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ALICIA en el corazón de una cereza

Book · January 2020

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Mónica Moreno Torres


University of Antioquia
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ALICIA
en el corazón de una cereza
Mónica Moreno Torres
ALICIA
en el corazón de una cereza

Obras artísticas
© Mónica Moreno Torres. Ilustraciones: Daniel Sebastián Echeverry Arango

Alicia en el corazón de una cereza. y Óscar Andrés Agudelo Madrid.

Diseño y diagramación: Christian Gil Patiño.

© Universidad de Antioquia. Montaje Audiovisual: Juan David Martínez Espinal.

ISBN digital: 978-958-5526-95-2

ISBN impreso: 978-958-5526-94-5 Distribución en Colombia y América Latina.

Primera edición impresa: 15 de septiembre de 2019. Colección Aula Abierta - Obras artísticas.

200 ejemplares. Facultad de Educación - Universidad de Antioquia.

Impresión y terminación: Su imagen creativa Decano Wilson Antonio Bolívar Buriticá.

Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia. Jefe CIEP: Jhony Alexánder Villa Ochoa.

Prohibida la reproducción sin autorización de Universidad de Antioquia. Coordinador de la colección: Jorge Ignacio Sánchez Ortega.

Dependencia responsable de la publicación: Facultad de Educación.

Fondo de publicaciones.

Teléfono: 2195708

Correo electrónico: edicioneducación@udea.edu.co

Dirección: calle 67 No. 53 - 108 Bloque 9 Oficina 117 Medellín Colombia.

El contenido de la obra corresponde al derecho de expresión de los autores

y no compromete el pensamiento institucional de la Universidad de Antioquia


Cuando los jugadores se hayan ido, 
cuando el tiempo los haya consumido, 
ciertamente no habrá cesado el rito.

Borges. Ajedrez. 1960


índice
Prólogo de Jesús Alberto Echeverri Sánchez. 9
Microrrelatos:
La persuasión de la cereza. 15
Palabras con bordes. 19
La curiosidad de la aprendiz de maestra. 23
Al lado del corazón. 27
Un bestiario para jugar ajedrez. 31
El juego de la vida. 29
De regreso al bosque interior. 43
Bocados de palabras. 47
Las manos del sendero. 51
Senderos que se bifurcan. 57
El resonador naciente. 63

9
prólogo
De un modo narrativo Alicia en el corazón de una cereza pretende ilustrar posi-
ciones fecundas desde las cuales asumir el conocimiento, sea como estudiante o
sea como maestro. El sentido de este texto se va decantando conforme se aterri-
za su carga simbólica.

Así como otrora estuvo en el espejo, ¿qué significa ahora que Alicia esté en el
corazón de una cereza? Esto plantea tres cuestiones principales: llegar al sitio des-
crito, por qué al corazón y por qué de una cereza. Llegar implica un cómo, un
método, la mejor manera de; estar en el corazón de algo es estar en su médula,
donde se concentran todos sus impulsos vitales, donde se puede sentir más; y una
cereza es lo más preciado, la guinda del pastel.

Para llegar a la cereza, símbolo en este caso del conocimiento, juegan un papel
fundamental la palabra, la experiencia y los personajes. La cereza misma encarna
una palabra cuyo sentido se desea conocer. A estas palabras no se tiene acceso
de cualquier manera sino que implican un aprestarse a ciertas vivencias de las

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que se derivarán como mínimo sus nombres, sus ropajes fonéticos. Y a estas viven-
cias no se accede sin la intervención de un personaje, especie de guía iniciático
que aparece del reino de lo súbito o del sueño a ofrecer una respuesta a las más
ansiadas búsquedas.

La precariedad de la palabra es señalada en tanto se reconoce el recurso del


cuerpo en la fijación de sentido, pues a más de sus presentaciones sonoras o grá-
ficas las palabras se pueden tocar, degustar, ¿oler? La importancia de la palabra
se eleva al compromiso de la existencia: la ausencia de palabras pone en riesgo
el sentido de la vida, vida puesta en riesgo con el propio deseo de saber. Las pa-
labras son liberadas de esta suerte de representatividad sensorial para cobrar una
presencia omnímoda: hay palabras, textos, en el cielo, en un pentagrama, obje-
tos, sueños.

