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Nona Fernández
Nona Fernández
Ignacio Álvarez
Universidad Alberto Hurtado
En 1997 Rodrigo Cánovas propuso una figura rotunda para comprender la narrativa
chilena de la década de los noventa. “¿Quién nos habla en la nueva novela chilena?”,
sujeto se hubiera vaciado de contenido para exhibir una carencia primigenia, activada por
un acontecimiento histórico, el de 1973” (Cánovas 39).2 La metáfora –que no era del todo
una metáfora, como se verá luego– logró describir acertadamente una serie de rasgos
bastante heterogéneos de las novelas escritas en esos diez primeros años de la posdictadura.
Un huérfano es en primer lugar un niño, un niño que ha sido abandonado esencialmente por
el padre; su figuración invoca de modo oblicuo al “huacho” con que Sonia Montecino ha
propia historia (de allí el vacío que lo rodea), lo que refiere también de manera indirecta a
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Ponencia leída en las Jornadas: En el país de nunca jamás. Narrativas de infancia en el Cono Sur.
Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Estética. Santiago, 2 y 3 de octubre de 2013.
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En general el libro de Cánovas fue muy bien recibido. Es el punto de partida para revisiones recientes como
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En general el libro de Cánovas fue muy bien recibido. Es el punto de partida para revisiones recientes como
la de Mario Lillo, quien estudia en particular las novelas de la dictadura (ver especialmente 27-45). Rubí
Carreño, por su parte, actualiza la orfandad de la década del dos mil por medio de tres subjetividades centrales
para el dos mil: la del joven que, inmerso en los medios masivos, articula una memoria sobre el pasado
autoritario, la del artista que resiste o bien es seducido por las reglas del mercado, y la del trabajador cuya
capacidad de acción política moderna se desvanece pero que, paradójicamente, encuentra formas globalizadas
de oponerse a la globalización (Carreño 15; 41-2, 64; 71). Cabe consignar que Ricardo Cuadros muestra su
desacuerdo con la metáfora del huérfano (la considera propia de la novela moderna en general) y con la
filiación que el libro de Cánovas intenta con las generaciones definidas por Cedomil Goic y caracterizadas por
José Promis.
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Ver especialmente Montecino 59-60.
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publicadas especialmente durante los últimos diez o doce años, creo que la figuración del
niño huérfano ha estado sufriendo una inflexión. Quisiera proponer para las narraciones del
presente una especie de retorno de los padres, y al decir padres me refiero en particular al
los padres, parecen decirnos algunas narraciones recientes, y su vuelta significa intervenir
en las tres dimensiones mencionadas más arriba: frente al determinismo identitario del
“huacho”, unos hijos que buscan afiliarse a la tradición patriarcal; frente al ignorancia o al
olvido del hecho traumático, una autoridad histórica que ordena e impone; frente a los
pretendo describir un tropo absoluto sino una corriente particular que forma parte de un
flujo mayor en el que, por cierto, hay otras posturas y otras preocupaciones.
de Francisco Mouat, que cuenta justamente cómo es que un padre antes perdido es
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Para Jameson la “ruptura de la cadena significante” se expresa en los textos literarios posmodernos como
pastiche, historicismo sin historia, emocionalidad superficial y esa suerte de impotencia perceptiva y
representacional que es lo sublime tecnológico (48).
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una especie de teoría sobre ser padre e hijo.5 Pienso también en Música marciana (2008),
de Álvaro Bisama, novela serial en donde un padre famoso, del cual es imposible escapar,
reúne las quince historias de sus quince hijos, todos definidos a su manera por él, figura
solar. En Synco (2008), de Jorge Baradit, la trama ucrónica tiene como premisa que
Zambra, elabora una formulación cultural de la paternidad; sea como ensoñación o intento
verdadero, durante toda la novela Fernando prueba a ser el padre de Daniela, la pequeña
hija de su pareja Verónica. En todas estas novelas los niños valoran y aprecian a sus padres,
Hay tres novelas en las que, me parece, esa dimensión adquiere cierta densidad y
coherencia particulares. Las escojo porque ilustran muy especialmente los tres dominios en
los que el huérfano de los noventa se sentía perdido: el nacional, el político y el histórico.
