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EMPRESARIOS DESPERDICIADOS:

TRAGEDIA VENEZOLANA.
Preparado por Ignacio De Leon, Ph.D.1

I. Introducción: Una historia empresarial exitosa.

En 1981 un ingeniero eléctrico desconocido de Bangalore, India, Narayana


Murthy, tuvo una revelación: crear una empresa dedicada a producir
software y hacer outsourcing de servicios y sistemas de alta tecnología
(IT), a precios atractivos para competir en la entonces naciente industria
del computador personal (PC). Luego de mucho esfuerzo, pudo convencer a
siete soñadores como él para reunir, a duras penas, doscientos cincuenta
dólares para fundar Infosys Technologies Ltd.

Es interesante notar la huella que, desde el comienzo, estampó Murthy a su


empresa. Veamos lo que nos dice él mismo:

“Desde el primer día estuvimos orientados hacia el exterior; nuestra


convicción era competir en los mercados mas competidos del mundo,
como los Estados Unidos, por varias razones: Primero, no había
realmente un mercado para el software en la India en ese entonces.
Segundo, todos los que fundamos la compañía habíamos tenido
experiencia de trabajo o estudio fuera de la India. Y tercero, nos
dimos cuenta de que toda la acción estaba allí: era en esos mercados
donde la tecnología mas avanzada estaba siendo inventada e
innovada. Allí era donde las aplicaciones líderes estaban siendo
desarrolladas. Y nos dijimos entonces, “A ver: si queremos
experimentar todas las cosas buenas que ofrece la frontera
tecnológica, tenemos que competir globalmente. Tenemos que
orientarnos al mercado internacional.” (Entrevista, Commanding
Heights, PBS, pbs.org)

La sagacidad de Murthy para aprovecharse de la ola de globalización


mundial produjo frutos asombrosos. El año pasado, Infosys Technologies
Ltd. produjo US$ 1.592 millones de dólares, siendo únicamente superada

1
Director de Centro de Estudios de Conocimiento Económico, CEDICE, Caracas. Agradezco los
comentarios hechos por los miembros de la Comisión de Economía y Finanzas, especialmente a
los economistas Juan Plaja y Luis Carlos Palacios. Los errores y omisiones son exclusivamente de
la responsabilidad del autor.
por su competidora, la norteamericana Microsoft. Esta empresa líder en el
Mercado NASDAQ: (INFY) ofrece servicios de tecnología a clientes en todo
el mundo. Posee más de 36.000 empleados distribuidos en 17 países.
Infosys ha cambiado la cara a la industria del outsourcing tecnológico,
sirviendo de enlace ideal para empresas que desean adecuar su plataforma
tecnológica a los requerimientos crecientes de la globalización, a bajos
costos y con excelente calidad. La actividad de Infosys ha permitido el
surgimiento de nuevas empresas y servicios conexos. Doscientos cincuenta
dólares convertidos en mil quinientos millones de dólares, en poco más de
veinte años; en pocas palabras, algo más que un buen negocio.

El caso de Infosys muestra que el éxito internacional no solo viene de


empresas instaladas en países desarrollados sino también puede suceder
en el mundo en desarrollo al cual pertenece Venezuela. Para que ello
suceda, sin embargo, es necesario que sus empresarios asuman la misma
mentalidad ganadora y competitiva de sus pares en países desarrollados.
Por otra parte, el éxito de Infosys nos enseña que la cultura empresarial
competidora se forja en una especial combinación de factores formativos y
experiencias vivenciales que conforman la esencia del liderazgo capaz de
enfrentar nuevas situaciones. El equipo gerencial de Infosys desde el
comienzo asumió sus funciones con mentalidad de competidor agresivo y
creativo en un mercado exigente y competido, entre los que más, sin
complejos de inferioridad. En el éxito empresarial, la educación gerencial
es importante, pero quizás la formación de valores empresariales
(perseverancia, sagacidad, creatividad, honestidad, confianza, etc.) lo es
más aun. Por tanto, la indiferencia exportadora, por el contrario, nace de
una cultura empresarial doméstica rentística, poco apta para enfrentar los
desafíos que implica la conquista de mercados en el exterior.

Este ensayo tiene por objeto explorar por qué razón Venezuela ha sido
incapaz de producir empresas competitivas como Infosys. Para ello se
parte de una constatación, a saber, que pese a poseer una potencialidad
creadora y predisposición empresarial comparable e incluso superior que
la de empresarios en otras partes del mundo, los emprendedores
venezolanos desaprovechan las oportunidades empresariales que les
presenta en potencia un mundo cada vez mas globalizado e
interdependiente. La hipótesis de este ensayo es que hay dos factores que
conspiran contra la actividad emprendedora en Venezuela: el carácter
interventor de las políticas públicas y la predisposición cultural de nuestra
sociedad contra la ética de mercado; ambas inhiben o castigan la
predisposición empresarial, y cercenan por tanto las posibilidades de
crecimiento económico en Venezuela.

La causa última de estos problemas se encuentra en un patrón ideológico


que ha llevado a construir un modelo de sociedad rentista, donde la
sociedad ha permitido e incluso celebrado que el Estado se adueñe de las

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ventajas competitivas de la nación, desplazando los empresarios hacia
sectores poco rentables, donde solamente han podido sobrevivir merced a
cómodos subsidios, ayudas y monopolios. Esto ha consolidado
institucionalmente un estatus quo económicamente inviable, caracterizado
por la fragmentación del sector formal y el crecimiento del desempleo, del
sector informal como alternativa al mismo y de la incapacidad estructural
del sistema para agregar valor a la producción. Todo lo cual ha afianzado la
creciente pobreza y creciente violencia entre los venezolanos.

La salida a esta situación pasa por un profundo y revolucionario cambio


institucional orientado a la democratización del capital, el acceso efectivo
de todos los venezolanos a la propiedad privada, y el respeto al Estado de
Derecho. Esto permitiría reforzar los mercados, el apercibimiento
empresarial a las oportunidades que ofrecería el mismo, y reorientar la
ética colectiva hacia el fortalecimiento del mercado, lo que permitiría a
Venezuela instalarse en un sistema productivo y creador, capaz de
insertarse en la economía mundial a través de la identificación y
explotación de sus ventajas competitivas.

Este informe identifica los problemas institucionales que minan la


capacidad empresarial para producir riqueza y agregación de valor,
restando posibilidades a las empresas venezolanas para competir
exitosamente en el contexto de la globalización, cada vez más presente.

II. Venezuela: Un país de oportunidades perdidas.

Hay una diferencia sutil pero decisiva entre la creatividad y la innovación


que hace la diferencia en el desarrollo económico de los países. La
creatividad tiene que ver con la capacidad de inventar, desarrollar nuevos
productos, sistemas, procesos; en tanto que la innovación tiene que ver con
la concreción o aplicación de esas ideas en el mundo comercial e industrial.
Esta diferencia conceptual es importante. Una sociedad puede ser
inmensamente creativa, pero de nada sirve ese talento si sus instituciones
económicas inhiben la aplicación práctica de los inventos, producto de la
creatividad en la industria y el comercio de bienes y servicios, o lo que es
igual, destruyen su capacidad de generar ganancias y remunerar a su
creador. La consecuencia es que se generan incentivos que tienden a
represar la cantidad de conocimiento que los empresarios están dispuestos
a colocar en la sociedad.

De igual modo, hay un golfo entre la condición emprendedora que hace los
empresarios, y el desarrollo de las poderosas economías capitalistas
modernas a partir de la acumulación de capital productivo. La condición
empresarial o emprendedora es condición necesaria, pero no suficiente,
para asegurar el desarrollo de una economía social de mercado avanzada.

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Precisamente países como Venezuela muestran claramente de qué manera
la esencia emprendedora del empresario se ha inhibido por el efecto
combinado de un conjunto de factores culturales e ideológicos contrarios a
los valores axiológicos fundacionales de la moderna economía social de
mercado.

En este campo, nuestro país muestra lo que a primera vista luce como una
paradoja curiosa: siendo un país de habitantes altamente emprendedores,
es uno de los menos competitivos internacionalmente. Semejante
contradicción sólo puede explicarse como resultado del océano que existe
entre la disposición empresarial de la población y la incapacidad del Estado
para articular políticas públicas que promuevan la innovación y
competitividad internacional de Venezuela.

El Global Entrepreneurship Monitor (GEM) (2003) es una encuesta


internacional que mide el grado de iniciativa empresarial en un país y lo
compara con otros países. El GEM no distingue entre emprendedores
formales o informales; tampoco distingue si las iniciativas empresariales
perduran en el tiempo y se traducen en valor agregado para la sociedad. Lo
que sí distingue el GEM es entre aquellos emprendedores que fundan una
empresa porque quieren aprovechar una oportunidad de negocio, y
aquellos que lo hace por necesidad o falta de otras opciones.

Según esta muestra, Venezuela ocupa el segundo lugar de una muestra de


31 países, cuyos habitantes revelan una clara iniciativa empresarial, esto
es, una disposición a iniciar un negocio, o a extender el negocio actual a
otras oportunidades. De acuerdo con el GEM, un país en el que haya gran
iniciativa emprendedora es aquel en donde es posible que los individuos
empiecen un negocio propio, o en donde los propietarios de negocios
busquen nuevos mercados u oportunidades.

