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Trabajo Práctico de Pedagogíal Nº3
Trabajo Práctico de Pedagogíal Nº3
Facultad de Humanidades
Profesorado en Letras
Cátedra: Pedagogía
Profesora adjunta a/c Clases Teóricas: Lilia Ester Daldovo
Profesora JTP.: Sonia Natividad Ferreyra
TRABAJO PRÁCTICO Nº 3
Integrantes:
Primer texto
Segundo Texto
2) Las utopías son dispositivos del discurso pedagógico que hacen de la Pedagogía una
disciplina normativa. Ellas son universalizantes, totalificantes, unificadoras. Permiten la
formación de normas, la instalación de las metas y los ideales, la delimitación de las
finalidades y los puntos de llegadas, etc. Cabe destacar que estas utopías no
necesariamente se concretan puesto que sólo constituye los parámetros o que
referentes para evaluar.
Así, las utopías poseen dos tipos de dimensiones propuestas por Narodowsky, la
primera es discursiva con función normativa y la segunda, no discursiva (o práctica)
con función normalizadora, que establece lo normal o anormal. Justamente, estos
dispositivos son los que establecen formas de verdad, normatizando de un modo
menos audaz que la pedagogía clásica, que emitía –y emite- sus ideales de modo
explícito y juzga lo verdadero a partir de lo proclamado como beneficioso, mientras
que la pedagogía moderna recurre a la normatividad basada en mecanismos muy
sutiles y en cierto modo, encubiertos tras la pretensión de objetividad.
De esta manera, es posible afirmar que las utopías constituyen un discurso
transdiscursivo por su continuidad en el tiempo, ya que las mismas se actualizan, se
modifican, se ajustan al contexto, tiñendo y atravesando todo el discurso pedagógico.
Segundo Texto
Después de eso, la crisis: El Estado no podía disciplinar a sus maestros y ni siquiera a sus
propios pedagogos de Estado. El ejercicio de su poder se veía restringido en la medida en que
sus fondos debían ser destinados al mantenimiento de fuerzas militares y al orden público en
un contexto de guerra civil. En 1838 se dispone definitivamente la no subvención de dineros
públicos a las escuelas y la pedagogía vuelve a las instituciones escolares.
Hacia fines del Siglo XIX, el Estado consigue re articular las escuelas. Esto se logra por medio de
la acción ministerial de un Gobierno Nacional capaz de financiar la educación escolar de los
territorios federales, pero también de fundar y sostener escuelas en los territorios provinciales
más débiles. Así, el pedagogo de Estado, encarnado en la figura de los normalistas llega en este
momento a su auge político y teórico.
Con Sarmiento se forma un verdadero paradigma transdiscursivo que hegemonizará durante
casi un siglo.
El gasto en educación comienza a incrementarse y la Escuela Normal, reconvertida a partir de
1870, no solamente imparte la pedagogía de Estado predominante, sino que constituye el
escenario más importante de esta nueva articulación de la Pedagogía moderna. Este
movimiento se dio a llamar “normalista”: una pedagogía de Estado en la que la formación de
los futuros maestros como acto de control del proceso escolar constituye el factor
fundamental (el normalismo no es homogéneo en sus posiciones teóricas y son dables de
observar numerosas grietas, contradicciones y luchas en su interior).
Así, a finales del siglo, la pedagogía de Estado logró defenestrar a la pedagogía de la
corporación de los educadores, relegándola al lugar de lo marginal, de lo contestatario, de lo
alternativo.
Tal es el poder que ejerce el Estado y su pedagogía de Estado que hacia finales del Siglo XIX:
Logra doblegar a los cuerpos religiosos que operan en las escuelas (laicismo, ley 1420).
La escuela es una razón de Estado porque la cuestión del alma infantil también lo es
Una herramienta teórica preferida es la historia de la educación.
Elimina de la escuela la mínima sobra de posibilidad de construcción pública
independiente del Estado y esa narración histórica sirve por supuesto, como
herramienta política para disciplinar el presente: todas las alternativas al monopolio
estatal deben cooptadas o directamente eliminadas.
El control de la pedagogía de Estado suponía el control de la escuela.
La pedagogía de Estado intensificó la dicotomía entre el docente y el pedagogo.
