todas las aldeas del imperio. Escuchaba el ruido de los pies descalzos o
de las sandalias, el golpe seco de las pezuñas de las llamas sobre las
piedras de la plaza, el sonido ronco de las trompetas de caracolas que
proclamaban la llegada de algún personaje, las voces de la multitud, los
gritos alborozados de los niños.
Hasta que llegamos al centro de la ciudad, donde estaban los
palacios deslumbrantes, con planchas de oro laminado que cuelgan de
salientes, las paredes construidas con inmensas rocas vitrificadas.
Junto de la plaza se alzaba el Koricancha, la fachada con bloques
de granito tallado y oro fundido en las junturas de los bloques y también
los palacios de los Incas. Entre ellos se sitúa la Casa de Las Vírgenes del
Sol.
Allí nos esperaban
En la amplia sala donde nos llevaron, ya estaban una cuantas
jóvenes que habían llegado en caravanas de otras zonas del Imperio. No
podía comprender lo que sucedía ante nuestros ojos, bueno sí podía,
pero no quería, era demasiado cruel el modo en que nos trataban
algunas de las mujeres que nos recibieron, gritos y malos tratos.
Nosotras tres formábamos un abrazo protector que nos aislaba de tanta
crueldad. A empujones nos situaron en las esterillas donde cada una
descansaría.
-¿Tu quien eres? - me ladró con furia una de ellas.
Comencé a descubrir que con frecuencia me preguntaban esa
cuestión. El que la gente no me conociera, me llenaba de turbación y
desasosiego, como si perdiera una anclaje de seguridad. Desde que nací,
todos a mi alrededor, sabían quien era y que era la sucesora de la MAMA-
COYA
Al rato nos llevaron comida al sitio de cada una, era como si la
esterilla fuera el terreno del que no podíamos salir. Así nos tuvieron
varios días, teníamos que pedir permiso para salir de nuestra jaula
simbólica, cada vez que lo necesitamos. No nos podíamos comunicar ni
muchos menos abrazar, aunque veía a Ururi (lucero de la mañana) y
Kurmi (brillante Arco Iris) muy cerca, a mi lado, me sentía muy sola y
aislada en aquella sala desangelada y fría.
No paraba de darle vueltas al modo de escapar de aquel infierno.
No recuerdo en qué momento me quedé dormida. Pero por la
claridad que entraba por las ventanas, entendí que el sol debía estar
cercano al mediodía. Acompañada por las mujeres que nos habían
vigilado durante la noche, encontré de inmediato una extraña mujer, con
una mirada incisiva y experta nos observaba valorándonos, luego
descubrí que era la Mama-Cuna, una anciana de melena blanca, con cara
inteligente llena de arrugas y ojos brillantes, que seleccionó a dos de
nosotras, las de mayor edad, a las que luego no volvimos a ver.
Después de danos algo que comer, nos llevaron en una larga fila al
Koricancha, me sentía sobrecogida al entrar y ver el pavimento y las
paredes cubiertas de laminas de oro y en el frontal, el Punchao, que era
una representación del Sol hecha de oro puro, medía más de un metro
de diámetro.
El Punchao, permanecerá en el Templo durante el día, la ir
anocheciendo se lleva en procesión a la plaza para ser venerado,
pidiendo que vuelva a lucir el día siguiente. Las Ñustas, por turnos, lo
acompañaban cada atardecer, y luego al amanecer, lo devolvían al
Templo. La recién llegadas empezaríamos a acompañar al Punchao
después de nuestra presentación al Inca
Aquel día fuimos la recién llegadas, al Templo pues era necesario
que nos purifiquemos, antes de ser presentadas a Inca. Nos obligaron a
desnudarnos totalmente y una a una, bajamos a la piscina. El agua entra
por un caño desde el exterior y rebosaba por otro canal que la llevaba
otra vez fuera. Para las que venían de aldeas de la sierra, tal vez poco
acostumbradas a bañarse, sería molesto, pero para las que veníamos de
la costa, el agua estaba demasiado fría y tiritábamos. Estamos en el
agua hasta que nos mandaban salir, entonces nos ponían una camisa
blanca hasta la rodilla y encima un poncho multicolor.
Luego nos sacaron al jardín del Templo y estuvimos recibiendo los
rayos de Inti Sol, paseando por el jardín en el que vimos árboles, pájaros
y animales hechos de oro macizo y a tamaño natural. Una fuente,
también de oro, con cinco caños y rodeada de un pequeño estanque el
centro de todos los caminos de ese vergel. Después de varias horas de
paseo habíamos entrado en calor y se relajó un poco el ambiente,
podíamos hablar entre nosotras. Yo me aparte todo lo que pude del
bullicio, llevándome a Ururi (lucero de la mañana) y a Kurmi (brillante
Arco Iris) a una de las plazuelas del jardín. Nos abrazamos
infundiéndonos valor. Después volvimos en fila y en silencio hasta
nuestra sala-prisión.
Al día siguiente iríamos ante el Inca. Por supuesto, ignorábamos la
tremenda sorpresa que nos aguardaba.
Durante la mañana nos estuvieron aleccionando: Al llegar a la sala
nos tenderíamos en el suelo boca abajo y así estaríamos hasta que nos
mandaran levantar, sería a la orden del Inca que nos iría golpeando con
su bastón de oro, al levantarnos, en ningún momento le miraríamos a los
ojos, ni le diríamos nada a no ser que él nos preguntara, cosa que no
sucedía nunca en los últimos años, en ese momento nos desnudaríamos
totalmente, dejando caer la capa en el suelo y giraríamos en su
presencia, cuando notáramos que seguía adelante, nos tumbaríamos
boca arriba encima de la capa. Luego el Inca elegiría a la que pasaría esa
noche con él.
A las nuevas Ñustas nos llevaron, por largos pasillos, a la sala
donde veríamos al Inca. Allí nos tumbamos y en esa postura estuvimos –
según recordé- un rato interminable, el suelo de piedra, aunque cubierto
de alfombras, nos hacía tiritar, movíamos los brazos como si nadáramos,
se me fueron entumeciendo, brazos y piernas. Era una situación
humillante y sumamente desagradable.
Entró el Inca precedido por varios soldados y me asusté cuando la
Mama-Cuna nos avisó. Cuando me golpeó el Inca, me puse de pie y le
miré a los ojos, levantando la cara con orgullo, luego dejé caer al suelo
mi capa, aunque por dentro temblaba, no quería que se notara, de
ninguna manera, mis pensamientos.
Y fue mi desgracia que me eligiera.
Y cuando el Inca, sus acompañantes y mis compañeras se fueron,
yo permanecí en la sala esperando. La Mama-Cuna se me acercó y me
indicó que la siguiera, por la manera en que me hablaba, sabía que no
tenía más opción que seguirla. Andamos por varios pasillos, yo no estaba
en situación de fijarme en nada, caminaba como sonámbula, hasta que
entré en el aposento donde cuatro antorchas y una hoguera daban luz y
calor, unos soldados echaron ramas aromáticas en el fuego: tomillo,
romero. Era una estancia intima pero lujosa, las paredes cubiertas de
tapices con suntuosas decoraciones de animales y plantas. En una
esquina varias alfombras y cojines hacían de cama para el Inca, varios
adornos dorados completan la decoración.
La Mama-Cuna me ungió todo el cuerpo con aceites olorosos y me
vistió con una esplendida túnica blanca. Cuando terminó me abandonó
en la sala, al dejarme sola, me acurruqué junto a la hoguera y quedé
expectante y atemorizada. Las brasas crepitaban iluminando aquella
estancia. Cerré los ojos y disfruté con absoluta nitidez, de mi aldea y mis
gentes; nuestro río deslizándose lentamente entre las rocas. Contemplé
el rostro amado de Kinu que me observaba. Estaba a punto de entregar
mi virginidad al Inca, pero mi corazón sería por siempre de mi Kinu.
Al rato entró el Inca y se recuestó en su lecho, y me llamó con
apenas un gesto. Me acerqué arrastrándome temerosa, mientras él
sonría aparentando indiferencia. Cuando de pronto, desde el pasillo,
llegó un tumulto de voces y pasos y se presentó en la puerta la esposa
principal y hermana del Inca, la MAMA-COYA Rahua Ocllo, con el rostro
agestado y gesticulando, me apartó de su camino con un empellón,
como si no me viera, y se plantó delante de su hermano:
-Hermano, perdona que te moleste, se ve que te has olvidado, pues
yo te lo recuerdo: me corresponde a mi, estar esta noche contigo. Vete.
-me dijo casi sin mirarme- Déjanos solos.
Me quedé inmóvil, incapaz de reaccionar, no sé que debía hacer.
Comprendí, no sé como, que era la oportunidad de huir de aquella
situación tan desagradable y la aproveché. En el pasillo encontré a un
soldado al que supliqué me llevara con la Mama-Cuna, me obedeció,
pues había escuchado los gritos dentro del aposento del Inca.
Mi deambular por los pasillos fue muy distinto, me había quitado un
gran peso de encima y me dominaba un ansia aún más fuerte de
escapar. Pasamos por un gran recinto, en sus paredes colgaban grandes
tablones pintados con figuras simbólicas, en los que se recordaban, los
hechos históricos más relevantes de cada Inca, y así podían ser
reconocidos y ensalzados. Después siguieron más pasillos, toda una
maraña que me desconcertó, se me hizo mucho más largo el recorrido.
Por todas parte se contemplaban cosas bellas: tapices, alfombras y
multitud de objetos de oro.

Los libertadores en el Cusco, 1512

Kinu (hombre despierto y vivaz) Narrador, enamoriscado de Kori.

En el que se refiere a los acontecimientos que llevan a


encuentran y liberan de las secuestradas.

A media mañana la llovizna empezó a ceder, el aire estaba limpio y


daba gusto respirar, pero nosotros no estábamos acostumbrados a tanta
lluvia. En nuestra aldea, muy de vez en cuando, caía una tormenta, que
apenas duraba unas horas, en cambio, aquí podía estar todo el día y, a
veces, varios días, sin dejar de llover.
Soplaba una ráfaga de aire gélido, que arrebataba de los árboles
las últimas hojas de aquel largo otoño. Llevábamos ya más de tres
semanas andando y el camino cada vez se hacia más agreste, cuesta
arriba. Los restos de nieve hacían que mis pies se deslizasen a cada
paso. Cada resbalón causaba que algunas piedras rodaran pendiente
abajo, hacia el abismo. En los neveros se nos hundían los pies, a veces
hasta la rodilla.
Me asomé al borde del precipicio, desde donde se disfrutaba de la
inmensa belleza, de un valle de exuberante vegetación, y en el fondo,
una pequeña laguna de aguas trasparentes, en la que se reflejaban las
nubes grises. En un prado cercano pastaban rebaños de llamas y
vicuñas, algunas se acercaban a beber de la laguna, otras se alejaban
trotando por la ladera. Una pareja de cóndores sobrevoló el precipicio,
entre las rocas tendrían su nido.
La amanecida era muy fría. Transcurrieron largos minutos. El
manto blanco de los montes ya lo tenía muy conocido, pero de pronto
comenzó una gran nevada, una maravillaba cubriendo poco a poco la
tierra. Era la primera vez que observaba caer la nieve. El viento
arremolinaba los copos que se podían vislumbrar en la tímida claridad de
la mañana
Cuando llegamos al Cusco, nuestra prioridad, por supuesto, era
encontrar y ver la manera de liberar a Kori (mujer valiosa y de gran
sensatez), Ururi (lucero de la mañana) y Kurmi (brillante Arco Iris), para
eso habíamos venido.
En las afueras de la ciudad, cada año, se concentraban los
asistentes a la fiesta. En chozas improvisadas, donde pasaban varias
noches. Las hogueras reunían a su alrededor a familias enteras. Cada
amanecer un suave rumor de voces y gritos me aseguraba que el
poblado se había puesto en marcha otra vez. Como estábamos resueltos
a no perder ni un sólo día, a la mañana siguiente, Utuya (mujer fuerte y
decidida) nos dividió en pequeños grupos que cada noche nos
reuniríamos en la puerta del Koricancha, para luego recogernos en el
poblado donde pasaríamos la noche.
Así empezaron nuestras correrías por la gran ciudad, visité el
Koricancha con Mullu (hombre cuya presencia trae suerte) y Qalani
(mujer vigorosa y enérgica), encontramos una escalera tallada en piedra
que descendía hasta una especie de sótano, entrecerré los ojos al
asomarme a la penumbra, hasta que me acostumbré y pude entrever un
montón de antorchas apiladas junto a una mortecina hoguera. De allí
surgían dos pasadizos, elegimos al azar uno y lo seguimos, pasando por
diversos recintos, en cada uno de ellos subía una escalera, que como
comprobamos llegaba a cada uno de los palacios. Qalani marchaba
delante con una de las antorchas. El aire, a medida que avanzábamos,
se volvió casi irrespirable, con olor a tierra, moho y humedad, la luz de
la antorcha se atenuaba. La fría humedad lo impregnaba todo y en ese
ambiente se adueñó de mi, el desanimo. Caminamos durante mucho
tiempo impresionados y también asustados por las cosas que veíamos o
intuíamos. Poco a poco, el techo empezó a alejarse de nuestras cabezas
y las paredes se alejaron y hacen más ancho el pasillo, hasta que de
pronto estábamos en el centro de una sala ancha y alta con varias
escaleras que subían al gran templo, el Sacsayhuaman.
Al salir al exterior por la puerta del Acantilado, el viento batía con
fuerza entre las piedras y era muy difícil escucharnos, pero lo que nos
interesaba era buscar un posible caminos de fuga. Este podía ser un
buen camino de huida, pues desde el centro de la ciudad, este túnel nos
llevaba directamente a campo, sin que nadie nos molestase. Regresamos
por aquel túnel hasta el Koricancha.

Varios días hicimos el mismo recorrido, llegando a conocer muy


bien todos los recovecos, además preparamos lo que necesitaremos para
la huida, ya en el campo, en una cueva, muy cerca del templo. No sabía
porque, pero estábamos convencidos de que conseguiríamos liberarlas y
que ese sería el camino de huida.
El frío nos aturdía con frecuencia y también el ruido contante de la
gente. Para nosotros también era extraño el continuo murmullo de las
fuentes, varios chorros de agua brotaban de una pared de piedra, no se
parecía ni al mar ni al Virú, en la Aldea no había ningún manantial,
siempre se iba hasta el río a por agua. En cambio en esta ciudad
aparecían, por cientos, distribuidas por plazas y calles. Qalani (mujer
vigorosa y enérgica) estaba muy interesada y estudiaba el sistema,
pensando en hacer lo mismo en nuestra Aldea, comprobó como el agua
pasaba de una fuente a otra, desde la parte alta de la ciudad hasta el
río, lo mismo podíamos hacer nosotros con el agua que baja por la
ladera del cerro Saraque.
En nuestro deambular por las calles del Cusco, una noche cuando
volvíamos al lugar donde nos reunimos, creí escuchar pasos que nos
persiguen, nos ocultamos en un portal, el corazón me bailaba en el
pecho, esperé temeroso en la oscuridad, durante un rato en vano. Al
poco aparecieron tres soldados que siguieron su camino entre bromas.
La tensión nos hacía ver peligros por todas partes, en medio de mi
desazón, logré serenarme y reunir suficiente valor para continuar.
Como cada mañana nos acercamos a la plaza principal para asistir
a las ceremonias de la fiesta del Sol naciente. Las calles y plazas estaban
abarrotadas de gentes de todas las partes del Imperio. Empezaban los
tres días antes del 21 de junio, en esos día no se podía encender ningún
fuego en la ciudad y seran la preparación para la fiesta que luego se
prolonga hasta tres días más.
El día de la fiesta del Sol Naciente, 21 de Junio celebrábamos a
Kinsa Inti simbolizado en: Apu Inti (Padre Sol) - Kusip Inti (Hijo del Sol)
- Intip Auki (Luz del Sol) y en un sólo Dios: Inti.
Un rumor seco, murmullo de cientos de voces susurrantes, crecía a
medida que la gente se agolpaba en la plaza, ocupando todos los sitios.
Así trascurrieron algunas horas en un ambiente de tensa y fría espera.
De vez en cuando, el murmullo crecía, con el alboroto de los criados de
algún Cacique que llegaba, empujando para situarse cerca de la tribuna
del Inca.
Todo comenzó cuando, poco antes del amanecer, toda la plaza se
llenó con el sonido de múltiples Caracolas y tambores que anunciaban la
llegada del Inca. Me desperté de mis pensamientos y volví de nuevo al
caos de la plaza. Vimos aparecer el Sapa Inca, el Inca Supremo, el gran
Huayna Cápac sentado en el trono sobre una litera de oro macizo.
Detrás, en otra litera, su esposa principal y hermana, la MAMA-COYA
Rahua Ocllo, venerada igual que su marido. Delante de ellos, unos
hombres, ricamente vestidos, voceaban a la multitud:
-Abrid paso, saludad a nuestro gran Inca, Hijo del Sol, el Poderoso.
A continuación, en solemne procesión, el grupo numeroso de sus
hijos e hijas. Llegando al centro de la gran plaza de la ciudad. El Inca
Supremo subió en la litera al baluarte central y miró hacia el este.
Los asistentes se descalzaron y, en silencio, miraban al horizonte,
hacia donde esperaban el nacimiento del Sol. Trascurrió un largo rato de
absoluto silencio. La aurora iluminaba poco a poco el cielo. Como las
nubes, este año, no impedían la visibilidad del sol, este será un año sin
especiales dificultades: sismos, tormentas dañinas, aludes mortíferos.
De pronto, el primer rayo del sol naciente asomó. En ese momento
el Inca se puso en pie en su litera y besó al su Padre Sol; luego con gran
ceremonia, cogió con sus manos, una gran copa de oro con chicha
sagrada y con gesto solemne, invitó a beber a su padre: el Sol.
La multitud se estremeció y todo los asistentes se pusieron en
cuclillas, con los brazos extendidos hacia adelante, en gesto de súplica,
para recibir la fuerza vivificadora de Inti.
Después de beber el Inca, ya que es el Hijo del Sol, derramó la
copa de oro, la de su Padre Sol, en el canal excavado en el suelo para
que llegue la chicha sagrada hasta el Koricancha. Luego asió otra gran
copa de plata para invitar a beber a la MAMA-COYA y sus ministros. Lo
que quedó, lo arrojó sobre todos los asistentes a la ceremonia.
Era la señal para que todos bebieran la chicha sagrada, que las
Ñustas habían traído en grandes cántaros. La chicha corría a raudales
entre los asistentes. También se repartían los panecillos de maíz que las
Ñustas habían preparado para la Fiesta.
A continuación se realizaron las ofrendas al Sol, padre de todas las
cosas y de todos los humanos y animales.
Con voz fuerte y ceremoniosa el Inca, en pie, declaró el año que
había terminado, como un año bueno y productivo:

-Oh Inti. Hoy sólo tengo motivos de agradecimiento. Hoy mi


corazón rebosa felicidad.
-Oh Inti, este ha sido un año de bienes, que hemos recibido de tus
generosas manos.
-Oh Inti, las cosechas han sido muy abundantes, por Tu gran
protección
-Oh Inti, los sismos nos han respetado, Tu le has quitado su fuerza
destructiva.
-Oh Inti, te ofrecemos las cinco llamas negras, el choclo y las
papas mostrando, nuestra gratitud por tanta generosidad.