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NIVELES DE EMPRESARIALIDAD MUNDIAL

Fuente: Global Entrepreneurship Monitor 2003

El GEM no mide el desempeño de los emprendedores a través del tiempo.


Mediante el GEM no se puede saber si los emprendedores venezolanos son
exitosos, pagan impuestos, crece su nómina de empleados o tienen algún
efecto sobre la economía nacional. El GEM sólo mide cuánta gente quiere
emprender nuevos negocios. El estudio midió también el porcentaje de
emprendedores de oportunidad y de necesidad. El GEM define a los
emprendedores de oportunidad como aquellos que basan su iniciativa
empresarial en la búsqueda de nuevas oportunidades de negocio, mientras
que los emprendedores de necesidad son aquellos que crean una empresa
sólo como opción para sobrevivir a falta de un empleo estable. En ambas
categorías, Venezuela ocupa la segunda posición. Así, en el caso de los
emprendedores en búsqueda de oportunidades, Venezuela obtuvo 16,1 por
ciento, mientras que el promedio para un país GEM es 6,37. En el caso de
los emprendedores por necesidad, Venezuela obtuvo 11,6 por ciento,
igualmente superior al promedio para un país GEM: 2,3.

El índice Total Entrepreneurial Activity (TEA) para Venezuela es de 27,3


por ciento, superado únicamente por Uganda con una tasa de 29,2 por
ciento, pero más de tres veces superior al promedio de todos los países
participantes en este proyecto. El promedio de un país emprendedor para
GEM en la edición 2003 fue apenas de 8,8 por ciento. Bajo esta medida,
Venezuela es un país cuyos habitantes manifiestan una inclinación

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poderosamente emprendedora, al ocupar el segundo lugar de la muestra de
31 países. Bajo esta medida, Venezuela forma parte de un selecto grupo
entre los cuales se cuentan a Corea del Sur, Nueva Zelanda y Chile.

Llama poderosamente la atención que, en un país habitado por tantos


individuos con vocación empresarial, los resultados económicos de la
sociedad sean verdaderamente lamentables. Bien podría decirse que
Venezuela es el país de las oportunidades perdidas, de oportunidades que
no pueden ser aprovechadas por nuestros emprendedores, pese a su
enorme vocación empresarial. Naturalmente, ello desperdicia las
potencialidades para crear riqueza social, lo que conduce la sociedad a un
progresivo y persistente empobrecimiento.

La pregunta que surge inmediatamente es: ¿Por qué nuestros empresarios


desperdician oportunidades de crecer económicamente?

III. La globalización: oportunidad perdida para el empresario


venezolano.

Desperdiciar oportunidades es un caro lujo durante los tiempos de


globalización y competencia internacional que nos ha tocado vivir pues
supone situarse a la zaga del mundo, por mano propia. Y lo cierto es que la
globalización es un hecho omnipresente del mundo contemporáneo. Ella
ronda por todas partes. Bufetes de abogados de Manhattan que hacen sus
trabajos secretariales empleando a hindúes de Nueva Delhi. Empresas de
seguros de Chicago que contratan a Taiwaneses para efectuar sus cálculos
actuariales, por vía online. Industrias creativas en Londres y Toronto que
contratan sus diseños gráficos en Singapur y Malasia. Microsoft contrata el
desarrollo de programas de software en Sudáfrica. Los estudios MGM
buscan fuera de los EE.UU caricaturistas para animar sus películas. El
outsourcing hace rato dejó de estar confinado a las maquilas industriales.
Cada vez más se impone la contratación internacional de servicios, vistas
las dificultades para la movilización de la mano de obra, causada por las
trabas a la inmigración de los gobiernos de países industrializados a los
países en desarrollo.

Algunos datos muestran el impacto de la globalización en el desarrollo de


las naciones.

• Luego de terminada la Ronda Uruguay de la OMC, que liberalizó


buena parte del comercio mundial, este se duplicó a lo largo de la
década de los 90. Entre 1989 y 1997 el comercio internacional
creció a un ritmo anual de 5,3%, esto es, cuatro veces mas rápido que
la producción global (apenas en 1.4%).
• En los mercados de cambio, el crecimiento ha sido aun mayor: de
negociar diariamente alrededor de US$ 190 mil millones en 1986 a

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negociar diariamente US$ 1.3 trillones en 1997. Actualmente, el
mercado de capitales tiene un desempeño de $288 trillones, frente a
$8 trillones del comercio de bienes y servicios.
• La inversión extranjera en los países en desarrollo creció 11.5% por
año, entre 1989 y 1997.
• Antes de la suscripción de Nafta, México tenia un producto nacional
de $40 mil millones; a los seis años de la suscripción de Nafta, ya
había pasado a producir mas de 280 mil millones. Entre 1990 y
2001, las exportaciones mexicanas se incrementaron a un ritmo de
17.5% anual, de $26.6 mil millones a US$ 158.5 mil millones, esto es,
un incremento del 491% para todo el periodo.
• En China Popular, las reformas de mercado en el campo
incrementaron el producto agrícola en más de 50%, a lo largo de 16
años. Entre 1978 y 1984 el ingreso real por familia campesina se
incrementó en 60%. El ingreso per capita nacional se duplicó entre
1978 y 1987 y nuevamente, entre 1987 y 1996. Gracias a la
globalización, la apertura pro mercado iniciada en China sacó de la
pobreza a 300 millones de personas en apenas dos décadas, una
hazaña no igualada en la Historia.
• La movilidad laboral ha causado grandes cambios en los flujos de
capitales: Un reciente informe del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) señala que los inmigrantes de América Latina y el
Caribe enviarán este año a sus países unos US$ 30.000 millones en
remesas. Según el BID, de los 16,7 millones de adultos nacidos en
América Latina que residen en Estados Unidos, 10 millones envían
dinero periódicamente a sus familias. De estos, la mitad lleva más de
10 años viviendo en ese país. Se trata de remesas que van de US$
100 a US$ 250 mensuales y que representan alrededor de un 10 %
del ingreso del remitente, pero hasta un 80 % de los ingresos del
destinatario.
• La caída en los costos de producción internacional resultantes de la
globalización ha sido gigantesca. El número de pasajeros en vuelos
aéreos internacionales se incrementó de 75 millones en 1970 a 409
millones en 1996. Entre 1976 y 1996 el costo de una llamada de tres
minutos desde los Estados Unidos a Inglaterra ha caído en términos
reales desde aproximadamente US$ 8 a US$ 0.35, y el número de
llamadas se ha incrementado de 3.2 mil millones en 1985 a 20.2 mil
millones en 1996.

Frente a hechos tan palmarios que ilustran el crecimiento de las


transacciones internacionales tras fronteras, contrasta el mediocre
desempeño económico de Venezuela. Como hemos visto, la causa de este
deficiente resultado hay que buscarla más allá de los genes, talento
creativo o disposición empresarial de los habitantes de Venezuela, el cual,
como ha quedado acreditado, existe en abundancia.

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El problema está en otra parte. Al igual que las moléculas en la Naturaleza,
las empresas constituyen la unidad básica de producción de un cuerpo
social, y su comportamiento está estrechamente relacionado con el entorno
en el que le toca actuar. En el campo de la Economía, las empresas
responden a los incentivos que el conjunto de reglas sociales establece,
premiando ciertos comportamientos e inhibiendo otros. Las reglas sociales
pueden inducir en los actores económicos comportamientos oportunistas y
buscadores de renta, causando un desempeño social mediocre y
empobrecedor. (North, 1990)

A la luz de esta reflexión, es oportuno calibrar si las reglas institucionales


existentes en Venezuela son conducentes a la creación de riqueza, o si por
el contrario, generan pobreza.

• La competitividad internacional de Venezuela es mediocre

Como se manifiesta elocuentemente en los reportes de competitividad


internacional, nuestro país se sitúa consistentemente entre los peores de la
clasificación, como un país de muy poca competitividad internacional. Este
indicador es ilustrativo, porque permite calibrar la capacidad institucional
que poseen los empresarios venezolanos para posicionar sus bienes y
servicios frente a la competencia proveniente de otros países.

En los reportes de competitividad internacional, Venezuela aparece


situada por debajo de la media latinoamericana, e incluso, de la media
andina.

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LATINOAMÉRICA: ÍNDICE DE COMPETITIVIDAD DE CRECIMIENTO.

