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MADRUGAR

Lectura bíblica: Cnt. 7:12; Sal. 57:8-9; 63:1; 78:34; 90:14; 108:2-3; Ex. 16:21
I. EL MEJOR MOMENTO DEL DIA ES LA AURORA
¿A qué hora se deben levantar los creyentes todos los días?
Una vez una hermana dijo esto: “Es fácil conocer el amor que una persona tiene por el
Señor Jesús cuando escoge entre El y dormir un poco más. ¿A quién ama usted más, al
Señor o a su cama? Cuando uno ama al Señor se levanta temprano, de lo contrario se queda
durmiendo hasta tarde”. Aunque estas palabras fueron dichas hace más de treinta años,
aún continúan vigentes. Una persona debe escoger entre su amor por dormir hasta tarde y
su amor por el Señor. Cuanto más ame al Señor, más madrugará.
Un cristiano debe madrugar porque la aurora es el mejor momento para reunirse con el
Señor. Los únicos que están exentos son aquellos que están enfermos, a quienes, por
problemas de salud se les ha mandado reposar. Debemos tener en cuenta también que
muchos achaques se convierten en enfermedades porque uno se ama demasiado a sí
mismo. Debemos ser equilibrados en todo. El que está enfermo debe dormir más; pero el
que goza de buena salud debe madrugar, porque la aurora es el mejor tiempo para tener
comunión y encontrarse con el Señor. Debemos recordar que el maná se recogía antes de
que saliera el sol (Ex. 16:14-21). Cualquiera que desee comer el alimento de Dios y recibir
comunión, edificación y suministro espiritual debe madrugar, porque una vez que el sol
calienta, el maná se derrite. Es en la madrugada cuando Dios suministra a Sus hijos el
alimento espiritual y la comunión santa. El que se levanta tarde, no recoge nada. Muchos
hijos de Dios están enfermos, no porque tengan problemas espirituales, sino porque se
levantan demasiado tarde. Debido a esto, y a pesar de que por muchos años han sido
cristianos consagrados en su celo y amor, no pueden vivir una vida cristiana normal. No
piense que madrugar no tiene nada que ver con la espiritualidad. Yo no conozco a nadie que
sepa orar y tenga una íntima comunión con Dios, que se levante tarde. Por lo general, todos
aquellos que conocen a Dios madrugan a tener comunión con El.
En Proverbios 26:14 dice: “Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve
en su cama”. Aquí dice que el perezoso en su cama es como la puerta que gira sobre sus
quicios. El perezoso se vuelve en su cama sin poder dejarla. Se vuelve a un lado de su cama;
luego se vuelve al otro lado de su cama. No importa para qué lado se vuelve, continúa en la
cama. Muchas personas no pueden separarse de su cama. A ellas les encanta su cama
mientras se vuelven de un lado a otro. Cuando se vuelven a la izquierda, están en la cama;
cuando se vuelven a la derecha, aún están en la cama. Les encanta dormir y no pueden
separarse de la cama. Muchas personas quieren dormir otro rato más; no pueden
levantarse de la cama. Si uno desea aprender a servir a Dios y ser un buen cristiano, tiene
que madrugar todos los días.
Aquellos que madrugan recogen mucho beneficio espiritual. La comunión con el Señor, la
lectura de la Biblia y la oración que uno hace a cualquier otra hora del día, no puede
compararse con la que se hace en el alba, pues éste es el mejor momento del día para estar
en la presencia del Señor. Algunos cristianos se levantan muy tarde, desperdician todo el día
en otros asuntos, y sólo a la hora de acostarse se arrodillan a leer la Biblia y a orar. Por eso,
no es de extrañar que para ellos la lectura bíblica, la oración y la comunión con el Señor
sean tan ineficaces. Desde el momento mismo que creemos en el Señor Jesús, debemos
apartar un tiempo muy temprano en la mañana para contactar a Dios y tener comunión con
El.