Todos los asistentes sabían, que si el Inca hubiera decidido que el


año era aciago, habría sacrificios humanos, mujeres, hombre y Ñustas.
En cambio, al ser un año propicio, se inmolaban unas llamas negras, los
únicos animales que son absolutamente puros pues tienen un color
uniforme en todo el cuerpo -las llamas blancas tienen el morro negro-.
En medio del tumulto, perfectamente organizado, todos se pusieron
en marcha hacia el Koricancha, en donde se volverá a encender el fuego
sagrado, por medio de unos espejos. Ese fuego será repartido desde
esta fogata a todos los fogones de la ciudad.
La ceremonia se acompaña con danzas y ofrendas de grano, flores
y animales, que son quemados en las hogueras.
La carne de las llamas, una vez asada, es compartida por todos los
asistentes, hasta que se acaba.
Me maravillé de la explosión de color y de sonido. Ropas brillantes
y multicolores. En la cabeza de las mujeres sombreros planos y dos
gruesas trenzas de cabello y cintas de colores. Los hombres con una
trenza sin adornos. Por un momento recorrí el lugar con la mirada hasta
descubrir, con asombro, entre los acompañantes del Inca al grupo de las
Ñustas, en primera fila caminaba Kurmi junto a las más pequeñas. Tres
filas más atrás avanzan Kori y Ururi, tan juntas que parecía que iban de
la mano. Me quedé atónito al ver el semblante de Kori, estimé que ella
debía estar perdida en sus pensamientos, pues con el rostro rígido
avanzaba, con la vestidura ceremonial, igual a la de todas las jóvenes
vírgenes. Un repentino frío me hizo tiritar.
Utuya (mujer fuerte y decidida), nos buscó con la mirada, pues
nosotros, en pequeños grupos, estábamos dispersos entre la multitud.
Cuando me miró, comprendí que ella también las había descubierto.
Permanecí un buen rato paralizado, intentando decidir que hacer. Utuya
me sacó de mis pensamientos haciendo gestos para que no bebamos de
la chicha, hemos de estar en forma, si surgía la oportunidad.
En medio de la multitud, nos fuimos reuniendo en el camino al
Koricancha. Al terminar la ceremonia, los soldados llevaron al Inca y a la
Colla a su palacio y luego acompañaron a las Ñustas hasta la Casa de la
Vírgenes. Cuatro soldados quedaron custodiando la puerta y en la
pequeña plaza junto a nosotros, danzaban algunos hombres y mujeres.
La chicha sagrada era realmente embriagante y vimos como
afectaba a los danzarines, algunos caían derrengados al suelo. En
nuestro deseo de pasar desapercibidos también habíamos danzado y
también nos fuimos recostando, simulando la borrachera.
No pasó mucho tiempo hasta que vimos, como del interior de la
casa, les llevaban, a los soldados de la puerta, un gran cántaro con
chicha.
Utuya nos hizo llegar su instrucción:
-Cuando ella diera la señal todas las mujeres la seguirían, ellas más
fácilmente pasarían desapercibidas en el interior de la Casa de la
Vírgenes, los hombres no quedaríamos protegiendo su vuelta.
La chicha afectó, al poco tiempo, a todos los soldados, entonces
Utuya se incorporó y simulando embriaguez, se acercó a la puerta.
Yo no llegué a reír, pero si sonreí, al pensar:
-¡que astuta es nuestra Utuya!.
Uno de los guardias se movió con languidez, la indolencia inducida
por la chicha que enturbiaba sus sentidos, los demás dormitaban.
Las demás mujeres, imitándola, siguieron a Utuya entrando en la
Casa de las Vírgenes.
Mucho después nos contaron, que al entrar vieron un pasillo con
puertas a derecha e izquierda, cada puerta correspondía a una celda y
en cada una vieron a una Ñusta más o menos ebria. Hasta que llegaron
al final de pasillo que se transformaba en una gran sala, allí estaban
todas las recién llegadas. Había tremendo júbilo, gritos y carreras, la
chicha también les estaba afectado.
En el tumulto fue fácil encontrar a las que buscaban, porque Kurmi
(brillante Arco Iris) se abalanzó llorosa sobre su madre, lo mismo que
Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) y Ururi (lucero de la mañana),
las tres estaban juntas tramando como escapar.
Después de la primera impresión todas iniciaron la huida.
Caminaron por el pasillo con pasos rápidos y decididos, procurando
no llamar la atención pero cuando estaban a punto de llegar a la puerta,
un soldado del interior dio la alarma.
-Alerta, guardias, escapan unas Ñustas.
Los guardias de la puerta se medio despertaron y las atacaron,
intentando retenerlas. Entonces nosotros intervenimos, sacamos las
porras que ocultamos bajo los ponchos y corrimos a defenderlas.
Un soldado, tambaleante, golpeó la cabeza de Ururi, fue un golpe
dado con poca fuerza, pero que le hizo sangrar. Mullu (hombre cuya
presencia trae suerte) atacó, pero fue rechazado con un empellón, cayó
al suelo y se le resintió la herida del brazo, dolorido se levantó.
Pero todos emprendimos la carrera hacia el Koricancha ahí, como
habíamos previsto, nos metimos en el túnel y corrimos, guiados por
Qalani (mujer vigorosa y enérgica), los dos kilómetros que nos llevarían,
por debajo de toda la ciudad, hasta Sacsayhuaman.
Al salir de ese templo, nos dirigimos al Camino de la Sierra que
partiendo del Cusco, pasaría por Cajamarca y llegaría hasta Quito, este
Camino Real tenía entre 6 a 8 metros de ancho, estaba totalmente
empedrado. Las cuestas eran salvadas mediante graderías y los ríos eran
atravesados por puentes. En estos caminos existía mucha información
para el viajero por ejemplo: indicaciones de distancias y direcciones,
ubicaciones de los Tambos, etc. Mucho antes de llegar a Cajamarca,
tomarían un sendero que también formaba parte del Camino Real, para
llegar hasta el Camino de la Costa que pasaba cerca de su Aldea.
Encontramos lo que habíamos preparado para la huida, comida y
ropa y nos encaminamos a nuestra casa.

Regreso a la Aldea

Kinu (hombre despierto y vivaz) Narrador, enamoriscado de Kori.

En donde se narra lo que acaeció durante la alegre marcha de


vuelta a la Aldea.

En la carrera, ya en el camino, caí a suelo y me volvieron a brotar


lagrimas en los ojos, lagrimas que me impedían ver a Kori (mujer valiosa
y de gran sensatez) con claridad, así que parpadeé y sonreí, mientras las
lagrimas descendían resbalando por mi mejilla. Sentía un mareo en la
boca del estomago. Tenía el cuerpo cubierto de un sudor frío. Kori estaba
en pie a mi lado. La mire, pero no puede oír sus pensamientos. Me
ofreció la mano y me ayudó a levantar. Fui detrás de ella, temiendo
perderla y perderme. Sorteando a los caminantes que me salían al paso,
en la carrera estuve a punto de derribar a un anciano, que me increpó
con gritos.
Al frente se veía, majestuosa, la cresta nevada de una de las
muchas montañas que nos rodeaban, pero ni la excelsa belleza del
entorno lograba mitigar el cansancio y la falta de oxigeno.
Ahogándonos por la altura, seguimos corriendo, hasta que la noche
nos envolvió en su silencio, pero en mi cabeza no dejé de escuchar voces
y más voces, gritos y más gritos. Se repetían una y otra vez las mismas
imágenes, fogonazos de los últimos acontecimientos vividos. El golpeteo
del agua sobre las rocas se confundía con los latidos de nuestros
corazones. A mi lado se recuestó Kori, sobre la hierba cuajada de flores,
su piel tostada, entre canela y miel, le daba una apariencia mágica a la
luz de la luna, su dulzura y sus ganas de vivir lo impregna todo. Se me
acercó y me miró a los ojos sonriendo. Y nos fuimos durmiendo.
Era sobrecogedor el silencio que habitaba en esas montañas.
Medio despiertos, espéramos durante un largo rato mientras se
hacia de día. Ya se ha consumido la leña de la hoguera, y apenas humea.
La mañana me pareció preciosa con un cielo de un azul rabioso, parecía
como si nada malo pudiera ocurrir bajo un cielo tan radiante. La noche
me había serenado bastante, empezaba el primer día de una vida nueva.
Todavía había riesgo, pero no inminente. Ignorábamos si podían estar
siguiéndonos, pero no teníamos más remedio que descansar de vez en
cuando para respirar y coger fuerzas. Nos consolaba pensar que no
estaban en muy buenas condiciones los soldados del Inca para
perseguirnos.
A media mañana comenzó a caer la nieve con más intensidad que
nunca. Envolvimos las ojotas de cuero con lienzos de algodón para
protegernos los pies de la nieve. Las ramas de los árboles, que se
adentraban, por el peso de la nieve, en muchos puntos del camino,
dificultaban nuestros pasos. Utuya (mujer fuerte y decidida) decidió que
paráramos para refugiarnos. El viento gélido nos hacía temblar hasta
cuando nos acurrucamos, todos juntos, al abrigo de unas rocas. Nada
haría que la nieve dejara de caer desde lo más alto del cielo, densa y
parecía que inagotable. Cuando vimos que tendríamos que estar allí, tal
vez hasta el día siguiente, preparamos parapetos que nos protegieran
del viento con ramas y nieve. Conseguimos un refugio bastante
confortable pero frío, por muchas hojas que pusimos sobre la nieve del
suelo, el frío nos llegaba y tiritábamos, fue un día y una noche horrible.
Al amanecer, la nieve se veía impoluta y virgen. Ni una sola pisada
la mancillaba, nadie, ni persona ni animal, había dejado su huella.
Impresionaba su belleza y soledad. Blancas nubes empezaban a subir,
desde lo más profundo del valle, hasta detenerse en las cimas de los
montes.
A lo lejos empezamos a escuchar el canto de un río, para cruzar
encontramos una inestable pasarela de tablas y un trenzado de cuerdas
como barandilla. Este puente se apoyaban sobre dos grandes estribos de
piedras con fuertes y sólidos cimientos. En el fondo, a bastantes metros,
rugía el río Apurimac. Nunca había visto un puente tan largo, no tendría
menos de 200 pasos y el viento lo movía con fuerza. El puente atraviesa
un precipicio de vértigo, que ha construido, a lo largo de milenios, el río
que ahora ruge en el fondo medio oculto por la vegetación. Una
confusión de rocas rompía el río en mil pedazos, transformando el color
verde al blanco de la espuma.
Pese a la primera impresión nos resulto fácil cruzar el puente.
Habría sido más prudente no aventurarse por aquella zona, pero no
conocíamos aquellos caminos. Nos acercamos a un lugar donde la senda
se volvió casi impracticable, grandes rocas, desprendidas tal vez en el
último terremoto, lo obstaculizaba, también el camino desaparecía
enterrado bajo montañas de tierra, deslizada por la lluvia. Ya había
gente de las aldeas cercanas reparándolo, pero todavía quedaba mucho
trabajo por hacer.
Después de muchas noches, al calor de la hoguera, saqué mi
ocarina y la música nos acompañó. Una estrella fugaz cruzó el
firmamento el viento creció, meciendo las copas de los árboles y
avivando las brasas de la hoguera.
Entre comentarios y paradas para descansar, llegamos hasta el
borde de un precipicio. Kori (mujer valiosa y de gran sensatez) se apartó
del grupo y contempló el esplendor de los valles, yo que pocas veces la
perdía de vista, me acerque, nos sentamos en el borde del saliente
rocoso en silencio, los dos mirábamos las mismas maravillas, sentí que
en el horizonte se cruzaban nuestras miradas y entonces cantaron los
grillos, la tarde se pobló de sus mensajes, intensos, monótonos,
obsesivos, reclamos de un amor profundo
-Entonces, ¿me elegirás? -Susurré casi a su oído.
Ella me observó con una sonrisa y dijo:
-Por supuesto que lo haré. Estoy decidida. Pero tendremos que
esperar y ser muy cuidadosos, ¿entiendes?
-Lo comprendo
Kori permaneció inmóvil frente a mi, sus contornos se desdibujaron
a la tenue luz de la hoguera. Sin dejar de mirarla a los ojos, fui
acercando mi mano hasta tomar la suya. Permanecimos callados un rato,
hasta que ella dijo poniéndose de pie:
-Tenemos que dormir.

Después de unas noche intranquila, comenzó un nuevo día.


-Mirad el mar – exclamó Kurmi (brillante Arco Iris) alborozada.
Yo sólo veía que terminaba el verde y empezaba el azul de cielo,
pero ella insistía:
-Se ve en el horizonte una franja blanca, será la arena, luego el
azul intenso del mar y el azul más claro del cielo.
Ante su insistencia empezamos a intuir que allí estaba el mar, y
llenos de alegría apresuramos la marcha entre gritos y canciones.
Al tomar una de las infinitas curvas de camino nos topamos con un
hombre tendido en el suelo.
-Es un chaski -afirmó Kori (mujer valiosa y de gran sensatez), al
ver su penacho de plumas.
Nos acercamos, y Mullu (hombre cuya presencia trae suerte), lo
estudió despacio. Tendría como él unos veinte años. Vimos sus heridas
sangrantes, tenía la cara contraída por el dolor y varios zarpazos en
brazos y piernas. El herido abrió los ojos, gimió débilmente, pidiendo
agua y con dificultad nos dijo:
-Me ha atacado un jaguar. Mucha hambre debía tener para salir a
cazar en pleno día. Yo me he defendido. Pero sólo al oír el alboroto de
vuestra llegada se ha asustado y marchado.
Nosotros ni lo sabíamos ni lo queríamos, pero habíamos salvado a
aquel muchacho.
-Inti me ha protegido – repetía el chaski mal herido.
Estas cosas de vez en cuando sucedes, si hubiéramos llegado un
tiempo después o, como muchas veces íbamos, caminado en silencio,
sólo habríamos encontrado un cadáver. Casualidad o protección.
Amaya (hija muy querida) preparó un remedio que le puso sobre
las heridas y las vendó con cuidado. Con una manta y dos ramas
preparamos una litera para llevarlo hasta el Tambo, nos había dicho que
estaba muy cerca.
En el Tambo nos recibieron como a héroes, al ver lo que habíamos
hecho. El Jefe nos invito a entrar en el cobertizo de los chasquis. Los
ojillos brillantes y profundos de varios cui, destacaban en la oscura
penumbra de la habitación. Nos dio comida y cobijo. Nos agradecían los
que habíamos hecho sin querer y queriendo: salvar y trasportar al chaski
herido
Al regresar la noche, al calor de la hoguera, comimos como no lo
habíamos hecho en los últimos días, ya se nos habían agotado las
provisiones y sólo teníamos raíces, nidos de pájaros y alguna rana. En la
conversación Kurmi (brillante Arco Iris) recordó:
-En el camino he visto el mar.
-Por supuesto – afirmó uno de los chasquis que dijo llamarse
Lariku, un joven con la piel curtida por el sol de la montaña y los labios
agrietados – Muchas veces yo lo he visto. Cuando el día es muy claro y
el sol se acerca al atardecer, se le puede ver. Yo soy de un pueblo de
pescadores y sigo teniendo añoranza del murmullo de las olas, de los
atardeceres y del olor del pescado fresco asándose en la brasas. Pienso
volver pues también hay una muchacha que espero que me espere.
¿Y Lariku, como has llegado a este Tambo? – Kurmi quiso alargar
tan agradable velada.
-¿Pero no llegan a vuestra aldea los soldados del Inca para reclutar
jóvenes?.
Con rapidez intervino Qalani (mujer vigorosa y enérgica) para
evitar indiscreciones.
-A nuestra Aldea sólo van a exigirnos alimentos.
-Pues a la nuestra – continuo Lariku- todos los años llegan a
seleccionar a jóvenes y los traen a los Tambos donde los entrenan para
chasquis. Yo me volveré a mi pueblo, pero la mayoría se quedan en los
Tambos como ayudantes del Encargado.
-¿Pero en el Tambo hay cosas que hacer?
-Por supuesto. Aquí hay mucho trabajo, ahora dos de ellos ha ido a
un tambo de cerca del mar a traer sal y pescado seco, los demás están
en las aldeas cercanas para traer los alimentos y ropa que se guardaran
en el depósito hasta que sea necesario repartilos, si hay una época de
carestía.
Y así, en tan agradable compañía nos fuimos durmiendo. No puedo
decir en que momento abandone esta realidad para trotar por el mundo
de mis sueños.
Al amanecer el Jefe nos preparó una comida especial, mandó poner
al fuego una gran cazuela para cocer maíz y papas, también le echaron
trozos de carne de cui y de llama. Fue una comida abundante y
sustanciosa que nuestros estómagos agradecieron.
También nos dio alimentos para el viaje.
-Aunque todo está rigurosamente controlado, ya me apañare para
que no se note en la próxima inspección.
Y nos explico:
-El camino os llevará hasta el fondo del valle, durante un tiempo
iréis bordeando el río Apurimac, hasta llegar a una bifurcación, allí tomar
el camino de la derecha, aunque no os lleve directo al mar, os llevará
hacia el norte antes de encaminarnos al mar. He mandado al Tambo
información de vuestra llegada con Lariku, que acaba de salir con ese
destino. Allí el Encargado es amigo y os tratara como merecéis.
Esta vez emprendimos la marcha con un nuevo ánimo, la brisa fue
haciéndose más cálida, a medida que avanzaba perezoso el día y todo
fue como nos había dicho, a atardecer llegábamos al Tambo donde nos
recibieron con las mismas muestras de agradecimiento. Casi siempre
compensa hacer el bien.
Al día siguiente, el Jefe nos dijo que lo mejor sería que no
paráramos en el siguiente Tambo, pues el encargado era hombre muy
riguroso y hasta quisquilloso, y nos haría preguntas que tal vez no
quisiéramos responder. Algo sospechaban sobre nuestro viaje y lo cierto
es que no podíamos responder con la verdad si nos preguntaban el
porqué del viaje, de donde veníamos y menos aún a que Aldea íbamos.
Serian pista para nuestros posibles perseguidores.

No quiero terminar mi relato sin mencionar a Veloz, mi perro.


Cuando todavía era un cachorro empezó a seguirme. En la Aldea siempre
había varios grupo de perros que deambulaban libremente por todas
partes y a veces se enzarzaban en ruidosas peleas. Pero a este perrito
yo siempre lo tenía cerca, muchas veces se acurrucaba entre mis piernas
o me acompañaba allá donde fuera.

DÍA JUEVES

Cuando llegaron aquella tarde encontraron a D. Miguel haciendo la


estatua, descubrieron que consistía en acompañar a su esposa cuando
descolgaba la ropa ya seca. D. Miguel iba a su lado y ponía en sus
brazos la ropa que le iba dando Doña Claudia. Les saludo con alborozo
pidiéndoles que esperaran a que terminara la tarea de recoger la ropa.
Cuando se reunió con ellos fueron a su despacho y les entregó
varios documentos fotocopiados, de otros tantos libros, sobre aspectos
fundamentales de la época de los Incas, que Rosa decidió adjuntar en la
edición del Manuscrito, porque de ellos se hacia mención, extensamente
en las narraciones encontradas.

Tambo Colorado:
Situado en el Valle de Pisco y a media hora de la ciudad de Pisco,
Tambo Colorado era la ruina de adobe mejor conservada de todo el
Perú, solamente faltan los techos.
Fue edificado en la época del Inca Pachacutec con la finalidad de
albergar a soldados y altos dignatarios. La arquitectura y el trazado
típico inca se mantienen con una única particularidad: la construcción es
de adobe y muestra la adaptabilidad de los andinos al nuevo ambiente
costeño durante su expansión.
Recibe su nombre del color rojizo que presentaban sus edificios,
enlucidos con estuco y teñidos con pigmentos minerales extraídos de
una cantera cercana. Completaba la ornamentación los colores amarillos
y blancos, los que brindaban a la estructura una apariencia formidable.
En la actualidad mucho del color original se ha perdido, lavado por las
lluvias y erosionado por el paso de los siglos.
Está dividido en dos sectores.
El primero es el más importante, pues está constituido por un gran
edificio con forma de pirámide erigido en las laderas de un cerro. Con
100 metros aproximados de frente y 150 de profundidad, tiene un solo
acceso organizado en torno a una plaza rodeada por cerca de 30
habitáculo. Destacan el llamado Templo del Sol, el Acllahuasi o Casa de
las vírgenes solares y el Palacio que se cree fue mansión de la autoridad
máxima. En la plaza se ubica una pequeña pirámide donde desde lo alto
se divisa con mucha claridad gran parte del amplio y fértil valle que se
extiende hasta el mar.
El segundo sector esta formado por dos edificios rectangulares
divididos por un muro.
Este conjunto se encuentra a 800 metros sobre el nivel del mar y
en un sitio constantemente soleado y seco.

Ciudad del Cusco:


La historia y tradición enseñaban que la ciudad inca tenía la forma
de un puma, felino considerado como deidad en el mundo Inca.
Como evidencia de esto, el nombre de Calle Pumakurko representa
la espina dorsal del felino sagrado. El distrito de Pumaqchupan o la "Cola
del Puma" estaba en el punto de encuentro del río Saphi (raíz) con el
Tullumayu (Río del Hueso). La plaza central Haucaypata estaría en la
posición que ocuparía el pecho del animal. La cabeza del felino estaría
ubicada en la colina donde aún están los restos de la fortaleza de
Sacsayhuamán.
La ciudad tenía calles estrechas, normalmente muy rectas y
empedradas. Las paredes de los edificios de la zona central estaban
construidas de piedra tallada, mientras en los suburbios eran de adobe
(barro-ladrillo). Los techos eran de paja.
Las casas no tenían muchas puertas ni ventanas para mantener la
temperatura en las estaciones frías.
La vida en la ciudad del Cusco antiguo giró alrededor de su gran
Plaza, empedrada con lajas y cubierta con arena del mar para evitar
accidentes en las estaciones lluviosas.
Alrededor de la Plaza estaban los edificios más importantes,
principalmente palacios de algunos Incas. En la plaza cada 5 días, se
llevaba a cabo el mercado, basado en el trueque, que reunía a cientos
de personas.
Cuando Martín Bueno, Pedro Martín y Juan Zárate llegaron
quedaron asombrados por la opulencia del lugar. Planchas de oro de 2
kilos cada una cubrían los bloques de piedra que conformaban el muro
del templo. Además, en su interior, un jardín albergaba varias estatuas
de oro macizo representando árboles, pumas vicuñas y otros animales
propios del Imperio. En el altar mayor de Koricancha un disco solar de
oro simbolizaba a Inti.

