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Cuento

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Carol tenía que escribir un cuento de

Navidad, pero no tenía ganas. Sus padres

habían perdido el trabajo y apenas tenían

dinero, se había peleado con su

hermano, la televisión y los periódicos

estaban llenos de guerras y malas

noticias… Ella era con mucho la mejor de

su escuela escribiendo y había sido elegida


para el concurso nacional, pero le daba

igual.

- ¡A la porra con la Navidad! Escribiré un

cuento de terror.

¡Qué magnífico cuento de terror! Estaba

tan inspirada que escribió hasta bien

entrada la noche. Pero poco antes de

terminar su historia, la compañía

eléctrica cumplió su amenaza y cortó la luz

¡Qué rabia! Carol se desesperó. No

conseguiría acabar a tiempo la mejor obra

de su vida. Una vez más, todo salía mal, y


la pobre niña rompió a llorar en su

habitación a oscuras.

Lloró durante largo rato, hasta que una

pequeña luz apareció en la habitación,

flotando en el aire, haciendo círculos. La

niña secó sus lágrimas, emocionada ¿Será

un ángel, una hada, un duende, una

estrella mágica? Nada de eso. Al acercarse

solo pudo ver una pobre y triste luciérnaga

-¡Arrrrg, nada me sale bien!

Pero había que reconocer que descubrir

aquella pequeña luz había sido


emocionante, y además le dio una idea. A

falta de velas y electricidad, tomó un

pequeño farolillo y salió fuera. Entonces

atrapó unas cuantas luciérnagas, las puso

en el farolillo,y con la débil luz que

emitían pudo completar su historia. Por

primera vez en mucho tiempo se sintió

feliz.

Tan contenta estaba, que comenzó a bailar

y dar gracias a su pequeña luciérnaga. Y

fue entonces cuando comprendió que no

podía mandar a a la porra la


Navidad, porque el oscuro y triste

mundo que tan poco le gustaba

también necesitaba una pequeña luz

que le diera un poco de alegría y

esperanza.

Y, sin importarle las horas, Carol juntó

toda la alegría y la esperanza que le

quedaban en el corazón para vestirse

con una gran sonrisa y escribir un

precioso cuento de Navidad que

conmovió a cuantos lo leyeron. Su

cuento se extendió de tal forma por


todas partes, que aquel año fueron

millones las personas que llevaron un

poquito más de luz al mundo y, por

primera vez en mucho tiempo, los

periódicos no tuvieron malas noticias

que contar. Y aquel 25 de diciembre

todas sus portadas no tuvieron más

remedio que abrir con un mismo

titular: ¡Feliz Navidad!