Para Lautaro, el hijo, tiempo y mundo están limpiamente partidos en dos. De un lado la
de saberse comprendido sin palabras. Del otro lado su padre Miguel, la ciudad de Santiago,
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Esta es la formulación: “Tú no lo escogiste a él, y en su caso también es difícil que él te haya escogido a ti,
específicamente a ti. Él, si fue consciente, imaginó una entidad virtual, un hijo, sin saber si sería hombre o
mujer, sin saber si sería sano o enfermo, sin saber si sería blanco, moreno, flaco, risueño, taciturno. Él tal vez
no imaginó nada, no pensó en ti jamás, y sólo empezaste a existir cuando te vio, y quizás nunca te vio, o
quizás después de verte nunca más se acordó de ti, o hizo las cosas de manera que creyeras que al menos para
él tú no existías” (El empampado 113-4).
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el piano como oficio y el riesgo fundamental de toda vida amorosa, ser rechazado. Allá
lejos está el pasado, los tiempos y las emociones de algo parecido a la vida intrauterina.
Aquí cerca hay algo que los lectores comenzamos a identificar con el presente y con una
vida más o menos adulta. Lautaro, en efecto, muestra claros síntomas de su rechazo al
presente, a la vida adulta, al amor: vive dominado por obsesivas “cláusulas mentales” y no
logra concretar una relación sexual satisfactoria con su pareja. A medida que avanzamos en
el relato un fenómeno curioso y un dato relevante se nos hacen cada vez más presentes. El
Lautaro y nos identificamos con sus limitaciones, a medida que avanza la novela nos vamos
distanciando de él, vamos –junto al propio texto, que es el que nos empuja a ello–
asumiendo la perspectiva del padre, pensando que Lautaro debe crecer, que sus
indecisiones y las limitaciones que su conducta impone a los demás se deben a su fijación
infantil en el pasado. Dicho de otro modo, entramos con el gozoso silencio del hijo y
salimos llevándonos algo así como el sentido de realidad y de historia que puede codificar
el padre. Lautaro no logra entrar en ese sistema simbólico, claro, y por eso la novela
termina diciendo que “Tiene recuerdos de algo, no sabe bien de qué” (260). Esa mención a
polaridad infantil que instituyó la dictadura, de buenos y malos, hay que abrirse un camino
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El quiebre se dramatiza en un lugar intermedio entre Calbuco y Santiago, la ciudad de Temuco a la que
padre e hijo llegan mientras se trasladan. Allí, en una casa de pensión, Lautaro escucha por primera vez la voz
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giro inesperado del sistema de valores del texto, en Fuenzalida (2012), de Nona Fernández
apellido paterno sirve para titular la novela. Su narradora y protagonista, una mujer que se
un momento crítico, cuando la vida de su hijo pequeño corre peligro por una enfermedad. A
punta de sus deshilachados recuerdos infantiles logra esbozar un perfil de este Fuenzalida
suyo: artista marcial, hombre de muchas mujeres, misterioso padre que entra y sale de su
vida. Estamos, ciertamente, en los dominios del huacho, pero la novela rechaza esa pura
inscripción y busca al menos tres formas de afiliarse a la esquiva estirpe paterna. El primer
biografía paterna se llenan con un relato ficticio, el relato de un Fuenzalida que enfrenta
martirio de Sebastián Acevedo Becerra, ese padre de la patria que se quemó a lo bonzo en
fantasearlo, finalmente un fragmento del Fuenzalida real se hace presente. Es una carta,
escrita por un medio hermano desconocido para ella, en el que por fin hay un relato
verídico, el de los últimos días del padre. Hay, también, una foto de la narradora que el
viejo guardó durante toda su vida. Es la afirmación del vínculo, la rearticulación del lazo, el
afirmación del linaje patriarcal, pero no le basta con las puras armas de la ficción. En el
testimonio que ese padre por antonomasia rindió con su propia vida. En los
agradecimientos queda el registro teórico de esa negociación. Allí se lee que “un culebrón
al que propongo más abajo, por Valeria de los Ríos en un trabajo que leyó en mayo de este
año:7
Fueron los cuatro y Claudia y Jimena lo pasaron muy bien. Muchos años
más tarde Claudia supo que ese día había sido, para sus padres, un suplicio.