La experiencia a la que se pueda tener acceso está mediada por el encuentro


con alguien soñado y olvidado, en este caso Alicia, que representa también lo

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que se fue y lo que se podría llegar a ser. El camino a un nuevo ser es lo que com-
porta aventura y peligro: quitar del pellejo las manías de una vida adulta cuesta,
en el piso firme aterra la posibilidad de un salto al sin-sentido. Mas si no hay salto no
hay posibilidad de encuentro consigo mismo y con ello se escurre toda posibilidad
de sentido. Aparecen en este punto dos preguntas: ¿por qué en la posibilidad de
encontrarse se signa el sentido de la vida?, ¿cómo ignorar el miedo?

Acaso la vida se trate de probar una cereza, y delectarse. De ir directamente al


encuentro de las cosas, pues el conocimiento a que aspira nuestra naturaleza,
esa ida, es indelegable. En el conocimiento de las cosas me conozco yo, lo que
sepa de lo otro y de los otros me reporta a mí: penetra uno una esfera desde la
cual uno se ve a sí mismo acurrucado: es como uno libra el encuentro con su es-
pejo, luego brinca, rompe la pompa y sale a repartir hallazgos. El miedo se ignora
durmiendo, o por lo menos soñando, y acompañado: la aspirante a maestra es
nada sin Alicia, Alicia es nada sin Dumpty y Cheshire.

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Acompañar en un camino de aparentes sin-sentidos parece conjurar todos los
miedos. Esta compañía permite cruzar un umbral: adentrarse en el espejo o pasar
del borde al corazón de la cereza. Curiosamente esta compañía liberadora-aden-
tradora plantea un diálogo de palabras locas que hay que saber jugar, como si
nos dijeran que nuestro gran error siempre fue habernos querido comunicar, y que
solo a partir de concertar la incomunicación nos devendrá la belleza. Es decir,
apostando al extravío nos encontraremos, tocando la locura quedaremos cuer-
dos.

Jesús Alberto Echeverri Sánchez

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microrrelato
uno
La persuasión de la cereza

La cereza sobre el helado pone en silencio la boca. Hace que los ojos se abran.
Aguza los oídos para darle paso al fluido de la crema por la garganta. Ella, des-
liza inofensivamente sus manos hasta alcanzar el pequeño tallo que la sostiene.
La lleva hasta su boca, pero algo la detiene. Decide regresarla a la nube de es-
puma que la protege. La mira nuevamente y le incomoda su carnosidad. Con la
otra mano, alcanza el bonsái de cerezas que está a un lado de aquel montículo
espumoso. Otea las diminutas hojas hasta hacerlas caer sobre la mesa. Las aplas-
ta con las yemas de sus dedos. Sus dedos ahora son diez gajos de hojas verdes.
De las hojas del bonsái, solo queda el esqueleto de la estructura elíptica que las
sostenía. Extiende su cuerpo sobre la mesa. Levanta la cabeza y con sus manos,

17
pone el monte espumoso a lado y lado de sus pies. Deja caer su cuerpo en espiral
sobre la mesa. Cierra sus ojos para darle paso al fluir de la savia que yace entre las
yemas de sus dedos. Comienza a sentir el canturreo de las hojas. Se deja llevar por
las palabras que llegan hasta sus oídos. Algunas se quedarán huérfanas. Otras se
irán por un abismo. No faltarán aquellas que seguirán buscando sus cómplices en
otras hojas, en otros árboles, en otros libros. O posiblemente nunca las escuche o
las vea. Espera encontrar una palabra, un episodio, un personaje que le permita
llegar hasta la cereza.
microrrelato
dos
Palabras con bordes

Ella, convierte su cuerpo en cómplice de sus palabras. Las dichas, las calladas, las
ausentes, las impuestas, las que no pudo leer en ese momento, las censuradas. Es-
pera encontrar una expresión. La que sea capaz de poner su cuerpo a un lado de
la mesa, para llevarse aquella cereza hasta su boca. Sigue ojeando las palabras
que saltaron de las nervaduras de las hojas. Comienza a sentirse como una desco-
nocida que acaba de robar un libro y devora sus letras para salvarse de su inani-
ción. Sin ellas, el sentido de su existencia seguiría amenazado. Recuerda que hay

