Está en la página 1de 6

Hugo Perez Navarro

¿Y por qué no
plantearse no leer
en vez de leer?

1
Hugo Perez Navarro

¿Y por qué no plantearse no leer en vez de leer?


A la Cintia, cuyo abuelo,
igual que el mío,
se educó solo, leyendo.

Aun cuando la crisis de la lectura –del acto de leer, del consumo de libros, del libro como
objeto dotado de un valor excelso, de la consideración de la lectura como mecanismo
fundamental de cultura, difusión de ideas, enseñanza-aprendizaje, fuente de placer, etc.-
no es exclusiva de nuestro país, se observa que es justamente en los ámbitos educativos
donde sus manifestaciones exhiben rasgos más acusados.

Al repasar lo dicho puede observarse el empleo de expresiones como crisis


de la lectura o el problema reviste en la Argentina características especiales.
Lo primero que llama la atención en estas y otras ideas muy afines es que su
validez y aceptación universal se dan por sentadas, eximiéndoselas de
cualquier discusión. Y que, justamente estas ideas constituyen para las
autoridades educativas nacionales y provinciales el fundamento de
campañas destinadas a que la gente lea más, tal vez que lea mejor o acaso
simplemente que lea. Y en el marco de tales actividades el ministro de
educación de la Nación -guiado por su director de marketing- sale a
recorrer las playas del veraneo y los estadios de fútbol repartiendo folletos,
hiperbólicamente llamados libros-, para felicidad de los muchachos de las
tribunas, quienes reciben con gusto insumos ilustres para tirar papelitos.
Lo cierto es que la cuestión de la lectura –o de su supuesta escasez como
práctica socialmente generalizada- reviste en la Argentina características
especiales que plantean la necesidad de enfoques especiales para abordar su
análisis.
Tal vez lo más destacado sea el referido criterio de aceptación y
universalidad a priori de una valoración positiva de la lectura como práctica -
necesaria, útil, recomendable- sin considerar si tales premisas son válidas en
los contextos sobre los que se desea trabajar y sin que se señale
explícitamente el sentido y finalidad de la intención de hacer que la
sociedad argentina se trasforme toda en una sala de lectura.
De ahí la propuesta de formular un planteo de hipótesis negativa, con la
finalidad de colocarse lo más dentro o al menos lo más cerca posible de la
cuestión que si se lo considera desde los supuestos niveles de “normalidad”.

2
Surge entonces la pregunta de inspiración heideggeriana del tipo “¿por qué
más bien no plantearse no leer en vez de leer?”
La primera inspección suscitada por semejante pregunta se orienta al
contexto sobre el que se pretende trabajar. Como las premisas que
describen como crítica a la situación de la lectura se refieren a la sociedad
argentina en su conjunto, conviene avanzar sobre ese campo.
Al abrir los ojos sobre el contexto se observan dos niveles de análisis: uno
al que puede llamarse histórico y otro, claramente social.
El primero muestra una modificación radical en los valores de referencia
que giran en torno a la lectura.
Es sabido que la lectura como práctica deriva inicialmente de la posibilidad
de multiplicar uno de los elementos que constituyen: el material impreso -
con el libro como objeto paradigmático- y la alfabetización como
posibilitadota del acto de leer.
Es sabido también que después de la explosión de la imprenta, apoyándose
en nociones fuertemente instaladas por el humanismo y en el contexto del
gradual proceso de urbanización, industrialización y masificación, el libro se
integra gradualmente al consumo social, aunque menos como mercancía
que como objeto cuyo valor principal reside en las infinitas posibilidades
que ofrece a quienes se acercan a él. Este es el marco en el que prácticas
reiteradas –acaso exitosas, en cuanto a resultados- devienen en valores que
ratifican y afirman tales prácticas, casi como ideologías. Y esto es lo que
configura la situación de los campesinos y obreros que aprenden a leer por
las suyas o tras un fugaz paso por la escuela, persisten en la lectura y logran
ampliar sus posibilidades de inserción social con diversa fortuna.
Durante casi un siglo y medio esta situación –su práctica generalizada, los
valores que implicaba- resultó prácticamente paradigmática e
incuestionable convirtiendo al libro en objeto sacro y haciendo de los
términos letrado o leído sinónimos de educado o culto.
Hoy, la aceptación de ese esquema de valores en tanto práctica es un
santuario que se venera pero no se visita; algo que se está perdiendo,
jaqueado por elementos, situaciones y una dinámica socio-cultural que no
interesa considerar aquí.
En cuanto al contexto social, pueden considerarse tres campos de análisis
posibles: la sociedad en su conjunto, los niños y adolescentes -
especialmente los que están en el período de su formación dentro del
sistema-, y los que están fuera del sistema. Pero fuera, completamente
fuera: marginados, expulsados del círculo de la sociedad por su condición
de extrema pobreza y confinados a permanecer fuera de los límites por la
presión que el mismo sistema que los expulsó genera, tanto desde la

3
concentración económica, como de la ideología y aun desde las llamadas
políticas sociales.
Quienes están integrados y no leen han descubierto que pueden vivir sin
leer, que la lectura no es algo que necesiten para hacer sus vidas de todos
los días. Lo cual, en sí mismo, no es a priori ni bueno ni malo; no lo es
como suceder de todos los días.
Y en esto, quienes estando dentro de los marcos del renuncian a la lectura
se hermanan con quienes no acceden a ella por estar fuera del sistema.
Porque ni unos ni otros necesitan leer para vivir. Porque sus vidas
funcionan sin la lectura y porque la lectura no tiene nada para ofrecerles.

