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LA DISCIPLINA DE DIOS

Lectura bíblica: He. 12:4-13


I. LA ACTITUD DE LOS QUE SE SOMETEN A LA DISCIPLINA
A. En la lucha contra el pecado aún no hemos resistido hasta la sangre
Examinemos Hebreos 12:4-13 detenidamente.
El versículo 4 dice: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el
pecado”. El apóstol dice que los creyentes hebreos habían luchado contra el pecado, pero
aunque habían sufrido mucho, afrontado muchas dificultades y problemas, y soportado
mucha persecución, todavía no habían resistido hasta la sangre. Si comparamos estos
sufrimientos con los de nuestro Señor, veremos que son bastante leves. El versículo 2 nos
dice que el Señor Jesús menospreció el oprobio y sufrió la cruz. Lo que los creyentes sufren
no se puede comparar con lo que el Señor sufrió. El Señor Jesús menospreció el oprobio y
sufrió la cruz hasta el punto de derramar Su sangre. Aunque los creyentes hebreos habían
sufrido y llevado la cruz, no habían combatido hasta la sangre.
B. ¿Por qué sufrimos?
¿Qué debe esperar una persona después de ser salva? No debemos dar falsas esperanzas a
los hermanos. Debemos mostrarle que encontraremos muchos problemas. Sin embargo, el
propósito y el designio de Dios están detrás de todo ello. Podemos contar con que
enfrentaremos muchos problemas y tribulaciones, pero ¿cuál es el propósito y la razón que
yace detrás de todas estas tribulaciones? A menos que el Señor nos conceda el privilegio de
convertirnos en mártires, probablemente no tendremos la oportunidad de luchar contra el
pecado “hasta la sangre”. Aunque no resistamos hasta la sangre, lo importante es que
estamos resistiendo. ¿Por qué nos suceden estas cosas a nosotros?
C. No desmayar ni
menospreciar la disciplina
Los versículos 5 y 6 dicen: “Y habéis olvidado por completo la exhortación que como a hijos
se os dirige, diciendo: `Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes
cuando eres reprendido por El; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo
que recibe’”.
El apóstol citó en esta porción el libro de Proverbios, que está en el Antiguo Testamento.
Dijo que si el Señor nos disciplina, no debemos menospreciar la disciplina como algo sin
importancia, y si el Señor nos reprende, no debemos desmayar. Así debe reaccionar el
creyente. Algunos consideran triviales las dificultades, los sufrimientos y la disciplina que
Dios le manda. No les prestan ninguna atención ni lo evalúan, y la disciplina que Dios les
administra pasa desapercibida para ellos. Otros desmayan cuando el Señor los reprende y
los tiene en Sus manos. Piensan que ya han sufrido demasiado como cristianos en medio de
sus circunstancias y que la vida cristiana es muy difícil. Quieren que el camino sea suave.
Tienen la idea de que entrarán por puertas de perla y caminarán por calles de oro con
vestiduras de lino blanco. No se les ocurre que los cristianos experimentan toda clase de
dificultades. No están preparados para ser cristianos en tales circunstancias. Desmayan y
tambalean ante las dificultades que encuentran en el camino. El libro de Proverbios nos
muestra que ambas actitudes son incorrectas.
D. No menospreciar
la disciplina del Señor
Los hijos de Dios no deben menospreciar la disciplina del Señor. Si el Señor nos disciplina,
debemos prestar mucha atención. Todo lo que el Señor nos asigna, nos lo asigna con un
propósito específico. El desea edificarnos por medio de nuestras experiencias y
circunstancias. El nos disciplina con el propósito de perfeccionarnos y santificarnos. La
disciplina que trae sobre nosotros forja Su naturaleza en nosotros. Como resultado,
adquirimos un carácter disciplinado. Este es el propósito de la disciplina del Señor. El no nos
castiga sin motivo. Nosotros no sufrimos al azar. Dios no nos hace pasar por tribulaciones
simplemente para hacernos sufrir. El propósito de todos nuestros sufrimientos es que
podamos participar de la naturaleza y la santidad de Dios. Esta es la meta de la disciplina.
Muchos hijos de Dios han sido salvos durante ocho o diez años; sin embargo, nunca dicen:
“El Señor me está disciplinando, corrigiendo, castigando y moldeando para hacerme un
vaso”. No ven el propósito que Dios tiene al castigarlos, disciplinarlos y esculpirlos. Pasan
ciegamente por sus experiencias. No se preguntan acerca de lo que atraviesan hoy, y lo
dejan pasar inadvertidamente; no les incomoda lo que ven al día siguiente, y no se
preguntan cuál es la voluntad de Dios, y continuamente la desatienden. Les parece que Dios
hace sufrir a la gente por crueldad. Tengan presente que la primera reacción de los hijos de
Dios debe ser respetar y honrar la disciplina de Dios. Lo primero que debemos hacer cuando
experimentemos algo, es encontrar el significado: ¿Por qué sucede esto? Debemos
aprender a honrar y respetar la disciplina de Dios. No debemos tenerla en poco, es decir, no
debemos ser descuidados acerca de ella, pues en tal caso indicamos que Dios puede hacer
lo que desee y nosotros simplemente lo aceptamos sin entenderlo, pues nos parece que lo
que El hace no tiene ningún objetivo.