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libros donde aparecen agujeros, túneles, máquinas encantadas, brujas y anima-
les. Asegura haberlos leído todos. Recuerda los nombrados por sus amigos y esto
le permite decir que también leyó sus historias, aunque no las conozca. Presume
de su capacidad lectora al argumentar la inocencia de algún personaje, cuando
la historia es enigmática. Se compara con la mirada indefectible de los animales
que aparecen en el libro de las fabulaciones de Alicia. Ellos, y por supuesto Alicia,
le recuerdan su niñez.
microrrelato
tres
La curiosidad de la aprendiz de maestra

Había algo que la hermanaba con Alicia; ¡su boca! Sí. Ambas debían abrirla para
sobrevivir a los otros o a su propio deseo. Ella, la Maestra, había escuchado en la
universidad un par de historias más de las experimentadas por Alicia. Pero Alicia
tenía la capacidad de aventurarse y dejarse sorprender; emociones que Ella ha-
bía olvidado. La trans/formación de aquella niña era, al mismo tiempo, la suya.
No podía creer que una exploradora y una cereza también fueran sus maestras.
Ese diminuto fruto rojo la impulsaba a tener una experiencia de lectura diferente.
Íntima, personal, sin guardianes de la imaginación. Alicia sería la salvadora de su
capacidad de invención, y de paso, la incitadora de una nueva palabra. Aventu-
rarse, preguntar y escuchar historias sin/sentido, eran actividades a las que estaba

25
acostumbrada aquella niña de goma. Esperaba encontrar nuevas sensaciones,
como las que pudo vivir caminando con Alicia. Esa pequeña aventurera se había
dejado seducir por la palabra “bébeme”. El saber de esa expresión, se convirtió
en el sabor de su primera salvación. Su contenido la llevó a contemplar lo que
estaba enfrente de su mirada. Comenzó a sentir el llamado del bosque. Fisgoneó
a través del pequeño vidrio lo que aparecía ante sus ojos. Contempló la luz que
caía sobre los arbustos, siguiéndola en espiral. Le pareció saber que, si los árboles
hablaban, las flores bailaban y las hojas estiraban sus lenguas hasta deslizarlas por
el pequeño vidrio que la separaba del bosque, no había ninguna duda. Ella los
necesitaba. Su indefensión la hizo prosternarse ante la grandeza de la naturaleza.
microrrelato
cuatro
Al lado del corazón

Alicia probó la palabra “cómeme”. Cada fonema de la palabra estaba cubierto


de pasas. Sus manos cayeron sobre ellas hasta hacerlas saltar por entre los dedos.
Cuando llegó al corazón de la palabra, la engulló sin prejuicios. Súbitamente su
cuerpo creció cual serpentina de carnaval en manos de un acróbata. La cabeza
quedó sujetada al techo. No lograba ver sus pies. La puesta en el abismo de su
osadía la aterrorizaba. Asirse a sus emociones era otro modo de pensar y salvarse.
Comenzó a llorar sacando a flote su espíritu aventurero. Intentaba nombrar sus
sensaciones juntando los fonemas que salían de la cúspide de las olas. Pero ellos
saltaban juguetones en zigzag. Comenzó a contemplarlos dejándose decir de
cada uno lo que quisiera. Lentamente fueron desapareciendo y del agua surgió

29
un arco iris. Se miró a través de aquel espejo celeste y le extrañó encontrarse con
un rostro que le era familiar. Sus ojos se cerraron al pasar por el claro-oscuro de la
tristeza. Al abrirlos sintió que un elefante había escuchado sus penas. Atravesó el
rojo y, al salir al otro lado de su corazón, sintió que un ruiseñor entonaba canciones
de amor. Degustó el sabor agridulce de la esperanza y sintió que un grillo hacía
cosquillas en su estómago. La Maestra recordó que el corazón también piensa.
¿El corazón sensible de Alicia la podría salvar? Esta pregunta era insulsa para la
Reina de corazones. Sus órdenes las dictaba sin ni siquiera levantar la vista. Tenía
un corazón de ébano que estaba custodiado por el Rey. Él era el encargado de
cortarle la cabeza a los seres que intentaran mostrarle a la soberana un corazón
alado, celeste o en forma de arco iris.
microrrelato
cinco
Un bestiario para jugar ajedrez

Alicia salió de la cueva del grillo saltando de alegría. Su euforia se fue apagando
al sentir una sombra que la perseguía. Levantó su mirada y, antes de que la Reina
profiriera la orden, le propuso una partida de ajedrez. Acordaron que la primera
en llegar al acertijo que estaba en la mitad del terreno de juego y lo descifrara
sería la ganadora. Las figuras del ajedrez no estarían en el campo de juego; cada
una las debía representar corporalmente. Comienza la partida…

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—Alicia representó un director de orquesta, poniendo en movimiento sus
peones. La Reina personificó un domador de ratones, lanzándoles migajas
de queso.