II. EJEMPLOS DE SIERVOS QUE MADRUGABAN
En la Biblia encontramos ejemplos de siervos de Dios que madrugaban. He aquí algunos de
ellos:
1. Abraham (Gn. 19:27; 21:14; 22:3)
2. Jacob (Gn. 28:18)
3. Moisés (Ex. 8:20; 9:13; 24:4; 34:4)
4. José (Jos. 3:1; 6:12; 7:16; 8:10)
5. Gedeón (Jue. 6:38)
6. Ana (1 S. 1:19)
7. Samuel (1 S. 15:12)
8. David (1 S. 17:20)
9. Job (Job 1:5)
10. María (Lc. 24:22; Mr. 16:9; Jn. 20)
11. Los apóstoles (Hch. 5:21)
En todos estos casos vemos que los siervos de Dios solían hablar con Dios y tener comunión
con El en la madrugada. Ellos se levantaban al alba para laborar en los negocios de Dios y
para consagrarse. Aunque madrugar no es un mandamiento bíblico, hay suficientes
ejemplos que nos muestran que todo siervo de Dios lo hace. Incluso el Señor Jesús
madrugaba. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro salió y se fue a un lugar
desierto, y allí oraba” (Mr. 1:35). Cuando escogió a los doce apóstoles, lo hizo temprano en
la mañana (Lc. 6:13). Si el Señor se levantaba temprano para hacer todo esto, ¿cómo no
vamos a hacerlo nosotros?
Si queremos seguir al Señor, no debemos pensar que no hace ninguna diferencia si nos
levantamos una hora más temprano o más tarde. Un intervalo de una hora produce un
resultado diferente, porque la lectura bíblica y la oración se vuelven ineficaces, aunque
dediquemos el mismo lapso en ellas. Cuando uno madruga recibe grandes bendiciones; por
eso deseamos que el recién convertido las disfrute desde el mismo comienzo de su vida
cristiana. A un hermano le preguntaron por lo menos cincuenta veces en los primeros años
de su vida cristiana: “¿A qué hora se levantó hoy?” En realidad, madrugar es una bendición,
y aquellos que han aprendido a hacerlo, saben lo que significa. Cuando nos levantamos
tarde, nos empobrecemos espiritualmente y perdemos muchas bendiciones.
Hay muchos ejemplos en la Biblia de siervos de Dios que madrugaban. Otros siervos de Dios,
como George Müller, Juan Wesley y muchos otros que no aparecen en ella también
madrugaban. Podemos decir que todos aquellos a quienes conocemos en persona, o por
medio de sus libros, y que han sido útiles en las manos de Dios, dieron mucha importancia al
asunto de madrugar. Ellos le llamaban “devocional matutino”, lo cual indica que lo hacían de
madrugada. Todo siervo de Dios debe practicar esto. Esta es una buena costumbre y
nosotros los cristianos debemos cultivarla. La iglesia ha practicado el devocional matutino
por muchos años. Este término no se encuentra en la Biblia, y posiblemente le podríamos
llamar de otra manera. No importa qué nombre se le dé, lo importante es encontrarse con
Dios de madrugada.
III. QUE HACER EN LA MADRUGADA
No nos levantamos temprano sólo por tener una buena costumbre; lo hacemos como
ejercicio del espíritu para tocar asuntos espirituales. Por tanto, en la aurora debemos hacer
varias cosas específicas.
A. Tener comunión con Dios
En Cantar de cantares 7:12 se nos muestra que el mejor momento para tener comunión con
el Señor es la madrugada. Tener comunión con Dios es darle a El cabida en nuestro espíritu
y en nuestra mente, permitiendo que nos ilumine, nos hable y nos toque (Sal. 119:105, 147).
Durante ese tiempo, nuestro corazón se acerca a Dios, y El se acerca a nosotros. Debemos
despertarnos de madrugada y permanecer en la presencia del Señor meditando, recibiendo
Su guía, Su sello y permitiendo que nos hable.
B. Alabar y cantar
La madrugada es la mejor ocasión para elevar nuestras alabanzas y nuestros cánticos a Dios.
Esto hace que nuestro espíritu llegue a la cima.
C. Leer la Biblia
En la madrugada se debe recoger el maná (el cual es Cristo). ¿Qué significa comer el maná?
Significa disfrutar a Cristo, la palabra de Dios y Su verdad todos los días al amanecer.