V Zeus se dirigió después a su querido hijo Hermes: —


Pues eres mi mensajero, vete a comunicar a la diosa
de hermosos bucles nuestra irrevocable decisión de
que retorne al país el esforzado Ulises, sin que le sea
necesaria la compañía de dios u hombre alguno.
Navegando en una balsa llegará, no sin padecer y al
cabo de veinte días, a Esqueria, tierra de los feacios,
del linaje de los inmortales, quienes lo recibirán como
a un dios y lo trasladarán a su patria, después de
hacerle regalos de bronce, oro y vestido en cantidad
mucho mayor de la que habría sacado de Troya si
hubiera regresado sin di cultad. El mensajero no tardó
en ponerse las áureas e inmortales sandalias, que
podían trasladarlo sobre las aguas del mar y la
inmensa tierra con la velocidad del viento. [...]
Después de hacerle sentar en magní co sitial, Calipso
preguntó a Hermes: −¿A qué has venido a mi casa,
Hermes el del caduceo, a quien respeto y quiero?
¿Cómo no me visitas con frecuencias? Dime lo que
quieres. Deseo complacerte, si está en mi mano y es
posible. Pero antes, sígueme para ofrecerte las
debidas atenciones de la hospitalidad. Dichas estas
palabras, la diosa acercó una mesa con vasijas llenas
de ambrosía e hizo la mezcla del rojo néctar, que el
mensajero aceptó complacido, bebiendo y comiendo
a su placer. Cuando hubo terminado respondió a
Calipso: —Me preguntas, diosa, a qué he venido, y
voy a decirte la verdad, pues lo quieres. Zeus me lo ha
ordenado, contra mi gusto, pues a nadie divierte
hacer tan largo recorrido de agua salada sin encontrar
un solo lugar donde los mortales ofrezcan a los dioses
hecatombes y escogidos sacri cios. Pero nadie puede
desobedecer a Zeus. El Olímpico sabe que está aquí
un hombre, el más desventurado de cuantos lucharon
durante nueve años alrededor de la ciudad de Príamo.
Después de haber entrado a saco en Troya, cuando
regresaban ofendieron a la diosa Atenea, y ésta movió
contra ellos 206 vientos contrarios y grandes olas,
pereciendo los valerosos compañeros de Ulises.
Solamente se salvó él, favorecido por las corrientes
del aire y del mar, que lo acercaron a esta isla. Zeus te
ordena, divina Calipso, que lo dejes partir sin más
tardanza, pues no está destinado a morir lejos de los
suyos, sino a reunirse con los amigos y volver a su
palacio de elevado techo, en la tierra de los padres.
Calipso se estremeció al oírlo y, alzando la voz, dirigió
a Hermes estas aladas palabras: −Crueles sois los
dioses y más proclives que otros seres a la envidia,
pues no aceptáis que las diosas se unan a los hombres
si comparten el lecho con el que aman, según ha
ocurrido en algunos casos. Ahora mostráis celos de mí
porque tengo aquí a un mortal, al que salvé cuando se
había agarrado a la quilla de su nave ligera, que Zeus
había partido con refulgente rayo en medio del mar
color de vino. Ya en la isla, mereció mi amor y mis
cuidados, le prometí hacerlo inmortal y librarlo para
siempre de la vejez. Pero si ningún dios puede
oponerse a la voluntad de Zeus y él lo ordena, que se
vaya el náufrago a lo largo del incansable mar. Lo que
no puedo hacer es llevarlo yo misma, pues no tengo
naves remeras ni compañeros que lo conduzcan. Sin
embargo, le daré mis consejos y nada le ocultaré para
que llegue con salud a la patria. El mensajero replicó:
−Despídelo pronto y cuídate de la cólera de Zeus, no
vayas a enojarlo y hacerte más tarde un enemigo. [...]
−Criatura de Zeus, hijo de Laertes, ingenioso Ulises,
¿es cierto que quieres volverte a la amada tierra
paterna? ¡Deseo tengas la mejor suerte en lo que
decidas! Pero si conocieras los riesgos que te
aguardan antes de llegar, seguramente te quedarías
conmigo custodiando esta morada y alcanzando el
bien de la inmortalidad; ello, a pesar del deseo que
tienes de ver a tu esposa, por la que suspiras un día y
otro día. Sin embargo, no me creo inferior a ella en -
gura y esbeltez, dada la imposibilidad de que las
