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EDICIÓN ENERO 2013 | N°163

LOS ÉXITOS DEL SISTEMA EDUCATIVO FINLANDÉS

Por una escuela igualitaria y de calidad


Por Philippe Descamps*
Desde hace muchos años, Finlandia se erige en modelo de un sistema educativo de máxima
excelencia por los notables resultados que obtiene en las diversas encuestas internacionales que
miden el nivel de conocimientos adquiridos por los alumnos. La clave está en una concepción
democrática y progresista.

Escuela primaria en Vaasa, Finlandia (Olivier Morin/AFP/Dachary)

Para entrar en la escuela primaria de Rauma, sobre la costa del golfo de Botnia, en Finlandia, no hay
que franquear ningún pórtico o cerca. Simplemente se cruza un gran patio con estacionamiento para
bicicletas y juegos. Desde el gimnasio hasta la sala de música, todo parece haber sido pensado para
recibir chicos. En cuarenta y cinco minutos de clase, la profesora de inglés encadena cinco
actividades diferentes. Capta la atención de todos desde los primeros segundos, gracias a una pelota
que circula al mismo tiempo que la palabra. Un dispositivo que no es desconocido en las aulas de
otros países, pero que, con un promedio de 12,4 alumnos por cada docente finlandés –es decir, uno
de los mejores ratios alumno/profesor para la escolaridad primaria de Europa–, aquí parece resultar
especialmente eficaz.

A mediados de agosto, cuando aún no habían terminado las cosechas, Fanny Soleilhavoup y Moisy
Fabienne acompañaron a sus hijos al primer día de clases por segunda vez en este país. Estas
docentes francesas que se encuentran en disponibilidad para seguir a sus cónyuges no imaginaban
que al elegir la escuela local, en lugar de un establecimiento francés, cambiarían tanto sus ideas sobre
la educación. “Mis tres hijos están convirtiéndose en buenas personas –agrega Claire Herpin,
decidida a quedarse lejos de Francia–. Los respetan en su diferencia. Respetan a los demás. Los
profesores saben motivarlos y sacar lo mejor de ellos.” Estas familias se enfrentaban a situaciones
que el sistema francés difícilmente toma en cuenta, aunque sean comunes, como la dislexia, la simple
deserción o la precocidad.

A algunos les costará creer en lo que estas madres describen: una escuela sin nerviosismo, sin
competencia entre los alumnos, sin competencia entre establecimientos, sin inspectores, sin
repitencia, incluso sin calificaciones durante los primeros años, y que tiene los mejores resultados a
nivel mundial.

Las evaluaciones del Programa Internacional de Evaluación de Alumnos (PISA) de la Organización


para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) generan gran preocupación en Alemania y
el Reino Unido, mientras que aún son poco comentadas en Francia y Estados Unidos, a pesar de que
no están mejor posicionados. Aunque invierten en educación, estos grandes países apenas llegan a la
media de la OCDE en la capacidad de los jóvenes de quince años en comprensión lectora,
matemáticas y ciencias (1). Además de su rigor metodológico, que apunta a evitar cualquier sesgo
cultural, estas evaluaciones son interesantes porque no se refieren a la adquisición de un programa,
sino de un conjunto de habilidades útiles para comprender el mundo y resolver problemas en
contextos cotidianos.

Ahora bien, estas investigaciones mostraron a Helsinki como un modelo inesperado. Tanto en la
entrega de 2009, realizada entre sesenta y cinco países, como en las tres anteriores (2000, 2003 y
2006), Finlandia aparece en el grupo que lidera los rendimientos globales, junto con Corea del Sur y
varias ciudades asiáticas miembros de la OCDE (Shanghai, Hong Kong y Singapur). Además, junto
con Corea del Sur, es el país con resultados más homogéneos y donde son más débiles las
correlaciones entre medio socioeconómico y rendimiento escolar. El 93% de los jóvenes finlandeses
termina el secundario, frente a sólo un 80% en promedio en los países occidentales (2). También es
cierto que el país se distingue por tener uno de los niveles más bajos de desigualdad social de la
OCDE.