País 2000 2001 2001 2002 2003


Chile 27 27 20 24 26
México 42 42 45 53 45
El Salvador 49 58 57 60 46
Uruguay - 46 42 40 48
Costa Rica 37 35 43 49 49
Brasil 45 44 46 45 52
Perú 47 55 54 55 54
Panamá - 53 50 51 55
Rep. - 50 52 56 58
Dominicana
Colombia 51 65 56 61 59
Argentina 44 49 63 64 68
Venezuela 53 62 68 68 69
Bolivia 50 67 78 71 71
Ecuador 58 68 73 73 72
Guatemala - 66 70 75 74
Nicaragua - 73 75 70 75
Honduras - 70 76 78 76
Paraguay - 72 72 76 77
Muestra total 58 75 80 80 80
Latinoamérica 46 56 58 59 60
CAN 52 63 66 66 65

Fuente: World Competitiveness Report 2003

Para el caso de Venezuela, en el año 2003, la medición del índice de


competitividad de crecimiento pondera tres variables fundamentales, a
saber: primero el nivel de tecnología (53/80), segundo, la calidad de las
instituciones públicas en la defensa de los derechos económicos (73/80), y
tercero, el índice de ambiente macroeconómico (72/80). Claramente se
deduce que el problema de competitividad obedece fundamentalmente a la
pobreza de sus instituciones públicas, así como políticas macroeconómicas.

Es interesante notar que tanto las políticas macroeconómicas como la


calidad de las instituciones públicas tienen en común que manifiestan una
notable tendencia de relajamiento institucional y debilitamiento de control
sobre las iniciativas de política económica del Poder Ejecutivo lo cual incide
negativamente en la libertad económica individual, al dictar medidas que
tienen a la erosión del capital y ahorro social. Por ello, ambas variables
podrían ser vistas como dos caras de un mismo fenómeno institucional,
esto es, el debilitamiento de los derechos económicos individuales ante el
avasallante poder estatal de intervención. En este campo, el Índice de

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Libertad Económica evidencia de qué manera ha descendido Venezuela,
hacia una economía cada vez más restringida por el Estado. En 2004,
Venezuela ocupa el lugar 147 entre 155 países evaluados.

POSICIONES DE VENEZUELA EN EL ÍNDICE DE LIBERTAD ECONÓMICA.

1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004
3.28 3.63 3.58 3.43 3.48 3.43 3.78 3.88 3.71 4.18

Fuente: Economic Freedom Index (2005)

En la tabla anotada, la escala de cinco puntos corresponde a la economía


más controlada e intervenida por el Estado, en tanto que un punto
corresponde a la más liberalizada. Es claro entonces que hay razones
derivadas de las carencias de la infraestructura institucional de protección
a los derechos, por las cuales no es posible desarrollar al máximo el
potencial que ofrece la Inversión Privada. Leyes como la Ley de Tierras, el
creciente número de disposiciones tributarias, el proyecto de reforma de la
Ley del Banco Central, y el proyecto de Ley contra Ilícitos Cambiaros, entre
otros, debilitan dicho entramado institucional. Esta carencia incapacita los
mercados para transmitir información confiable y transparente a los
agentes económicos de forma tal que éstos se vean inducidos a tomar
decisiones empresariales eficientes y productivas. Naturalmente, las
operaciones a mayor costo transaccional reducen la eficiencia productiva e
impiden a las industrias competir de forma efectiva en los mercados
internacionales.

Desde 1978 la inversión privada ha caído sostenidamente. Durante los


años 50 y 70 hubo momentos en los cuales la inversión privada llegó a
alcanzar el 20% del PIB, más del doble de la inversión pública. En la
actualidad, no alcanza el 8%. Venezuela fue un país con sueños de grandeza
hasta comienzos de la década de 1970 (“La Gran Venezuela”), y desde ahí,
la caída ha sido sostenida. Según cifras del Banco Central de Venezuela, el
Producto Interno Bruto per Capita ha retrocedido hasta llegar en 2004 a
los mismos niveles de 1962. Casi medio siglo perdido. Comparado con otros
países de América Latina, Venezuela ha tenido el peor desempeño
económico en el último cuarto del siglo XX (1975-2000), periodo que
precisamente coincide con el inicio de una etapa de considerable
incremento del intervencionismo estatal en lo económico.

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DESEMPEÑO ECONÓMICO A LARGO PLAZO DE AMÉRICA DEL SUR.

PIB per cápita Tasa de crecimiento anual del PIB per cápita
PAIS (PPA en US$) PIB per cápita (%)

2000 Mayor valor Año de mayor


durante 1975- valor
2000. (PPA
US$)
1975-2000 1990-2000

Argentina 12377 0.4 3.0 13204 1998


Bolivia 2424 -0.5 1.6 2721 1978
Brasil 7625 0.8 1.5 7625 2000
Chile 9417 4.1 5.2 9417 2000
Colombia 6248 1.6 1.1 6653 1997
Ecuador 3203 0.2 -0.3 3561 1997
Guyana 3963 0.3 5.0 4016 1999
Paraguay 4426 0.7 -0.4 5149 1981
Perú 4799 -0.7 2.9 5442 1981
Suriname 3799 -0.1 3.0 4298 1998
Uruguay 9035 1.4 2.6 9557 1998
Venezuela 5794 -0.9 -0.6 7845 1977

Fuente: PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano, 2002.


Nota: La estadística aquí contemplada toma como base la "paridad de poder
adquisitivo" (PPA), expresado en dólares estadounidenses.

Es preocupante notar, por ejemplo, cómo de acuerdo con esta estadística, el


mayor valor del Producto Interno Bruto venezolano en términos reales
tuvo lugar en 1977, lo que muestra el deterioro en el ingreso de los
venezolanos. La tendencia al deterioro se marca cada vez más, conforme se
afianza un modelo restrictivo de las libertades económicas, y promotor de
mayor intervencionismo estatal.

• La causa de nuestro mediocre desempeño competitivo: Una


economía cada vez más intervenida por el Estado.

Con el devenir del tiempo, ese intervencionismo estatal se tradujo en un


exceso de regulaciones y en burocracia administrativa a la par que en un
debilitamiento de las instituciones de Derecho como la propiedad y la
libertad económica. Un enjundioso estudio del Costo creado por Barreras
Administrativas en Venezuela se encuentra en CONAPRI (2002). Dicho
estudio pormenoriza las barreras que crean trámites, procedimientos o

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condicionamientos a la actividad económica de los empresarios. El informe
igualmente compara la transparencia del régimen administrativo
venezolano con el de otros países en desarrollo.

Este intervencionismo se ha traducido en distorsiones de las reglas de


mercado, creando lagunas y grietas que han sido aprovechadas por
algunos para requerir del Estado privilegios y monopolios, generando de
este modo comportamientos empresariales restrictivos de la competencia
y un ineficiente desempeño económico. Ya sea a través de barreras
administrativas generales a la entrada y salida, o de intervenciones
directas en las industrias, se evidencian numerosos casos en los que
nuevas leyes o nuevas prácticas administrativas interfieren la natural
presión competitiva de los mercados.

Los ejemplos abundan pero algunos ejemplos ilustran elocuentemente. Es


el caso de las demandas de productores agrícolas para que se incrementen
los aranceles de importación y para que se subvencionen servicios de
almacenamiento, o de peticiones para que se limite la participación de
capitales extranjeros en sectores de servicios donde pueden resultar
afectados intereses locales (Ej. Transporte por carreteras, servicios
profesionales, etc.) y se restrinja total o parcialmente el volumen de
servicios ofrecidos por las empresas extranjeras. Un ejemplo de ello ha
sido reeditar el trasbordo en frontera entre Venezuela y Colombia, luego de
haberse eliminado por decisión de la Comunidad Andina bajo el peregrino
argumento de que la guerrilla colombiana coloca en riesgo los
transportistas venezolanos.

A la búsqueda de rentas se suma la adopción de regulaciones


proteccionistas por iniciativa del propio gobierno, por carecer de la
institucionalidad y experticia técnica necesaria para evaluar cual será el
impacto que tendrán las medidas adoptadas sobre la competencia e
innovación de potenciales competidores que se verán de este modo
impedidos de ingresar en el mercado.

En suma, la incapacidad del Estado para crear reglas claras de


funcionamiento del mercado, conduce a que la actuación de las empresas
esté condicionada por numerosas lagunas que aprovechan para extraer
renta del consumidor, bien en forma de privilegios obtenidos del Estado
para la explotación exclusiva o preferencial de sectores o actividades
económicas, o bien, en ausencia de tales monopolios legales, a través de
conductas de exclusión y de explotación. Como puede observarse, en
ambos casos el problema tiene su origen en la indefinición normativa
respecto a los derechos de propiedad de los actores económicos.

El nivel de barreras al tráfico económico es tal que según estudios del


Entrepreneurship Research Institute de Washington, D.C., Venezuela

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consume el equivalente al 52.2% de su Producto Interno Bruto, en el pago
de costos asociados con la instalación de negocios. Estas son las barreras
impuestas por la corrupción de la permisología, el cohecho, sobornos, y
otras barreras al comercio creadas por los políticos, a petición de grupos de
interés que se niegan a permitir competidores en sus predios
monopolizados.

Por ello, es obvio que las políticas de promoción a la competencia e


innovación, deben orientarse hacia la remoción de los obstáculos y
barreras legales o institucionales al ingreso, permanencia y salida de
empresas del mercado. En ausencia de una política de fomento a la
competencia, los gobiernos difícilmente disponen de medio alguno para
valorar la validez de estas quejas y el impacto que las medidas exigidas
podrían tener para la economía en general, convirtiendo sus decisiones la
mayoría de las veces en decisiones políticas en lugar de económicas.

