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La Biblia y la estela de Meshá rey de Moab (en tres partes)

Parte I: Descubrimiento y destrucción

Autor: Daniel Vainstub

La estela de piedra de Meshá, rey de Moab, es a la vez uno de los documentos auténticos más
fascinantes de la época bíblica, y una de las decepciones más dolorosas de la investigación de esa
época.

La historia del descubrimiento de la estela comienza en el año 1868. El inmenso imperio Turco
Otomano dominaba por ése entonces prácticamente todo el Medio Oriente por ya más de tres siglos
y varios indicios apuntaban a su posible final: la mayoría de sus habitantes conformaban un mosaico
de etnias y tribus no-turcas agobiadas por el peso del aparato gubernamental burocrático e inepto y
la presión fiscal de un estado al cual percibían como lejano. El imperio Otomano a sus finales
mostraba señales de resquebrajamiento en todo aspecto, y las potencias europeas, sobre todo Gran
Bretaña, Francia y Prusia, muy atentas a la situación, mostraban gran interés en aumentar su
influencia en la zona previendo un posible desmoronamiento del imperio, entre otras cosas
incrementando su presencia y trabando relaciones con diferentes etnias y minorías. Gran cantidad
de embajadores, cónsules, investigadores y representantes europeos se establecieron en ciudades a
lo largo del imperio, e instituciones europeas de todo tipo fueron creadas, entre ellas religiosas,
culturales, y científicas. Arqueólogos aficionados europeos llevaron a cabo excavaciones en sitios
que otrora fueron cuna de las grandes civilizaciones antiguas en toda la zona – Grecia, Egipto, Israel,
Babilonia – y crearon institutos de investigación de ellas. La proliferación de éstas actividades, junto
con el carácter corrupto de la administración turca, hizo que enormes cantidades de piezas
arqueológicas de la zona, muchas de ellas monumentales, hicieran su camino al Museo Británico de
Londres, al Louvre parisino y al Museo de Pérgamo en Berlín, donde se encuentran hasta hoy en día.
Por lo general los europeos pagaban un precio acordado a autoridades locales y éstas otorgaron un
permiso para llevarse las antigüedades. A veces era necesario pagar a más de una instancia. Los
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habitantes del imperio, tanto autoridades locales como ciudadanos, tomaron consciencia de la
posibilidad de hacer dinero fácil vendiendo antigüedades a los europeos que los visitaban.

Entre los europeos en la zona se encontraba F.A. Klein, un ministro anglicano médico-misionero de
origen alsaciano, que con residencia en Jerusalén realizaba viajes por todo el territorio a ambos lados
del río Jordán llevando alivio a enfermos en zonas rezagadas y ganando adeptos a su fe. En agosto
del 1868 Klein realiza un viaje montado a caballo a la región de Jabal Ajloun en transjordania
llevando medicinas. El dominio del gobierno turco sobre esa zona por aquellos días no era del todo
efectivo. En realidad la zona estaba controlada por tribus beduinas y sin la protección de sus líderes,
era peligrosísimo para un europeo circular por ella. El 19 de agosto de 1868 llega Klein a las cercanías
de las ruinas de Dhiban, nombre que conserva el de la antigua ciudad de Dibón, la capital del reino
de Moab según la biblia (p.ej. Jeremías 48:18, 22) acompañado por Zatam, el hijo del jeque de la tribu
beduina de los Bani Shajr, una de las más poderosas de la zona y quién dispusiera su protección
sobre el europeo. La zona de Dhiban estaba controlada por la tribu beduina de los Bani Hamida.
Conversando con los visitantes, éstos les comentan que en las ruinas de Dhiban hay una gran piedra
negra con líneas de símbolos o letras indescifrables. El relato despierta la curiosidad de Klein quien
pide a sus anfitriones que se la muestren. Éstos aceptan y conducen a Klein y Zatam a las ruinas de
la ciudad Moabita dónde les enseñan la piedra. Según el relato de Klein el bloque de piedra de
basalto negro de aproximadamente un metro de alto y 60 cm. de ancho estaba tumbado en la tierra
sobre su espalda, y en su frente podían verse 34 renglones de letras grabadas en un hermoso estilo e
increíblemente conservadas. Klein comprendió de inmediato que se encontraba ante un tesoro
epigráfico, pero no disponía de los conocimientos para descifrarlo. Con el permiso de sus anfitriones
copió algunos caracteres y dibujó la estela para enseñárselos a expertos, y acordó verbalmente con
sus anfitriones la compra de la estela por la suma de unos 100 napoleones, la cual conseguiría después
de mostrar sus dibujos a sus superiores. Cómo veremos a continuación fue ésa la primera y última
vez que un extranjero vio entera a la estela. A su regreso a Jerusalén Klein contacta inmediatamente
al cónsul de Prusia J.H. Petermann y le urge a conseguir el dinero y concretar el negocio. Petermann
envía una carta al Museo de Berlín y a mediados de septiembre recibe de éste por telegrama
respuesta positiva autorizándolo a desembolsar la suma y adquirir la estela. Klein comienza de
inmediato sus aprontes para conseguir la estela y trasladarla a Berlín. Ahora, para circular con la
estela por lugares peligrosos sin despertar sospechas, necesita de una protección más fuerte de la
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que necesitó para circular sólo, y pide nuevamente la protección de su amigo y protector el jeque de
los Bani Shajr. Pero ésta vez el jeque lo decepciona y le informa que no podrá dar su protección a
semejante acción. Los Bani Hamida comienzan a comprender que los europeos están más que
interesados en adquirir la piedra, se arrepienten del precio acordado, y le informan a Klein que ahora
el precio es 1.000 napoleones. Klein informa de urgencia a Berlín el nuevo precio, las autoridades
del Museo de Berlín se decepcionan del manejo de Klein, y deciden obviar y tratar de obtener la
estela por otra vía: se dirigen a Sabau Qawar, un maestro de escuela árabe de Jerusalén con
relaciones de confianza con la embajada de Prusia, y le ofrecen hacerse cargo personalmente del
caso e ir en su nombre a negociar, adquirir y trasladar la estela. Qawar realiza varios viajes a los Bani
Hamida y llega con ellos a un acuerdo escrito y firmado por 120 napoleones, meses después de la
primer visita de Klein a Dhiban. Pero con el pasar de ésos meses sucedieron dos cosas que influirían
en nuestra historia: 1. Los clanes y tribus de la zona, como así también las autoridades turcas, se
enteraron de la existencia de un preciado objeto para los extranjeros en territorio de los Bani
Hamida. 2. La noticia también llegó a oídos de representantes de otras potencias europeas, quienes
también contaban con informadores en toda la zona: el capitán británico Charles Warren y el
investigador francés Charles Clermont-Ganneau. Un intento de Qawar de concretar su acuerdo con
los Bani Hamida y hacerse con la estela fracasó al informarles el jeque de los ‘Atwan, otra tribu por
cuyo territorio tendría que pasar Qawar para transportarla, que debería pagarle también a él otra gran
suma por pasar por su territorio.

