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LA ELIMINACION DEL PECADO

Existen dos clases de rectitud que nos llegan como parte del pacto nuevo.
La primera es la rectitud imputada. Dios perdona soberanamente nuestros
pecados por medio de la sangre del Señor Jesús y nos imputa, o atribuye, la
rectitud de Jesús conforme nosotros ponemos nuestra fe en Él. En base a
nuestro arrepentimiento y a nuestra declaración de fe en Cristo, Dios nos
considera aceptables y agradables para estar ante Él. La eliminación del
pecado realiza la reconciliación entre el hombre y Dios. Quizás esta es la
razón por lo que los rabinos judíos lo llamaron el "Día" o el "Gran Día".
Dios proveyó el Día de la Expiación para evitar Su ira por los pecados ya
cometidos y garantizar Su presencia con Su pueblo.
El sacrificio de la primera cabra y el envío de la segunda para morir lejos en
el desierto, estaban destinadas a la limpieza de la nación, el sacerdocio, y el
santuario del pecado.
Cada sacrificio en el tabernáculo alcanzó su clímax en ese día. Algo quedo
sin hacer en el sacrificio diario y los rituales para cubrir el pecado. Sólo un
día del año, el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo y
reunirse con Dios ante el asiento de misericordia. Sólo en el Día de la
Expiación podría el representante de las personas entrar en el más solemne
lugar entre Dios y el hombre. Fue sólo con el sacrificio de sangre del animal
sustituto que Él podía entrar en nombre del pueblo y él mismo.
Cristo nos representó en Su muerte. Él es nuestro sustituto. Uno murió por
todos. Nuestro abogado ante el Padre en defensa de nuestro caso, con Su
sangre. Dios gentilmente proveyó el sacrificio perfecto por nuestros
pecados. Fue un acto de gracia de Dios para el hombre pecador. La muerte
de Jesucristo es lo que ofrece expiación por el pecador. Nosotros podemos
venir ante la presencia de Dios solamente por la sangre. La expiación de
Jesucristo es de una vez por todas, nunca se repite.

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