Las barreras gubernamentales y regulaciones inadecuadas limitan la


capacidad de las empresas para actuar libremente en los mercados, como a
las conductas empresariales mismas que surgen al amparo de barreras y
privilegios. Estas medidas, que de otro modo servirían para orientar la
dinámica de mercado en su curso natural, se convierten en obstrucciones
en la medida que resultan de la imposición dirigista de criterios de
asignación de recursos distintos a los que el mercado espontáneamente
asignaría. Esto es, cuando las políticas estatales están guiadas por criterios
de asignación de recursos distintos de los expresados por los actores de
mercado, y que resultan más bien de la imposición de grupos de interés en
búsqueda de rentas, o simplemente, de la improbada superioridad del
criterio de distribución de riqueza social impuesto por la élite gobernante
por razones de ideología.

Luego de constatar la considerable carga de regulaciones limitantes de los


mercados, y su posible impacto en la capacidad innovadora de las
empresas venezolanas, la siguiente sección identifica sus orígenes
ideológicos. Generalmente se asume que para la adopción de modelos de
mercado en países cuyas economías están en transición basta con la
introducción de derechos de propiedad sobre los bienes de producción, y
con la puesta en marcha de políticas de desregulación de los mercados.
Este es un error frecuente de los planificadores sociales quienes dejan de
lado el papel de los valores culturales e ideas socialmente compartidas en
la conformación institucional.

Con ello, se muestra de qué manera el sesgo restrictivo impuesto por


dichas normas de funcionamiento a los mercados y a la libertad económica
tiene su origen en una concepción particular sobre el Bienestar Social
socialmente compartida por todos los poderes públicos y por qué la
adopción exitosa de un modelo de desarrollo basado en la libre

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competencia y la innovación requiere como condición previa desmontar las
concepciones ideológicas sobre el funcionamiento de la economía y el
Bienestar social.

IV. Cultura rentista: temor al riesgo empresarial y preferencia por el


estatus quo.

Hay toda una tradición del pensamiento occidental que pone al descubierto
las tendencias antropológicas y culturales del Hombre por renunciar a su
libertad individual, para lograr la comodidad que proporciona que otros
decidan por él. Erich Fromm describía en su libro “Miedo a la Libertad”
(1941) la sensación de desasosiego que crea la Libertad en el Hombre, lo
que le lleva constantemente a buscar la sumisión al Poder. De la misma
manera, en “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” (1945) el filosofo Karl
Popper expone cómo el colectivismo social totalitario se nutre de las
ideologías que tienden a reforzar los instintos tribales del individuo, lo que
le lleva a sostener una andanada vigorosa y polémica en contra de las ideas
políticas de Platón, Hegel y Marx, en quienes identifica los gérmenes y la
justificación filosófica del autoritarismo, del totalitarismo comunista y del
nazismo. Ante estas tendencias comunitarias y tribales, el sistema de
mercado se presenta como su Némesis, porque se basa en la actuación
libre, pero a la vez responsable, del individuo.

Tomar decisiones y asumir responsabilidades no es cómodo; mucho menos


aun ante la coyuntura de un sistema mundial cada vez más globalizado y
exigente sujeto a permanente cambio. Joseph Schumpeter (1942)
caracterizó el sistema capitalista como una “Destrucción Creadora”. El
proceso económico crea incertidumbre, y esta a su vez, genera temor.

• La virtud de la economía abierta es su rechazo al estatus quo.

No obstante, el temor al sistema de economía abierta capitalista surge de la


incomprensión que existe sobre su funcionamiento interior. Es falso que la
economía abierta sea injusta pues condena al empresario que ha errado a
la exclusión del mercado. Justamente es al revés: El error le alecciona
sobre aquello que debe observar para triunfar dentro del sistema.

De hecho, su supervivencia misma depende de que se ofrezca siempre una


oportunidad de reingreso a quien habiendo fracasado inicialmente, tenga la
disposición de participar en el mismo. En este sistema, el error empresarial
jamás es final, ni castiga con la total desaparición del individuo, o su total
ostracismo del sistema económico, como sí sucede en el orden socialista
con quienes no son amigos de los cenáculos desde donde se administra el
Poder. Una economía abierta de mercado, se basa siempre en la promesa de
que, aun equivocándose en sus decisiones empresariales, el emprendedor

14
siempre tendrá la posibilidad de reingresar si es capaz de ofrecer un
producto o servicio de utilidad para la sociedad.

En la economía abierta el progreso descansa en los errores de los muchos,


no en el éxito de los pocos. De hecho, su fortaleza no está en los éxitos
estelares de sus Gates, Carnagies, Forbes o Rockefellers, sino en los
fracasos empresariales de sus millones de participantes; pues estos
permiten generar tanto o más aprendizaje. De los errores también se
aprende, como señalara Karl Popper (1934), y es precisamente la
capacidad de aprendizaje que se genera en los fracasos temporales, lo que
permite a los empresarios recuperarse y eventualmente, triunfar en el
mercado. Este es el factor común a todos los nombres de capitalistas
exitosos, quienes comenzaron modestamente, muchas veces, desalentados
o incomprendidos.

Los talentosos rara vez llegan a la cúspide al primer intento: Bill Gates fue
rechazado por la poderosa IBM, quien no entendió su idea de colocar un PC
personal en cada hogar. Los Beatles fueron despedidos en 1962 por la
discográfica Decca, quien consideró que los grupos de rock de guitarras
eléctricas estaban pasados de moda. Incluso, un empresario exitoso como
Walt Disney, al proponer construir un parque temático “Disneylandia” en
California, tuvo que hacerlo con fondos personales, porque hasta su
hermano y socio Roy Disney pensó que la idea sería un fracaso. La
diferencia entre una sociedad capitalista y una que no lo es, es que la
primera da una segunda oportunidad a las buenas ideas.

Estados Unidos es el país que alberga el mayor número de empresas en


quiebra, pero también, el que con mayor celeridad reorganiza los activos de
las mismas, por medio de fusiones, adquisiciones, o simplemente,
disolución, para reingresar con una nueva forma al mercado, y con un
bagaje de aprendizaje que posiblemente reduzca las posibilidades de
futuros fracasos. Esta es la nota que identifica el capitalismo renovador.

En cambio, en sociedades cerradas por los prejuicios culturales, la


ideología socialista o la religión, las malas inversiones se perpetúan en los
mercados, porque la sociedad asume que los recursos sociales ya están
dados, son limitados, y no pueden ser multiplicados mediante innovadoras
formas de organización empresarial. Lo único que cabe hacer con ellos es
asegurar su control mediante privilegios y monopolios, apelando a razones
morales y éticas. Se premia al empresario incompetente y se castiga al
innovador. Se detiene el progreso.

Quizás nuestra constitución institucional nos empuja a procurar hacer


negocios con aquellos en quienes confiamos más, privándonos de todas las
oportunidades que una sociedad institucionalmente madura permite al
tráfico económico. Francis Fukuyama (1995) describe de qué manera las

15
sociedades comparativamente mas atrasadas son aquellas que no
capitalizan las oportunidades de inversión por la falta de confianza que
prevalece en el medio. Esto lleva a los actores económicos a negociar
solamente en grupos muy reducidos, incluso familiares.

También genera un ánimo de desconfianza en el comercio, en el riesgo


empresarial, y de preferencia por el estatus quo (“es preferible tener un
empleo a ser empresario”) muy extendido entre nosotros. Apropiándose de
la metáfora de Isaiah Berlin, el historiador Claudio Veliz, comparó el
espíritu latinoamericano con el de un “erizo”, opuesto al “zorro”
norteamericano inquisitivo y explorador, inclinado a curiosear el mundo
alrededor suyo y olfatear oportunidades para prosperar (Veliz, 1994). El
hermetismo latinoamericano, en cambio, ha llevado nuestros países a
asumir posiciones innecesariamente defensivas frente a la realidad de los
mercados o el capitalismo mundial. En buena medida, ello es producto de la
incapacidad de nuestro marco institucional para fortalecer el crecimiento
de empresas capaces de competir, lo que ha llevado nuestra dirigencia
política a tratar inútilmente de ignorar la globalización o tratar de
exorcizarla.

Este temor instintivo y atávico al riesgo nos ha llevado de la mano a los


latinoamericanos, a construir sociedades institucionalmente cerradas al
cambio que representa la economía abierta. En la vana esperanza de eludir
o demorar la integración con el resto del mundo hemos creado alcabalas,
barreras al comercio, privilegios y otras distorsiones creyendo
ingenuamente que ellas podrán demorar la inevitable llegada de
competidores del exterior, sin sacrificar nuestra calidad de vida.

Los empresarios pregonamos las virtudes de la libre competencia,


mientras no sea aquella que castiga nuestra comodidad y falta de
creatividad; invocamos el derecho a la propiedad, mientras sea nuestra
propiedad. Muchos de nuestros empresarios actúan como políticos de traje
y corbata, siendo frecuentes visitantes de Palacio que no encaran un solo
riesgo, que quieren sus inversiones aseguradas, que sólo invierten para
obtener ganancias exorbitantes sin mover un músculo. El “know who”,
antes que el” know how”, es nuestra regla para el éxito en la vida.