La pedagogía es también disciplina académica, procesada en los claustros de la
Universidad de La Plata a partir de 1905, pretendiéndose traducir a un formato
científicamente aceptable el paradigma predominante de los estudios educacionales.
Los académicos especializados en educación no pusieron en cuestión a la pedagogía de
Estado.
La pedagogía académica en la Argentina alcanza desarrollos sumamente importantes
en la cantidad y en la calidad de los estudios producidos.
Pedagogos de mercado
A partir de 1980, el Estado siguió cooptando pedagogos que irían a cumplir funciones técnicas
en el Gobierno y a enfrentar los nuevos desafíos que impone el proceso de disciplinamiento de
la vieja “corporación de educadores”, pero de acuerdo con los nuevos parámetros de control.
El Estado argentino en los `90 no ha dejado de ocupar un lugar de privilegio social; no se ha
retirado; no se ha privatizado en bloque. Muy por el contrario, el Estado y la pedagogía de
Estado se han hecho fuertes en ámbitos en los que antes apenas incidían, como:
La capacitación docente
La reformulación curricular
La evaluación
Dejó a pedagogos no estatales la elaboración de libros de textos escolares, el
asesoramiento a las instituciones y la formulación de los denominados “proyectos
educativos institucionalizados”.
Con la reestructuración de las funciones estatales se ha otorgado mayor espacio a una nueva
figura, a la que se denomina “pedagogo de mercado”: un intelectual cuyo saber es
contratado libremente por los diferentes agentes de mercado y su participación no se pone
en juego, necesariamente, a favor de la adscripción a un determinado proyecto político,
ideológico o confesional, pretendiendo sólo así libertad para hacer su trabajo y una buena
retribución económica. Estos pedagogos son contratados por las empresas editoriales de
libros de textos, para satisfacer las múltiples demandas de un mercado cada vez más
diferenciado y complejo. Surgen así los “técnicos”, “consultores” y “asesores”.
2) Las variantes presentes en la diversidad de pedagogos son múltiples, hay una que se
destaca y merece una atención especial: el Pedagogo académico. Éste existe en la Argentina
desde principios del Siglo XX. Se trata de aquellos pedagogos que trabajan en las Universidades
y centros de estudios; investigadores y docentes amarrados especialmente a la lógica de sus
propias preocupaciones teóricas más que a las imposiciones estatales. Sin embargo, a partir de
1984, comienza a observarse una creciente autonomía y una mayor independencia de estos
pedagogos respecto del poder estatal.
Los indicadores son varios:
La realización periódica de reuniones científicas nacionales e internacionales.
La persistencia de varias revistas académicas.
La adopción de mecanismos de referato de pares.
Para la admisión de artículos como forma de reenstringir los favoritismos o la
discriminación y así alentar una política editorial imparcial.
La consolidación de grupos de investigación en Universidades Nacionales.
La creación de sociedades científicas en materia pedagógica como la Sociedad
Argentina de Historia de La Educación.
El fortalecimiento de un mercado editorial de libros pedagógicos en los que se
destacan los de autoría de pedagogos argentinos.
Pareciera que los pedagogos argentinos están conformando una comunidad académica que se
fortalece en la medida en que decrece la capacidad del Estado de mostrar su propia pedagogía
uniformadora. Sin embargo, las dificultades de los pedagogos académicos son múltiples; la
principal, que los gobiernos argentinos siguen sin invertir adecuadamente en educación
superior, lo que supone enormes esfuerzos económicos por parte de los académicos.
Así, el fortalecimiento de la comunidad académica se constituye en la pretensión de los
académicos de abarcar las parcelas más escuetas de la realidad educativa y como producto de
su inserción institucional, necesitan convivir entre los que sustentan ideas disimiles.
De este modo es posible pensar en otra manera de volver al estado, con el objeto de lograr
metas concretas por medio de los instrumentos que la academia ha brindado:
Capacidad de gestión y de resolver problemas.
Rigor intelectual en el análisis.
Referencia internacional.
Creatividad.
Imparcialidad.
Respeto a la diversidad.
No apostar al encubrimiento de un proyecto único, hegemónico y totalizador.
Así, el Estado ya no será pedagogo, pero los educadores podrán valerse de su gestión para
generar una nueva política educativa de lo diverso.