Por una parte, no debemos menospreciar la disciplina; por otra, no debemos hacer
demasiado escándalo al respecto. Si la vida cristiana se convierte exclusivamente en una
historia de sufrimiento e incomodidades, nos desanimaremos mucho. A esto me refiero
cuando digo que podemos exagerar la nota al centrarnos en la disciplina. Debemos
aprender a aceptar la disciplina del Señor y comprender que la disciplina que nos inflige y el
oprobio que llevamos siempre tienen un propósito. Así que, no debemos desanimarnos
cuando somos disciplinados.
II. EL SEÑOR DISCIPLINA AL QUE AMA
El versículo 6 dice: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que recibe”. Esta es
una cita de Proverbios, la cual revela el propósito por el cual el Señor nos disciplina.
A. La disciplina es dispuesta por el amor
Dios no disciplina a la gente del mundo. El solamente corrige a los que ama. El nos disciplina
porque nos ama y desea hacernos vasos Suyos. Dios no disciplina a todo el mundo, pero sí
corrige a Sus propios hijos porque los ama. Por consiguiente, la disciplina es la provisión que
el amor de Dios nos asigna. El amor dispone nuestras circunstancias. A esta disposición la
llamamos disciplina. El amor regula todo lo que nos sobreviene y ordena las cosas con las
que nos encontramos en nuestra vida cotidiana. Esta dosificación es la disciplina. La
disciplina nos trae un gran beneficio porque nos conduce a la meta más excelsa de la
creación.
“Y azota a todo hijo que recibe”. Todos los que son azotados tienen una base sólida para
afirmar que Dios los recibió. Los azotes no indican que Dios nos rechaza; al contrario, son
una evidencia de que El nos ha aceptado. Repito que Dios no corrige a todo el mundo; El
desea dedicar Su tiempo a Sus hijos, a quienes ama y ha recibido.
B. La disciplina es la educación que el Padre da
Una vez que uno es salvo, usted debe prepararse a aceptar la disciplina de Dios. Si uno no es
hijo de Dios, El lo deja sin castigo y permite que uno lleve una vida indisciplinada y tome su
propio camino. Pero cuando uno acepta al Señor Jesús como Salvador y nace de Dios, tiene
que prepararse para ser disciplinado. Ningún padre disciplina al hijo de otro; a ningún padre
le preocupa si el hijo del vecino es buen hijo o un mal hijo, pero sí disciplina específicamente
a sus propios hijos; es estricto con su hijo según la norma que él haya aprendido. Un padre
no disciplina a su hijo sin propósito ni al azar. Adiestrará a su hijo según ciertos principios,
como por ejemplo, honestidad, diligencia, paciencia y nobles aspiraciones. El padre tiene un
plan definido al disciplinar a su hijo y lo moldea para que desarrolle cierto carácter. Del
mismo modo, desde el día que fuimos salvos, Dios ha estado operando en nosotros según
un plan definido. El desea que aprendamos ciertas lecciones a fin de que seamos
conformados a Su naturaleza y que seamos como El. Por esta causa, el dispone las cosas,
nos disciplina y nos castiga. Su meta es hacernos cierta clase de personas.
Al comienzo de la vida cristiana, todo hijo de Dios debe darse cuenta de que Dios ha
preparado muchas lecciones para él y ha tomado las medidas necesarias disponiendo las
circunstancias, las experiencias y los sufrimientos, con el propósito de producir cierto
carácter. Esto es lo que Dios hace hoy, y lo lleva a cabo haciéndonos pasar por toda clase de
circunstancias.
Desde el momento mismo en que somos salvos, tenemos que reconocer la mano de Dios, la
cual nos guía en toda circunstancia. Las situaciones difíciles y los azotes que Dios ha
dispuesto para nosotros, llegarán. Tan pronto nos salgamos del camino recto, su mano
estará sobre nosotros y nos herirá para hacernos volver al camino. Todo hijo de Dios debe
estar preparado para aceptar la mano disciplinaria de Dios. Dios nos disciplina porque
somos Sus hijos. El no derrocha esfuerzos en los demás, pues no disciplina a quienes no son
Sus hijos amados. Los azotes y la disciplina expresan el amor y la aceptación de Dios.
Solamente los cristianos pueden participar de los azotes y la disciplina de Dios.