Quizás el temor hacia la economía abierta y competitiva es producto de que


frecuentemente se olvida o ignora que la sociedad de bienestar
contemporánea surgida en Estados Unidos y Europa Occidental los últimos
dos siglos, es un fenómeno reciente en la Historia de la Civilización, y que a
lo largo de esta la Humanidad había sido “sucia, ignorante y maloliente”,
como afirmaba con pesimismo Hobbes. Se ha olvidado, por prejuicio
ideológico, que ha sido la institucionalidad de los derechos de propiedad y
libertad económica la que desde el siglo XVIII ha hecho crecer

16
exponencialmente la riqueza mundial a proporciones nunca vistas en la
Historia.

Esto ha hecho creer que la riqueza es una condición natural, casi


inevitable, del ser humano, y no lo que es: una delicada planta de
invernadero, cultivada bajo el calor de la propiedad privada, el imperio de
la ley, y la protección de las personas, libres de caudillos iluminados,
revoluciones redentoras y otras plagas.

En Latinoamérica escasean los que sinceramente reconocen los logros


extraordinarios conseguidos por el capitalismo en China, la India, Taiwán y
otros países, donde el debilitamiento de los dogmas marxistas, maoístas o
socialistas ha despejado el camino para una revolución que ya modificó el
perfil económico mundial. Obsesionados por la experiencia local, políticos,
intelectuales y clérigos latinoamericanos insisten en que lo que llaman el
"neoliberalismo" ha sido un fracaso vergonzoso y que por lo tanto sus
respectivos países deberían intentar algo radicalmente distinto aunque,
claro está, no dicen exactamente qué.

No es casualidad que los líderes de las élites políticas, religiosas e


intelectuales tradicionales tanto en América Latina como en el mundo
musulmán y en el Africa subsahariana, suelan ser compañeros de la
cruzada anticapitalista inspirada en el odio hacia el Mundo Occidental y la
riqueza que ésta posee. En el fondo, se percibe un profundo sentimiento de
frustración, producto de la incapacidad de consolidar niveles de
prosperidad semejantes a los de Occidente.

No obstante, son precisamente las economías emergentes que han copiado


los fundamentos institucionales que han predominado por décadas en los
países hoy desarrollados, los que han generado mayor riqueza en sus
sociedades, como elocuentemente lo muestra la siguiente grafica, la cual
relaciona el ingreso per capita con la transparencia institucional o grado de
libertad económica predominante en el país respectivo.

17
RELACION ENTRE LA PROTECCION DE LOS DERECHOS DE PROPIEDAD
E INGRESO PER CAPITA

Fuente: The World Bank, 2001 World Development Indicators y 2001


Index of Economic Freedom, The Heritage Foundation and the Wall Street
Journal

Entonces, el problema de políticas públicas a resolver es ¿cómo


estructurar las reglas sociales de modo tal que las unidades de producción
empresarial se conviertan en motores innovadores de la economía y poder
acometer los desafíos de la competitividad internacional, para crecer
económicamente aprovechando la globalización? Y no menos importante
¿Cómo gerenciar la transición institucional?

V. ¿Cómo construir una Economía Social de Mercado participativa e


incluyente de toda la sociedad?

La clave del éxito de una economía social de mercado es la inclusión. Es


decir, que todos puedan tener igualdad de oportunidades para participar
en ella, sin ser interferidos por privilegios y obstáculos impuestos por el
poder político, e igualmente libres de toda interferencia causada por
prejuicios y convenciones sociales, valores culturales adversos a la
modernización, y un estatus quo que privilegia a pocos.

Esta sección explica en qué medida Venezuela se distancia del modelo de


economía abierta y promotora de desarrollo económico propio de las
democracias occidentales del mundo desarrollado; por el contrario, ha

18
establecido un régimen institucional cuyo desempeño económico no ha
podido ser peor, consolidando la informalidad como estructura medular de
nuestro sistema económico, incapaz de agregar valor y de aumentar la
productividad per capita del país. Con ello, el empobrecimiento ha sido una
constante de Venezuela, desde no menos de tres décadas.

• La inclusión social es condición necesaria para el funcionamiento


eficaz del sistema de mercado.

La globalización y liberalización de los mercados financieros ha hecho


posible la penetración de pequeños accionistas en un coto hasta entonces
exclusivo de los grandes capitalistas, millonarios, y banqueros. Hoy día,
esta situación ha cambiado radicalmente, y –quién lo diría- ha sido la
economía abierta quien ha hecho posible una creciente socialización de la
riqueza, brindando la oportunidad de ganancia a pequeños accionistas,
pensionados, obreros, clase media, y otros semejantes.

La muestra más visible del carácter incluyente del capitalismo moderno


está en la proliferación de pequeños empresarios; no en la concentración
de capital. Algunas cifras corroboran esta afirmación. En Estados Unidos,
el promedio de PIB real por empresa aumentó de 150.000 dólares en 1947
a 245.000 dólares en 1989, reflejando la tendencia a mayor tamaño. No
obstante, a partir de 1989 se revirtió la tendencia, disminuyendo a
210.000 dólares. De igual manera, las pequeñas empresas producían sólo
20% de las ventas de productos manufacturados en 1976, pero para 1986
la cifra era de más del 25%.

Algo similar sucedía también en Europa. Por ejemplo, en Holanda la tasa de


"propiedad de negocios", que mide la relación entre la cantidad de dueños
de negocios y la fuerza de trabajo total había alcanzado su nivel histórico
más bajo en 1984: 0,081. Pero eso se revirtió y para 1998 era de 0,104. En
forma similar, el empleo en pequeñas industrias en Holanda creció de
68,3% del total de empleo industrial en 1978 a 71,8% en 1986. En el Reino
Unido, esta tasa creció de 30,7% en 1979 a 39,9% en 1986. En Alemania,
de 54,8% en 1970 a 57,9% en 1987; en Portugal de 68,3% en 1982 a 71,8%
en 1986; en el norte de Italia del 44,3% en 1981 a 55,2% en 1987 y en el
sur de Italia, de 61,4% en 1981 a 68,4% en 1987.

El mundo está contemplando el triunfo del pequeño capitalista frente a la


gran empresa. Este modelo de capitalismo, llamado de “emprendedores”,
está reemplazando al modelo de “alta gerencia” típico de las grandes
economías de escala del siglo veinte. En esta economía, las redes de
conocimiento y contacto son esenciales al desarrollo de industrias, cuyo
valor se incrementa exponencialmente conforme se incrementan los
contactos, lo que en la producción se expresa a través de la intensificación
del “outsourcing” o subcontratación, como arreglo corporativo preferente

19
(Kelly, 1998, Leadbeater, 1999). En el nuevo capitalismo de
emprendedores, las redes de cooperación son vitales para garantizar la
competencia. Esto ha sido posible en países que han retrocedido en la
intensidad del intervencionismo estatal, principalmente en Estados Unidos
y Europa.

Hay diversas razones que explican el resurgimiento del pequeño


capitalista. Primero, los cambios tecnológicos han reducido la importancia
de las economías de escala en la producción; en su lugar, se enfatiza en la
capacidad de conectividad de las empresas. Segundo, hay mayor
flexibilidad laboral, debido al ingreso de inmigrantes, mujeres y otros
grupos que presionan en esa dirección. Tercero, la demanda tiende a ser
cada vez más diversificada, sofisticada, y menos estandarizada, por lo que
las empresas exitosas deben descubrir nichos de mercado, en vez de
producir en masa. Finalmente, la desregulación ha hecho más sencillo el
acceso a los mercados.

En países semicerrados como Venezuela, por el contrario, la riqueza se ha


concentrado más y más en pocas manos, ahogando al pequeño empresario
en medio de altisonantes discursos por la promoción de la “pequeña y
mediana industria”. En nuestro caso, el sistema institucional pareciera
estar concienzudamente diseñado a fin de dificultar el desarrollo
empresarial de los pequeños emprendedores. La mediocre administración
de Justicia, y en general la elevada incertidumbre institucional es
responsable de los elevados costos transaccionales que confrontan las
empresas, particularmente las de menor tamaño o menos integradas, para
hacer negocios en el país. Un estudio reciente de opinión entre empresas
(ITP Consultores, 2002) corrobora estas afirmaciones, al comprobar que:

• La mayoría de las empresas encuestadas (75%) deben sufragar el


costo financiero de las deudas causadas por el impago de las
obligaciones respectivas, dado que es imposible ejecutar el pago ante
la ineficacia de los tribunales.
• La mayor parte de las firmas encuestadas financian sus inversiones
de capital (61%) o su capital de trabajo (68,2%) con fondos propios o
ganancias retenidas, lo que indica el grado de desarrollo incipiente
de los mercados de capital.
• Las empresas con mayor capacidad crediticia son aquellas que están
más integradas. Así el promedio de interés requerido a las firmas
medianas (32%) es superior a las grandes firmas (24%). Igualmente,
las empresas de capital extranjero obtienen mejores intereses (24%)
en promedio, que las empresas locales (31%).