Condiciones específicas

Los resultados del PISA han atraído a un nuevo tipo de turistas. Luego de una visita en agosto de
2011, el entonces ministro de Educación francés, Luc Chatel, explicaba: “Hay una cantidad de
recetas, que he visto funcionar aquí, que son transferibles”, en particular “la gran autonomía que se
brinda a las escuelas” (3). Un año después, la revista británica Socialist Review celebraba un sistema
“libre de evaluaciones” y donde “cada niño recibe un almuerzo sano al mediodía” (4). Cada analista
extranjero, ya sea que provenga de la derecha liberal francesa o del trotskismo inglés, viaja en busca
de tal o cual innovación que, aislada del resto, validará su propio proyecto.

La prensa internacional no suele reparar en las condiciones específicas de la génesis del “modelo”, al
que le han sido dedicados varios libros cautivantes (5). Sin embargo, aquí “descentralización” no
rima con competencia entre territorios, hablar de la “participación” de los profesores no se resume en
la voluntad de incrementar sus horas de “presencia” en los establecimientos, y promover la
“moderación” del gasto no encubre el deseo de beneficiar a prestadores privados. “¡Olvídense del
PISA! –lanza Jukka Sarjala, uno de los artífices de la reforma escolar en la década de 1970–. Por
supuesto que estamos orgullosos de este reconocimiento de nuestro trabajo. Pero tenemos que mirar a
nuestro sistema como un todo y no puntualizar sobre tal o cual aspecto.”

Más que en una doctrina, el éxito finlandés encuentra sus raíces en la tradición política de los países
nórdicos, apegada a los logros concretos del Estado de Bienestar. El profesor Pasi Sahlberg,
convocado para develar la receta pedagógica en un estudio del canal de televisión estadounidense
PBS, el 10 de diciembre de 2010, responde con una amplia sonrisa: “Como saben, en nuestro país la
educación es gratuita para todos, ¡desde el preescolar hasta la Universidad!”. Con estos supuestos, se
hace muy difícil hacer comparaciones con el modelo estadounidense…

En Finlandia, la gratuidad no sólo se aplica a la enseñanza. Hasta los dieciséis años, la comunidad se
hace cargo de todos los materiales, así como del apoyo escolar, el almuerzo, los gastos de salud y el
transporte hasta el establecimiento del distrito. El financiamiento proviene en su mayoría de las
trescientas treinta y seis municipalidades, pero el Estado armoniza los recursos. Así como sólo
participa en un 1% del presupuesto escolar en la municipalidad más rica, Espoo (cerca de Helsinki),
en promedio provee el 33% de los recursos (6), y en las comunas pobres llega a aportar el 60%. El
gobierno también desalienta la apertura de escuelas privadas. En la década de 1970 desaparecieron
casi todas (menos del 2% de la planta docente, frente al 17% en Francia), salvo las escuelas
asociativas de pedagogías alternativas, del tipo Steiner o Freinet.

Esta prestación pública unificada no es particularmente onerosa, sino todo lo contrario. En términos
de paridad de poder adquisitivo, Finlandia gasta menos dinero por alumno en la educación primaria y
secundaria que la media de los países occidentales, y mucho menos que Estados Unidos o el Reino
Unido (7). Se hizo hincapié en la calidad de los directivos, el número y la formación de profesores: la
profesión docente se volvió muy respetada y codiciada, incluso cuando se requiere de una formación
larga (al menos cinco años de universidad, generalmente más) y aunque los sueldos siguen más o
menos la media occidental (8): al inicio de sus carreras son significativamente más altos que los
sueldos franceses (36% más en primaria, 27% en secundaria) y se equiparan hacia el final de la
carrera. Sólo uno de cada diez candidatos a la docencia llega a la meta. Además, se espera de los
profesores un compromiso tan fuerte que no es extraño que algunos confíen sus números de teléfono
o dirección de correo electrónico a los padres. Buena parte de la capacitación (mínimo un año) no se
dedica a los contenidos a transmitir, sino a la pedagogía: a la manera de transmitirlos.
La directora de la escuela primaria de Rauma, Ulla Rohiola, define su misión: “Tenemos el deber de
integrar a todos los niños. ¡Cada uno de ellos es importante!”. Cualquier discapacidad, diferencia,
dificultades sociales, afectivas o escolares, debe encontrar una respuesta. “Si te sentís cómodo en el
grupo y aprendés según tu nivel, no te frustrás –dice–. Cuando de forma cotidiana se tienen en cuenta
las necesidades de cada uno, un niño rápido puede convivir toda su escolaridad con un compañero
más lento.”

