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Estos asesinatos, sin embargo, y a pesar del revuelo, no son una novedad ni en la
región ni en otras zonas rurales del país. Ni siquiera el origen del agresor —el
paramilitarismo asociado al narcotráfico— es nuevo. Muy ilustrativo –y a la vez
insólito y repudiable— de la realidad que se vive hoy en Córdoba resultó la
primera reacción de la autoridad legal en la región, que catalogó el asesinato
como una equivocación de sus perpetradores. Como si la disputa por el control
ilegal del territorio fuera lo natural, como si los colombianos debiésemos aceptar
que existen zonas vedadas del país en donde rige la ley del terror. Un terror que, a
pesar de las desmovilizaciones de mediados de 2006, permanece a través de la
reconfiguración de las bandas emergentes, como encarnación de la historia de
conflicto en el país.
Además de los nuevos grupos criminales y de su disputado control del negocio del
narcotráfico, la Fiscalía General acaba de hacer público lo que significó también el
paso de las desmovilizadas Auc. Desde 2005, el ente acusador ha documentado
173.183 casos de homicidio y 34.467 de desaparición forzada. Se reportan 1.597
matanzas así como el desplazamiento forzado masivo de 74.990 comunidades y
el reclutamiento de 3.557 menores de edad por obra de los mismos actores. Esto,
además de los 3.532 casos de extorsión, 3.527 de secuestro, 677 de violencia de
género y 68 de narcotráfico, además de 28.167 de “otras conductas” que no
precisa. Las confesiones de los ex paramilitares han permitido hallar 3.037 fosas
comunes, en las que fueron encontrados 3.678 cadáveres, de los cuales 1.323
han sido identificados de manera plena. Las familias han recibido ya los restos de
1.207 de ellos.