Nuestro tejido industrial, por tanto, es estructuralmente débil e incapaz de


aprovechar las oportunidades de financiamiento de capital que ofrecería
una economía abierta. La imposibilidad de acudir a fuentes exteriores de

20
financiamiento lleva a que solo algunos pocos empresarios,
fundamentalmente empresas multinacionales, tengan el músculo
financiero requerido para emprender actividades en entornos de elevados
costos y ganancias inciertas. Esto concentra la riqueza en manos de pocos.

• La pobreza como sub-producto de la fragmentación del mercado


de trabajo.

Lo que aparece como un problema ligado a la estructura u organización


industrial de los diversos sectores de la economía venezolana es en
realidad un aspecto de un problema más grave: Que la sociedad venezolana
esta institucionalmente organizada para producir miseria y exclusión.
Sabemos bien que la agregación de valor a la producción nacional es
ínfima, y que la desigualdad en la distribución del ingreso es cada vez
mayor.

La pobreza se presenta entonces como un fenómeno estructural cuya


expresión es la fragmentación del mercado de trabajo, donde el empleo
informal priva sobre el formal, es incapaz de generar empleo empleador,
produce bajo valor agregado, es y por tanto, es igualmente incapaz de
remunerar apropiadamente al trabajador. Dicha estructura del mercado de
trabajo, caracterizada por la presencia dominante de trabajadores
informales, que carecen de oportunidades para incorporarse a la
formalidad, niega toda posibilidad de construir un sistema de seguridad
social universal, dadas las debilidades del aporte contributivo de
trabajadores y empresarios. Esta situación produce mayores demandas de
protección por parte de los sectores al margen de la institucionalidad
formal.

Estas características del mercado de trabajo están presentes desde el inicio


de la Democracia en 1958, lo que indica que el potencial de pobreza ha sido
un fenómeno continuo y cuya responsabilidad se debe atribuir a los
sucesivos gobiernos en funciones desde entonces. Una mirada al último
cuarto de siglo XX muestra la tendencia al empobrecimiento habida en
Venezuela.

21
VENEZUELA (1975-2003): POBREZA TOTAL Y CRÍTICA

Fuente: CENDES, 2004

La acentuación de la pobreza tiene su origen en los factores que inciden en


la estructura especifica del mercado de trabajo, debilitando la
remuneración laboral y aumentando la informalidad como alternativa
frente al desempleo. Ciertamente, la crisis económica devenida desde 1978
por causa del endeudamiento externo, caída de los ingresos fiscales,
inflación y otros, con altos y bajos, ha acelerado y extendido el
empobrecimiento, pero esta no es su causa fundamental.

En los momentos de crisis económica, o lo que es lo mismo cuando la


capacidad redistribuidora del Estado se contrae, los ingresos de los
informales caen en forma mucho más dramática que el resto de la
sociedad. Se restringe a niveles extremos la capacidad empleadora, con lo
cual la informalidad aumenta. La conclusión obvia es que la pobreza se
potencia, porque aflora y se profundiza la estructura perversa del mercado
de trabajo.

Como observa UAPPEI (2004) ya desde finales de la década de 1970 era


evidente que el mecanismo redistribuidor tendía a agotarse: Ya en 1969 la
proporción de la población económicamente activa ocupada en la
informalidad rondaba 50% (48.3%). Si bien durante el periodo 1969-1979
dicha tasa disminuyó hasta 31.75% en 1979, de la mano del creciente
endeudamiento e ingresos petroleros derivados del boom de precios del
petróleo de los 70, desde 1980 ha aumentado consistentemente, hasta
superar, en 1998, la proporción de la población económicamente activa
que labora en el sector formal.

ESTRUCTURA DEL MERCADO LABORAL (1969-2002)

22
Fuente: Alayon y Daza (2003)

La informalidad ha continuado en ascenso desde entonces, conforme se ha


acentuado el desempleo. Las cifras son verdaderamente preocupantes.
Según cifras del Acuerdo Social (UCAB, 2004), anualmente 400.000
venezolanos ingresan al mercado de trabajo, pero este produce apenas una
ínfima cantidad de empleos disponibles. Entre 1991 y 2001 la fuerza de
trabajo se incrementó en 4 millones de personas, pero en el mismo periodo
apenas el número de empleos creados en el sector formal de la economía
fuera de apenas 450.000. Por eso, no sorprende que en 2003, más del 53%
de la fuerza de trabajo (5.250.000 venezolanos, según el INE) no tuvieran
otra opción que la informalidad.

CRECIMIENTO DEL SECTOR INFORMAL DE LA ECONOMIA EN


VENEZUELA

23
Fuente: CENDES (2004)

Queda claro que aun en los momentos de bonanza económica, la estructura


perversa del mercado de trabajo se ha mantenido como mecanismo
potencial reproductor de pobreza. Venezuela requiere cambios dirigidos a
propiciar un nuevo modelo de desarrollo basado en reglas de juego
diferente, orientado a la descentralización económica y política de la
sociedad. Pero más aun, avanzar hacia un modelo económico que superase
el mecanismo redistribuidor y subsidiario, para potenciar la iniciativa
individual, la agregación de valor y la generación de contraprestaciones
como fundamento del sistema económico.

• El Fracaso de la Inversión Pública como motor de la Economía.

De hecho, la respuesta de los sucesivos gobiernos a este problema ha sido


inefectiva, pues no ha reconocido las profundas causas institucionales que
la originan. Para evitar el incremento del desempleo, el gobierno ha
insistido en promover enormes planes de inversión pública, inspirados en
políticas keynesianas, que se han convertido en un verdadero desagüe del
ahorro social.

Los hechos muestran que, contrariamente a la previsión keynesiana de los


artífices de la política económica del gobierno (y de muchos en la
oposición), el crecimiento del gasto público no ha significado un
crecimiento significativo del producto. El gasto público hoy día triplica el
realizado en el primer trimestre de 2002. El gasto fiscal se encuentra hoy
en 32% del PIB, comparado a 20% en los 80, y 16% a comienzos de los 70.
Lo más preocupante no es siquiera su nivel, ya exagerado, sino la velocidad
con la cual ha crecido en este último año (27% en relación con 2003 y 89%
en relación con 2002).

El incremento del gasto público ha sido posible gracias a que la industria


petrolera, ha proporcionado una asombrosa cantidad de recursos, los
cuales, en los primeros veinte años de nacionalización (1976- 1996) se han
estimado entre US$ 240 y 250 mil millones, es decir, 12 veces el plan
Marshall con el cual se reconstruyó a Europa después de la segunda guerra
mundial.

Así, financiado por la renta petrolera que ha manejado a su antojo, el


Estado comenzó a crecer en forma vertiginosa y desordenada y a
intervenir en todos los aspectos de la vida económica y social del país, al
punto que un grupo de investigadores determinó que para 1982 el sector
público venezolano era responsable del 43% del PIB, 32% del total de
empleos, 50% de la inversión bruta interna y 20% del consumo nacional y,
por supuesto, 60% de los ingresos fiscales a su disposición no provenían del
sector privado.

24
Aunado a ello, y confiado siempre en los crecientes precios del petróleo, los
cuales experimentaron una formidable alza entre 1978 y 1981, cuando
casi llega a los US$ 40 por barril, el Estado aceleró la política de
contratación de deuda con la banca internacional, la cual creció de menos
de US$ 2 mil millones a más de US$ 10 mil millones entre 1975 y 1978, y
de allí siguió elevándose hasta sobrepasar los US$ 25 mil millones para
1983. Nuevamente, a partir de 2004 y en lo que va de 2005, el precio del
barril se ha incrementado hasta sobrepasar los US$ 60 (WTI), disparando
el precio promedio del barril venezolano mas de diez dólares por encima
del precio presupuestado para este año en la Ley de Presupuesto.

Sin embargo, sin dejar de aceptar que se han hecho importantes


incrementos al gasto social e inversiones en sectores industriales, la
inocultable realidad es que el Estado venezolano ha dilapidado una gran
parte de esa inmensa suma de dinero, la cual ha servido más para financiar
vicios, corruptelas y errores, que para convertir a Venezuela en un país
productivo, habitado por gente próspera que disfrute de servicios dignos.
Esto incluso lo reconocen hasta quienes defienden apasionadamente la
estatización y sus eventuales beneficios para la industria. Como lo
muestra el siguiente cuadro, Venezuela se encuentra entre los pocos países
dentro de la región que ha incrementado sus niveles de pobreza:

INDICADORES DE POBREZA EN AMERICA LATINA EN LA DECADA DE


LOS NOVENTA
PORCENTAJE DE LA POBLACIÓN

País 1990 1999


Brasil 48 38
Chile 39 20
Colombia 56 55
Costa Rica 26 20
Guatemala 63 60
México 48 47
Venezuela 40 49
América Latina 48 44

Fuente: Foxley (2003)

Ante su fracaso para propiciar empleos productivos, y como quiera que las
políticas de desinversion tienden a sacar del mercado factores de
producción, entonces insiste en aplicar un régimen de “inamovilidad
laboral”, el cual “congela” las relaciones laborales vigentes y prorroga la
posibilidad de despidos de trabajadores en nómina. La primera vez que el

25
actual gobierno decretó la inamovilidad fue en mayo del 2001; a partir de
entonces se ha ido renovando la medida gubernamental.