C. La disciplina no es un castigo sino una gloria
Nosotros recibimos disciplina, no castigo. El castigo es la retribución por nuestros errores,
mientras que la disciplina tiene el propósito de educarnos. Somos castigados por haber
hecho algo malo y, por ende, corresponde al pasado. La disciplina también se relaciona con
nuestros errores, pero se aplica con miras al futuro. La disciplina conlleva el elemento de
futuro y tiene un propósito. Fuimos llamados a permanecer en el nombre del Señor; le
pertenecemos a El. Tenemos que estar preparados ahora para permitir que Dios nos haga
vasos de gloria para El. Puedo decir con confianza que Dios desea que cada uno de Sus hijos
lo glorifique en ciertas áreas. Todo hijo de Dios lo debe glorificar. Sin embargo, cada uno lo
hace de diferente manera. Podemos glorificar a Dios en las diferentes circunstancias. Así,
Dios es glorificado de una manera completa. Cada cual tiene su porción en su área
específica. Dios desea crear cierto carácter en nosotros que lo glorifique a El. Nunca hemos
visto que un hijo de Dios haya sido exento de la mano disciplinaria de Dios, la cual lleva a
cabo lo que El dispuso.
D. Desconocer la disciplina es una gran pérdida
Los hijos de Dios verdaderamente experimentarán una gran pérdida si no entienden la
disciplina. Muchas personas durante años llevan vidas llenas de necedad a los ojos de Dios.
Les es imposible avanzar. No tienen idea de lo que el Señor desea hacer en ellos. Andan
según sus propios deseos y vagan en el desierto, sin restricción y sin rumbo. Dios no actúa
de esta manera. El tiene un propósito en todo lo que hace y actúa con el propósito de
moldear un carácter sólido en nosotros para que podamos glorificar Su nombre. Toda
disciplina tiene el fin de hacernos avanzar en este camino.
III. SOPORTAMOS
POR CAUSA DE LA DISCIPLINA DE DIOS
El apóstol citó Proverbios cuando se dirigió a los creyentes hebreos. En el versículo 7, explica
la cita de Proverbios que consta en los versículo 5 y 6, diciendo: “Es para vuestra disciplina
que soportáis”. En el Nuevo Testamento ésta es la primera explicación que hallamos del
tema y es un pasaje crucial. Aquí el apóstol nos muestra que soportar, padecer y
experimentar la disciplina son la misma cosa. Dios está aplicándonos Su disciplina. Se nos
muestra que experimentar esta disciplina equivale a soportar. Soportamos teniendo en mira
la disciplina.
A. Los sufrimientos son la disciplina
que Dios nos aplica
Quizás algunos se pregunten: “¿Qué es la disciplina de Dios? ¿Por qué nos disciplina?” Los
versículo 2-4 hablan de sufrir la cruz, menospreciar el oprobio y combatir contra el pecado;
mientras que los versículos 5-6 nos presentan la disciplina y los azotes. ¿Qué relación existe
entre estas dos cosas? ¿Qué son la disciplina y los azotes mencionados en los versículos 5-6,
y qué son el oprobio, la aflicción y el combate contra el pecado, que constan en los
versículos 2-4? El versículo 7 es la conclusión de los versículos 2-6 y nos muestra que lo que
soportamos es la disciplina de Dios. Así que, los sufrimientos, el oprobio y las aflicciones, son
parte de la disciplina de Dios. Aunque nuestra resistencia en contra del pecado no haya
llegado hasta la sangre, aún así, la tribulación y los padecimientos que atravesamos son
parte de la disciplina de Dios.
¿Cómo nos disciplina Dios? Su disciplina se relaciona con todo aquello que El hace que
experimentemos y con todo lo que El nos dice que soportemos. La disciplina de Dios no es
algo diferente a esto; es aquello que tenemos que afrontar todos los días, como por
ejemplo, palabras que nos ofenden, rostros duros, lenguas hirientes, respuestas ásperas y
mordaces, críticas infundadas, problemas inesperados, oprobios, acciones irresponsables
que nos afectan y otros problemas serios que surgen en la familia. Algunas veces pueden ser
enfermedades, pobreza, aflicción o dificultades. Nos encontramos con muchas
circunstancias y soportamos muchas cosas. El apóstol dijo que todo esto constituye la
disciplina del Señor, y nosotros lo soportamos por causa de nuestra disciplina.
B. Ninguna experiencia es casualidad
La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo debemos responder cuando alguien nos mira
mal? Si esa mirada es parte de la disciplina de Dios, ¿cómo debo reaccionar? Si nuestro
negocio fracasa debido a la negligencia de otros, ¿cómo vamos a reaccionar? Si Dios usa la
poca memoria de otra persona para disciplinarnos, ¿qué debemos hacer? Si nos
enfermamos por el descuido de otra persona que nos contagia su mal, ¿cómo debemos
afrontarlo? Si todo se nos viene encima y nos rodean las desgracias, ¿qué diremos? Si todo
nos sale mal por causa de la disciplina de Dios, ¿qué vamos a hacer? Hermanos y hermanas,
nuestra respuesta a todas estas cosas determinará nuestra condición. Podemos considerar
todas las cosas en nuestro ambiente como simple casualidad, o podemos considerarlas
como la disciplina de Dios; éstas son dos actitudes completamente diferentes. Lo que el
apóstol presenta aquí es muy claro. El dice que soportamos por causa de la disciplina. No
crea que estas cosas intolerables no son parte de la disciplina de Dios. No piense
neciamente que son mera coincidencia. Debemos tener presente que Dios dispone todas
nuestras circunstancias diarias y las dosifica para aplicárnoslas como disciplina.
