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El Papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas entre ellas: “Pacem in terris” y “Mater
et Magistra”. El 3 de enero de 1962 excomulgó a Fidel Castro y el 11 de octubre
de 1962 abrió el Concilio Vaticano II. Este Concilio cambiaría la cara del
Catolicismo: una nueva forma de celebrar la liturgia (más cercana a los fieles), un
nuevo ecumenismo y un nuevo acercamiento al mundo.
Desde la apertura del Concilio, el Papa indica la orientación de los objetivos: no
se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario
renovar la Iglesia para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos
tiempos (“aggiornamento”), buscar caminos de unidad de las Iglesias cristianas,
buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer diálogo con el mundo
moderno centrándose primero “en lo que nos une y no en lo que nos separa”. Al
Concilio fueron invitados como observadores, no sólo miembros de todas las
Iglesias cristianas (Ortodoxa, Protestantes y Evangélicas) sino de diversos credos
desde creyentes islámicos hasta indios americanos.
En Roma el 3 de junio de 1963 (cáncer de estómago), hacia las dos y cincuenta
de ese día, el Papa Juan XIII muere sin ver concluir su obra, a la que él mismo
consideraba “La Puesta al día de la Iglesia”. En la memoria de muchos, el Papa
Juan XXIII ha quedado como “el Papa bueno” o como “el Papa más amado de la
historia”.
El Papa Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de septiembre del 2000.
Su fiesta litúrgica sería el 11 de octubre, día de la apertura del Concilio Vaticano
II. Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.
También es honrado por muchas organizaciones protestantes como un
reformador cristiano. Tanto los anglicanos como los protestantes conmemoran a
Juan XXIII como un “renovador de la iglesia”.