Después de comer el maná, tenemos la fortaleza para andar por el desierto. Si en la
madrugada nos dedicamos a otras cosas, no seremos alimentados espiritualmente ni
estaremos satisfechos.
Dijimos anteriormente que debemos tener dos Biblias: una con marcas y notas, para usarla
por la tarde, y otra en limpio, para “comer maná” al amanecer; o sea, para leer
cuidadosamente una pequeña porción de la Palabra, mezclando la lectura con cánticos,
comunión y oraciones. De esta manera, cuando nos acerquemos a la presencia de Dios y
abramos Su Palabra, sentiremos el deseo de confesar nuestros pecados, a la vez que
seremos motivados a darle gracias por Su favor. Esto no quiere decir que debemos seguir un
orden: primero la comunión, luego la alabanza y por último la lectura de la Biblia y la
oración. Debemos mezclar la lectura con cánticos y oraciones, usando la porción que hemos
leído en la Palabra para hablar con Dios: “Señor, esto es lo que yo necesito. Esta porción,
este versículo y esta verdad muestran mi escasez. Señor, llena este vacío”. Si encontramos
una promesa decimos: “Señor, creo en esta promesa”; y si es gracia: “Señor, tomo la
gracia”. Cuando estemos leyendo la Biblia, posiblemente recordemos a aquellos que están
en una condición espiritual lamentable y, sin criticarlos ni acusarlos, podemos interceder
para que el Señor cumpla Su palabra tanto en ellos como en nosotros. También debemos
confesar nuestros pecados y los de los demás, orar y dar gracias por todo. La lectura bíblica
no debe ser muy larga ni abarcar demasiado. Cinco versículos son suficientes. Si
permanecemos una hora, leyendo y orando palabra por palabra cada versículo, en dulce
comunión con Dios, seremos llenos interiormente.
En el Antiguo Testamento y en el Nuevo, hubo muchas personas que tuvieron comunión con
Dios de esta manera. Conocían a Dios y tenían una amistad íntima con El. Esta comunión
llegó a formar parte de sus vidas.
En los Salmos, David intercambia los pronombres tú y El; de tal manera, que mientras
hablaba con el hombre, de repente dirigía su conversación a Dios. Esto nos muestra que
David vivía en constante comunión con Dios.
Mientras Nehemías trabajaba, hablaba y luego oraba brevemente. Cuando el rey le
preguntaba algo, le contestaba y luego se dirigía al Señor. El mezclaba su trabajo con la
oración. Para él, el trabajo y la oración eran inseparables.
Pablo escribió el libro de Romanos a aquellos que se encontraban en Roma. Sin embargo,
podemos notar como en más de una ocasión se dirigió al Señor. Algunas veces parecía
olvidar que estaba escribiendo a los romanos; porque de repente empezaba a hablar con
Dios. Esto también sucede en sus otras epístolas.
Aquellos que han leído la autobiografía de la señora Guyón, podrán apreciar una
característica que ella tenía. Muchas autobiografías son escritas para los hombres, pero ella
le hablaba al hombre y al mismo tiempo a Dios. En un momento hablaba con LaCombe (el
que le pidió que escribiera su autobiografía), y al siguiente instante hablaba con el Señor. A
esto llamamos comunión. Es difícil saber donde comienza la comunión con Dios y en donde
termina. La comunión no consiste en hacer a un lado otros asuntos para poder orar, sino en
hacer ambas cosas simultáneamente.
Por lo tanto, en la madrugada, cuando recogemos el maná, debemos aprender a mezclar la
Palabra de Dios con la oración, la alabanza y la comunión. Entonces tendremos la
experiencia de estar en la tierra y de repente en los cielos; en un momento estaremos en
nosotros mismos, y al instante en Dios. Si continuamos practicando esto todas las mañanas,
después de algún tiempo seremos llenos del Espíritu, y la Palabra de Dios morará en
nosotros ricamente. Es indispensable leer la Palabra de Dios y recoger el maná. Muchos
hermanos son débiles y no son capaces de andar en el desierto. A estos debemos
preguntarles: “¿Han comido hoy?” Ellos no pueden caminar porque su alimentación
espiritual es deficiente. El maná se recoge al amanecer, y para obtenerlo necesitamos
madrugar. Debemos levantarnos al alba para laborar en la Palabra de Dios.