C. Dios disciplina a Sus hijos
El versículo 7 añade: “Dios os trata como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre
no disciplina?” Lo que experimentamos cotidianamente es la disciplina de Dios. Todas las
circunstancias que atravesamos son parte de la disciplina que Dios nos aplica por ser Sus
hijos. Tengan presente que la disciplina no tiene como fin afligirnos, pues es la manera en
que Dios nos honra. Muchos tienen el concepto erróneo de que Dios los castiga porque
desea torturarlos. ¡No! Dios nos disciplina porque desea honrarnos y porque somos Sus
hijos. ¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? ¡Dios nos honra con Su disciplina!
Puesto que somos hijos de Dios, debemos ser disciplinados. Dios nos castiga para que
podamos recibir la bendición y la gloria. No pensemos que Dios nos atormenta. Ya que El es
nuestro Padre, nos disciplina.
D. Reconozcamos la mano del Padre
Vemos un gran contraste entre una persona que comprende que sus circunstancias son
dispuestas por Dios y una que no; aquélla verá su experiencia de diferente manera a ésta. Si
alguien me golpea con su bastón, yo tal vez discuta con él o le arrebate el bastón, y lo
quiebre y se lo arroje en la cara. Esta reacción es perfectamente justa. Pero si es mi padre
quien me castiga con el bastón, ¿puedo arrebatárselo, quebrarlo y tirárselo en la cara? Yo
no puedo hacer eso. Por el contrario, hasta cierto punto nos sentimos honrados de que
nuestro padre nos discipline. La señora Guyón decía: “Besaré el látigo que me castiga y la
mano que me abofetea”. No olviden que es la mano del Padre y la vara del Padre. Esto es
diferente. Si fuera alguna experiencia ordinaria, no perderíamos nada al resistirla. Pero éste
no es un encuentro ordinario; es la mano de Dios y el castigo de Dios, cuya meta es
hacernos partícipes de Su naturaleza y carácter. Una vez que vemos esto, no
murmuraremos ni nos quejaremos. Cuando nos damos cuenta de que es el Padre quien nos
está disciplinando, nuestra actitud cambia. Nuestro Dios nos trata como a hijos. Es un honor
que El nos discipline.
E. La disciplina demuestra que somos hijos
El versículo 8 dice: “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes,
entonces sois bastardos, y no hijos”. Recordemos que la disciplina es la evidencia de que
uno es un hijo. Los hijos de Dios son disciplinados por El, pero aquellos que quedan sin
disciplina, no son Sus hijos. Uno no puede demostrar que es hijo de Dios si no es
disciplinado por El. La disciplina que se recibe es la constancia de que se es hijo.
Todos los hijos son participantes de la disciplina. Todo hijo de Dios debe ser disciplinado, y
usted no es la excepción. A menos que uno sea un hijo natural o adoptado o comprado,
debe aceptar la misma disciplina. Aquí las palabras del apóstol son muy directas. Todos los
hijos participan de la disciplina. Si uno es hijo de Dios no debe esperar un trato diferente,
pues todos son tratados de la misma manera. Todos los que vivieron en tiempos de Pablo o
de Pedro experimentaron esto. Lo mismo se aplica en la actualidad, en cualquier país del
mundo. Nadie está exento. Uno no puede tomar un camino por el cual otro hijo de Dios
nunca ha andado. Ningún hijo de Dios ha tomado un camino en el que no se encuentre con
la disciplina. Si un hijo de Dios es lo suficientemente insensato como para pensar que puede
navegar sin contratiempo alguno en su vida y en su trabajo, y que puede escapar de la
disciplina de Dios, da a entender que es bastardo, que no es un verdadero hijo. Debemos
comprender que la disciplina es la señal y la evidencia de que somos hijos de Dios. Quienes
no son disciplinados son bastardos, o pertenecen a otras familias y no a la familia de Dios. Si
Dios no nos disciplina, eso quiere decir que no pertenecemos a Su familia.
Permítanme mencionarles algo que vi en cierta ocasión. Quizá no sea muy profundo, pero
sirve de ejemplo. Cinco o seis niños bulliciosos estaban jugando y estaban cubiertos de lodo.