Si por un momento intentáramos buscar las causas del abandono de la


lectura en las inagotables –aunque circulares- propuestas de los medios de
comunicación, especialmente la TV, y de todas las opciones de las
telecomunicaciones, encontraríamos afirmaciones de un cinismo singular,
tales como “en realidad, considerando la existencia de los “mensajitos” de
celulares, los mails, el chateo, la navegación y búsqueda de material en
internet, ahora los chicos leen más”. O, más genéricamente, la conclusión
podría ser “ahora se lee más”. Y hay quienes lo afirman.
Esto nos lleva a preguntarnos por la lectura, por el acto de leer, puesto que
también aquí hay un modelo mental, una idea a priori no definida de lo que
ese verbo significa en este marco.
Solemos tener una actitud intelectual ante los hechos y las cosas que nos
lleva a tomar a los hechos y las cosas como simples objetos, asignándoles
funciones y colocándolos aquí o allá en el entendimiento de que funcionan
de tal o cual manera. Y en todo caso, podemos llegar a pensar cómo
funcionan pero no siempre qué es cada cosa o cada hecho. Por eso, la
propuesta es reflexionar acerca de qué es la lectura, o más bien acerca de lo
que deriva del hecho de leer, según qué se lea y sobre todo cómo se lo lea.
Por otro lado, la lectura no puede estar desligada de las condiciones en las
que tiene lugar, porque son esas condiciones las que le dan existencia y
sentido. Y un hecho, la promoción de un hecho o una práctica carente de
sentido convertirían a esta campaña a favor de la lectura en una vigorosa
necedad.
¿Qué es la lectura? Un acto en el que invariablemente se conjugan lo
individual y lo social, mediante el reconocimiento por parte de quien lee de
un conjunto de signos registrados en algún tipo de soporte.
De los signos posibles nos interesan aquellos que registran palabras
mediante un código afín al que se llama escritura.

4
Se lee lo escrito. Lo escrito por alguien que dice algo en lo que escribe.
Porque el que escribe habla por otros medios.
Se dirá que quien habla se comunica. Se dirá que la imagen también
comunica. Es cierto.
Pero el que habla se vale de la palabra y la palabra algo más que un medio
de comunicación, algo más que un recurso expresivo.
Porque la palabra, el habla, sostiene la posibilidad de pensar. La palabra
hace posible el pensamiento. Porque si bien hay instancias de pensamiento
pre-verbales, éstas no se sostienen, no adquieren entidad como pensar hasta
que se montan sobre las palabras.
La palabra el la cabalgadura del pensar, no sólo porque lo transmite, lo
transporta, sino porque lo forma y lo sostiene. Un pensamiento sin palabras
es un jinete sin cabalgadura y un jinete sin cabalgadura, por definición, no
es.
Tenemos entonces en la palabra, que ahora vemos como palabra escrita,
como palabra leída, al pensamiento vivo, en situación de circular y de
encarnarse en hechos que hacen la vida.
Tenemos entonces a la lectura como escenario del pensamiento, como
escenario de posibilidad de circulación y expansión del pensamiento.
Dice José Pablo Feinmann que Descartes le cortó el cuello a Luis XVI.
¿Cómo? Escribió. Alguien-muchos álguienes- leyó -leyeron-. ¿Qué cosa
leyeron? La obra de Descartes, las ideas de Descartes, en las que se
impulsaba a la razón, a la que Kant emparentaría en forma indisoluble con
la libertad; todo ello devino en algún momento en doctrina política, luego
en acción política y como la realeza se opone a la Razón y a la Libertad el
rey pierde la real cabeza.
Y las ideas que circulan en los libros, promueven otras ideas que llevan a la
acción.
¿Para qué sirve leer entonces?
Primero, no es necesario que sirva para nada. Basta con que tenga un
sentido.
¿Y cuál es, entonces, el sentido de la lectura?
Hay uno fundamental: conserva, difunde, expande y multiplica la palabra.
Y la palabra es el núcleo constitutivo de lo humano, puesto que la palabra,
como lenguaje, es la posibilidad que tiene el hombre de encontrarse en los
otros. La palabra –el lenguaje- socializa, humaniza la realidad y así
humaniza doblemente al hombre.

5
A partir de ahí, de la palabra, de la constitución del pensar, de la circulación
de las ideas, del reconocimiento de los iguales, se constituye la posibilidad
de mirar al mundo con nuevos ojos.
¿Y eso para qué sirve?
En una realidad violentamente inclinada al dominio de la imagen como
forma de comunicación y a la emoción como canal de contacto con uno
mismo y con los otros, están estallando cada vez más las posibilidades del
diálogo.
La emoción es parte insustituible de lo humano. Pero cuando se la coloca
en lugar de la razón, se mueren las posibilidades del diálogo. Porque los
juicios fundados en las emociones no tienen límite ni sentido. La
subjetividad de las emociones cercenan la posibilidad de un nosotros que
no integra a quienes están fuera del marco de mis emociones.
Estos hechos suelen pasarnos inadvertidos puesto que circulan en todos los
medios masivos, en forma de verdades absolutas.
Frente a ellas sólo queda la posibilidad de la palabra, portadora, cabalgadura
del pensamiento crítico. Y es el pensamiento crítico, orientado a la
construcción de una sociedad con lugar para todos, lo que nos habrá de
permitir la subsistencia y la proyección hacia esa sociedad, cuyo carácter
utópico reside sólo en la inacción derivada de la falta de crítica.
¿Por qué no plantearse no leer en vez de leer? Porque hay que hablar,
porque tenemos que pensar. Porque aunque no hay más Luis XVI, nada
impide que tengamos alguna sospecha al respecto. Habría que pensarlo.

También podría gustarte