D. Orar
Cuando amanece, debemos tener comunión con Dios, alabarlo, recoger el maná y orar. En
Salmos 63:1 y 78:34 se nos muestran que debemos buscar al Señor de madrugada. La
oración de la que hablamos en el párrafo anterior es una oración combinada, pero la
oración a la que nos referimos ahora es más específica. Después de tener comunión, de
alabar y comer el maná, uno es fortalecido y puede expresar a Dios su sentir en oración. La
oración requiere mucha persistencia, por eso debemos acercarnos a Dios de madrugada
para ser alimentados. Una vez que hagamos esto, podremos orar durante media hora por
las necesidades más urgentes, por nosotros mismos, por la iglesia y por el mundo. Por
supuesto, también podemos orar en la tarde o en la noche, pero si aprovechamos la
frescura que tenemos en la madrugada, cuando tenemos comunión con Dios y comemos el
maná, la provisión que recibiremos será incalculable.
Todo creyente debe acercarse al Señor en la madrugada para tener comunión con El,
alabarle, leer la Biblia y orar. El resultado se manifestará en nuestro diario vivir. George
Müller afirmaba que su condición espiritual durante el día, dependía exclusivamente de la
alimentación que recibía del Señor por la mañana. Muchos cristianos son débiles durante el
transcurso del día, porque desperdician las mañanas. Hay hermanos que han avanzado en
su peregrinaje espiritual y que experimentan la separación total de espíritu y alma, y cuyo
hombre exterior ha sido quebrantado, al punto de no perder la calma en ninguna situación.
Pero esto es algo totalmente diferente. Los nuevos creyentes deben aprender a madrugar,
porque si no son fieles en esto, no lo serán en ninguna cosa; además de que nada les saldrán
igual. Hay una gran diferencia cuando uno es nutrido temprano en la mañana.
Un músico famoso dijo una vez: “Si dejo de ensayar por un día, yo lo notaré, si dejo de
hacerlo por dos días, mis amigos lo notarán, y si no lo hago por tres días, el público lo
notará”. Si esto sucede cuando ensayamos cualquier instrumento musical, cuánto más se
notará, en nuestra vida espiritual, si no tocamos al Señor al amanecer. Si no practicamos la
devoción matutina en la presencia de Dios, nosotros lo sabremos, y todos aquellos que son
experimentados espiritualmente, también lo sabrán. Los recién convertidos deben tener
una disciplina estricta desde el primer día que son salvos, madrugando para pasar un tiempo
de comunión íntima con el Señor.
IV. LA PRACTICA DE MADRUGAR
Para concluir, ¿cómo podemos poner en práctica el madrugar? ¿Qué podemos hacer para
madrugar? Debemos poner atención a algunos consejos.
Primero que todo, debemos acostarnos temprano. Esta costumbre se debe adquirir, ya que
es muy difícil madrugar cuando uno se acuesta tarde. Acostarse tarde y levantarse
temprano es como quemar una vela por ambos extremos.
No se imponga una meta demasiado elevada. Algunas personas se levantan a las tres o
cuatro de la mañana, y cuando se dan cuenta que es muy difícil mantener ese horario, dejan
de madrugar. Debemos ser moderados. La hora más apropiada para levantarse es a las
cinco o seis de la mañana, cuando el sol está a punto de salir o acaba de salir. Es un buen
hábito levantarse al alba. Si uno trata de levantarse más temprano, no perserverará por
mucho tiempo; aparte de que fijarse una meta tan elevada hace que la conciencia nos
acuse. Ciertos hermanos lo han hecho, y esto les ha causado muchos problemas en sus
hogares, en sus trabajos y cuando se hospedan en otras casas. Esto no es aconsejable.
Debemos seguir una norma que esté a nuestro alcance, sin irnos a extremos. Para
establecer la hora adecuada de levantarse, debemos tomar en consideración nuestras
limitaciones físicas y nuestras circunstancias. Una vez que establezcamos el horario, seamos
fieles en mantenerlo.