Cuando la madre de tres de ellos vino los castigó y les prohibió que fueran a ensuciarse de
nuevo. Uno de ellos le preguntó: “¿Por qué no castigaste a los demás?” La madre contestó:
“Porque no son hijos míos”. Ninguna madre disciplina a los hijos de otras personas. ¡Sería
terrible que Dios no nos disciplinara! ¡Aquellos que no son castigados son bastardos, no
hijos! Nosotros creímos verdaderamente en el Señor. Desde el primer día de nuestra vida
cristiana, hemos recibido azotes. No podemos ser hijos de Dios y prescindir del castigo. No
podemos recibir la filiación de Dios sin recibir Su castigo. Estas dos cosas van juntas. ¡No
podemos recibir la filiación sin aceptar la disciplina! Todos los hijos deben ser disciplinados,
y nosotros no somos la excepción.
IV. NOS SOMETEMOS A LA DISCIPLINA
DEL PADRE DE LOS ESPIRITUS
Leemos en el versículo 9: “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos
disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de
los espíritus, y viviremos?” El apóstol hace notar que nuestros padres carnales nos
disciplinaban y los respetábamos. Reconocíamos que la disciplina era correcta y la
aceptábamos. ¿No es mucho mejor someternos al Padre de los espíritus y vivir?
Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y ésta produce sumisión.
Debido a que somos hijos, experimentamos la disciplina; puesto que ésta nos es aplicada,
produce en nosotros sumisión. Dios ordena todas nuestras circunstancias con el propósito
de adiestrarnos. Nos encierra, de tal manera que no tenemos más remedio que seguir Su
camino.
A. Nos sujetamos a Dios en dos asuntos
Debemos obedecer a Dios en dos asuntos: obedecer Sus mandamientos y obedecer Su
corrección. Por una parte, tenemos que obedecer la palabra de Dios, Sus mandamientos;
tenemos que obedecer los preceptos que constan en la Biblia. Por otra parte, nos debemos
sujetar a lo que Dios hace en nuestras circunstancias. Debemos hacer caso al castigo que
nos inflige. En muchas ocasiones, es suficiente obedecer la palabra de Dios. Pero hay casos
en los que también tenemos que sujetarnos a la disciplina de Dios. El ha dispuesto muchas
cosas en nuestro ambiente, y nosotros debemos aprovechar esto y aprender las lecciones
que ellas nos ofrecen. Este es el beneficio que Dios ha establecido para nosotros. El desea
guiarnos por el camino recto. Debemos aprender a obedecer no solamente Sus
mandamientos, sino también Su disciplina. No es fácil obedecer la disciplina de Dios, pero
nos pone en el camino recto.
La obediencia no es una simple palabra. Muchos hermanos preguntan: “¿A qué tengo que
obedecer?” La respuesta es simple. Podemos pensar que no tenemos que obedecer nada,
pero cuando Dios nos disciplina un poquito, inmediatamente procuramos escapar. Es
extraño que muchas personas parecen no tener ningún mandamiento que obedecer.
Recuerden que cuando la mano disciplinaria de Dios está sobre nosotros, debemos
obedecer. Algunos pueden preguntarse: “¿Por qué no nos referimos a la mano de Dios
como la mano que guía? ¿Por qué llamarla la mano que nos disciplina? ¿Por qué no decir
que Dios nos guía por todo el camino, en lugar de decir que El nos castiga?” Dios sabe cuán
terrible es nuestro mal genio, y nosotros también lo sabemos. Hay muchas personas que
nunca obedecerían sin la debida disciplina.
B. Aprendemos la obediencia
por medio de la disciplina
Debemos estar conscientes de la clase de personas que somos a los ojos de Dios. Somos
rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños traviesos, que no obedecen a
menos que el padre tenga una vara en la mano. Todos nosotros somos iguales. Algunos hijos
nunca obedecen a menos que se les regañe o azote. Se les tiene que dar una azotaina para
que hagan caso. Tengan presente que nos estamos refiriendo a nosotros mismo. Sólo
prestamos atención cuando se nos castiga. Si no se nos azota, seguimos orondos. Por esta
razón, la disciplina es absolutamente necesaria. Deberíamos conocernos a nosotros mismos;
no somos tan simples como pensamos. Unos buenos azotes tal vez no nos cambien mucho.
El apóstol nos mostró que el fin del castigo es hacernos humildes y obedientes. El dijo: “Nos
someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos”. La sumisión y la
obediencia son virtudes indispensables. Debemos aprender a obedecer a Dios y decir: “Dios,
estoy dispuesto a someterme a Tu disciplina. Todo lo que Tú haces es correcto”.
V. LA DISCIPLINA NOS
BENEFICIA A NOSOTROS
El versículo 10 dice: “Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía”. Con
frecuencia los padres disciplinan a sus hijos de una manera indebida, porque los disciplinan
según sus propios intereses. No se obtiene mucho beneficio de esta clase de disciplina.
Dios nos disciplina “para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad”. Este
no es un castigo motivado por el enojo sólo a modo de retribución. La disciplina y la
reprensión de Dios no son simplemente un castigo, pues tiene carácter constructivo, y su
objetivo es nuestro beneficio. El propósito de la disciplina no es causarnos daño. La herida
que nos inflige produce algo y logra un propósito. Dios no nos castiga simplemente porque
hayamos hecho algo malo. Este concepto está circunscrito a la esfera de la ley y los
tribunales.