—Alicia encarnó a su maestra. Le mostró a la Reina que la lealtad entre los


alfiles era necesaria para su sobrevivencia. La Reina simuló ser un mercader.
Les enseñó a sus alfiles la importancia de la competencia.

—Alicia escenificó a un búho. Sus torres estarían alertas a presenciar el diálo-


go entre lo extraño y lo propio. La Reina interpretó un dragón. Exhaló sobre
sus torres el fuego que yacía en su corazón.

—Alicia con base en los movimientos de un jinete, le dio rienda suelta a su

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imaginación montada en sus caballos. La Reina asumió la figura de un do-
mador de caballos. Los echó a andar y les indicó el camino a seguir.

—Alicia se invistió de consejera, se sentó al lado de su Reina y escuchó sus


reflexiones. —La Reina de ébano siguió en su rol de gendarme.

Solo les faltaba representar una figura del ajedrez, el Rey.

—La Reina expandió su mandíbula, arqueó su cuerpo y abrió sus dedos, imi-
tando al rey de la selva.

—Alicia comenzó a saltar en forma vertical, levantaba sus brazos y se rasca-


ba la cabeza. En sus ojos reflejaba la mirada inquieta de un ser en olas; simu-
laba ser la Reina de los monos.

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Ahora debían llegar hasta el acertijo, descifrar el enigma y la ganadora cantaría
Jaque Mate. Observaron que, en medio del terreno de juego, flotaban pompas
de jabón. Del conjunto de colores que las representaban sobresalía el dorado. Sus
destellos dibujaban un girasol en forma de carta que flotaba en medio de aque-
llas volutas. Estiraron su cuello y metieron sus cabezas y manos en las pompas de
jabón. La Reina tomó entre sus manos la misiva. Rasgó el dorado que la protegía
y leyó en voz alta:

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—Mi cabeza es de lana.

—Mi cuerpo es transparente.

—Tengo una palabra atrapada en mi boca

—Si la imitas me tendrás a tu lado y serás la ganadora.


—Quien descubra el enigma hará que las pompas de jabón desaparezcan y
podrá cantar Jaque Mate.

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La Reina le dijo a Alicia que no estaba para más juegos. La niña de goma le dijo
que su imaginación la podía convertir en la ganadora. Esta posibilidad resonó en
la Reina. Comenzó a nombrar animales y puso en ellos palabras dulces, que jamás
se hubiera permitido conocer. Alicia hizo lo propio, sin encontrar la adecuada. Las
conjeturas se prolongaron hasta la media noche. Se quedaron dormidas sobre la
estela del juego. Al despertar estaban entrelazadas por sus bigotes. Sus cuerpos
eran transparentes. Cada una tenía una cabeza de lana. Solo quedaba una pom-
pa de jabón que las envolvía espejeando sus almas. Se miraron amorosamente y
soltaron una bocanada de sonrisas que provocó el estallido de la pompa. Juntas
habían descubierto el acertijo. Recuperaron sus cuerpos y emprendieron camino
por el bosque.
microrrelato
seis
El juego de la vida

La Maestra, había presenciado el juego entre Alicia y la Reina. Sus reglas fueron
respetadas hasta el final de lo que parecía ser un juego entre el Ser, el Saber y el
Poder. La experiencia lúdica les permitió mirarse de manera compasiva ante el
espejo del alma que son sus ojos. Los movimientos del ajedrez los dictaba la ima-
ginación. Cada una representó su Ser, mostrando los aprendizajes que habían
reconfigurado para sí y los recibidos de la sociedad. El blanco y el negro exhibie-
ron el característico movimiento pendular. Ninguna de las dos quería ser vencida