mortales igualen a las inmortales en talla y belleza. El
astuto Ulises respondió: —No te irrites contra mí,
diosa, pues bien sé que la discreta Penélope no puede
alcanzarte en belleza; es una simple mortal, y tú
nunca sabrás de la vejez y la muerte. A pesar de esto,
deseo volver a mi casa y que llegue el día de mi
retorno; mas si un dios me hiciera naufragar en el mar
color de vino, tendré que resignarme, decidido como
estoy a enfrentarme con toda posible contrariedad.
¡He sufrido tanto y soportado tantas penalidades en
el mar y en la guerra!... Venga, pues, lo que haya de
venir. [...] De este modo Ulises construyó una balsa de
las dimensiones convenientes. [...] Ocurrió entonces
que el poderoso dios que hace temblar la tierra
dejaba el país de los etíopes y vio a Ulises, desde los
montes Solimos, navegando en la lejanía. Airado,
movió la cabeza y se dijo: 207 Relato de Ulises al rey:
Ulises deja ciego al cíclope CANTO IX −¡Oh, desgracia!
Mientras estaba en el país etíope, los dioses mudaron
de intención respecto de Ulises, pues ya se acerca a la
tierra feacia, donde podrá librarse del círculo de
infortunios que lo rodeaban; pero no le valdrá, pues
yo me encargaré de molestarlo hasta que se harte.
Dicho esto, Poseidón juntó las nubes y agitó las aguas
con su tridente, movió las tempestades de los
diversos vientos, oscureció la tierra y el mar e hizo
que la noche bajara del cielo y se alzaran olas
inmensas. La ilustre diosa Calipso pretendía
retenerme en su gruta con el propósito de hacerme
su marido. Igualmente Circe, la maga de Eea, me
guardó prisionero en su mansión, pues quería
también que fuese su esposo; pero ni una ni otra
lograron convencerme. Nada hay más amable para el
hombre que la patria y la familia, aun cuando en otras
tierras se llegue a disfrutar de toda clase de bienes.
Dicho esto, voy a contar el viaje de retorno, lleno de
las dicultades que Zeus me impuso después de mi
salida de Troya. [...] Después de avanzar un trecho a
fuerza de remos llegamos a la costa próxima, en cuya
punta extrema descubrimos una caverna cubierta de
laureles y en la vecindad numerosas ganados y
rebaños de ovejas y cabras. Alrededor había un alto
muro de piedras, grandes pinos y encinas de elevado
follaje. Vivía allí un gigante que apacentaba unas
reses, solo y lejos de los otros gigantes, sin más
gobierno que la propia voluntad. Era un verdadero
monstruo, y no parecía un hombre normal, pues
semejaba una de esas cimas boscosas que destacan
solitarias en las altas montañas. [...] El gigante me
rechazó duramente: −¡Sin duda eres un tonto,
extranjero, o llegas de muy lejos cuando me aconsejas
que tema o evite a los dioses! Poco se nos da a los
cíclopes de los inmortales venturosos, pues nos
sentimos superiores a ellos hasta el punto que, para
librarme de Zeus, no os perdonaría a ti y compañeros
si el ánimo no me inclina a ellos. Pero dime: ¿dónde
has amarrado tu nave? ¿Al extremo de la isla o cerca
de este lugar? ¡Quiero saberlo! Hablaba así para
probarme, y como me di cuenta de ello le contesté
con estas mentirosas palabras: −Poseidón, el que hace
temblar la tierra, ha destruido mi nave, arrojándola
contra las rocas de la costa; afortunadamente,
nosotros pudimos librarnos de la muerte. No me
contestó el monstruo, sino que, dando un salto, cogió
a dos de mis compañeros y los golpeó contra el suelo
como si fuera dos perritos; tan violentamente que los
sesos se esparcieron por el suelo. Luego destazó los
cuerpos y preparó la cena, devorando la carne de los
infelices, 208 las entrañas y hasta los huesos con la
médula. Al ver esto, tendimos las manos a Zeus
llorando, sin saber que hacer. Una vez que el cíclope
llenó la panza con ese banquete de carne humana y
buenos tragos de leche, se acostó en el fondo de la
caverna tan largo como era, en medio de sus ovejas.
Pensé entonces acercarme a él y atravesarle el pecho
con mi espada; pero cambié de idea, no sin temer que
todos habíamos de sucumbir, dada nuestra