A. Partícipes de la santidad de Dios


¿Qué beneficio tenemos de esta disciplina? Llegamos a ser partícipes de la santidad de Dios.
¡Esto es glorioso! La naturaleza de Dios es santidad. También podemos decir que Su carácter
es santidad. Es por esto que El se vale de muchas formas para disciplinar a Sus hijos. Desde
que creímos en el Señor, Dios nos ha estado disciplinando. El nos disciplina con el propósito
de que participemos de Su santidad, su naturaleza y Su carácter. La Biblia habla de
diferentes clases de santidad. En Hebreos se refiere específicamente al carácter de Dios.
Que Cristo sea nuestra santidad, es una cosa, pero que nosotros seamos santificados en El,
es otra. La santidad de la que se habla aquí se forja en nosotros; no es un don que
recibamos repentinamente, y se relaciona con nuestra constitución. Esto es algo que hemos
recalcado por años. Significa que Dios forja algo en nosotros de una manera gradual. La
santidad que se menciona aquí es forjada en nosotros por medio de la disciplina, de azotes y
de la obra diaria que Dios realiza en nuestro interior. Su disciplina y operación tienen el
propósito de hacernos partícipes de Su santidad.
Después de sufrir un leve castigo, participamos de Su santidad. Después de sufrir más
corrección, recibimos más santidad. Si permanecemos bajo la disciplina de Dios,
conoceremos gradualmente lo que es santidad. Si continuamos bajo la disciplina de Dios, Su
santidad se forjará gradualmente en nuestro carácter. Si permanecemos bajo la disciplina de
Dios hasta el final, seremos santos en nuestro carácter. ¡Nada es tan crítico como esto!
Tengamos presente que la disciplina forja el carácter de Dios en nuestro ser. Toda disciplina
tiene un resultado, y nosotros debemos cosechar los frutos de ella. Que el Señor tenga
misericordia de nosotros para que Su disciplina siempre repose sobre nosotros y produzca
cada vez más santidad, más lecciones aprendidas y más constitución de Dios. ¡La santidad se
debe incrementar continuamente en nosotros!
B. La constitución
de un carácter santo
Después de que aceptamos al Señor y llegamos a ser hijos de Dios, El dispone diariamente
nuestras circunstancias para disciplinarnos y corregirnos. Todas estas cosas son lecciones
que necesitamos, pues tienen como fin forjar la santidad de Dios en nosotros. ¡Necesitamos
mucha disciplina para que Dios pueda forjar en nosotros un carácter santo! Ante Dios
nosotros tenemos una cantidad limitada de años para crecer en la vida cristiana. Si
evadimos la disciplina de Dios, o no permitimos que produzca el efecto esperado en
nosotros, nuestra pérdida será en verdad una pérdida eterna.
C. La santidad como don
y como constitución
Dios no solamente nos imparte Su santidad como un don, sino que también desea que
participemos de ella por medio de la disciplina que nos aplica. El desea que seamos
constituidos de Su santidad, y quiere forjarla paulatinamente en nuestro ser. Una persona
de carne, como nosotros, necesita que se le aplique la disciplina divina durante muchos
años para que el carácter y la naturaleza de Dios se forjen en ella. Necesitamos toda clase
de reveses, dificultades, ajustes, fracasos, exhortaciones y correcciones para poder
participar del carácter santo de Dios. ¡Este es un asunto muy importante! Dios no nos da la
santidad como un simple don; debe ser forjada en nosotros. ¡Dios tiene que forjar en
nosotros Su santidad!
Este es uno de los varios aspectos de la salvación descrita en el Nuevo Testamento. Dios
primero nos da algo, y luego forja eso mismo en nosotros. Poco a poco El nos constituye de
aquello mismo. Cuando tenemos ambos aspectos, tenemos la salvación plena. Uno es un
don de Cristo, y el otro es lo que forja el Espíritu Santo en nosotros. Este es un aspecto
distinto que menciona el Nuevo Testamento. Uno es un don, y el otro es algo que se forja en
uno. Entre todas las cosas cruciales del Nuevo Testamento, podemos afirmar sin temor a
equivocarnos que Dios nos hace partícipes de Su santidad al disciplinarnos.
VI. LA DISCIPLINA PRODUCE FRUTO
APACIBLE DE JUSTICIA
El versículo 11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo,
sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por ella han sido
ejercitados”.
El apóstol aquí destaca las palabras al presente y después. Es un hecho que mientras uno es
disciplinado no está contento, sino triste. No piensen que es incorrecto sentirse afligido
cuando experimenta la disciplina de Dios, pues ésta es un sufrimiento. La Biblia no dice que
la cruz sea un gozo. Por el contrario, afirma que la cruz es una aflicción y nos hace sufrir. El
Señor menospreció el oprobio por el gozo puesto delante de Sí. La Biblia no dice que la cruz
traiga gozo; la cruz no es un placer; es un sufrimiento. Es perfectamente aceptable que nos
duela y nos sintamos afligidos cuando somos disciplinados.