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por su adversaria. ¡Oh sorpresa!, cuando el juego de los juegos las convocó a una
tercera vía. Cada una había transformado su cuerpo en busca de asociaciones
ingeniosas. Pero cuando el acertijo las reunió poniéndolas ante el espejo de la
vida, la opción fue reír a carcajadas. Este gesto de amor y solidaridad, estuvo
precedido de la mirada. Acariciaron silenciosamente lo que no pudieron decirse
para salvarse. Desapareció el miedo y la agresión. Se contemplaron a partir de
sus diferencias. Las acciones se concentraron en el gesto de la mirada. El tiempo
interior de las dos comenzó a desvanecerse en las fronteras de la vida.
microrrelato
siete
De regreso al bosque interior

La Maestra regresó a su estado de incertidumbre. Era consciente de que se en-


contraba en el filo de la cereza. Volvió a sentir el fluir de las nervaduras de las hojas
pasando por sus manos. Recordó la palabra texto en sus diversas versiones: como
estrella, cuando levantamos la mirada hacia el cielo y nos dice lo que muestra;
instrumento de cuerda, al permitirnos distinguir la diversidad de tonos en busca
de una melodía; o al descubrir el interior de una muñeca rusa y observar que de
ella salen otras similares. Estaba a punto de descubrir la palabra clave. Antes de
pronunciarla, se prosternó igual que Alicia, pero ante su primera maestra. Le agra-
deció a su madre recibirla en su seno y permitirle juntar palabras desconocidas

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sobre su cuaderno de lectura. Reconoció en la Maestra de manualidades de la
escuela, el desorden creativo que a veces la asistía cuando leía un cuento. Resal-
tó de sus compañeras del colegio, la mirada acuciosa de la juventud que todavía
conservaba. Honró a sus maestros de literatura, le habían permitido descubrir otros
mundos posibles. Se hizo semilla de diente de león con sus hijos; se enterneció con
los amores furtivos y amó a los incondicionales; se despidió agradecida de los
amigos alondra, como si se tratara de los lectores alondra de Cortázar. Y con los
indesmayables, esperaba envejecer para el asombro, como lo diría Chesterton.
microrrelato
ocho
Bocados de palabras

A la Maestra, familiares y amigos le habían permitido recrear la historia de Alicia y


encontrar la palabra anhelada; fruto de múltiples colores, degustado por filósofos,
artistas, literatos y didactas. Ahora podía hacerla pasar por su lengua y degustarla
con el paso de la cereza por su garganta. Solo le faltaba llegar hasta el diminuto
tallo que la sostenía y arrancarla con sus labios. Comenzó a morderla por boca-
dos de palabras. El primero de ellos, estaba emparentado con el prefijo de las
ausencias. Era in, tenía cierto sabor a lo añorado. Del segundo, emanaba el olor
de un viajero. Su expresión tra, tenía el sabor de los viñedos. El tercero, tex, tenía el
sabor agridulce de lo inesperado y le evocaba la esperanza de otra educación

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posible. Y el cuarto, era to. Le sabía al néctar del descubrimiento. Este sabor era el
saber que reclamaba su piel. Cada bocado se fue quedando en su cuerpo, hasta
formar una sola expresión en su alma. Luego se dispersaron por sus venas y anida-
ron en sus ojos. Ahora podía ver la trans/formación de su cuerpo. Se levantó de la
mesa y llegó hasta su jardín. Lo recorrió con la placidez de quien se interna en su
propia alma. Comenzó a bailar por entre los árboles, acompañada del canto de
los abedules, los álamos, los castaños, los cipreses y los cerezos.
microrrelato
nueve
Las manos del sendero

Los cerezos en flor estaban en la mitad del jardín, formaban una corona de pé-
talos que abrigaban con su luz a la Maestra y a los demás árboles. Sus ramas se
abrían y se cerraban en señal de bienvenida. Caían desde la copa del cerezo
meciendo el corazón en flor de las cerezas. Ella bailaba con los corazones que lle-
gaban hasta sus brazos, los ponía en su regazo y, luego, los soltaba regresándolos
al tallo madre. Uno de los corazones no se dejaba atrapar. Se detuvo a observar-
lo acariciándolo con sus ojos. De pronto, las corolas de la flor se abrieron y ¡zas!
algo se desgajó de aquel fruto. Tenía una forma globosa y carnosa de color rojo
negruzco. Creció hasta romperse y de allí brotó un cuerpo humano que cayó de
bruces en el piso.