Al ver que los prusos se demoraban y complicaban, Clermont-Ganneau decidió actuar, y en octubre
de 1869 envió a un árabe de su confianza, Salim el-Qari, a Dhiban a tranzar con los Bani Hamida. El
enviado regresó con el dibujo de siete renglones que los beduinos le autorizaron a realizar. Al ver el
dibujo Clermont-Ganneau comprendió de inmediato que se trata de una joya epigráfica escrita en
escritura hebrea antigua de la época del Primer Templo, que increíblemente había sobrevivido las
garras del tiempo, y decide enviar un árabe de su confianza, Ya’aqub Karavaca con dos
acompañantes montados a caballo. Karavaca va con dos claros mensajes en su nombre: 1. los
franceses pagarán más que los prusos y sin complicaciones. 2. para que las cosas se concreten rápido
y sin problemas, se solicita a los beduinos que permitan a Karavaca realizar una “facsimile”, es decir
una copia hecha de papel mojado, el cual después de ser presionado sobre la estela, se desprende
cuidadosamente y se seca al sol, obteniéndose así una copia en negativo de la inscripción. Los
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beduinos aceptan los dos puntos, se aplica y desprende el papel mojado y se pone a secar al sol. Pero
en ése momento sucede algo imprevisto: una tremenda trifulca entre clanes familiares que
componen la tribu Bani Hamida, pasa rápidamente de acaloradas vociferaciones a actos de violencia
física. El jeque es acusado de contrabandear y malvender algo que pertenece a toda la tribu.
Karavaca y sus dos compañeros temen por su vida y deciden huir. En el medio de la trifulca uno de
los acompañantes de Karavaca es herido en una pierna con un tajo de lanza. El segundo compañero
toma la “facsimile” que todavía no se había terminado de secar al sol, la parte en siete pedazos para
poder meterla en su túnica y llevársela, y los tres huyen al galope perseguidos por beduinos
enfurecidos. Los jinetes lograron huir, pero la “facsimile” llegó muy dañada. Parte de ella se perdió
al ser desgarrada en pedazos y en el galope desaforado, y las partes que llegaron lo hicieron en mal
estado. Cómo verán en la continuación de nuestra historia, éste suceso que parece sacado de una
película del Lejano Oeste y no de una investigación científica, tuvo una importancia cardinal en el
estudio de la inscripción, ya que la noticia de la pelea y del creciente interés de europeos en la estela
llegó a oídos del gobernador otomano de Siquem (Nablus) quien envió a decir a los Bani Hamida
que no se atrevan a vender la estela, que ésa estela es propiedad del gobierno otomano, y él cómo
gobernador es quién la venderá y recibirá el pago por ella. Al recibir el mensaje, los beduinos
enfurecidos deciden destrozar la estela antes que permitir que el odiado gobernador se la apropie.
Encienden una fogata en su base y luego le arrojan agua fría y a golpes de mazazos la parten en
pedazos que fueron distribuidos entre las familias de la tribu. Ése fue el triste final de uno de los
documentos extrabíblicos más importantes que se conservó casi intacto por más de 2.700 años pero
no resistió la brutalidad moderna. Luego Clermont-Ganneau y Warren lograron adquirir de los
beduinos tres pedazos relativamente grandes y varios pequeños de la estela. La estela reconstruida
se encuentra hoy en día en el Museo del Louvre en París compuesta de los pedazos rescatados, y el
resto reconstruido en base a la “facsimile”, de aquí la inmensa importancia de ésta.
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