Desde la vigencia de la inamovilidad han sido despedidas cerca de medio


millón de personas debido a la quiebra de miles de empresas que no han
podido enfrentar sus costos de operación. Paradójicamente, la medida
gubernamental ha sido particularmente dañina en las industrias trabajo-
intensivas (la mayoría en Venezuela), donde el costo laboral es elevado
debido a la poca flexibilidad en la contratación de mano de obra, y la
pesada carga de pasivos laborales que deben soportar las empresas.

La ideología, antes que el sentido práctico, nutre la política laboral


venezolana. Bajo estos preconceptos, existe una supuesta oposición entre
el capital y el trabajo, entre el patrón y el obrero, que debe ser resuelta por
la intervención del Estado, presumiblemente a favor del “débil” de la
relación, esto es, el factor trabajo. Esto se ha convertido en una fina ironía,
pues el trabajador despedido se ha convertido en su propio patrón, claro
está, en la economía informal (vendedores ambulantes, empleados
domésticos).

El sector informal de la economía venezolana abarca 53% de la masa


laboral, unas 6 millones de personas, y genera 15% del PIB. Para tener una
idea de la magnitud, el sector petrolero contribuye en 18% al PIB. Mientras
que en países desarrollados la economía informal no excede del 25% de la
fuerza laboral, en Venezuela ha mantenido niveles históricos superiores al
30%, con tendencia al alza. Hoy día supera el 50%. Hay más personas
trabajando en el sector informal de la economía que en sector formal.

VI. Dos condiciones para el cambio institucional hacia una economía


abierta y moderna en Venezuela.

El empobrecimiento es una enfermedad de nuestra economía atribuible a


un modelo de políticas públicas que comenzó mucho antes de 1999. En
realidad, si algún pecado es posible atribuir al gobierno actual es haber
carecido de la imaginación necesaria para instrumentar políticas distintas
a las ya practicadas, cuyos efectos son de todos conocidos.

En su estudio sobre la fragmentación del mercado de trabajo, causante de


la continua tendencia al empobrecimiento de la sociedad, Pereira y Zanoni
(2004) asoman una hipótesis sugerente: El empobrecimiento tiene su
origen en la apropiación que el Estado venezolano ha hecho de las ventajas
competitivas de la Nación, esto es, las áreas de alta rentabilidad de la
economía, en el intento por materializar la consigna de “Sembrar el
Petróleo”, que ha dominado las políticas públicas venezolanas desde 1936.
Tal apropiación, con fines colectivos (reasignar la renta de acuerdo con
criterios de Justicia Social) ha forzado a la mayoría de los venezolanos a

26
operar en sectores de baja rentabilidad, donde su capacidad de agregar
valor es muy poca. Esta inequidad fundacional de nuestra sociedad es la
que define una desigual oportunidad de inversión rentable en Venezuela, lo
que causa una fragmentación del mercado de trabajo, limitando la
potencialidad social y las ventajas competitivas del país.

Esta hipótesis explica por qué la racionalidad política domina la esfera de


las relaciones económicas: el Estado, al apropiarse de las oportunidades de
inversión potencialmente rentables, al convertirse en el instrumentos de
presiones políticas dirigidas a obtener una cuota de la riqueza a ser
administrada por ella, a través de privilegios, subsidios, ventajas,
monopolios y otras formas económicas de exclusión. Desde luego, esta
estructura institucional ha propiciado que buena parte del sector
empresarial sea acomodado, incapaz de competir, sea renuente a enfrentar
la globalización, y dedique su actividad a pensar la manera de lograr
acercamientos políticos al Poder, pues sabe y conoce que ahí se encuentra
la fuente de la riqueza económica. Todo ello conduce a una sociedad
dedicada a la “búsqueda” en vez de la “producción” de rentas.

Por lo expresado, para superar la pobreza y reorientar Venezuela hacia la


prosperidad económica se requiere cambiar su diseño institucional en una
doble dirección. Primero, las políticas públicas deben orientarse a hacer
extensiva la propiedad privada a todos los venezolanos, sin distingo,
incluyendo la formación de capital humano (que es otra forma de
propiedad privada) y por otro lado, las empresas deben asumir una actitud
intransigente de responsabilidad corporativa y ética en el manejo de sus
negocios.

• Democratizar la propiedad y las oportunidades para producir el


Cambio Institucional

Para vencer a la pobreza se precisa construir un cambio institucional que


modifique el sistema de reglas formales y fundamenten un sistema de
prestaciones y contraprestaciones equitativo para los venezolanos: una
sociedad de riesgos compartidos. Para ello, se debe fortalecer la idea de
generar competitividad en todos los sectores donde la sociedad venezolana
posea ventajas competitivas, y hacer la propiedad privada efectivamente
accesible a todos los venezolanos.

Se requiere entonces una reforma dirigida a democratizar la propiedad


privada, extendiéndola efectivamente a todos los venezolanos, así como
multiplicar las oportunidades para participar en la economía, a través de la
protección de la libertad económica en el mercado. Lo primero exige la
devolución de los sectores expropiados a la sociedad, a través de formas de
capitalización de activos públicos que permitan un acceso efectivo de la
sociedad al control de dichos recursos públicos. Posiblemente esto

27
facilitaría un mejor gobierno corporativo en empresas públicas,
actualmente cuestionadas, como PDVSA. Los mecanismos de capitalización
pueden variar, pero lo deseable es que la riqueza producida por las
empresas públicas pasen al dominio de la sociedad, para su efectivo
disfrute, popularizando la propiedad a la mayoría de los venezolanos.

Lo segundo requiere reorientar hacia la economía formal los enormes


recursos materiales y activos, actualmente en la economía informal. Esto
exige la titularización de los activos fijos (ej. La tierra que actualmente
ocupan a titulo precario), a través de la dotación efectiva de derechos de
propiedad, como la organización de la actividad económica de los
informales a través de formas corporativas que permitan agilizar el
comercio (ej. Sociedades mercantiles), y la eliminación de la permisologia
inútil para operar en el comercio, la cual actualmente impide y encarece el
ejercicio de la libertad económica.

Debe emprenderse con urgencia un conjunto de medidas económicas


orientadas a propiciar un cambio de dirección en la orientación de las
políticas públicas, y en concreto, lo siguiente:

• Diseñar y ejecutar un programa de titulación de activos públicos que


difunda la propiedad privada a todos los venezolanos, haciendo
efectiva la democratización del capital social;
• Incorporar la fuerza creadora del sector privado para consolidar una
educación orientada a la excelencia académica y a la creación de una
ética de mercado.
• Garantizar la salud, estableciendo mecanismos de incentivo que
propicien la competencia y la agregación de valor en este servicio
público, así como la seguridad de bienes y personas;
• Estimular una reforma tributaria integral dirigida a simplificar los
procedimientos y facilitar la recaudación.
• Motivar el ahorro y la inversión a través de políticas
macroeconómicas dirigidas a proteger el valor del bolívar y el
control de la inflación.
• Orientar el gasto público hacia la inversión de obras de
infraestructura que favorezcan la competitividad.
• Dotar de estabilidad a jueces, y asegurar el acceso a la justicia a
todos los venezolanos mediante el fortalecimiento de mecanismos de
justicia de paz, y de arbitraje.
• Restituir en toda su plenitud la libertad económica, actualmente
interferida o limitada por privilegios, monopolios y otros
mecanismos de discriminación legal. Para ello se requiere una
política de Estado dirigida a destrabar y desburocratizar la
administración pública a fin de combatir la corrupción y lograr
procesos más expeditos.

28
• Diseñar mecanismos de supervisión bancaria eficiente, y de políticas
económicas que permitan hacer fluir el crédito hacia actividades
creadoras de valor agregado en la economía;
• Desarrollo de políticas dirigidas a incrementar el rol de las regiones
en el proceso de creación de riqueza;
• Fortalecimiento de la capacidad empresarial para generar sinergias
productivas entre ellas, y con el sector académico, para favorecer el
desarrollo de los conglomerados de empresas, especialmente en las
actividades donde tenemos mayores ventajas comparativas para así
construir las ventajas competitivas.
• Diseño de espacios y proyectos que permitan formalizar e insertar
en las cadenas productivas a quienes hoy estén en la informalidad.

Esta breve lista es apenas indicativa de la enorme tarea que el gobierno


tiene por delante para construir una red de empresas capaces de competir
internacionalmente. Pero de todas ellas, la democratización del capital
social, en este momento seriamente intervenido y expropiado por el
Estado, debe ser la regla de oro para guiar los esfuerzos de política pública
por los próximos decenios. Este es un imperativo moral basado en la
necesidad de hacer no solo más eficiente sino también más humano
nuestro sistema económico.

• Responsabilidad Corporativa y ética social empresarial.