—¿Quién eres tú? Preguntó la Maestra

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Entonces, aquel cuerpo se puso boca arriba y se levantó del piso diciéndole:

—Soy Alicia, ¿y tú quién eres?

—Una maestra. ¿No me reconoces?, he soñado contigo muchas veces.

—No puedo conocerte, pues tus sueños no son los míos. Además, una maes-
tra no puede soñar con una niña como yo. Si lo hicieras tendrías que apren-
der el juego de palabras locas que me enseñó Dumpty.

—Ah, creo que te comprendo. Si tú sabes palabras, yo también te puedo


hablar de una que construí mientras soñaba contigo.

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—Dumpty me dijo que el significado de una palabra dependía del sentido
que él le diera en ese momento. Cuando le pregunté si era el rey de los signi-
ficados diferentes, se enojó interrogando:

—¿Quién es el maestro aquí?… Entonces recordé que estaba en un bosque


de palabras sin nombre y le dije:

—¿Me podría explicar el significado de la palabra “redín”?

—Muy sencillo niña, es el jardín que rodea el reloj de sol, imagino.

—¿Y la palabra “dero”?

—La abreviatura de “sendero”, que significa extraviarse, me dijo.

—Mi palabra, dijo la Maestra, la descubrí viéndote comer pasteles y presen-


ciando el juego de la vida que realizaste con la Reina de ébano.

55
—Alicia levantó su rostro hacia el cerezo y le dijo:

—conozco la Reina roja y la Reina blanca, pero ¿la de ébano…?

—No importa cuántas personas conozcas en tu vida. Lo importante es saber


con cuáles puedes caminar por los diversos senderos, cada uno tiene su pro-
pia luz.

Alicia miró a la Maestra con sus grandes ojos dulces, como alguna vez la había
mirado el Caballero Blanco, y le dijo:

—¿Qué camino vamos a seguir?


microrrelato
diez
Senderos que se bifurcan

En medio de Alicia y la Maestra apareció otra pompa de jabón que, juguetona,


comenzó a desplazarse alrededor de ellas y cada vez que la tocaban de su inte-
rior salía un latido de carcajadas.

La Maestra tomó a Alicia de las manos y comenzó a cantar con ella: Qué pase el
tren, qué ha de pasar…

El latido de carcajadas iba en aumento. La pompa de jabón se puso en la mitad


de las dos y comenzó a ensancharse como si se fuera a estallar.

—¿Quién eres? ¡Sal de una vez por todas!, dijo Alicia.

59
La pompa de jabón lanzó una carcajada tan fuerte que terminó por estallarse.
Salió la cabeza de Cheshire, quien le dijo:

—Alicia, si te preguntas qué camino pueden seguir, eso depende de cómo


quieran llegar.
—Ah… creo entenderte. A veces soy grande o pequeña… En fin, la mejor
manera de saber qué camino seguir es extraviándose, como dice Dumpty.
¡Vamos a jugar con los senderos que se bifurcan! ¡Cheshire, prepara tu tam-
bor y con tus melodías acompaña nuestros pasos!

60
—¿Por cuál sendero comenzamos nuestra aventura?, volvió a preguntar
Alicia.

—Tengo una idea, dijo la Maestra: Ir juntos nos permitiría compartir el aro-
ma de la utopía, y caminar en soledad, será la oportunidad para reconocer
nuestros pasos por el sabor agridulce del horizonte anhelado. ¡Encontrémo-
nos donde nace el arco iris!

61
Alicia y Cheshire, conjuntaron sus manos con las de la Maestra y las levantaron
hacia el cielo. Luego las extendieron hasta el vórtice de los senderos para saber
cuál elegir para sí y en compañía de los otros.
microrrelato
once
El resonador naciente

—No se sabe cuánto tiempo duró la aventura, dijo Dumpty a sus estudiantes. Al-
gunos senderos los recorrieron juntos y otros en compañía de los seres del bosque.

Uno de los estudiantes preguntó:

—¿Quién fue el primero en llegar?

—Sigamos leyendo la historia, le respondió Dumpty.

Repentinamente, el tambor de Cheshire comenzó a sonar y girar hasta convertirse


en un resonador naciente. Rebotó en el césped y se perdió entre los arbustos. Des-
pués apareció con una nueva tonada y en compañía de Alicia quien, saltando
de un lado a otro, dijo a Cheshire:

65
—En mi recorrido por el bosque esta canción me acompañó:

Sendero, senderito,

Bosque de ajedrez

jugaré con el Caballero Blanco y tomaré el té.