Necesitamos aprender la obediencia. Solamente por medio de ésta podemos participar de la
santidad de Dios. Es verdad que ninguna disciplina “al presente” parece ser causa de gozo.
Por el contrario, nos produce tristeza, lo cual no nos sorprende, ya que es normal que nos
sintamos así. El Señor no consideró las aflicciones un asunto de gozo cuando estaba
pasando por ellas. Por supuesto, podemos convertirlas en gozo. Pedro dijo que podemos
regocijarnos en las diversas pruebas (1 P. 1:6). Por una parte, experimentamos sufrimiento,
y por otra, reconocemos que hay gozo. Cómo nos sentimos es una cosa, y cómo juzguemos
la prueba es otra cosa. Podemos sentirnos tristes, pero al mismo tiempo, debemos
considerar las pruebas como un motivo de gozo.
A. Fruto apacible
[En lo que a la disciplina se refiere,] los hijos de Dios deben fijar sus ojos en el futuro, no en
el presente. Preste atención a esta oración: “Es verdad que ninguna disciplina al presente
parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los
que por ella han sido ejercitados”. No se centre en los sufrimientos que está atravesando
ahora; más bien, mire hacia el fruto apacible de justicia que resultará de ello.
B. Moab se mantuvo quieto desde
su juventud y reposado
sobre su sedimento
Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, y sobre su sedimento ha
estado reposado, y no fue vaciado de vasija en vasija, ni nunca estuvo en cautiverio; por
tanto, quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado”. ¿Entienden lo que este versículo
dice?
Este es el problema de aquellos que no han pasado por pruebas. El pasaje describe a
aquellos que nunca han pasado por ningún castigo ni sufrimiento ante el Señor. Los
moabitas no habían sido perturbados ni habían experimentado sufrimiento ni dolor. ¿Qué
se puede obtener de tal quietud? Ellos se volvieron como el vino reposado en su sedimento.
Cuando se fermentan uvas u otra fruta, el mosto sube a la superficie, y el sedimento se
queda en el fondo. El vino flota, y el sedimento se hunde. Para refinar el vino, se vierte de
vasija en vasija. Si se le deja el sedimento, tarde o temprano se arruinará el sabor. En la
fabricación del vino, las uvas se deben fermentar primero; después se pasa el vino de una
vasija a otra. Si no se tiene cuidado, se puede vaciar el sedimento junto con el vino. Pero no
es suficiente vaciarlo una sola vez en otra vasija; algunos sedimentos están resueltos a
quedarse en el vino y se pasan a la otra vasija. Por eso la decantación se debe hacer varias
veces. Es posible que la segunda vez todavía no se haya eliminado el sedimento por
completo y se tenga que verter el vino a una tercera vasija. Se debe seguir vaciando hasta
que no quede ningún sedimento. Dios dice que Moab ha estado quieto desde su juventud y
que ha estado reposado sobre su sedimento; no ha sido vaciado de vasija en vasija, por lo
cual el sedimento permaneció en él. Para deshacerse del sedimento se tiene que vaciar de
vasija en vasija. Moab tenía todo el sedimento, aunque en la superficie parecía vino
decantado; el fondo seguía intacto. Quienes nunca han pasado por pruebas o castigos no
han sido vaciados de vasija en vasija.
Muchas veces se tiene la impresión de que Dios escarba hasta llegar a las raíces de la
persona. Es posible que Dios desarraigue a un hermano cuando éste se consagra a El; quizá
todo lo que él posee le sea arrancado. Tal vez experimente cómo Dios lo desarraiga por
medio de los sufrimientos y las pruebas. Quizá sea despojado de todo lo que tiene. Esto es
ser vaciado de vasija en vasija. La mano de Dios nos triturará completamente, a fin de sacar
nuestro sedimento.
No es bueno estar quieto. Hermanos y hermanas, Dios desea purificarnos. Por esto nos
disciplina y nos azota. No piense que la quietud y la comodidad son buenas. La quietud de
Moab hizo que él siguiera siendo Moab para siempre.
C. Su sabor quedó en él, y su olor no cambió
Estas palabras son muy solemnes: “Quedó su sabor en él, y su olor no se ha cambiado”.
Debido a que Moab no había sido vaciado de vasija en vasija, y debido a que nunca había
sido disciplinado y castigado por Dios, su sabor permaneció en él y su olor no cambió.
Esta es la razón por la cual Dios tiene que hacer una obra en usted. El desea eliminar su
sabor y cambiar su olor. El no quiere que usted conserve su propio sabor y su propio olor.
He dicho en otras ocasiones que muchas personas están “crudas”, porque todavía están en
su estado original. Nunca han cambiado. Usted tenía cierta clase de sabor antes de creer en
el Señor. Es probable que hoy, después de diez años, tenga el mismo sabor y el mismo olor.