La Chinkana :

Existen muchos datos de cronistas e investigadores que nos hablan


de un túnel (Chinkana) construido por los incas, que conectaba el
Koricancha con la fortaleza de Sacsayhuamán.
Toneladas de oro trabajado como estatuas, discos solares, árboles,
flores, pájaros, cántaros, y objetos ceremoniales desaparecieron cuando
llegaron los conquistadores al Cusco.
Durante muchos años se había pensado que las piezas más
valiosas y sagradas del oro, los inca las escondieron en salas
subterráneas a las que se accedía a través de largos túneles secretos
existentes en el subsuelo de la ciudad.
La existencia de una extensa red de túneles de prodigiosa
manufactura incaica, que partía del Templo del Sol (Koricancha) y que
alcanzaría el área arqueológica de Sacsayhuamán, recorriendo una
distancia aproximada de 2 kilómetros bajo el suelo de Cusco, pudiendo
albergar en su interior buena parte del tesoro Inca ocultado en el
tiempos de la conquista española.
Con estas fichas D. Miguel les informó de aspectos del Imperio
Inca, así fue como lo encontraron los españoles cuando llegaron hasta el
rio Virú y después cuando avanzaron hacia el Cusco.
Como todos los días que acudieron a casa de D. Miguel, a la hora
prevista salieron con la Ñusty, camino del parque, la iglesia y la cantina,
era el orden habitual del paseo.
Cuando aquella tarde al llegar al parque, una ambulancia avanzó
ululando por la Calle los Incas, Nusty lloró, alguien estaba sufriendo
intensamente. Todos la miraron asombrados por lo que parecía la
capacidad de los animales para sentir el dolor humano.
-Esto, - pregunta Rosa - ¿le ha pasado otras veces a Ñusty?
-Si -afirma D. Miguel – aunque no siempre que se oye la sirena de
la ambulancia. Tal vez siente sólo cuando la ambulancia lleva a alguien
sufriendo, no cuando, por mucho ruido que haga, la ambulancia esta va
de vacío.

Aquella tarde las calles estaban llenas de gente, parecía como si el


frescor de la tarde animara a todos los trujillanos a pasear. Eran muchas
las familias que se encontraron. De lejos saludaron a un joven con se
novia, de ellos le dijo D. Miguel:
-Ese chico es nieto de unos españoles que llegaron en el año 1937
a Perú, D Pedro era catedrático de Geografía e Historia en un Instituto
de Segunda Enseñanza en Valencia y Doña Dorita había nacido en
Picasent.
-Su padre -explicó Doña Claudia- había sido sastre de pueblo
durante años, por lo que todos sus hijos e hijas aprendieron a cortar y
coser los traje, que los campesinos se hacían una vez al año.
-Ellos vinieron -continuo D. Miguel- huyendo de las consecuencias
de la guerra en España, con dos hijos pequeños. No contaron sus
peripecias durante la guerra, pues por edad ninguno había participado
en el frente, pero como todos los españoles sufrieron las consecuencias.
Al estar en Valencia, cuando empezó el conflicto, se encontraron en la
zona republicana, de lo que se sentían orgulloso, pues la República se
presentaba como el futuro democrático, pero cuando en 1936 el
gobierno se traslado de Madrid a Valencia, empezaron a sentir la
posibilidad de perder la guerra, pues el Gobierno daba una señal de
retirada. Fue el momento en que toda la familia se trasladó a Francia,
allí se enteraron del final de la guerra en 1939 con la llegada masiva de
refugiados que fueron retenidos en «campos de internamiento»,
establecidos por las autoridades francesas, llegando a encerrar a cerca
de 550.000 españoles. Esos verdaderos campos de concentración se
construyeron a toda prisa cerca de la frontera, con barracones y de
zonas a la intemperie. A los prisioneros apenas se les daba comida, y
nunca se les ofreció agua potable ni ropa de abrigo o para refugiarse del
viento. Muchos murieron de desnutrición, enfermedades diversas.
Estaba D. Pablo Neruda como Cónsul Delegado para la Inmigración
Española, por lo que participó activamente en la organización de la
travesía del Winnipeg, que era el buque que consiguió para el traslado,
un viejo carguero francés que no llevaba más de 20 personas de
tripulación y fue adaptado para llevar a los de 2.200 refugiados
españoles, hubo que habilitar bodegas de carga, como dormitorios con
literas de tres plantas; el hacinamiento estaba asegurado pero era un
paraíso para aquellos refugiados que habían pasado tantas penalidades.
En París se fueron reuniendo las familias que irían en el barco. El
viaje a Chile se demoró 30 días, los primeros días y últimos de
navegación los hicieron a oscuras, por temor a sufrir atentados de
submarinos alemanes. El 2 de septiembre de 1939 el Winnipeg atracó
en el puerto de Valparaíso, Chile. Al día siguiente desembarcaron los
españoles y fueron recibidos por las autoridades chilenas. Aunque
previamente algunos se habían bajado en el puerto de Arica, norte de
Chile, unos días antes, decidiendo comenzar una nueva vida. Un grupo
de ellos se quedó en Valparaíso, pero el grupo mayoritario viajó en tren
a Santiago, capital de Chile, donde también se les tributó un cariñoso
recibimiento. Allí empezaron a situarse Doña Dorita y D. Pedro con sus
hijos, pero hacia tanto frio, que enfermó D. Pedro, el medico le
recomendó marcha a una zona mas cálida. Como todavía no se habían
instalado, se trasladaron de Chile al Perú, en concretó a Trujillo, famoso
por tener la eterna primavera.
Terminaron despidiéndose y quedando para una cena en el hotel el
día Sábado, a la que invitaron al matrimonio como agradecimiento a su
colaboración, pues sin ellos todo su esfuerzo habría sido infructuoso.

Parte 5: Los viracochas llegaron a nuestra tierra

Juicio por una pelea


Un extraño en la playa
Diego en la Aldea del Río, 1532
Vuelta de Paku: D. Francisco del Virú, 1551
Día Viernes, sábado y domingo en Trujillo, Agosto 2008

Juicio por una pelea

Wayna: (trabajador, fuerte) Narrador

Wayna narra como su familia se encontró con unos viracochas y


de lo que sucedió con Paku.
En la aldea estábamos de fiesta, ya que era la festividad mensual
de la Luna, por las calles se agrupaban las familias, los niños
correteaban entre juegos, y todo nos preparábamos para acudir al
Templo.
En aquel ambiente relajado, no podía precisar, cual fue el motivo
que dio lugar a una acalorada discusión entre Iraya (El que ayuda y
socorre), un hombre más bien menudo de cuerpo, sin ninguna
particularidad en su rostro, pero al que los años y el mar habían
dibujado arrugas en su frente y Purik (Caminante, andariego), otro
hombre de su edad, pero más alto y musculoso, severo y de trato difícil,
carácter que se había agudizado tras la muerte de su esposa, Ayka
(cariñosa, afable en el trato). Yo soy el marido de su hija Illawara
(estrella afortunada).
Los dos se encontraron paseando junto al rio, cuando los ánimos se
caldearon. Entre ambos cayó un silencio frío, frío y espeso. Se miraron a
los ojos. En un instante el encontronazo alcanzó tal violencia, que los dos
rodaron por el suelo, intercambiando un buen número de puntapiés y
puñetazos. A la refriega yo acudí con otros, para separarlos.
Al levantarse Iraya tenia la cara magullada y un ojo completamente
hinchado. Purik se zafó con violencia de los que lo detenían y corrió a la
Aldea, a poco llegó empuñando una maza y dispuesto a vengar la
supuesta afrenta. Fue un momento de tensión, pero reaccionaron con
rapidez varías Madres y algún hombre, impidiendo que se acercará a
Iraya (El que ayuda y socorre). En la trifurca Purik golpeo a varios
hombres e hirió en la cabeza, con la maza, a una Madre. Al fin lo
desarmaron y ataron.
El hecho era grave y no podía quedar sin castigo.
Aquella noche, la MAMA-COYA Kusi (que tiene siempre suerte)
reunió el Consejo de Madres, se vistió con algunos de sus atributos y
acompañada por la Madres de más edad, ascendió al centro del Templo y
delante de la Kala se acuclilló. Testigos no faltaban, pero había que
escuchar la defensa de Purik, fue conducido y desatado, en presencia de
todo el pueblo, que junto con Iraya, ocupaban la explanada del Templo.
La MAMA-COYA Kusi, comenzó, recordando que se le juzgaba por
delitos muy graves como mostrar, con hechos, el deseo de matar a un
hombre y, ademas, en la pelea haber lesionado a una Madre, de los dos
hechos había muchísimos testigos.
-Purik, ¿que nos puedes decir en tu defensa?
-Todos sabéis lo que pasó con Ayka mi esposa –Purik empezó a
decir con decisión.
-También era mi hermana – gritó Iraya .
-Claro que era tu hermana mayor, eso nadie lo olvida – afirmó Purik
cediendo muy serio- pero era mi esposa y la madre de mis hijos, yo no
puedo permitir, que nadie ponga en duda mi actuación ni mi
responsabilidad, en el triste suceso de su muerte. Todos sabéis que soy
inocente.
Y con pasión mi suegro nos contó lo que tanto le atormentaba:
-No puedo contar todo lo que sucedió, sólo lo que viví y recuerdo.
Hace ya bastantes Lunas que un día, al venir a la aldea para la Fiesta, mi
esposa Ayka (cariñosa, afable en el trato) me dijo que quería salir a
navegar. Alegaba que la única vez que había navegado fue cuando con
10 años llegamos a esta aldea. Luego nunca lo había hecho más. Según
su plan saldríamos con nuestros hijos y podía ser una ocasión para
comerciar con algunas aldeas. Ella fue preparando lo que llevaríamos:
ropa de la que ella hacía, algún objeto de alfarería y de metal, cosas
pequeñas y poco pesadas, para que la balsa no necesitara más
navegante que yo. Aquel viaje se convirtió en el motor de todos sus
pensamientos y decisiones y cada obstáculos era un reto nunca un final,
se crecía ante las dificultades con vitalidad y entusiasmo
Hasta que un día, terminados todos los preparativos y con la
autorización de la MAMA-COYA, comenzamos nuestra aventura.
Con gran alegría nos embarcamos, nosotros dos junto con nuestra
hija Illawara (estrella afortunada) y su esposo Wayna, ambos se
resistieron pues no tenían ninguna ilusión aventurera, pero como todavía
no tenían ningún hijo, Ayka con facilidad los convenció, también nos
acompañaban nuestros tres hijos más pequeños.
Todos sabéis que nuestro hijo mayor, sufrió un accidentes, cuando
jugando con un grupo de amigos, se alejaron de la aldea. Dos de ellos
volvieron después de un el tiempo y comunicaron que habían sido
atacados por pumas. Organizaron las Madres y los jóvenes una batida,
volviendo al lugar del ataque, allí sólo encontraros sus ropas desgarradas
y algunos restos. También se nos murieron dos hijos casi recién nacidos,
sin nombre: una niña y un niño.
Tomando rumbo al norte. Avanzamos con rapidez aprovechado el
viento favorable y las corrientes. Ayka (cariñosa, afable en el trato)
estaba extasiada con la belleza del mar. Al principio ella y nuestro hijo
Paku (útil e inteligente), se marearon, lo pasaron, mal, pero pronto se
acostumbraron a continuo vaivén del oleaje.
Mi esposa era una persona fuerte e independiente – todos lo sabéis
igual que yo- pero también era apasionada y sensible, muy capaz de
admirar la belleza y disfrutar de las cosas buenas. Mientras yo manejaba
el timón, ella abrazando a nuestros hijos, contemplaba con mirada
soñadora la costa cercana. Ahora se me hace presente un gesto muy
suyo: con aire decidido se echaba para atrás un mechón de pelo negro
que caía sobre su frente. Y me miraba. Vi en ella tal cara de felicidad que
aun hoy me estremezco al recordarla.
Llegamos al río Moche y seguimos costeando, antes de que se
ocultara el sol, avistamos una gran ciudad; la visión de sus muralla,
teñidas de rojo por el sol moribundo del atardecer, era impresionante. Al
ocultase el sol toda la ciudad quedó en tinieblas. En el espectacular cielo
nocturno vimos una lluvia de estrellas que recorría el firmamento. Luego
al desembarcar supimos que la ciudad era Chan-Chan. Desde el mar la
veíamos como una ciudad muy grande, extensa y majestuosa.
Al día siguiente recorrimos algunas de sus calles llenas de
transeúntes, con grandes muros adornados por relieves. En uno de sus
mercados, comenzamos a abrirnos paso entre la muchedumbre,
sorteando múltiples puesto de venta y corrillos de curiosos, allí nos
pusimos a vender, entre los comerciantes que ofrecían sus productos a
grandes voces.
De madrugada, la mujeres habían traído sus canastas con papas,
frutas y otros productos, se instalaban en el mercado y, sentadas en el
suelo, pasaban hilando y vendiendo todo el día.
No tardó mucho tiempo para que Ayka(cariñosa, afable en el trato),
comenzara a conversar con las vendedoras de los alrededores, les fue
dando detallada razón de nuestro viaje, y una de ellas le contó que era
un rumor persistente: la ciudad se estaba deshabitando.
Las gentes la abandonaban después de la agresión de Inca. Cuando
el ejercito del Inca se acercó a la ciudad, las autoridades se negaron a
rendirse, entonces les cortó las acequias que les llevaban el agua desde
el río Moche, fueron días angustioso, de sed y hambre que todos
recordaban con terror. Sólo la sed les derrotó. Pero el Inca les hizo pagar
cara su rebeldía, muchos fueron enviados al Cusco y muy pocos
volvieron años después.
Aquel día, para nosotros, el mercadeo no fue muy fructífero. Pero
nos impresionó la ciudad y nos alarmó una noticia que nos comunicó un
cliente que se acercó.
-¿Vosotros no soy de aquí, seguro que habéis tendido que salir de
vuestra aldea para poder sobrevivir?
-Somos – le dije sin dar muchos datos- de una aldea del sur. Es la
primera vez que venimos a esta ciudad.
-¿Y que os parece?
-Una grandiosa ciudad -afirme realmente admirado.
-Si, pero medio desierta -contestó con cara compungida aquel
hombre- y con las calles muy sucias. Por todas partes veréis ruinas y
desolación. ¿Habéis escuchado noticias de los viracochas? Yo estoy
seguro de que no pueden ser hijos de Viracocha, aunque son blancos y
barbudos, por que no son capaces de mantener su palabra, mienten y
roban. También guerrean y codician el oro, pero en eso son como
algunos de nuestros jefes, es lo que pasa con el Inca. Me parece que
están llegando en grandes casas flotantes, ya les han visto por Tumbes.
-Por nuestra zona nadie ha visto nunca a esas gentes. Nosotros
vamos hacia el norte, no nos gustaría tener sorpresas.
Por estos comentarios y otros que siguieron, me resultó un hombre
deprimente y negativo, capaz de bajar el animo al tipo más alegre con
sólo escucharle y yo no estaba demasiado alegre por las vicisitudes de la
aventura.
Que contraste con el modo de ser de Ayka: con una confianza ciega
en el mañana, con un optimismo que se hacia contagioso y no
menguaba ante ninguna dificultad.
Volvimos al puerto y nos embarcamos, nuestro deseo era seguir
buscando donde cambiar las mercancías, no pasó por mi cabeza las
consecuencias y lo que nos haría sufrir la aventura. Ayka seguía muy
ilusionada y me dijo:
-Me gustaría, aprovechar que vamos para el norte para buscar la
Aldea de donde salimos hace tantos años ¿Purik, no te gustaría también
a ti?
Me quede pensativo, me pedía mi opinión, pero bien sabía yo que
de nada serviría contradecirla, así que con la mejor cara le conteste:
-Podemos intentarlo. No será fácil, yo casi no recuerdo donde
estaba ese valle, sólo recuerdo, que la aldea estaba a orillas del río
Motupe.
-Verás como todo nos sale bien – Sentenció Ayka.
Tuvimos varios días en lo que la navegación fue muy agradable,
con días luminosos y noches tranquilas. Nuestra balsa respondía y los
atardeceres, llenaban el cielo de nubes rojizas, cuando nos dirigíamos a
la costa para estar más protegidos durante la noche.
Una de aquellas noches fue bastante especial, la luna nos iluminaba
desde lo más alto del cielo, con esa luz podíamos casi ver, estábamos al
pie de un acantilado de paredes escarpadas. Un estrecho camino
permitía llegar hasta una cueva en la ladera, a unos metros del nivel del
mar. La marea estabas baja. Había dejado al descubierto una pequeña
playa donde podíamos fondear la balsa y pasar la noche. Al acercarnos
empezamos a escuchar tremendo alboroto en el mar, un grupo de
pinguinos se defendían de los ataque de los lobos de mar, que saltaban
desde las rocas y los rodeaban lanzando berridos penetrantes e
intimidatorios.
En la refriega uno de los lobos se acercó peligrosamente a nuestra
balsa. Todos nos asustamos pues se movió bruscamente. Nuestro hijo
Paku (útil e inteligente) cayó al mar, en medio de aquel peligro. Sólo la
rápida reacción de Ayka (cariñosa, afable en el trato), lanzándose al
agua, mientras Paku braceaba para no alejarse, le salvó, ella le ayudó
acercándolo a la balsa para que entre mi hija y yo los sacáramos a los
dos, Wayna ni se enteró, en ese momento bregaba con el timón.
Lo salvó pero nos llenó de aprensión, Paku (útil e inteligente)
empapado y con frío, en brazos de su madre, temblaba como una hoja
seca en el momento de caer del árbol. Los pinguinos aprovecharon el
caos para huir y todo fue quedando en silencio, el viento amainó hasta
convertirse en una ligera brisa, que rizaba con pequeñas olas la
superficie del mar.
Al día siguiente nos fuimos animando, aunque mi hija Illawara
empezó a decir que tal vez mejor nos volvíamos a casa. A Ayka le
resultó muy fácil volver a ilusionarla con el viaje y sus aventuras.
¡Cuántas cosas vería y luego podría contar!
Y por supuesto seguimos rumbo al norte, y ahora también rumbo a
nuestra aldea natal. El lugar donde dejamos el Templo y nuestras casas
por la tormenta de arena. El lugar que con frecuencia recordábamos
cerca de la hoguera por las noches.
Después de muchos días y muchas pequeñas aventuras llegamos al
Río Motupe. Una gaviota pasó volando sobre el lugar, Ayka alzó la cabeza
para mirar su airoso vuelo, que era un buen presagio. El río bajaba
crecido y algunos campos cercanos se habían inundado. Los efectos de la
antigua tormenta eran visibles, grandes dunas de arena cubrían el
paisaje, en las riberas del río casi no había árboles, cuando ya veíamos
la Aldea nos acercamos a una pequeña ensenada en el río y
desembarcamos. Todo se veía deshabitado y medio derruido. Mi hija se
quedó embobada siguiendo con la mirada el vuelo de una mariposa
enorme y multicolor que se ocultó entre los matorrales alejándose de
otras que la perseguían. La tarde era luminosa.
Nos encaminamos hacia la Aldea siguiendo a Ayka (cariñosa, afable
en el trato), que nos llevaba a su antigua cabaña. Según recordaba debía
estar donde ahora sobresalían de la arena los restos de una casa, sólo se
veía un montón de bloque de adobe. Con ayuda de sus hijos empezó a
quitar arena buscando:
-¿Qué buscas? - Le pregunté intrigado.
-Empiezo a recordar que tenia una cofre, mi madre me lo hizo de
barro con una tapa. Yo decía que era mi tesoro. Recuerdo que tenia una
concha que me regaló mi padre cuando me pusieron mi nombre.
Al remover los escombros huyeron algunos bichos, hasta una
culebra que sobresaltó a Illawara, que buscaba con especial ahínco el
tesoro de su madre, hasta que lo encontró.
Cuando se lo pasó, Ayka empezó a acariciarlo, se sentó en el suelo,
todos la rodeábamos. Ella lo miraba sin atreverse a abrirlo. Su rostro se
fue aniñando. De verdad parecía una niña que acaricia su tesoro más
valioso. Y vimos cómo, conteniendo el aliento, abrió muy despacio aquel
cofre infantil.
Ante sus ojos de niña contempló la concha de su padre y también
unas piedras de colores y hasta unos huevos de pájaros.
Después de sumergirse en su niñez, levantó lo ojos. Vio su ahora
real. Tomó la concha y me la ofreció a mi, era la herencia de su padre.
Entregó a cada hijo, una de las las piedras y se quedó mirando lo que
todavía quedaba en el cofre. Estoy seguro que en ese momento pensó
en sus hijos muertos.
Solo cuando una bandada de patos, rompió con sus algarabía aquel
hechizo, me atreví a decir con voz entrecortada por la emoción:
-Yo también quiero ver mi antigua casa.
Bordeando el Templo nos acercamos a la zona de las hilanderas,
estaba en mejor estado, apenas se habían caído los techos, pero por eso
la arena cubría el interior de las casa, tal vez eso las había protegido de
la destrucción, había que remover demasiada arena, si quería ver el
suelo, en las alacenas de la pared todavía estaban las vasijas donde se
guardaba la comida. El de maíz con sus granos grabado en el exterior y
el de yuca, papas, ají; alineados como cuando los dejamos. Me pareció
ver a mi madre preparando la comida. En la lejanía un jilguero entono su
canto de amor.
Después subimos al templo, allí estaba la primera Kala de la MAMA-
COYA Tintaya (La que consigue lo que quiere), nos acercamos e
imitamos a Ayka que la abrazó y besó.
Encendimos la hoguera y a su alrededor empezamos a comer. Ayka
contaba lo que recordaba mezclado con lo que había oído a las mayores,
hasta que comenzó a cantar, su voz se elevó en agradecimiento, con un
ritmo cadencioso hasta que se levantó danzando, todos la imitamos y
con nuestro baile, alrededor de la la Kala, recordamos y honramos a
nuestros antepasados.
No nos entéramos de lo que acontecía en el río.
Pero llegó una barca con cinco viracochas, que nos vieron danzando
en el Templo, se dividieron en grupo para sorprendernos y avanzaron
con cautela, sigilosamente. Cuando los vimos ya estaban dos de ellos en
la plataforma del Templo y se acercaban con gestos intimidatorios y con
las espadas en la mano. Wayna y yo cogimos las mazas y nos
dispusimos, con miedo, a defender a la familia. Antes de que pudiéramos
hacer nada, llegaron otros tres viracochas y se oyó el estruendo de un
rayo con su trueno; había salido de la mano de uno de ellos. Aquello nos
paralizó de pánico y caímos en tierra. Wayna y yo gateando retrocedimos
hasta nuestra familia.
-Capitán -dijo uno de ellos, joven y casi sin barba- no parece que
sean peligrosos. Por que no intentamos conversar.
-Adelante, Antonio, pero con mucho cuidado, -mandó el capitán -
los demás no os mováis.
El joven guardó su espada y se nos acercó, haciendo gestos de paz,
mostraba las manos desnudas y hasta se quitó de la cabeza el casco que
la protegía y que casi ocultaba su cara.
-Venimos en paz, -decía- no queremos hacer daño.
Paz, no daño, lo repetía en aymara y quechua en un intento de
comunicarse con nosotros.
Estábamos atemorizados, Ayka (cariñosa, afable en el trato)
levantó la vista y durante unos segundos dudó cómo actuar, al ver el
semblante tenso pero amable del jefe, se puso en pie y en un gesto de
valor que a mi me faltaba, cogiendo comida y bebida, avanzó hacia el
que parecía el jefe. Le ofreció de nuestra chicha. El Capitán guardo su
espada y con ceremonia bebió de la copa y comió con la mano un poco
de maíz, una sonrisa le iluminó la cara, con muchas arrugas alrededor de
los ojos.
Todavía con recelo, pues no se me olvidaba lo que me había dicho
en Chan-Chan aquel hombre, que parecía más pesimista que realista:
-Siempre serán mentiroso esos falsos viracochas.
Pero lo que yo veía no me daba tanto miedo, el del trueno
permanecía alejado, los otros se mostraban amistosos. Mi hijo Paku (útil
e inteligente), empezó a gesticular, con tal habilidad, que todos le
miraron:
Señalándose a si mismo dijo: Paku. Señalando a su madre: Ayka.
Señalándome a mi: Purik.
El soldado se señaló a si mismo diciendo: Antonio, Señalando al
Capitán: Luis.
Si no hubiera sido testigo, y alguien me lo contara, no lo habría
creído. La rápida reacción de Paku, nos causó tal sorpresa, que en
silencio, nos miramos desconcertados. Con dificultad empezó una
conversación, que nos fue relajando a todos. Paku y Antonio llevaban la
voz cantante, pero otros fueron metiendo baza. Antonio sabía algunas
palabras en aymara y quechua y mi hijo empezó a repetir, con gran
facilidad, algunas de sus palabras.
El problema surgió cuando al atardecer los viracochas dijeron de
marcharse y se empeñaron en llevarse con ellos a mi hijo al que
empezaron a llamar Paquillo, aducían que les seria muy útil para
entenderse con los nativos que encontraran. Todavía no consigo
entender como Paku estaba a favor de acompañarlos. Su madre y yo nos
negamos, no queríamos perder a otro hijo, sentimos como que lo
secuestraban, pero eran más y no podíamos olvidar que tenían el trueno.
Paku se fue despidiendo de sus hermanos, enseñándoles la piedra que su
madre le había dado.
-Con esta piedra, que llevaré siempre conmigo, os recordaré,
ademas estoy seguro que volveré con vosotros cuando me canse de esta
aventura.
Su madre y yo le abrazamos entre sollozos, pero montó en la barca
y se marcho con ellos.
-Hijo no nos olvides –le gritó su madre Ayka desde la orilla–
Vuelve, te estaremos esperando.
Aquella fue una noche triste, ni siquiera la luna iluminaba nuestra
zozobra y surgió la firme decisión de volver a nuestra Aldea.
-Ya esta bien de aventuras -se quejó Ayka- nosotros no somos
aventureros.
Varios días después, cuando ya nos encaminábamos hacia nuestra
Aldea, nos fuimos metiendo en un temporal, el viento arreció y la
superficie del mar se veía rizada, había cobrado vida, el vaivén de las
olas se fue intensificando.
Nos vimos arrastrados por la corriente, aquello me asustó. El
aullido del viento era terrible. La oscuridad creció a cada minuto que
pasaba y las rachas de viento hacían temblar la vela con un ruido
ensordecedor. Miraba a Ayka y a mis hijos y me sentía impotente. Mi
esposa y uno de nuestros hijos estaban mareados y se refugiaron en la
zona protegida. De pronto una ola enorme barrió toda la balsa
arrastrando todo lo que no estaba fuertemente atado. Cuando la
oscuridad se hizo más oscura y estábamos al límite de nuestras fuerzas,
la tempestad arreció. El mar se convirtió en un remolino que nos
zarandeaba en todas las direcciones. Mi hija tomó el timón mientra
Wayna y yo bregábamos con la vela. La vela mojada por la lluvia se
resistía y a cada golpe de viento se nos levantaba obligándonos a volver
a sujetarla. En medio de esa situación mi hija no podía mantener el
rumbo de la balsa cara a las olas. La balsa bailaba con cada nueva ola
que la zarandeaba.
En mi desesperación grité:
-Ayka, ayuda a tu hija a mantener el rumbo.
No vi nada, pero luego mi hija me contó como su madre intentó
acercarse al timón pero fue arrastrada por una ola, golpeando en una
defensa de la balsa y arrojada por la borda al mar.
Un nuevo relámpago iluminó por completo la balsa. Mi hija gritó
pidiendo auxilio, y al mirar y no ver a Ayka, la busqué con la vista y la vi
flotando cerca de la balsa. Me até una cuerda a la cintura y me lance a
rescatarla. Fueron momentos de angustia, braceando en medio de las
olas, llegué hasta Ayka y la abracé, Wayna (trabajador, fuerte) nos
arrastró a los dos hasta la balsa.
Tendimos a Ayka (cariñosa, afable en el trato) en la zona protegida,
pero no respiraba, no se movía. Todos llorábamos, mirándola y tratando
de despertarla. La lluvia y las lágrimas me dificultaban la visión. La
tormenta seguía, las nauseas acudieron a mi boca y todo empezó a dar
vueltas a mi alrededor, yo ya no pensaba, estaba como alucinado
Paulatinamente, casi tan de repente como comenzó, amainó la
borrasca, primero se fueron debilitando los golpes de viento, luego las
olas perdieron fuerza, cada vez menos superaban la altura de la balsa,
pero la lluvia persistió hasta media tarde. Luchábamos por recobrar la
calma. Un silencio dolorido se instaló en la balsa, los únicos sonidos que
se oían eran nuestras respiración jadeante, el aleteo de la vela y el
murmullo del agua que chocaba contra la proa de la balsa. Sin Ayka yo
me sentía vacío, y poco a poco culpable.
-¿si no le hubiera dicho que fuera al timón?
-¿si no hubiera cedido en su deseo de viajar?
Mi hija Illawara se acercó y llorando me abrazó con fuerza, al oído
me susurra con firmeza:
-No te sientas culpable. El mar se la ha querido llevar.
Yo no podía aceptar la desgracia, me resistía, lloraba. Ante una
muerte tan imprevista y trágica era muy difícil trasmitir serenidad y
afecto pero mi hija lo intentó manteniendo el abrazo y algo consiguió.
Illawara empezó a actuar como su madre, tomó las riendas de la
situación, nos mandó subir la vela y dirigirnos a la orilla, estábamos
donde la batalla de lobos y pinguinos, y aunque la marea subía, nos
pudimos acercar hasta la playa. Entre todos bajamos a Ayka.
Como estábamos lejos de nuestra Aldea, decidimos que la cueva
del acantilado sería un buen lugar donde enterrarla. Hasta allí la
subimos, era una cueva bastante grande, podíamos escuchar las olas
rompiendo en las rocas unos metros más abajo. Illawara desnudo a su
madre y según nuestra costumbre la envolvió en varias de las telas que
ella misma había confeccionado.
Después de escuchar toda esta narración, se hizo el silencio, yo
estaba muy emocionado, se me hacia presente toda la gran aventura en
la que había participado. Todo miramos a la MAMA-COYA, que después
de hablar con el Consejo, sentenció:
-Esta claro que tu no eres responsable de la muerte de Ayka, eso
ya todos lo sabíamos. Y aunque Iraya (El que ayuda y socorre) te
provocó, nunca podemos permitir que alguien desee la muerte de su
hermano. Tu castigo es la expulsión durante un año de la Aldea. Puedes
quedarte en la Aldea del Mar. Tus hijos no podrán visitarte durante ese
año y tu no podrás venir aquí.
Iraya también merece un castigo: es expulsado durante medio año
a la Aldea del Mar. Y nunca podrá hablar nunca más en publico de la
muerte de Ayka (cariñosa, afable en el trato).