Que cada minuto habían pensado en lo absurdo que era ver el estadio lleno
Valeria subrayaba, según recuerdo, la doble inscripción del Estadio Nacional: el recuerdo
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El trabajo se llama “Infancia, política y visualidad en Alejandro Zambra y Pola Oloixarac”. Se trata de una
ponencia ofrecida en las Primeras Jornadas Internacionales “Literatura Comparada en las Américas:
Itinerarios, pertenencia y diálogos”. Santiago: Universidad Adolfo Ibáñez, 15-16 de mayo de 2013.
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vive a posteriori, cuando toma conciencia de la densidad que la imagen del Estadio tiene
para sus padres. Yo quisiera agregar solamente un dato: esta doble inscripción me parece
mediada por la autoridad. Los padres, diría yo, imponen su recuerdo por sobre el recuerdo
de los hijos, posan, por encima del héroe de la televisión, la memoria de las víctimas, y
ejercen en alguna medida la fuerza de su autoridad para escribir la historia que debe leerse
en ese espacio. Ejercer la autoridad no quiere decir, por cierto, el ejercicio del
¿Cuál es la primera conclusión que aparece a la luz de estas lecturas? Algo que yo
llamaría un impulso que busca reinstalar la línea patriarcal. Vuelven los padres, y con ellos
huérfano, ya no más flotar entre relatos sin anclaje. Ellos traerán, se nos promete, una
quisiera protegerse del olvido, pero también de los problemas que entraña la construcción
presente de la historia, y por eso recurriera a la autoridad de los mayores. Leído desde
suspicacia, es muestra de cierta renuencia a hacerse cargo de las tareas propias de la vida
adulta. Hijos agradecidos de la memoria de sus padres, estos textos pueden estra mostrando
al mismo tiempo la claudicación de un sector de nuestra narración ante el desafío de, una
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Sugiero distinguir entre esta memoria ordenada por los padres de la “posmemoria” que se describe en los
estudios sobre violencia política. Esta memoria es histórica y no solo referida a los hechos traumáticos, “A
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la línea patriarcal quizá no sea un intento de afiliación familiar, tal vez se trate de un
mecanismo muy básico mediante el cual estos hijos se defienden de la misma orfandad que
Rodrigo Cánovas describió años atrás y de la cual no logramos salir. Por otro lado, ¿de
dónde proviene la autoridad de los padres para ordenar el pasado? Conviene distinguir su
autoridad como víctimas, es decir, como testimoniantes, de la autoridad más formal que
que no estoy separan bien a los padres que fueron agredidos por la violencia política y los
organiza el relato. Es, me parece, un indicio de la importancia formal del espacio del padre.
Creo, finalmente, que esta necesidad de anclaje y raíz ha estado en la base de las
discusiones públicas del último septiembre, tan cruel y tan terrible. La incertidumbre del
huérfano, su no-poder-saber, es quizá una cosa del pasado. Ya no parece posible hablar sin
más de “las dos versiones de los hechos”; ese relativismo ha ido dando paso al
asentamiento doloroso pero constante de un solo relato histórico de nuestros últimos años.
Tal vez en estas últimas discusiones encontramos un correlato vivo para las operaciones
diferencia de la memoria que está conectada directamente al pasado, y que puede referirse a experiencias de
todo tipo, la posmemoria se ocupa solamente de hechos traumáticos cuya perdurabilidad emocional marca las
generaciones subsiguientes a los que experimentaron. En el caso de experiencias traumáticas, entonces, se usa
el término ‘memoria’ para referirse a la experiencia y la producción cultural de quienes fueron víctimas,
perpetradores o testigos de un hecho traumático, mientras que la posmemoria se enfoca en los registros
culturales producidos por quienes crecen a la sombra de estos recuerdos. Estos casos pueden referirse a
quienes son descendientes directos de víctimas, perpetradores o testigos o a quienes crecieron en una sociedad
atravesada por el trauma pero que no lo vivieron directamente” (Szurmuk 226).
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Bibliografía
Cuadros, Ricardo. “Crítica literaria y fin de siglo: (Rodrigo Cánovas, Novela Chilena,
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-
58111997001000013&lng=es&tlng=es. 10.4067/S0716-58111997001000013.
Carreño, Rubí. Memorias del nuevo siglo: jóvenes, trabajadores y artistas en la novela
Sudamericana, 2001.
Mora, 2009.