Mientras que el modelo internacional promueve los indicadores de rendimiento, las auditorías y las
clasificaciones, los educadores finlandeses defienden otro uso de las evaluaciones. Deben ser un
instrumento de reajuste de las herramientas o los métodos que sirven para el desarrollo de los
docentes y los niños, nunca una herramienta de control o competencia. Es por ello que las
evaluaciones se realizan por muestras y no a nivel nacional. Cada uno conoce sus resultados, pero no
los de las demás escuelas. Varias municipalidades han luchado contra los periódicos que querían
publicar clasificaciones. Y en los casos en los que los tribunales fallaron en contra del Estado, buena
parte de la prensa prefirió llamarse a silencio.

“En la década de 1990, se promovió la competencia entre las escuelas, incluso un legislador
conservador de Helsinki las invitó a hacer publicidad. Hoy en día, se comprendió que era un error”,
explica Susse Huhta, profesor de finés en Helsinki. Con la abolición del mapa escolar, la búsqueda de
las escuelas más prestigiosas, un fenómeno marginal en el interior, se impone en la capital, donde el
30% de los niños en la Clase 7 (13 años) no va al establecimiento de su barrio. Según Tuomas
Kurttila, director de la Liga de Padres, esto no hace más que responder al rápido crecimiento de la
desigualdad y la evolución social en Finlandia: “Nuestra política educativa corre el riesgo de
convertirse en una simple vitrina, mientras que nuestras políticas sociales se degradan. Los logros de
hoy se construyeron en las décadas de 1970 y 1980. Los logros del mañana se construyen hoy.
Todavía hay demasiados chicos que no cumplen con la escolaridad obligatoria. Soy optimista, pero
debemos permanecer atentos ante el aumento de las disparidades”. “Se le pide a la escuela que
responda a todos los problemas de la sociedad. Algo que muy difícilmente puede hacer”, añade Petri
Pohjonen, director del Ministerio de Educación.

Luego de dirigir durante mucho tiempo una escuela y después el Departamento de Educación de la
ciudad de Vantaa, cerca de Helsinki, Eero Väätäinen resume un sentimiento ampliamente compartido
entre los docentes finlandeses: “Debemos recordar que los niños no están en la escuela para rendir
exámenes. Vienen a aprender la vida, a encontrar su propio camino. ¿Acaso podemos medir la
vida?”. En el país europeo mejor ranqueado en los podios internacionales, se desconfía mucho de los
rankings.

1. OCDE, Résultats du Pisa 2009, seis volúmenes, OCDE, París, 2011.


2. Estadística de la OCDE, 2010.
3. “En visite en Finlande, Chatel prépare la rentrée et 2012”, Les Echos, París, 19-8-2011.
4. Terry Wrigley, “Growing up in Goveland: how politicians are wrecking schools”, Socialist
Review, Londres, julio/agosto de 2012.
5. Paul Robert, La Finlande: un modèle éducatif pour la France? Les secrets de la réussite, ESF
éditeur, 2008; Pasi Sahlberg, Finnish Lessons: What Can the World Learn from Educational Change
in Finland?
, Teachers College Press, 2011; Hannele Niemi, Auli Toom y Arto Kallioniemi, Miracle of
Education, The Principles and Practices of Teaching and Learning in Finnish Schools, Sense
Publishers, 2012.
6. Datos del Ministerio Nacional de Educación, Opetushallitus, agencia independiente encargada del
seguimiento de los programas y la evaluación de la enseñanza primaria y secundaria.
7. OCDE, Regards sur l’Éducation, 2010.
8. Idem.

Detrás de las noticias

El triunfo de la reforma

El modélico sistema educativo finlandés fue la obra de gobiernos de una coalición de centro e
izquierda.

“Al principio, no fue fácil defender la escuela única. Muchos todavía pensaban que era imposible
enseñar algunas materias a todos”, recuerda Jukka Sarjala, uno de los artífices de la implementación
de la reforma, que terminó su carrera en 2002 dirigiendo el Ministerio de Educación nacional.

En la década de 1960, el sistema educativo finlandés aún estaba basado en la selección de los
alumnos desde la temprana edad de 11 años. Mientras que muchas familias rurales u obreras estaban
condenadas a la repitencia, el fracaso escolar y el abandono, la elite garantizaba su reproducción
enviando a sus hijos a escuelas secundarias en su mayor parte privadas.