Aldea del Mar 1532


Un extraño en la playa

Kinu (hombre despierto y vivaz) Narrador

Donde se hace relación de la llegada de Diego de Villamayor a la


Aldea y de su historia desde que llegó de Andalucía

Como cada atardecer me encontraba sentado en la arena, sobre un


tronco, con la vista fija en el mar, muy cerca de nuestra pequeña y
destartalada aldea formada por unas 60 cabañas de barro y caña,
apenas cubiertas con un ligero techo de palmas, que malamente nos
protegía del sol y de la escasa lluvia. Junto a los habitáculo, esta el
secadero de pescado, y al alcance de la mirada, a orilla del mar, las
salinas, en cada charco reflejaba distintos tonos de rosa, verde y blanco,
un mosaico que enamora a la vista.
La noche caía lentamente sobre la playa, en mis pensamientos
revoloteaban las noticias llegaba de la Aldea, la zozobra que causaban
las nuevas ideas y las consecuencias imprevisibles y dañinas que
obscurecían el futuro. Por primera vez el imperio del Cusco se
desangraba con la lucha fratricida de dos pretendientes al Incanato. Los
Señores del Valle de Lambayeque se enfrentaban a la rebelión de su
pueblo que abandonaban y quemaban los templos y se dispersaban por
el valle en pequeños grupos, sembrando el terror y las calamidades:
- ¿Tiene alguna posibilidad de sobrevivir nuestro pueblo, en medio
de tanto enfrentamieno?
- ¿Han vuelto los antiguos viracochas que algunas gentes desde
antiguo esperaban?
- ¿Acaso nuestro Dios nos ha abandonado o, como algunos dicen,
se ha vuelto a dormir?
Todo los que hasta entonces era claro e inamovible se tambaleaba.
Estaba comenzando un nuevo tiempo o era simplemente la insatisfacción
de los jóvenes, con su tendencia a enfrentase a los mayores. Pero era
preocupante que se difundiera entre las gentes, la pérdida del deseo de
vivir, en un mundo que se derrumbaba. Nos habían llegado noticias de
algún suicidio colectivo, casi todos los habitantes de una aldea, se
arrojaron al mar desde lo alto de un acantilado.
Estaba enredado en esos pensamientos que últimamente tantas
veces me desconcertaban, cuando, oigo que me llaman:
- Kinu, Kinu, corre, ¡ven!.
Me levanté con prisa pues era extraña tanta urgencia y algarabía.
No tardé en llegar junto a los demás, y todos vimos como, zarandeado
por el oleaje, llegaba un hombre, con ropa desconocida y extraña. Quedó
tendido, inconsciente, mecido por las olas, sabre la arena.
- ¿No será uno de los viracochas de los que habla todo el mundo?
Con precaución nos acercamos dispuesto a auxiliarlo, pero nos
detenemos al ver que se movía.
Cuando abrió los ojos, escuchó el graznido de las gaviotas, que
revoloteaban a su alrededor, y con cuidado se fue incorporando,
apoyándose en un brazo intentó erguirse, pero cayó nuevamente de
bruces.
-En efecto, la barba y la vestidura no es de la gente de por aquí.
Como vimos que se recuperaba y no parecía peligroso, nos fuimos
acercando con precaución, era robusto y bien formado, mirada franca y
directa. Su presencia imponía aunque no es muy alto.
Lo acogimos en nuestra Aldea.

A lo largo de varios días nos fue contando su historia. Nos


aseguraba que ya había vivido más tiempo en las nuevas tierras que allá
donde hacia años había nacido:
- En un barco me dirigía hasta Panamá –nos dijo, aunque de
aquellas personas y tierras nosotros no teníamos conocimiento-, mi jefe,
el capitán D. Francisco Pizarro, nos enviaba para conseguir más soldados
y dineros, entonces nos enredamos en una tormenta, las olas decidieron
que aquel viaje había terminado. El barco se desarboló, el mástil mayor
se quebró y cayó con toda su arboladura, las maromas, el velamen y
todos los aparejos hicieron volcar al barco y todos sus tripulantes nos
hundimos. Después de un tiempo de desconcierto, algunos nos
agarramos a tablones o a barriles, pero el frío y el tiempo fue mermando
nuestra fuerzas. Y a esta playa soy el único que ha conseguido llegar,
espero que otros estén vivos en otras playas.
Yo, hace años que vine embarcado desde Sevilla y me queda
vagando por La Española, luego me trasladé a Santa Marta.
Cierta noche de escasa luna, mis suerte se torció, o tal vez, se
enderezó, pues un grupo de alguaciles, me detuvo con las manos en la
masa. Corríamos huyendo de un comerciante al que acabábamos de
robar, sin darme cuenta me encontré rodeado de alguaciles, mis
compañeros me habían abandonado.
Después de pasar la noche en el calabozo, me llevaron ante el
Juez, comenzó preguntándome sobre mi nombre:
- A mi siempre me han llamado Dieguito, -le contesté entre
cohibido y temeroso- no conozco otro nombre.
- ¿Es que no tienes padres?. -Me apretó el Juez.
Solo puede decirle:
- Señor Juez, supongo que tengo padres, como todo el mundo,
pero los míos se dieron prisa en desaparecer de mi vida.
-Bueno, cuéntanos tus hazañas - Terció el Escribano.
Yo comencé por explicarle que tendría en torno a 10 años cuando
me embarqué, fue en el cuarto viaje de Colón.
En la época era frecuente, ellos lo sabían, que niños de 10 ó 12
años embarcarán como grumetes al servicio del barco o como pajes de
algún noble.
Por el puerto de Cádiz yo deambulaba con otros chiquillos de mi
edad, cuando, no recuerdo como, tuve la oportunidad de ser grumete en
la carabela Vizcaína, que se preparaba para ir a las tierras recientemente
descubiertas. Mi misión en el barco consistía en alimentar a los animales
que llevábamos: vacas, caballos y regar para mantener con vida unos
plantas de trigo, un vid y un olivo. El viaje fue muy tranquilo hasta que
nos internamos en el Mar del Caribe, entonces comenzaron las
dificultades llegó a hundirse la Vizcaína y empecé a pensar en quedarme.
Cuando Colón termino su viaje y se marchó el 12 de septiembre de La
Española rumbo ha España, yo me escabullí. Como grumete llegué,
como granuja me quedé.

Comenzó para mi una nueva vida. Durante aquellos días estuve


deambulando por el puerto, yo que venia totalmente rodeado de órdenes
y contraórdenes, me encontré con la más plena libertad, podía entrar y
salir cuando quería, comer y beber cuando podía y siempre que quisiera
descomer y desbeber.
Cuando pasó por la Española una expedición a Tierra Firme me
embarque llegando hasta la Costa, vine con D. Rodrigo de Bastidas en su
último viaje a estas tierras y fundando la ciudad de Santa Marta.
En esta ciudad mis negocios, entre empellones y carreras, por lo
general eran beneficiosos, sobre todo cuando me uní a una pandilla de
rapaces que malvivían trapicheando por las callejuelas del puerto. Una
niña de 13 años llevaba la voz cantante, aunque no era la mayor del
grupo, si era la más decidida y valiente, todos la obedecíamos. Su
historia era muy parecida a la mía, ella también había llegado como
grumete, haciéndose pasar por chico, y bajo ese engaño seguía
buscándose la vida. Aunque su nombre era Juana, en su nueva vida
todos la llamábamos Juanillo.
Cuando me llevaron ante ella, me sorprendió su voz, entre afónica
y ronca. Luego me enteré, que todas las mañanas, para hacer una voz
más varonil, hacía gárgaras con una infusión de hierbas que le había
recomendado una anciana nativa.
Me acogieron en sus filas, pues al ser desconocido entre los
comerciantes, tenía más facilidad para acercarme a sus negocios y dar el
golpe, después corría hasta la esquina más próxima, entregaba el botín
a algún compañero y nos separábamos en nuestra huida. Vivíamos en
las entrañas de una vieja barcaza, abandonada en un extremo del
puerto. Muchos fueron los avatares en los que me vi envuelto y de todos
ellos supe aprender.
Todo esto lo fue consignado, entre admirado y emocionado, el
Escribano Judicial, D. Adolfo de Villamayor, un joven sevillano, que
escribía mi relato y de vez en cuando me miraba asombrado.
Cuando terminé, arriesgué al poner cara de desvalido, el Juez
consultó con sus ayudantes, pero fue D. Adolfo el que tomó la palabra:
-Señor Juez, con su venia, deseo manifestar mi intención de acoger
a este rapaz, pues me sería de gran utilidad como paje.
Así comenzó para mi una nueva vida, en casa de D. Adolfo y de
Doña Catalina, su esposa, que todavía estaba en España, pero que D.
Adolfo afirmaba que pronto vendría, junto con su hijo.
- Tal vez te sorprenda mi nombre - -me dijo un día- Adolfo no es
un nombre frecuente ni en Castilla ni en Andalucía, pero mi padre fue
militar en Europa y un soldado holandés le salvo la vida, en su honor me
llamó a mi, Adolfo.
Mis días empezaron a llenarse de múltiples actividades, tenía que
acompañar a D. Adolfo en todos sus trabajos y hacia todas las gestiones
que me mandaba. El me repetía con frecuencia.
- Dieguito, he vito que eras muy rápido con los pies y las manos,
ahora tienes que ser rápido de entendederas.
Y así fui aprendiendo a leer y escribir, también fui entendiendo el
habla de los nativos, pues eran frecuentes los pleitos entre castellanos
pero también entre nativos, y yo asistía a muchos de ellos como
ayudante de D. Adolfo.
No me olvide de mis antiguos compañeros, a los que visitaba con
frecuencia llevándoles comida y vestidos

Varias noches le escuchamos narrar su historia, pero cuando se


acercaba la fiesta de la Luna, le expliqué:
- Cada mes vamos a la Aldea del Río para la fiesta y allí te
presentaremos a nuestra MAMA-COYA Kori (mujer valiosa y de gran
sensatez), a la que tendrás que mostrar tu respeto y ver si eres
aceptado en nuestro pueblo.
- De donde yo vengo – afirmó Don Diego- también una mujer era
la que gobernaba, la Reina Isabel, y en su nombre me presentaré yo
ante vuestra MAMA-COYA Kori, pues aunque ahora me he enterado que
gobierna su hijo D. Carlos, para mi la reina, aunque ya haya muerto, es
Doña Isabel. Ya cuando llegamos con Pizarro a las costas del norte, uno
de los primeros jefes nativos que salió a su encuentro no fue un hombre,
sino una mujer, parece que por estas tierras es frecuente que las
mujeres tengan la autoridad.
- Yo soy el marido de nuestra MAMA-COYA Kori.
- Pero, por lo que nos han contado, puedes dejar de serlo si ella te
rechaza y elige otro.
- No, eso no es posible, entre nosotros esa costumbre ya se
terminó, pues nuestra primera MAMA-COYA cuando llegamos a este río,
dispuso que eso no podía hacerlo, a no ser que el elegido muriera o en
cinco años una MAMA-COYA no tuviera ninguna hija, entonces elegiría
otro, que tenia que ser soltero.
- Antes podía elegir otro hombre, soltero o casado –se interesó D.
Diego.
- Si, y eso es lo que a veces creaba problemas, si elegía a uno ya
casado. Yo ya le dado vida a cuatro cuerpos de mujer que ella ha
preparado y a otros tres de hombre.
- Osea que tenéis siete hijos ¿Cómo se llama la heredera?
- Ha sido elegida Sulata.
- ¿Pero, no es la mayor?
- Si que lo es, pero podría no serlo. Cuando cumple 5 años la hija
mayor de la MAMA-COYA, se reúne el consejo de la Madres y al ponerle
nombre, deciden si va a ser la heredera, o esperan a que llegue a esa
edad la siguiente hija.
-En Castilla el heredero -afirmó Don Diego- es el hijo mayor del
Rey, sea hombre o mujer, ya se ve que es otro sistema.
Aquella noche, sobre nuestras costumbres, otras muchas preguntas
me hace y dentro de su ignorancia, vimos que muestra respeto por
nuestro modo de vida.
Diego en la Aldea del Río 1532

Sulata (mujer hermosa) Narradora

De la historia extraordinaria que Diego nos cuenta sobre su vida


en nuestra tierra.

