Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
https://www.artehistoria.com/
Entre los años 30 y 50, a la vez que el Movimiento Moderno alcanza su mayor difusión internacional,
comienzan a plantearse las primeras críticas a sus soluciones, aunque en muchas ocasiones
procedían desde el interior del mismo. Justo cuando parecía que la Torre de Babel alcanzaba su
culminación, de cada una de sus plantas y cuartos, y también desde el exterior, comienza una
operación generalizada de desmontaje que, sin negar en todos los casos el valor de lo conseguido,
sí plantea una revisión profunda sobre la pertinencia de la nueva arquitectura.
Unas veces las críticas proceden de la tradición académica, de la arquitectura de siempre, otras de
un cuestionamiento del nuevo estilo planteado por sus propios protagonistas, sin olvidar las
propuestas que persiguen continuar adelante, haciendo de la utopía tecnológica el único valor de
progreso mensurable científicamente. Mientras tanto, algunos maestros repiten lo ya dicho, como si
en ese ejercicio residiese el argumento de la modernidad. Repetición que, en otras ocasiones,
constituye un simple atentado especulativo en la gran ciudad, en la metrópoli capitalista.
Lo que en las artes figurativas ha sido denominado como un regreso al orden, en la arquitectura
parece un momento de calma, de reflexión. Es más, al racionalismo del Movimiento Moderno
comienza a exigírsele la necesidad de representar monumentalmente al poder, algo que no es
exclusivo de los regímenes fascistas o excepcionales de esos años.
En la Unión Soviética, el socialismo real impidió las utopías, ya que éstas estaban construyéndose
cotidianamente, según entendían los dirigentes políticos. Es más, muchos de los arquitectos de la
vanguardia constructivista no olvidaron la lección del clasicismo, entendido no sólo como cita aislada.
Golosov, por ejemplo, había proyectado un crematorio en 1919 con el lenguaje arquitectónico de los
templos de Paestum. Los hermanos Vesnin proyectaron el Narkomtjazprom para Moscú, en 1934,
como una síntesis de tipologías y lenguajes de origen clasicista. Esa relación con la historia del
clasicismo se enriquece constantemente recurriendo a motivos y tipos que han sido siempre objeto
de meditación. En este sentido, es interesante recordar la galería de columnas del proyecto,
realizado por V. F. Krinski, en 1948, para una ciudad de artistas, o el tema ilustrado del túnel, tal
como lo entiende Fomin en algunas estaciones del metro de Moscú, o, por último, la singular idea
de citar el templo romano de Baalbek para una estación del mismo metro en un proyecto de L.
Teplickj, de 1934.En Italia, como en España, el debate es complejo. Más rico en el país vecino,
podría señalarse que un nuevo espíritu clásico parecía comprometer los lenguajes, las ciudades y
las tipologías, desde el silencio metafísico de las arquitecturas pintadas de De Chirico o Savinio, que
entendían el arte como memoria, a la casi inverosímil polémica entre M. Piacentini y U. Ojetti sobre
el uso del arco y la columna.