El olor de un objeto emana de su misma sustancia en el estado original. Antes de ser salvo,
uno tiene cierto olor. Si en el presente usted tiene el mismo olor, no ha habido ningún
cambio en usted. En otras palabras, Dios no ha forjado ni esculpido nada en usted.
La disciplina de Dios es verdaderamente valiosa. El desea desarraigarnos y verternos de
vasija en vasija. Dios nos disciplina y nos quebranta de diferentes maneras para que
perdamos nuestro olor original y demos fruto apacible. El fruto apacible de justicia es el
fruto apacible, que produce la justicia.

D. El fruto apacible es el fruto de la justicia


Recuerden que el fruto es apacible. El hombre debe estar en paz con Dios para que este
fruto se produzca. Lo peor que uno puede hacer es murmurar, desesperarse y rebelarse
cuando está siendo disciplinado. Uno puede afligirse por la disciplina, pero no debe
murmurar ni rebelarse. El problema de muchos radica en que no tienen paz; por esto
necesitan el fruto que brota cuando son disciplinados. Si desea que en usted brote el fruto
apacible, debe aprender a aceptar la disciplina y a no pelear ni discutir con Dios. El fruto
apacible es el fruto de la justicia. Si uno tiene el fruto apacible, tiene el fruto de la justicia.
Por eso el apóstol lo llama “fruto apacible de justicia”. La paz es justicia. Si el fruto interior
es paz, la expresión exterior es justicia. Si uno tiene el fruto apacible dentro,
espontáneamente participará de la santidad de Dios.
Espero que ninguno de nosotros sea como Moab, que estuvo quieto desde su juventud y
que estaba reposado sobre su sedimento. El no había sido vertido de vasija en vasija ni
había estado en cautiverio; por lo tanto, conservaba su sabor en él, y su olor no había
cambiado. Algunos han sido creyentes por diez o veinte años y no han experimentado
ningún cambio. No han aceptado ninguna acción de Dios ni se han sujetado a El. Así que,
conservan su sabor original. Si nuestro olor sigue siendo el mismo por diez o veinte años,
nunca ha producido fruto apacible ante Dios y no se ha forjado en nosotros un carácter
santo. Nuestra esperanza es que Dios constituya algo en nosotros, un carácter santo.
VII. CONCLUSION
Hebreos 12:12-13 dice: “Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y
haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se disloque, sino que sea
sanado”. Algunas veces parece que la disciplina hace que las manos se detengan y las
rodillas se paralicen. Pero el apóstol nos exhorta a no desanimarnos. Puede ser que las
manos estén inactivas y las rodillas paralizadas, pero en esas circunstancias brota el fruto
apacible, el fruto de justicia.
A. Levantar las manos y enderezar las rodillas
No piense que cuando una persona sufre mucha opresión y disciplina, no le queda nada por
hacer. Después de ser disciplinados y quebrantados, necesitamos levantar las manos caídas
y enderezar las rodillas paralizadas. La disciplina y el quebrantamiento darán fruto apacible,
el fruto de la justicia. Si una persona está en paz con Dios, tendrá justicia. Tan pronto como
se calme y se someta a Dios, todo se acoplará debidamente. Al humillarnos, somos
constituidos de un carácter santo. No pongamos los ojos en la justicia. Sencillamente
examine si tiene paz o no, y si es obediente y sumiso o no. Si usted es flexible y obediente, y
si está en paz, con seguridad será constituido de santidad. Tenga presente que aunque haya
soportado muchas pruebas y experimentado muchas penalidades, de todos modos debe
levantar las manos caídas y enderezar las rodillas paralizadas.
B. Hacer sendas derechas
Al mismo tiempo, debemos hacer sendas derechas para nuestros pies. Podemos decir que
hemos avanzado algo en esta senda. Podemos ver claramente en qué consiste esta senda.
“Para que lo cojo no se disloque, sino que sea sanado”. Aquellos que se han quedado atrás
no tienen que ser dislocados; pueden ser sanados y unidos a quienes ya han andado por
esta senda. Si una persona pasa por pruebas y se humilla bajo la mano poderosa de Dios,
verá que la santidad se forja en su carácter. Además guiará a muchos por la senda recta para
que no se disloquen y sean sanados.
Si un hermano se desvía, tal extravío podría dificultar que otros encuentren la senda
derecha. Por esta razón, debemos ser obedientes. Nosotros debemos producir fruto
apacible. Esto no solamente nos mantiene en la senda recta, sino que también abrirá una
senda derecha para que otros la sigan. Los cojos podrán andar por este camino y podrán ser
sanados. Recuerdo el hombre cojo que se menciona en Hechos 3. Cuando sus pies se
fortalecieron, se puso en pie y comenzó a caminar, a saltar y a alabar a Dios. En la actualidad
hay muchos cojos en este mundo. Todo ellos pueden ser sanados si nosotros tomamos la
senda derecha. Debemos abrir el camino para que todos los hermanos lo sigan.

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