Como todos los meses para celebrar la fiesta de la Luna Llena, los
hombres vinieron a la Aldea del Río, llegaron a la ensenada en un grupo
bullicioso de canoas. El ronco sonido de las caracolas y tambores,
anunciaba su llegada.
En esta ocasión, además de los niños, muchas madres habían
bajado a recibirlos, pues nos llegó la noticia de que viene con ellos el
naufrago viracocha. La algarabía bulliciosa subía la pequeña cuesta,
sombreada de chirimoyas, atravesaba toda la aldea hasta el templo,
donde les esperaba la MAMA-COYA Kori (mujer valiosa y de gran
sensatez), con ella estoy yo, su hija Sulata (mujer hermosa).
Mi Madre se había puesto, para la ocasión, algunas de las
vestiduras rituales. Se quitó su vestido de trabajo, después de lavarse
las manos del barro que había trabajado. Tomó de un gancho de la
pared, una túnica de algodón, verde intenso con pequeñas flores de
verde más pálido. Se la echó sobre la cabeza, la ciñó con un grueso
cinturón de cuero con incrustaciones de plata y oro. Se puso el adorno
de nariz de oro y plata. Y por último se colocó la diadema junto con la
corona de cobre dorado.
Por lo que luego nos dijo Diego, lo que más le llamó la atención
fueron los tatuajes de sus manos. Yo ya tenía tatuadas las arañas de los
pies y la serpiente en mi brazo, pues la heredera era, cada año, marcada
con las señales de su futuro poder.
Le vimos acercarse temeroso, tal vez cohibido, sin saber cómo
manifestar su respeto. Mientras asciende por la rampa de las cinco
plataformas que ya tiene nuestro Templo, buscaba a su alrededor qué
hacían los demás, pero al no ver nada extraño, pensó que lo mejor era
poner una rodilla en tierra, luego nos dijo que esa era la manera de
actuar delante de la Reina de Castilla. Y así el lo hizo.
Fue un momento de emoción y silencio, hasta que dijo, mirando
con determinación a la MAMA-COYA Kori:
- Deseo pedirle permiso para celebrar la fiesta en su Aldea, desde
que he llegado todos me han recibido con afecto y deseo corresponder.
Mi madre lo miró, sorprendida de que pudiera entender lo que
decía, pues aunque no hablaba nuestro idioma, se le entiende casi todo.
Se acercó hasta él y agarrándolo por los brazos, le hizo levantar, y con
gestos pausados y ceremoniosos lo abrazó, acogiéndolo en nuestra
Aldea, en medio del alborozo de los presentes.
No pensé lo mucho que llegaría influir en mi vida futura, aquel
joven conquistador, que abrazaba a mi madre con afecto.
Aquella noche nuestra MAMA-COYA le invitó a comer. Cuando nos
reunimos en torno a la hoguera, a la puerta de la casa, nos sorprendió
que no se sentara como nosotros, con las piernas dobladas por delante
en tal forma que las rodillas se quedan altas, a nivel de la barbilla.
-Perdonar que no os imite en vuestra forma de sentaros, pero como
no estoy acostumbrado, estaré muy incomodo para almorzar con
tranquilidad.
Vimos que se sentó con las piernas cruzadas delante.
Y ante nuestra insistencia nos siguió contando su historia.

Comenzó a narrar de nuevo lo que les había dicho a los hombre en


la Aldea del Mar. Desde el principio acapara la atención de todos, hasta
de los más pequeños, que acostumbrados a escuchar narraciones, le
seguían embobados:
Un día nos llegó la noticia que mi señor esperaba desde hacía tanto
tiempo: Fue a través de un grumete que se presentó, corriendo, en
nuestra casa.
- Tengo que hablar con D. Adolfo. -informó a la doncella que le
abrió la puerta- Me envía Doña Catalina para que le diga que, acaba de
arribar en uno de los barcos recién llegado de España. Le espera
impaciente en el puerto.
Inmediatamente la doncella se puso en movimiento hasta que en
el Juzgado nos encontró. Como yo estaba también, fue a mi a quien se lo
comunicó, para que se lo dijera a nuestro señor. Estábamos en medio de
un juicio, que se interrumpió, cuando yo se lo comunique al oído a D.
Adolfo y se puso tan nervioso que el Juez se dirigió a él:
- ¿Qué sucede, Señor Secretario?
- Señoría, mi esposa acaba de llegar de España, me pide que vaya
a recogerla al puerto.
- Pues no se hable más. Se suspende este juicio. Vaya usted con
urgencia.
-Señoría, -pidió D. Adolfo- solicito permiso para utilizar su calesa.
-Por supuesto -concedió el Señor Juez, con una sonrisa.
Nos dirigimos con presteza a puerto, en algunos lugares la multitud
nos dificultaba la marcha; pero, cuanto más nos acercábamos a nuestro
destino, se hizo más difícil avanzar. Curiosos, soldados y estibadores
llenaban el muelle de gritos y saludos. En la cubierta del barco todavía
deambulaban los últimos pasajeros.
D. Adolfo, la vio y la llamó a gritos, ella se acercó a la borda
saludando con alegría. Yo, nada más verla, quedé prendado de su
persona.
Era joven y muy guapa, de pelo castaño en una larga melena
enmarañada, después de tan largo viaje, con tantas dificultades y
penurias. Daba la mano a un niño de unos cuatro años, que había nacido
tres meses después que D. Adolfo partiera de Sevilla.
Yo no dejaba de mirarla mientras trajinaba con su equipaje y se
despedía de algunas de sus compañeras de viaje, con las que había
creado amistad y que todavía no habían desembarcado.
La llegada de doña Catalina, supuso un revuelo absoluto en
nuestras vidas.
Aunque ya con D. Adolfo, yo iba todos los domingos a misa, doña
Catalina nos enseñó a rezar el rosario cada noche después de cenar.
A la tenue luz de las velas y con frecuencia yo cabeceando, ella se
quitaba el rosario que llevaba en la cintura bajo la ropa. Era una soga
fina con nudos, nudos dobles para cada misterio y sencillos para cada
Ave María. Nos había dicho que ese era el Rosario del caminante. En su
pueblo era costumbre que cada hombre o mujer lo llevara en su cintura.
Con ella llegó a nuestra mesa el mantel, los platos de cerámica de
Talavera (desechamos las escudillas de madera) y variedad de cuchillo y
cucharas, yo no sabía que eran distintos para la carne y el pescado,
bueno, yo no sabía casi nada de nada. Pero para D. Adolfo también fue
una sorpresa, un nuevo utensilio, que en los últimos años, había llegado
a las mesas de la nobleza castellana desde la corte veneciana, lo
llamaban tenedor y Doña Catalina nos enseñó a utilizar.
Con el tiempo me convertí en inseparable de Adolfito, un niño
espabilado que hablaba con un deje extraño, igual que Doña Catalina,
que me hacía reír con facilidad. Pronto, doña Catalina me dejó llevarlo a
donde me mandara D. Adolfo, por supuesto que nunca le soltaba de la
mano cuando me lo dejaba.
Recuerdo que en una ocasión que hablaba con D. Adolfo sobre las
relaciones entre los blancos y los indios. Doña Catalina canturreaba
canciones de su lejana Andalucía pero al escucharnos, nos cortó:
- Pero no os dais cuenta de que aquí no hay ni indios ni blancos.
- ¡Pero mujer! - Se defendió D. Adolfo.
Y ella, que apenas llevaba un año con nosotros, aclaró:
- Los que aquí vivían no son indios, pues he oído que esto no es la
India, los que vivían en esta tierra antes de que nosotros llegáramos
tendríamos que llamarlos nativos.
- Bueno, en eso parece que tienes razón, pero ¿Qué tienes que
decir de los blancos? -Pregunto D. Adolfo
- Pues tengo para mi -señaló con prudencia Doña Catalina
volviendo a retomar su discurso- que todos los que hemos venidos de
Castilla somos mestizos de árabes, godos, judíos, romanos, fenicios y
hasta íberos y celtas. Sólo los que han sido traídos por la fuerza de África
son negros, y eso por ahora, pues ya se empiezan a ver toda clase de
mestizos correteando por las calles, estoy convencida de que aquí se
esta cocinado una nueva mezcla con la violencia del deseo.
Y otras muchas cosas tuvimos que admitir, pues nuestra Doña
Catalina, a mí siempre me deslumbraba, por su belleza y sus ideas, por
su manera directa de hablar y también por su alegría contagiosa.
Pasaron los años y eran constantes los rumores que nos llegaban
de nuevos descubrimientos, jornadas y conquistas. Grandes hazañas que
inflamaban mi imaginación, como la de cualquier joven.
Una tarde el Gobernador D. Pedro de Lerma, convocó para el día
siguiente a todos los ciudadanos de Santa Marta. Era media mañana de
un día cambiante: el sol brillaba a ratos en medio del cielo, en otros se
velaba detrás de nubes blancas que corrían rápidas impulsadas por el
viento. Había llovido un poco, varias veces, por la noche y en las
primeras horas de la mañana y el empedrado de la Plaza Mayor estaba
aún mojado. Al llegar, en compañía de D. Adolfo, la encontré llena de
gente diversa, que paseaba, se agitaba, hablaba, gritaba y se
arremolinaba con un estruendo ensordecedor. Hasta que el sonido
penetrante de una trompeta fue acallando el alboroto. Se retiro del
balcón el trompetero y salio el Gobernados acompañado por el Capitán
D. Francisco Pizarro:
- Como sabéis, - levantó la voz el Gobernador- acaba de llegar
desde España el capitán D. Francisco Pizarro, que me ha presentado
unas Capitulación firmadas en Toledo, el 26 de julio de 1529, en las que
nuestro Rey D. Carlos le concede los títulos de Gobernador, Capitán
General, Adelantado y Alguacil Mayor de las tierras por él descubiertas
en la provincia del Perú, también llamada Nueva Castilla. En dichas
Capitulaciones se le autoriza a reclutar una tropa para la conquista y
colonización de esas tierras. En esta Gobernación se abrirá un
reclutamiento para aquellos que deseen acompañarle.
La noticia caldeó el ambiente hasta limites insospechado. Podía ser
mi oportunidad, pero me costó decidirme, me sentí arrastrado por el
entusiasmos de mi amigo Luis, el joven hijo de un rico comerciante de
telas, al que encontré en uno de los corros que se habían formado en la
plaza. Con él fantaseaba con frecuencia sobre nuestro futuro.
Al día siguiente, caminábamos hacia del Juzgado cuando
comunique mis ilusiones y elucubraciones a D. Adolfo.
- Sabes, Diego, -me confió, con pesadumbre- que no puedo
negarme a ese tu designio; pero también sabes lo que pienso de esas
aventuras, muchas veces hemos hablado de sus peligros, de tantos que
vuelven lisiado y en la ruina, pues las cosas no son tan fáciles como
parecen desde aquí.
- Pero, yo tengo que aprovechar las ocasiones para hacerme un
futuro y sólo quien se arriesga triunfa. Usted es mi ejemplo y también se
arriesgó dejando Castilla y buscando fortuna en estas tierras.
Se me quedó mirando y con voz queda, me dijo lo que tal vez había
meditado con frecuencia:
- No puedo decir que me sorprende tu deseo, es más, de vez en
cuando me rondaba ese pensamiento, aunque esperaba que no fuera tan
pronto. -Y añadió, mirándome a los ojos- En reconocimiento a tantos
servicios como me has prestado, si quieres te daré mi apellido. Podrás
ser D. Diego de Villamayor.
Ese si que era un regalo, un regalo casi tan precioso como los
conocimientos y la educación que me había dado. Me llenó de orgullo,
pues nunca había pensado en esa posibilidad. Me convertía en hidalgo y
podría, fácilmente, enrolarme hasta como oficial.
- Gracias -contesté emocionado, dejado que me abrazara en medio
de la calle.
Cuando se lo dije a Doña Catalina, me miro como nadie me ha
mirado nunca, tal vez esa era una mirada de madre, eso yo no lo podía
saber, ella era lo más parecido a una madre que yo había tenido. Nada
me dijo, pero su mirada era suficiente. Más difícil fue convencer a
Adolfito, ya era un jovenzuelo de diez años, serio y espabilado. No quería
que me marchara, me reprochó que no pensara más que en mi y en mi
conveniencia. En esos años se había convertido en mi sombra y no
comprendía que yo quisiera marcharme y dejarlo.
Fueron días de mucha actividad: D. Adolfo redactó y me entregó
los documentos que me convertían en su hijo adoptivo. Me presente ante
Pizarro con mi amigo Luis. No fue difícil conseguir pertenecer a su tropa,
no había muchos aspirantes, además yo le podía ser muy útil, pues no
sólo sabía leer y escribir, si no que poseía conocimiento de las leguas de
los nativos, en resumen, me incorporé como Alférez, aunque para ello
tendría que conseguir una espada y un caballo. Yo era pobre para hacer
frente a esos gastos, pero menos mal, tenía a D. Adolfo y a otros amigos
que me prestaron lo suficiente. Quedé endeudado, pero caballero con
armadura y espada ropera.
El caballo que pude compre, había nacido ya en esta tierra, su
madre vino de Castilla en un viaje accidentado que se prologó mucho
más de lo acostumbrado, cuando una tormenta rompió el palo mayor,
sólo llegaron tres de las siete yeguas embarazada que comenzaron la
travesía, las demás murieron en el viaje y los marineros se las comieron
con alborozo, casi nunca contaban con la posibilidad de comer carne
fresca. A mi caballo lo llamé Tejón por su color rojizo, a teja antigua, y
era un potro de tres años muy brioso, aunque ya estaba domado, yo
sería su primero propietario.
Muy distinta fue la espada, una vieja pieza elaborada en Toledo con
guarnición de lazo y hoja ancha, que había tenido muchos dueños como
mostraban las numerosas marcas y magulladuras que adornaban la hoja,
a la que habían añadido unas conchas metálicas para mayor protección
de la mano. La armadura se redujo a un simple peto de cuero con
remaches de hierro, ligero y fácil de usar.
Casi todas las tardes salía, con mi amigo Luis, a las afueras de la
ciudad, los dos éramos novatos en la caballería y en el uso de la espada.
Cabalgábamos familiarizándonos con nuestras monturas, Tejón era
demasiado inquieto y en varias ocasiones me derribó, pero tengo que
reconocer que yo era el culpable de los tropiezos. Cuando los caballos se
cansaban, echábamos pie a tierra y nos enzarzábamos en combates de
espada. A nosotros, poco después, se unió también D. Gonzalo, un joven
de veinte años, hermanastro de D. Francisco Pizarro, al que había
convencido en España, para que le acompañara en esa aventura, y ahora
había nombrado teniente de la tropa que llegó de España, él tampoco
tenía mucha habilidad cabalgando o luchando con espada, pero sería
nuestro jefe.
Una tarde se me presentó Juanillo de improviso, después de vernos
en nuestros aguerridos combates, se me acercó a solas:
- Dime la verdad ¿te marchas con Pizarro?.
Durante esos años yo había crecido en edad y estatura, y ya era
una cabeza más alto que ella, que vestida como rapaz, seguía teniendo
la apariencia de un jovenzuelo imberbe.
- Me alegro mucho de verte. Sí, es verdad, me voy de conquistador
-le dije sinceramente casi con temor por su reacción.
- Tu seguro que lo sabes: a mí en Santa Marta cada vez me resulta
más difícil sobrevivir. ¿Por qué no me llevas como tu criado?. Aquí se me
acumulan los enemigos y tengo que estar constantemente huyendo de
alguaciles y comerciantes.
- No creo que seas capaz de ajustarte a la vida militar. Además si
has de ser mi criado, me tendrás que obedecer y la disciplina y, muchos
menos la obediencia, son de tu agrado. ¡Bien que te conozco!
- Por supuesto -contestó con una sonrisa irónica- pero te juro que
seré, hasta tu esclava, si es necesario. Quiero salir de este lugar,
necesito conocer nuevas gentes y hacerme rica, entonces volveré a ser
mujer y libre.
- Lo que me pide es muy serio y arriesgado sobre todo para ti. Has
pensado que lo pasaría si te descubren en un barco camuflada como
hombre.
- En eso tengo que darte la razón, pero no te preocupes, se
defenderme, además tu sabes que puedo serte muy útil.
- Bueno, Juanillo, lo pensaré, a pesar de tus muchas maldades,
confío en tu lealtad.
Aquella misma tarde, después de pensar que estaba en deuda con
ella, me acerqué hasta la barca donde vivía y cuando le dije que estaba
de acuerdo, otros de mis antiguos compañeros se animaron.
- Yo también quiero marchar contigo.
- Y yo.
- Y yo.
Les prometí intentar que algunos fueran soldados y los más
pequeños criados de algún amigo mio. No podía intuir lo que sucedería
con aquella tropa a las ordenes de Juanillo dentro de la tropa de Pizarro.
Como mi trato con D. Gonzalo Pizarro era cada vez más amistoso,
en realidad llegamos a ser grandes amigos, me fue fácil conseguir que
todos formáramos el germen de una compañía en la que de D. Gonzalo
sería el teniente, mi amigo Luis y yo seriamos los alféreces y aquel grupo
de rapaces, los soldados y criados.
Desde la ciudad Nombre de Dios llegó un mensaje de D. Diego de
Almagro, que había sido compañero del Capitán Pizarro, en los viajes
anteriores a la Nueva Castilla. Le solicitaba que se apurara en su
marcha, pues ya se habían demorado demasiado en Santa Marta. Aquel
mensaje fue una revolución para los que nos preparábamos para
marchar, pues algunos nos habíamos acostumbrado a la nueva forma de
vida. En las afueras de la ciudad, habíamos construido un cuartel con
cabañas, en el que ejercitábamos nuestras nuevas habilidades, en un
ambiente de camaradería desconocido para nosotros.
Juanillo y su gente se fueron organizando y empezaron a
trapichear, pero sin dejar de cumplir, escrupulosamente, sus nuevas
obligaciones: cuidado de los caballos, limpieza de las armas, elaboración
de las comidas.
Llego el momento, el Capitán Pizarro ordenó ponernos en marcha.
Amanecía un día sereno. Durante horas fuimos acomodando, en
dos barcos, todo lo que habíamos preparado para el viaje. Algunos de los
soldados, que vinieron con los Pizarro desde España, no se presentaron a
la llamada, tal vez, alarmados por los malos informes que recibieron del
Perú y desertaron en el último momento.
Ya estábamos todos embarcados, cuando empezó la maniobra de
salida el primer barco en el que iba el Capitán Pizarro. Yo que iba en el
segundo con sus hermanos D. Hernando y D. Gonzalo, bajé hasta el
muelle donde, en medio de un tumulto de gentes, me despedían D.
Adolfo, su esposa y Adolfito. Fue un momento de intensa emoción, Doña
Catalina me abrazó y me entregó su rosario:
- Póntelo en la cintura - me pidió - y rézalo cada noche. ¡Santa
María te guarde!
No puedo decir que la obedeciera pero si que cada vez que lo veo
en mi cintura, me llega aquella mirada tan especial, aquella mirada de
madre, que me acompañó durante mucho tiempo.
Los dos barcos se mantuvieron a la vista durante el recorrido. El
tiempo nos fue propicio y estábamos provistos de marinería muy ducha
en el arte de marear por aquellas aguas traicioneras. Una travesía
placentera de apenas tres días, nos llevó hasta el puerto Nombre de
Dios, sin incidentes que reseñar, salvo los mareos que sufrimos los que
llevábamos demasiado tiempo en tierra y nos habíamos olvidado del
balanceo constate de la mar. Un joven grumete con le que Juanillo y su
tropa hicieron migas, les contó lo sucedido en su última venida a este
puerto: cómo empezó a soplar un fuerte vendaval, que dificultaba el
acercamiento pacifico al puerto, pues las altas olas amenazaba con
arrastrar la nave contra las rocas, tuvieron que permanecer toda la
noche a merced del feroz oleaje, bajo una intensa lluvia que les obligó a
achicar constantemente, hasta que al amanecer remitió el temporal. Yo
aproveché para charlar en profundidad con D. Gonzalo el más joven de
los hermanastros de Capitán Pizarro, sobre los futuros planes de viaje,
su hermano D. Francisco le había proporcionado los pormenores de su
anterior aventura por el Perú, de las grandes riquezas que adornaban
aquellas tierras.
Al llegar al puerto nos encontramos una misera aldea, situada cerca
de una ciénaga insalubre y maloliente. Nada más desembarcar se puso
en marcha la caravana que llevaría a todos los soldados, pertrechos y
animales, hasta la ciudad de Panamá.
Cuatro días nos costó hacer ese recorrido, a través de la selva, por
el llamado Camino Real, algunas zonas estaba encenagadas por lluvias
copiosas de los últimos meses, en otras los insectos nos amargaban la
vida. En la segunda jornada, a media tarde, nos encontramos con un
estrecho túnel, completamente a oscuras. Al entrar, no se veía nada al
principio, y después, tras acostumbrar los ojos a aquella oscuridad, se
distinguían, apenas, las paredes toscamente labradas en la roca. Las
mulas que llevaban los pertrechos, aunque se resistieron, terminaron
avanzando pues ya estaban acostumbradas a ese paso. Mucho más nos
costó conseguir que pasaran nuestros caballos, tuvimos que taparles los
ojos y hacerles acompañar por las mulas, así en tropel avanzaron.
Aquella noche, como todas, nos alojamos en un pequeño
campamento, que a lo largo de la ruta se distribuía para facilitar la
conexión entre el océano Atlántico y el Pacífico. Del bosque me llegaba el
canto de un ave, que estoy seguro, jamás había escuchado, también
eran desconocidos los gritos y aullidos que poblaban la noche. Jirones de
nubes corrían, cambiando de forma a cada instante, arrastradas por el
viento. Agotado por la jornada me disponía a dormir, cuando de modo
intempestivo entró Juanillo en mi cabaña.
- Me acaban de ofrecer dos perros -me informa- me han asegurado
que nos puede ser útil para cazar y también para olfatear al enemigo y
evitar emboscadas. Me han dicho que algunos los utilizan para asustar a
los nativos , pues les tienen mucho miedo.
Nuestro viaje con Pizarro desde Panamá fue con 3 navíos, 180
españoles, varios nativos auxiliares, 37 caballos y varios perros dogos, el
año de 1531

