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DEBATES INTERNOS Y EXTERNOS EN LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

por Leonardo González Galli

Debates internos (algunos)

La Teoría Sintética de la Evolución (TSE) tiene una fuerte impronta darwiniana, en el sentido de
que considera a la selección natural como la principal causa del cambio evolutivo. A partir de
mediados de la década de 1970 surgió un grupo de biólogos, liderados por los paleontólogos
estadounidenses Stephen Gould y Niels Eldredge, que ofreció una versión del proceso evolutivo
algo diferente a la ofrecida por la TSE. Esta propuesta fue presentada por sus autores como una
visión revolucionaria. Gould llegó incluso a declarar “el fin de la TSE”.
Podemos resumir esta crítica en tres ideas centrales:

(1) Se cuestiona el carácter gradual del cambio evolutivo,


(2) se cuestiona el poder de la selección natural para explicar los cambios evolutivos y
(3) se sostiene la existencia de procesos evolutivos que explican la macroevolución distintos de
aquellos que explican la microevolución.

La propuesta de Gould (conocida como teoría de los “equilibrios puntuados”) pretendió cuestionar
inicialmente el carácter gradual del cambio evolutivo a partir de una nueva interpretación del
registro fósil. La idea central era que las especies cambiaban poco o nada durante largos períodos
(“estasis”) y que, en determinado momento, tenía lugar un cambio relativamente rápido
coincidente con un evento de diversificación y especiación (surgimiento de dos especies a partir
de una única especie ancestral). Así, los conocidos vacíos del registro fósil no serían un accidental
resultado de su imperfección (tal como habitualmente se asume) sino una evidencia de un patrón
de cambio evolutivo no gradual. Esta idea pretendía contradecir el “gradualismo” propio de la
teoría darviniana.
A pesar de estas pretensiones revolucionarias, y de que esta corriente de pensamiento instaló una
serie de debates interesantes y necesarios en el seno de la TSE, de ningún modo resultó en el fin
de la versión ortodoxa que, como dijimos, aún hoy constituye la visión más consensuada del
proceso evolutivo. Autores como Richard Dawkins (1988) sostienen que la única interpretación
aceptable de esta propuesta de Gould es que la velocidad del cambio evolutivo no es constante,
aunque el cambio sigue siendo gradual. El darwinismo no está comprometido con una velocidad
uniforme de cambio, por lo que, según la visión de Dawkins, la teoría de los equilibrios puntuados
no constituye más que un interesante matiz de la TSE que nada tiene de revolucionario.
Este mismo grupo de biólogos cuestionó, como dijimos, el poder de la selección natural y
denunció los excesos de los “adaptacionistas” quienes (según Gould y quienes lo acompañaban)
atribuían la evolución de cualquier rasgo a la selección natural, inventando para ello “historias” sin
fundamentos sobre las ventajas adaptativas del rasgo en cuestión. Estos críticos destacan en
cambio las restricciones al poder de la selección natural impuestas por la estructura que ya
poseen los organismos, el papel de la contingencia en la evolución y señalan que muchos rasgos
no son el producto de la selección natural.
Gould y el genetista Richard Lewontin (Gould y Lewontin, 1979) materializaron esta crítica en un
artículo clásico llamado “The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm”. Gould
popularizó su visión de la evolución en numerosos ensayos publicados inicialmente en la revista
Natural History y luego reunidos en una serie de populares libros, de los cuales “El Pulgar del
Panda” (Gould, 1994) es uno de los más conocidos.
Dawkins y otros responden que el darwinismo no afirma que todos los rasgos son adaptaciones,
sino que la selección natural es el único mecanismo capaz de explicar la existencia de aquellos
rasgos que sí son adaptaciones y que esta es la principal tarea de toda teoría evolutiva.
Gould también propone que los cambios macroevolutivos (surgimiento de nuevas especies y de
nuevos grupos como los cordados, los artrópodos, etc.) son consecuencia de mecanismos
distintos de aquellos que explican los cambios microevolutivos (los cambios que sufre una
población). Así, la selección natural sería el principal mecanismo que opera a nivel microevolutivo
pero sería menos relevante a nivel macroevolutivo.
En su último libro Gould (2004) expone en forma global su visión de la evolución. Según este autor
los tres rasgos centrales de la lógica darviniana son:

1- La identificación del organismo individual como el locus causal del mecanismo selectivo.
2- La identificación de la selección natural como la fuerza creativa primaria en la creación de
novedades evolutivas.
3- La extrapolación de los mecanismos microevolutivos para explicar toda la diversificación
de las formas de la vida.

Para el autor la TSE está siendo sometida a un proceso de revisión y reformulación donde (1) es
reemplazada por un relato jerárquico, que reclama atender a los procesos y mecanismos propios
de cada nivel de integración (genes, individuos, especies, etc.), (2) es reemplazado por una
interacción más compensada entre causas externas y constricciones internas (o estructurales)
tratadas como canales positivos y no como meras limitaciones y (3) es reemplazada por un
modelo de modalidades de cambio diferenciadas pero interactivas, cada una con su escala de
tiempo característica.

Podemos considerar esquemáticamente que, tras este “ataque” a la TSE, los biólogos
evolucionistas quedaron divididos en dos grupos que difieren en la importancia relativa y el “poder”
que conceden a la selección natural. Por un lado, tenemos al grupo liderado por Gould y Lewontin
que destaca las limitaciones de la selección natural y reclama una visión más pluralista del
proceso evolutivo. Por otro lado, tenemos a un grupo que destaca la importancia de la selección
natural como el mecanismo más relevante para las explicaciones evolutivas. El más conocido
entre los representantes de esta visión, que suele calificarse peyorativamente como
“ultradaptacionismo” o “ultradarwinismo”, es el evolucionista inglés Richard Dawkins (Ruse, 2000).
Por último, señalemos que la disputa entre estas posturas se relaciona también con el debate en
relación con el nivel en que actúa la selección natural. Este debate gira en torno de la pregunta
¿Qué es lo que la selección natural selecciona? ¿Individuos, grupos, especies, genes? Darwin
privilegió el nivel individual; es decir, la selección natural selecciona individuos. Posteriormente,
sin embargo, otros biólogos elaboraron explicaciones según las cuales lo que se selecciona son
los grupos y no los individuos. A esta visión de la selección natural se la denominó “selección de
grupos” y afirmaba que la selección natural favorece aquellos rasgos de los individuos que
optimizan la supervivencia del grupo (a veces en detrimento de la supervivencia del propio
individuo),lo que permitía explicar la evolución de ciertos rasgos, que parecían contradecir al
darwinismo, como las conductas altruistas de los animales que implican una desventaja desde el
punto de vista inmediato del individuo altruista. Esta visión fue defendida con particular fuerza por
el biólogo Wynne Edwards quien sugirió que las poblaciones presentan mecanismos para
controlar su tamaño que implican un sacrificio de la reproducción de los individuos.
En la década de 1970 esta propuesta fue dura y eficazmente cuestionada por algunos biólogos,
entre los que se destacó Georges Williams. Estos críticos demostraron que la selección individual
superaría la selección grupal siempre que los “intereses” de ambos niveles entraran en conflicto.
La crítica no se detuvo allí, sino que avanzó con la propuesta de que la unidad de selección es, no
ya el individuo, sino el gen. Esta visión centrada en el gen permitió el desarrollo de ciertos
modelos (“selección por parentesco” y “altruismo recíproco”) que lograron dar cuenta de la
evolución del altruismo con gran solvencia y en ella se funda en gran medida la sociobiología.
Richard Dawkins popularizó esta perspectiva en su conocido libro “El gen egoísta”. Como cabría
esperar, Gould rechazó esta visión de la selección natural centrada en el gen para defender
primero la visión del darwinismo clásico centrada en el individuo y luego la visión jerárquica que