El rol de los empresarios en una economía abierta moderna y participativa


exige una elevada cuota de responsabilidad social, sin la cual es impensable
el ejercicio universal de la libertad económica. La muestra más visible de
las consecuencias nefastas que para la estabilidad del sistema tiene la falta
de responsabilidad corporativa de las empresas se puede apreciar en
escándalos financieros recientes como los de las empresas Enron y
Worldcom, que sacudió hasta los cimientos el capitalismo “anglosajón”;
pero no ha sido el único. Al otro lado del Atlántico, la empresa Parmalat fue
objeto de desfalco cuando sus directores se dedicaron a la tarea de levantar
todo un tinglado de empresas fantasmas para “distraer” 10.000 millones
de Euros de las cuentas corporativas de la empresa holding, poniendo a
riesgo 30.000 empleados directos en 35 países, y centenares de miles de
empleados indirectos. Finalmente, ¿Qué decir de la astronómica cifra de
100 trillones de prestamos a fondo perdido acumulados por la banca
nipona, responsable de la recesion sufrida por Japón durante toda la
década de los noventa y parte de la actual?

La experiencia muestra que no hay sistema perfecto, y que buena parte


(quizás la mayor parte) del sostén de una economía abierta depende de los

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valores éticos y principios de responsabilidad social de los empresarios, en
el manejo de sus negocios.

Ha quedado claro que los estándares y disciplinas de comportamiento


empresarial, eso que podría llamarse “la moral corporativa”, se han
relajado en la medida que los mecanismos de fraude se han vuelto más
sofisticados, los controles nacionales se hacen insuficientes para responder
a las exigencias de una economía mundial globalizada, las empresas se han
vuelto más impersonales, y sus directivas, lejos de respetar sus
accionistas, se sienten inmunes y todopoderosos.

Los problemas de gobierno corporativo surgen por fallas en las auditorias


de las empresas: Los estándares de auditoria son obsoletos, o no se adaptan
bien a las exigencias impuestas por el ritmo de la Globalización, donde
controlar las transacciones es casi imposible. No obstante, hay un factor
ético fundamental: la evidente coincidencia de intereses entre las
empresas auditoras y sus clientes. Los auditores tienen la natural
tentación de hacerse la vista gorda con sus clientes corporativos; después
de todo, son éstos quienes les pagan por auditarlos. En teoría, el mercado
debería castigar el fraude creando una reputación negativa sobre los
infractores, pero lamentablemente, al producirse el escándalo, ya es muy
tarde para recoger los vidrios rotos. Miles de accionistas vieron
desaparecer sus ahorros de toda una vida ante el escándalo de Enron; de
poco consuelo sirvió la desaparición de la gigante –y fraudulenta- auditora
Arthur Andersen.

Está claro entonces que un sistema abierto a la globalización sólo puede


sobrevivir en un ambiente ético, de reglas que disciplinen el
comportamiento de los ejecutivos y directores, que los haga efectivamente
responsables ante sus accionistas. El sistema de mercado moderno que
debe construirse en Venezuela, se debe erigir sobre un escenario donde el
gobierno corporativo estimule la responsabilidad de las empresas. Como ya
se ha indicado anteriormente, la libertad requiere como condición para su
existencia, ser ejercida responsablemente; los individuos solo son
genuinamente libres si se comportan de modo responsable.

Un ejemplo de lo debilitado que está el sentido de responsabilidad social


entre nuestros empresarios se encuentra en el comportamiento de sectores
que han sido favorecidos ampliamente por las políticas expansivas
recientes del gobierno, en detrimento de los intereses de la sociedad.

El caso del sector financiero venezolano ilustra la manera como las


ligerezas de algunos empresarios terminan por comprometer la estabilidad
de todo un sector. Algunos bancos se han dedicado a financiar las dudosas
emisiones de deuda pública del gobierno central y descentralizado, sin
observar los principios mínimos de prudencia que exige la administración

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del riesgo del negocio bancario: La diversificación. Para fines de 2004, el
52% del activo total ampliado de los bancos estaba representado por
inversiones en compra de títulos, mientras que su función natural de
intermediación crediticia no llegaba al 20% del balance. Gracias a la
compra y colocación de bonos del Estado, las ganancias netas de la banca
durante 2003 y 2004 alcanzaron los $1.160 millones y $1.386 millones,
respectivamente, batiendo record en Latinoamérica. Ningún otro negocio
en Venezuela ha producido un crecimiento en dólares del 19.48% durante
el periodo evaluado.

Desafortunadamente, “no hay almuerzos gratis”. A medida que se ha


incrementado la exposición ante un solo deudor –estatal- se ha puesto en
evidencia la subordinación de facto de la banca venezolana frente al
Estado. A mediados de 2004, el equivalente al 61% del activo total
ampliado del sistema financiero estaba constituido por saldos deudores y
acreedores con entes públicos, incluido el Banco Central. De esta manera,
el Estado se ha convertido en el principal acreedor y deudor de la banca.
Para mediados de 2004, los seis bancos privados más grandes, que
controlan el 64% del mercado, reportaron para esa fecha una proporción
de dependencia estatal del 63%.

Esta dependencia de facto, poco a poco ha derivado en dependencia de iure.


Siendo el cliente dorado no sorprende que ahora el gobierno se sienta con
derecho a disponer de la independencia del sector bancario. Poco a poco se
ha ido ampliando el espectro de carteras obligatorias por orden
gubernamental. Ahora los bancos deben dedicar 29% de su cartera créditos
bruta a financiar negocios de poca rentabilidad en los sectores agrícola
(16%), micro créditos (3% con serias posibilidades de extenderse a 10%) e
hipotecarios (10%).

La responsabilidad empresarial, por tanto, debe ser vista no solo como un


imperativo moral, sino como una actitud frente a los negocios cuya
inobservancia puede generar efectos lamentables, invitando a los enemigos
del mercado y del empresariado a justificar su intromisión en la órbita
económica de los individuos.

VIII. Reflexión final sobre el rol del Empresario.

El transito hacia la Modernidad no ha sido fácil entre nosotros. Desde


siempre hemos resistido los cambios, que hemos percibido como
amenazantes a nuestra estabilidad y paz social. Nuestra cultura ha sido
tradicionalmente adversa a las innovaciones empresariales, el
pensamiento creador, la búsqueda de ganancia empresarial y la conquista
de nuevos mercados. Desde la constitución institucional de nuestra
sociedad prevaleció el criterio de mantener privilegios administrados por

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el Poder Central, buscar mutuos beneficios en la relación personal, donde el
know who ha tenido prioridad sobre el know how.

En una sociedad moderna, el empresario es el eje motor de la economía.


Atrás están los tiempos donde se daba por sentado el rol subsidiario de la
inversión privada en el desarrollo de las naciones. Hoy día se sabe que sin
el aporte productivo de la sociedad entera, las naciones se empobrecen.
Cualquier ideología que se niegue a entender este asunto de puro sentido
común, conspira contra la estabilidad y el bienestar social.

Pero la legitimidad empresarial ante la sociedad no se gana con la


consecución de favores inmerecidos, producto de la amistad con los
poderosos, o de la cercanía al Poder. El respeto social por la condición
empresarial se consigue aportando beneficios a la sociedad, a través de la
agregación de valor al producto, mostrando que la empresarialidad es algo
más que un titulo; es una condición innovadora, moderna y volcada hacia
la creación de Bienestar Social, producto del esfuerzo creador, del ahorro
medido, de la perseverancia y experimentación, del tesón. El empresario es
quien primero ha de dar el ejemplo, para poder reclamar su derecho a
contar con un ambiente libre e interferido.

Venezuela es un gran país, que cuenta con un enorme potencial de


desarrollo. Sobre todo, es un país que cuenta con una población
decididamente emprendedora y ávida de oportunidades de crecimiento
empresarial. Lamentablemente, estas oportunidades no han cristalizado
pues el propio entramado institucional, concebido en las ideas que inspiran
y orientan nuestras políticas publicas de un lado, y nuestra actitud como
empresarios hacia la creación de riqueza, de otro lado, permanentemente
conspiran contra el desarrollo de un genuino sentido empresarial.

Pero como bien lo demuestra el rotundo éxito de Infosys, con el cual se


inicia este informe, la condición empresarial no es privativa de ciertos
climas, ni está en los genes, sino en la propia naturaleza que caracteriza al
hombre, como sujeto que aspira siempre a lograr un mejor futuro. La
moraleja es que es posible romper el círculo vicioso de empobrecimiento,
para lo cual no hay más que comenzar a ser creativos y desprejuiciados en
la construcción institucional de una sociedad productiva y equitativa.
Parece quizás sencillo, pero justamente ahí es donde comienzan todas las
dificultades. En todo caso, el identificarlas ya constituye un primer paso en
la dirección correcta.

El cambio puede ser traumático, pero el empresariado es quien puede dar


el ejemplo del rumbo a seguir, y es a ellos a quienes principalmente
corresponde a nosotros tomar la iniciativa. Después de todo, ellos son los
primeros beneficiarios de un régimen de mercado que les abre un mundo
de oportunidades para construir nuevos mundos de prosperidad y justicia.

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