Ya calentaba el sol cuando, varios días después, llego Kinu (hombre


despierto y vivaz) corriendo a la casa de la MAMA-COYA en busca de Kori
(mujer valiosa y de gran sensatez), a nadie más podía decirle lo que
había visto, pero no la encontró en la casa ¿dónde podía estar a esa
hora?
Nadie supo darle noticia. Pensó que estaría en el río, aunque no
tenia motivo para justificar esa posibilidad. Volvió a correr bajando la
cuesta de las chirimoyas, al llegar a la ensenada preguntó por ella. Nadie
le sabia dar razón. Una Madre que buscaba metales en el agua, le dijo:
-Por aquí no la he visto en toda la mañana.
Podía estar en cualquier sitio. Volvió a la casa, decidió que la mejor
manera de encontrarla era permanecer en la puerta, por allí tendría que
aparecer, además la piernas no le daban mucho más.
Estaba esperando cuando pasó y se detuvo a hablar con él una de
las Madres de más edad, preguntándole por Kori, al decirle que el
también la estaba buscando, no quiso decirle nada y se marcho. Pasó un
buen rato hasta que llegó Kori, venia del huerto donde una madre le
había pedido ayuda para algún asunto de aguas.
-Kori, ¿tengo que hablar contigo?.
-Bien, pasa al taller, allí podemos hablar con tranquilidad.
Cuando se vimos solos le dijo Kinu apesadumbrado:
-Acabo de ver a nuestra hija Sulata junto con Diego, me ha
parecido que puede haber problemas. ¿Qué pasará si decide elegirlo
como esposo?.
-¿Pues no sé que puede pasar?.
-¡Te parece normal!, nunca una MAMA-COYA ha tenido por esposo a
alguien que no fuera de nuestra Aldea. Y menos alguien como Diego, que
ha venido de otra cultura y con unas extrañas costumbres. Es cierto que
se ha adaptado muy bien a nosotros, pero ¿Qué piensa en su interior?. A
veces me preocupa, que tras la fachada de normalidad, no podamos
intuir sus pensamientos ni sus deseos. ¿Y si no es lo que nos hace creer?
-Te entiendo perfectamente -le dijo Kori - he hablado con ella y
estamos pensando en cómo resolver el problema.
Así fue como en el año 1533 se celebró una boda totalmente
extraordinaria

Vuelta de Paku: D. Francisco del Virú 1551

Yanawara: Narradora

De como cambió la vida en nuestra Aldea.

Cuando volví a la Aldea, después de pasar varios años en Trujillo,


me recibieron con una gran fiesta. Yo era la heredera de la MAMA-COYA
Sulata y aunque ya se veían multitud de cambios, todavía algunas de
nuestras tradiciones se conservaban. Que extraña era mi situación, tenia
ya más de 16 años, pero no estaba casada y por tanto no tenia una casa
en la Aldea. Mi madre se había vuelto a casar y ya tenía otras hijas, la
mayor hasta casada.
Pero me equivocaba pensando que debería quitarme la ropa que
llevaba, por ser del estilo de los conquistadores: el corpiño y la falda
larga; para que no hubieran problemas.
Se reunió el Consejo de Madres y decidieron que mi caso era
especial, que no debía hacer la hipocresía de renunciar a mi manera de
vestir y de vivir. Me construirían una casa al estilo de los conquistadores,
con mesas, sillas y camas. Sólo en las ceremonias debería vestir las
ropas rituales.
Mi trabajo sería escribir la historia de nuestro pueblo, pues era la
única que sabía leer y escribir en el nuevo idioma, sería una misión muy
importante a la que debía dedicar todo mi tiempo, me daba la
oportunidad de conversar con los ancianos para matizar los recuerdos de
mi infancia. Se trataba de que mis escritos reflejen, fielmente, las
narraciones trasmitidas desde el comienzo de nuestra aldea junto al río
Virú.
Mi abuelo Kinu remueve las brasas, saltan algunas chispas y se
reaviva la hoguera. Siente un escalofrío pues ya es Agosto y a orillas del
río se nota la bajada de temperatura.
El Virú llega con el agua de las primeras lluvias y en ese sitio se
remansa después de haber tronado en las cascadas.
-Abuelo, Abuelo.
Le llamé acercándome desde la aldea, él apenas me puede ver,
pues ya anochece y además, a sus ojos los entorpecía la neblina de
tantos años y tantas visiones. !Cuantas cosas habrá visto¡
-Abuelo, ya te estamos esperando para comer.
El abuelo me miró como si nunca me hubiera visto.
-Coge la manta y vamos -me dijo, levantándose.
De la mano, los dos nos encaminamos a la cercana aldea, mi
abuelo renqueando a causa de antiguas heridas.
Unos perros silenciosos nos acompañan con sus cabriolas.
Pero si mi vuelta fue motivo para tantos cambios, la visita de D.
Francisco del Virú, si fue un revolución, llegó a la Aldea con un séquito
de 9 personas, su mujer, sus cinco hijos, el secretario y dos doncellas,
además traían dos caballos y varios asnos.
Su mujer. Doña Pilar, hija legitima del capitán extremeño D. Pedro
Méndez y doña Luz, la hija de un cacique de Cajamarca. Era una mestiza
de cara hermosa, menuda y robusta, genio fuerte pero de risa fácil, con
el pelo lacio y los ojos rasgados, se movía con la soltura que da la
seguridad, le gustaba usar sobre la ropas nuevas algunos detalles de su
pueblo natal: cintas de colores, aretes y muñequeras. Su estampa era
peculiar pero muy atractiva, en la Aldea fue muy comentada su manera
de ser y su jovialidad con facilidad se ganó la confianza de las madres.
Sus hijos: Pedro, Isabel, Rosa, Luis y Pilar
El secretario: Don Iñigo López, un joven extremeño recién llegado,
su padre le había encomendado a D. Francisco del Virú, que lo educara
en la nueva tierra. La primera impresión nos alarmó, al ver su rostro
serio y sus ademanes comedidos y envarados, pero no tardó mucho en
tomar confianza con los jóvenes, pareció como si se abriera un baúl con
regalos, empezó a bromear y hasta coquetear con las jóvenes,
consiguiendo casi ser uno más en la Aldea
Las doncellas: Julia y Enriqueta, dos nativas bautizadas, del pueblo
de doña Pilar, que se encargaban de sus hijos y de su casa. Y a las que
educaba, las dos era muy espabiladas y ya sabían leer y contar.

Los primero que hizo D. Francisco fue presentarse en la casa de la


MAMA-COYA, ante ella se quitó el sombrero, haciendo una gran
reverencia, -los niños empezaron a imitar ese modo de saludar-, le pidió
permiso para ser recibido en la Aldea, luego Doña Pilar entregó a la
MAMA-COYA una capa de seda azul turquesa con brocados de oro, plata
y piedras preciosas. Me maravilló lo majestuosa que era esa capa cuando
en algunas fiestas la usó la MAMA-COYA, realmente era una capa digna
de nuestra MAMA-COYA, ella nos había enseñado a aceptar la nueva
cultura con espíritu tolerante, pero sin renunciar a nuestras raíces, esa
era la imagen que reflejaba: sobre su túnica multicolor de lana de vicuña
se puso la capa de seda azul. Lo antiguo y lo nuevo.
Paku (D. Francisco del Virú) luego se dirigió a la casa de su familia,
allí se entero de la muerte de su madre y de su padre, le recibió su
hermana Illawara, la abrazó emocionado y de nuevo Doña Pilar le regaló
telas de seda muy apreciadas y adornos para las hijas.
Allí les encontré, pues hasta entonces no me había enterado de su
llegada, estaba en el río, volví corriendo y me presente, había oído
hablar de ellos en muchas ocasiones pero no les conocía, pues hasta
ahora no habían venido por la Aldea ni coincidí con ellos en Trujillo, se
habían marchado a la Ciudad de los Reyes con Pizarro.
Paku (útil e inteligente), era un hombre de unos 50 años, recio y
bien parecido, la versión masculina de Illawara, y como ella risueño y
decidido, la frente alta y los pómulos marcados, los labios carnosos y los
ojos de mirada sagaz y penetrante, aunque se presentó vestido a la
usanza española, en casa de su hermana se puso la ropa de nuestra
Aldea, decía sentirse muy orgulloso de vestir como sus antepasados.
Sobre el pecho llevaba, engarzada en cadena de oro, aquella piedra que
le entregó su madre de su tesoro infantil y que él había llevado siempre
como un recuerdo de su origen.
Al pueblo le regaló los dos caballos, macho y hembra. Los jóvenes
se aficionaron mucho a ellos, y Don Iñigo les enseño a montar. Todos nos
admirábamos al ver aquellos caballos, altos y lustrosos, cabalgando por
los alrededores de nuestra Aldea. Enseguida destacaron Lariku y Axata
como buenos jinetes, pero todos los demás, también se interesaron y
llegaron a montar con soltura.
Desde mi casa podía verlos cabalgar por la ribera del río, atenta a
las evoluciones de los caballos que los jóvenes cada vez dominaban con
más destreza, todos cayeron al suelo varias veces, es cierto, aunque sin
consecuencias graves, hasta que fueron dominando la técnica. Según me
dijeron a una la llamaron: Río, era una magnifica yegua casi blanca,
apenas una manchas negras en la frente y junto a las pezuñas
delanteras, y al otro: Virú, un brioso caballo tostado, siempre nervioso
pero noble.
Fueron muy frecuentes mis conversaciones, a veces a solas, con D.
Francisco, necesitaba escribir sus opiniones, él había vivido muy de cerca
con aquellos españoles y sabia lo que pensaban
-¿Qué es lo que te parecen los conquistadores?
-Los que llegaron en estos primeros 50 años, eran los malditos de
la sociedad de España, mendigos y maleantes, en algunos casos con
delitos graves, huyeron refugiándose en las nuevas tierras, a otros sólo
le movía el deseo de progresar en los estamentos sociales, que en
España eran muy rígidos y aquí todo era distinto. Por supuesto que
también vinieron los que eran movidos por la religión, en un deseo de
extender su doctrina por el Nuevo Mundo, pero eran los menos.
Uno de aquellos primeros me contó su experiencia.
-Cuando llegué hasta por las noches soñaba con el oro. De donde
venia: Poderoso caballero es don dinero. La pobreza me había golpeado
muchas veces. Al llegar aquí los fracasos, vividos o escuchados, me
fueron minando la esperanza, alcanzar los tesoros se aplazaba en el
tiempo o se desplazaba de un lugar a otro, pues era tan grande y
desconocida la nueva tierra. Y sí cien pasos mas allá, detrás de aquellas
lomas, se encontraba una mina de oro, si otro llegaba antes yo lo perdía.
No se podía perder el tiempo, ni siquiera dormir. Aquí si que el tiempo
era oro. ¿pero dónde estaba esperándome el tesoro?.
Pero también era realmente fustrante tener éxito, en una ocasión
llegué a poseer kilos de oro, hasta 16 kilos, pero el oro no se come ni
siquiera calienta ante el frío
-¿Cómo se explica la coraje de esos primeros conquistadores,
siempre dispuestos a sacrificios inhumanos por seguir adelante?
-Por un lado las informaciones, más o menos, fantasiosas, por otro
los hallazgos de algunos tesoros, dio pie a que enraizaran con fuerza
algunas leyendas antiguas, había muchos mitos culturales: la Fuente de
la eterna juventud, el Monte de oro, El Dorado.
Al ver la riqueza de estas tierras, su grandeza y fecundidad no les
resultó difícil pensar que aquí se podían hacer realidad sus más
quiméricas fascinaciones. Ese fue el motor que le llevó a hacer
autenticas proezas, a cruzar desierto y selvas, a subir a las grandes
montañas atravesando los Andes, en una búsqueda alucinante de metas
imposibles.
-¿Pero eran muy pocos – le sugerí- y además llegaron a pelear con
frecuencia entre ellos?
-Las conquistas no las hicieron soldados disciplinados, sino gente,
en su mayoría, sin ninguna experiencia militar. Se organizaron como
grupos de bandoleros, en torno a los que, por tener dinero, suerte o
valor personal, se convirtieron en jefes y crearon con aquellos
aventureros una organización equiparable a un ejercito, que se lanzaba a
pelear por el oro con la desesperación del hambre. Por que eran pobres,
muy pobres todos y casi todos con su honor cargado de deudas, quien
no debía su espada, tendría que responder por su coraza, pues para
equiparse se había endeudado.
Las riquezas que robaban no eran nunca suficientes, además los
repartos de botín con frecuencia no parecían justos, además aquellos
hombres perdían fácilmente el botín recibido, apostando en multitud de
juegos de azar, o se le gastaban muy rápido, pues las cosas necesarias
se vendían al precio de kilos de oro: un caballo, una espada toledana,
zapatos de cuero, se convirtieron en bienes más preciados que el oro y la
plata. Eran frecuentes las peleas sangrientas, los odios y las envidias
entre los conquistadores.
-D. Francisco -le pregunté- ¿llegaste a conocer a Francisco Pizarro?
-No sólo le conocí, si no que durante mucho tiempo le acompañe. El
Marqués, Don Francisco Pizarro, era una persona harto curiosa, por su
personalidad se había convertido en el Jefe de la expedición al Perú,
tenía una fuerte ascendencia sobre aquellos hombres, sabía qué decir y
cómo, en las situaciones extremas en la que se encontraban con
frecuencia, pero al tratarlo más de cerca se descubría su profundo
complejo de inferioridad. Al no saber leer ni escribir, se sentía limitado e
inferior a otros muchos de sus subordinados. Eso hizo que yo me situara
a su lado, y cada vez confiara más en mis opiniones, yo era un nativo, de
ninguna manera le podía hacer sombra, pero le servía en el trato con los
caciques y escribiendo sus cartas, leyendo los mapas, en resumen siendo
su inteligencia, en las situaciones complicadas.
Durante el trayecto a Cajamarca, Pizarro le envió un mensaje a
Atahualpa, señalando que iría a tributarle respeto. Llegamos a la ciudad,
encontrándola totalmente abandonada. Mandó que todos permanecieran
en la plaza, sin apearse de los caballos, hasta que llegara el Inca, y se
dispuso a estudiar la defensa.
La plaza era mayor que ninguna de las que habían visto en España,
toda cercada y con sólo dos puertas, por las que se salían a las calles del
pueblo. Las callejuelas son de más de doscientos pasos en largo, muy
hechas, cercadas de tapias fuertes.
Impaciente por la espera, Pizarro envió dos embajadas para saludar
al Inca que fueron muy bien recibidas, pero Atahualpa no se dignaba
acudir a donde había quedado con los españoles. Pizarro dedicó la
espera a distribuir a sus leales en los edificios que rodeaban al plaza.
El Inca por fin nos informó, a través de un heraldo, que al día
siguiente, iría a reunirse con nosotros.
Los 165 españoles descubrieron, como desde la tarde, las laderas
de los montes cercanos, se llenaban de hogueras, parecía que miles de
soldados del Inca iban rodeando la ciudad donde nos encontrábamos.
Entre los Españoles cundió el pánico, empezaron a pensar que aquella
jornada terminaría en derrota.
Cuando al día siguiente, se presentó el Inca llevado por sus nobles
sobre un trono de oro, tal vez, creyendo que esa manifestación de
esplendor, convencerían a los españoles de su carácter divino, no podía
suponer que su gesto de arrojar al suelo aquel objeto desconocido (le
habían dado una Biblia diciéndole que era la palabra de Dios, el se lo
puso al oído y no oyó nada) iba a originar la ira de los españoles.
Pizarro había divido sus huestes en cuatro partes y todos estaban
escondidos en los edificios que rodeaban la plaza.
En el primer galpón esperaba Hernando Pizarro con catorce o
quince jinetes.
En el segundo estaba de Soto con quince o dieciséis caballos.
En el tercero se situaba un capitán con otros tanto soldados.
En el cuarto Francisco Pizarro con veinticinco efectivos de a pie y
dos o tres jinetes esperaban.
En medio de la plaza, en un fortín de madera estaba el resto de la
gente con Pedro de Candia y ocho o nueve arcabuceros más un
falconete.
Lenta y pausadamente entró el Inca a la plaza después de que sus
soldados la ocuparan parcialmente y se sorprendió de hallarla vacía. Al
preguntar por los españoles le dijeron que de miedo permanecían ocultos
en los galpones. Entonces avanzó con mucha solemnidad el dominico
Valverde con una cruz entre las manos acompañado por Martinillo, el
intérprete, y pronunció el requerimiento formal a Atahualpa de abrazar la
fe católica y servir al rey de España, al mismo tiempo que le entregaba
el evangelio.
El diálogo que siguió fue narrado de modo distinto por algunos
testigos. Posiblemente la tremenda angustia vivida en esos instantes
impidiera recordar después las frases exactas, que se cruzaron entre los
diversos actores de la tragedia.
Tras el Inca y en otra anda era llevado el curaca de Chincha y en un
momento Pizarro vaciló no sabiendo cuál de los dos era el Inca. Sin
embargo, ordenó a Juan Pizarro dirigirse hacia el curaca y él y sus
soldados avanzaron hacia el Inca.
Pizarro dio entonces la señal de ataque: los soldados emboscados
empezaron a disparar y la caballería cargó contra los desconcertados e
indefensos nativos. A una señal de Pizarro, el silencio cargado de
amenazas se transformó en la más tremenda de las algaradas. Estalló el
trueno del falconete y retumbaron las trompetas, era el aviso para que
los jinetes salieran al galope de los galpones. Sonaron los cascabeles
atados a los caballos y dispararon ensordecedores los arcabuces; los
gritos y alaridos eran generales. En esta confusión, los aterrados
indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una pared de la plaza
y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes dándoles alcance y
matando a los que podían, mientras otros morían aplastados por la
avalancha humana.
Entre tanto, Juan Pizarro, se abalanzó en dirección del señor de
Chincha y lo mató sin que bajara de sus andas.
Por su parte, Francisco Pizarro con sus soldados masacraban a los
naturales que sostenían el anda del Inca. Al ver la situación, un español
sacó su cuchillo para ultimar a Atahualpa, pero Pizarro se lo impidió
aunque recibió una herido en la mano: nadie podía dañar al Inca. Por fin,
los españoles asiendo por un costado la parihuela, lograron volcarla y
cogieron al soberano.
Al cabo de media hora de matanza, varios centenares de nobles
nativos, yacían muertos en la plaza y el Inca era apresado. En esa
escaramuza Pizarro resulto herido, en la mano, cuando protegió al Inca
del ataque de uno de los españoles, pues intuía que la vida del Inca le
podía resultar más útil que su muerte.
Al caer la noche de aquel aciago 16 de noviembre de 1532, había
terminado para siempre el Tahuantinsuyo, el Imperio de los Incas.