reclama en su último libro y que implica reconocer que la selección puede operar simultáneamente
en todos estos niveles.
Debates externos. La sociobiología
La reacción adversa que ha despertado esta línea de investigación (comentada en un apartado
anterior) puede entenderse si se considera que las posiciones políticas relacionadas con el
denominado “darwinismo social”1 tienen una larga (y triste) historia, con un gran apogeo a fines del
siglo XIX. Estas ideas fueron formuladas por el filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903) y por
el sociólogo norteamericano William Graham Sumner (1840-1910), entre muchos otros
incluyendo, en cierto modo, al propio Darwin. Uno de los corolarios de esta filosofía política es que
no es racional invertir recursos públicos en asistir a los pobres ya que estos son pobres en virtud
de sus características diferenciales y hereditarias, por lo que siempre habrá una proporción de la
población que estará en esa condición. Otra conclusión que se sigue de este razonamiento es que
al permitir o favorecer la reproducción de las personas con rasgos “indeseables” estaríamos
favoreciendo una suerte de “degeneración” genética de la humanidad. Dice Michael Ruse (1994):
“De esta forma, el éxito sin trabas de los que triunfan es considerado una cosa moralmente
buena. De forma análoga, las consecuencias desastrosas de la vida para los que pierden son
consideradas, en el peor de los casos, una maldad necesaria; en el mejor de ellos, una limpieza
saludable de la especie humana.” La idea, directamente relacionada con el darwinismo social,
según la cual hay que restringir la reproducción de las personas con ciertos rasgos “indeseables”
para mejorar genéticamente a la humanidad se denomina “eugenesia” (término acuñado por
Francis Galton (1822-1911), primo de Charles Darwin). Desgraciadamente, estas ideas no
limitaron su influencia en los ámbitos académicos sino que también influyeron en quienes toman
decisiones políticas y resultaron, por ejemplo, en la esterilización de delincuentes y “débiles
mentales” en Canadá, los países escandinavos, treinta estados de los Estados Unidos y
Alemania. La ideología nazi también recurrió a estos razonamientos para legitimar sus prácticas
racistas (Pinker, 2003).
Ninguno de los representantes de la sociobiología a suscrito a estas ideas, pero sus críticos han
sostenido que la distancia entre el darwinismo social y la sociobiología es peligrosamente corta
(Lewontin et al., 1996). Más allá de nuestra opinión en relación con esta polémica (para una
discusión del tema puede consultarse Ruse, 1989 y Pinker, 2003) la citamos como un ejemplo de
cómo la teoría evolutiva tiene múltiples derivaciones que afectan directamente cuestiones por
demás delicadas y relevantes para toda la sociedad.

Bibliografía citada
Dawkins, R. 1988. El relojero ciego. Madrid: Labor.
Gould, S. J. 2004. La Estructura de la Teoría de la Evolución. Barcelona: TusQuets.
Gould, S. 1994. El pulgar del panda. Barcelona: Crítica.
Gould, S. y Lewontin, R. 1979. The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm. Proc.
R. Soc. Lon. B 205:581-598.
Lewontin, R., Rose, S. y Kamin, L. 1996. No está en los genes. Crítica del racismo biológico.
Barcelona: Grijalbo-Mondadori.
Pinker, S. 2003. La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana. Barcelona: Paidós.
Ruse, M. 2000. Teleology: Yesterday, Today, and Tomorrow? Stud. Hist. Phil. Biol. & Biomed. Sci.
31 (1), pp. 213-232.
Ruse, M. 1994. Tomándose a Darwin en serio. Barcelona: Salvat.
Ruse, M. 1989. Sociobiología. Madrid: Cátedra.

1
Tal vez sería más adecuado, sin embargo, hablar de “spencerianismo social”, ya que el propio
Darwin fue bastante cauto en su apreciación de estas ideas (Pinker, 2003; Ruse, 1994).

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