Sendero, senderito
Bosque de ajedrez

jugaré con la Reina blanca

saltando al revés.

66
Sendero, senderito

Bosque de ajedrez

Jugaré con Dumpty a las adivinanzas

hasta encontrar un ciempiés.

Sendero, senderito

Bosque de ajedrez

me escaparé del Rey

convirtiéndome en una nuez.

67
Sendero, senderito

Bosque de ajedrez

me esconderé de la Reina Blanca

y la sorprenderé con un Vals Vienés.

Después de escuchar la canción, el resonador naciente comenzó a saltar en


zigzag en medio de Alicia y Cheshire hasta perderse de nuevo entre los arbustos.
Más tarde, apareció con otra melodía en compañía de la Maestra, quien les dijo:

—Como podrán ver, mi cuerpo está cubierto de cerezas y animales. ¡Y Tam-


bién compuse una canción! Dice así:

68
Cerezos en mi corazón

Tamborilero de amor

me dice al oído un pájaro cantor.

Cerezos en mi corazón

zumbido de abejas

dulces, doradas

derritiendo las penas de mi corazón.

69
Cerezos en mi corazón

canturreo de alondras

saltarinas, danzantes

meciendo los rayos del sol.

Cerezos en mi corazón

balido de ovejas

jugando con el arco iris

cubriendo la luna con su candor.

70
Cerezos en mi corazón

canto de ranas

anunciando el nacimiento de los cerezos en flor.

—¿Y tú Cheshire? Dijeron al unísono Alicia y la Maestra.

—Guardo en mi tambor palabras sin nombre, rodantes, callejeras, desnudas,


abatidas por el sol, sedientas, crocantes, espumeantes, con aromas de flor, para
despistados, acróbatas, bailarines y locos de amor. Aquel que descifre el nombre
de mi canción, podrá convertirse en una pompa de jabón.

Dumpty cerró sus ojos por un momento y, al abrirlos, les dijo a sus estudiantes:

71
—Les leeré algunos senderos del texto de Babel y, cuando repita dos veces
la misma palabra, significa que los vórtices de ellas evocan en mí un vibrato de
senderos.

El bosque interior… el bosque interior.

Los cerezos en flor… cerezos en flor.

Que aprende de sí y con los otros… aprende de sí y con los otros.

Luego les dijo

Continúen con la lectura del cuento…

¿Lograron descubrir los otros senderos?


Nota de los editores:

Los microrrelatos están inspirados en las obras de Alicia en el País de las maravillas. Lewis Carroll. Selección y compilación
de ilustraciones. Cooper Edens. Ediciones B 2002; y en Alicia en el País de las maravillas & A Través del espejo. Lewis Carroll.
Plutón Ediciones. 2016. Los vibratos del microrrelato once están inspirados en La Biblioteca de Babel. Jorge Luis Borges.

La Colección Aula Abierta promueve la producción artística y académica de maestros, maestras, profesores y profesoras,
interesados en divulgar sus creaciones y reflexiones en temas relacionados con la experiencia y la investigación en la edu-
cación, la pedagogía, la didáctica y el currículo. Acude a formatos impresos y electrónicos que son alojados en diferentes
plataformas. Las obras son evaluadas por pares con formación de alto nivel y amplia trayectoria.

Se ha incluido un código QR. Al escanearlo, usted accederá a la versión audiovisual de los microrrelatos y podrá usarlos en
las aulas de clase para el trabajo didáctico con la obra literaria.
Mónica Moreno Torres
Profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia.
Asesora de Prácticas Pedagógicas de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana.
Coordinadora del grupo de investigación en Didáctica de la Educación Superior.

Agradecimientos a las voces en off de los videos:


María García Esperón, escritora mexicana.
Carlos Arango Obregón, actor colombiano.
Liana Ortiz Maya, intérprete de la canción “Sendero, senderito”.
Sofía Blandón Quiroz, intérprete de la canción “Cerezos en mi corazón”.
Jorge Ignacio Sánchez Ortega, voz del estudiante de Dumpty.
Elvia Adriana Arroyave Salazar, correctora de estilo del cuento.
ISBN digital: 978-958-5526-95-2

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