Después, a los pocos días, D. Francisco me llamó a su presencia y


me mandó:
-Encargate de enseñar castellano a Atahualpa. También procura
que aprenda a leer y escribir.
Para mi el Inca era un enemigo lejano, que enviaba a sus soldados
a la Aldea y nos exigía tributos, pero cuando lo conocí personalmente,
me impresionó su inteligencia. Atahualpa era un joven con una
capacidad extraordinaria, sobretodo para gestionar su autoridad, sabía
tratar a la gente, no necesitó más que un mes, para entender a Pizarro y
manejar el castellano con suficiente soltura, con frecuencia se le veía
pasar muchos atardeceres en conversaciones y hasta dedicados a juegos
de azar, pronto surgió una extrañar relación entre ellos.
El Inca estaba convencido de su carácter divino, aunque pienso,
que cuando ya prisionero, mandó matar a su hermano Huáscar y a toda
su familia, tal vez, dudaba de su plena legitimidad.
Tengo para mí que entre Atahualpa y D. Francisco surgió una
mutua admiración, a D. Francisco le sorprendía la absoluta seguridad
que demostraba Atahualpa y a este, la autoridad que emanaba de los
gestos y decisiones de Pizarro.
En una ocasión, tuve oportunidad de preguntar a Atahualpa por qué
se presentó en Cajamarca casi sin protección y el me confió:
-Cuando nos llegó el mensaje de que los viracochas se había
instalado en Cajamarca, mis consejeros me recomendaron atacar, pues
eran muy pocos, nuestra confianza era tan grande que, uno de los jefes
de mi guardia, me aseguro que con doscientos soldados que le diesen,
los mataría a todos, pero ¿y si eran los viracochas? ¿y si no tenían
actitud hostil? No podía arriesgarme, necesitaba conocerlos con mis
propios ojos. Si eran los viracochas me reconocerían como hijo del Sol,
pues ellos también eran hijos del Sol.

Mientras desde distintos lugares del Imperio partían hacia


Cajamarca miles de toneladas de oro para pagar el rescate de Atahualpa,
su hermana, Quispesisa se presentó a visitar a su hermano preso.
Probablemente para ganarse la simpatía de Pizarro, Atahualpa se la
entregó como esposa y poco después fue bautizada con el nombre de
Inés Huaylas.

Los que llegaron a Cajamarca con Almagro, le forzaron al juicio,


cuando Pizarro empezaba a confiaba en Atahualpa. Tengo pruebas de
que confió en mi, más que en Don Diego de Almagro, que se dedico a
malmeter en ese momento decisivo, las cosas se complicaron, e
influenciado por Almagro, que consideraba necesaria la muerte de
Atahualpa, para evitar rebeliones de los indios, decidió condenar a
muerte al Inca. Reunió un supuesto Consejo de Guerra, ante el cual fue
Atahualpa fue acusado de fratricidio, idolatría, poligamia y de conspirar
en contra del Rey de España, fue condenado a morir en la hoguera,
sentencia fue cambiada por estrangulación, por haber sido bautizado a
último momento. De esta forma terminó la vida del último emperador del
Imperio de los Incas, el décimo catorce de su historia y también el
Último Shyri, rey de Quito y además fue el final de la más espectacular
conquista de un Imperio de más de diez millones de habitantes, más de
tres millones de kilómetros cuadrados de extensión, conquista efectuada
por 165 hombres españoles.

Pizarro lloró por la muerte de Atahualpa, y todos los años en el


aniversario del asesinato, se retraía en su habitación pasando el día en
soledad, meditabundo.
Yo siempre le fui leal aunque ahora que ha muerto y se han
dividido los conquistadores en pizarristas y almagristas, yo soy neutral.
Mi lealtad era a D. Francisco, al que debo todo lo que soy y tengo, pero
no a los españoles, de los que también he recibido desaires y burlas
cuando no atropellos y mentiras.
-¿Que le debes a Pizarro? -tercie con una pregunta intencionada
-Yo a su lado aprendí tantas cosas. Él me hizo Hidalgo al
nombrarme Escribano. Por eso soy el primer Hidalgo peruano. Yo poseo
un Manuscrito firmado por D. Francisco Pizarro que me concede el Título.
En su sociedad tener un título es manifestación de nobleza y puerta para
todas las posibilidades.
Y nosotros formamos ya parte de esa sociedad. Esta sociedad en la
que hay muchas injusticias y no pocos agravios, pero mucho más abierta
que la de nuestros padres. En la inmensidad del Perú, los conquistadores
son muy pocos y cada vez somos más los que tenemos en nuestras
manos el futuro.

DÍA VIERNES

Don Miguel les recibió con más documentos en los que pudieron
encontrar información sobre la llegada y primeras actuaciones de los
españoles.
Un cronista asegura que, cuando por tercera vez llegó Pizarro al
Perú, encontró el pueblo de Tumbes quemado y destruido por el ataque
de los nativos. Al hacer averiguaciones sobre esa tierra, se enteraron de
la guerra fratricida, situación que podía serles útil para la invasión.
Nos cuenta el cronista Mena, que Atahualpa había enviado a un
capitán suyo, disfrazado para espiar a los conquistadores. Este capitán
propuso luego atacar al ejército español en un desfiladero pero el Inca
incomprensiblemente se lo impidió.
Lenta y prudentemente avanzaban los españoles y en un
reconocimiento del campo, Hernando de Soto llegó con cuarenta
hombres al lugar donde hallaron un pueblo destruido por la guerra pero
con los depósitos llenos. Los soldados quisieron repartirse el oro y las
mujeres pero Pizarro tenía prohibido cualquier desmán o pillaje que
pudiera irritar a los naturales.
Durante varios días continuó Pizarro su camino hacia la sierra hasta
que llegaron ante el real de Atahualpa, quien les mandó regalos de carne
asada, maíz y chicha. Pero un curaca amigo les recomendó no probar
bocado por temor a que fuesen víveres envenenados.
Al atardecer entraron sigilosamente en Cajamarca, temerosos de
algún encuentro armado. Hernando de Soto y Hernando Pizarro
solicitaron a Francisco Pizarro permiso para dirigirse al campamento de
Atahualpa y verlo de cerca. Encontraron al Inca sentado a la entrada de
una casa rodeado de sus principales y de sus mujeres. Soto se acercó
caracoleando su cabalgadura tan cerca del soberano que su borla se
movió con el resoplido del caballo sin que el Inca hiciese el menor gesto
de sorpresa o de temor. Hernando Pizarro que se había atrasado,
apareció con un intérprete. El Inca les ofreció de beber y les prometió ir
personalmente a la ciudad al día siguiente.

EPILOGO

DÍA SÁBADO

En el Hotel se enteran que una de la cocineras era española,


llevaba ya muchos años en Trujillo y se había casado con un trujillano,
les dijeron que podrían prepararles las comidas al estilo español- A ella
acudió Rosa, para pedirle que les preparasen una cena para sus amigos:
unas tapas de tortilla de patatas, calamares fritos, una pequeña paella, o
mejor lo que ella considerara oportuno.
A la hora prevista se presentaron en el hotel Doña Claudia y D.
Miguel, ambos, tal vez, con sus mejores galas, se veía que hasta en la
ropa daban mucha importancia a esa cena.
El camarero les llevó a una mesa especialmente adornada, como
detalle, le había puesto en el centro una banderita de España y hasta un
pequeño toro de porcelana.
Les sirvieron el aperitivo y Rosa recordó:
-¿Doña Claudia, como fue su viaje a España?
Pero fue D. Miguel el que comenzó a explicar:
-Nada más salir Claudia de la cárcel, empecé a darle vueltas a la
idea de salir del Perú, por algún tiempo al menos. Solicite una Beca de
estudios para España. Se trataba de un Curso de Arqueología de la
Universidad Complutense duraría nueve meses y me pagarían el viaje y
el alojamiento, sólo necesitábamos el dinero para el viaje de Claudia,
pero teníamos ahorrado suficiente, habían sido tres años de muy pocos
gastos ¿a qué fiestas iba a ir yo con Claudia en la cárcel?
-Recuerdas que yo, la primera vez que me lo insinuaste, me negué
radicalmente – apostilló Doña Claudia- pero luego, después de pensarlo,
me pareció que sería una forma de darle largas al asunto, dejarlo en
manos de los políticos, y te dije que si te concedían la beca sería cosa
del destino que fuéramos, pero pensaba, con absoluta certeza, que con
mis antecedentes políticos no te la concederían nunca.
-Yo había seguido su consejo y muy poca gente sabía que mi
esposa estaba en la cárcel, además, en aquel momento, la Universidad
tenia fondos, fueron unos años de bastante prosperidad económica, pues
el gobierno se aprovechó de la guerra de Corea para impulsar las
exportaciones de materias primas. Como siempre esa prosperidad no
llegó al pueblo, sino que fomentó la corrupción de los políticos. Pero a
nosotros nos consiguió la ansiada Beca y la posibilidad de que Claudia
estuviera más tranquila, lejos de su afición militante.
-Tuvimos un problema añadido -sugirió Doña Claudia- un mes
antes de salir nos entéramos de que yo estaba embarazada. No podéis
haceros una idea de la reacción de Miguel al saberlo: Se acabó el viaje,
no podemos poner en riesgo al niño. Pero yo me mantuve firme. Si era
el destino, mi primer hijo nacería en España. ¿por qué no? Y por
supuesto seguimos adelante.
Para los dos era la primera vez que montábamos en avión -siguió
D. Miguel rememorando- sería un gran recorrido: Trujillo, Lima, Quito,
Cartagena de Indias y por fin Madrid.
El viaje que se nos hizo muy largo y pesado, en Cartagena hasta
nos hicieron cambiar a una avión más grande, para cruzar el Atlántico,
allí nos demoramos un día completo de la mañana a la noche.
Por fin llegamos a Madrid, nuestra primera impresión no fue muy
agradable era el 17 de septiembre de 1953 y todavía se notaban algunas
señales de la reciente guerra incivil en algunos edificios y en la gente
descubrimos un regusto amargo en el alma, se sentía que habían sido
demasiadas desgracias, demasiado trágicas, demasiado cerca y en
demasiadas familias.
-Además -intervino Doña Claudia- nos íbamos de un gobierno
militar y allí encontramos otro también militar y muy parecido.
-En la Universidad nos dieron una dirección donde, tal vez, nos
podíamos alojar. Fuimos con un taxis pues no sabíamos donde estaba y
allí nos ofrecieron una habitación con derecho a cocina, bastante aseada
y digna, estaba en la C/ Cadarso, una calle ancha con árboles, resultó
estar muy cerca de la Facultad donde me tenía que matricular, podía ir
andando cada mañana. También estaba cerca de la Plaza de España y la
Gran Vía. Nos llamó mucho la atención un gran edificio que se estaba
construyendo, la Torre de Madrid, decían que sería el rascacielos más
alto de Europa, nosotros lo vimos de 30 plantas, pero se decía que
llegaría a tener 37 plantas, para nosotros era una barbaridad,
acostumbrados a edificios de 3 ó 4 platas como mucho, aquel edificio
de casi 150 metros de altura nos asustaba. Como quedaba casi quince
días para que empezaran las clases, nos dedicamos a conocer la ciudad,
Claudia compró un plano y antes de salir a la calle estudiábamos un
recorrido. Teníamos opción de autobús y metro para desplazarnos. Creo
que nuestra primera visita fue al Museo de Prado, aunque luego
volvimos otras veces. Por supuesto que estuvimos en la Puerta del Sol,
en Cibeles y la Puerta de Alcalá.
-Cuando empezaron las clases -tomó la palabra Doña Claudia- me
quedaba sóla muchas horas, empecé a aburrirme alguna mañana eran
especialmente larga. No recuerdo como se me ocurrió buscar dónde
podría ejercer de enfermera. Fui a la Cruz Roja y allí me ofrecieron ser
voluntaria, podía ir al hospital los días que quisiera y aquello era lo que
me gustaba. A veces participaba en una urgencia o acompañaba a algún
enfermo para hacerle las prueba clínicas, o simplemente para hacer
compañía a los que no tenían acompañantes.
Estaba en esos trabajos, cuando un día al llegar Miguel de la
Universidad le dije: “un médico se ha enamorado de mi”, era por
supuesto una broma pero al ver la reacción de Miguel, en su cara se
pintó el enfado, le aclaré, con rapidez, que ese médico podía ser mi
abuelo por la edad y que sólo me había ofrecido trabajar en una clínica
privada, allí algo me pagarían, aunque seguiría figurando sólo como
voluntaria.
Así me repartía entre el Hospital de la Cruz Roja: dos días a la
semana y la Clínica los demás días.
Pudimos hacer un viaje a Valencia pues habíamos conocido a una
familia de españoles de Picasent.
En las navidades estuvimos ocho días en París.
Fue una velada interesante escuchando las vivencias de Doña
Claudia y D. Miguel.

DÍA DOMINGO

De vuelta a orillas del Virú 2008


Después de estudiar el manuscrito surgió, para Rosa y Juan, la
necesidad de visitar el Río Virú, de buscar la Aldea que tanto les ha
fascinado.
-Alguna señal se podrá encontrar del Templo -pensó en voz alta,
Juan- y tal vez localizar las tumbas de las MAMA-COYAS o las de la
Cueva de los Muertos.
-A mi, -contesto Rosa- me gustaría encontrar las construcciones
del embarcadero o de los caminos por el cerro Saraque con la acequia.
Después de pensar varias opciones, desecharon la de alquilar un
auto, pues necesitaban a alguien que les guiara por la zona del Virú, les
pareció que lo mejor sería buscar a algún taxista, que conozca el lugar y
les pueda llevar, pues tan sólo está a 46 kilómetros de Trujillo, al sur por
la Panamericana.
Preguntan en la Recepción del Hotel, desde donde llaman un taxis
y hablan con el taxista que esperaba en la puerta del Hotel.
-A mi, la verdad, -les informó- no me interesa hacer ese viaje,
pues no he estado nunca en Virú y no les podría movilizar como ustedes
pretenden.
Pero les habló de una Cantina donde solían reunirse muchos
taxistas para comer o conversar.
-Allí podrán preguntar, pues seguro que alguno ha nacido o ha
vivido en Virú y le puede interesar su propuesta y además serles útil en
la exploración que pretenden.
Juan le pidío que les llevara a esa Cantina, por supuesto que la
cafetería tiene nombre, pero para todos es conocida como la Cantina de
los Taxistas. Recorrieron algunas calles llenas de tráfico, amenizadas por
los frecuentes vocinazos de de los autos, que se disputaban con saña los
carriles de la calzada.
Cuando llegaron, entraron en una sala grande, distribuida en varios
niveles separados por escalones, en cada zona hay varias mesas con
sillas. Las paredes ofrecían múltiples fotografías de autos antiguos, los
primeros taxis que circularon por la ciudad. Aunque era la hora de
comer, no hay muchos clientes, pero a los que hay, Rosa, les cuenta su
propósito:
-Al que más le puede interesar es al señor Cesar -explicó uno de
los comensales- pues él nació en Virú y de vez en cuando se moviliza
hasta allí.
-¿Y como lo podemos encontrar? -preguntó Rosa.
-Eso si que es muy fácil, nosotros les ayudaremos a buscarlo.
En pocos minutos empiezó a correr por la ciudad, de un taxista a
otro, el mensaje:
-Unos coloraos, que está en la cantina, busca al señor Cesar.
Rosa y Juan se acomodan en la Cantina dispuestos a esperar.
Como ya habían comido, pidieron un refresco, el camarero les ofrece:
chicha de jora de maíz y les explica.
-Es una bebida tradicional, se bebe desde antes de la época de los
Incas, ellos la usaba para sus rituales sagrados, ofrendas a Inti y a la
Pachamama. Nosotros la elaboramos de modo artesanal según la receta
más auténtica.
-¿No será una receta secreta? – pregunta Rosa.
-No, por supuesto, aunque si tenemos algunos trucos para hacela
más sabrosa. Para empezar, lo fundamental es hacer la jora del maíz,
esto se consigue dejando durante un día el maíz remojando en agua,
luego se pone sobre un paño húmedo hasta que germine, en dos o tres
días tenemos la jora de maíz, entonces de seca y después se muele. Esa
harina se tuesta durante 20 minutos para luego poner a hervir entre 2 a
4 horas, sin dejar de remover la masa hasta que se consume más o
menos la mitad del agua, en ese momento se endulza y se enfría,
después se cuela con un lienzo y se deja en un recipiente un par de días,
fermentando.
Pero, ¿si fermenta es un bebida alcohólica? -dice Juan, que había
pedido un refresco, lo que para él es siempre sin alcohol.
-Si que es alcohólica pero verán como les gusta.
-Bueno, traiga esa chicha -termina aceptando Rosa- aunque
tenderemos cuidado pues puede ser de muy alta gradación.
-No se preocupen – aclaro el camarero- ya me encargaré yo de que
no terminen muy tomaditos.
A la mesa se arrimó un hombre joven, se presentó como taxista y
se ofrece a llevarlos a Virú.
-¿Es usted el señor Cesar? – preguntó Juan.
-No, yo me llamo Antonio y estuve en Virú en varias ocasiones y
puedo llevarles por un cómodo precio.
-¿Pero sabe que tendrá que llevarrnos hasta el río y buscar las
ruinas de la aldea del Saraque?
-Seguro que es fácil encontrar esos sitios.
-Tal vez sea fácil, pero nosotros deseamos que nos lleve alguien
que conozca el lugar, para no perder el tiempo. Nos han dicho que el
señor Cesar vivió allí en su juventud. Esperaremos a hablar con él.
No muy conforme, Antonio se levantó de la mesa, farfullando
quejoso por perder una carrera apetecible.
En una mesa cercana, el camarero sirvió uno de los platos típicos
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de Trujillo, el ceviche de cañan. En el Manuscrito habían aprendido que


era un pequeño lagarto, que se comía en la zona, desde hace muchos
miles de años, pero al verlo cocinado, les resultó un tanto revulsivo, y
no por un desprecio a la gente que lo come con fruición, sino tal vez por
que se habían separado tanto, tanto de la naturaleza y tienen tantas
opciones alimenticias, que su estomago ya no resiste las comidas más
tradicionales. Otro gallo cantaría sin no se hubieran apartado tanto de la
naturaleza y no tuvieran otro majar entre los que elegir.

No tardo ni una hora en que se presentara el Señor Cesar en la


Cantina. Oyeron como todos le llamaban “el alcalde”, pero como no
llegaban a saber porqué le llaman así: ese es el nombre del verdadero
Alcalde de Trujillo, o por que sea parientes, ni siquiera si a él le
molestaba ese nombre, ellos siempre le llamaron: Señor Cesar.
Es un hombre de unos cincuenta años, grueso y bonachón, con la
ironía propia de los trujillanos y con su extrema delicadeza. Se le nota
muy escuchado y leído, como dice uno de sus colegas, escuchado
porque no sólo había escuchado a mucha gente, si no que lo hace con
interés y preguntando.
Se presenta saludando con amabilidad y aceptando un asiento en
la mesa. Le invitan a chicha, le explican el plan y le piden un
presupuesto.
-Queremos estar todo el día en la zona del Río Virú, llegar hasta las
orillas del torrente, y si era posible, acercarnos al cerro Saraque en
busca de las ruinas de la antigua aldea. Hemos encontrado un
Manuscrito que informa de los habitantes de una aldea cerca del Río
Virú, con terrazas de cultivo en las laderas del Saraque.
El señor Cesar, no sólo hace preguntas, sino que cada vez se le ve
más entusiasmado con el proyecto. Rosa extiende sobre la mesa el
plano que han elaborado siguiendo las informaciones del Manuscrito.
-En Virú tengo muchos familiares y amigos de mi juventud y el
plan me parece muy interesante. En cuanto al precio, podemos quedar
en el costo del combustible, pues yo puedo aprovechar para saludar a
mis familiares. Pero yo nunca oí hablar de unas ruinas en el cerro, pero
si que fui muchas veces al río con los jóvenes a pescar y bañarnos. Será
interesante echarle un vistazo con la información que tienen ustedes.
Quedaron en partir de madrugada al día siguiente, para poder
aprovechar toda la luz del día.