Posiblemente encontraremos algunas dificultades al principio, ya que siempre es fácil
madrugar el primer y el segundo día; pero no sucede lo mismo a medida que pasa el tiempo.
Nos sentimos tan confortables durmiendo que nos será difícil levantarnos, especialmente
durante el invierno. Pero si uno madruga por algunos días, la mente se irá ajustando al
nuevo horario, al punto de no quedarnos dormidos aunque la mente pida que lo hagamos.
Adquirir un nuevo hábito toma mucho tiempo, especialmente si uno está acostumbrado a
acostarse tarde. Al principio necesitamos forzarnos un poco para madrugar, pidiéndole al
Señor que nos conceda Su gracia, y debemos continuar haciéndolo hasta que se vuelva un
hábito. Entonces madrugaremos espontáneamente. No perdamos la gracia de tener
comunión con Dios al amanecer.
Una persona saludable no necesita más de ocho horas de sueño, y usted no es la excepción.
No se preocupe pensando que madrugar afectará su salud; quizás la enfermedad que usted
tiene se deba a la ansiedad. Muchas personas se aman mucho y se preocupan hasta el
extremo de enfermarse. Si el doctor le dice que está enfermo, posiblemente usted necesite
dormir diez o doce horas, pero seis u ocho horas son suficientes para una persona normal.
No sugerimos que los que están enfermos madruguen. Si usted está enfermo, hace bien en
quedarse en su cama y leer la Biblia allí; sin embargo, aquellos a quienes el doctor no les
haya aconsejado quedarse en cama hasta tarde, y no están enfermos, deben madrugar.
Esperamos ver que los hermanos maduros y fuertes en el Señor pongan esto en práctica. La
iglesia debe sacudir a los holgazanes un poco empujándolos a seguir adelante; y a la vez,
debe introducir a los nuevos creyentes en esta bendición. Cuando la oportunidad se
presente, preguntémosle al recién convertido: ¿A qué hora te levantas? Después de pocos
días, preguntémosle de nuevo: ¿A qué hora te levantaste hoy? Hagamos esta clase de
recordatorio en el primer año de la vida cristiana de esta persona. Después de un año,
podemos preguntar: Hermano, ¿a qué hora te levantas ahora? Hagamos esta pregunta a los
nuevos creyentes cada vez que los veamos, ayudándolos a que pongan en práctica este
asunto. Sin embargo, si nosotros mismos no madrugamos para pasar tiempo con el Señor,
será muy difícil transmitir esto a otros; por esta razón nosotros debemos dar el ejemplo.
El primer hábito que un creyente debe desarrollar es madrugar. Hemos desarrollado la
costumbre de dar gracias por los alimentos y reunirnos en domingo; pero también debemos
formar la costumbre de madrugar para tener contacto con el Señor. El nuevo creyente debe
desarrollar este hábito. Es una lástima ver que algunos que han sido cristianos por muchos
años, jamás hayan disfrutado la bendición de madrugar. Si deseamos experimentar esta
gracia, debemos tener la costumbre de madrugar. Si formamos este hábito, la iglesia
crecerá, porque cuando un solo hermano recibe luz, toda la iglesia la recibe, y cuando todos
nosotros recibimos luz diariamente, la iglesia completa se enriquece. Hoy la iglesia es pobre
porque muy pocas personas reciben el suministro que procede de la Cabeza. Si cada uno de
nosotros recibe algo, por muy poco que sea, la acumulación de todas esas pequeñas
porciones, enriquecerán profusamente la iglesia.
No deseamos que sólo unos cuantos hermanos laboren en la iglesia. Nuestra esperanza es
que todos los miembros se presenten de madrugada ante el Señor, que toda la iglesia se
levante al alba para recibir la gracia y las riquezas de Dios. Lo que un miembro recibe de la
Cabeza, llega a ser el beneficio de todo el Cuerpo. Si cada hermano y hermana toma este
camino, se producirán muchos vasos para contener al Señor, y tendremos mayor riqueza
espiritual. No debemos pensar que levantarnos al amanecer no tiene importancia. Si
aprendemos a madrugar y mantenemos esta costumbre, nuestro futuro espiritual será muy
prometedor.

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