Ya durante la posguerra, el profesor Yrjö Ruutu, un socialista que estuvo a cargo del Ministerio de
Educación entre 1945 y 1950, había propuesto un espacio público unificado que garantizara la misma
educación para todos, entre los 7 y los 16 años. Pero sus proyectos se estancaron en la multiplicación
de los comités de reflexión. La masificación de la escuela durante la década siguiente cambió las
circunstancias. “Los agentes de cambio más importantes fueron los padres. Entendían bien que la
igualdad de oportunidades no estaba garantizada”, agrega Sarjala.

En 1966, llega al poder el Frente Popular Finlandés, que reúne a políticos de centro agrarios y a toda
la izquierda, con tres grandes proyectos de reforma: la salud, la jubilación y la educación. Esta
coalición, que sigue geometrías variables e integra por períodos la Liga Democrática del Pueblo
Finlandés (comunistas y aliados), gobierna hasta 1987 y construye pacientemente su reforma
educativa. La gran ley escolar se vota en 1968. Prevé la unificación de la escolaridad obligatoria en el
ámbito público y una formación mucho más profunda para los docentes. La nueva “escuela
fundamental” de nueve años se implementa a partir de 1972, comenzando por las regiones del norte y
luego progresivamente hacia el sur y Helsinki. La municipalización de las escuelas privadas permite
la anulación de sus deudas. “Algunos les dirán que nos inspiramos en Suecia y en la República
Democrática Alemana –prosigue Sarjala–. Pero teníamos nuestras propias ideas, con una exigencia:
en un pequeño país nórdico como Finlandia, no tenemos otra riqueza que el capital humano.
Necesitamos a todos”.

Muchos docentes de secundario al principio dudan o se oponen al cambio. Los dos principales
sindicatos se dividen. Pero cuando la reforma se muestra ineludible, una nueva generación promueve
la unidad. El Sindicato Único de la Educación (OAJ), fundado en 1974, cuenta hoy con el 96% de
adhesión entre los profesores. En 1984, entabla una pulseada con el gobierno por un nuevo estatuto
docente y una actualización salarial. Luego de un mes de huelga, logra su cometido y se impone
como un actor fundamental. “Los responsables políticos comprendieron que necesitaban de los
profesores para lograr la reforma”, explica Ritva Sema, una de los ciento veinticinco miembros
permanentes del sindicato de la educación.

La democratización de la enseñanza se implementó a la par de la descentralización del país. El


programa nacional – Opetussuunnitelma, en finés– desempeña un papel rector. La voluminosa
primera versión, publicada en 1970, describía en detalle todo lo que había que hacer en clase. El
segundo programa (de 1985) se contentaba con definir los objetivos y cada municipalidad redactaba
su propio documento respecto de la manera de alcanzarlos. A partir del tercer programa nacional
(1994), aun más corto, cada uno de los establecimientos redacta su propio cuadernillo para completar
el programa municipal. Hoy se está redactando el quinto programa nacional. En cada nivel, los
docentes, los universitarios y los padres se asocian estrechamente para su elaboración.

Ante la ola neoliberal

“Detrás del aparente consenso actual, los conservadores quieren que olvidemos que muchos de ellos
combatieron la reforma –señala Semi–. En la década de 1990, todo los favorecía. Por suerte, los
primeros resultados del PISA aparecieron como una especie de martillo para aplastar las ideas de los
conservadores, que desprestigiaban nuestras escuelas buscando imponer el regreso al sistema privado
y la competitividad”, precisa Eero Väätäinen. Ex responsable municipal de la Alianza de Izquierda,
este profesor especializado redacta una tesis sobre la resistencia del sistema educativo finlandés a la
ola neoliberal. Según él, la reforma pudo dar sus frutos gracias a su inscripción en el largo plazo, a un
consenso muy amplio, al peso del sindicato de los profesores, a la importancia de la ruralidad en la
vida política y a la descentralización. Por ejemplo, durante la gran crisis económica de 1991 a 1993,
los padres y los docentes pudieron presionar con mayor facilidad a las municipalidades que al
gobierno contra los recortes presupuestarios.

* Periodista
Traducción: Gabriela Villalba

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