DÍA LUNES
Sería las seis de la mañana cuando de la recepción del Hotel
comunican por teléfono a Rosa y Juan que un taxista les esperaba en la
puerta. Rosa se acerca a la habitación de Adela y como ya están todos
preparados, bajan con presteza. Pero antes de ponerse en marcha
invitan al Señor Cesar a desayunar, aunque él ya ha comido, se sienta
con ellos a la mesa y acepta una mazamorra morada, mientras ellos
toman café, leche y tamales. Como todos tienen prisa, se demoran muy
poco.
Al subir al taxis, Juan se pone en el asiento junto D. Cesar, tiene la
intención de aprovechar el viaje para contarle lo que han leído en el
manuscrito y así prepararlo para que pueda entender mejor lo que
buscan con tanto interés.
Es un viaje muy agradable de apenas una hora por la
Panamericana rumbo al Sur, y pronto queda claro que el Señor Cesar es
un hombre muy leído, pero, sobre la antigüedad peruana, casi todo lo
que sabe se reduce a los múltiples tópicos que ensalzan a los incas y
denigran a los conquistadores, aunque la existencia de Chan-Chan, a
donde ha llevado turistas con frecuencia, le tiene intrigado.
-En una ocasión le hice una carrera -les comentó- a dos personas
que hablaban sobre la importancia de aquellos habitantes, conquistados
por los soldados Incas, Hablaban de Chan-Chan pero, también de de la
Señora de Cao y de otros sitios cercanos a Trujillo.
Retazos de aquella conversación le llevaron a buscar en la
Biblioteca Municipal algunos libros sobre el tema.
-En la Biblioteca encontré cualquier cantidad de libros pero el que
me recomendó la Bibliotecaria, me resultó bastante aburrido, me pareció
demasiado técnico y así terminó malamente mi afición por ese asunto.
El viaje también dio oportunidad para hablar de la familia y de sus
amigos de Virú. Por teléfono había conectado con su gran amigo, Luis, a
su casa les llevaría pues les puede dar información de primera mano
sobre el lugar.
En el Grifo Gran Chimú, paran a llenar el tanque de combustible, al
reanudar la marcha, la Panamericana atraviesa las primeras calles de
Virú, llegaron cuando ya el sol rompe el cielo. Las casa de la ciudad se
desparramaban a lo largo de la carretera hasta que una de las calles,
como todas en el lado derecho, se aleja de la Panamericana y les lleva
hasta el núcleo, hasta la Plaza de Armas, a esta barriada algunos mapas
la llaman Saraque, pero es allí donde están la Municipalidad Provincial, la
Comisaria, el Estadio y el Cementerio del Virú. En algunas calles ven
arcos de madera decorados con cintas de colores y flores.
-Señor Cesar -preguntó intrigado Juan- ¿Qué son esos arcos? He
visto ya varios.
-Son de los catorce Arcos para la fiesta, por estas calles pasan Las
Diabladas, en la fiesta del Señor de la Sangre. El sábado anterior al
primer domingo de julio es la venida del Señor y luego el concurso de
danzas. Y por la noche, es la retreta de las bandas y la quema de fuegos
artificiales como símbolo de víspera. El domingo, día central, después de
la misa, sobre a las seis de la tarde, comienza la procesión principal que
lleva al Señor de la Sangre hacia la capilla edificada a los pies de la
Huaca Santa Clara. El lunes de amanecida, el Señor de la Sangre
regresa al templo del Virú, pero en el camino se encuentra con el Señor
de la Sangre de Lima, el Señor de Huamanzaña y La Pastorcita. En el
Barrio El Alto lo esperan las imágenes de San Pedro, San Pablo y San
Isidro. Son encuentros emocionantes, sobretodo para los viruleños que
esperan durante el año estas fiestas.
Cerca de la Plaza de Armas, llegaron a la casa del Señor Luis y su
esposa Teresita, que les reciben con alegría, por supuesto, la alegría es
por abrazar al Señor Cesar, no le han visto en varios años. El señor
Cesar presenta a Rosa, Adela y Juan.
-El señor Cesar nos ha dicho que usted nos puede orientar.
-comentó Rosa- En primer lugar nos gustaría que nos explicara qué pasa
con el río, pues lo hemos cruzado y apenas es una acequia canalizada.
-Desde hace unos años -comienzó el señor Luis- en esta parte del
Perú se está realizando una gran obra de ingeniería es el Proyecto
Especial CHAVIMOCHIC que consiste en la derivación de las aguas del río
Santa a través de un canal para conducirla, por medio de túneles y
puentes, hacia los valles de Chao, Virú, Moche y Chicama. Ese canal
madre enlaza con el Río Virú y lo alimenta para distribuir agua por todo
el valle.
-Toda esa construcción -sentencia el señor Cesar- ha cambiado
totalmente el paisaje del valle y hasta el recorrido del río. El dato más
relevante para encontrar lo que buscamos será localizar el cerro
Saraque.
-Señor Luis -preguntó Rosa- ¿Por donde piensas que podemos
empezara a buscar?.
-Yo les acompañaré en toda la excursión, lo que me dijo Cesar me
interesa. Podemos ir esta mañana, río arriba, hasta el cerro y allí ver esa
aldea de la que hablan, después vendremos a casa para comer y por la
tarde podemos ir hasta el mar.
Sin más dilaciones se encaminaron hacia el cerro Saraque.
Del pueblo arrancan dos carreteras, que alejándose del mar,
acompañan por las riberas al río. Por la del margen derecho se acercan
al cerro, lo superan buscando las cascadas, que resultan más pequeñas
de lo que habían imaginado. Son cuatro pequeñas cascadas. El agua,
muy limpia, saltaba entre las piedras y se remansaba en cristalinas
lagunas. Cerca estaba el acantilado de los Guacamayos.
A la sombra de unos árboles, sobre un pequeño prado, se sentaron
a contemplar las cascadas.
-Tal vez ya estaban estos árboles cuando los niños venían a por
arcilla, –comentó Juan- o son los retoños de aquellos, pues los
algarrobos tienen una larga vida y estos se ven muy retorcidos y añosos.
Al rato montaron de nuevo en el todo-terreno y volviendo sobre
sus pasos se aproximan al Cerro.
-En esta zona tendría que estar la Aldea, -comentó Rosa al llegar al
lugar en que se acercaba la ladera al río- pues dice el Manuscrito, que
entre el Virú y el Cerro edificaron el Templo, las casas y los almacenes.
Detuvieron el auto, los cinco se apearon y comenzaron a andar:
algarrobos, matorrales, algún cañan que huye a su paso, cientos de
pájaros les dan la bienvenida, el aire vibra con el aleteo de los insectos,
pero no se ve ni rastro de la Aldea, ni de los andenes para el cultivo, ni
de las acequias. Todas las laderas del cerro esta llena de guijarros,
rocas, algunos árboles y muchos matorrales.
Por muchas vueltas que dan, todo es inútil, allí no se encuentra
ningún resto de la Aldea.
-¿Dónde puede estar la Aldea? -preguntó Juan intrigado- parece
que se ha volatilizado.
El señor Luis frunce el ceño y dice paseando la vista por el campo.
-No lo sé. Pero se me ocurren algunas explicaciones. Hay que tener
en cuenta que ha pasado mucho tiempo y con frecuencia el río crece con
las lluvias e inunda las riberas. No sería extraño pensar que hace años
viniera una riada más importante y arrastrara rocas, fango y árboles.
Pudo arrasar la Aldea y cubrirla de escombros.
-Eso pudo ser – admite, de mala gana, el señor Cesar- pero ¿Qué
pasó con los andenes de la ladera en los que cultivaban? No hay ni
rastro y en otros muchos lugares se han conservado ¿No habéis visto
fotos de MachuPichu?
-También se me ocurre otra explicación -afirma pensativo el señor
Luis- y si algún sismo o algún huaico hizo desplomarse la ladera, y
arrastró la zona de cultivo enterrando la Aldea.
-Pues es una explicación -afirmó pensativa, Rosa, y un tanto
confusa- y hasta que los arqueólogos no tengan tiempo, esta Aldea
estará esperándoles. Ahora tienen demasiados sitios donde buscar.
Es muy difícil darse por vencidos después que haber estado
soñando durante tanto tiempo con aquel lugar. Incansables subieron y
bajaron el cerro una y otra vez, intentando encontrar alguna señal de
ruinas o huellas de la antigua Aldea. Hicieron cientos de fotos, sería lo
único que se llevarían.
-Allí, en la lejanía, -les dijo el señor Luis- sobre el cerro al otro lado
del río, se dibuja la mole inmensa del Castillo de Tomabal, es una
edificación de adobe, ya estaba construida mucho antes de que los
españoles llegaran al Perú y todavía permanece como recuerdo y señal
de sus antiguos habitantes.
-En el Manuscrito –apunta Adela- dicen que cuando llegaron al
valle encontraron una gran edificación, aunque ya estaba deshabitada y
en parte arruinada.
Se hizo la hora de comer y decidieron volver al pueblo. En el auto
la conversación estaba llena de desilusión ¡Qué pena no haber
encontrado nada! Tal vez se había ilusionado en demasía.
Al llegar al pueblo, como ya la hora es tardía, se encaminan
directamente a Restaurante El Fogón, donde la señora Teresita ya les
espera. Había hablado con la propietaria del Restaurante, doña Rosita, y
además de encargar la comida, había negociado que una pareja, bailara
marineras, para sus invitados.
Cuando se acercaban, las notas musicales de la marinera
inundaban el cobertizo, donde se situaba el comedor. Rayos de sol
atravesaban la cubierta, llenándolo de columnas de luz y de manchas de
claridad en las mesas y el suelo. En una de las mesas estaban
preparados seis servicios, sobre el mantel de papel azul con rayas
blancas, hacia ella, la señora Teresita, encaminó a la comitiva. Otras
mesas estaban ocupadas por trabajadores, de una empresa cercana de
conservas vegetales. Por el Chavimochic ha empezado a surgir varias
empresas de elaboración de los productos agrícolas: espárragos,
pimientos de piquillo, alcachofas; que dan nueva vida a la ciudad, y que
en España se ven en los envases: Producto de Perú.
-Estos son los famosos Chicharrones de cerdo -presentó orgullosa
doña Rosita- que se cocina con su piel y en su grasa, acompañados con
papas sancochadas y maíz tostado al que se añade una salsa criolla
hecha con cebolla picada y limón y hierbabuena.
-Es leyenda que este plato -comentó el señor Luis- era el preferido
de D. Francisco Pizarro, pues en su infancia criaba cerdos. En este
manjar se allegaban los sabores peruanos: papa y maíz, productos
desconocidos en su tierra, con el cerdo que ellos trajeron desde España.
En la conversación hablaron de su rechazo a los cañanes pero
también de su admiración por la papa, se puede comer: cocida, asada,
ahumada y frita. No hay más modos de cocinar un alimento.
Por la tarde bajaron a buscar la Aldea del Mar, pero con la
experiencia de la mañana, apenas piensan en que, al menos puedan ver,
la puesta de sol que los habitantes de esa Aldea vería cada atardecer.
Rosa sintió el frescor de la brisa en el rostro, cuando a lo lejos se
empezó a vislumbra el mar.

Habían visto el paisaje con árboles y flores, oído el rumor del río y
el canto de los pájaros, tocado el agua en sus pies y en su cara, olido el
aroma de los campos y del mar, saboreado los frutos de los algarrobos;
y sobretodo, habían llenado sus pulmones con el aire de las orillas del
Río Virú.

Para ponerse en contacto con los autores facilitamos su dirección:


mariaelenaypedro9@gmail.con
Indice biográfico, elaborado con datos del Manuscrito y de
otros documentos de la época.

Tintaya (La que consigue lo que quiere) (N. ¿? - M. 1.441)


Primera MAMA-COYA, ¿1.400? condujo a su pueblo a orillas del
Virú, cuando en su antigua Aldea, una gran tormenta de arena, lo anegó
todo, convirtiendo aquel valle en inhabitable. Fue una gran MAMA-COYA,
muy querida y recordada, por su prudencia y decisión.
Aprovechó el traslado del pueblo para reformar algunas costumbre,
tal vez, la de mayor trascendencia social, fue la de prohibir la que
autorizaba a la MAMA-QOYA, a disponer a su antojo sobre su
matrimonio, pudiendo en cualquier momento despedir a su marido y
elegir otro.
Waywa (Veloz como el viento)
Madre que se enfrentó a la MAMA-COYA Tintaya (La que consigue lo
que quiere) y con unas cuantas familias abandonó el valle, se dirigieron
al sur, se establecieron en Huacho donde el pueblo prosperó con el
comercio de la sal y el salado de pescados pero siempre se sintió ajeno a
la cultura y costumbres de aquel pueblo. Sufrieron persecución y fueron
casi aniquilados
Anca (Veloz como el águila)
Marido de Tintaya (La que consigue lo que quiere), en su juventud
participo en un gran viaje que les llevo hasta Huacho, donde se pusieron
en contacto con los que habían huido con Waywa, luego se dirigieron al
sur hasta la península de Paracas donde contemplaron, maravillados, el
Candelabro.
Nina (mujer inquieta, vivaz)
Madre que dirigió el viaje en busca de metales
Mayta (Bondadoso, el que aconseja y enseña con bondad)
Compañero de Anca (Veloz como el águila) en el gran viaje
Qawayu (veloz, ligero)
Compañero de Anca (Veloz como el águila)
Naira (Mujer de ojos grandes) N. 1.423 - M. 1.473
Segunda MAMA-COYA, 1.441, tenía 18 años y gobernó 32 años,
hija de Tintaya (La que consigue lo que quiere) y Anca (Veloz como el
águila), recordada por su gran inteligencia. Fueron decisivas, para el
futuro de la Aldea, sus decisiones sobre la organización del trabajo
cuando surgieron problemas, entre algunas madres jóvenes, que
deseaban dar más protagonismo a los hombres. Fomentó que los
hombres dedicaran tiempo al comercio, para ello emprendieron, cada
año, tres rutas comerciales: dos marítimas una hacia el sur y otra hacia
el norte y la ruta terrestre subiendo hasta los pueblos de la sierra.
Consiguió implicar a los hombres más en la economía de la Aldea pero
sin que vivieran más tiempo en la Aldea como querían algunas Madres.
Murió asesinada por el Representante del Señor de Chan-Chan cuando la
Aldea fue asaltada
Illarisisa (Flor del amanecer)
Heredera de la MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos grandes), que el
día de su boda fue asesinada por Ninan (Inquieto y vivaz como el fuego)
pues había elegido como marido a Churki (que nunca se rinde,
persistente). Se la recuerda como una joven muy hermosa con gran
personalidad, aunque algunos señalan que había prometido, como
jugando, antes de elegir marido, que elegiría a uno o a otro de los
jóvenes. Tal vez por ello se puede entender la reacción de Ninan
(Inquieto y vivaz como el fuego) al no ser elegido.
Churki (que nunca se rinde, persistente)
Elegido por Illarisisa (Flor del amanecer) como marido y quedó
viudo el mismo día de la boda. Varios años después fue elegido como
segundo marido por Kusi, la hermana de Illarisisa, cuando Kusi volvió de
la lucha con los soldados de Chan–Chan donde falleció su primer esposo
heroicamente en la lucha.
Ninan (Inquieto y vivaz como el fuego)
En su juventud mató a Illarisisa (Flor del amanecer), fue
condenado al destierro en la Isla de Guañape. Allí lo dejaron atado, se
sospecha que uno de los que le llevaban, le aflojo las ataduras de las
manos así le fue fácil liberarse y después de unos días alimentándose de
huevos, a ver que no tenía posibilidades de encontrar agua decidió
evadirse nadando, consiguió llegar a la costa y se alejó de la Aldea. Se
estableció en Cajamarca donde llegó a ser un próspero comerciante.
Nunca quiso acercarse a su antigua Aldea
Kusi (que tiene siempre suerte)
N. 1.450 - M 1.503
Tercera MAMA-COYA, 1473 tenia 23 años, gobernó 30 años. En su
juventud enviada por su Madre, comandó al grupo de voluntarios que
durante años, hostigaron a los soldados de Chan–Chan que se
extendieron fuera del valle del Moche amenazando la Aldea
Sisa (que siempre vuelve a la vida)
N. 1.479 - M 1.531
Cuarta MAMA-COYA, en 1.503 tenia 29 años, gobernó 28 años.
Siendo pequeña sufrió un accidente que les hizo pensar que estaba
muerta. Se casó con Dumma que llegó a la Aldea con su familia desde el
Norte, huyendo de los soldados del Inca

Lawra (mujer de gran influencia)


Narra la aventura cuando llegaron los de Chan-Chan a la Aldea

Chuwi (simpático, agradable)


Marido de Lawra

Kori (mujer valiosa y de gran sensatez)


N. 1.512 - M. 1.546
Quinta MAMA-COYA, en 1.531 tenia 19 años y gobernó 15 años, fue
secuestrada en su juventud, por los soldados del Inca y llevada hasta el
Cusco
Ururi (lucero de la mañana)
Fue secuestrada por los soldado del Inca siendo muy joven
Kurmi (brillante Arco Iris)
Fue secuestrada por los soldado del Inca, cuando era una niña de 7
años
Kinu (hombre despierto y vivaz)
Participe de la expedición para liberar a las secuestradas, se casó
con la MAMA-COYA Kori. Muchas narraciones suyas se recogen en el
manuscrito
Utuya (mujer fuerte y decidida)
Dirigió la expedición para liberar a las secuestradas por los
soldados de Inca
Mullu (hombre cuya presencia trae suerte)
Qalani (mujer vigorosa y enérgica)
Sapana (Hija única)
Ultima MAMA-COYA de Huacho, la encontraron los que seguían a
los secuestradores de Kori y les narra como su pueblo fue perseguido por
un cacique de Huacho, Recibieron como libertadores a los soldados del
Inca. Por envidia de su triunfo, sufrieron vejaciones y casi fueron
exterminados. Nunca pudieron construir un Templo según se costumbre
y a escondidas mantuvieron sus leyes y el poder de la MAMA-COYA que
les gobernó
Purik (Caminante, andariego)
Esposo de Ayka, que protagonizó un dura pelea con Iraya al
reaccionar ante las insinuaciones de ser culpable de la muerte de su
esposa. Fue desterrado durante un año a la Aldea del Mar
Iraya (El que ayuda y socorre)
Hermano de Ayka, nunca quiso aceptar que la muerte de su
hermana fue por un accidente. Culpaba a Purik
Ayka (cariñosa, afable en el trato)
Logró ilusionar a su marido para hacer un largo viaje con toda su
familia. Después de estar en Chan-Chan, bordearon la costa hacia el
norte, para encontrar la Aldea original a orillas del río Motupe
Illawara (estrella afortunada)
Hija de Ayka y Purik, esposa de Wayna
Paku (útil e inteligente)
Hijo de Ayka y Purik, fue secuestrado por españoles que le
convirtieron en interprete, llegó a ser escribano de Pizarro, al que
acompañó hasta la Ciudad de los Reyes
Wayna (trabajador, fuerte)
Tenia 15 años cuando, recién casado con Illawara, participó en el
viaje, hasta el río Motupe
Sulata N. 1.519 - M 1.568 (Mujer hermosa)
Sexta MAMA-COYA, 1.546 tenía 27 años, gobernó 22 años. Se
había casado con D. Diego en 1.533, era de una belleza deslumbrante
HIMNO ACTUAL A VIRU

CORO I
Eres tu, oh Virú, Madre Tierra
que a la patria su nombre inspiró,
la fuente eterna que bebieron
nuestros pueblos por su libertad

ESTROFA
Suelo patrio y cuna gloriosa
de la noble cultura Virú,
brazo enhiesto y tambo de imperio
casta Inca, Mochica – Chimú.
Tu ciudad esmerada del valle
armonía de paz y quietud,
siembra un pueblo que canta y rebosa
los valores de la juventud.
ESTROFA
Tomabal, un castillo del arte,
Milenario Queneto eres tú,
magna piedra angular que sostiene
la grandeza del pueblo Virú.
Levantemos al tope las almas,
que nos una la fe, la inquietud.
Chavimochic fomente la siembra,
La cosecha, el honor, la virtud.

CORO II
Eres tú, oh Virú, Madre tierra,
la que España, San Pedro nombró.
La Virgen de los Dolores cuide
su fiel pueblo, posada de amor (bis)

INDICE

Entrega del Manuscrito. Trujillo 1563


Viaje al Perú. Lima 2008
Ciudad de Trujillo. Agosto 2008

PARTE 1ª: Los comienzos de la Aldea


Así comenzó nuestra Aldea
Un día de dolor
Una antigua aventura
Construcción del nuevo Templo
Tragedia en la aldea
La Vida Continua
Ciudad de Trujillo, Agosto 2008

PARTE 2ª: La MAMA-COYA Naira (Mujer de ojos grandes)


Caravana comercial a la Sierra
Caravana comercial en Cajamarca
Incursión en Chan-Chan
Nos enfrentamos a los soldados
Los soldados en nuestra Aldea
Los soldados del Inca en Chan – Chan
Día Martes en Trujillo, Agosto 2008
PARTE 3ª: Visitantes del norte llegan a la Aldea
Acogida a una familia de huidos
Integración en la Aldea
Una nueva vida
Nuevos peligros
Añoranza de una abuela
De vuelta a la Aldea
Un secreto
Día Miércoles en Trujillo, Agosto 2008

PARTE 4º: El imperio del Inca


Los soldados del Inca
Siguiendo a nuestras hermanas
Nos dirigimos a las montañas
Nos adentramos por la sierra
Llegada a la ciudad del Cusco
Los libertadores en el Cusco, 1512
Regreso a la Aldea
Día Jueves en Trujillo, Agosto 2008

PARTE 5ª: Los hispanos


Juicio por una pelea
Un extraño en la playa
Diego en la Aldea del Río, 1532
Vuelta de Paku: D. Francisco del Virú, 1551
Día Viernes, sábado y domingo en Trujillo, Agosto 2008
Indice biográfico
HIMNO ACTUAL A VIRU

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