imposibilidad de separar la piedra de la entrada. En
esa situación aguardamos sollozando la llegada de la
aurora. [...] Entonces me acerqué a él con un cuenco
de vino, que le ofrecí en estos términos: −Toma esto,
cíclope, después de la carne humana que has comido,
y así conocerás la buena bebida que llevábamos en
nuestra nave. [...] Dispuesto a complacerle, le serví
otro cuenco bien lleno, y aún repitió una tercera vez
el insensato. Cuando la bebida hubo hecho su efecto,
le dirigí estas dulces palabras: −Me preguntabas,
cíclope, cuál es mi nombre ilustre; voy a decírtelo y, a
tu vez, cumple la palabra de obsequiarme con un
buen presente. Me llamo Nadie, y así me nombran mi
padre, mi madre y mis compañeros. A lo que él
contestó: −Pues bien Nadie, yo te comeré de último;
todos los demás irán delante, y éste será mi obsequio.
Diciendo esto se tumbó con la panza al aire, y quedó
pronto vencido por el sueño, de tal modo que los
regüeldos le hacían salir de la boca los sobrantes del
vino y de la humana pitanza. Era el momento de
meter la estaca en el fuego para que se calentara y de
animar a los compañeros, no sin temer yo que
algunos de ellos rehuyeran el peligroso lance. Cuando
la estaca estuvo cerca de arder y relumbrada, la saqué
del fuego, y mis compañeros, a quienes un dios había
infundido gran ánimo, procedieron a meter el
extremo puntiagudo en el ojo del gigante, mientras
yo, apoyando con todas mis fuerzas, removía la
estaca, que hizo saltara abundante sangre. La pupila
chirriaba y se contraía, recordando el efecto del hacha
o la segur al rojo cuando el herrero las templa en el
agua de su fragua. [...] Seguidamente el cíclope dirigió
a Poseidón esta súplica, las manos alzadas al cielo
estrellado: −Escúchame, Poseidón, inmortal de la
cabellera sombría: si verdaderamente soy hijo tuyo y
pretendes ser mi padre, concédeme que no pueda
regresar a su casa Ulises, saqueador de ciudades, que
vive en Ítaca. Y si está decidido que vea nuevamente a
los suyos y vuelva a su morada de altos techos, deseo
que eso tarde largo tiempo y solamente lo logre
después que sufra muchas penalidades y pierda a
todos los compañeros en una nave extraña. En n, te
ruego encuentre la desgracia en su palacio.
El ADN se considera la Los cromosomas se
molécula de la encuentran
herencia porque lleva formando parejas
la información de de cromosomas
cómo es y debe homólogos, por lo
funcionar un que poseemos
organismo. Además, siempre dos alelos
es capaz de formar para cada carácter
copias idénticas por el (uno procede del
proceso padre y otro de la
de REPLICACIÓN o madre)
AUTODUPLICACIÓN
La información Mendel trabajó
almacenada en el con "razas
ADN, pasa a unas puras" de plantas y
moléculas dedujo unas leyes
intermediarias (ARN) que sirven para ver
por el proceso como se transmiten
de TRANSCRIPCIÓN los caracteres.
.
En una segunda fase, La 1ª ley de Mendel
la información por un se llama ley de la
proceso uniformidad porqu
de TRADUCCIÓN dar e cuando se cruzan
á origen a las razas puras, toda la
proteínas, que F1 es igual
controlan todas las (uniforme)
características de un
ser vivo.
Un gen es un trozo de Según la 2ª ley, los
ADN que contiene dos alelos de un
información par la mismo carácte se
síntesis de una separan y no irán
proteína. juntos nunca a un
mismo gameto; ley
de la segregación
Los genes se La 3ª ley llamada
encuentran alineados "ley de la
a lo largo del independencia",
cromosoma, tal como nos dice que los
nos dice la teoría genes que
cromosómica de la determinan distintos
herencia caracteres se
heredan
independientemente
.
Las distintas Los alelos pueden
manifestaciones de un ser dominantes,
gen, se llaman alelos. (herencia
Así podemos decir que dominante);
el gen que controla el recesivos (herencia
color de las semillas recesiva) o
del guisante tiene dos equipotentes
alelos: alelo amarillo y (herencia
alelo verde. intermedia)

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